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La Palabra de Dios


person Autor: Biblicom 60

flag Tema: Introducción


Versións de la Biblia VMA y RV60

Introducción

La Biblia es llamada «Las Sagradas Escrituras» o «La Palabra de Dios».

Es un libro único y muy diferente de todos los demás porque el autor es Dios mismo, habla directamente al hombre, su criatura. Es una voz del cielo que ningún poder ha podido silenciar.

Encontramos en ella la respuesta a las grandes preguntas que el hombre nunca deja de hacerse, sobre la creación, sobre sus orígenes, su destino, el sentido de su vida, el problema del bien y del mal, sobre la muerte y lo que viene después.

Un libro que revela lo que Dios es moralmente en su naturaleza, un libro que revela los secretos del corazón humano.

Un libro que revela sobre todo que Dios quiere darse a conocer. Dios nos habla a través de este libro, es el libro de Dios que nos lleva a Dios.

Un libro profético que había anunciado el nacimiento de Jesús, el lugar de su nacimiento, sus milagros, el precio al que fue estimado, sus sufrimientos, su grito en la cruz, su muerte entre dos malhechores, sus manos y pies traspasados, su resurrección.

Un libro que nos habla de la venida de Jesucristo a este mundo, del paso de esta Persona divina por la tierra, que se humilló a vivir la vida de un hombre –de un hombre perfecto– y morir en la cruz para salvar a los hombres y mujeres que creen en él y lo aceptan como su Salvador y Señor. No solo para salvarlos y hacerlos perfectos a través de su ofrenda, sino también para hacernos entender que Dios desea adoptarnos como hijos amados para llevarnos un día al cielo.

Un libro que nos revela que la multitud de personas que han pasado de la perdición a la vida eterna constituyen la verdadera Iglesia de Dios.

¿Por qué este libro es tan importante en la vida de un cristiano? Es el recurso absoluto ofrecido por Dios al creyente en la tierra (2 Tim. 3:17).

Prueba de ello es la preeminencia que el Señor Jesús le dio en su vida. Vino a cumplirlo (Mat. 5:17). Cristo era la confirmación y el cumplimiento de todo lo que había sido predicho por los profetas del Antiguo Testamento con respecto al Mesías (Lucas 24:44).

La Palabra de Dios nos hace conocer la salvación eterna en Jesucristo y da testimonio de que es el Hijo de Dios. Nos habla de su amor, de su llegada a la tierra y de su humillación, de sus sufrimientos, de la cruz del calvario, de su muerte expiatoria, de su gloria, de su regreso. Ella ocupa nuestros corazones y pensamientos con su Persona. Cristo es la clave de las Escrituras: esto significa que Él es su tema central (Juan 5:39; Lucas 24:27; Hec. 8:34).

Se nos exhorta a crecer en el conocimiento de esta Persona divina, el Hijo de Dios (2 Pe. 3:18).

Nuestra responsabilidad: Debe ser continuamente sondeada y probada: Examinando «cada día las Escrituras» (Hec. 17:11). Si usted no capta inmediatamente el significado de las verdades bíblicas, continúe leyendo y pronto empezará a asimilar gradualmente los fundamentos esenciales de la fe.

La humildad es la condición esencial para una lectura provechosa de la Biblia. Lea la Biblia metódicamente, empiece con el Nuevo Testamento, se aconseja leer primeramente el Evangelio según Juan. También acepte no comprender todo en la primera lectura.

¿Cuáles son las razones para conocer bien las Sagradas Escrituras? Esto es lo que intentaremos desarrollar con la ayuda de Dios hoy.

1 - La Palabra de Dios viene directamente de Dios: su origen

Su revelación, su inspiración, su apropiación en el alma, su autoridad, su unidad, su perfección.

La palabra «Biblia» significa los libros (Biblia en griego), así como la palabra «Escritura» tiene el mismo significado (Hec. 8:32). Estos dos términos subrayan que la diversidad de escritores abarca una maravillosa unidad y que el Espíritu Santo no ha dejado de obrar durante unos 1.500 años de redacción.

El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo, excepto algunos pasajes en arameo; el Nuevo Testamento fue escrito en griego.

¿Cómo nos comunicó Dios su Palabra? Por su Espíritu y por los hombres elegidos por él: los profetas y los apóstoles, por escritores inspirados depositarios de sus revelaciones (Hec. 26:16; Gál. 1:12; Efe. 3:1-5).

1.1 - Su revelación: «Tú eres el Dios que me ve» (Gén. 16:13)

Así como no podemos conocer los pensamientos de alguien a menos que nos los diga, no podemos conocer los pensamientos de Dios a menos que nos los revele.

Las cosas preparadas por Dios (en su sabiduría) han sido reveladas por el Espíritu de Dios a través de los tiempos gradualmente, desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento (después de la glorificación del Señor Jesús en el cielo y la venida del Espíritu Santo en la tierra). El Espíritu Santo fue la única fuente de estas revelaciones. Fueron hechas solo a los profetas, a los apóstoles y a otros siervos (p.ej. Lucas) que, después de haberlas recibido en su espíritu, las transmitieron a otros.

1.2 - Su inspiración: «Toda la escritura es inspirada por Dios» (2 Tim. 3:16)

Los apóstoles y los profetas transmitieron estas cosas bajo el control directo de Dios. No se les dejó a su propia sabiduría decir la verdad de la mejor manera posible. Sino que fueron guiados por el Espíritu Santo en las palabras exactas que usaron (1 Cor. 2:13; 2 Pe. 1:21). Aunque eran, como hombres, tan imperfectos como nosotros.

