Caminar en la verdad
Autor:
La marcha del cristiano La Asamblea columna y apoyo de la verdad Permanecer y andar en la verdad
Temas:Extraído de la revista «Truth for the Last Days», Vol. 10
Cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios se complació en dar una revelación perfecta de sí mismo en Cristo, se dijo: «Vimos su gloria… lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14), porque la verdad es una Realidad –la revelación de todo lo que Dios es, que pone cada cosa en el lugar que le corresponde en relación con él. Al que Dios se da a conocer, tal como se revela en Cristo, y por ese conocimiento se aleja de la niebla del error, está introducido en la esfera de la verdad.
La Palabra de Dios es la verdad. La palabra «verdad» se menciona en todo el Nuevo Testamento, pero aparece particularmente en el Evangelio y en las Epístolas del apóstol Juan, así como en las Epístolas a Timoteo. En la medida en que estos escritos se encuentran entre los más recientes del Nuevo Testamento, esto nos indica que cuando el error comenzó a manifestarse en el seno de la Iglesia, el Espíritu de Dios empezó a hacer hincapié en la «verdad». El aspecto “verdad” del cristianismo se enfatizó en contraste con el error.
En el sistema del mundo, la verdad está ausente. Hay, por supuesto, hombres honestos que no mienten a sabiendas, pero lo que caracteriza al mundo es la vanidad. Fuera de la revelación de Dios, especulamos y andamos a tientas en la oscuridad, sin llegar nunca a la realidad de las cosas. Cuando Pilato hizo su pregunta: «¿Qué es la verdad?» (Juan 18:38), hablaba cínicamente. Como gobernador romano, podía ceder a la demagogia y dejarse pervertir por el dinero, pero sabía muy bien lo que ocurría entre bastidores.
Cuando llegó a la presencia de la Verdad encarnada, lanzó su pregunta como si supiera que la verdad no podía obtenerse en este mundo, y se escabulló sin esperar respuesta. Podemos comprender muy bien sus sentimientos.
Si sabemos algo del complejo mundo actual, podemos hacernos la misma pregunta. Las personas están constantemente razonando, discutiendo, oponiéndose y llegando a conclusiones muy contradictorias. ¿Qué es la verdad en la esfera política? –¿Comercial? –¿Nacional? –¿Científica? En este último ámbito, tomemos solo una pequeña rama y preguntémonos: ¿Qué es la verdad médica? Inmediatamente nos enfrentamos a las afirmaciones contradictorias de escuelas rivales. Cada una puede demostrar algo a su favor, y cada una puede ser acusada de muchos errores por sus oponentes. Los que más saben admiten fácilmente que, aunque adquieren ideas y conocimientos, la realidad, el verdadero carácter de las cosas, se les escapa.
Ahora bien, Dios se ha manifestado en la tierra, y esto nos está presentado especialmente en los escritos de Juan, de ahí el uso frecuente de la palabra «verdad» en esos escritos. Esta revelación nos llegó en el Señor Jesucristo, que pudo decir: «Yo soy… la verdad», y: «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Juan 14:6, 9). Él es quien materializa a Dios, expresando perfectamente todo lo que él es; en el conocimiento de Cristo tenemos, pues, la llave que abre la realidad, en todo.
Además, «el Espíritu es la verdad» (1 Juan 5:6), pues es él quien hace efectivo en nuestros corazones todo lo que se pone objetivamente ante nuestros ojos en Cristo.
Por el conocimiento de Cristo, por la habitación y la enseñanza del Espíritu, entendiendo la Palabra del Padre en toda su fuerza santificadora, nuestra mente y nuestro corazón están introducidos en un mundo de realidad. Pronto entraremos en él en cuerpos glorificados, pero ya lo conocemos por la fe.
