La piedad


person Autor: Frank Binford HOLE 119

flag Tema: La piedad


(Extraído de la revista “Scripture Truth”, Vol. 16, año 1924, página 58.)

Cuando el apóstol Pablo escribió su Primera Epístola a Timoteo, estaban apareciendo señales muy ominosas en la Iglesia de Dios, y su mente fue seriamente perturbada cuando él las contempló. Muchas ideas insensatas estaban ganando aceptación, había muchas palabras inútiles, y los hombres se estaban desviando hacia toda clase de cuestiones secundarias. Abandonando la línea principal de la verdad de Dios, ellos estaban entrando en sus propios pequeños desvíos que conducían a ninguna parte, y a nada más que a interminables cuestiones y disputas.

En primer lugar, estaban trabajando los pretendidos maestros. Todos quienes caían bajo su influencia se desviaban hacia «fábulas y genealogías interminables». 1 Timoteo 1 (v. 4) y 1 Timoteo 4 (v. 7) aluden a este mal particular. En ello vemos un brote de «la levadura de los fariseos» acerca de la cual el Señor advirtió a sus discípulos (Mateo 16:6; Lucas 12:1). Hoy en día ella perdura en la línea de cosas semi-judías y ritualistas, la cual en su acabada forma católico-romana está sencillamente llena de fábulas grotescas y de interminables genealogías necesarias para construir las teorías de su “sucesión apostólica”.

En segundo lugar, había «hombres de entendimiento corrompido y privados de la verdad» (1 Timoteo 6:5). Ellos estaban enseñando de manera distinta de lo que enseñaba el apóstol, como 1 Timoteo 6:3-10 muestra. Ellos, también, tenían sus cuestiones y sus contiendas de palabras basadas en la idea que «la piedad es un medio de ganancia» (1 Timoteo 6:5), es decir, que la ganancia es el fin o el objetivo de la piedad. Quienes cayeran bajo la influencia de ellos fijarían su atención en las riquezas y, por consiguiente, caerían «en muchas concupiscencias necias y perniciosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición» (1 Timoteo 6:9). Aquí, entonces, hubo un brote de «la levadura de Herodes» (Marcos 8:15). Hoy en día, la levadura de Herodes obra enérgicamente. Hay muchos que, aunque están bien dispuestos a denunciar la sugerencia de que la ganancia personal o privada es el objetivo de la piedad, aplaudirían entusiastamente la idea de que la ganancia SOCIAL es el objetivo de la piedad. Ellos detestan “la otra mundanalidad”. Se deleitan en “esta mundanalidad”. Para ellos, toda la esencia completa de la religión es un mundo más confortable y fácil, basado en mejores condiciones sociales con paz universal.

En tercer lugar, hubo algunos que se desviaron a «las objeciones de la falsamente llamada ciencia» (1 Timoteo 6:20), tal como se menciona en los dos versículos finales de la epístola.

«Profanos y vanos discursos» (1 Timoteo 6:20) eran, asimismo, el producto de este alejamiento. Esta tercera forma de mal no parece haber asumido, en ese momento, tales dimensiones en Éfeso como las otras dos, y por eso es que hay solamente una breve alusión a ella. Con todo, estaba allí; y en ella discernimos un brote de «la levadura… de los saduceos» (Mateo 16:6), la afirmación de que la mente del hombre, las facultades que el hombre tiene para razonar, son el último tribunal de apelación en todo asunto.

Cuando los hombres, en forma práctica, deifican de esta manera a aquella «ciencia» que es el producto de sus propias observaciones y razonamientos, ellos se convierten rápidamente en juguetes del diablo con su más alto orden de inteligencia y amplios depósitos de conocimiento acumulados a través de miles de años. Por consiguiente, su alardeada ciencia llega a ser «la falsamente llamada ciencia» (1 Timoteo 6:20). Este mal ha crecido hoy en día hasta alcanzar proporciones gigantescas. Esperamos que cada uno de nuestros lectores, especialmente los cristianos recién convertidos y los cristianos jóvenes, pondrán atención sobre todo a lo que está implicado en esta única y sola mención de la «ciencia» en el Nuevo Testamento.[1]

[1] N. del T.: El autor se refiere a la versión inglesa King James del Nuevo Testamento en la que, efectivamente, la palabra ciencia aparece una única vez en 1 Timoteo 6:20.

En presencia de estos peligros, el apóstol fue conducido a escribir a Timoteo acerca de la Iglesia como «la casa de Dios… columna y cimiento de la verdad» (1 Timoteo 3:15). Él precisa lo que debe caracterizar a la Casa de Dios, si es que ha de ser digna del Dios que habita en ella por su Espíritu.

