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El misterio de la piedad
Autor:
La piedad La persona de Jesús: El hombre Cristo Jesús La Asamblea columna y apoyo de la verdad
Temas:«E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: El que fue manifestado en carne, fue justificado en el Espíritu, fue visto de ángeles, fue predicado entre los gentiles, fue creído en el mundo, fue recibido arriba en gloria» (1 Tim. 3:16).
1 - El tema del misterio de la piedad está introducido con la declaración de que la Asamblea es la columna y el cimiento de la verdad
1.1 - La Asamblea, columna y cimiento de la verdad, tiene la responsabilidad de presentar la verdad de Dios al hombre
Merece la pena examinar lo que introduce «el misterio de la piedad» (1 Tim. 3:16). El apóstol ha hablado de la Asamblea [1] de un modo práctico. No expone sus relaciones celestiales ni entra en detalles sobre la habitación en ella del Espíritu Santo, pero habla de ella como «la casa de Dios» (1 Tim 3:15a). Y es la única Casa de Dios reconocida hoy en la tierra. La Iglesia es la Asamblea del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad. A la Asamblea nunca se la llama la verdad: Cristo es la verdad; pero la Iglesia es la columna y el cimiento de la verdad (1 Tim. 3:15b). La Iglesia es la Asamblea que tiene, por así decirlo, la verdad escrita en ella [columna], y que la presenta sobre una base sólida y clara [apoyo]. En cualquier caso, la Iglesia tiene la responsabilidad de presentar la verdad de Dios al hombre de forma estable y llamativa [columna y cimiento]. El mundo no tiene la verdad, al contrario, está en las garras del error; y el error sobre Dios es, en todos los aspectos, mortal para el alma. Los paganos nunca han tenido la verdad. En cuanto a los judíos, aunque tenían la Ley, no podía decirse que tuvieran realmente la verdad, porque la verdad va mucho más allá de la Ley. La Ley es la expresión, por parte de Dios, del deber del hombre hacia Dios como hacia el prójimo. La verdad es la revelación de lo que Dios es y de lo que el hombre es, así como de cualquier otro tema del que ella habla. No es, como la Ley, una reivindicación de lo que debería ser, sino una declaración de lo que es.
[1] El término Asamblea es sinónimo de Iglesia y en este artículo utilizaremos solo el primero, es decir Asamblea.
1.2 - La verdad vino por Cristo, luego fue inscrita en un monumento, la Asamblea como columna
Cristo es quien trajo la verdad y quien es la verdad: «La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo», y esto en contraste con «la ley» que «fue dada por Moisés» (Juan 1:17). Cuando el pueblo, al que se le había confiado la Ley, se apartó de ella hasta el punto de perder su posición ante Dios, y lo hizo de forma flagrante y permanente, no solo por la idolatría, sino por el rechazo de su propio Mesías, a Dios le plugo traer al mundo la verdad en la persona del Señor Jesús, y posteriormente erigir un monumento de esa verdad, Su monumento, donde esa verdad está, por así decirlo, inscrita de forma viva. Esa es la Iglesia en la tierra. No es simplemente un gran número de individuos, sino la Asamblea, el Cuerpo de hombres que poseen, en el mundo, la verdad de Dios en el Señor Jesús, en quien creen, y de quien dan testimonio concreto por medio del Espíritu Santo, que hace de ellos la morada de Dios, su Casa en la tierra. Esto es lo que se declara aquí.
1.3 - Esta Asamblea fue formada por el Espíritu Santo enviado para revelar la verdad después del rechazo de Cristo
No hay otro Cuerpo representativo que Dios reconozca como «verdad» de Dios excepto la Palabra, ya sea en persona o escrita; ahora bien, la verdad de Dios y de parte de Dios no es solo para la vida de ahora, sino para la eternidad. Cristo, siendo la Palabra, el Hijo, era exactamente la persona adecuada para declarar a Dios Padre, a quien nadie ha visto jamás (Juan 1:18). Él mismo era Dios, Jehová, el Hijo único. Solo aquel que era Dios y estaba en el principio con Dios, por quien todo fue hecho, era competente para revelar la verdad, porque él era el camino, la verdad y la vida. Pero el Señor, habiendo sido rechazado, y habiendo realizado así la redención en la cruz, envió desde el cielo el Espíritu Santo, para que hubiera en la tierra la Asamblea de los creyentes unidos a él en un solo Cuerpo. «Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:13).
1.4 - Los creyentes, ahora unidos como uno solo por el Espíritu Santo, están llamados a dar testimonio
Lo que une no es la vida (es importante señalarlo), sino el Espíritu Santo de Dios, el bautismo del Espíritu presente en la tierra. La vida existía antes para todos los santos; habían nacido del Espíritu. Algunos de ellos eran judíos, otros gentiles (= no judíos), pero aún no estaban unidos en un solo Cuerpo. Los gentiles formaban parte de las naciones, y los israelitas estaban mantenidos aparte como tales. Pero Cristo es nuestra paz, que de los dos hizo uno, derribando el muro de clausura, aboliendo en su carne la enemistad, la ley de los mandamientos, que consiste en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo (haciendo la paz), y reconciliar a ambos en un solo Cuerpo con Dios por medio de la cruz (Efe. 2:14-16). Así, el Mesías rechazado y crucificado se convirtió en el sacrificio eficaz por los pecados, y los que creyeron en él, tienen en él la redención, así como la vida eterna. Fue entonces cuando el Espíritu Santo fue dado desde lo alto para unir en un solo Cuerpo a todos los redimidos que tienen la verdad en Cristo, –para unirlos en todo lugar (separados necesariamente de todos los demás que permanecieron judíos o gentiles en el rechazo de Cristo); ellos están llamados a dar testimonio de la gracia, como Israel de antaño fue llamado a representar la Ley de Dios.
1.5 - La Asamblea es la morada de Dios por el Espíritu, quien es también la verdad
Pero también somos cristianos individualmente; por eso cada uno de nosotros está llamado a ser testigo de la gracia práctica y a sufrir con Cristo y por su nombre. Porque la gracia y la verdad han venido por medio de Jesucristo, y el intento de cualquier cristiano de presentar la verdad sin la gracia solo puede acabar en un fracaso absoluto: en el orgullo, en la opresión de la justicia propia y en toda clase de males. Dios solo reconocerá en el cristiano «la gracia y la verdad», y eso es lo que tenemos en Cristo. Cuidémoslo, no solo en nuestra fe, sino también en nuestros caminos. El Espíritu es vida por la justicia (Rom. 8:10) –un Espíritu de fortaleza, amor y sensatez (2 Tim. 1:7). También se le llama la verdad (1 Juan 5:7), por habérnosla dado a conocer con poder. Si no hubiera sido dado por causa del Señor, nos habría abandonado hace mucho tiempo. Pero el Espíritu Santo descendió, no por causa de los cristianos o de la Iglesia, sino por causa de Cristo y de su redención. Por eso el Espíritu Santo mora para siempre, y es él quien hace de la Iglesia el Cuerpo de Cristo y la Casa de Dios, como leemos aquí. Él es esa Persona divina que, cuando Cristo fue glorificado, descendió y habitó allí. Así que no es solo una figura, como lo fue en los viejos tiempos con el templo judío, sino una gran realidad, la morada de Dios por el Espíritu. Y aquí se aplica de forma práctica; aquí, cada uno en su lugar, no solo Timoteo en el suyo, debe saber por la Palabra escrita cómo debe comportarse en este lugar santo. Porque la Iglesia, así fundada y formada, equipada y caracterizada, es la columna y el cimiento de la verdad; presenta y mantiene los medios por los que la verdad está presentada al mundo.