1.3 - Su apropiación en el alma

Puesto que la verdad divina ha sido revelada a hombres elegidos por Dios, y comunicada por ellos con palabras inspiradas, es necesario que los que la reciben (oyentes o lectores) se la apropien para que les ilumine y tenga efecto sobre ellos.

Ningún hombre natural, es decir, inconverso y que no posee la vida de Dios, puede recibir estas cosas. Carece absolutamente de la facultad que le permitiría recibirlas. Las cosas espirituales se disciernen espiritualmente. Solo los creyentes que han recibido el Espíritu de Dios pueden conocer «lo que nos ha sido dado gratuitamente por Dios» (1 Cor. 2:12).

1.4 - Su autoridad y perfección

La autoridad de la Palabra de Dios deriva del hecho de su revelación e inspiración. La creemos porque estos escritos son divinamente inspirados y vienen de Dios en su totalidad.

Como viene de Dios, esta Palabra solo puede ser perfecta. Este hecho establece claramente la autoridad que debería tener sobre los creyentes.

Jesucristo siempre ha afirmado la verdad y la autoridad de la Palabra de Dios. Los apóstoles confirmaron la autenticidad del Antiguo Testamento mediante las citaciones que hacen de él en el Nuevo Testamento.

El valor de la Palabra de Dios fue plenamente reconocido por el Señor: «Escrito está», «Toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4:4).

También hay que destacar la unidad de la Palabra de Dios (el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento juntos). Ya que el mismo Espíritu los inspiró, hay una perfecta cohesión general, puesto que fueron alrededor de 40 autores, en un período de unos 1.500 años. Es completa y suficiente. Y Dios nos advierte seriamente que no añadamos ni restemos nada a esta Palabra.

1.5 - Su perennidad / su permanencia

Ella desafía el tiempo, es inmutable: «Ella permanece eternamente», «Ella no puede ser aniquilada», y Dios siempre cumple su Palabra (Jos. 23:14; Is. 55:11). El hecho mismo de que sea la Palabra de Dios la hace eterna. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mat. 24:35).

Es decir, que no hay ninguna actualización para adaptarla a nuestro tiempo. No debemos esperar un nuevo modelo para la nueva generación. Ella es para todos los tiempos, todas las civilizaciones y todas las edades.

2 - Ella es el instrumento del nuevo nacimiento: comunica la vida

«A menos que el hombre nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5).

«De su propia voluntad él nos engendró con la palabra de verdad, para que seamos como primicias de sus criaturas» (Sant. 1:18).

«No habiendo renacido de simiente corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios» (1 Pe. 1:23).

«Todo el que ha nacido de Dios no practica el pecado, porque su simiente permanece en él; y no puede pecar, porque ha nacido de Dios» (1 Juan 3:9).

El Señor enseña esta verdad fundamental que luego es retomada por los apóstoles: el hombre debe nacer de nuevo, nacer de agua y de Espíritu (Juan 3:3-5) para ser salvado. Sabemos que el agua es el conocido símbolo de la Palabra de Dios.

La naturaleza de cada ser humano es una naturaleza pecaminosa. Jesús le explica a Nicodemo en Juan 3 que nadie puede entrar en el reino de Dios a menos que nazca de nuevo.

El agua lava y purifica: es una figura de la Palabra de Dios aplicada al alma por el poder del Espíritu Santo. Trae vida: es la Palabra de vida (Fil. 2:16). El Espíritu Santo comunica al creyente una nueva naturaleza que viene de Dios.

«Así que la fe viene del oír; y el oír, por la palabra de Dios» (Rom. 10:17).

Para ser salvados, debemos escuchar el evangelio que Dios envía, que nos habla de Cristo, y creer en él. Si un hombre escucha e invoca al Señor, está salvado. La Palabra de Dios debe ser recibida, aceptada y tenida por verdadera: eso es la fe. La Palabra es la base/el fundamento de la fe que se apoya enteramente en lo que Dios dice.

En la Epístola de Santiago, capítulo 1, versículo 18 tenemos una maravillosa expresión de la bondad de Dios en el don que nos ha hecho de una nueva naturaleza, que es santa, producida en nosotros por la palabra de la verdad.

En la Primera Epístola de Pedro capítulo 1 entendemos que a través del nuevo nacimiento hemos recibido una nueva naturaleza y que así el alma es regenerada. La Palabra de Dios es «viva» y «permanece para siempre», por lo que el que es regenerado entra en una vida que la muerte no puede tocar y a la cual el tiempo no puede poner fin (H. Smitt).

Hemos nacido de nuevo. Es una obra que ha sido hecha en nosotros (v. 22). El versículo 23 nos lleva al secreto de esta obra. El énfasis se pone especialmente sobre aquello de lo que hemos nacido (de una semilla incorruptible) y por lo que lo somos (por la Palabra de Dios viva y permanente) (F.B. Hole).

1 Juan 3:9: La expresión «nacido de Dios» aquí enfatiza la fuente divina de la que extraemos nuestro origen.

El Espíritu de Dios usa la Palabra de Dios de tal manera que nacemos de nuevo de una semilla incorruptible. Por lo tanto, poseemos una nueva naturaleza, procedente de una fuente divina y desprovista de la más mínima mancha de corrupción. Es una purificación de las más profundas y de las más fundamentales, llevada a cabo por el Espíritu de Dios a través de la acción de la Palabra de Dios: El agua de Juan 3 y de Ezequiel 36. No es difícil ver cuán apropiada es la imagen del «agua» (F.B. Hole).