La gracia es el portal, la puerta de entrada a ella, tal como se ve en 1 Timoteo 1. Al entrar, se encuentra que ella es una «casa de oración para todas las naciones» (Marcos 11:17), como lo indican los versículos de apertura de 1 Timoteo 2. Esto tiene un carácter evangélico, y tanto los hombres como las mujeres que la componen, han de comportarse con toda piedad. Especial cuidado se ha de tomar en que todo aquel que tenga un cargo en ella esté marcado por un carácter que sea un reflejo de Dios mismo, como vemos en 1 Timoteo 3. En esa Casa habla el Espíritu, quien la habita, como 1 Timoteo 4 muestra. En los días de los apóstoles, Él hablaba por medio de revelación e inspiración tal como se revela en 1 Corintios 2. Ahora que los apóstoles ya no están y el canon de la Escritura está cerrado, Él habla todavía por medio de las comunicaciones inspiradas que dio originalmente, y todo lo que nosotros necesitamos es tener oídos para oír. En el resto de 1 Timoteo 4, junto con los capítulos 5 y 6, tenemos las advertencias e instrucciones del Espíritu en detalle. Su voz ordena a la Casa de Dios que todo su mobiliario, por decirlo así, pueda ser digno de Dios, cuya Casa ella es.

Ahora bien, a través de todo esto, una palabra es muy prominente: Piedad. En una palabra, esto es lo que debería caracterizar a quienes son de la Casa de Dios, y esto es lo que sirve como un antídoto contra los males que se señalan.

La piedad es el fruto de vivir y moverse con Dios ante el alma. Ella trae a Dios a todas las cosas, de modo que todo es regulado en relación a Dios, y por eso, la semejanza de Dios está estampada sobre aquellos que son piadosos. Vivir una vida de excesiva conciencia de uno mismo es ser egoísta. El hombre que tiene conocimiento del mundo está obligado a ser mundano. Aquel que está dominado por la conciencia de que Dios existe, de modo que el pensamiento de Dios y Su voluntad entra en cada asunto, y todo es visto en relación a Él, este es un hombre piadoso. El hombre de egoísmo y de mundanalidad encaja de forma suficientemente perfecta en el sistema del mundo. Solo la piedad conviene a la Casa de Dios. Todo lo demás es inadaptado para estar allí. A la piedad se le da poca importancia hoy en día, una falta de importancia que parece incrementarse con cada año que pasa. En nuestros días de colegio, era casi imposible lanzar un insulto mayor a un muchacho que llamarle “piadoso”. Desde entonces, la falsamente llamada «ciencia», cuyo propósito es eliminar toda idea de Dios, justificando todo mediante la “naturaleza” más las interferencias humanas, se ha incrementado a pasos agigantados. En lo que respecta a los vanos pensamientos y conversaciones de los hombres, Dios es cortésmente invitado a retirarse de su propio universo, incluida la esfera religiosa. En lugar de traer a Dios a todas las cosas, lo cual es el modo de obrar de la piedad, Él es excluido de todo, y por eso, la impiedad se ha incrementado, también, a pasos agigantados.

La generación más joven de cristianos es, quizás, apenas consciente del paso al cual las cosas se han estado moviendo, ya que ellos no tienen la longitud de perspectiva que los capacita para formarse un juicio sobre ello. Creemos que se podría afirmar con seguridad que, durante 200 años, la profesión pública de cristianismo en Inglaterra nunca había estado marcada por semejante impiedad. El terreno que se había ganado por medio de la serie de despertares que, por gracia, comenzaron con Wesley y Whitfield, ha sido perdido, y quizás más que perdidos, durante los pasados treinta o cuarenta años, hasta que un estado de ánimo pagano o semi-pagano se ha producido en la mayoría de las personas.

En presencia de esto, la promoción de la piedad entre los seguidores del Señor ha llegado a ser una necesidad primordial. Nada tendría un efecto más profundo que un reavivamiento de la “completamente pasada de moda” piedad escritural. Aquellos que pertenecen a la familia de Dios se destacarían, entonces, llevando la librea que les sienta bien, clara y distintiva en medio de un mundo impío. Esto implicaría una persecución creciente para ellos (véase 2 Timoteo 3:12), pero el testimonio del Señor sería honrado grandemente.

Ahora bien, la piedad descansa sobra una cierta base, por eso el apóstol escribe acerca del «misterio» o del “secreto” de la piedad. La piedad es una hermosa flor que tiene sus raíces ocultas bajo la tierra, y esas raíces son su «misterio». «E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad» (1 Timoteo 3:16), y sigue allí, a continuación, el notable pasaje que resume en unas pocas nítidas frases, los grandes hechos relacionados con la manifestación de Dios en Cristo. El pasaje comienza con Dios manifestado en carne y finaliza con su recepción arriba en gloria como Hombre. Aquí se encuentran las raíces secretas de toda piedad verdadera. No hay piedad sino la que brota de la fe en Dios revelado de este modo.

Una cierta clase de personas es aficionada a señalar a algún incrédulo profeso, que es, no obstante, un hombre sincero del mundo que lleva una vida limpia, como a los que se encuentran ocasionalmente, y a proclamar que este es más piadoso que el creyente promedio. El hecho es que, ¡él no es piadoso, en absoluto! Él puede ser naturalmente amable, generoso, sincero, de comportamiento correcto, pero eso es todo. El conocimiento de Dios, como él se ha revelado en Cristo, es la única fuente posible de piedad. Es la causa que la produce, y cuanto más el creyente crece en el conocimiento de Dios, más la piedad lo marcará.