Las Segunda y Tercera Epístolas de Juan ocupan aquí un lugar muy distinto. En ambas, la verdad está considerada como la piedra de toque de todo. En la Segunda, debemos protegerla rechazando con firmeza cualquier cosa que la socave o la niegue. En la Tercera, debemos apoyarla identificándonos de todo corazón con quienes la mantienen y propagan. La verdad es la piedra de toque de todo porque es la piedra fundamental de todo.
Es más, la verdad «permanece en nosotros, y estará con nosotros para siempre» (2 Juan 2). Esto enlaza con lo que hemos visto. El Espíritu que habita en nosotros es el Espíritu de verdad, de modo que la verdad habita en nosotros. Estaremos para siempre con Cristo, que es la Verdad, así que la verdad estará con nosotros para siempre. Pero la verdad que habita en nosotros debe, por supuesto, caracterizarnos; debemos expresar una manifestación correcta para que los demás puedan observarla y, si es necesario, dar testimonio de ella.
A la señora elegida de la Segunda Epístola, el apóstol le dice: «Mucho me alegré de haber encontrado a algunos de tus hijos andando en la verdad, como hemos recibido mandamiento del Padre» (v. 4).
A Gayo le dice: «Me alegré mucho cuando vinieron unos hermanos que dieron testimonio de tu verdad, cómo andas en la verdad» (3 Juan 3). Por la energía del Espíritu, estaba caracterizado por la verdad –es decir, su personalidad estaba formada por ella y, en consecuencia, regía prácticamente su vida–caminaba en la verdad. Fue esta conducta en la verdad que demostraba a los hermanos que la verdad estaba en él, y así pudieron dar testimonio de ella.
La importancia de todo esto puede verse en lo que dice el apóstol: «No tengo mayor gozo que este: el oír que mis hijos andan en la verdad». Los gozos del cristiano son tan grandes y tan numerosas que las palabras: «No tengo mayor gozo», muestran realmente la importancia que para él revestía el hecho de caminar en la verdad. Cuando esto se realizaba en sus hijos, su gozo se desbordaba.
Caminar es quizás la actividad más simple y primitiva de la raza humana, y por lo tanto simboliza naturalmente la actividad. Caminar en la verdad es asegurarse de que toda actividad –pensamiento, palabra, ir y venir, obra, toda acción de la mente o del cuerpo– esté regida por, y de acuerdo con, ese mundo de la realidad que tiene como centro a Dios mismo revelado en el Señor Jesús, y como límites, la plenitud de su voluntad y de su Palabra. Es, en verdad, una norma alta, pero ni demasiado elevada ni inalcanzable. Podemos caminar en un mundo de vanidad, regido por realidades divinas.
Que tomen buena nota nuestros lectores. Es tan fácil conformarse con una norma muy diferente. Tomaremos un punto para ilustrar lo que queremos decir.
Durante el siglo 19 muchos cristianos se dieron cuenta del triste estado de sectarismo y división en que había caído la Iglesia. Se produjo un profundo ejercicio y se recuperaron muchas verdades olvidadas. Sin embargo, la historia habitual de la restauración se repitió. El poder que permitió la restauración se debilitó, y se produjo un nuevo deslizamiento hacia el sectarismo y la división. Esto ha llevado, con razón, a nuevas angustias y nuevos ejercicios del corazón. Como resultado, muchas personas no se conforman con continuar indefinidamente con lo que se ha convertido en un estado sectario. Hasta aquí, todo bien.
Pero, ¿qué ideales perseguimos? Tenemos la impresión de que algunos verían una posición no sectaria que parece muy atractiva y acertada. ¿Cómo podemos distanciarnos de lo sectario y tener una posición no sectaria? Esa es la gran pregunta. La respuesta no es fácil de encontrar, pero algunas cosas nos vienen a la mente.