3 - El lugar de la Palabra de Dios en la vida del creyente y de su familia

3.1 - En la vida personal del creyente

Si leemos el Salmo 119, muchas de sus expresiones nos humillan mostrándonos el lugar que ocupaba la Palabra de Dios en los afectos del escritor sagrado. En particular, dice: «Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidaré de tus palabras»; más adelante: «Tus testimonios son mis delicias», y luego: «Y me regocijaré en tus mandamientos, los cuales he amado». También gritó: «¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación» (v. 16, 24, 47, 72, 97, 127). Job, de la misma manera, dice: «Del mandamiento de sus labios nunca me separé; Guardé las palabras de su boca más que mi comida» (Job 23:12).

«¡Aplícate a la lectura!»… «¡Ocúpate de estas cosas, permanece en ellas»! (1 Tim. 4:13-16).

¿Puede cada uno de nosotros decir que la palabra «habita» en él «en abundancia»? (Col. 3:16).

Necesitamos alimentarnos de ella, leerla con oración, estudiarla con cuidado, método y temor.

¿Cómo debe ser recibida? En el corazón como siendo la Palabra de Dios, con atención. Es como una semilla en un suelo bien cultivado donde puede echar raíces profundas y dar frutos. Meditarla, pasar y repasar una y otra vez en nuestro corazón para asimilarla (Lucas 2:19, 51). Grabarla en nuestra memoria. ¿Para qué? Para estar llenos de ella y vivirla constantemente, buscando que ella nos revele la voluntad de Dios.

La misma Palabra de Dios insiste sobre los peligros de la pereza, de la ignorancia y del intelectualismo: Es necesario que conozcamos la Verdad, que la recibamos con fe, que la guardemos en nuestros corazones y que estemos plenamente convencidos.

Sus efectos: ilumina la mente, instruye, hace sabio, produce el temor y la obediencia, alegra el corazón, consuela, es una guía segura.

Se describe como pura, verdadera, segura y firme, viva y eficaz.

Es el Espíritu Santo quien nos guía a toda la verdad y nos hace entender la Palabra de Dios (Juan 16:13-15; Efe. 1:16-18). Él nos hace encontrar a Cristo en las Escrituras y nos ayuda en esa búsqueda (Juan 5:39).

Requiere una sumisión absoluta con plena confianza.

La Palabra de Dios debería ser el tema de toda conversación entre creyentes (Deut. 6:7; 11:19).

3.1.1 - Trabajo personal

No es, por supuesto, solo escuchar la predicación del domingo.

Proverbios 12:27: «El indolente ni aun asará lo que ha cazado; pero haber precioso del hombre es la diligencia».

Proverbios 13:4: «El alma del perezoso desea, y nada alcanza; mas el alma de los diligentes será prosperada».

Proverbios 24:30-34: Destaca la importancia de conocer las enseñanzas de la Palabra de Dios y las consecuencias de ignorarlas y olvidarlas.

Se necesita un esfuerzo personal para retener y asimilar las verdades de la Biblia que hemos leído o escuchado. El perezoso no se molesta.

2 Timoteo 3:7: «Quienes siempre están aprendiendo, sin poder llegar al pleno conocimiento de la verdad».

El apóstol Pablo nos advierte en la Segunda Epístola a Timoteo acerca de una clase de hombres corruptos, siempre aprendiendo y nunca llegando al conocimiento de la verdad, y enseñando el error.

La lectura de la Palabra de Dios requiere un trabajo y un esfuerzo constantes. La persona diligente pone la aplicación necesaria, su trabajo será incesante, meticuloso y preciso. El creyente posee el Espíritu Santo que le abre las Escrituras. Estas deberían ser sondeadas diariamente (Juan 5:39).

¿Cuál es el propósito de este trabajo para conocer la Palabra de Dios? En primer lugar, ponerla en práctica, no solo escucharla (Sant. 1:21-22). El Señor mismo nos lo dice:

«Si sabéis estas cosas, dichosos sois si las hacéis» (Juan 13:17). Toda nuestra conducta debería estar gobernada por la Palabra de Dios.

3.2 - En la vida familiar del creyente

«Tenían luz en sus habitaciones» (Éx. 10:23; véase también Deut. 11 y Col. 3:16).

El orden en que se nos presentan las enseñanzas de la segunda parte del capítulo 3 de Colosenses es notable. Para que podamos manifestar los caracteres que debe tener la familia cristiana, es indispensable, en primer lugar, que la Palabra de Dios habite en nosotros ricamente (v. 16). Recibida y habitando en el corazón, su riqueza satisfará todas nuestras necesidades. Producirá el deseo de que el Señor sea lo primero en nuestra vida práctica desarrollando nuestro afecto por Él. Cristo será el centro y la base de todas las relaciones en la familia cristiana (esposas, maridos o padres, hijos). De la misma manera, en la vida social nuestra conducta ilustrará que Cristo es nuestro Señor.

¿Puede el nombre del Señor asociarse sin restricciones a todo lo que decimos y hacemos?