2 - La verdad es llamada el misterio de la piedad
2.1 - Los misterios son revelaciones del Nuevo Testamento
Una vez aclarado esto, el apóstol nos da a conocer qué es, de hecho, la verdad, y por qué se llama «misterio de piedad». Globalmente, la verdad inscrita consiste en este gran misterio. Va mucho más allá del cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. «Misterio», en las Escrituras, no significa algo inexplicable o ininteligible, sino aquello que no podría entenderse sin la revelación de Dios en el NT. Las Escrituras del AT, estrictamente hablando, no contienen misterios, aunque aluden a ellos (como en Deut. 29:29). Es en el Nuevo Testamento, desde la primera hasta la última parte, donde oímos hablar de misterio, hasta el punto de que a los que hoy son ministros de la gracia se les llama administradores de los misterios de Dios (1 Cor. 4:1). Algunos han estado dispuestos, durante mucho tiempo, a hacer misterios de los sacramentos, pero ese no es nunca el significado del término en la Escritura. Es un significado falso que se le ha dado cuando la verdad fue pervertida y que los hombres se volvieron hacia las fábulas. Los misterios son revelaciones del Nuevo Testamento, verdades que Dios se había reservado en el Antiguo Testamento, pero que ahora son reveladas en el Nuevo Testamento. Así, en este capítulo de 1 Timoteo 3:9, el apóstol habla del misterio de la fe: «guardando el misterio de la fe con limpia conciencia». Lo que Dios ha revelado a través de su propio Hijo por el Espíritu, le corresponde a la fe recibirlo ahora. La prueba no es el pasado, sino el llamado actual de Dios.
2.2 - El misterio de la fe y el misterio de la piedad
El Antiguo Testamento trata generalmente de un estado de cosas en el que la gente querría ver y saber lo que Dios dice y hace: así fue en el pasado, y así será en los gloriosos días venideros. Hoy no es así en absoluto. Como cristianos, estamos llamados a creer y confesar lo que no vemos, y no podemos conocer solo con nuestros pensamientos, sino lo que Dios ha revelado por su Espíritu (1 Cor. 2:6-12). Por eso se le llama «el misterio de la fe». Pero aquí hay otra expresión notable. Se trata del «misterio de la piedad». «E indiscutiblemente el misterio de la piedad es grande». ¿Cómo es, pues, que el Espíritu de Dios llama a la verdad: el misterio? (Es decir, el secreto) de la piedad (es decir, la piedad práctica). La «fe» y la «piedad» están, pues, indisolublemente unidas al «misterio» aquí revelado. No hay nada más práctico que la verdad de Cristo; y toda práctica que no fluya de ella es vana. La Ley exigía, pero no daba ni poder ni vida. Cristo es vida además de verdad, y el Espíritu Santo honra con su poder la fe en Cristo resucitado.
2.3 - El misterio perfectamente comprensible y revelado a plena luz por medio de los apóstoles
Una vez más, el misterio ya no está «escondido… en Dios» (Efe. 3:9); está revelado. Siempre se debe tener esto presente cuando se lee sobre el misterio, que ahora está revelado y nada queda en la oscuridad. El secreto está expuesto a la luz de Dios, y el cristiano más sencillo puede recibirlo. Así dijo Cristo a sus discípulos: «A vosotros ha sido dado el conocer los misterios del reino de los cielos» (Mat. 13:11). Todos los demás misterios de Dios son dados a conocer de la misma manera. ¿Podemos, mediante palabras, hacer desaparecer más completamente la idea demasiado común de que “misterio” significa algo incomprensible, algo en lo que la piedad no se atreve a penetrar, al menos durante el tiempo que pasamos en la tierra? Por medio del Señor y del Espíritu que actúa a través de los apóstoles en el NT, los misterios de Dios son dados para que los recibamos, los comprendamos y los disfrutemos.
2.4 - El misterio inseparable de la verdadera piedad
Además, ¿qué puede ser más indispensable para la práctica? En efecto, podemos observar que el apelativo «misterio de la piedad» muestra que el misterio es inseparable de la verdadera piedad cristiana. ¿Cómo puede ser la verdad «el misterio de la piedad»? Podemos comprender fácilmente el misterio de la «fe»; pero ¿por qué se llama misterio de la «piedad»? Porque el Espíritu Santo no permite que la «piedad» o piedad cristiana pueda ir sin la verdad, ni que la verdad pueda ser recibida en el amor de la verdad sin producir piedad. La verdad implica vivir pensando en Dios.
2.4.1 - Los que juzgan la Palabra de Dios por su mero entendimiento se convierten en incrédulos
Hombres no convertidos pueden ciertamente leer y admirar la Biblia, y algunos lo han hecho. Pero la Biblia se dirige a la conciencia, y también al corazón cuando la conciencia está alcanzada y
purificada. No se dirige al mero intelecto; y siempre que la gente se ha propuesto entenderla intelectualmente, los que lo han hecho se han convertido en heterodoxos o incrédulos. ¿Por qué? Por la sencilla y suficiente razón de que el intelecto juzga naturalmente la Palabra de Dios, mientras que Dios da su Palabra para juzgar al hombre en profundidad, puesto que este es ciertamente pecador, injusto, y ninguno tiene entendimiento ni busca a Dios (Rom. 3:10-11). Dios da, pues, la Palabra para convencer de pecado y para establecer su propia autoridad, que ejerce siempre, como debe ser, un juicio moral sobre el alma. Por tanto, suscita en su lector la cuestión de su propio estado práctico de ruina por el pecado; y la peor cosa para un hombre leer la Biblia sin que se produzca este efecto.
