format_list_numbered Índice general

Introducción a la Biblia


person Autor: John Nelson DARBY 90

flag Tema: Introducción


1 - La Biblia: su alcance, su acción

Escribir una introducción a la Biblia es ciertamente una tarea difícil y seria en el más alto grado. ¿Cómo podría ser de otra manera cuando se trata de presentar un libro que contiene el conjunto de todos los pensamientos de Dios y todas sus actuaciones en relación con el hombre, así como su propósito establecido con respecto a Cristo y el hombre en Él,

  • un libro que da a conocer al mismo tiempo lo qué Dios es, cuál es la responsabilidad del hombre hacia Él, lo qué ha hecho por el hombre, y las nuevas relaciones con Dios en las que el hombre entra por medio de Cristo,
  • un libro que revela lo que Dios es moralmente en su naturaleza, y las economías a través de las cuales se glorifica ante los cielos y sus habitantes,
  • un libro que revela los secretos del corazón humano y deja al descubierto su estado, y que, al mismo tiempo, expone las cosas invisibles ante él,
  • un libro que comienza en el punto donde el pasado toca la eternidad, y que nos lleva, a través del desarrollo y de la solución de todas las cuestiones morales, a la meta donde el futuro se pierde en la eternidad según Dios,
  • un libro finalmente que sondea las cuestiones morales a la luz perfecta de Dios plenamente revelado, y nos da a conocer los fundamentos de las nuevas relaciones con Él según lo que es en sí mismo y según lo que es en amor infinito.

2 - Dios quiere darse a conocer

Tomar un libro así para mostrar la secuencia de sus diversas partes, su relación con cada una de ellas y con el conjunto, para abrir al espíritu humano (en la medida en que se le da al hombre poder hacerlo, pues solo Dios puede hacerlo eficazmente) el sendero para comprender los caminos de Dios como Él los ha revelado, es una tarea cuya dificultad y seriedad son muy adecuadas para hacer retroceder la mente de quien desea emprenderla, pues se encuentra en presencia de los pensamientos de Dios expresados por Él mismo.

¡Qué cosa, en efecto, digna de toda admiración, es este paréntesis divino rodeado por la eternidad! Durante su curso, la actividad febril del hombre caído, a instigación de aquel que ejerce el poder de la mentira y del homicidio, se despliega en pensamientos que perecerán todos, pero en ese mismo período también, la naturaleza y los pensamientos de Dios, su ser moral y su propósito establecido, hasta ahora oculto en Él desde toda la eternidad, se revelan y realizan a través del Hijo, –mientras ponen al hombre a prueba y manifiestan lo que es– para aparecer, en su resultado final, en una eternidad de gloria donde Dios, rodeado de criaturas benditas hechas capaces de conocerlo y comprenderlo, se manifestará como luz y amor en el fruto de sus eternos e imperecederos pensamientos. Entonces, todo lo que ha sido producido por su gracia y sabiduría, a través de las cosas que aparecen aquí en la tierra, se manifestará en sus gloriosos y eternos frutos; entonces Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo, conocido por Él mismo antes de que el tiempo fuera– será conocido por innumerables seres felices, conocido en el gozo de su propia felicidad, cuando el tiempo ya no existirá. Y ese mundo es el escenario donde todo lo que se hace contribuye con este fin; y el corazón del hombre es el lugar donde todo sucede y se realiza moralmente, si Dios, en quien, y por quien, y para quien todas estas cosas son, permanece en él por su Espíritu para darle entendimiento, y si Cristo, el objeto y centro de todo lo que Dios hace, es también su único objeto.

Así que la Biblia es la revelación que Dios nos ha dado de todo este maravilloso sistema y todos los hechos relacionados con él. ¿No tiene sentido que retrocedamos ante la tarea de exponer tales cosas? Pero estamos tratando con un Dios de bondad. Se complace en ayudarnos en todo lo que pueda servirnos para entrar en la inteligencia de la revelación que ha querido darnos de sus pensamientos.

3 - Los grandes principios de la revelación de Dios

Grandes principios caracterizan esta revelación: diremos una palabra sobre ellos antes de entrar en detalles.

4 - El primer hombre y el segundo hombre

La primera gran idea que imprime su carácter en la revelación de Dios es la de los dos Adán. Hay dos hombres, el primero y el segundo: uno, el hombre responsable; el otro, el hombre de los consejos de Dios, en el que, al tiempo que confirma el principio de responsabilidad, Dios se revela, y simultáneamente da a conocer sus consejos soberanos y la gracia que reina a través de la justicia. Estos dos principios dominan todo el contenido de la Biblia. Solo que, aunque en los caminos de Dios su bondad se mostró continuamente hasta la venida de su Hijo, la gracia, en toda la fuerza del término, se reveló solo proféticamente antes de esa venida, y aún muy velada para no perjudicar el estado en el cual se encontraban las relaciones del hombre con Dios; y así lo hizo a menudo, en formas que solo pueden ser comprendidas cuando el Nuevo Testamento ha proporcionado la clave para ello.

5 - Dos principios: el gobierno de Dios y su gracia

Esto nos lleva a considerar otros dos principios que se revelan y desarrollan en las Escrituras. Primero, el gobierno de Dios en la escena mundial, un gobierno seguro pero oculto por mucho tiempo, excepto en Israel donde se manifestaba a pequeña escala. Pero, incluso allí, todavía parece poco claro a los ojos de los hombres, porque la iniquidad prevalecía (Sal. 73), y que Dios tenía en medio de este gobierno caminos más profundos y mayores bendiciones para los suyos –caminos en los que, para el bien espiritual de ellos, él se servía de los daños infligidos de acuerdo con los principios de su gobierno. La parte histórica de la Biblia da a conocer al hombre espiritual el curso de estos caminos; los Salmos presentan las reflexiones hechas por el Espíritu de Cristo en los fieles, sobre ellos, las expresiones que a veces se elevan a la experiencia del propio Cristo, y así se convierten directamente en proféticas. Pero no nos anticipemos.

El otro principio divino es la gracia soberana que toma a pobres pecadores, borra sus pecados, y los coloca en la misma gloria que el Hijo (que se hizo hombre con este propósito), «para ser conformes a la imagen de su Hijo» (Rom. 8:29), y esto según la justicia de Dios, en virtud del sacrificio de Cristo por el cual glorificó plenamente a Dios con respecto al pecado. Los rasgos de esta gracia soberana se encuentran en el gobierno de Dios, y se muestran cuando ese gobierno ha producido su efecto; pero es en la gloria celestial donde está revelada plenamente.

6 - La ley

Estrechamente relacionada con el gobierno de Dios está la Ley, que presenta la regla del bien y del mal según Dios, y basa esta regla en Su autoridad y en Su naturaleza. El Señor nos da la expresión de esto extrayendo de varias partes del Pentateuco los principios que, si se establecieran en el corazón y operaban en él, llevarían a la obediencia a Dios y al cumplimiento de su voluntad, y así producirían la justicia humana. Los diez mandamientos no crean el deber; la existencia del deber se basa en las relaciones en las que Dios ha puesto al hombre.

7 - Diferencia entre la ley y la gracia

Hay esta diferencia entre los diez mandamientos y los principios de la ley proclamados por Jesús, que estos últimos, tomados por Él de los libros de Moisés, abarcan todo el bien absoluto, sin cuestión de pecado, mientras que los diez mandamientos presuponen el pecado, y, excepto uno, son prohibiciones de cualquier infidelidad a las relaciones que tratan. Es importante señalar que el último de estos mandamientos defiende el movimiento del corazón hacia los pecados previamente condenados: «el aguijón está en la cola». Además de esto, las diversas relaciones son la base del deber, los mandamientos prohíben a los hombres romperlos. Pero el principio de la Ley, de toda ley, es que la aprobación de Aquel ante quien soy responsable, mi aceptación por Aquel que tiene el derecho de juzgar de la fidelidad a mi responsabilidad, o mis fracasos –mi felicidad, en una palabra–, depende de lo que soy a este respecto, de lo que soy para Él. Las relaciones son establecidas por la voluntad y la autoridad del Creador, y cuando no lo hago, peco contra Aquel que las estableció, lo desobedezco y desprecio su autoridad. El principio de la ley es que la aceptación de la persona depende de su conducta; la gracia, por el contrario, hace lo que quiere, actuando en bondad, según la naturaleza y el carácter de Aquel que da la gracia.

8 - Las promesas y la fe

Hay, en contraste con la Ley, otro elemento importante de los caminos de Dios, a saber, las promesas. Comienzan con la caída, pero como principio en los caminos de Dios, se remontan a Abraham, cuando el mundo ya había caído, no solo en el pecado, sino en la idolatría, Satanás y los demonios se pusieron en el lugar de Dios en el espíritu del hombre. La elección de Abram, su llamado y el don de las promesas que se le hicieron, todo se relaciona con la gracia. Así que Abram siguió a Dios [1] a la tierra que Dios le indicó, pero no tenía donde poner su pie.

[1] Al principio solo lo hizo a medias; pero aquí estamos hablando de los caminos de Dios.

Esto introduce otro principio vital: vivir por fe, recibir la palabra de Dios como tal y confiar en la fiel bondad de Dios. La promesa obviamente dependía de la gracia; no era lo que se daba, pero la palabra de Dios la aseguraba. La fe se basaba en esta promesa y, más o menos claramente, introducía el pensamiento de una bendición fuera del mundo; de lo contrario, quien tenía fe no habría tenido nada por su fe. La conciencia del favor de Dios era sin duda grande, pero dependía de la fe en su fidelidad a lo que había prometido.

9 - Las promesas sin condición y la promesas bajo condición

A propósito de las promesas hay un punto importante a tener en cuenta: hay promesas sin condiciones, y promesas con condiciones. Las promesas hechas a Abraham, a Isaac y a Jacob, fueron sin condiciones; las hechas en el Sinaí fueron con condiciones: la palabra de Dios nunca confunde unas con las otras. Moisés recuerda las promesas hechas a Abraham, a Isaac y a Israel, es decir, a Jacob (Éx. 32:13); Salomón habla de lo que sucedió bajo Moisés (1 Reyes 8:51-53). Lo que se dice en Nehemías 1 se refiere a Moisés, y en Nehemías 9, primero a Abraham como la fuente de todo, y luego a Moisés cuando se trata de los caminos de Dios. Es esta diferencia la que el apóstol establece en los versículos 16-20 del capítulo 3 de la Epístola a los Gálatas.

Bajo la ley, cuando había un mediador, el disfrute del efecto de la promesa dependía de la fidelidad de Israel, así como de la fidelidad de Dios; pero entonces vemos que todo estaba perdido desde el principio. El cumplimiento de la simple promesa de Dios dependía de Su fidelidad; en este caso todo era seguro. El pasaje de la Epístola a los Gálatas al que hemos aludido, nos enseña además que es a Cristo, el segundo hombre, a quien se le han confirmado las promesas hechas a Abraham, y ciertamente se cumplirán –todas sí, y todas amén–, cuando llegue su día, lo que los profetas siempre han tenido en vista. Aquí la diferencia, ya señalada, entre el gobierno de este mundo y la gracia soberana encuentra de nuevo su aplicación.

Los profetas no hablan de la gracia que nos coloca en el cielo; porque la profecía se refiere a lo terrenal, y en lo que respecta al Señor Jesús, contiene la revelación de lo que iba a ser en la tierra en su primera venida; luego, continuando con el tema, nos dice lo que será en la tierra cuando regrese, sin que se haga ninguna referencia a lo que iba a tener lugar entre las dos venidas. Sin embargo, los hechos relativos a la persona del Señor están anunciados en los Salmos, que nos revelan más sobre su historia personal: su resurrección (Sal. 16), su ascensión (Sal. 68), su estancia a la derecha de Dios (Sal. 110); y, en cuanto al Espíritu Santo, nos enseñan que lo recibirá como hombre, –que los dones no son solo dones de Dios, sino que Cristo los recibirá «en el hombre», es decir, como hombre en relación con la humanidad. Por otra parte, salvo los deseos de David en los Salmos 72 y 145, donde se refiere a la persona del Señor, no se menciona en los Salmos el estado de cosas que seguirá a su regreso, mientras que este estado futuro se describe ampliamente en los profetas, en cuanto al cumplimiento de las promesas hechas a los judíos y las consecuencias que se derivarán para las naciones. Hay otro punto a destacar: cuando los profetas dan de parte de Dios ánimos a la fe para el tiempo en que hablaban y las dolorosas circunstancias de entonces, el Espíritu de Dios lo usa para hacer surgir pensamientos para el futuro, cuando Dios intervenga en nombre de su pueblo [2].

[2] Esto se relaciona con lo que se dice en 2 Pedro 1:20-21. Las circunstancias del momento no explican el alcance de las profecías de las Escrituras; lo que se dice es parte del gran sistema de los caminos de Dios.

10 - El Mesías. Todo derecho a las promesas está perdido. La infinita gracia en la cruz

Por último, cuando el pecado ya estaba allí, cuando la ley ya había sido quebrantada, cuando los propios profetas, enviados por Dios, habían recordado en vano a Israel su deber y reclamaban para Dios el fruto de su vid, el Mesías prometido viene con pruebas claras de su misión, pruebas que la inteligencia humana podía reconocer y, de hecho, ha reconocido (Juan 2:23; 3:2). Dios habla en la persona del Hijo (Hebr. 1), el gran Profeta prometido. Pero al mismo tiempo el Padre fue revelado en el Hijo, y el hombre no ha querido a Dios. El Hijo de Dios estaba allí, liberando al hombre de todos los males externos que el pecado había traído al mundo y del poder de Satanás que estaba unido a él; pero esta manifestación de Dios en bondad solo sacó a relucir el odio contra Dios que hay en el corazón del hombre: los judíos perdieron así todo derecho a las promesas, y el hombre rechazó a Dios manifestado en bondad en la tierra.