La Palabra de Dios es una fuente de agua siempre fresca y siempre refrescante, se adapta a todas nuestras condiciones, a todas nuestras necesidades. Del pasaje más conocido vendrá muchas veces un nuevo mensaje, tendrá algo que decirnos de nuevo: es una palabra viva.

Tiene un frescor perpetuo, siempre es nueva. Esto solo lo admiten aquellos que la conocen íntimamente. Nunca se agota, nunca disminuye en su poder para el alma que llega a ella para conocerla con humildad. Se diferencia de un amigo humano en que sus consejos, sus consuelos y su apoyo están infinitamente por encima de cualquier cosa que un ser humano pueda dar. La única explicación para esto es que ella es divina.

4 - La Palabra de Dios: un alimento

El alma del creyente necesita alimento espiritual para crecer, fortalecerse y mantenerse saludable.

Podemos ser muy insensatos para buscar la satisfacción de nuestros corazones en las cosas terrenales y perecederas y no en la Palabra de Dios. Esto inevitablemente llevará a deficiencias espirituales y nuestro desarrollo se verá entonces obstaculizado.

4.1 - La leche: 1 Corintios 3:1-2; Hebreos 5:12-13; 1 Pedro 2:2-3

Los corintios son un ejemplo de cristianos que debían ser alimentados con «leche». El apóstol Pablo señala que la causa era su estado «carnal». Es decir, que no eran espirituales. Así que el apóstol tenía que usar un lenguaje y una enseñanza apropiada para los «niños en Cristo» (1 Cor. 3:1-2). No pudo guiarlos hacia las profundas verdades de la Palabra de Dios. No habrían sido capaces de asimilar este alimento sólido. Pablo solo podía hablarles de cosas fundamentales de la fe cristiana, les daba «leche» para beber.

Lo mismo ocurría con los hebreos, que se habían vuelto perezosos para escuchar (Hebr. 5:12-13).

Es reconfortante saber que la Palabra de Dios también contiene «leche» para los que la necesitan. Algunas partes de la Biblia son tan simples que los niños pueden entenderlas fácilmente. La Palabra de Dios es también un libro para los niños y para aquellos que son jóvenes en la fe. Ambos no deben ser sobrecargados con algo que sea demasiado difícil de entender para ellos. No tienen que preocuparse por los pasajes que aún les resultan oscuros y que entenderán mejor cuando crezcan.

¡Qué gracia de Dios que haya «leche» para los que están al principio de su camino cristiano, y para los que todavía son niños (a pesar de su edad) a causa de su negligencia!

En la Primera Epístola de Pedro 2:2-3, también tenemos una comparación entre la leche y la Palabra de Dios; pero esto sin que se haga algún reproche. Como un niño pequeño que anhela la leche de su madre, el cristiano debería tener anhelo de alimento divino para crecer. Este alimento es «puro», exento de lo que proviene del hombre. El segundo adjetivo «intelectual» deriva de la palabra griega que significa «palabra», por lo que se podría traducir «según la Palabra» o «presentado por la Palabra». Es la leche pura de la Palabra de Dios.

4.2 - Alimentos sólidos (Hebr. 5:14)

Además de la leche, la Palabra de Dios contiene alimento sólido, y este es para los hombres hechos. Son los creyentes los que han adquirido una cierta madurez en el conocimiento de los pensamientos de Dios.

Por el poder del Espíritu Santo, son capaces de entender mejor la verdad completa de la fe cristiana y experimentar su valor total. A través del uso regular de las Escrituras, sus sentidos espirituales adquieren experiencia y están ejercitados para discernir el bien y el mal. No nos conformemos con conocer las verdades más simples. Dios quiere llevarnos a este sólido alimento de su Palabra (véase 1 Juan 2:14).

4.3 - El pan

El hambre de nuestra alma solo puede ser satisfecha por esta Palabra (Deut. 8:3; Mat. 4:4).

4.4 - La miel

A través de su Palabra, Dios ofrece a su pueblo una mesa ricamente surtida. No solo hay lo esencial para la vida, sino también cosas deliciosas que dan una alegría especial. Cuando las descubre, el lector de la Biblia puede exclamar con el salmista: «¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca» (Salmo 119:103; véase también el Salmo 19:10).

Estos pasajes, proporcionados por la gracia de Dios en el momento adecuado, se convierten entonces en especialmente preciosos para nosotros. Nos traen consuelo, una profunda alegría y nuevas fuerzas para continuar nuestro camino.

Agradezcamos a Dios por proporcionarnos estas diversas formas de alimento que pueden satisfacer cada una de nuestras necesidades.

4.5 - Alimentarse de Cristo (el alimento celestial del creyente)

Él mismo es nuestro alimento como el maná del desierto y como el viejo trigo del país. Anteriormente había sido el Cordero de la pascua asado en el fuego en Éxodo 12.

Es solo en la Palabra de Dios que Cristo nos es revelado en sus diversos caracteres.

4.5.1 - Maná

Cristo es presentado en los evangelios y las epístolas bajo este aspecto de Cristo encarnado y humillado (Juan 6:34).

4.5.2 - El viejo trigo del país (grano tostado)

Un alimento que los Israelitas no conocieron en Egipto. Es la figura de un Cristo celestial, resucitado y glorificado que ha pasado por el fuego del juicio (Jos. 5:10-11).

Las Escrituras son los verdes pastos en los que el Buen Pastor desea apacentar su rebaño.