2.4.2 - “La alta crítica” ignora el misterio de la fe
La ausencia de este efecto es la causa de que en nuestros días esté en boga lo que absurdamente se llama “alta crítica”. Hombres no convertidos pretenden juzgar la Biblia con la vanidad de sus pensamientos y conocimientos: así se convierten, no en verdaderos críticos, sino en blasfemos de la Palabra de Dios. Cuando ignoramos el misterio de la fe, ¿existe una verdadera inteligencia espiritual? Porque Dios es siempre Dios en la luz, en el amor y en la autoridad, allí donde se recibe la verdad y se pone al hombre en su verdadero lugar de dependencia y sumisión. Nunca fue así hasta que Cristo vino (porque los santos del AT tenían promesas, que dejaban mucho en la oscuridad); y eso es exactamente lo que Cristo hizo, y siempre hace cuando la verdad es recibida por la fe. Dios tiene su propia autoridad absoluta sobre el alma, y el que recibe la verdad está sometido a Dios.
2.4.3 - La Palabra de Dios comunica la verdad con certezas. La tradición o la Ley oscurecen
Ahora bien, la única manera en que una persona sea llevada a la sumisión, es recibiendo a Cristo, pues es Cristo quien hace conocer Dios al alma. Si conocemos al único Dios verdadero y al que él ha enviado, tenemos vida eterna (Juan 17:3); si no lo conocemos, estamos perdidos. Pero cuando recibimos a Cristo y su redención (y lo necesitamos profundamente), sabemos que estamos justificados y salvados, y somos llevados a la certeza de la presencia de Dios. Cuando las personas son confusas e indeterminadas, es obvio que están oscurecidas por la tradición, la Ley u otros medios; han recibido la verdad, pero solo de una manera débil. El efecto de la verdad es que caminamos en la luz como Dios está en la luz. ¿Cómo puede ser incierto? Su Palabra es la Palabra del Omnisciente que comunica la verdad para producir en nuestros pensamientos la certeza que se debe a sus comunicaciones.
2.4.4 - La verdad enseñada por Dios produce la piedad
Por eso «indiscutiblemente, el misterio de la piedad es grande». Y es ciertamente un hecho maravilloso que la verdad enseñada por Dios produzca la piedad como simple e infalible efecto de la gracia. Dondequiera que se recibe a Cristo por la fe, sigue la piedad; y, además, como no hay verdad en otra parte, tampoco hay verdadera piedad en otra parte.
2.4.5 - Importancia de conocer cuál es el misterio de la piedad, la verdad inscrita en la Asamblea: es Cristo revelado, Cristo de principio a fin
La cuestión, pues, es claramente saber cuál es el misterio de la piedad, la verdad inscrita en la Asamblea. ¿Puede haber un tema más importante? La respuesta se encuentra ante nosotros en este llamativo versículo 16. La verdad se presenta aquí como siendo Cristo desde el principio hasta el fin, y Cristo de una manera peculiar a la revelación del NT en su conjunto. Nada podría ser más explícito que eso. No se trata de un conjunto de doctrinas, ni mucho menos de una declaración de los deberes del cristiano. Él es la verdad: la esencia de todo cristianismo es que toda doctrina y todo deber se encarnan en una persona, y esa persona es el Salvador. ¿No es esto algo que un alma sencilla puede comprender mejor que nadie? Incluso un niño puede creer en Cristo, puede encontrarlo como vida y puede experimentar Su amor. Cristo, entonces, es la bendita verdad según (o como) la piedad. De hecho, hay más que eso: Él es el secreto de la piedad; Cristo el Primero y el Último, el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; un gran misterio o secreto, pero un secreto ahora revelado por Dios con consecuencias a la altura para las almas que creen, y para las que no creen. Porque de Dios nadie se burla.
3 - Dios manifestado en carne
3.1 - Manifestado en carne y no en juicio, mientras la carne del hombre es rebelde contra Dios
Y entrando en detalles, ¿cuál es la primera visión que se nos ofrece? ¿Cuál es esta primera presentación de Cristo en el versículo? «El que fue manifestado en carne». No se trata, como en los profetas, del Dios poderoso, del Padre del siglo venidero, del Dios revelado con fuego ante él. El Dios del Antiguo Testamento era Dios en el ejercicio del poder y del juicio, Dios que traía consigo su recompensa y trataba a los hombres según sus obras. Pero aquí se nos muestra bajo una luz totalmente distinta. Dios se manifestó en carne, en una naturaleza humana. Si alguna vez hubo un modo de manifestación en el universo en el que no deberíamos haber esperado ver a Aquel que es el verdadero Dios, es «en carne». Desde siempre, la carne ha buscado complacerse a sí misma, a rebelarse contra Dios, a ceder a los malos deseos y, al menos desde el diluvio, a cometer abominaciones religiosas. ¿Quién podría o habría buscado verlo manifestado en carne o en la naturaleza humana?
3.2 - La manifestación de Dios en paciencia y bondad, y en todos sus caracteres, a pesar de la obstinación del hombre hacia el mal
No hay historia más solemne que la del hombre; Satanás o sus ángeles practicaron el mal que el hombre hace habitualmente. Cometieron un solo pecado, y perdieron su lugar –perdieron todo para siempre. Pero el hombre, ¡oh, cuán activo y pertinaz, y cuán inútil en el mal! ¡Cuán audaz y provocador contra Dios! De nuevo, ¡cuán dispuesto está a seducir a sus semejantes hacia el mal moral! y ¡con qué amor proselitista hacia el error y la falsedad! Así es el hombre y, sin embargo, Dios lo soporta. ¡Cuán asombrosa es la longanimidad de Dios con la raza, porque Dios quería salvarlo! Esta era la naturaleza en la que Dios había de manifestarse. No era en la naturaleza angélica, ni debía ser simplemente en la naturaleza divina. El misterio de la piedad debía ser mucho más profundo y grande; sin embargo, es inefablemente dulce e íntimo para nosotros. Su fundamento es el Hijo de Dios encarnado; y no solo esto, sino manifestado aquí en carne, aunque el Santo de Dios, en quien no hubo pecado (no solo que él nunca pecó). Nunca se manifestó nadie como el Señor Jesucristo: en obediencia, dependencia, devoción, humildad, paciencia, justicia, santidad, celo, pero abnegación, majestad, pero amor, inquebrantable veracidad, sin medida. Fue él quien se manifestó en carne. Era el Verbo, era Dios, era el Hijo; y si nadie había visto a Dios en ningún tiempo, ahora se manifestaba en carne, y declaraba perfectamente al Dios invisible, para que el hombre lo conociera. El hombre lo deseaba, ¡oh! cuánto; el pueblo de Dios tenía la razón más profunda para sentir su carencia. Nunca antes se había visto algo semejante; nunca volverá a haber algo semejante. Porque en su aparición se mostrará en el ejercicio del juicio: ¡qué diferente fue su primera venida! Por primera vez en las edades y generaciones, fue manifestado así, mientras que el mundo estaba desde mucho tiempo en la mentira y la iniquidad.