La historia del hombre responsable había terminado, porque no estamos hablando de la gracia, excepto en la medida en que la presencia de Dios en gracia puso a prueba esta responsabilidad. No solo estaban ya el pecado y la violación de la ley, sino que los hombres, mientras Dios estaba presente en bondad, sin culparlos por sus pecados, no podían soportar su presencia. Cualquier relación del hombre con Dios era imposible en la esfera de lo que el hombre mostraba ser, a pesar de los milagros, todos de bondad, [3] y no solo de poder, hechos por Jesús, como él mismo dijo (Juan 15:22-25): «No tienen excusa por su pecado…; ahora las han visto y me han odiado tanto a mí como a mi Padre» (Juan siempre usa la expresión «Padre» cuando habla de Dios actuando en gracia). Sí, y es una verdad solemne, la historia del hombre está moralmente acabada. Pero termina para abrir, bendito sea Dios, la puerta de la gracia infinita ante Aquel que, en el Hijo, se revela como el Dios de gracia (Juan 13:31-33). La cruz de Cristo dice: El hombre no quiere a Dios, aunque venga en gracia (2 Cor. 5:17-19); pero también dice: Dios es infinito en gracia, no perdonando ni siquiera a su Hijo para reconciliar al hombre consigo mismo [4].

[3] Con una sola excepción, la maldición de la higuera, que es la expresión de este estado de cosas al final de la carrera del Señor.

[4] El rechazo de Cristo, que vino como el Mesías prometido y fue al mismo tiempo Dios manifestado en carne, el fin de los caminos de Dios hacia su pueblo, así como la manifestación del odio del hombre hacia Dios, coincidían; la pérdida del derecho de Israel a las promesas y la condena del hombre en su estado de naturaleza, sobre el principio de la responsabilidad, tuvieron lugar al mismo tiempo.

11 - El hombre arruina todo lo que Dios establece

Recorramos brevemente, desde el punto de vista histórico, los caminos de Dios con respecto a la responsabilidad del hombre. Es sorprendente ver, en la historia del hombre, que siempre que Dios ha establecido algo bueno, lo primero que el hombre ha hecho siempre ha sido arruinarlo. El primer acto del hombre fue un acto de desobediencia: cayó en el pecado y rompió toda relación entre él y Dios, y desde entonces tuvo miedo de Aquel que lo había colmado de bondades. Noé, habiendo escapado del diluvio que se tragó todo un mundo, salvo su familia, se emborrachó, y en él la autoridad fue deshonrada y perdida. Cuando se dio la ley, Israel se hizo un becerro de oro antes de que Moisés bajara de la montaña. Desde el primer día de su servicio, Nadab y Abiú ofrecen fuego extraño, y a Aarón se le prohíbe entrar en el Lugar Santísimo con sus vestidos de gloria y belleza, y no entrar en él de ninguna manera excepto en el gran día de la expiación (Lev. 16). Salomón, hijo de David, cae en la idolatría, y el reino se divide. El primer gobernante de las naciones, a quien Dios le dio poder, hace un ídolo y persigue a los que fueron fieles al Señor. Ni la iglesia exterior, ni la iglesia profesa, escaparon a la ley común de desobediencia y de ruina.

12 - La inocencia y la pérdida de esta relación con Dios

Si consideramos ahora los caminos de Dios hacia el hombre en el tiempo entre Adán y Cristo, encontramos en primer lugar al hombre inocente disfrutando, sin ninguna pena, de los bienes terrenales, y para él el mal no existía. La responsabilidad se demostró con la prohibición de comer el fruto de cierto árbol. Era una simple cuestión de obediencia. Esta defensa, o ley, no suponía el mal: Adán podía haber comido del fruto del árbol como de cualquier otro; no habría habido en sí ningún mal si no se hubiera prohibido. El hombre sucumbe a la tentación. Pierde a Dios, y se esconde de Él antes de ser expulsado por Él. Luego se le expulsa del jardín, donde podía disfrutar de la presencia de Dios, que vino a buscarle allí al frescor del día; adquiere una consciencia: aprende, a pesar de sí mismo –no por una ley impuesta, sino interiormente–, a distinguir entre el bien y el mal. Sin duda, la conciencia puede estar horriblemente endurecida o equivocada, pero está ahí en el hombre: cuando un hombre hace lo que es malo, su conciencia lo condena.

La ley de Dios es la regla de la conciencia, pero ella no es sí misma la conciencia que utiliza esta regla. El hombre está ahora caído, porque ha desobedecido; ha renunciado a depender de Dios y a estarle sometido, teme a Dios y busca esconderse de Él (si fuera posible); entonces es expulsado del jardín, privado de todas aquellas bendiciones en medio de las cuales probó la bondad de Dios, en las que podía reconocerlo e incluso disfrutar de su presencia, porque «Jehová Dios… paseaba en el jardín» (Gen. 3:8). La voluntad propia y la concupiscencia habían entrado en la naturaleza del hombre, la culpa y el temor de Dios, en su posición; pero entonces fue expulsado judicialmente de un lugar que ya no se adaptaba a su condición, y moralmente fue expulsado por Dios. ¡Qué cosa tan horrible si hubiera podido comer del árbol de la vida, y llenar el mundo de pecadores inmortales que no temen a la muerte más que a Dios! Dios no lo permitió.

13 - La pérdida de la bendición. La promesa del aplastamiento de la Serpiente. El duro trabajo con dolor. No se conoce más a Dios que por la fe. El temor de Dios, que es mal conocido. Dios se ocupa del hombre vistiéndolo

Pero tenemos que notar algunas circunstancias muy interesantes, que se relacionan con el juicio bajo el cual el hombre cayó. Como hemos visto, Adán huyó de la presencia de Dios. El juicio pronunciado sobre él, sobre Adán y Eva (Gén. 3:14-19), es un juicio terrenal y no un juicio del alma. Adán y Eva, son puestos en desgracia y bajo el yugo del trabajo, del sufrimiento y de la muerte. Antes de ser expulsado, Adán, por la fe, parece reconocer la vida donde la muerte ha entrado (Gén. 3:20); pero hay más: está la promesa, en cuanto a la mujer, de la semilla que aplastaría la cabeza de la serpiente. Cristo, la simiente de la mujer a través de la cual el mal entró en el mundo, iba a destruir todo el poder del Enemigo; entonces, así como el pecado había aniquilado la inocencia del hombre y le había dado, a través de la vergüenza de su desnudez, la conciencia de que estaba perdida, Dios mismo, haciendo intervenir la muerte, viste a Adán y a su mujer y cubre su desnudez (Gén. 3:21). En el pasado el hombre no era consciente del mal; ahora conoce el mal, pero está cubierto por el mismo acto de Dios. El hombre había tratado de ocultar su pecado de sí mismo, pero cuando oye la voz de Dios, ¿de qué sirven las hojas de higuera? No son nada para una conciencia despertada en la presencia de Dios: «Porque estaba desnudo… me escondí». Notemos que antes de expulsarlo, Dios no le devuelve la inocencia, lo cual era imposible; hace mejor: para que viera Su obra, viste a Adán y a su mujer, algo que su estado hacía necesario a sus ojos y que hizo en su gracia; a esto se añade la declaración del futuro aplastamiento de quien los había inducido al mal.

Sin embargo, el hombre es expulsado del jardín donde disfrutaba, sin fe, de todas las bendiciones de Dios. Tendrá que arar la tierra, morir y, hasta que muera, estar separado de Dios, que antes caminaba al frescor del día en el jardín donde habitaba el hombre. De ahora en adelante el hombre solo puede conocer a Dios por la fe, si la fe está en su corazón, –un nuevo e importante principio. Había perdido a Dios, había ganado una conciencia y tenía que trabajar duro para ganarse la vida temporal; tenía que vivir, si podía, y encontrar a Dios, si podía; pero ahora estaba fuera del recinto que Dios visitaba, y donde la abundancia de sus bendiciones se dispensaba sin dolor ni esfuerzo. El hombre había huido de la presencia de Dios, y Dios había expulsado al hombre. Adán ya no estaba, en cuanto al estado de su alma, ni judicialmente, en la relación en la que Dios lo había formado para estar con él: estaba en pecado. Lo repetimos, el hombre había huido de la presencia de Dios, y Dios lo había echado de la posición en la que lo había puesto cuando lo creó; ahora era un extraño a Dios, con una mala conciencia, teniendo solo el conocimiento suficiente de Dios para temerle. Había aprendido, sin embargo, que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. La gracia y la obra de Dios le habían proporcionado una vestimenta que, al dar testimonio de la muerte, cubría perfectamente y de parte de Dios la desnudez de la que era consciente, y que era una expresión de su caída y de su pecaminosidad. El hombre está fuera; ¿habrá un lugar donde pueda entrar en la presencia de Dios para adorarlo y estar moralmente con Aquel a quien había abandonado?

Esta nueva pregunta surge ahora en la historia de Adán.

14 - Abel y Caín: ¿cómo acercarse a Dios y adorarlo?

Abel ofrece un sacrificio que no le cuesta nada, por así decirlo; pero lo ofrece por fe, reconociendo que es un pecador, fuera del jardín, lejos de Dios, y que la muerte ha entrado. Al mismo tiempo, reconoce la gracia divina que había cubierto la desnudez de sus padres, y se acerca a Dios con un sacrificio de propiciación, que es el único que puede eliminar el pecado y permitir que un pecador se acerque a Dios en virtud de la muerte de otro. El carácter de Dios, en amor y en justicia, por un lado, y el estado de Abel por el otro, se expresaban en su ofrenda: él la ofrece por fe, y Dios la acepta, como la persona de Abel misma, dando testimonio de sus dones (Hebr. 11:4). Abel fue aceptado por Dios según el valor de sus dones, es decir, por Cristo. Dios mismo había cubierto la desnudez de Adán; Abel viene, reconociendo su posición y la necesidad del sacrificio expiatorio por el cual solo él podía entrar en la presencia de Dios.

Caín, por otro lado, se presenta con el fruto de su duro trabajo. El hombre, al estar fuera de la presencia de Dios, tenía que venir a Él y adorarlo: todos aquellos que no son abiertamente apóstatas, no solo de Cristo, sino de Dios, lo reconocen. Caín lo reconoce, ¿pero de qué manera? Cree que puede acercarse a él tal como es. ¿Y por qué no? En cuanto al pecado, no piensa en él. El hecho de que Dios haya expulsado al hombre del paraíso no cambiaba nada para él. Se presentó como si nada hubiera pasado; luego, moralmente ciego e insensible, ofreció el fruto de su trabajo, es cierto, pero esta era la prueba de la maldición que ahora descansaba en la tierra. No reconoció ni lo que él era, ni lo que Dios era, –ni el pecado, ni la maldición que pesaba sobre su obra, el fruto del pecado. Una vez que el hombre estuvo fuera del paraíso debía acercarse a Dios; y Dios mismo, en este tesoro de grandes principios establecidos en el Génesis, proclama para todas las épocas cómo se puede hacer esto. Todos estos relatos contienen los fundamentos de nuestra relación con Dios, y al mismo tiempo muestran el estado del hombre.

15 - El pecado se extiende. El sacrificio por el pecado. El mundo comienza: ser feliz sin Dios

El pecado se ha extendido hemos visto en Adán, el pecado contra Dios; el pecado del hombre contra su hermano viene a continuación. Caín está enfadado, porque Dios lo ha rechazado, y el homicidio entra en el mundo: Caín mata a su hermano. Dios lo interpela, no diciéndole como a Adán, «¿Dónde estás?» porque Adán debería haber estado lleno de gozo con Dios, y esas palabras, «¿Dónde estás?» implicaban toda su posición; a Caín Dios le dice: «¿Qué has hecho?» Pero primero tenemos la conversación de Dios con Caín sobre el estado de su relación con él: «Si bien hicieres ¿no serás acepto?» y «a ti estará sujeta su voluntad [5], y tú serás su señor»; si haces mal, el pecado –o un sacrificio por el pecado, la palabra hebrea tiene estos dos significados– está «cerca», (literalmente está «yace en la puerta»), es decir, hay un remedio: estos son los principios generales de nuestra relación con Dios. Si hacemos lo que es bueno, somos aprobados por Dios, y si hemos hecho lo que es malo, la gracia de Dios ha puesto un sacrificio por el pecado en la puerta.

[5] Comparar ¿estas palabras con el juicio pronunciado sobre la mujer (Gen. 3:16).

Noten aquí que el sacrificio de Abel no fue un sacrificio por el pecado; ni Caín ni Abel vinieron a Dios con una conciencia cargada de una transgresión conocida. Es el estado de cada uno de ellos lo que está a la vista, el estado del hombre ante Dios: un hombre que, reconociendo que ha sido expulsado de Dios, viene a Él según la gracia; el otro, el hombre natural, insensible al pecado. La respuesta de Dios a Caín habla de una transgresión positiva, y esto confirma la idea de que en este pasaje se trata de un sacrificio por el pecado, y no del pecado en sí mismo. Pero, como hemos dicho, Caín se hace culpable de pecar contra su hermano, lo que era imposible para Adán: así se extiende el pecado en su segundo carácter. Dios pronuncia el juicio sobre Caín, quien, maldito en su trabajo, fugitivo y errante, cede a la desesperación. Entonces, abandonando completamente la presencia de Dios que le hablaba, va a establecerse en la tierra donde Dios lo había hecho un vagabundo («Nod»), y el mundo comienza. Caín construye una ciudad y la llama por el nombre de su hijo; sus hijos se hacen ricos, son artesanos de los metales e introducen los placeres de las artes: tratan de hacerse lo más felices posible sin Dios.

Además de la verdad general, podemos ver en Caín un tipo de los judíos, homicidas del Señor: llevan la marca de esto en sus frentes. Lamec se deja llevar por su propia voluntad y toma dos esposas, pero él es, creemos, un tipo de Israel al final de los días. Set es el hombre según el propósito establecido por Dios –un tipo de Cristo. Las dos familias de los hombres están establecidas en la tierra, pero ya el odio de una contra la otra aparece en Caín y Abel (1 Juan 3:11-12). Luego tenemos el testimonio de Dios en Enoc que anuncia la venida de Cristo en juicio, y en Noé que pasa por el juicio terrenal y renace, por así decirlo, en vista de un nuevo mundo.