No debemos añorar los alimentos de Egipto (Núm. 11:5-6) como el pescado, los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y el ajo. Se encuentran hoy en día en los medios de comunicación y en la literatura del mundo. Estos alimentos se deterioran rápidamente y no tienen ningún valor nutritivo para el creyente. Sobre todo, nos hacen perder de vista el verdadero alimento: Cristo.

NB: En Éxodo 12 «comer» se repite siete veces, el Cordero es de hecho el alimento del pueblo redimido (véase Juan 6:56).

El crecimiento espiritual (progreso espiritual) del cristiano: es un alimento que nos hace crecer / desarrollar (1 Tim. 4:6; 1 Pe. 2:2-3). Tiene el poder de edificarnos (Hec. 20:32).

5 - Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino (Sal. 119:105; Jos. 1:7-8).

Ella es nuestra única guía absolutamente digna de confianza, infalible y fiel en cada aspecto de nuestra vida. Ella nos da sabiduría e inteligencia. Nuestra conciencia es una guía fiable solo en la medida en la que no tiene nada que reprocharse y que está iluminada por la Palabra de Dios.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la Palabra de Dios siempre es presentada como nuestra única guía al cruzar esta tierra, donde dejados a nuestra suerte estaríamos completamente desorientados. Estamos directamente concernidos por su enseñanza segura y completa; y debemos confiar en ella sin reservas y dejarnos guiar por las Escrituras.

La verdad nos ilumina en la noche moral de este mundo, ilumina nuestra inteligencia espiritual. Dios nos enseña a través de los afectos de nuestro corazón, abre los ojos de nuestro corazón (Efe. 1:18).

La Palabra de Dios debe ser como los postes en los cruces que indican donde conduce cada camino. Tengamos cuidado de no tomar el camino equivocado cuando ella nos advierte, envidiando lo que este pobre mundo nos propone.

Satanás es el gobernante de este mundo (Juan 16:2). Retiene almas en sus cadenas, bajo su poder. Están encadenadas por él como cautivas y las lleva a la perdición. Este mundo está en las tinieblas morales donde reina el pecado. Bendito sea Dios, el Señor derrotó a Satanás en la cruz (Hebr. 2:14), y el que cree en el Señor Jesús es liberado de su poder. Pero el diablo todavía tiene el poder de hacer daño. El mundo que rechazó a Cristo está bajo su poder.

En este ambiente hostil, Jesucristo, que es «la luz del mundo», viene a iluminar nuestros pasos, y siguiéndolo a él nunca nos descarriaremos (Juan 8:12). Y la Palabra de Dios es nuestra guía. En el Evangelio según Marcos (6:7-8) el Señor da órdenes y envía a sus discípulos diciéndoles que tomen solo «un bastón» para el camino. ¿No representa este bastón a Cristo mismo y a su Palabra?

Las tinieblas: la noche sin ninguna luz, la oscuridad espesa y profunda. Símbolo de un mundo donde Dios no tiene su lugar, el dominio del diablo y de sus ángeles:

  • Hechos 26:18: «Para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios».
  • Colosenses 1:13: «Nos liberó del poder de las tinieblas».
  • 1 Pedro 2:9: «Os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable».

6 - La Palabra de Dios es un arma

Un arma poderosa contra nosotros mismos primero. También es, al mismo tiempo, un arma defensiva (ejemplo del Señor en el desierto, véase Lucas 4:1-12) y un arma ofensiva (para hablar).

6.1. Una espada de dos filos

Hebreos 4:12 nos muestra el creciente poder (desde lo más general hasta lo más personal e íntimo) que la Palabra de Dios puede tener en un alma.

a) Está viva

Viene del Dios vivo y por lo tanto lleva el carácter de su fuente.

1 Pedro 1:23 –Dios nos ha regenerado mediante la Palabra de Dios. Ella despliega un poder viviente: produce vida. Es siempre la misma, es permanente desde el día en que llegó a nosotros por voluntad de Dios.

b) Es «más cortante que toda espada de dos filos». Tiene un poder de penetración y este poder se incrementa por los dos filos: esto pone en evidencia toda su eficacia.

c) Penetra «hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos».

El alma y el espíritu son las dos partes invisibles del hombre.

El alma es la parte sensible, el asiento de los sentimientos, de la personalidad y de la responsabilidad.

El espíritu es la esfera de discernimiento del ser humano, el elemento más elevado que el Creador nos ha dado (1 Cor. 2:11).

El cristiano fiel aprecia la fuerte y creciente (penetrante) acción de la Palabra de Dios en su interior. Lo deja todo al descubierto y nos sondea profunda y completamente.

6.2 - La espada del Espíritu

Efesios 6 nos habla de la lucha cristiana y de la armadura que debemos ponernos (v. 12).

Satanás y sus ángeles buscan continuamente robarnos el gozo de nuestras bendiciones en Cristo y la comunión con Dios.

Para resistir estos sutiles ataques del diablo, los medios humanos como la lógica, la perspicacia, la fuerza de carácter o la inteligencia son absolutamente inútiles. Solo podemos encontrar la fuerza «en el Señor y en el poder de su fuerza» (v. 10).

Solo saldremos victoriosos de este combate si hemos revestido «toda la armadura» que Dios pone a nuestra disposición. Hay seis piezas en esta armadura (v. 14-17). La espada del Espíritu es la única arma ofensiva de esta armadura y se menciona en último lugar. Hay condiciones necesarias para manejar bien esta espada, el combatiente, sí mismo, debe estar en un buen estado espiritual.