3.3 - Aclaración sobre la traducción de «Dios manifestado en carne» en el versículo 16
Tanto en la versión inglesa “autorizada”, como en la versión francesa Darby (JND) dice «Dios ha sido manifestado en carne». En la versión inglesa “revisada” y en el texto interlineal griego/francés del NT de Carrez, dice lo contrario: «Aquel que fue manifestado en carne». Apenas importa, pero hay un matiz. Si leemos «Aquel que fue manifestado», solo hay una persona que puede responder, el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo. No puede ser el Padre ni el Espíritu Santo de Dios. Sin querer ser absolutos, podemos decir que la lección mejor autentificada es ὅς, es decir, «Aquel que fue» (comp. Juan 1:1-3). Si tomamos esta redacción del texto, queda implícita la persona del Hijo, mientras que, si leemos «Dios», se refiere a la Deidad como tal. Pero como el Hijo es Dios, y Cristo es la imagen del Dios invisible, esto es básicamente cierto, se tome como se tome. Ciertamente estamos hablando aquí de una manifestación como se pretendía para la fe en aquel tiempo; y como fue «en carne», fue una manifestación en aquel mundo donde el mal era extremo y la carne totalmente corrupta (con la excepción del Santo de Dios). Así que la razón, en juicio moral, habría concluido que, si Dios envió a su Hijo único, no tenía otra cosa que hacer que cumplir una sentencia solemnísima.
3.4 - La manifestación en la carne fue inesperada
Pero aquí hubo algo completamente nuevo e inesperado. Vino en pura gracia. Los judíos, que tenían a los profetas, no esperaban esto. Esperaban al gran Rey que establecería su reino en Sion. Esto se proclama ampliamente y con frecuencia en el Antiguo Testamento. Pero también se proclamaba su rechazo, incluso por parte de los judíos, por lo que el Señor tuvo que introducir primero un reino de los cielos, que era todo un misterio para ellos. Porque ha subido a lo alto, y está sentado en el trono del Padre, no todavía en su propio trono (Apoc. 3:21).
3.5 - La aparición en gloria para tomar el reino todavía se llevará a cabo. La bendición del mundo depende de ello
Así que la posición del Señor es muy peculiar. Rechazado por los judíos, crucificado por los gentiles (no judíos), soportó todo el oprobio y el sufrimiento, y está sentado, resucitado y glorificado, a la diestra de Dios, hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies, cuando aparecerá en gloria para confusión de ellos, y tomará su reino del mundo (Apoc. 11:15). Allí es donde él está esperando para tomar su lugar en su propio trono, pronto; y cuando él venga, los judíos serán quebrantados ante él, y el Espíritu Santo les hará decir: «Bendito el que viene en el nombre de Jehová» (Sal. 118:26). Y en aquel día todas las naciones seguirán a los judíos: «Bendíganos Dios, y témanlo todos los términos de la tierra» (Sal. 67:7; comp. Sal. 68:26-32). Cuando llegue el momento de bendecir al mundo, Israel será redimido de la mano del enemigo y recogido de todas las tierras, del este y del oeste, del norte y del sur. La piedra que desecharon los constructores, la reconocerán como cabeza del ángulo (Sal. 118), y ocuparán su lugar en la tierra como hijos de Dios, como sus primogénitos, a la cabeza de todos los pueblos de la tierra. Hasta ese día no podrá haber bendición universal en la tierra.
3.6 - El llamado del cristiano no es terrenal, sino celestial
Dios llama ahora a salir del mundo para unirse a Cristo en el cielo. La razón es evidente. Su Hijo, el Salvador y Cabeza, está allí. Cristo es el centro de todo lo que Dios cuida; y como Cristo ha sido rechazado en la tierra y es exaltado en lo alto como el centro celestial, Dios está formando ahora un pueblo celestial, el Cuerpo de esa gloriosa Cabeza. El cristiano es, por tanto, por vocación, un hombre celestial (1 Cor. 15:48); y para él es una infidelidad a la voluntad de Dios y a su relación con Cristo si valora ser un hombre terrenal y se rebaja a ese nivel. Pero a la carne le gusta ser importante en la tierra, estar ocupada en el mundo. A la gente de hoy le cuesta renunciar a la comodidad y al honor, a la riqueza y al poder. Sin embargo, según el NT, la búsqueda de tales objetos es totalmente ajena y opuesta al cristianismo. «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo» (Gál. 6:14). ¿Cómo puede un cristiano que valora a Cristo y el Evangelio –que entra en los pensamientos de Dios al respecto– tratar de estar en buenos términos con este mundo que ha desechado a su Maestro, el Señor de todo?
3.7 - Caminar como siendo uno con Cristo
Así pues, el único camino correcto para un cristiano es caminar constantemente como uno con Cristo en las alturas. Sabemos que él caminó completamente apartado del mundo, y que declaró que nosotros no somos del mundo, como él no era del mundo. ¿Y cómo se presentaba Cristo al mundo cuando estaba en la tierra? ¿No fue despreciado y odiado? ¿No preparó a sus discípulos para que esperaran lo mismo? «Si el mundo os odia, sabed que me odió a mí antes que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como a cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido del mundo, por esto os odia el mundo» (Juan 15:18-19). El hombre celestial debe contentarse con ser como su Maestro, perseguido por la justicia y por el amor a Cristo. Por eso es una gracia, como dice el apóstol Pedro, si alguno, por conciencia para con Dios, soporta aflicciones, padeciendo injustamente (1 Pe. 2:19). «Si haciendo el bien padecéis y lo soportáis, esto es digno de alabanza ante Dios» (1 Pe. 2:20). Cuando llegue el momento de la manifestación de la gloria de Cristo, todos los que son suyos aparecerán con él en la gloria. Mientras tanto, habiendo muerto y resucitado con Cristo, estamos exhortados a buscar y a ocuparnos de las cosas de arriba, donde él está sentado, y no de las de la tierra; porque nuestra vida está escondida con él en Dios (Col. 3).
Es obvio que gira todo en torno al misterio de la piedad, o misterio de la fe, como también leemos. Está vinculado a Aquel que se manifestó en la carne y recibió la gloria. El Nuevo Testamento presenta el misterio desde el primer libro hasta el último. Pero al creyente le es dado conocer estos secretos, pues todo está ahora revelado. El creyente no tiene excusa para malinterpretar la Palabra. La manera en que el Señor nos hace entender la verdad es cuando el ojo y el corazón están fijos en Él. «Si tu ojo es simple, todo tu cuerpo estará lleno de luz» (Mat. 6:22). La gracia y la verdad que vienen por medio de Jesucristo dan luz y vida; y mientras Dios ha revelado por el Espíritu lo que antes estaba oculto, el Espíritu escudriña todas las cosas, aun las cosas profundas de Dios (1 Cor. 2:10).
