12 - 2 Timoteo 4:9-22
Exposición de 2 Timoteo
Esta última parte de la Epístola contiene varias referencias personales interesantes, así como una alusión a la comparecencia del apóstol ante las autoridades, que no se menciona en ninguna otra parte. En primer lugar, Pablo deseaba que Timoteo estuviera con él: Ven «pronto a verme» (v. 9). Anhelaba la presencia de su hijo en la fe, alguien a quien pudiera revelar libremente su espíritu y sus pensamientos, ahora que no quedaban muchos que se aferraban al prisionero del Señor. De hecho, parece que estaba solo, con la excepción de Lucas (v. 11). Por lo tanto, Timoteo no debía demorarse, sino llegar antes de que las tormentas invernales hicieran el viaje difícil, si no imposible.
Además, el apóstol acababa de pasar por una prueba; «porque», añade, «Demas me ha abandonado, amando el presente siglo, y se ha ido a Tesalónica; Crescente a Galacia, y Tito a Dalmacia» (v. 10). Los dos últimos, Crescente y Tito, se habían marchado, pero no habían abandonado a Pablo, como Demas. Sin duda habían continuado el servicio del Señor; pero Demas se había enfriado, cediendo a las influencias del mundo; y, no queriendo ya «participar en los padecimientos del Evangelio», ni ser identificado con el vaso del testimonio de Dios, ahora pobre y despreciado prisionero, había abandonado, bajo un pretexto u otro, al apóstol y se había ido a Tesalónica. Amaba este siglo. ¡Qué epitafio! Pues ha desaparecido de la historia de las Escrituras y ya no se le ve. Una vez Pablo lo mencionó junto con otros como compañero de trabajo, envía un saludo en su nombre junto con «Lucas, el médico amado» (Col. 4:14); y ahora ha abandonado el testimonio. Esto no quiere decir que no fuera cristiano; pero era uno que no solo no podía soportar el sufrimiento como buen soldado de Jesucristo, sino cuyo corazón había sido atraído por el mundo. ¡Cuántos Demas ha visto la Iglesia desde entonces!
Luego, después de declarar que solo Lucas estaba con él, Pablo da una instrucción que contiene un ejemplo muy precioso de gracia restauradora: «Toma a Marcos y tráelo contigo; porque me es útil para el ministerio» (v. 11). Marcos, como se recordará, ya se había alejado de Pablo y Bernabé desde Panfilia y «no los había acompañado a la obra», lo que explica por qué Pablo no consideró oportuno llevarlo con ellos en un viaje posterior (Hec. 15:37-38). Pasado algún tiempo, el apóstol escribió que recibieran a Marcos, que ahora era útil en el servicio. Véase Colosenses 4:10. Así que Marcos, antes infiel, fue restaurado. La gracia obró, y es interesante seguir los pasos de su restauración. Al igual que Demas, se le menciona 3 veces, pero ¡qué diferencia! Marcos es restaurado, y el Espíritu de Dios lo registra; Demas se vuelve infiel, infiel al testimonio, y desaparece como tal de nuestra vista.
El siguiente aviso se refiere a un obrero por el que Pablo no tenía más que gratitud: «A Tíquico lo envié a Éfeso» (v. 12). Escribiendo a los santos de Éfeso, describe a Tíquico como « amado hermano y fiel ministro en el Señor» (véase también Col. 4:7) –un juicio nada desdeñable, sobre todo si recordamos que está inspirado por el Espíritu Santo. Y fue una singular misericordia para el anciano apóstol contar, en aquel momento, con semejante siervo para enviarlo en su nombre a Éfeso.
El versículo siguiente contiene un encargo a Timoteo sobre un manto que el apóstol había dejado en Troas, libros y pergaminos. Estos podrían ser útiles en el cautiverio, y Timoteo debía llevarlos consigo. A continuación, el apóstol habla de «Alejandro el calderero», que no sabemos si es el hombre mencionado en Hechos 19:33. Aquí está marcado por el hecho de que no se le conoce como «el calderero». Aquí está marcado por la poco envidiable notoriedad de haber sido un intransigente oponente de la verdad, y en particular del apóstol. «Me ha mostrado mucha maldad», escribe Pablo, y añade: «El Señor lo recompensará conforma a sus obras» (v. 14). Lo deja así en manos de su Señor, que un día sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará manifiestos los consejos del corazón, cuando cada uno reciba lo que haya hecho en el cuerpo, sea bueno o malo (2 Cor. 5:10). Pero también aprovecha la ocasión para advertir a Timoteo del verdadero carácter de este adversario, «porque», dice, «con fuerza se opuso a nuestras palabras» (v. 15). Puede que fuera un polemista eficaz y se ganara así el aplauso de sus oyentes, pero era el instrumento de Satanás para su propia destrucción, a menos que más tarde se arrepintiera.