16 - Los grandes principios presentados en Génesis 3 al 7

Nos hemos extendido en esta parte de la historia, porque presenta el estado del hombre caído y los principios según los cuales entra en relación con Dios, sin instituciones religiosas, pero no sin el testimonio de Dios.

La vida eterna también se manifiesta en Enoc, como lo fue, en Abel, el sacrificio por el cual el hombre caído puede acercarse a Dios, y, en Adán y Eva, bajo el juicio en el que se encuentra el hombre, la gracia soberana que los vistió antes de expulsarlos de Edén. Finalmente, en Noé, se anuncia el fin del siglo, así como el paso por el juicio. Todo esto se recuerda, en cuanto a la sustancia de los principios, en gracia, en el capítulo 11:1-7 de la Epístola a los Hebreos. Pero el hombre caído iba de mal en peor; solo queda Noé como hombre fiel, a quien Dios salva cuando destruye el mundo. Es importante señalar que, en los hechos reportados hasta ahora, que contienen principios mucho más profundos y eternos en su naturaleza y efecto, la historia de esta era de juicio sobre Adán y el mundo es una historia de la tierra, y que los juicios son gubernamentales y se relacionan con las cosas de la tierra.

17 - El mundo después del diluvio, Noé, Nimrod, Babel, la idolatría

Un nuevo mundo comienza con Noé: comienza con el sacrificio. Aquí se nombran expresamente los «holocaustos»: eran agradables a Dios. Dios declara que ya no maldecirá la tierra, ni golpeará a todo ser viviente, sino que las estaciones se sucederán unas a otras, según el orden establecido por él, mientras dure la tierra. Pero el hombre ya no es, como en el paraíso, la autoridad que se ejerce en paz, dando soberanamente nombres a los animales: el temor del hombre debe en adelante dominar sobre todas estas criaturas. El hombre podía comerlas, pero no debía tocar la sangre, señal de la vida. Además, se estableció la autoridad del magistrado para restringir la violencia que se había desatado. Cualquiera que atacara la vida del hombre incurriría en la pérdida de su vida: Dios exigiría sangre por la sangre derramada, y el hombre estaba vestido con la autoridad necesaria para hacer cumplir esta ley. Entonces Dios da el arco iris como señal de su pacto con toda la creación: es el testimonio de que no habrá más diluvio. Vivimos en la tierra bajo este régimen.

¡Ay! Noé, disfrutando de la bendición concedida, fracasa en su posición, se emborracha y se deshonra. El mundo se divide en tres partes, una en relación con Dios; otra, maldecida, mencionada en vista a la historia de Israel; una tercera, la masa de los gentiles. Los hombres buscan elevarse en la tierra y centralizar el poder de su raza, cuya unidad aún sobrevive; pero Dios confunde sus designios con su lenguaje. Después de esto, el poder imperial se establece en la tierra con Nimrod. Babel y la tierra de Sinar comienzan a aparecer. Este es nuestro mundo.

Otro elemento importante en la historia es la introducción de la idolatría. Satanás, como tentador, no solo hace al hombre malvado, sino que se constituye en su Dios, para ayudarle a satisfacer sus pasiones. Habiendo perdido a Dios, con quien una vez estaba en relación, y con quien esta relación se renovó en la persona de Noé, el hombre se hace un dios de todo poder de la naturaleza, que se convierte en un juguete para su imaginación y un medio de satisfacer sus deseos; habiendo perdido a Dios, el hombre no tenía nada más que la idolatría: la misma parte de la raza humana que tenía una relación con Jehová (Gén. 9:26) está especialmente marcada por haber caído en ella (Josué 24:2). ¡Terrible caída! Aunque el hombre no podía librarse de la conciencia de que había un Dios, un Ser por encima de él, y aunque le temía, se creó para sí mismo una multitud de dioses inferiores con los que buscó desterrar este miedo y obtener una respuesta a sus deseos, ocultando lo que, en el fondo, era y siempre fue para él, un «Dios desconocido». Las estrellas, los antepasados hijos de Noé, los miembros aún más antiguos y menos conocidos de la raza humana, las fuerzas de la naturaleza, todo lo que no era el hombre, pero actuaba y operaba sin él, la naturaleza reproduciéndose después de su muerte, la generación de los seres vivos, todo era divino a sus ojos. El hombre no poseía el verdadero Dios; necesitaba un Dios, y, dependiente y miserable, se hacía dioses para sí mismo según sus pasiones e imaginación, y Satanás se aprovechaba. ¡Pobre humanidad sin Dios! Es entonces cuando Dios interviene como soberano. Notemos de paso que Él redujo a la mitad la vida del hombre durante el diluvio, y la redujo de nuevo durante el tiempo de Peleg, cuando la tierra fue dividida, asignando Dios a cada pueblo su lugar (Deut. 32:8).

18 - Abraham: La elección, el llamado de Dios, las promesas, el culto rendido por el hombre extranjero en la tierra

Como acabamos de decir, la influencia universal de la idolatría provoca una intervención de Dios, una intervención que imprime su carácter en sus caminos más importantes: Llama a Abraham y lo saca de este ambiente corrupto, para que se convierta en la estirpe de un pueblo que le pertenezca. En Abraham, el padre de los fieles, se destacan tres y hasta cuatro grandes principios: la voluntad soberana de Dios, es decir, la elección, luego el llamado de Dios, las promesas y el culto constante que rinde el hombre que se ha convertido en un extraño en la tierra. Estos dos hechos, la posesión de las promesas y la no posesión de las cosas prometidas, comprometían los afectos y la esperanza en un ámbito fuera de este mundo, sin duda todavía de una manera vaga, pero revelaciones posteriores se añadieron a ellos. Desde entonces estos principios han caracterizado al pueblo de Dios.

19 - Abraham, jefe de raza

He aquí, pues, el resumen de estos nuevos caminos de Dios: el mundo se ha consagrado a la idolatría, Dios llama a un hombre para que sea suyo, fuera del mundo, y lo hace depositario de las promesas. Había habido fieles antes de Abraham, pero no la estirpe de una raza como Adán, la cabeza de la raza caída; pero Abraham es cabeza de raza, ya que nosotros mismos, siendo de Cristo, somos la simiente de Abraham.

20 - La simiente de Abraham (Isaac): Cristo

Nada es más instructivo que la vida de Abraham, pero solo podemos indicar aquí lo que caracteriza los caminos de Dios. Abraham declara que es peregrino y extranjero; habiendo llegado a la tierra que Dios le daba, pero donde no tiene donde poner su pie, levanta un altar a Dios: solo tiene su tienda y su altar; levanta su tienda y construye su altar donde está alojado. Pero fracasó cuando, sin consultar a Dios, bajó a Egipto. Dios le guardó, pero Abraham no tuvo un altar desde que dejó la tierra de Canaán hasta que regresó. Se le hacen las promesas: tendrá muchos hijos (Israel), a los que se les dará la tierra de Canaán en posesión perpetua; entonces todas las naciones de la tierra serán bendecidas en él. El hijo, en quien estaban las promesas, habiendo sido ofrecido a Dios y resucitado de entre los muertos en figura –la promesa de la bendición de las naciones se confirma a la simiente, es decir, a Cristo (comp. Gál. 3:16). Las promesas son incondicionales: son el propósito establecido por Dios. Israel se beneficiará en los últimos días; los cristianos, sin mencionar las revelaciones y hechos consumados que son de infinita importancia, ahora los disfrutan. Sarai quiere tener «la simiente», según la carne, antes de la hora señalada. Pero todo debía ser según el principio de la promesa: es la gracia, la fe, la esperanza, porque entonces nada se cumplía; y esto sigue siendo cierto en cuanto a la gloria, excepto en lo que se refiere a la persona de Cristo. Mientras tanto, Dios era el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, los coherederos de la misma promesa. En Isaac tenemos el tipo de relación de Cristo con la Iglesia; Jacob nos hace entrar en la esfera del pueblo terrenal.

21 - La salvación y la redención: El mar Rojo

Poco después que Jacob entró en Egipto, los israelitas, sus descendientes, estuvieron sujetos al yugo de la esclavitud, la dura servidumbre de los egipcios, como lo estamos nosotros del pecado en la carne. Este hecho introduce un nuevo principio de inmensa significación, el de la redención, acompañado de otra verdad: la existencia de un pueblo de Dios en la tierra, un pueblo en cuyo seno habita Dios (Éx. 3:7-8; 6:1-8; 29:45-46). Esta es la gracia soberana que piensa en la miseria del pueblo y escucha el grito de los hijos de Israel. Pero Israel era tan pecaminoso como los egipcios; ¿cómo podría entonces Dios liberarlos? Encontró un rescate: la sangre del cordero pascual, figura de Cristo, es derramada, por la fe, en el dintel y en los dos postes de la puerta de cada casa de los israelitas, y Dios, que golpea en el juicio, «pasa por encima» del pueblo cobijado por la sangre. Israel come el cordero sacrificado que lo garantiza del juicio; lo comen con hierbas amargas y pan ázimo, con la amargura de la humillación y la verdad en sus corazones, con los lomos ceñidos, bastón en mano, sandalias en los pies; luego salen de Egipto apresuradamente. Entonces el pueblo, cuando llegó al mar Rojo, fue liberado: «Párate ahí», dijo Moisés, «y ve la liberación del Señor». El poder de Egipto cae bajo el juicio de Dios ejecutado sobre él; ahora Israel está fuera de Egipto, liberado y traído a Dios. La redención es completa; el pueblo ya no verá más a los egipcios, para siempre (Éx. 14-15).

22 - Éxodo 15-16: El maná y el agua de la roca

También hay ahora una vida de la cual Dios cuida. Israel debe beber las amargas aguas de la muerte (esto es Mara) que Cristo sufrió en su realidad por nosotros; es alimentado con el maná, Cristo, y abrevado con el agua de la roca, que es el Espíritu de Dios; entonces son apoyados desde arriba en la batalla. En estos relatos, todo es gracia; Dios actúa en gracia y se glorifica en medio de los fracasos del hombre; además, el hombre está con Dios, pues la redención nos lleva a Dios (Éx. 19:4); pero el camino bajo la gracia para llegar hasta Él, es añadido en sus grandes principios. El establecimiento del sábado (Sabbath), porque el pueblo redimido tenía una participación en el descanso de Dios, acompaña al maná, Cristo, –así como la batalla viene después del agua de la roca.

23 - ¿Por qué la travesía del desierto? Consejos y caminos de Dios. Profesión y realidad (1 Cor. 1-13). Números 17 al 23

Unos pocos versículos del capítulo 15 del Éxodo requieren nuestra atención aquí. Encontramos allí: «Conduces en tu misericordia a este pueblo que redimiste, con tu poder le conduces a la morada de tu santidad» (v. 13); pero por otra parte, leemos en el versículo 17: «Los harás entrar y los plantarás en el monte de tu herencia; lugar que preparaste para tu misma habitación…», es decir, los hijos de Israel no solo fueron llevados a Dios, siendo su redención absoluta y completa, sino que también debían ser traídos a la herencia prometida.

El lector notará que ni en Éxodo 3, ni en el capítulo 6, ni en el pasaje que citamos, Éxodo 15:1-21, se menciona el desierto. Siendo la obra de la redención perfecta, el desierto no es necesario. El malhechor salvado era apto para estar con Cristo en el paraíso, como nosotros también (Col. 1:12). El desierto no es parte de los consejos de Dios que, en lo que a nosotros respecta, se relacionan con la redención y la herencia; es parte de los caminos de Dios (véase Deut. 8:2-3, etc.). Dios nos prueba, para que nos conozcamos a nosotros mismos y a Dios. Todos los profesos son probados sobre la base de una redención cumplida: si no tienen vida, caen en el camino, mientras que los verdaderos creyentes perseveran hasta el final. Además, el estado del pueblo es probado y castigado (Deut. 8:5, 15-16). En esta posición estamos, en principio, bajo la ley; esto es lo que somos ante Dios con respecto a su gobierno, pero es bajo la vara del sacerdocio que somos conducidos. (La muerte de Aarón pone fin a esta parte del tipo; luego la «novilla roja» se da como una disposición especial para las profanaciones que se contraen en el desierto). Es diferente cuando se trata de la justificación: entonces, al final del desierto, de nuestra vida de prueba en la tierra, se dice: «Según este tiempo (el final del desierto) se dirá de Jacob e Israel, ¿Qué ha hecho Dios?». A lo largo del camino la pregunta era: ¿Qué hizo Israel?

24 - Josué 2 al 6: El Jordán, la muerte con Cristo

Así como el mar Rojo es, en su tipo, la muerte de Cristo para nosotros, el Jordán es nuestra muerte con él. Después del río Jordán viene nuestra lucha en Canaán, como el ejército de Dios, contra el mal espiritual en los lugares celestiales. Pero antes de eso encontramos Gilgal, la aplicación de nuestra muerte con Cristo al estado del alma, en los detalles prácticos. El campamento estaba siempre en Gilgal: ahí está el recuerdo de nuestra identificación, por la fe, con Cristo en la muerte, una identificación representada por el río Jordán. Después de eso, el maná, el tipo de Cristo que vino a la tierra y proveyó para el desierto, es reemplazado por el viejo trigo de la tierra, la figura de un Cristo celestial. Finalmente, el Jefe del ejército de Jehová se presenta.

25 - Josué 7 al 12: La redención cumplida y la liberación experimental

El éxito en la guerra y la bendición en el desierto dependían del estado de los que estaban en relación con Dios: Él bendecía, pero al mismo tiempo gobernaba en medio de su pueblo. Para nosotros, las dos cosas, el desierto y la guerra (la guerra en la que Israel está comprometido como ejército de Jehová), no tienen lugar al mismo tiempo, sino en el mismo lapso de vida humana. Solo la salvación, la redención, está en el mar Rojo; la liberación experimental está en el río Jordán. La vara golpeó el mar, y no hubo más mar, excepto para la salvación del pueblo. El arca permanece en el río Jordán hasta que todos hayan pasado. Es bueno notar que las condiciones, los «si», no se refieren a la salvación, sino al viaje a través del desierto. Para los que tienen fe y vida, encontramos con los «si», la promesa de ser guardados hasta el final, de modo que para la fe no hay incertidumbre: pero en el desierto se trata de una relación experimental con un Dios vivo, y no de una obra terminada.