Por ejemplo: sintiendo la necesidad de tener comunión cristiana en tal o cual dirección, deberíamos ampliar nuestra comunión todo lo posible para evitar cualquier acusación de estar asociados o realmente vinculados a una secta. Probablemente deberíamos mostrar un poco menos de interés por los cristianos con los que nos reunimos que por aquellos con los que no lo hacemos. En cuanto al servicio y al ministerio, deberíamos demostrar que no pertenecemos a ningún “partido” invitando a hablar a personas que pertenecen a “partidos” distintos de aquel al que podríamos parecer pertenecer. Sin embargo, incluso eso sería una demostración pobre e imperfecta de una posición no sectaria, porque si perteneciéramos a un partido A, difícilmente podríamos demostrar que somos genuinamente no sectarios simplemente invitando a oradores de los partidos X o Y. Solo tendríamos que demostrar que somos del partido A+X+Y en nuestras simpatías. Para demostrar que no somos sectarios deberíamos conseguir representantes de al menos todas las demás sectas de la cristiandad; y el esfuerzo así realizado para demostrar que no pertenecemos a ningún partido daría como resultado que reconoceríamos a cualquier partido.
Escribir cosas así solo sirve para mostrar lo imperfectas e irrelevantes que son. Proseguir un ideal negativo nunca lleva a ninguna parte. Necesitamos cosas positivas.
Y es muy positivo caminar en la verdad; ese es el objetivo que se nos propone proseguir. Lo positivo supera con creces lo negativo. Por ejemplo, si crecemos en el conocimiento de la verdad sobre la Iglesia, su origen, su carácter, su orden en la tierra, su unidad, su gobierno por su exaltada Cabeza en el cielo, su conducción por el Espíritu que se encuentra en su seno, y si nuestros corazones están tan imbuidos de esa verdad hasta el punto de controlar nuestras mentes y hacernos caminar en la verdad, ciertamente no seremos sectarios, aunque no podamos cambiar o sanar el estado sectario en el que ha caído la Iglesia. Seremos no sectarios, pero iremos mucho más allá de una mera postura sectaria, pues adoptaremos una verdadera postura de «iglesia» o «asamblea». Deberíamos caminar en la verdad de la Iglesia, siendo responsables de caminar en esta parte de la verdad de Dios como en todas las demás partes.
Porque la Iglesia aún permanece en la tierra, por supuesto, y la verdad sobre ella permanece. En primer lugar, debemos esforzarnos por familiarizarnos con esa verdad estudiando en oración la Palabra de Dios. En segundo lugar, debemos reconocer que solo podemos caminar en la verdad sobre la Iglesia en compañía de otros: de ahí la necesidad de “humildad, mansedumbre, longanimidad, paciencia mutua en el amor” que Pablo nos recomienda. En tercer lugar, debemos reconocer que, aunque la mayoría de los que componen la Iglesia son más o menos indiferentes a estas cosas, no debemos esperar a que todos estén dispuestos a caminar en la verdad de la Iglesia para caminar nosotros en ella. Nos incumbe caminar en esa verdad con el mayor número posible de personas que estén dispuestas a ello, independientemente de lo que hagan otros.
Veamos un ejemplo. En las últimas etapas de la gran guerra, en la primavera de 1918, hubo una gran retirada británica en la que participaron cientos de miles de hombres. Cuerpos de ejércitos, divisiones y batallones estaban dispersos y revueltos. Durante un tiempo, mientras las tropas se retiraban a posiciones muy retrasadas, reinó la confusión. Imagínese que unas docenas de hombres de la 10ª División, mezclados con unidades de otras divisiones, llegaran a un cuartel general y encontraran órdenes publicadas para su división. Las instrucciones del Estado Mayor les indicaban que debían reunirse en un lugar determinado y llevar a cabo ciertas tareas. ¿Qué dirían y qué harían? Podrían decirse a sí mismos: “El Estado Mayor no puede ver la situación en la que nos encontramos. No tiene sentido intentar nada en las circunstancias actuales. Para emprender lo que se nos ordena, tendríamos que reunir el 75% o tal vez el 50% de nuestras fuerzas. Tal como están las cosas, sería mejor hacer cada uno lo mejor que podamos”. Y continuarían con sus intentos desordenados de resistir o retirarse.