Llegamos ahora al relato de la comparecencia del apóstol ante su juez o jueces terrenales. «En mi primera defensa nadie estuvo de mi parte; todos me abandonaron; que esto no les sea tenido en cuenta. Pero el Señor estuvo junto a mí, y me dio poder, para que por medio de mí la predicación fuese plenamente presentada, para que la oyesen todos los gentiles; y yo fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me preservará para su reino celestial. A él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén» (v. 16-18). Este es sin duda el juicio de Pablo y, como deberíamos decir, su primera audiencia; y aprendemos que no había nadie que le acompañara al tribunal. Todos ellos «le abandonaron», y la palabra «abandonaron» es la misma que se usa para Demas, lo que demuestra que ellos, al igual que él, habían cedido al poder del enemigo. Pero si sus temores les impulsaban a actuar, la gracia estaba siempre presente en el corazón de Pablo y, haciéndole consciente de la infidelidad de ellos y de su propio abandono, le permitía orar para que el pecado no fuera puesto a cargo de ellos.
¡Cuán estrechamente tenía que seguir Pablo las huellas de su Maestro! Y con cuánta claridad fue guiado por el mismo Espíritu, a pesar de la diferencia de poder. Leemos que cuando el Señor se dejó prender: «Entonces todos los discípulos, dejándole, huyeron» (Mat. 26:56); y que antes de su muerte oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). ¡Bendita correspondencia! Pero ¡cuán pocos están preparados para los sufrimientos de semejante privilegio!
Si fue abandonado por los hombres, no lo fue por el Señor. ¿Y no podemos decir que es precisamente cuando alguien, al servicio del Señor y por su nombre, tiene que experimentar la soledad del camino del testigo fiel, cuando el Señor viene y se manifiesta de modo especial? Así fue como, en el momento de la prueba, el Señor estuvo junto a Pablo y lo fortaleció –lo fortaleció interiormente (comp. Fil. 4:13)– para que el esfuerzo del enemigo se transformara en una oportunidad de anunciar el Evangelio a los gentiles que llenaban el tribunal.
El enemigo había tratado de silenciar a este devoto testigo incitando a las autoridades públicas contra él para conseguir su condena; pero el Señor intervino y aprovechó la oportunidad para dar testimonio, a través de Pablo, a los instrumentos y a los esclavos de Satanás. De este modo, las maquinaciones del enemigo fueron desenmascaradas y derrotadas. El apóstol nos dice que fue liberado de la boca del león. En efecto, Satanás había abierto su rugiente boca de león contra Pablo; y si Pablo hubiera sido infiel, Satanás habría obtenido una victoria. Pero el Señor preservó a su siervo, y fue librado [5].
[5] Parece establecido que Nerón era el emperador en aquel tiempo; pero si esto fuera así, y si él fuera la causa principal de la persecución de Pablo, era solo el instrumento de Satanás, y Pablo no hablaría de segundas causas. Sostenemos, pues, que Satanás es el león.
Esta liberación concedida al apóstol se convirtió para él en una garantía de liberación continua de toda obra maligna (comp. 2 Cor. 1:9-10), así como en una garantía de que el Señor lo preservaría hasta su reino celestial, es decir, hasta que partiera para estar con Cristo (pues el tiempo de su partida estaba cerca) en el cielo, antes de que el Señor regresara a por sus santos, y antes de que apareciera con sus santos para establecer su reino en la tierra. Esto explica la expresión «reino celestial». El pensamiento de todas las bendiciones en perspectiva llena de alabanza el corazón del apóstol, que estalla con la inscripción: «A él sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén» (v. 18).
Después de relatar su liberación alabando al Señor, concluye la Epístola con algunas referencias más personales: «Saludad a Prisca y a Aquila, y a la casa de Onesíforo» (v. 19). Recordemos que el apóstol «se quedó con ellos y trabajaban juntos; porque su oficio era hacer tiendas» (Hec. 18:2-3). En otro lugar se refiere a ellos como «mis colaboradores en Cristo Jesús, (los cuales por mi vida arriesgaron su propio cuello; a quienes no solo yo doy gracias, sino todas las iglesias de los gentiles)» (Rom. 16:3-4).
Onesíforo ya ha sido mencionado en esta Epístola (cap. 1:16-18). Después de introducir el nombre de Erasto (véase Hec. 19:22; Rom. 16:23, pero no se sabe si se trata de la misma persona), dice: «A Trófimo lo dejé enfermo en Mileto» (v. 20). “Aprendemos aquí”, dice otro autor, “que el poder milagroso concedido a los apóstoles fue ejercido al servicio del Señor, y no para sus intereses privados, ni como su afecto personal podría haber sugerido”. Esto debe tenerse en cuenta en un momento en que se insiste tanto en la curación por la fe, ignorando la verdad de la dispensación y de la enseñanza de las Escrituras sobre el objeto de los dones milagrosos.
Se insta de nuevo a Timoteo a que venga, y a que emplee diligencia en acudir al apóstol antes del invierno. Se añaden los saludos de los demás santos: Eubulo, Pudente, Lino, Claudia y todos los hermanos.
La Epístola termina con la hermosa bendición: «El Señor sea con vuestro espíritu. La gracia sae con vosotros» (v. 22). ¿Qué mayor bendición podía desear el apóstol para su amado Timoteo? Que la presencia de Aquel que es el Señor Jesucristo, todo lo que él es expresado en estos nombres, esté con el espíritu de Timoteo, y también la gracia. ¡Que esta misma bendición sea la porción del amado lector!