¿Cómo podríamos usar esta arma sin la rectitud (teniendo los lomos ceñidos con la verdad), sin una buena conciencia (la coraza de la justicia), sin la confianza en el amor de Dios (el escudo de la fe) y sin la seguridad de la salvación (el yelmo de la salvación)?

Esta espada es un arma ofensiva pero también defensiva. Se llama «la espada del Espíritu»: solo el Espíritu de Dios dentro de nosotros puede dirigir correctamente esta espada.

¿No experimentamos a menudo que el Espíritu de Dios nos dio el pasaje bíblico correcto en el momento adecuado cuando fuimos atormentados y tentados? Necesitamos conocer la Palabra de Dios para poder usarla, pero también necesitamos la ayuda del Espíritu para hacer un uso adecuado de ella. «Tomad… la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios», la palabra griega utilizada aquí no se refiere a la Palabra de Dios en su conjunto sino a textos particulares de su Palabra escrita.

Tenemos el ejemplo perfecto del Señor Jesús cuando fue tentado por el diablo en el desierto: siempre le respondió con la Palabra de Dios y con una palabra apropiada para cada situación (Mat. 4:4).

En Efesios 6, se trata de una palabra específica que el Espíritu Santo nos da en el combate contra el enemigo. Tengamos cuidado de usar las palabras de Dios como él las ha formulado. Cualquier cambio debilita su fuerza y le quita el filo a la espada. ¡Que el Señor nos ayude en nuestros combates!

7 - La Palabra de Dios es la única norma de doctrina y práctica

Es la expresión perfecta de la soberanía divina y por lo tanto la única regla a seguir. Ella es «la verdad» (Juan 17:17). No se debe decir que la verdad está en la Palabra de Dios.

Proverbios 22:21 «Para hacerte saber la certidumbre de las palabras de verdad».

Las iglesias, su doctrina y su caminar colectivo, deben ser probadas por esta piedra de toque infalible.

El apóstol Pablo recuerda continuamente a aquellos a quienes escribe su responsabilidad de juzgar y probar todas las cosas por la enseñanza que les dio:

La sabiduría le habla a su hijo y lo instruye, proporcionándole el conocimiento (Prov. 23:12). Debe escuchar atentamente lo que ella le comunica y dejar penetrar en su corazón esa enseñanza que ella quiere inculcarle mediante la palabra de los sabios.

Estas cosas excelentes (Prov. 22:20, LBLA) fueron escritas para que podamos volver a ellas constantemente. No son discursos confiados a nuestra memoria, pero podemos encontrar en ellos “el estándar seguro de las palabras de la verdad“, para guiarnos y caminar en la verdad con la aprobación divina.

7.1 - Ella es fuego y martillo (Jeremías 23:29)

7.1.1 - Un fuego

En la época de Jeremías había falsos profetas que pretendían haber recibido comunicaciones divinas a través de sueños supuestamente proféticos. Por su mala conducta, y sus mentiras extraviaban al pueblo.

Hoy en día, ¿cómo podemos distinguir a un verdadero profeta? (Jer. 23:18-22): experimentando lo que anuncia a través de la Palabra de Dios. Los sueños de los falsos profetas son comparados con la paja que no soporta la prueba de fuego. Mientras que la palabra de Jehová transmitida por un verdadero profeta se compara con el trigo, el cual alimenta.

El Nuevo Testamento también nos habla de falsos maestros y falsas enseñanzas. A lo largo de la historia de la Iglesia, la verdad cristiana ha sido seriamente alterada. La enseñanza divina ha sido mezclada a menudo con el razonamiento de los hombres (cizaña), como la paja esto no resistirá al fuego de la Palabra de Dios.

¿Cómo podemos separar lo verdadero de lo falso en esta época de decadencia del cristianismo? Por el conocimiento de la verdad cuidadosamente estudiada, que será como un fuego ardiente (Jer. 20:9).

7.1.2 - Un martillo que rompe la roca

Esta expresión nos habla de la autoridad y del poder de la Palabra de Dios, que es la única capaz de superar toda resistencia.

El corazón del hombre es duro, duro como una piedra. A veces se necesita un uso repetido del martillo para alcanzar la meta.

Es ante todo el corazón del incrédulo el que ofrece resistencia a la Palabra de Dios. Pero también los hijos de Dios son a veces reacios a inclinarse ante ella.

La Palabra de Dios es poderosa para quebrantar el espíritu y la voluntad, para producir sumisión en nosotros.

Tenemos el ejemplo de David en 2 Samuel 12:7, que fue convencido de pecado (v. 13).

Y también el ejemplo de la mujer samaritana. «Anda, llama a tu marido, y ven acá» (Juan 4:16). La respuesta del Señor fue como un golpe de martillo que llegó a su conciencia y la puso a la luz de Dios (Juan 4:16-19).

8 - La Palabra de Dios es el instrumento de nuestra santificación práctica y nuestra purificación diaria

El Señor, presentando a los suyos al Padre, oró diciendo: «Santifícalos en la verdad; tu Palabra es la verdad» (Juan 17:17).

Es en efecto a través de la constante aplicación de la Palabra de Dios a nosotros mismos, a nuestra conducta, a nuestros caminos, que estamos más y más separados del mal. De la misma manera, es aplicando la Palabra a nuestras almas mediante el Espíritu Santo que el Señor interviene como nuestro abogado ante el Padre y nos lava los pies. Esta es la obra que por gracia realiza por nosotros. Pero nunca debemos olvidar que por nuestra parte tenemos la responsabilidad de juzgarnos continuamente en la presencia de Dios según su Palabra.