Sin embargo, su estricta formación militar probablemente les haría decir: “Estas son nuestras órdenes, no sabemos cuál será el resultado, pero hagamos lo que se nos ordena”. Y, por obediencia, irían y actuarían, sin preocuparse de cuántos otros harían como ellos. En cualquier caso, seguirían las órdenes de su división y contribuirían así a la realización de los planes del mando superior, que sabe mucho más que ellos sobre el estado real de las cosas. ¿No serían sabios y merecedores de sus medallas?
Nótese que al hacerlo no solo serían obedientes, sino que permanecerían en su lugar en la vasta organización del ejército británico; se considerarían a sí mismos como una mera parte de ese inmenso cuerpo de tropas, en lugar de verse como un pequeño grupo separado, actuando de forma “sectaria”, por así decirlo.
Todo tipo de circunstancias extrañas e imprevistas han podido dividir a los hombres en grupos más pequeños. Los diferentes grupos en retirada podrían sentirse “a la deriva” e intentar salir de su posición “sectaria” por diversos medios. Pero nada les sacaría realmente de ella a menos que cada grupo descubriera las órdenes del cuartel general y las cumpliera obedeciéndolas inmediatamente. Ese grupo ocuparía entonces el lugar que le corresponde en el conjunto del ejército y no se situaría en líneas “sectarias”.
Lo anterior es solo una ilustración y, como todas las ilustraciones, es imperfecta y no debe ser llevada más allá de lo que ilustra, a saber: «andar en la verdad» –especialmente en lo que se refiere a la verdad referente a la Iglesia.
La verdad positiva, y toda verdad, debe, pues, regirnos. La verdad sobre la Iglesia ocupa un lugar muy importante, pero no es en absoluto toda la verdad, ni la verdad de la que habla especialmente el apóstol Juan en sus escritos. Él trata de la plenitud de lo que nos ha sido revelado en Cristo: nos presenta a Dios, por así decirlo, para que podamos estar situados en el conocimiento pleno y verdadero de él mismo, participando de su vida y de su naturaleza. Para resumir su enseñanza, con sus propias palabras, podemos decir: «Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para que conozcamos al Verdadero; y estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna» (1 Juan 5:20). Ahora estamos introducidos en la comunión de todas estas bendiciones. Caminemos en esa comunión. Entonces, no solo estaremos marcados por la obediencia a la verdad que Pablo transmitió, sino también por esa dulce y bendita comunión con Dios a la que Juan nos exhorta.
En la Segunda Epístola, el apóstol da instrucciones a una dama cristiana y a sus hijos para que tomen medidas firmes para perseverar en la verdad en la que estaban caminando. En aquel tiempo, una doctrina anticristiana anunciaba que Jesucristo no había venido en carne. Había sido introducida por seductores que pretendían “adelantarse” en la doctrina, yendo más allá de lo anunciado por los apóstoles. En este caso, sin embargo, incluso una dama cristiana y sus hijos estaban obligados a conocer la verdadera doctrina, y si alguien no la traía, no debían recibirlo en su casa ni saludarlo fraternalmente.
Las divagaciones doctrinales de los falsos maestros parecen infinitas. Todo lo que tenemos que hacer es conocer la verdad, y rechazar lo que no es la verdad y a los que propagan errores fundamentales. Esa es nuestra salvaguardia.
La Tercera Epístola de Juan contiene otro elemento que puede animarnos. Puede que no tengamos un don especial o una gran energía espiritual, pero podemos «cooperar con la verdad».
Estas palabras fueron escritas a finales del siglo 1. El apóstol Pablo había anunciado que hombres se levantarían incluso de entre los ancianos de la Asamblea y anunciarían doctrinas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos (véase Hec. 20:30). Así sucedió; Diótrefes fue claramente uno de ellos. Los apóstoles, con la excepción de Juan, habían desaparecido y, dada la visible defección entre los ancianos y líderes, el Espíritu de Dios suscitaba e instaba al servicio a otros hombres, que podían ser de mucha menor estatura, pero que no debían ser despreciados.
