«Te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos»

Salmo 32:8-9


person Autor: John Nelson DARBY 85

flag Tema: Dios da las direcciones, la dependencia


Collected Writings 16 p.25

1 - Los que son llamados bienaventurados en los salmos

Hay 3 caracteres especiales de bienaventuranza mencionados en los Salmos.

En primer lugar, el que recibimos en primer lugar: «Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas», etc.; (Sal. 1). Se trata de un contraste entre el impío y Cristo, el Hombre justo.

En el Salmo 119, vamos un poco más lejos. Este salmo habla de los que se han equivocado y son restaurados (v. 67, 71, 176). Dice: «Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová» (v. 1). Habla de alguien que tiene la Palabra, que encuentra su deleite en ella, que confía en ella y busca guiarse por ella; sin embargo, no es tan absoluto.

2 - Los efectos del perdón cuando el pecado es confesado

En el Salmo que tenemos ante nosotros (Sal. 32) descubrimos la felicidad del pecador cuyas transgresiones son quitadas, y cómo Dios se ocupa de ellas. «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño» (es decir, el alma restaurada –32:1-2).

Es importante notar la obra del Espíritu de Dios en el proceso por el que pasa el alma aquí (como dice: «Se agravó sobre mí tu mano», 32:4), las intervenciones de Dios con un alma que no se somete plenamente, humillándola hasta la plena sumisión y confesión. «Mientras callé, se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de verano. Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (32:3-5). Esto siempre es cierto, si la mano del Señor está sobre un hombre, hasta que reconoce el mal ante Dios; y entonces hay perdón de la iniquidad. Es muy importante que discernamos el gobierno de Dios hacia nuestras almas en el perdón.

Hasta la confesión del pecado, y no meramente de un pecado, no hay perdón. Encontramos a David, en el Salmo 51, cuando confesó su pecado, diciendo: «He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre» (v. 5), etc., no simplemente, he cometido este acto particular; eso lo ha hecho (v. 1-4), sino que reconoce la raíz y el principio del pecado. Cuando nuestros corazones llegan a reconocer la mano de Dios, no se trata simplemente de qué pecado particular, o qué iniquidad particular requiere perdón; Dios ha humillado el alma, por la operación de su Espíritu, hasta el punto de detectar el principio del pecado, y entonces hay confesión de ello, no simplemente de un pecado particular. Entonces hay una restauración positiva del alma.

Ahora bien, esto es, en sus consecuencias prácticas, y en las intervenciones del Señor en ello, algo mucho más profundo de lo que estamos propensos a suponer. Liberada de los grilletes de lo que obstaculiza su relación con Dios, el alma aprende a confiar en Dios en lugar de en las cosas que, por así decirlo, habían ocupado el lugar de Dios. «Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él. Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás» (32:6-7). Esta es su confianza.

3 - Dios guía cuando la voluntad se somete a él

Y luego sigue lo que es más particularmente el tema de este artículo: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos., No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti» (32:8-9).

A menudo somos, cada uno de nosotros, como el caballo o el mulo, y eso se debe a que nuestras almas no han sido aradas. Cuando hay algo en lo que la voluntad del hombre está en actividad, el Señor obra con nosotros, como con el caballo o el mulo, sujetándonos con la brida. Cuando cada parte del corazón está en contacto con Él, él nos guía (aconseja) con su «ojo». «La lámpara del cuerpo es tu ojo; cuando tu ojo es simple, también todo tu cuerpo está iluminado; pero cuando es malo, también todo tu cuerpo está oscuro. Mira, pues, que la luz que hay en ti, no sea tinieblas. Por tanto, si todo tu cuerpo está iluminado, sin tener oscura ninguna parte, estará totalmente lleno de luz, como cuando una lámpara te ilumina con su fulgor» (Lucas 11:34-36). Cuando hay algo en que el ojo no es sencillo, mientras así sea, no hay libre comunicación del corazón y de los afectos con Dios; y la consecuencia es que, no estando nuestra voluntad sujeta, no somos dirigidos sencillamente por Dios. Cuando el corazón está en buen estado, todo el cuerpo está «lleno de luz», y hay una rápida percepción de la voluntad de Dios. Él simplemente nos enseña por su «ojo» todo lo que desea, y produce en nosotros el placer de su temor, prontitud de inteligencia en su temor (Is. 11:3). Teniendo al Espíritu Santo morando en nosotros, nuestra parte es tener “nuestro deleite en el temor de Jehová” –la prontitud de inteligencia en su temor– tener corazones sin otro propósito que la voluntad y gloria de Dios. Y eso es precisamente lo que Cristo fue: «He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón» (Sal. 40:7-8; Hebr. 10:7). Cuando existe esto, las circunstancias del camino pueden ser amargas y dolorosas, pero existe el gozo de la obediencia en tanto que obediencia. Siempre hay gozo, y la consecuencia: Dios nos guía por su ojo.