Si 1 Timoteo 3:16 nos presenta las raíces de la piedad, la epístola completa, en sus muchas enseñanzas, nos muestra sus flores de muchos matices. Los hombres que oran levantando manos santas, las mujeres ataviadas de ropa decorosa y con modestia, como se indica en 1 Timoteo 2; los obispos y diáconos en 1 Timoteo, con su sobriedad, vigilancia y moderación propia; los hombres que trabajan y confían en el Dios vivo llegando a ser un ejemplo para los creyentes en palabra, en conversación, en caridad, en espíritu, en fe, en pureza, como en 1 Timoteo 4; las «viudas, que son en verdad viudas» de 1 Timoteo 5; los esclavos y los amos, los ricos que no confían en las «riquezas inciertas», sino en el Dios vivo, y por eso quienes son ricos en buenas obras y dispuestos a distribuir, como en 1 Timoteo 6 –todas estas enseñanzas colocan ante nosotros la piedad en sus hermosos rasgos cuando es ejercitada en la práctica.

¿Qué conocemos nosotros de estas cosas? La generación de jóvenes creyentes que está surgiendo, ¿promete florecer en hombres de santidad y oración, y mujeres de modestia y vestidos discretos? ¿Están los creyentes más ancianos estableciendo un ejemplo en esta dirección? Formulamos estas preguntas con ansiedad y preocupación.

En 1 Timoteo 4:7 al 10, Pablo ahonda en los elogios de la piedad. Ella tiene «la promesa de la vida presente y de la venidera», y, por eso, «para todo aprovecha» (1 Timoteo 4:8). Se declara que «Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación» (1 Timoteo 4:9), tanto como la afirmación de que «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Timoteo 1:15). El hombre piadoso tiene puesta su esperanza en el Dios vivo, tal como el versículo 10 indica («Porque para esto trabajamos y sufrimos oprobio; pues hemos puesto la esperanza en el Dios vivo» 1 Timoteo 4:10), y, por tanto, Dios lo hace entrar a Él en todas las cosas, aun en los detalles más pequeños de su vida.

Ahora, esto es algo en lo que nosotros tenemos que ejercitarnos a nosotros mismos. El ejercicio físico es provechoso por poco tiempo, el ejercicio espiritual, el cual resulta en piedad, permanece, en sus saludables efectos, por la eternidad. Los jóvenes que desean estar en un estado físico de primera clase se someten, voluntariamente, a toda una serie de ejercicios. Ellos se levantan temprano y se ponen a trabajar con su entrenador. El apóstol nos urge a ser igualmente fervorosos en nuestros ejercicios espirituales, así como ellos lo son en sus ejercicios físicos. Ejercitémonos para la piedad (1 Timoteo 4:7).

¿Hay alguien que pregunte de qué manera se puede hacer esto? ¡Que lea el resto de 1 Timoteo 4! Habiendo exhortado a Timoteo para la piedad, el apóstol indica de qué manera ella puede ser promovida. «Aplícate», él dice, «a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza» (1 Timoteo 4:13). Hasta que Pablo regresara, Timoteo tenía que entregarse a la lectura pública de los escritos inspirados con la exhortación y la enseñanza que emanaría de esto. Porque, ¿cómo iba él a leer y discursear públicamente sobre lo que no había leído y estudiado privadamente por sí mismo? Lo mayor incluye lo menor. Puede ser que muchos de nosotros no seamos llamados a la lectura pública de la Palabra de Dios, pero todos somos llamados a la lectura privada de ella, y este es un método primordial de promover la piedad.

La meditación es mencionada en el versículo 15: «Ocúpate de estas cosas, permanece en ellas, para que tu progreso sea manifiesto a todos» (1 Timoteo 4:15). Nosotros debemos asimilar lo que hemos leído. Nosotros no somos alimentados por lo que comemos, sino por lo que digerimos. Cuando meditamos de modo a entregarnos completamente a las cosas de Dios, entonces nuestro beneficio comienza a aparecer a todos. Crecemos en los modos de la piedad. Así es que tenemos cuidado de nosotros mismos, y no solo nos salvamos nosotros de la impiedad, sino a los demás.

¡Oh, que pudiera haber un despertar de la piedad! Que Dios mismo pueda levantar jóvenes hombres y mujeres cristianos por miles quienes, en esta edad impía, a causa de la exclusión de Dios, no se avergüencen de ser peculiares y de traer a Dios a todos los detalles de la vida aquí, que no se avergüencen de andar en Su temor y que le reconozcan mediante una simple confianza, dichosos de andar en la luz de lo que Él es, como se reveló en Cristo. Para este fin pueda él complacerse en reavivar entre todos nosotros, especialmente entre los jóvenes, una sed por su Palabra, que pueda resultar en un interés mucho más profundo y en un estudio de ella sistemático y con oración, y que nos pueda conducir a ejercitarnos para tener tiempo para esta lectura y meditación. Por último, que él pueda complacerse en usar estas pocas observaciones, y las páginas de esta revista en general, para promover todo esto, ¡para su gloria!


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