Estos devotos hermanos, extraños a Gayo, a quien iba dirigida la Epístola, habían salido a servir por el Nombre y, sin recibir nada de los gentiles, dependían enteramente de Dios. Evidentemente, no contaban con ningún apoyo oficial que justificara lo que hacían; estaban impulsados simplemente por el Nombre. Diótrefes, con su celo pervertido por el orden oficial, podía rechazarlos, pero Gayo debía recibirlos. El apóstol insiste en este punto. No se nos da simplemente el privilegio de recibirlos, de modo que, si quisiéramos, podríamos renunciar al privilegio e ignorarlos. Es una responsabilidad manifiesta que recae sobre nosotros. «Debemos recibir». El verbo «debemos» indica una obligación. No es algo que podamos hacer para agradar a Dios, sino algo que debemos hacer.
Al hacerlo, nótese, «cooperamos con la verdad». Nuestra atención no se fija en los hombres a los que podemos ayudar, sino en la verdad que portan y representan en alguna medida. Gayo podía ser su compañero de ayuda, y eso estaba bien. Pero les ayudaba porque defendían la verdad y él realmente quería hacerla avanzar. Los acogía y les ayudaba por la verdad y no por sí mismos.
Eso nos lleva un paso más allá. Nuestra primera responsabilidad es caminar en la verdad. Luego tenemos la responsabilidad de rechazar en los términos más enérgicos todo lo que niegue o socave la verdad. También debemos ser heraldos de la verdad y propagarla, como aquellos hermanos anónimos –según el don, la energía y la gracia que hemos recibido, por supuesto–. Por último, debemos cooperar con la verdad, cosa que cada uno de nosotros puede hacer.
Esos hermanos anónimos eran hombres valientes que fueron al frente para dar testimonio de la verdad y se expusieron al fuego enemigo. Puede que muchos de nosotros no estemos dotados ni seamos capaces de hacer eso, pero al menos podemos ser “apoyo logístico” tras las líneas, para decirlo de un modo más imaginado. Gayo no solo los había recibido, sino que les había mostrado todo el amor y la hospitalidad cristianos, guiándolos en última instancia en su viaje de una manera digna de Dios.
Esto muestra una vasta esfera en la que todo creyente puede comprometerse a servir. Siempre habrá solo unos pocos capaces de comprometerse en el servicio público como estos hermanos extranjeros. La mayoría siempre tendrá que conformarse con cosas más pequeñas y humildes. Pero todos podemos ayudar de innumerables maneras en la causa de la verdad, y podemos estar seguros de que, en el día de la manifestación y la recompensa, veremos que no es poca cosa haberse ganado el título de «colaborador» de la verdad. Para ello, por supuesto, debemos tener ante nosotros la verdad, su mantenimiento y propagación, y no solo a las personas. Ayudar y testimoniar de la comunión a hermanos por razones puramente personales no puede significar nada. A lo sumo puede significar que los preferimos y los favorecemos. El Señor, que lee los corazones, no se dejará engañar. Él distinguirá entre los que han colaborado con sus obreros favoritos y los que han colaborado con la verdad.
Actuar como Gayo y Demetrio, a los que se refiere el versículo 12, es tener «buen testimonio… y de la verdad misma».
Por supuesto, ellos y todos los que son como ellos tendrán «un buen testimonio» en el tribunal de Cristo en el día venidero, pero ahora la verdad misma les da testimonio. En sus acciones y en su forma de vivir, han puesto en práctica lo que la verdad declara y exige. Otros podrían mirar primero a la verdad misma, expuesta en la Palabra viva y en la Palabra escrita, y luego hacia estos y sus caminos, viendo la verdad manifestada en ellos. De este modo, la verdad misma era su testigo y les daba «un buen testimonio», lo cual es más importante que tener «un buen testimonio de todos», de todos los santos, por supuesto.