26 - La alianza, el pecado se convierte en transgresión

Históricamente, Israel había aceptado las promesas en el Sinaí con la condición de obediencia. Este es el primer pacto, establecido mediante un mediador, que presupone dos partes. Ahora bien, el disfrute de los resultados de la promesa, que depende tanto de la fidelidad del hombre como de la de Dios, no estaba asegurado más allá de lo que la más débil de las dos partes contratantes podía ofrecer de seguridad; por lo tanto, incluso antes de que Moisés bajara del monte, el pueblo había hecho el becerro de oro. Como el antiguo pacto, el nuevo pacto será establecido para Israel y para Judá cuando el Señor regrese, perdonando sus pecados para que ya no sean recordados, y que Él cumplirá su obra escribiendo su ley en los corazones y no en tablas de piedra. Pero el hecho de que el pueblo, en el Sinaí, consintiera en recibir la bendición bajo condición de obediencia previa es de gran importancia: cambió el carácter del pecado y lo empeoró en el sentido de que no solo las cosas en sí mismas eran malas, sino que se convirtieron en una transgresión de la ley que formalmente vinculaba la autoridad de Dios a las obligaciones resultantes de las relaciones en las que el hombre se encuentra, obligaciones que la ley prohibía violar. Las relaciones y obligaciones ya existían, pero la ley hacía de la violación de las mismas una transgresión positiva de la voluntad expresa de Dios. Bajo la ley no solo existía la justicia humana, sino también la autoridad de Dios. El último mandamiento, «No codiciarás…» no trataba de los actos de pecado, ni del pecado en la carne propiamente dicho, sino de sus primeros movimientos, y hacía que el alma nacida de Dios descubriera la raíz del pecado en la carne. Asumiendo que toda la ley se hubiera cumplido, seguía siendo solo la justicia humana.

27 - Dios morando en medio de su pueblo

Otra gran verdad, ya indicada, se encontraba ahora realizada: Dios moraba en la tierra, en medio de su pueblo; era allí, en medio de Israel, donde había establecido su trono. Dos cosas se vinculaban: el gobierno directo de Dios, conocido por la fe como el Dios de toda la tierra, y la existencia de un lugar reconocido donde se podía acercar de Dios. Solo que Dios no se revelaba, permanecía oculto tras el velo. Pero allí se ofrecían los sacrificios; allí se realizaban y centralizaban todas las relaciones religiosas del pueblo con Dios, al menos las relacionadas con el culto. Allí se purificaba cada año la morada de Dios, donde los pecados de Israel eran borrados por los sacrificios, figuras de aquel de Cristo. Al mismo tiempo, el tabernáculo era la expresión de las cosas celestiales; solo el velo que cerraba la entrada al Lugar Santísimo no estaba todavía rasgado, nadie entraba allí excepto el sumo sacerdote una vez al año. Este era el estado del pueblo. Habían aceptado la ley como condición para el cumplimiento de las promesas; Dios estaba presente en medio del pueblo, pero inaccesible detrás del velo, y el gobierno de Dios se ejercía en medio del pueblo y a su favor. Pero el tabernáculo y todas sus ordenanzas eran solo la sombra y no la «imagen misma» de las cosas; por eso la Epístola a los Hebreos procede más por contraste que por comparación.

Notemos de paso la gracia y la condescendencia de Dios en sus caminos hacia su pueblo. ¿Estaba en esclavitud? Dios se presenta como su redentor. ¿Debía deambular como peregrino por el desierto? Dios también quiere quedarse en una tienda de campaña con él. ¿Debía librar batalla en Canaán? Aquí está Dios con la espada desnuda, jefe del ejército de Jehová. ¿Está el pueblo establecido en paz en su tierra? Dios se hace construir una morada allí, como los palacios de los reyes.

28 - Resumen de los libros del Antiguo Testamento: El Pentateuco

Habiendo revisado las cosas concernientes al trayecto del pueblo por el desierto, digamos unas palabras sobre el Deuteronomio, que es un libro aparte. Pero primero, hagamos unas breves observaciones sobre el contenido del PENTATEUCO.

El GÉNESIS establece el fundamento y todos los grandes principios de la relación del hombre con Dios: la creación, Satanás, la caída, el sacrificio, la separación de los santos del mundo, el juicio del mundo, el gobierno que frena el mal, el llamado de Dios cuando se introdujo la idolatría, las promesas, la simiente de Dios, los fieles, peregrinos y extranjeros en la tierra, pero rindiendo un culto regular a Dios; además, ninguna otra institución religiosa; la resurrección, en Isaac; los judíos, el pueblo terrenal, en Jacob.

En el ÉXODO tenemos la redención, la ley, el tabernáculo, un pueblo de Dios, la presencia de Dios en su trono en la tierra, el antiguo pacto, el sacerdocio.

En el LEVÍTICO, el detalle de los sacrificios, las prescripciones para la pureza ceremonial y especialmente en lo que respecta a la lepra, el gran día de expiación, las fiestas, el año sabático y el año de jubileo, cuando todos regresaban a su herencia, y finalmente las amenazas proféticas en caso de desobediencia por parte del pueblo;

En NÚMEROS, la enumeración del pueblo, la separación de los levitas, la ley sobre los celos, el nazareo, la historia del cruce del desierto con la nube como guía y bajo el sacerdocio, y, uniéndose a la historia de la conducta de los hijos de Israel durante esta travesía, la novilla roja. El pueblo, excepto dos hombres y los niños pequeños, pereció en el desierto; el juicio final de Dios sobre Israel es pronunciado, según su gracia soberana, por Balaam. También en el libro de los Números están los detalles de los sacrificios para los días de fiesta y especialmente para la fiesta de los tabernáculos, la ley de los votos, la toma de posesión de la tierra al este del Jordán, la serpiente de bronce, la heredad de los levitas y las ciudades de refugio. En todos estos libros, no solo los ritos y ceremonias son tipos, sino que la historia en sí misma es típica, y representa las cosas espirituales; «todas estas cosas –dice Pablo– llegaron a ellos como tipos, y fueron escritas como una advertencia para nosotros, de que los fines de los tiempos han llegado» (1 Cor. 10:1-13). Aparte de Levítico 8-9, no tenemos pruebas de que se haya ofrecido un solo sacrificio en el desierto excepto a Moloc y Renfán (véase Hec. 7:43).

El libro de DEUTERONOMIO ocupa un lugar especial: suponiendo que el pueblo está en la tierra de Canaán, les recuerda su desobediencia e insiste en la obediencia debida a Jehová; su propósito es mantenerlo atado a su Dios. Se designaría un lugar en la tierra, donde se colocaría el arca y se establecería el culto, donde se celebrarían todas las fiestas, donde se traerían todas las ofrendas y diezmos, excepto lo que se daba al levita, el tercer año, en el lugar donde vivía [6]. Casi no hay mención de los sacerdotes en este libro; el pueblo está en relación directa con Jehová. La bendición se promete a la obediencia, y el juicio debe llegar a la desobediencia. El libro termina con un cántico profético que anuncia la apostasía del pueblo y el juicio de Dios, un juicio que también alcanzará a las naciones que habrán oprimido a Israel.

[6] Esto se encuentra históricamente en los libros apócrifos (véase Tobías 1:6-8).

En el Éxodo y el Levítico, se trata de acercarse a Dios; en el Deuteronomio, de disfrutar de las bendiciones de Jehová, mostrando un espíritu de gracia hacia los necesitados, y como siendo puesto directamente bajo la mano de Jehová, y guardando fielmente la ley que él había dado. Se repiten varias ordenanzas, relativas a las fiestas y a las ciudades de refugio, pero lo que distingue al libro es un pueblo sin rey, sin profeta (aunque los sacerdotes se nombran, apenas aparecen), puesto en posesión de la tierra para servir a Jehová que se la dio; solo Dios levanta, cuando es necesario, en el momento a que se refiere este libro, hombres extraordinarios para levantar al pueblo que ha caído en decadencia a causa de sus pecados; pero, como hemos dicho, es esencialmente Jehová y el pueblo.

29 - Resumen de los libros del Antiguo Testamento: Josué y los Jueces

El libro de JOSUÉ cuenta la toma de posesión de la tierra de Canaán. La responsabilidad del pueblo es puesta en evidencia, pero, en resumen, Dios está con él: ningún enemigo pudo mantenerse en la guerra contra Israel. Dios estuvo con Josué todos los días de su vida, y esto continuó durante los días de los ancianos que habían sido testigos de las maravillosas obras de Jehová. Pero inmediatamente después (lo vemos en el libro de los JUECES), el pueblo cae en la idolatría. Al no haber exterminado las naciones sobre las que Dios ejecutaba el juicio mediante él, aprende sus formas inicuas e idólatras; cae bajo el juicio de Dios y es entregado en manos de varios tiranos y perseguidores. De vez en cuando Dios levantaba un juez para liberar a Israel, y había alivio y bendición durante su vida; luego, después de su muerte, el pueblo volvía a caer en la misma desobediencia y era entregado nuevamente a sus enemigos.

30 - Resumen de los libros del Antiguo Testamento: 1 Samuel al 1 Reyes 12

Finalmente, en los días de SAMUEL, Elí, juez y sacerdote, murió; su familia fue suprimida, el arca fue tomada, y la relación de Israel con Dios sobre la base de su propia responsabilidad llegó a su fin. Dios, sin embargo, continúa sus caminos, y la toma del arca se convierte en la ocasión para ponerlo en evidencia. Cristo es el centro de esto: es profeta, sacerdote y rey. El sumo sacerdote servía como punto de contacto entre el pueblo responsable y Dios; el arca era el lugar donde se podía mantener este contacto. Pero el arca fue tomada. ¡De ahora en adelante, no más día de expiación, no más trono de Dios en medio del pueblo, no más aspersión de sangre según el orden de la casa de Dios! El que estaba sentado entre los querubines, ¿dónde estaba? Sin duda golpeó al falso dios con su gran poder, solo que no fue en Israel, sino entre los filisteos. Todo se terminó para Israel al pie de su responsabilidad; pero la soberanía de Dios y su bondad soberana no pueden ser dejadas de lado o limitadas. Él interviene por un profeta, suscita a Samuel, tal como había levantado a su pueblo de Egipto antes de que el arca existiera. El profeta que Dios, en su soberanía, envía, se convierte en el vínculo entre el pueblo y Dios. Dios mismo era el rey de Israel; pero el pueblo, deseando ser como las naciones y caminar por la vista y no por la fe, se estableció como rey a un hombre llamado Saúl. En general Saúl tuvo éxito, pero, abandonado por Dios a causa de su desobediencia (que era la de Israel), cayó por la mano de los enemigos para cuya destrucción había sido levantado. Pero Dios, en vista de Cristo, quería un rey, y David fue ese rey. El sacerdote, el profeta y el rey revelan la mente de Dios sobre su Ungido. Pero el hijo de David, Salomón, por muy bendecido que fuera, habiendo fracasado, como siempre le sucedió al hombre, el reino fue dividido.

31 - La realeza según Dios

Hay algunos comentarios que hacer a propósito de la realeza en sí misma. La realeza, en sentido estricto, es el poder efectivo en ejercicio. En el reino de Dios, es el poder de Dios; el rey que reina en nombre de Dios en Israel, es el instrumento de la intervención de Dios, en poder, en medio de su pueblo. Hemos visto la conducta del hombre responsable bajo el sacerdocio, y, al lado de eso, al profeta actuando en nombre de Dios a través de la palabra; esto ya era la gracia, pero ahora el poder se une a la gracia para cumplir las intenciones de Dios. Dios había podido liberarse y vengarse de los falsos dioses sin el hombre, pero quería reinar en el hombre: este es el tercer carácter de Cristo. Como Príncipe de paz, Salomón es el tipo del Señor; sin embargo, es en David, sufriente y liberador de su pueblo, donde el ejercicio de su poder se muestra de forma característica. Este será el medio para la recuperación de Israel en los últimos días. (En el Salmo 72 tenemos al rey y al hijo del rey). Así que David trae de vuelta el arca de Quiriat-jearim, solo que ya no la coloca en el tabernáculo al que estaba unida la forma exterior de adoración, sino en el monte Sion, que Dios había elegido para ser el asiento de la realeza (véase Sal. 132; 2 Sam. 6; 1 Crón. 16). Entonces, por primera vez (porque ahora era la gracia, y la gracia ejercida en poder), David instituyó el canto del himno: «Para siempre es su misericordia» (véase Sal. 136).

Este himno fue cantado de nuevo bajo Nehemías –fue una ocasión impactante para hacerlo– y se escucha en vista de los últimos días, en los Salmos 106, 107, 118, 136. Aunque la realeza fue históricamente puesta sobre la base de la responsabilidad, el gran e infalible principio de la gracia obrando en poder fue entonces establecido –la bondad asegurada por Dios a Israel en la persona de Cristo: «Su bondad perdura para siempre». David había recibido la promesa de una simiente y de una casa que nunca fallaría (2 Sam. 7:12-16; 1 Crón. 17:11-14). Cristo, el verdadero hijo de David, tiene una posición claramente definida y establecida por parte de Dios, aunque, por el momento la casa de David haya sido puesta bajo la responsabilidad e inmediatamente fallará (2 Sam. 23:5; comp. Hebr. 12:18-22). El templo construido en el monte Moriah, aunque era la morada de Dios, no tenía una promesa de duración perpetua.

32 - Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel

En resumen, el libro de JOSUÉ, comenzando en Gilgal con la muerte, de la cual el Jordán y la circuncisión son el tipo, nos presenta el poder espiritual de Cristo, jefe y conductor de su pueblo. Los JUECES nos muestran la caída del pueblo, pero la intervención de Dios en gracia; luego viene Samuel, el último de los jueces, después la realeza.