3.8 - El Espíritu está en el creyente y le hace comprender la verdad y la Palabra de verdad
Por supuesto, no entramos en todo esto en un momento, pero obtenemos la suma y la sustancia indispensable y primordiales por medio de la fe en Cristo. Al recibirle, se crea una capacidad divina en cada creyente; y cuando se somete a la justicia de Dios en la redención de Cristo, se le da el Espíritu de Dios. No hablo del nuevo nacimiento, sino del don del Espíritu. Este don es mucho más que el nuevo nacimiento. El propósito del nuevo nacimiento o avivamiento es obtener la redención de Cristo, el perdón de los pecados. La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado. Somos llevados a Dios por medio de Cristo, que padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos (1 Pe. 3:18). Cuando estamos engendrados por la Palabra de verdad (Sant. 1:18), miramos fuera de nosotros mismos y encontramos descanso para nuestras conciencias en la obra de Cristo en la cruz; entonces recibimos el Espíritu Santo. Primero nacemos del agua y del Espíritu, como leemos en Juan 3:5; y cuando hemos oído la Palabra de verdad, el Evangelio de nuestra salvación, estamos sellados con el Espíritu Santo de la promesa, y no antes (Efe. 1:13).
Es tanto más importante insistir en este punto que, si tenemos la unción del Santo (1 Juan 2:20), no podemos negar que la gracia nos ha impartido poder espiritual para entender la Palabra. Si el Espíritu Santo que nos ha sido dado no trae consigo tal poder, ¿qué es lo que trae? ¿Cree usted que todo el conocimiento del mundo podría capacitar a un alma para entender una sola verdad de las Escrituras? Nunca ha sido el caso y nunca lo será. Por supuesto, aprender es útil si no lleva orgullo con ello, en cuyo caso no nos serviremos mejor que si le tiramos una piedra a un perro. Así es como podemos confundir las pretensiones maliciosas de quienes no conocen la verdad. Solo el Espíritu Santo puede comunicar la verdad en la Palabra escrita. Es allí donde debemos tomar el lugar de niños, incluso hacernos tontos, para llegar a ser sabios (1 Cor. 3:18). Al hombre culto no le gusta rebajarse tanto, y por eso tarda en aprender de Dios. Satisfecho con su saber exterior e ignorante de todo lo que nos es dado de bueno y de todo don perfecto que desciende del Padre de las luces (Sant. 1:17), solo puede hacer como un guía ciego que conduce a los ciegos a la cuneta. La verdad es lo que permanece para siempre, y eso es lo que el Espíritu Santo nos muestra en Cristo por medio de la Palabra de Dios.
3.9 - La gloria del Hijo único del Padre ha sido vista en la tierra
Lo que el apóstol nos presenta aquí, es más particularmente el «misterio de la fe», «el misterio de la piedad». El fundamento de todo esto es «Aquel que» fue manifestado en la carne. Antes de que el Hijo de Dios fuera enviado del cielo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, no era posible tal manifestación. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (y contemplamos su gloria, gloria como de Hijo único del Padre), lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14). Por eso fue también el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, un hombre tan verdadero como cualquier otro, pero muy distinto de los demás, incluso en lo que se refiere a la naturaleza derivada de su madre. Dios le preparó un cuerpo (Hebr. 10:5). «La santa Criatura que nacerá, será llamada Hijo de Dios» (Lucas 1:35).
3.10 - Aquel que fue manifestado en carne era el Santo
La naturaleza de Adán no era santa, sino, en el mejor de los casos, inocente. La inocencia se pierde fácilmente: el primer pecado la destruyó; eso fue lo que les ocurrió a Adán y Eva. Jehová juzgaba el pecado dondequiera que apareciera: no estaba permitido ante él. Pero Cristo era el Santo. No solo no pecó, sino que no había pecado en él; era santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores (Hebr. 7:26). Repelía todo mal y no estaba, en absoluto, contaminado por el pecado. Era un estado muy especial de humanidad, peculiar del Hijo de Dios. Todo era perfección; pero si algo marcó especialmente a nuestro Señor en la tierra, fue su obediencia. «He aquí que vengo para hacer tu voluntad, oh Dios» (Hebr. 10:9). Nunca antes había existido un hombre que no necesitara perdón, nunca un hombre que, si Dios hubiera sido estricto al señalar las iniquidades, hubiera podido escapar del juicio. Él era la simiente de la mujer, venido ciertamente para sufrir quebranto, pero para quebrantar a Satanás y salvar al creyente. Fue aquí donde salió a la luz la maravillosa intervención de Dios: «Aquel que fue manifestado en carne». ¿Y qué fue manifestado? Una persona divina, y esa persona divina es «el Hijo». No necesitamos subir al cielo para saber qué es Dios; a Dios se le conoce mejor y solo se le conoce a través de la manifestación en la carne de su Hijo, el Señor Jesús.
3.11 - El que fue manifestado en carne era Dios Creador y Dios Salvador
Algunas almas superficiales imaginan que la manifestación en carne solo significa que Cristo era un hombre. Pero la verdadera maravilla es saber que Aquel que fue manifestado se hizo hombre. Hablar de Moisés, de Elías, de Julio César, o cualquier otro hombre, como manifestado en carne carecería de fuerza o incluso de significado. En efecto, para cualquier mortal, no había otra forma de ser manifestado. Pero no así para él, pues el Hijo de Dios podría haber venido de cualquier manera que le complaciera. Lo maravilloso es que vino en carne. El que hizo todas las cosas, y sin el cual nada de lo que fue hecho ha sido hecho, –Él fue manifestado en carne, él que podía mandar toda la gloria. Pero el Dios Creador es el Dios Redentor. Y uno de los propósitos más importantes de esta Epístola es identificar al Dios que creó todas las cosas y que ahora es el Preservador de todas las cosas, con el Salvador. Dios es el Dios Salvador. Y se dignó manifestarse en carne. No era otro que el Hijo de Dios, pero el Hijo de Dios «Hombre» en este mundo.
4 - Justificado en el Espíritu
El siguiente hecho declarado sobre él en el misterio de la piedad fue «justificado en el Espíritu».
4.1 - Justificado durante su vida en la tierra
¿Cuándo sucedió esto? Fue en o a través del Espíritu Santo que Cristo caminó y testificó durante los días de su carne. Los mismos demonios testificaron ante él con abyecto terror. Pero el hombre lo ha insultado impune y descaradamente. ¿Cuándo ha sido él justificado de manera irrefutable? Lo trataron de bebedor de vino, de samaritano. Dijeron que tenía un demonio. No había fin a la maldad con la que hablaban del Señor Jesús.
