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La sabiduría de arriba
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«Pero la sabiduría de arriba es primeramente pura, luego pacífica, moderada, complaciente, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial, sincera» (Sant. 3:17).
Este versículo esboza, para nuestro provecho, las cualidades de la sabiduría que viene de Dios, la sabiduría que estamos animados a pedir a nuestro Dios que no hace reproches y que da generosamente a todos (1:5). ¡Qué profundidad y riqueza en estas palabras inspiradas!
Ahora que la gracia nos ha dado a Cristo, que hemos nacido de Dios y poseemos su Espíritu, es justo que acudamos a la misma fuente para recibir una sabiduría que no es ni de la tierra ni del hombre. La bondad de la que fuimos objeto cuando solo merecíamos el juicio eterno nos anima a pedir todo lo que necesitamos en nuestra condición de redimidos, dadas las responsabilidades que conlleva nuestra nueva relación. Antes éramos «terrenales» y nuestro corazón no se elevaba más alto que la tierra; más bien, por las seducciones del enemigo, éramos propensos a hundirnos aún más. Ahora que somos «celestiales», como dice el apóstol Pablo (1 Cor. 15:48), necesitamos constantemente la sabiduría que viene «de arriba». Y ninguno de los preciosos dones del «Padre de las luces» es más importante para sus hijos (comp. Sant. 1:17). Él dará gratuitamente esta sabiduría a todos los que se la pidan «con fe, sin ninguna duda» (v. 6). El amor que nos ha manifestado y las promesas que nos ha hecho nos dan plena seguridad de ello. Si no tenemos, es porque no pedimos. Si pedimos y no recibimos, es porque pedimos mal, para gastarlo en nuestro propio placer (comp. 4:2-3). ¿Cómo puede Dios dar sabiduría celestial a aquellos cuyas mentes están en las cosas terrenales? Solo la da para honrar a Cristo y para su propia gloria.
1 - En primer lugar pura
¿Cómo describe el Espíritu Santo esta sabiduría? Es «primeramente pura». ¡Cuán digna es de Dios y del Señor Jesús, por quien sabemos lo que es Dios! Por muchos progresos que haga un hijo de Dios, nunca podrá alcanzar este nivel. Todavía hay mucho que mortificar en nuestros «miembros terrenales» (Col. 3:5). Ciertamente, «Todo el que ha nacido de Dios no practica el pecado, porque su simiente permanece en él; y no puede pecar (es decir, seguir el curso natural y el carácter de nuestra naturaleza caída), porque ha nacido de Dios» (1 Juan 3:9). Odiar el pecado y vivir para Dios eran las características de toda su familia. Pero solo cuando Cristo será manifestado que podremos ser semejantes a él. Lo veremos tal como es; entonces y de esa manera seremos transformados a su imagen (comp. Col. 3:4; 1 Juan 3:2-3). Ahora todavía llevamos la imagen del «terrenal»; solo entonces llevaremos la del «celestial». Pero «todo el que tiene esta esperanza en él se purifica, así como él es puro». Aunque tengamos “todo el cuerpo lavado”, necesitamos el lavado continuo de la Palabra para nuestros pies (comp. Juan 13:10). Necesitamos purificarnos sí mismos porque contraemos la mancilla y no somos puros como él.
2 - Después, pacífica
La sabiduría de lo alto lleva los caracteres de Cristo para satisfacer nuestras necesidades. Primero es pura, «luego pacífica» –un orden que necesitamos notar. Incluso algunos creyentes se inclinan a hacer de la paz lo principal, pero esto compromete el carácter y la gloria de Dios, que no puede soportar lo que ensucia. Puesto que somos santificados «para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo» (1 Pe. 1:2), debemos dar prioridad a su voluntad; ella debe ser el objetivo y la determinación de nuestro corazón, por muy importante que sea buscar después la paz. Esto corresponde ciertamente al espíritu y a la acción de la sabiduría de lo alto. En los Evangelios, lo vemos sin excepción en las palabras y los hechos del Señor; y no es diferente en la enseñanza que el Espíritu Santo nos da en las Epístolas.
3 - Moderada, complaciente
Además, la sabiduría de lo alto es «moderada, complaciente». ¡Qué contraste con la sabiduría humana, que tiende a ser intransigente y orgullosa! ¿Dónde se ha visto en perfección sino en el Señor Jesús? Él pudo decir, al final de su camino en la tierra: «Pero yo estoy entre vosotros como el que sirve». Por eso exhorta al mayor de sus discípulos a ser como el más joven, y al que dirige a ser como el que sirve (Lucas 22:26-27). La sabiduría celestial alimenta y alienta esta humildad y consideración hacia los demás.
4 - Llena de misericordia y de buenos frutos
Después se dice que la sabiduría de lo alto «está llena de misericordia y de buenos frutos», un recurso particularmente útil frente a los seres humanos falibles y sus acciones a menudo perversas. Para sentir y actuar con compasión divina hacia quienes cometen el mal, nosotros mismos debemos vivir en comunión con Aquel que es «benigno con los ingratos y malvados» (Lucas 6:35). Y no debe haber ninguna razón real para suponer que somos tolerantes con las faltas de los demás solo para mitigar nuestros propios defectos.
5 - Imparcial, sincera
Por último, la sabiduría de lo alto es «imparcial, sincera». Porque si somos hijos de Dios, debemos caminar como hijos de la luz, no solo en nuestra vida personal, sino también en nuestro comportamiento hacia los demás y en nuestras relaciones con ellos. Esta luz, sin embargo, se oscurece cuando permitimos que florezcan las luchas y el partidismo. ¡Qué contraste con Cristo, cuando damos lugar a algún reproche justificado de insinceridad o hipocresía! La sabiduría de lo alto evita todas estas cosas, mientras que la sabiduría terrena las permite y las admite. El espíritu de disputa es capaz de llevar incluso a una persona sincera a sentimientos y comportamientos absolutamente indignos de la vida nueva.
Esta maravillosa descripción de la sabiduría celestial termina con su efecto: «Y el fruto de justicia se siembra en paz para los que procura la paz» (v. 18).