33 - Resumen de los libros del Antiguo Testamento: Reyes y Crónicas

Israel, es decir, las diez tribus, pronto abandonaron a Jehová, prevaleciéndose de su nombre; Judá declinó menos rápidamente. Esta es la historia que nos cuentan los libros de los REYES y de las CRÓNICAS: este último fue escrito, o al menos completado, después del regreso de Babilonia. El libro de los Reyes contiene principalmente la historia de Israel (después de la división del reino); vemos allí la intervención de Jehová, por medio de Elías y Eliseo; sin embargo, la historia de Judá continúa en este libro hasta el cautiverio. El libro de las Crónicas es esencialmente la historia de la familia de David. El David de las Crónicas difiere mucho del David de los libros de Samuel. Estos últimos presentan a David en su carácter histórico, David puesto a prueba y responsable. El mismo principio se encuentra en los libros de los Reyes, que contienen la historia del pueblo y la conducta de sus reyes desde el punto de vista de su responsabilidad. Por el contrario, el primer libro de las Crónicas nos muestra el David de la gracia y de la bendición, según el consejo de Dios. Así podemos entender por qué este libro pasa en silencio la historia de Urías y Betsabé, y la historia de los últimos días de Salomón. El mal solo se cuenta cuando la inteligencia de la historia lo hace necesario.

34 - Los profetas en el tiempo de los reyes

Así que Israel, al establecer la adoración de los becerros de oro, rompió con el templo, y de hecho con Jehová. Sin duda la responsabilidad está ligada al cargo del rey, pero Israel nunca ha salido de su falsa posición. Ya sea para Israel o para Judá, esta época se caracteriza por el ministerio de profetas enviados por Dios. Dios piensa en los fieles que están en Israel, mientras que el profeta no encuentra ninguno: ¡testimonio conmovedor de su gracia! Dios había conocido a siete mil hombres. El gran profeta Elías, que ni siquiera pasó por la muerte, viéndose solo a sí mismo, dijo: «Solo yo he quedado». Notaremos que los profetas en Israel y los que testificaban en Judá tenían caracteres muy distintos.

Una gran parte del libro de los Reyes cuenta la historia de Elías y la de Eliseo. Su testimonio se relacionaba con los derechos de Jehová en medio de un pueblo apóstata, y servía para mantener, en los corazones de los fieles escondidos entre este pueblo, la fe en Aquel a quien Israel había abandonado. No testificaban acerca del Mesías que vendría [7], ni acerca de los caminos de Dios en general; pero hacían milagros, que no se ven (excepto la señal dada a Ezequías) entre los profetas de Judá, porque en el reino de Judá todavía continuaba la profesión de la adoración a Jehová. Elías y Eliseo mantenían el testimonio de Jehová en sus personas en medio de un pueblo apóstata, y al igual que Moisés cuando establecía este testimonio, hicieron milagros para mantenerlo personalmente. Los profetas de Judá insistían en la fidelidad que debía guardar hacia Jehová un pueblo que profesaba servir al verdadero Dios y poseer su templo. Alentaron la fe personal, no por los milagros que declaraban el poder de Jehová, sino por la promesa dada al pueblo según el amor de Dios y de acuerdo con su fidelidad indefectible.

[7] El ojo espiritual puede, sin embargo, discernir un testimonio oculto en su historia. Elías en Horeb coloca, por así decir, la ley quebrantada en las manos de Jehová, y luego recuerda cada paso de Israel: Gilgal, donde fue apartado para Dios; Betel, el lugar de la promesa hecha a Jacob para la tierra, luego Jericó, el lugar de la maldición; finalmente el Jordán o la muerte, luego Elías asciende al cielo. A partir de ahí, Eliseo vuelve a pasar por la muerte y entra en su carrera de servicio. Pero los milagros de Elías son milagros de juicio, los de Eliseo, excepto el segundo, milagros de bondad y de gracia.

35 - Israel: La cautividad y el regreso. La venida del Mesías

Israel, llevado cautivo por los asirios, permaneció perdido entre las naciones, pero no para siempre: el Mesías, cuando venga, los encontrará. Mientras tanto, los caminos de Dios han continuado públicamente con la historia de Judá. El ministerio de los profetas continuó hasta que no hubo más remedio, como dice Jeremías, es decir, hasta el cautiverio de Babilonia, incluso más allá. Pero el cautiverio de Babilonia tenía, en cuanto a la tierra, un gran alcance: el trono de Dios dejó de estar en la tierra. El tiempo de las naciones, del poder de las «bestias» mencionado por Daniel, había comenzado, y continuará hasta la destrucción de la última bestia por el poder del Señor Jesús, cuando venga. Solamente, Cristo ha debido ser presentado a los judíos como rey: esta es la historia del Evangelio para ellos. Habiéndolo rechazado, son por lo tanto «vagabundos» en la tierra, pero teniendo la marca de Dios en ellos para que sean preservados (sin estar, como Israel, perdidos entre los gentiles), para los días de bendición que les esperan.

Es entonces cuando se arrepentirán, –al menos un remanente de ellos– y verán a Aquel a quien han traspasado. Las expresiones «el Dios del cielo» y «el Dios de toda la tierra» nunca se confunden en la profecía. La historia de Israel bajo el antiguo pacto, cuando la bendición dependía de la obediencia del hombre, había terminado; pero la promesa aún permanecía, la promesa del Mesías y del nuevo pacto. Dios, en su bondad, lo puso en el corazón de Ciro, que no se había rendido a la grosera idolatría de Babilonia y que odiaba los ídolos, para traer incluso un remanente de Israel a la tierra de la promesa, y aún para ayudar a restaurar el templo del verdadero Dios y su culto. Fue en medio de este remanente que el Mesías prometido vino en su tiempo, pero con propósitos mucho más gloriosos que la restauración de Israel, mientras sometía al hombre a una prueba final. Viniendo en humillación para estar cerca del hombre, demostrando con sus palabras y obras quién era, y cómo era por encima de todo, pero viniendo en gracia y en bondad al hombre, accesible a todos, aboliendo todos los efectos del pecado, se encontró con el pecado, manifestado según su verdadero carácter en el hombre, en el que el hombre rechaza a Dios en la persona del Salvador.

36 - La historia del hombre responsable

En resumen, probado por el enemigo, cuando es inocente, el hombre cae; es probado sin la ley, y el pecado reina; bajo la ley, la transgrede; entonces, como el hombre ya es pecador y transgresor, Dios viene en bondad, no imputándole sus pecados, pero no ha querido recibir a Dios. La historia del hombre responsable es desde entonces terminada; Israel al mismo tiempo ha perdido todo derecho al cumplimiento de las promesas, dadas, además sin condiciones, porque rechazó a Aquel en quien este cumplimiento se llevaba a cabo.

Nos queda dar algunos datos sobre las profecías para facilitar la comprensión de estas revelaciones de Dios, y luego revisar rápidamente los hagiógrafos [8].

[8] (N.d.T.: en la Biblia hebrea, autor de cualquiera de los libros comprendidos en la tercera parte de ella, llamada los Ketuvim). La Biblia hebraica se le llama en hebreo “TaNaKh”, un acrónimo formado de los títulos de sus tres partes: la Torá (la Ley), los Nev’im (los Profetas) y los Ketouvim (los otros escritos).

37 - Isaías

De todos los profetas, ISAÍAS es el que abarca el horizonte más amplio. Mientras que Israel es reconocido por Dios, el asirio es el enemigo. Lo mismo ocurrirá en los últimos días; pero mientras que lo que los profetas dicen de él alienta la fe de sus contemporáneos, lo que proclaman solo se realizará plenamente en esos días. Un breve análisis de Isaías nos dará el marco completo de la profecía, los otros profetas proporcionan detalles que requieren pocas palabras.

Los primeros cuatro capítulos son un prefacio que señala la ruina moral de Jerusalén y Judá, los juicios que vendrán sobre ellos, y su restauración, trayendo paz, destruyendo al hombre y su gloria, y revelando a Cristo, la gloria del remanente. En el capítulo 5, el juicio se basa en el abandono, por el pueblo, de la posición en la que Dios lo había puesto en el principio; en el capítulo 6, su incapacidad para estar en la presencia de este Dios que iba a venir. Tales son las bases del juicio del hombre, de Israel, y de la Iglesia; pero en medio de la ceguera general del pueblo debe quedar un remanente fiel. Después encontramos a Emanuel, hijo de la virgen, fundamento seguro de confianza para la fe, y, por otro lado, al asirio, la vara de Dios; pero también (hasta el final del v. 7 del cap. 9) el efecto de la presencia de Emanuel, piedra de tropiezo para el pueblo del que Dios esconde su rostro, no obstante, un santuario, y finalmente el restaurador del pueblo en gloria. Los capítulos 7, 8, 9:1-7, son un paréntesis que introduce a Cristo.

El versículo 8 del capítulo 9 retoma el hilo de la historia del pueblo en sus diversas fases, versículos 8-12, 13-17, 18-21; 10:1-4; luego viene el asirio, con el que los castigos se terminan. Los capítulos 11 y 12 muestran la plena bendición del fin: el Santo de Israel está de nuevo en medio del pueblo; esto completa la revisión de los grandes elementos de la profecía. Los capítulos 13 a 27 anuncian el juicio de los gentiles, de Babel, la ciudad donde Israel fue cautivo, y que caracteriza los tiempos de los gentiles y el cautiverio de Israel. El juicio del asirio viene después del juicio de Babilonia, lo que demuestra que estos son los últimos días, porque, históricamente, la grandeza y el imperio de Babel se fundaron en la caída del asirio.

Después de Babilonia vinieron los otros países; solo en el capítulo 18, vemos a Israel devuelto a su tierra, pero saqueado por las naciones en el momento de su aparente florecimiento. Jerusalén y su gobernante son juzgados; entonces el mundo entero es sacudido, y el Señor, a quien los fieles estaban esperando, llega. Los poderes de maldad en lo alto son juzgados, y los reyes de la tierra son juzgados en la tierra (24:21). El velo que impedía a las naciones ver será levantado, el oprobio del pueblo será abolido, y la primera resurrección tendrá lugar; el poder de la Serpiente entre los pueblos será destruido; Jehová cuidará de Israel como de una vid de deleite (25-27). En los capítulos 28-35, tenemos una serie de profecías especiales que describen el asalto final de las naciones contra Israel, el idumeo y el asirio en evidencia, pero cada una de estas profecías termina con la completa bendición de Israel y con la presencia del Rey (Cristo).

Luego vienen cuatro capítulos que contienen la historia de Senaquerib, que dio la ocasión para la profecía, pero donde Ezequías sanó, tipo de Cristo resucitado, y la liberación del ataque del asirio, prefiguran los eventos de los últimos días. Desde el capítulo 40 hasta el final, encontramos la controversia de Jehová con Israel, que había abandonado a su Dios por los ídolos, y el juicio del gran centro de la idolatría en la tierra, Babel, de la cual Ciro se había apoderado, llamado aquí por su nombre. En una palabra, es el juicio de la idolatría; luego viene el rechazo de Cristo. La primera parte se extiende hasta el final del capítulo 48; la segunda parte, de la cual Cristo es el tema, desde el capítulo 49 hasta el final del capítulo 57. Desde este último capítulo vemos a Dios reclamando ejercitar justicia, y luego, después de algunas reprimendas a Israel, somos testigos de su gloria en los últimos días.

38 - Daniel, Jeremías, Ezequiel

Nos hemos extendido un poco en el libro de Isaías, porque contiene todo el marco de la profecía, así como los pensamientos de Dios cuando Israel todavía era reconocido; mientras que Daniel nos da la historia de los poderes de las naciones representadas por «bestias», cuando los judíos están cautivos y, por consiguiente, fuera del gobierno directo de Dios. Los otros profetas se ocupan de los detalles: Jeremías, desde el interior (el trono de Dios que aún está en Jerusalén), se ocupa de la ruina de Judá; Ezequiel, de Israel ya rechazado, mirándolo desde el exterior.

JEREMÍAS enfatiza la iniquidad que causó la ruina, pero en el capítulo 31 anuncia la gracia y un nuevo pacto para Judá e Israel; y en este capítulo, como en los dos siguientes, la bendición completa para Judá e Israel. Después encontramos el juicio de las naciones.

EZEQUIEL presenta a Jehová mismo, ejecutando el juicio sobre Jerusalén, que había dejado, su trono, desde entonces, no estando allí; así que Judá e Israel están en la misma posición ante Dios, así que Ezequiel se ocupa de uno y del otro. En los capítulos 34-37, vemos a Dios restaurando a Israel y purificándolo; Judá e Israel son unidos para que nunca más estén separados; Cristo (David) está allí, y el santuario de Dios está en medio de ellos. En los capítulos 38, 39, el poder del Norte, Gog, el príncipe de Ros, Mesec y Tubal, sube para destruir la tierra de Israel. El juicio que Jehová ejecuta sobre él da a conocer el nombre de Jehová y también muestra que Israel había estado en cautiverio a causa de sus iniquidades. Ezequiel entonces da el plano del nuevo templo.

A DANIEL, cautivo en Babilonia, pero manteniéndose limpio de toda contaminación, se le confía la revelación de las cuatro monarquías de las naciones. Los primeros seis capítulos de su libro cuentan la historia de estos imperios como la historia del mundo: Daniel es solo un intérprete. Los últimos seis capítulos nos muestran los mismos imperios en relación con Israel cautivo. Como en todas las profecías, la liberación de Israel se anuncia al final, así como el juicio de sus opresores. Daniel tendrá su parte en esta bendición.

39 - Los profetas menores de antes de la cautividad

OSEAS predice el transporte de las diez tribus, luego anuncia que, como resultado del cautiverio de Judá, ya no habrá un pueblo de Dios reconocido en la tierra, sino que al final Judá e Israel se establecerán un solo jefe (Cristo), y que este día de bendición será grande. Israel debe permanecer mucho tiempo sin el verdadero Dios y sin dioses falsos, sin sacrificios y sin ídolo, pero reconocerá a Jehová y a David (Cristo) en los últimos días; su arrepentimiento se describe en el último capítulo.

JOEL anuncia, con motivo de una hambruna, la destrucción del ejército del Norte; luego predice el don del Espíritu a toda carne antes de que llegue el gran y terrible día de Jehová.