Muchas pruebas y dificultades se nos ahorrarían si fuéramos más fieles a esta práctica. «Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados» (1 Cor. 11:31).

El salmista también hace la pregunta: «¿Con qué limpiará el joven su camino?» (Sal. 119:9). Y enseguida da la respuesta: «Con guardar tu palabra».

David también dice: «Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos» (Salmo 17:4).

Es por medio de la Escritura que aprendemos cuál es la voluntad de Dios. A través de la aplicación de la Palabra en el poder del Espíritu Santo, estamos por un lado separados de todo lo que es contrario a la voluntad de Dios y por el otro lado, puestos en conformidad con su mente. Siendo este proceso constante, progresamos más y más en la santidad práctica, la perfección se encuentra solo en Cristo, glorificado a la derecha de Dios.

Por la fe en el Señor Jesús somos santificados, es decir, nos hemos convertido en «santos», apartados para Dios / para Cristo: Dios es santo y debemos llevar su carácter.

Somos a la vez «santos» por llamado, pero también destinados a ser santos, a la santidad práctica y así estar en armonía con Cristo Jesús (en quien somos santificados).

No somos una «nación santa» por nacimiento como Israel.

Se nos exhorta a buscar la santidad, así como la paz.

La santificación no es solo la separación del mal, sino también la consagración a Dios en un estado acorde con Él.

En Juan 17:17 se ve la santificación práctica: debemos ser despojados de todo lo que no está de acuerdo con Dios (pensamientos, hábitos, conducta práctica).

Esta santificación se consigue por dos medios:

1. La verdad: es la Palabra de Dios (o del Padre que ha sido revelado en el NT). Ella ilumina nuestra mente, sondea nuestra conciencia y nos anima en nuestro camino.

2. Cristo en la gloria del cielo es una Persona, un objeto para atraer nuestros corazones fuera del presente siglo: Él actuará en nuestros corazones que serán atraídos por sus perfecciones y sostenidos por su amor.

Alguien podría decir: ¡Yo la leo, pero no retengo nada! Sobre todo, siga usted tranquilamente leyéndola, la Palabra de Dios tiene su propio poder en sí misma: actúa en nosotros los que creemos (1 Tes. 2:13).

9 - Ser un discípulo de Cristo hoy

9.1 - El precio que el Señor pone a la obediencia de la Palabra de Dios

Un discípulo, es un estudiante que escucha y sigue las enseñanzas de un maestro y su ejemplo. Es un auténtico hijo de Dios que necesitará toda la gracia divina para acompañarlo.

Hemos sido elegidos para la obediencia a Cristo. Estamos invitados a seguirlo.

Leví (también llamado Mateo) «se levantó y lo siguió» (Lucas 5:28). Es una expresión muy simple, pero ¡qué cambio en su vida! En lugar de dejarse guiar por sus propias concupiscencias, su codicia, sigue al Señor Jesús. Pone su casa a Su disposición.

El Señor da dos condiciones para ser discípulo en Mateo 10:25. El discípulo debe ser como su maestro y como su señor: estar a los pies del Maestro para aprender de él, para poner en práctica su enseñanza, y seguir a su Señor como su siervo, representándolo en su conducta y en sus palabras (Juan 12:26; véase Lucas 9:23 y Lucas 14:25-35).

Todos tenemos una decisión a tomar, un compromiso por amor al Señor (Jer. 30:21).

¿Por qué la obediencia? Uno puede ser un hijo de Dios, poseer la vida eterna, el perdón de los pecados, sin ser un discípulo de Cristo. No ignoremos el hecho de que pertenecemos a Aquel que nos compró al precio de su sangre. A la conversión hay que añadir una decisión de corazón, un compromiso, para ser llevado a decir al Señor: “¡Aquí estoy! Dispón de mí como quieras“. El creyente se convierte entonces en un discípulo comprometiéndose a seguir a su Maestro que le hará crecer espiritualmente, le enseñará, le animará y le fortalecerá en su servicio para que dé su fruto.

Este fruto, pueden ser personas llevadas a la fe y a la salvación con nuestra ayuda. Pero es simplemente una vida diaria santa, apacible y devota, un comportamiento que muestra que somos cristianos.

Para estar a la altura de esta tarea, la buena voluntad no es suficiente, también requiere el discernimiento de la voluntad de Dios. Aquí es donde intervienen la oración y la lectura de la Biblia, palabra viva que nos enseña, nos corrige y nos hace entender cuál es la voluntad de Dios (Col. 1:9-10).

Ser un discípulo incluye ejercicios desconocidos para los que no lo son y también el choque de la lucha contra el mundo, la carne y el diablo. ¿Vamos a temblar, a retirarnos? Tenemos a nuestra disposición el poder de Dios y los inmensos recursos de la gracia de Dios.

Los caracteres de un discípulo; estar cerca de Cristo, no a distancia sino en su proximidad. Como María. Para escuchar su voz debemos estar cerca (1 Juan 2:6; 1 Pe. 2:21; Mat. 10:24, 26; Lucas 6:40). El término «discípulo» ha sido contado 270 veces en el Nuevo Testamento.