4.2 - Justificado en Espíritu por la resurrección
Entonces, ¿cómo pudo ser justificado? Cuando resucitó de entre los muertos. Esta es la sólida justificación de aquel a quien el hombre había crucificado. Si manos inicuas dieron muerte al Señor de gloria, Dios lo resucitó, habiendo desatado los dolores de la muerte: esta es su respuesta al hombre. A esto parece referirse la expresión «justificado en el Espíritu». En la Primera Epístola a Pedro, se dice que fue «justificado en el Espíritu (o: por el Espíritu)», en contraste con «la muerte en su carne» (1 Pe. 3:18). La vivificación en el Espíritu expresa el poder divino por el que fue resucitado. Este era el ámbito del apóstol Pedro, mientras que el apóstol Pablo es el gran testigo que puso en evidencia no solo la vida y la resurrección, sino también la justificación.
4.3 - La diferencia entre la justificación de un hombre y la justificación de Cristo
No cabe duda de que la justificación tiene un significado diferente según se aplique al Señor Jesús o a alguna otra persona, porque todos los demás hombres son pecadores. Sin embargo, hay una cosa común a todos; en todos los casos la justificación significa que la persona está demostrada o determinada justa –aquí de manera intrínseca. El hombre había hablado calumniosamente contra Él, y nadie lo hizo más que la gente religiosa de la época. Los escribas, los fariseos y los principales sacerdotes estaban bien instruidos, pero fueron los peores adversarios del Señor cuando caminó en la tierra. Este es un hecho muy instructivo. Por eso Dios quiso marcar su estimación de cómo era Cristo. Y él fue «justificado en el Espíritu». El mismo Espíritu de Dios, que había guiado al «siervo justo» de Jehová (Is. 53:11) a lo largo de su vida de firme obediencia y amor, lo justificaba ahora contra el mundo que lo trataba como al peor de los malhechores. Cuán cierta es la predicción que Cristo citó de su Ley: «Me odiaron sin motivo» (Juan 15:25).
5 - Visto por los ángeles
5.1 - Visto en la tierra por los hombres
¿Y qué sucede a continuación? ¿Cuál es la siguiente parte del misterio de la piedad? «Fue visto de ángeles». Este es un hecho notable. No hay duda de que los ángeles lo vieron en cada etapa de su viaje en la tierra. Pero en la tierra Cristo era la luz de los hombres, no de los ángeles. Esto es lo que los ángeles proclamaron en su nacimiento: la complacencia de Dios estaba en los hombres, no en los seres celestiales de los que se habla aquí. Su Hijo se hizo hombre, no ángel. Por lo tanto, son los hombres, ciertamente por la redención, quienes están asociados con Cristo, mientras que los ángeles no lo están, en esos gloriosos designios de Dios de reunir todas las cosas celestiales y terrenales bajo Cristo (Efe. 1:10), y exponer el resultado ante todo el universo.
Él es «visto de ángeles» después de ascender al cielo. No hay duda de que los ángeles lo sirvieron en primero y último lugar en la tierra, cuando la hueste celestial alababa a Dios en su nacimiento. Ahora son enviados para servir a los que serán herederos de la salvación (Hebr. 1).
5.2 - Visto en el cielo por los ángeles
Pero no se trata aquí de los ángeles acompañantes. Nuestro Señor, habiendo sido justificado en Espíritu, fue presentado entonces donde los ángeles son lo que podemos llamar habitantes nativos, donde los hombres no tienen lugar natural. La tierra es dada a los hijos de los hombres, pero el cielo está lleno de miríadas de ángeles; allí también ha ido el Señor resucitado. Dejó este mundo y entró en una condición adecuada para el cielo, donde es «visto de ángeles». Los hombres que estaban mucho más interesados en él, no lo han visto más, pero los ángeles lo ven. Es un hecho que supera la expectativa de Israel a propósito del Mesías. Podían saber que el Hijo del hombre vendría en las nubes del cielo, y que sería investido con dominio eterno sobre todos los pueblos, naciones y lenguas. Pero no había ninguna indicación de que el Señor sería rechazado por los judíos mientras se formaba la Iglesia en unión con él en la tierra. Además, y con este propósito, el Señor tiene un cuerpo ahora, tanto como cuando estaba en la tierra. La resurrección y la ascensión son, por tanto, verdades centrales del cristianismo. «Visto de ángeles» es coherente con su sede en lo alto, donde ya no lo conocemos según la carne. Cuando venga a reinar en la tierra, de lo que los profetas hablan especialmente a Israel, «todo ojo lo verá» (Apoc. 1:7).
6 - Predicado entre los gentiles
6.1 - Contraste con lo que se esperaba
¿No hay algo que está ocurriendo entre tanto, en lo que concierne al mundo? Hay una obra admirable de Dios. «Predicado entre los gentiles». Jamás se hubiera podido concebir un hecho más repulsivo para los judíos tal como eran. Hasta Pedro quedó sumamente asombrado, aunque el Señor, antes de dejar la tierra, los había preparado a todos para ello. Las comunicaciones de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son hoy suficientemente claras para todos. Sin embargo, Pedro hizo todo lo posible para evitar de ir, y posteriormente se comportó mal en Antioquía. Vemos aquí, pues, que el Señor Jesús, Jehová de los ejércitos, en lugar de reinar gloriosamente en el monte Sion y en Jerusalén y ante los ancianos (lo que Isaías y los demás profetas habían enseñado a esperar), fue «predicado entre los gentiles».
6.2 - El cristianismo, una obra nueva e inesperada
Fue una obra nueva e inesperada, «hasta que entre la plenitud de los gentiles» (Rom. 11:25), mientras una ceguera parcial había llegado a Israel (pues siempre hay un remanente). «Predicado entre los gentiles» es el cristianismo, que fluye de Cristo como se conoce ahora en el misterio de la piedad. ¿Puede haber algo más profundamente interesante e importante para nosotros que no somos judíos, sino que pertenecemos a las naciones? Porque ahora Dios hace, de personas como nosotros, el objeto explícito de su llamado. Cristo rechazado pero glorificado es predicado ahora «entre los gentiles». ¡Cuán grande es nuestra deuda con respecto a su gracia revelada en el misterio de la piedad! No hemos oído en vano. Hemos recibido a Cristo y ya estamos en relación con Dios mismo, pues no hay otro medio.
6.3 - La falsa doctrina de la sustitución de Israel por un reino de gentiles/naciones
«Este misterio» está explicado el apóstol a los santos de Roma, que un día lo olvidarían, y devenir sabios según sus propias ideas, e imaginarse que Israel está abandonado sin esperanza para dejar para siempre el lugar a los gentiles en un reino que no sería destruido. ¡Vana ilusión! ¡Corrupción romana! –Una corrupción que pronto conducirá a la caída de «Babilonia la grande». El verdadero cristianismo, resultado de Cristo «predicado entre los gentiles», es el testigo de su regreso para juzgar a todos los enemigos y al mal, aquel cuyo dominio es un dominio eterno que no pasará (Dan. 7:14).