AMÓS, después de anunciar el juicio que caería sobre varias naciones de Canaán, declara que la paciencia de Dios ya no soportará la iniquidad de Israel; pero también proclama, como todos los profetas, el regreso y la bendición del pueblo, añadiendo que nunca más serán arrancados de su país.

ABDÍAS profetiza contra Edom, cuyos implacables celos y odio contra Jerusalén se encuentran a menudo en el curso de la profecía; luego anuncia el día de Jehová para juzgar a las naciones, y como siempre, la liberación de Sion.

JONAS tiene un carácter especial. Si Jehová eligió a Israel para ser un pueblo aparte, para mantener el conocimiento de su nombre en la tierra, es sin embargo el Dios de las naciones, y un Dios de bondad y misericordia. Cuando los privilegios que Dios concede oscurecen el conocimiento de lo que Él es en sí mismo, la posesión de estos privilegios da lugar a un duro espíritu de parcialidad; esto se vio claramente entre los judíos. Es notable que, en el libro de Jonás, el testimonio de la misericordia de Dios se dirige al gran enemigo del pueblo de Dios. También vemos en este profeta los caminos de Dios, en caso de que se manifieste el arrepentimiento. En cierto modo, Jonás es un tipo conocido del Salvador. El tema del capítulo 4 contrasta con la bendición especial de los judíos al final: Dios es también el Dios de los gentiles.

La profecía de MIQUEAS es similar en muchos aspectos a la de Isaías, pero el desarrollo de los planes de Dios es mucho menos completo en su libro, que se dirige más a la conciencia del pueblo. Concluye afirmando que las promesas hechas a Abraham y a Jacob se cumplirán.

NAHUM muestra la indignación de Dios ante la arrogancia del poder y de la dominación humana; anuncia la destrucción de Nínive (el asirio) que nunca se levantará de nuevo, y Judá será finalmente liberada.

En el libro de HABACUC encontramos la expresión de la fe en Jehová a pesar de todo, y los caminos de Dios en la historia del pueblo. El profeta se queja de la iniquidad que le rodeaba en Israel, y Dios le mostró los caldeos que trajo para castigar al país por esta iniquidad; entonces se despertó el afecto del profeta por el pueblo, y se queja de los caldeos. Dios le muestra que debe vivir por la fe; Él castigará a esos enemigos violentos, cuyas pasiones han sido su vara para castigar a Israel, pero el hombre fiel debe esperar. El día de Jehová vendrá, y la tierra se llenará del conocimiento de la gloria de Jehová como el fondo del mar está cubierto por las aguas. El profeta recuerda la antigua liberación de Israel y se regocija en Jehová, aunque todavía no aparezca ninguna bendición de Su parte.

SOFONÍAS anuncia un juicio sobre el país que no dejará escapar ninguna iniquidad: es el día de Jehová, día de ira, de problemas y de angustia, en el que el país será devorado por la ira de Jehová. Y los mansos buscarán a Jehová para ser «cubiertos» (2:3): primero Israel, luego los gentiles, serán juzgados, siendo el asirio el jefe de los gentiles (porque aquí Israel es reconocido). Luego viene el asunto de Jerusalén: Dios le había advertido, como si hubiera dicho: Se arrepentirá; pero se ha corrompido, yendo de mal en peor. El profeta aprovecha la oportunidad para invitar al remanente a esperar a Jehová que iba a reunir a todas las naciones para juzgarlas en su ira. Entonces se producirá un cambio completo: todas las naciones invocarán a Jehová con un corazón puro, e Israel será devuelto a Jehová con un corazón limpio, ya no se encontrará iniquidad en él: Jehová hará de él un pueblo de renombre y gloria entre todas las naciones, una conclusión en armonía con todos los caminos de Dios de los que hablan los profetas.

40 - Los profetas menores de después de la cautividad

Los siguientes profetas, habiendo profetizado después del regreso de Babilonia, tienen un carácter diferente. HAGEO, aunque simple y corto, es de gran interés. Insiste en que el pueblo piense en Jehová y no en sus asuntos temporales; lo llama a continuar la construcción del templo interrumpida por sus enemigos, a hacerlo confiando en Jehová y sin esperar el permiso del rey de Persia. Los judíos obedecen a esta palabra y, de hecho, cuando actúan por fe, son providencialmente ayudados, ya que el rey les dio su permiso. Pero, para la fe, era Dios quien dirigía todo, porque es Él quien dispone los corazones de los reyes. Así es como la fe actúa siempre según la palabra de Dios, que, en este caso, vino a través de los profetas Hageo y Zacarías. El profeta anuncia entonces que Dios iba a sacudir los cielos y la tierra, de forma que todo poder humano sería puesto de lado, así como los poderes espirituales que están en el aire. Entonces tendrá lugar lo que la multitud de los discípulos hizo oír por inspiración cuando Jesús entró en Jerusalén: «Paz en el cielo»; y se establecerá el poder de Cristo, jefe de Israel, identificado con el de Jehová.

ZACARÍAS se ocupa de la restauración de Jerusalén en ese tiempo, pero dando la historia de la ciudad hasta la primera venida de Cristo, e incluso hasta la segunda. Solo ocasionalmente habla de la destrucción de las naciones que asolaron Jerusalén. Esta es justificada, luego bendecida por la administración de la gracia, según el orden perfecto y divino; los malvados son relegados y encuentran su lugar con Babilonia, luego se introduce a Cristo. Una segunda profecía comienza en el capítulo 7, e introduce, en el capítulo 11, el rechazo de Cristo en su primera venida; Israel es entonces entregado en las manos de un pastor malvado. Entonces Jerusalén será el lugar donde las naciones serán juzgadas, y el espíritu de gracia y de súplica será derramado sobre el pueblo, este se arrepentirá de haber dado muerte al hombre que es el compañero de Jehová. La ciudad será tomada, pero Jehová saldrá a juzgar a sus enemigos, y todas las cosas serán santificadas en Jerusalén.

MALAQUÍAS nos muestra la decadencia moral del pueblo después de su regreso de Babilonia; pero hay un remanente en medio de la ruina. Se predice la misión de Juan el Bautista, y viene el día de Jehová, y se predice la venida de Elías, y el pueblo es devuelto a la ley.

Noten que el cristianismo no aparece aquí, sino Cristo y su rechazo; el pastor es herido y las ovejas son dispersadas (Zac. 13), entonces viene el juicio. En estas tres profecías, pronunciadas después del regreso de Babilonia, cuando uno de los imperios representados por las «bestias» de Daniel ya había sucumbido, y a pesar de que se alude a las naciones (pues era su tiempo, poseían el mundo), notamos un importante estrechamiento del cuadro de la profecía, y encontramos muchos más detalles que tienen una aplicación directa a Cristo. Encontramos allí, en efecto, Egipto y Asiria (Zac. 10) estos grandes actores entre las naciones; se les ve juzgados, pero todavía esperando los últimos juicios; hacen lugar a las bestias de Daniel, todas asociadas al cautiverio de los judíos, porque este cautiverio caracterizaba la posición del pueblo. Cuando el asirio estaba en la escena, el trono de Dios estaba en medio del pueblo en Jerusalén; aquí, aunque la cautividad bajo el poder de los gentiles todavía permanece y sea reconocida, el horizonte, como hemos dicho, se estrecha, y la escena se llena más con el propio Cristo y los detalles relativos a la Jerusalén restaurada; entonces llega el gran día de Jehová.

41 - Los Hagiógrafos o libros poéticos: Daniel

Nos queda decir unas palabras sobre los HAGIÓGRAFOS.

DANIEL es uno de ellos para los judíos. Hemos hablado de su libro como una profecía, aunque tiene un carácter especial, ya que el trono de Dios ha desaparecido de la tierra, y el profeta está en Babilonia. Pero comparte bien el carácter de otros hagiógrafos, que contienen discursos morales, o relatos de detalle mientras Israel es rechazado, y que presentan la expresión del afecto de Cristo por Israel. Muestran las relaciones de Dios con el hombre, y los cuidados providenciales que tiene con su pueblo cuando no tenía relación con él como pueblo, y que no lo reconocía como tal.

42 - La continuación de los Hagiógrafos: Los Salmos. La estructura de los Salmos

Los SALMOS exponen esto más completamente que cualquier otro libro de las Escrituras. Dos principios subyacen en todo el libro: el primero, es que hay, entre los malvados, un remanente que teme a Dios; el segundo, es que Jehová y su Ungido encuentran la oposición del pueblo y de las naciones (Sal. 1 y 2). Luego tenemos el consejo de Dios en el Ungido, Hijo de Dios y Rey en Sion, y luego Dominador sobre toda la tierra. Si es rechazado, los fieles deben sufrir y cargar con su cruz (Sal. 3-7). En el Salmo 8, se presenta como el Hijo del hombre establecido sobre todas las obras de Dios. Con el Salmo 9 comienza la historia del remanente en medio de Israel. Algunos principios servirán como hilo conductor en la lectura de este libro. Sabemos que los Salmos se dividen en cinco libros: Salmos 1-41; 42-72; 73-89; 90-106; 107-150.

El método que se sigue generalmente en el libro de los Salmos consiste en anteponer un primer pensamiento fundamental, y luego añadirle las experiencias del residuo en las circunstancias que se presentan como base. Así, los Salmos 9 y 10 son la base; los siguientes salmos, hasta el final del 18, la expresión de los sentimientos que se relacionan con ella; pero los tres últimos nos presentan a Cristo más directamente. El Salmo 18 es notable en el sentido de que vincula toda la historia de Israel, desde Egipto hasta el final, con los sufrimientos de Cristo. Los Salmos 19, 20, 21, son los diversos testimonios de Dios: la creación, la ley y Cristo. El Salmo 21 muestra la introducción de Cristo en la gloria. El Salmo 22 lo presenta, no en relación con los judíos, sino como hecho pecado ante Dios. La confesión de los pecados no se encuentra antes del Salmo 25. Este primer libro, trata más bien de Cristo personalmente, y el remanente está en Jerusalén, pero en presencia del poder de los malvados.

– En el segundo libro, el remanente se ve fuera de Jerusalén. En el Salmo 45 se presenta al Mesías, y a partir de entonces encontramos el nombre de Jehová. Cuando nos encontramos con el nombre de Jehová, la fe reconoce la relación del pueblo con Dios (comp. Sal. 14 y 53). Notemos aquí que el primer o los primeros versículos de un salmo suelen dar el tema, los versículos que siguen describen el camino para llegar allí. En este segundo libro, las aflicciones de Cristo ocupan un lugar importante, luego vienen los deseos de David para el establecimiento de su hijo en el reino milenario.

– El tercer libro, incluso mencionando a Judá y Sion, abarca todo Israel, retrocediendo así en el tiempo, revisando la historia del pueblo y continuándola hasta el seguro pacto hecho con David y su descendencia.

Después de recordar a Moisés y contar cómo Jehová había sido el Dios de Israel en todos los tiempos, después de haber hablado del Mesías y del sábado, el cuarto libro introduce a Jehová viniendo a establecer su reino y describe su camino desde arriba, hasta que se sienta entre los querubines, y las naciones sean llamadas a inclinarse ante Él y a adorarlo. Encontramos en este libro los principios del reinado de Cristo, su rechazo, su divinidad, la duración de sus días como hombre resucitado, y finalmente la bendición del pueblo y del mundo a través de su presencia. Dios recuerda su promesa hecha a Abraham. Israel ha sido infiel, pero Dios, en gracia, se acordó de él.

El quinto libro va hasta el final; explica los principios y caminos de Jehová y el regreso del pueblo a su tierra (Salmos de grados). Mientras tanto, Cristo se ha sentado a la diestra de Dios, hecho Señor como Hijo de David. La bondad de Jehová permanece para siempre: la ley se escribe en el corazón de Israel que se descarrió. Luego, después de los Salmos de grados y el juicio de Babilonia, viene el gran «Hallel» o Aleluya, una serie de cánticos de alabanza. Los Salmos 72 y 145 son los únicos que describen proféticamente el reino en sí.

El libro de los Salmos comienza mostrando al Cristo rechazado; luego, introduciendo su retorno para establecer el reino, da los caminos del pueblo y su restauración en su tierra. Notemos también que, en los Salmos, nunca encontramos a Dios como Padre, ni los sentimientos que pertenecen a la adopción. Vemos allí confianza, obediencia, fe en medio de las dificultades, devoción (como en el Salmo 63), fe en las promesas, la fidelidad, pero nunca la relación de hijo con un padre. Si no se tiene cuidado a este aspecto, el carácter de piedad de más de un alma sincera se ha encontrado disminuido por la propia lectura de este precioso libro.

43 - La continuación de los Hagiógrafos: Job

El libro de JOB nos muestra al hombre puesto a prueba. Él, el hombre renovado por la gracia, como diríamos con nuestro conocimiento actual, el hombre que es justo y recto en sus caminos, ¿podría poseer la justicia en sí mismo, y estar ante Dios en presencia del poder del mal? Esta es la pregunta que hace este libro. Todavía podemos ver cómo Dios sondea los corazones y les da el conocimiento de su verdadero estado ante Él. Este tema es aún más instructivo puesto que se presenta fuera de cualquier economía, sin ninguna revelación particular de Dios. Job es un hombre piadoso, como podía serlo un descendiente de Noé que no había perdido el conocimiento del verdadero Dios, en un momento en que el pecado se estaba extendiendo de nuevo en el mundo, y que la idolatría empezaba a establecerse, aunque el juez estaba dispuesto a castigarla.

También vemos en Job un corazón que, si bien es rebelde con Dios, cuenta con Él, un corazón que se vuelve hacia Dios a quien no encuentra, un corazón que, porque conoce a Dios, bien que insumiso, reclama para Él cualidades que los fríos razonamientos de sus amigos no Le pueden atribuir; y sin embargo se deleita en su integridad y hace de ella un abrigo de propia justicia que le esconde Dios y que esconde a Job de sí mismo. Eliú lo reprende por estas cosas, mientras le explica los caminos de Dios. Finalmente, Dios se revela a Job y su corazón es vencido; entonces Dios lo cura y lo llena de bendiciones en paz. Este libro proporciona otra imagen de los caminos de Dios hacia los judíos, y también la enseñanza del Espíritu sobre la función de Satanás en los caminos y el gobierno de Dios en la tierra.