4 - Dios guía por «su ojo» cuando estamos llenos del conocimiento de Su voluntad

Antes de hacer cualquier cosa, si no tenemos esta certeza, antes de emprender cualquier servicio particular, debemos procurar obtenerla, juzgar nuestro propio corazón en cuanto a lo que pueda estorbar. Supongamos que comienzo a hacer algo y encuentro dificultades, comenzaré a dudar si es la voluntad de Dios o no; y en consecuencia habrá debilidad y desaliento. Pero, por otro lado, si estoy en inteligencia con el pensamiento de Dios en comunión, seré «más que vencedor», no importa lo que pueda venir en mi camino (Rom. 8:37). Y note aquí: no solo el poder de la fe, en el camino de la fe, mueve montañas; sino que el Señor obra moralmente, y no me dejará conocer su camino, a menos que haya en mí el espíritu de obediencia. ¿De qué serviría eso? ¿Proporcionaría Dios su propia deshonra? «Si alguno quiere hacer su voluntad, [es decir, la voluntad de Aquel que me envió]», dice nuestro Señor, «conocerá de mi enseñanza, si es de Dios, o si hablo de parte de mí mismo» (Juan 7:17). Esta es precisamente la obediencia de la fe. El corazón debe estar en condición de obediencia, como lo estaba el de Cristo: «Heme aquí», etc. El apóstol habla a los colosenses de estar «llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual» (Col. 1:9). Aquí, se trata de la prontitud de entendimiento en el temor del Señor [deleitarse en el temor de Jehová de Isaías 11:3], la condición del alma de un hombre, aunque su espíritu y sus pensamientos se manifiesten necesariamente en actos externos, cuando le está presentada esa voluntad; como Pablo dice después: «Para que andéis como es digno del Señor, con el fin de agradarle en todo, dando fruto en toda buena obra, y creciendo por el conocimiento de Dios» (Col. 1:10).

He aquí, pues, el bendito y gozoso estado de ser guiados por el «ojo» de Dios. «Tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis», dijo nuestro Señor a los discípulos (Juan 4). ¿Y cuál era ese alimento? «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió, y acabar su obra» (v. 32, 34).

5 - Dios dirige de manera diferente según haya o no conocimiento de Su voluntad

El Señor nos guía, o más bien nos controla, de otra manera mediante circunstancias providenciales, para que no nos extraviemos, incluso cuando no tenemos entendimiento. Y debemos estarle agradecidos que lo haga. Pero esto solo se hace como con el caballo o el mulo. Vuestra voluntad estando sometida a la mía, Él dice: «Te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos» –pero si no eres sumiso, tengo que sujetarte con «cabestro y con freno». Esto es obviamente algo muy diferente.

Que nuestros corazones sean llevados a desear conocer y hacer la voluntad de Dios. Entonces ya no será tanto una cuestión de cuál es esa voluntad, sino de conocer y hacer la voluntad de Dios. Y entonces tendremos la bendita certeza y el conocimiento de que somos guiados por su «ojo». Existe todo este gobierno de Dios con aquellos cuyas transgresiones son perdonadas, cuyo pecado está cubierto, a quienes el Señor no imputa la iniquidad, y en cuyas mentes no hay engaño –cuya entera dependencia es de Él, y que sienten que están seguros de extraviarse si no son guiados por él.