7 - Creído en el mundo
7.1 - Creer, no es recibir al Rey del reinado del Mesías
Nótese que la siguiente afirmación está perfectamente en su lugar, al igual que todas las demás. Se suceden en un orden regular, de modo que es imposible mover una de su lugar sin dañar el orden de la verdad. Por eso, después de decir que fue predicado entre las naciones, se dice: «creído en el mundo». No hay afirmación más exacta. No se trata del reinado del Mesías en Palestina o del “Rey sobre toda la tierra”; menos aún del anuncio de un reinado del Evangelio, aunque existe el Evangelio del Reino. El Señor pronto vendrá a reinar en poder y gloria, y nadie se equivocará cuando llegue Su día. Ahora está ocupado con su obra celestial. Pronto pedirá y tendrá por heredad a las naciones y por posesión suya los confines de la tierra (Sal. 2:8). Inaugurará su reino gobernándolas con vara de hierro, porque son rebeldes, y las quebrará como vasija de alfarero. Este es su reino en la tierra, y esta es la verdad, una verdad que los hombres terrenales no aman, porque prefieren algo agradable para sí mismos, en vez de sufrir con Cristo ahora y reinar con él en aquel día. Pero el primer deber del cristiano ahora es seguirlo como él caminó, no para estar por encima de su Maestro, sino para estar perfeccionado como él es perfecto.
7.2 - Aceptar a Cristo como el rechazado
Nuestro primer deber es incuestionablemente aceptar su rechazo en la tierra, que es lo opuesto a buscar la comodidad y la gloria terrenales. Los santos de Corinto fueron reprendidos severamente por el apóstol (1 Cor. 4), cuando este error comenzó a manifestarse entre ellos. «Ya estáis saciados; ya os enriquecisteis; ya reináis sin nosotros» (v. 8). Se relajaban, reinaban como reyes sin el apóstol. «Y ojalá reinaseis, para que también nosotros reinemos con vosotros», es decir, en la aparición de Cristo. En lugar de eso, Dios presentó a los apóstoles, no vestidos de púrpura y lino fino, celebrando suntuosos banquetes todos los días, sino los últimos de todos –aunque eran los primeros en poder y autoridad espirituales– como hombres condenados a muerte, dados en espectáculo ante el mundo, tanto ante los ángeles como ante los hombres. Consideremos 1 Corintios 4:10-13; veamos cómo, en 1 Corintios 11:1, exhorta a los santos a ser imitadores suyos, como él lo fue de Cristo. El cristianismo, por desgracia, ha seguido las andanzas de los corintios, no las del bendito apóstol. No cabe duda de que el cristiano está fortalecido para soportar con gozo las aflicciones de Cristo por amor de su Cuerpo y por el Evangelio (léase Col. 1 y 2).
7.3 - Ahora, la gloria es sufrir con Cristo. La obra de Cristo nos hace aptos para la gloria futura
Ciertamente el apóstol se regocijaba en estos sufrimientos y daba ejemplo a todos los que quisieran ser fieles. Ahora, la gloria es sufrir con Cristo. Es una trampa del enemigo querer cortejar al mundo o permitirle que entre en nuestras vidas. Estamos puestos en contraste con las naciones que no conocen a Dios y buscan los honores presentes, mientras que nuestro verdadero objeto de esperanza es la venida del Señor Jesús, a quien esperamos. La obra de Cristo nos hace aptos para la gloria. El apóstol Pablo con Silas, dice: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa» (Hec. 16:31). Y los que crean serán reunidos, a su debido tiempo, al Señor en las alturas, estando hechos conformes a su imagen (Rom. 8:29): no unos pocos santos elegidos, sino absolutamente todos.
7.4 - Toda la Iglesia será arrebatada. No habrá arrebato parcial
Cuidado con la nueva idea de cristianos superiores, que serán los únicos que arrebatados. Tales predicadores siempre se dan crédito a sí mismos por esta superioridad. Cuando el Señor venga, se llevará a toda la iglesia, su Cuerpo. En su Cuerpo hay diferentes miembros, algunos «más débiles», como dice el apóstol, otros «menos dignos» (1 Cor. 12:22-23). Pero la gracia de Dios mitiga el Cuerpo, dando más honor a la parte que carece de él, de modo que no haya división en el Cuerpo, sino que los miembros tengan el mismo cuidado los unos de los otros. Frente a tal principio, ¡qué triste es entregarse a fantasiosas ensoñaciones, que dan paso a la vanidad personal y al desprecio de lo que es mejor en los demás! No cabe la menor duda de que «los que son de Cristo» serán transportados al encuentro del Señor en su venida. Tal es la enseñanza positiva de 1 Corintios 15:23, y tal es la fuerza evidente de 1 Tesalonicenses 4:14, 16-17. Ningún otro pasaje de la Escritura modifica ni lo uno ni lo otro. No hay base para tal ilusión en toda la Biblia.
8 - Recibido arriba en gloria
8.1 - «Recibido arriba en gloria» desplazado en cuanto al orden del versículo 16 para contrastar con el comienzo de 1 Timoteo 4
Finalmente viene la expresión «recibido en gloria». Señala la condición permanente de Cristo en las alturas: exaltado en gloria. Es allí donde habita: ¿por qué esta expresión en último lugar? Al parecer, este orden fue establecido para presentar un contraste entre Cristo y lo que harían los «demonios» o espíritus seductores en los últimos días, según el capítulo 4 que sigue. Cristo «recibido en gloria» avergüenza los esfuerzos de los hombres que siguen a los espíritus malignos en acción, diciendo mentiras (divulgando fábulas) por hipocresía, despreciando el matrimonio y ensalzando la abstención de los alimentos que Dios creó para ser tomados con acción de gracias por los fieles y los que creen y conocen la verdad.
8.2 - Otros ejemplos en la Palabra de órdenes invertidas
Usted puede preguntar si hay otros ejemplos en la Palabra de Dios de desviación especial respecto al orden. Tomemos Apocalipsis 1:4-5. Todo el mundo sabe que el orden habitual, según la misión dada a los apóstoles (Mat. 28:19), es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero en la bendición u oración de 2 Corintios 13:14, el apóstol, por una buena razón, comienza con la gracia del Señor Jesucristo. En Apocalipsis 1:4-5 el orden se invierte, por una razón igualmente buena, y el Señor Jesús está colocado en último lugar. «Juan a las siete iglesias que están en Asia: Gracia y paz a vosotros de parte del que es, y que era, y que viene». Luego tenemos «y de los siete Espíritus que están delante de su trono». Por último, tenemos «y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra». Una vez más, esto es claramente una desviación de colocar al Señor en segundo lugar. Pero la razón de esto no hay que buscarla lejos. El Señor Jesús solo está presentado en su gloria terrenal, y de tal manera a estar seguido inmediatamente por un paréntesis de alabanza de los santos, y luego por el testimonio de su juicio venidero en la tierra. Esto no habría sido posible si «los siete Espíritus» hubieran ocupado la tercera posición. En todos los casos el orden especial está justificado por el contexto.