44 - La continuación de los Hagiógrafos: El Predicador

El PREDICADOR, o «Eclesiastés», se pregunta si es posible encontrar la felicidad bajo el sol. Todas las cosas son vanidad en los esfuerzos del hombre; pero hay una ley, una regla de conducta perfecta para el hombre, y toda obra será sopesada en el juicio de Dios. No vemos, en este libro, una relación positiva con Dios; encontramos al Dios Creador, y al hombre en el mundo tal como es, pero no a Jehová, y mucho menos al Padre.

Los PROVERBIOS son diferentes. Este libro nos presenta la sabiduría de una autoridad que frena la voluntad del hombre, reprime la corrupción y la violencia, y además pone freno a la autosatisfacción, que es el peligro del hombre; también vemos en él los consejos de Dios, revelados en el hecho de que la Sabiduría de Dios (Cristo), objeto de su buen placer, encuentra su deleite en los hijos de los hombres, y esto antes de que el mundo fuera (cap. 8). En todas partes, en este libro, tenemos a Jehová o Dios que se ha dado a conocer y que actúa por medio de una autoridad confiada al hombre, a los padres, etc. Entonces Dios nos da las enseñanzas adecuadas para ayudar a cada uno a evitar las trampas puestas en este pobre mundo, sin estar obligado a aprender por su propia experiencia toda la iniquidad en la que está inmerso.

45 - La continuación de los Hagiógrafos: Esdras, Nehemías, Ester

Los libros de ESDRAS y NEHEMÍAS contienen la historia de la reintegración nacional de Judá, tanto desde el punto de vista religioso como civil. Esdras viene después de Josué y Zorobabel. Estos son vistos como hombres que actúan por la fe: levantan un altar para defenderse de los enemigos que los rodean; confían en Dios (Esd. 3:2). Los profetas Hageo y Zacarías animaron a los judíos de parte de Dios, que respondieron a su fe. Más tarde llegó Esdras, un hombre fiel y devoto, confiando en Jehová: instruido en la ley, pone orden en la conducta del pueblo. Sin embargo, parece que, bajo la influencia de la inclinación natural del corazón humano, este orden degeneró en fariseísmo. Por el momento, la fidelidad de los judíos consistía en separarse como pueblo de Dios, en exigir una genealogía judía conocida, especialmente para los sacerdotes, y en despedir a las mujeres extranjeras. Nehemías restaura las murallas y la ciudad; es un hombre fiel y devoto, pero le gusta hablar de su fidelidad, pues la Escritura presenta estos dos caracteres tal como se encontraban en él.

El libro de ESTER muestra cómo Dios, en su providencia, mientras sí mismo permanece oculto, cuida de Israel. Se ha comentado a menudo que Dios no se nombra en este libro: esto es precisamente lo apropiado, ya que es la providencia de Dios cuando Dios no se muestra abiertamente.

46 - La continuación de los Hagiógrafos: El Cantar de los Cantares

El CANTAR de los CANTARES presenta la renovación de la relación del Hijo de David con el fiel remanente de Israel en los últimos días, cuando este remanente será para él «porque Jehová se deleita en ti» (Is. 62:4). Se notará que siempre se dirige a la sulamita cuando habla de ella, mientras que ella habla de él como objeto de sus afectos, pero raramente a él. El afecto de la Iglesia es más tranquilo que el expresado en el Cantar, porque la Iglesia ya goza del amor de Cristo como algo conocido, y se encuentra en una relación firmemente establecida, aunque no se cumplen todavía todos los resultados: personalmente, el creyente puede entrar más plenamente en los sentimientos expresados en este libro.

47 - La continuación de los Hagiógrafos: Lamentaciones, Rut

Hay dos pequeñas porciones de los hagiógrafos que son separados en nuestras Biblias. Estos son: las LAMENTACIONES de JEREMÍAS, y RUT. La conmovedora historia de esta última pone ante nuestros ojos costumbres muy primitivas y, al mismo tiempo, unos rasgos de carácter admirables, y lleva en sí misma un sello innegable de realidad. Ella es importante porque traza la genealogía de David y por consiguiente de Cristo, y nos muestra una mujer de los gentiles admitida en esta genealogía. Las Lamentaciones tienen un carácter de dolor producido por el sentimiento de que Dios ha golpeado a su pueblo, derribado su altar, destruido su casa. Por el momento, bajo la antigua alianza, esto se hace a Jerusalén y al pueblo de Dios. Jeremías ve con el ojo de Dios, desde dentro (donde estaba la casa de Dios y la sede de su autoridad), ¡y no hay remedio! Debemos recordar que los libros de Esdras y Nehemías cuentan el regreso de un remanente de los judíos, traído por la misericordia de Dios, para que hubiera un pueblo al que la gracia pudiera presentar Aquel que había sido prometido.

48 - La infidelidad general del hombre, la función de los profetas y de las promesas

La historia del hombre, visto como responsable de su propia conducta, probada sin ley y más tarde bajo la ley, ha terminado. Desde la caída, antes de que el hombre fuera expulsado del Jardín del Edén, la bondad de Dios había dado la promesa de un Salvador que aplastaría la cabeza de la Serpiente; pero por el momento, Dios dejó a los hombres a su propia suerte. Salvando lo que necesitaba ser preservado para poblar el nuevo mundo, el diluvio puso fin a una raza caída sumergida en la corrupción y la violencia. Sin embargo, el corazón del hombre seguía siendo el mismo (Gén. 6:5; 8:21): en este nuevo mundo todos los hombres pronto cayeron en la idolatría. Entonces la gracia llama a Abraham, y se le dan las promesas formales sobre la simiente. 430 años después, esta raza de Abraham, puesta aparte para Dios, es puesta bajo la ley, la regla perfecta de lo que el hombre debe ser, considerando que la ley prohíbe la codicia.

Los profetas recuerdan la ley a la conciencia del pueblo, pero al mismo tiempo sostienen la fe de los fieles en medio de la infidelidad general, recordando, confirmando y desarrollando la promesa de la «simiente» y la promesa de la venida del gran y terrible día de Jehová. Vemos un ejemplo de esto en las últimas palabras del profeta Malaquías (cap. 4). La promesa de la simiente y el llamado a la conciencia fueron repetidos constantemente por los profetas hasta que no hubo más remedio. Dios, sin embargo, cumplió la promesa enviando a Cristo, la descendencia de David. Esta es la gracia de Dios. Era sin duda la fidelidad a su promesa, y, en este sentido, la justicia en Dios (este es el alcance de 2 Pe. 1:1), pero ya no se trataba de la responsabilidad del hombre de observar una regla impuesta a él: era una cuestión de recibir a Cristo. Había todavía más.

Cristo era el Verbo hecho carne. Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo, y no culpándolo por sus pecados. Vino a los suyos, pero no lo recibieron: el mundo no lo quiso, no lo conoció; el Padre fue manifestado en el Hijo, en sus palabras y obras, pero el mundo no lo conoció: «Las han visto» –dijo el Salvador– «y me han odiado tanto a mí como a mi Padre». Así los judíos perdieron todo derecho a las promesas al rechazar a Aquel en quien se cumplían. Además, el hombre no solo ha sido desobediente, sino que, siendo así, mostraba su odio contra Dios que se manifestaba en gracia hacia él en este estado. Por el lado de la responsabilidad del hombre, cualquier relación con Dios era imposible. La cruz es la manifestación pública de este rechazo, de esta enemistad contra Dios; y, al mismo tiempo, es la manifestación del amor de Dios por el hombre tal como era.

Es más que eso: es la realización de una obra perfecta de propiciación, un sacrificio para quitar el pecado, una base completamente nueva para la relación entre el hombre y Dios, una relación que no depende de la responsabilidad del hombre –en este terreno estaba perdido– sino de la gracia infinita de Dios: Él no escatimó a su propio Hijo que, mediante el Espíritu eterno, se ofreció a sí mismo sin mancha, para que la gracia pudiera reinar por la justicia para vida eterna a través de Jesucristo nuestro Señor. Las promesas se cumplirán; el creyente posee vida eterna, y la tendrá en gloria, cuando sea hecho semejante al Hijo de Dios que entró en la gloria como hombre; porque es necesario que el corazón de Dios, su amor, sea satisfecho, su santa justicia manifestada y honrada; y es necesario que su Hijo, que dejó la gloria por nosotros y se humilló a sí mismo siendo obediente hasta la muerte, sea exaltado según toda la gloria que le corresponde. De esta manera, somos llevados al campo del Evangelio.

49 - El Nuevo Testamento: La gracia soberana de Dios continúa su obra

El NUEVO TESTAMENTO tiene un carácter muy diferente del Antiguo. Este último nos da la revelación de los pensamientos que Dios ha comunicado a los que han sido los instrumentos de esta revelación, y nos hace adorar la sabiduría que se desarrolla en ella; pero Dios está siempre oculto detrás del velo. En el Nuevo Testamento, Dios se manifiesta. En los Evangelios lo encontramos, a Él mismo, manso, bondadoso, humano, Dios en la tierra; luego lo vemos derramando luz divina en las comunicaciones posteriores del Espíritu Santo. –Antes de eso, Dios había hecho promesas y había ejecutado juicios; había gobernado un pueblo en la tierra y había actuado con respecto a las naciones en vista de ese pueblo al que había dado su ley, y al que había concedido, por medio de los profetas, una luz creciente, anunciando cada vez más claramente la venida de Aquel que iba a decirles todo de parte de Dios. Pero la presencia de Dios mismo, hombre en medio de los hombres, viene a cambiarlo todo.

O el hombre debería haberlo recibido en la persona de Cristo como coronación de bendición y de gloria, cuya presencia debía desterrar todo el mal, desarrollar y perfeccionar todos los elementos del bien y, al mismo tiempo, dar un objeto y un centro a todos los afectos hechos perfectamente felices por el goce de este objeto; o, al rechazar a tal Cristo, nuestra miserable naturaleza debía mostrar lo que realmente es, es decir, enemistad contra Dios, y hacer evidente la necesidad de un orden de cosas completamente nuevo, en el que la felicidad del hombre y la gloria de Dios se fundamentaran en una nueva creación. Sabemos lo que ocurrió: Aquel que era la imagen del Dios invisible tuvo que decir, tras el ejercicio de una paciencia perfecta, «Padre justo, el mundo no te conoció», y mucho más, por desgracia, «me han odiado tanto a mí como a mi Padre» (Juan 17:25; 15:24).

Sin embargo, este triste estado del hombre no ha impedido a Dios cumplir sus consejos; al contrario, le ha dado la oportunidad de glorificarse a sí mismo cumpliéndolos. Dios no quiso rechazar al hombre antes de que el hombre lo hubiera rechazado. Así había sido en el jardín de Edén: el hombre, consciente del pecado, incapaz de soportar la presencia de Dios, se retiró de Él antes de que Dios lo expulsara del jardín. Pero cuando el hombre, por su parte, había rechazado completamente a Dios que había venido en bondad en medio de su miseria, Dios era libre (si uno se atreve a hablar así, pues la expresión es moralmente correcta) para continuar sus planes eternos. Ahora bien, en este caso, Dios no ejecuta el juicio como lo hizo en Edén, donde el hombre ya estaba lejos de Él; pero la gracia soberana, cuando el hombre está manifiestamente perdido y se ha declarado enemigo de Dios, continúa su obra para hacer resplandecer su gloria a los ojos del universo en la salvación de los pobres pecadores que habían rechazado a Dios. Sin embargo, para que la sabiduría de Dios se manifestara incluso en los detalles, esta obra de gracia soberana, en la que Dios se revelaba, tuvo que coordinarse con todos sus caminos anteriores revelados en el Antiguo Testamento, dejando también espacio completo para su gobierno del mundo.

50 - 4 grandes temas del Nuevo Testamento

De todo esto se deduce que, aparte de la gran idea dominante, hay, en el Nuevo Testamento, cuatro temas que se desarrollan a los ojos de la fe. El gran tema, el hecho por excelencia, es que la luz perfecta es manifestada: Dios mismo se revela. Esta luz se manifiesta en el amor, el otro nombre esencial de Dios.

En segundo lugar, Cristo, que es la manifestación de esta luz y de este amor, y que, si hubiera sido recibido, habría sido el cumplimiento de todas las promesas, es presentado al hombre, y especialmente al Israel responsable, con todas las pruebas personales, morales y de poder que dejan a este pueblo sin excusa. Entonces, siendo Cristo rechazado, su rechazo se convierte en el medio por el cual se logra la salvación; un nuevo orden de cosas (la nueva creación, el hombre glorificado, la Iglesia que participa con Cristo en la gloria celestial) es puesto ante nuestros ojos.

En tercer lugar, se aclara la relación entre el nuevo y el viejo orden de cosas, en lo que respecta a la ley, las promesas, las profecías o las instituciones divinas en la tierra, son expuestas claramente, ya sea presentando el nuevo orden como un cumplimiento y dejando de lado lo que había envejecido, ya sea viendo el contraste que existe entre el viejo y el nuevo orden de cosas, ya sea demostrando la perfecta sabiduría de Dios en todos los detalles de sus caminos.

Finalmente, se destaca el gobierno de Dios en el mundo, y la palabra profética anuncia los juicios y bendiciones que acompañarán la reanudación de la relación de Dios con Israel, rota en el momento del rechazo del Mesías.

Se puede añadir que todo lo que es necesario para el hombre, peregrino en la tierra, hasta que Dios en su poder cumpla los propósitos de su gracia, se le provee abundantemente. Habiendo salido, al llamado de Dios, de lo que es rechazado o condenado (y no puesto aún en posesión del destino que Dios le ha preparado), el hombre que ha respondido a este llamado necesita una dirección; necesita conocer las fuentes de la fuerza necesaria para caminar hacia la meta de su vocación, y los medios para hacer suya esta fuerza. Dios, al llamarlo a seguir a su Maestro, a quien el mundo ha rechazado, no lo ha dejado sin proporcionarle toda la luz y todas las direcciones para iluminarlo y alentarlo en su camino.