Este caminar en la verdad, esta identificación con ella en la práctica, es la forma sencilla para que el alma prospere. El apóstol dice a Gayo: «Amado, ruego que prosperes en todas las cosas y tengas salud, así como prospera tu alma».
Tal vez hayamos leído a menudo este versículo sin darnos cuenta del notable significado del deseo del apóstol. Gayo prosperaba más en su alma que en su cuerpo. Su salud espiritual superaba tanto a su salud corporal que Juan simplemente deseaba que esta última fuera igual a la primera. Nos tememos que se trata de un fenómeno bastante inusual. Para la mayoría de nosotros, sea cual sea nuestro estado de salud corporal, a menudo es mejor que nuestro estado espiritual; somos más brillantes corporalmente que espiritualmente. Puede que fuera diferente en los primeros tiempos, pero podemos suponer que Gayo era un caso raro en su época, por lo que el apóstol estaba encantado de oír hablar de él y de su caminar en la verdad.
Está claro que comprender la verdad de forma puramente intelectual no es sinónimo de prosperidad espiritual. Incluso puede significar lo contrario. Puede que sea el tipo de conocimiento sobre el que Pablo escribió con cierto desprecio: «Ya que todos tenemos conocimiento, que el conocimiento enorgullece, pero el amor edifica. Si alguien piensa saber algo, no conoce nada todavía como conviene conocerlo» (1 Cor. 8:1-2). El conocimiento que se enorgullece es muy peligroso, porque aparenta ser algo que no es. Hoy tenemos demasiados tristes ejemplos de esto. Por supuesto, la verdad debe penetrar en nuestra mente, pero esto es solo un medio para que esté viva y habite en nosotros, y caracterice así nuestra vida y nuestra conducta.
Existe aquí un peligro real para nosotros, pues la época actual está marcada por una gran actividad intelectual entre los “mandatarios de este mundo”. Los hombres indagan, investigan, razonan en todas las direcciones y sobre todos los temas imaginables. La religión se trata incluso desde un punto de vista puramente “científico”, de modo que es muy fácil para aquellos de nosotros que se interesan por las cosas de Dios, dejarnos contagiar por ellas y adoptar los pensamientos de moda sobre el tema, y llegar a considerar las Escrituras como una especie de patio de recreo intelectual. ¡Que el Señor nos prevenga contra esto!
Existe, por supuesto, el peligro diametralmente opuesto. Nuestros días también están marcados por la superficialidad intelectual; la mayoría de la gente se contenta con ello y no quiere más que placeres vanos que no desafíen su capacidad de reflexión. También es como una infección; nos tememos que muchos cristianos se han contagiado de ella hasta el punto de que ya no quieren examinar lo que es ni remotamente “profundo” en la verdad de Dios. No quieren nadar en “aguas profundas”, y prefieren remar en aguas bajas, ahorrándose así todo ejercicio mental y espiritual. Si este es nuestro caso, cual sea la medida, será imposible para nosotros caminar en la verdad. No podemos caminar en la verdad si no la conocemos.
Somos responsables de conocerla. Si Dios se ha tomado la molestia de revelarnos su verdad en su Palabra, al menos deberíamos tomarnos la molestia de entenderla y caminar en ella. Podemos alegar incapacidad y cantar suavemente:
“No puedo comprender
lo que Dios ha querido,
lo que Dios ha planeado”.
Si eso fuera cierto, nos perjudicaría, pero en la mayoría de los casos sería más honesto decir: “No deseo comprender”, y eso sería para nuestra mayor vergüenza.
La verdad está revelada y la verdad permanece. Prestémosle mucha más atención que a las vanidades del mundo que nos rodea. Y caminemos en la verdad. Así prosperarán nuestras almas.