9.2 - Obstáculos

• Los obstáculos pueden ser los lazos familiares, no llegar al renunciamiento de sí mismo y negarse a llevar su cruz. Dar al Señor el primer lugar sin dudarlo. Renunciar a sí mismo, es no hacer más de sí mismo el centro de su vida, porque Cristo es el nuevo centro. Llevar su cruz puede significar el abandono de nuestras comodidades o la pérdida de posesiones terrenales. Seguir al Señor puede tener un costo (Lucas 14:26-27), sacrificios que deben hacerse. Hay cosas que odiar, que huir, que renunciar. Pero todo esto se suaviza por el amor del Señor.

9.3 - Los caracteres del discípulo

¿Qué ganamos con ser un discípulo de Jesucristo? La ganancia no será del tipo que le gusta al mundo, una gran cuenta bancaria, por ejemplo.

¿La ganancia? La compañía de Cristo y el honor del Padre (Juan 12:26; Juan 14:23). El apóstol Pablo nos habla de un peso eterno de gloria que se recibirá como recompensa (2 Cor. 4:17-18).

La bendición que viene con la obediencia es muy preciosa e infinita (Juan 14:23).

Nótese que es condicional: «Si».

¿Cuál es el primer y esencial carácter de la vida de Dios en un cristiano?:

  • ¿Es el amor, esta gran virtud?
  • ¿Es el celo por el Evangelio?
  • ¿Es la valentía de confesar al Señor Jesús públicamente?
  • ¿Es hacer notables actos de fe?
  • ¿Es la paciencia en circunstancias difíciles?

Pues bien, la Palabra de Dios pone la obediencia en primer lugar (Juan 14:15). Ese un nuevo deseo de hacer la voluntad del Señor. Pone ante nosotros el ejemplo supremo a seguir, el propio Señor Jesús, el hombre perfecto que caminó en perfecta dependencia de Dios. Su vida era solo una vida de obediencia.

¿Qué consejos podemos dar a aquellos que buscan vivir como discípulos de Jesucristo?

  1. Tendrán necesidad de sabiduría. Dad a las Escrituras el lugar que les corresponde. La voluntad de nuestro Maestro y Señor se expresa en ellas.
  2. Deben estar en un espíritu de dependencia de Dios. Por lo tanto, es necesario orar.
  3. Deben buscar un camino de obediencia. Nuestra mayor obra consiste más en obedecer que hacer proezas.

10 - La decadencia del cristianismo

Scriptura sola: Expresión latina que enfatiza la autoridad soberana y única de las Sagradas Escrituras a la que los cristianos y la Iglesia responsable deben someterse (Martín Lutero):

10.1 - «Solo la Escritura»

El lugar de la Palabra de Dios cuando el cristianismo está dividido como lo está hoy en día es esencial. Ella nos traza un camino tanto individual como colectivo en medio de la ruina. Nuestra responsabilidad es mantenerla en su pureza e integridad (nunca decir que la Verdad está en la Palabra de Dios). Guardar las palabras del Señor (Juan 15:23). Ella nos dice que nos mantengamos firmes hoy, que perseveremos (Hec. 14:22), que velemos (Marcos 13:37), y finalmente produce la esperanza (Rom. 15:4).

Lo que ha causado restauraciones y reavivamientos a lo largo de la historia de la Iglesia en la tierra es el retorno a la Palabra de Dios y la santidad. La obediencia a la Palabra de Dios es la piedra de toque de esto.

La hora es tardía, la venida del Señor está cerca, la confesión de nuestro estado de decadencia espiritual acompañada de una verdadera humillación por haber contribuido a este estado de cosas y haber deshonrado así el nombre de Cristo, es el único camino para la restauración y la bendición.

Volver a la enseñanza de las Escrituras para estos tiempos finales y escucharla.

Guardar la Palabra de Dios no es tenerla en mente intelectualmente, sino guardarla en nuestros corazones para conformar nuestra conducta a ella. «Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que habita en nosotros» (2 Tim. 1:14).

Las Escrituras son el recurso absoluto que Dios ofrece al creyente (2 Tim. 3:16-17).

Ella es útil para enseñar. Nos establece en la doctrina cristiana. Nos enseña y nos revela la mente de Dios. Un creyente que lee es un creyente que crece.

Ella es útil para convencer (o reprender). Llega a nuestra conciencia y así nos da una base firme en nuestra relación con Dios. Juzga el corazón. No debemos eludir su acción escrutadora porque podemos estar cegados por nuestras propias faltas.

Ella es útil para corregir. Nos educa, ejerce una disciplina educativa y formativa. Si la Palabra de Dios nos convence, ella podrá corregirnos y enderezarnos.

Ella es útil para instruir en la justicia. Nos hace conocer positivamente un camino en el que el pecado está excluido, una conducta libre de caídas, caracterizada por la justicia práctica en la tierra. Nos instruye en el camino correcto, el camino recto en el que el pueblo de Dios debe andar.

Bajo estas condiciones podremos representar a Dios en el mundo. El hombre de Dios siempre empieza por aplicarse a sí mismo las enseñanzas de la Palabra de Dios antes de querer enseñarlas a los demás.

Colectivamente, recordemos la iglesia en Filadelfia, a la cual el Señor no le hace reproches: «Porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre» (Apoc. 3:8).

Conclusión: Solo la Biblia es la Palabra de Dios, solo el Espíritu Santo puede abrirnos las Escrituras, debería tener toda autoridad en la vida del creyente y de la Iglesia.

Conferencias de Oporto, noviembre de 2019