51 - Los Evangelios: La vida del Señor

Los EVANGELIOS cuentan la vida del Señor y lo presentan a nuestros corazones, ya sea con sus actos o con sus palabras, en los diversos caracteres que, en todos los aspectos, lo hacen precioso para las almas de los redimidos, según la inteligencia que se les concede y según sus necesidades. Estos caracteres juntos forman la plenitud de su gloria personal, en la medida en que somos capaces de captarla mientras estamos en vasos de arcilla aquí abajo. La excepción es para la relación de Cristo con la Iglesia, porque, salvo el anuncio de que Cristo edificaría una Iglesia en la tierra, fue a través del Espíritu Santo, enviado después de su ascensión, que dio a los apóstoles y profetas la revelación de este precioso misterio.

Es evidente que el Señor tuvo que reunir en sí mismo en la tierra, según los consejos de Dios y las revelaciones de su palabra, más de un carácter para el cumplimiento de todas las cosas que pertenecen a su gloria y para el mantenimiento y la manifestación de la gloria de su Padre. Pero para que esto ocurriera, también era necesario que fuera algo, ya sea que se le considerara como caminando en la tierra, o bajo el aspecto de su verdadera naturaleza. Cristo tenía que cumplir con el servicio que era su deber hacia Dios, como el verdadero siervo por excelencia, y como sirviendo a Dios por la palabra en medio de su pueblo (véase, por ejemplo, Salmo 40:8-10; Isaías 49:4-5, y otros pasajes).

52 - Los Evangelios: Los caracteres de Cristo

Un sinnúmero de testimonios, habían anunciado que el hijo de David reinaría de parte de Dios sobre el trono de su padre; y el cumplimiento del consejo de Dios hacia Israel se relaciona en el Antiguo Testamento, con Aquel que debía venir así, y que, en la tierra, debía tener la relación de Hijo de Dios, con Jehová Dios. Cristo, el Mesías, –o el Ungido, una palabra que es solo la traducción de ese nombre– debía aparecer y presentarse a Israel según la revelación y los consejos de Dios. Los judíos limitaron su expectativa casi exclusivamente a este carácter de Cristo, el Mesías e Hijo de David, y aún fue a su manera, solo vieron la elevación de su nación, sin sentir sus propios pecados y las consecuencias de esos pecados. Sin embargo, este carácter de Cristo no era todo lo que la palabra profética, que había declarado los consejos de Dios, anunciaba con respecto a Aquel a quien el mismo mundo estaba esperando. Cristo debía ser el Hijo del hombre. Este título que el Señor Jesús ama darse a sí mismo es de gran importancia para nosotros. El Hijo del hombre, según la palabra, es el heredero de todo lo que el consejo de Dios destinaba al hombre, como debiendo pertenecer a su posición en la gloria, de todo lo que Dios debía dar al hombre según estos consejos (véase Dan. 7:13-14 y Sal. 8:5-6; 80:17).

Pero para ser el heredero de lo que Dios destinaba al hombre, Cristo tenía que ser hombre. El Hijo del hombre era verdaderamente de la raza humana, ¡una verdad preciosa y reconfortante! Nacido de una mujer, era real y verdaderamente hombre, partícipe de la sangre y la carne, hecho semejante a sus hermanos, exceptuando el pecado. Bajo este carácter tuvo que sufrir y ser rechazado; tuvo que morir y resucitar para heredar todas las cosas, para poseerlas en un estado absolutamente nuevo, el estado de un hombre resucitado y glorificado; puesto que la herencia estaba profanada, el hombre en rebelión contra Dios, y los coherederos de Cristo tan culpables como los otros.

Por lo tanto, Jesús debía ser el siervo por excelencia, el gran profeta, hijo de David y el Hijo del hombre; por lo tanto, un verdadero hombre en la tierra, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, de la descendencia de David, heredero de los derechos de la familia de David, heredero del destino del hombre según el propósito y los consejos de Dios. Para ello, tenía que glorificar a Dios según la posición en la que se encontraba el hombre que había fallado en su responsabilidad, satisfacer esta responsabilidad glorificando a Dios en ella, y que diera, durante su vida en la tierra, el testimonio de un profeta, del testigo fiel. ¿Quién podría reunir en su persona todos estos caracteres? Esta gloria ¿era solo una gloria oficial que el Antiguo Testamento había anunciado que un hombre debía heredar? El estado del hombre, manifestado bajo la ley, mostraba la imposibilidad de hacerle participar, tal como era, en la bendición de Dios.

El rechazo de Cristo añadía la prueba final. Porque el hombre necesitaba por encima de todo ser reconciliado con Dios, aparte de cualquier economía y del gobierno especial de un pueblo en la tierra. El hombre era un pecador; la redención era necesaria para la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Pero ¿quién podía cumplirla? El hombre lo necesitaba para sí mismo; un ángel tenía que mantener su lugar, cumplirla, y no podía hacer más; de lo contrario no habría sido un ángel. ¿Quién de los hombres podría ser el heredero de todas las cosas y tener todas las obras de Dios bajo su dominio, según la palabra? Solo el Hijo de Dios debía heredarlas, y quien las creó debía poseerlas. Por lo tanto, el que iba a ser el siervo, el Hijo de David, el Hijo del hombre, el Redentor, era el Hijo de Dios, el Dios Creador.

A estos diferentes caracteres de Cristo está ligado no solo el carácter particular de cada uno de los Evangelios, sino también la diferencia que existe entre los tres primeros y el de Juan. Aquellos muestran a Cristo presentado al hombre para que este lo reciba, y su rechazo por parte del hombre. Juan, por el contrario, toma en este rechazo el punto de partida de su Evangelio y presenta la naturaleza divina manifestada en una Persona, en cuya presencia se encontraban el hombre y el judío y a la que rechazaron: «En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció…».

53 - Los Evangelios: los caracteres específicos

Pero retrocedamos un poco. MATEO muestra el cumplimiento de la promesa y de la profecía. Vemos, en su evangelio, a Emanuel en medio de los judíos, y rechazado por ellos, y ellos chocan con la piedra de tropiezo. Entonces Cristo es presentado como un sembrador de la palabra: porque era inútil buscar fruto. Vienen entonces la Iglesia y el reino, sustituyendo a Israel, que habría sido bendecido según las promesas, pero las rechazó rechazando la persona de Jesús. Sin embargo, cuando reciban al Señor después del juicio, los judíos serán reconocidos como objetos de misericordia. La ascensión no se menciona en Mateo; tal vez por que no es Jerusalén, sino Galilea, la escena del encuentro del Señor con sus discípulos después de la resurrección. Jesús está con los pobres del rebaño que escucharon la palabra del Señor, en ese lugar donde la luz se ha levantado sobre el pueblo sentado en las tinieblas. La misión de bautizar también comienza desde allí, y se aplica a las naciones. MARCOS pone ante nosotros al Siervo Profeta, Hijo de Dios. LUCAS nos presenta al Hijo del hombre; los dos primeros capítulos nos ofrecen una deliciosa imagen del remanente de Israel. JUAN, como hemos dicho antes, nos da a conocer la divina y encarnada persona del Señor, fundamento de toda bendición, y una obra de propiciación que es la base misma de la condición en la que ya no se encontrará el pecado, de nuevos cielos y una nueva tierra donde habita la justicia. Al final del Evangelio tenemos la promesa del Consolador; todo esto está en contraste con el judaísmo. En lugar de hacer remontar al Señor a Abraham y a David, raíces de la promesa, o a Adán, como Hijo del hombre que trae la bendición al hombre, o en lugar de hablarnos de su ministerio activo como el gran Profeta que debía venir, Juan nos muestra en el mundo una Persona divina, el Verbo hecho carne.

54 - Pablo y Juan: Sus diferencias

Pablo y Juan nos hacen saber que estamos en una posición completamente nueva en Cristo; pero el gran objetivo de Juan es revelarnos al Padre en el Hijo, y por lo tanto la vida a través del Hijo en nosotros, mientras que los escritos de Pablo nos muestran al cristiano presentado a Dios en Cristo y nos revelan su consejo de gracia. Mirando solo las epístolas, solo Pablo habla de la Iglesia, excepto que Pedro (1 Pe 2) menciona la construcción de piedras vivas para formar un edificio aún no terminado; pero solo Pablo habla de la Iglesia como «Cuerpo» de Cristo.

55 - Resumen de los libros del Nuevo Testamento

55.1 - Los Hechos

Los HECHOS hablan del establecimiento de la Iglesia por el Espíritu Santo venido del cielo, luego la obra de los apóstoles en Jerusalén o Palestina, y la obra de otros obreros del Señor. Nos cuentan especialmente la obra de Pedro, luego la de Pablo, y terminan con el relato del rechazo del evangelio de Pablo por parte de los judíos de la dispersión.

55.2 - Las Epístolas de Pablo y la Epístola a los Hebreos

Hacer una exposición somera del contenido de las epístolas nos llevaría demasiado lejos: limitémonos a decir unas pocas palabras sobre su orden cronológico, señalando solamente que desarrollan la eficacia de la obra de Cristo y el amor del Padre revelado en él.

Debemos colocar en primer lugar a aquellas cuya fecha es cierta: la primera y segunda a los TESALONICENSES, la primera y segunda a los CORINTIOS, la Epístola a los ROMANOS, la de a los EFESIOS, a los COLOSENSES, a los FILIPENSES, a FILEMÓN, estas cuatro últimas escritas durante el cautiverio de Pablo. La Epístola a los GÁLATAS fue escrita 14 a 20 años después del llamado del apóstol, y después de haber trabajado por algún tiempo en Asia Menor, tal vez durante su estadía en Éfeso, en todo caso poco después de la fundación de las iglesias de Galacia. La primera a TIMOTEO fue escrita con motivo de la salida del apóstol de Éfeso; la época exacta no se puede determinar; la segunda tiene lugar al final de la vida de Pablo cuando estaba a punto de sufrir el martirio. La epístola a TITO está relacionada con el viaje de Pablo a Creta, sin que sepamos cuándo tuvo lugar este viaje (se piensa que podría ser en el momento de la estancia del apóstol en Éfeso); moralmente es sincrónica con la 1a a Timoteo, ya que la intención de Dios no era darnos fechas cronológicas. La sabiduría divina no quiso esto, pero el orden moral es muy claro; podemos verlo en la forma en que la 2ª Epístola a Timoteo se relaciona con la ruina de la casa de Dios cuyo orden fue establecido en la primera.

La Epístola a los HEBREOS fue escrita en una época relativamente tardía, en vista del juicio que estaba a punto de caer sobre Jerusalén: llamaba a los judíos cristianos a separarse de lo que Dios estaba a punto de juzgar.

55.3 - La Epístola de Santiago

La Epístola de SANTIAGO se refiere a una época en la que esta separación no había tenido lugar de ninguna manera: los cristianos judíos son vistos como parte todavía de Israel, que no estaba definitivamente rechazado; solo reconocen a Jesús como el Señor de gloria. Como otras epístolas generales, la de Santiago fue escrita en los últimos días de la historia apostólica, cuando el cristianismo había encontrado una amplia entrada entre las tribus de Israel y que el juicio estaba a punto de cerrar su historia. Las de Juan fueron escritas incluso más tarde.

55.4 - Las Epístolas de Pedro

En la Primera Epístola de PEDRO vemos que el evangelio ya había sido ampliamente difundido entre los judíos; está dirigida a los cristianos judíos de la dispersión. La segunda epístola es posterior, no hace falta decirlo, y pertenece al final de la carrera del apóstol, cuando se acercaba el momento de desarmar su tienda y dejar a sus hermanos. No quiso dejarlos sin las advertencias que el cuidado apostólico pronto dejaría de proveerles; por lo tanto, como la Epístola de Judas, esta Segunda Epístola de Pedro ve a los que habían renegado de la fe abandonando el camino de la piedad, y a los burladores levantarse contra el testimonio de la venida del Señor.

55.5 - Las Epístolas de Juan

En la Primera Epístola de JUAN, según el testimonio del propio apóstol, estamos en la «última hora»: los apóstatas ya se habían manifestado, apóstatas de la verdad del cristianismo, negando al Padre y al Hijo, y uniéndose a la incredulidad judía, negando que Jesús era el Cristo.

55.6 - La Epístola de Judas

La Epístola de JUDAS es moralmente anterior a la de Juan. Nos muestra falsos hermanos que habían entrado furtivamente entre los santos, y nos lleva a la revuelta final y al juicio. Se diferencia de la Segunda Epístola de Pedro en que no considera el mal como mera iniquidad, sino como un abandono del primer estado.

55.7 - El Apocalipsis

El APOCALIPSIS completa el cuadro mostrando a Cristo como juez en medio de las iglesias representadas por las lámparas de oro. La primera iglesia, habiendo abandonado su primer amor, es advertida de que a menos que se arrepienta y vuelva a su primer estado, su lámpara le será retirada. El juicio final de la Iglesia se encuentra en Tiatira y Laodicea. Este libro muestra después el juicio del mundo y el regreso del Señor, el reino y la ciudad celestial, y finalmente el estado eterno.

56 - El declive en los últimos libros del Nuevo Testamento

El carácter general de apostasía y de caída que se encuentra en todos los últimos libros del Nuevo Testamento, desde la Epístola a los Hebreos hasta el Apocalipsis, es bastante notable. Las epístolas de Pablo, excepto la Segunda a Timoteo, que proporciona indicaciones individuales para caminar en medio de la ruina, mientras anuncia este estado de cosas por adelantado, nos presentan el trabajo y el cuidado del sabio Arquitecto. El interés de sus fechas está relacionado con la historia de los Hechos; pero la Epístola a los Hebreos, las epístolas generales y el Apocalipsis nos muestran la decadencia que ya ha tenido lugar (la 1ª carta de Pedro, que lleva la menor de estas marcas, nos dice que había llegado el momento de que el juicio comenzara por la casa de Dios); por lo tanto, nos muestran el juicio de la iglesia profesa, y luego, proféticamente, el juicio del mundo rebelándose contra Dios. Hay algo sorprendente e instructivo en este carácter final de las epístolas generales.