8.3 - Cristo «recibido en gloria» contrasta con el poder de Satanás que busca apartar de la fe
Lo mismo ocurre aquí. Históricamente Cristo «recibido en gloria» debería seguir a su justificación en el Espíritu; pero si se hubiera colocado ahí, habría faltado el contraste con el poder de Satanás que busca apartar de la fe. Pues «creído en el mundo» sería entonces la contrapartida de esa desviación. Pero el verdadero contraste se encuentra en «recibido en gloria», y explica el orden requerido. Es en Cristo, visto de esta manera, donde se encuentra lo que libera. Estos espíritus seductores, estos demonios, que divulgan falsas enseñanzas, animan a los hombres que son sus instrumentos, para apartar de la fe; hablan bien, pero con mentiras y socavando hipócritamente la verdad. Las mentiras religiosas y los fraudes piadosos son las peores obras del enemigo. En este caso, niegan los derechos de creación de Dios pretendiendo una santidad superior.
Pero Cristo, «recibido en gloria», los refuta. Los que se han apegado a espíritus seductores se han dejado llevar por la hipocresía de hombres que dicen mentiras, cauterizando la conciencia, prohibiendo… Este es el sentido correcto del capítulo 4:2, porque los demonios no tienen una conciencia que pueda ser cauterizada, mientras que sus agentes mentirosos sí la tienen. Si adoptamos la versión ordinaria del texto bíblico (KJV o JND [2]), nos vemos obligados a identificar a los mentirosos y a los espíritus seductores, como sin duda se encuentra en otras partes del NT en casos de posesión demoníaca.
[2] Nota de Bibliquest sobre el texto bíblico de 1 Timoteo 4:1-3:
- W. Kelly traduce 1 Timoteo 4:2 de forma diferente a la versión Darby y a la versión inglesa autorizada.
- Traducción de W. Kelly: «Por la hipocresía de fabuladores, cauterizados en su conciencia».
- Traducción de J.N. Darby y de King James (KJV): «Hablando mentiras con hipocresía, teniendo cauterizada su propia conciencia».
8.4 - 1 Timoteo 4:1-3 y las semillas del gnosticismo: pretensiones de una santidad superior
Es singular que la pretensión a una santidad superior a la del Evangelio vaya acompañada y dependa del desprecio a las criaturas de Dios y, en consecuencia, ¡de un ataque a Su gloria como Creador y Preservador de todo! Y esto es lo que sucedió: las primeras semillas del gnosticismo condujeron más tarde a la especulación más atrevida del maniqueísmo, es decir, a la impiedad de imaginar un Dios Creador malo y un Dios bueno en el Nuevo Testamento. Esto condujo al sueño de la materia como esencialmente mala, de la comida (animal al menos) como inmoral, del matrimonio como degradante para lo espiritual. De ahí el rechazo de cualquier uso legítimo de la Ley y el desprecio del Antiguo Testamento y de los ancianos que obtuvieron el testimonio de agradar a Dios (Hebr. 11:2, 5). Las expresiones: «El que fue manifestado en carne» y luego: «Recibido en gloria» disipan todo el sistema como una mentira de Satanás. Como no hay más que un Dios, no hay más que un Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús; pero nunca se manifestó más como Dios que cuando se dignó hacerse hombre para glorificar a Dios y salvar a los hombres.
Y aquel que descendió en amor hasta una profundidad insondable como rescate por todos, es el mismo que fue justificado en espíritu por la resurrección; aquel que fue exaltado en gloria es tan verdaderamente hombre como cuando nació o murió. Así, el Dios Creador es el Dios Salvador, y el Hombre que sufrió en la cruz es el Hombre glorificado en las alturas. Y el creyente que está llamado a compartir con él ahora, será hecho conforme a Su imagen en su venida (Rom. 8:29). Despreciar lo que Dios ha sancionado desde el principio, y lo que ha dado al hombre desde el diluvio para que lo use, es mostrarse su enemigo y ser esclavo de Satanás; y es aún peor si también se pretende una santidad superior a la de Cristo y al Evangelio de Cristo.
Lo mismo se aplica a todos los sistemas de vida superior, santificación absoluta o perfección en la carne. No son de Dios, sino del enemigo; ofenden el Evangelio y destruyen la verdadera santidad. La verdad más plena de Dios, la más y completa, que ahora se disfruta en la Iglesia tiene por objeto profundizar la reverencia a la autoridad de Dios en el mundo, así como en las relaciones terrenales de esta vida; Satanás trata sobre todo de disolver todo esto con la pretensión de principios más elevados, para después derrocar a la persona de Cristo y a la vez la Iglesia, todo privilegio real, y a la misma verdad.
8.5 - La humillación del Señor y su elevación en la gloria
Porque, como ilustra notablemente este pasaje, el centro de la verdad está en la persona de Cristo; es él quien asegura toda piedad, no solo por el hecho de haber descendido en amor, sino como glorificado en la justicia de Dios. Es aquel que no consideró cosa a que aferrarse ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomó la forma de esclavo y se hizo semejante a los hombres; y habiendo sido hallado semejante a los hombres, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios también lo exaltó (Fil. 2:6-9). Así pues, la gloria personal de Cristo, el Hijo de Dios, dio paso a su gloria moral cuando se encarnó, descendiendo hasta el extremo en amor, obediencia y sufrimiento por el pecado para gloria de Dios a toda costa. Hoy, la gloria celestial e incluso universal le ha sido conferida por Dios como Hombre «recibido en gloria». Es el ejercicio de una nueva justicia, la justicia de Dios en respuesta a los sufrimientos infinitos de Cristo; es también el fundamento de la bendición y de la gloria para todos los que creen en él.
Así, en Juan 13:31, el mismo Señor dijo, una vez que Judas salió para traicionarle: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo, y enseguida lo glorificará».
8.6 - Este resumen sobre la Persona de Cristo está marcado por la inspiración divina y es apropiado para esta Epístola
Este es el alcance de este maravilloso resumen, como ya hemos visto, en perfecto acuerdo con las otras Escrituras que acabamos de mencionar, cada una de las cuales tiene su propósito y carácter especiales en armonía con el propósito del libro en el que se encuentra. Este es, de hecho, el sello invariable y la prueba de la inspiración divina. Algunos lo han llamado el credo del apóstol; otros han supuesto que incorporó en él una fórmula de uso más o menos general. Pero estas suposiciones son tan infundadas como inútiles. Es parte necesaria y esencial de esta Epístola a Timoteo, y de ninguna otra; expresa la línea especial de doctrina del autor, y de ningún otro apóstol, aunque también muestra el poder inspirador del Espíritu Santo, como toda la Escritura.