6 - Cristo, ejemplo de una vida dedicada a la gloria de Dios en obediencia a Su voluntad

Hay una conducta operada por Dios con el conocimiento, y hay también una conducta sin conocimiento. La primera es nuestro bendito privilegio; pero la segunda puede ser necesaria para humillarnos. En Cristo todo era exactamente según Dios. En cierto sentido, él no tenía carácter. Cuando lo miro, ¿qué veo? Una vida constante y nunca defectuosa ­–una manifestación de obediencia. Sube a Betania justo cuando debe hacerlo, ignorando los temores de los discípulos; se queda 2 días donde está, después de enterarse de que Lázaro está enfermo; Juan 11. No tiene nada que hacer, sino hacerlo todo, cumplirlo todo para la gloria de Dios. Tal hombre es tierno y suave; tal otro, la firmeza y la decisión predominan. Hay una gran diversidad de carácter entre los hombres. No se ve esto en absoluto en Cristo; no hay irregularidad; cada facultad de su humanidad obedecía y era el instrumento del impulso que le daba la voluntad divina.

La vida divina ha de ser guiada en un recipiente que debe estar mantenido constantemente humillado. Así, incluso para el apóstol, la orden de no ir a Bitinia (Hec. 16:7) no fue una conducción del Espíritu del más alto orden. Era una conducción bendita, pero no era el tipo más alto de conducción que un apóstol conocía. Era más como el gobierno del caballo o del mulo, no tanto la comprensión de los pensamientos de Dios en comunión.

7 - La diferencia entre las oraciones según se conozca o no la voluntad de Dios

Gran parte de la dirección del Espíritu es precisamente lo que encontramos en Colosenses 1:9-11 para los que están en comunión con Dios. Allí, vemos que el individuo debe estar «lleno del conocimiento de Su voluntad». El Espíritu Santo guía en el conocimiento de la voluntad de Dios, y ni siquiera hay necesidad de orar al respecto. Si tengo entendimiento espiritual sobre algo, puede ser el resultado de muchas oraciones previas, no necesariamente sobre lo que oré en ese momento. A menudo hemos tenido que orar sobre algo porque no estábamos en comunión. Puedo tener mi espíritu ejercitado sobre ello hoy, ejercitado honesta y verdaderamente, en gracia, cuando tal vez dentro de 5 años no habría ninguna duda al respecto. Cuando Dios nos utiliza, si estamos libres de nosotros mismos, él puede poner nuestro corazón para ir aquí o allá; entonces Dios nos guía positivamente. Pero eso presupone una persona que camina con Dios, y eso diligentemente; implica la muerte al yo. Si caminamos humildemente, Dios nos guiará.

Yo puedo estar en un determinado lugar, y entonces alguien me dice: “¿Quieres ir a tal o cual sitio?” Si no tengo el pensamiento de Dios en cuanto al hecho de ir allí o no, tendré que orar para estar guiado; pero eso, por supuesto, supone que no estoy caminando con el conocimiento de los pensamientos de Dios. Puedo tener motivos que me empujen hacia un lado u otro, nublando mi juicio espiritual. El Señor dice (Juan 11) –cuando los discípulos hablan de cómo los judíos recientemente habían tratado de apedrearlo y le preguntan, «¡y vas allá otra vez!»– «¿No hay doce horas en el día? Si alguno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si alguno anda de noche, tropieza, porque la luz no está en él» (v. 8-10). Esto no es más que una aplicación del simple hecho de que, si camino de noche, tengo que tener cuidado con las piedras, no sea que tropiece con ellas. Por eso Pablo oraba por los filipenses, para que su amor abundase más y más en conocimiento y en toda inteligencia; para que pudiesen discernir las cosas excelentes; para que fuesen puros hasta el día de Cristo, sin el menor tropiezo en el camino.

8 - La providencia no es Dios guiando con «su ojo», sino Dios controlando

Muchos hablan de la providencia como guía. La providencia a veces controla, pero en realidad nunca nos guía; ella guía las cosas. Si voy a un lugar a predicar y, cuando llego a la estación, el tren ya ha partido, Dios ha dispuesto las cosas para mí (y puedo estar agradecido por esta intervención); pero no es Dios quien me guía, porque realmente habría ido allí si el tren no hubiera partido: mi voluntad era ir. Todo lo que obtenemos de esta guía de la providencia es muy bendito; pero no es una guía por el Espíritu de Dios, no es la guía del «ojo», sino de la «brida» de Dios. Aunque la providencia predomina, en sentido estricto no guía.