Índice general
¿La fe verdadera o una ilusión?
Autor:
El Evangelio de la salvación La aparencia de piedad
Temas:1 - La fe o meras manifestaciones externas sin vida
Juan 1:12-13: «Sin embargo, a todos cuantos lo recibieron, es decir, a los que creen en su nombre, les ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no fueron engendrados de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios».
Juan 3:3-7: «Jesús le contestó: En verdad, en verdad te digo: A menos que el hombre nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Podrá acaso entrar por segunda vez en el seno de su madre, y nacer? Jesús respondió: En verdad, en verdad te digo, a menos que el hombre nazca de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de arriba».
Romanos 5:6: «Porque Cristo, cuando aún estábamos sin fuerza, a su tiempo murió por los impíos».
2 Corintios 5:17: «De modo que, si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas las cosas han sido hechas nuevas».
2 - Los peligros del formalismo o de profesar el cristianismo sin tener la vida
Por formalismo entendemos la observancia de todo tipo de formas externas, la observancia de ritos con apariencia de piedad, pero sin la realidad interior.
El bautismo, la Cena del Señor, la alabanza, la oración y el ayuno son cosas verdaderas y excelentes en sí mismas, pero pueden ser vaciadas de su sustancia y significado por una observancia superficial.
«Tienes nombre de que vives, y estás muerto» (Apoc. 3:1), es una solemne advertencia de la Palabra de Dios. La iglesia en Sardis tenía una profesión pública de cristianismo, conforme exteriormente, sin embargo, no tiene ningún vínculo vital con Jesucristo. Dios, que lee los corazones, comprueba que ella no tiene la vida de Dios, a pesar del nombre que lleva.
Citemos las severas palabras de Jesucristo a los escribas y fariseos: «Por fuera parecéis justos a los hombres; pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mat. 23:28).
El formalismo es, pues, un gran peligro en el cristianismo actual. No basta con enunciar o adherirse correctamente a una doctrina para tener la vida de Dios. El mensaje del Evangelio no es adoptar y practicar una religión.
La fe en Cristo no es una formulación, ni un rito, ni una adhesión intelectual. La cuestión fundamental que se nos plantea a cada uno es: ¿ser cristiano o solo parecerlo?
La Palabra de Dios es muy precisa sobre este punto. Veamos Hechos 26:28-29.
«Respondió Agripa a Pablo: ¡Por poco me persuades a ser cristiano! Pablo dijo: Quiera Dios que, por poco o por mucho, nos solo tú, sino todos cuantos hoy me oyen, lleguen a ser tales como yo soy, salvo estas cadenas».
¡Qué diferencia entre las 2 expresiones «persuadir a ser cristiano» y «llegar a ser cristiano»!
3 - El nuevo nacimiento
El nuevo nacimiento, que es necesario, es una experiencia personal que da un vuelco a nuestra vida. No es un apego a ciertas ideas, ciertas costumbres o manifestaciones externas. No es una prenda de vestir, ni una capa o «librea» de cristianismo.
4 - ¿Qué es el nuevo nacimiento?
Nacer «de agua y del Espíritu» es recibir la vida nueva, por fe, creyendo en la Palabra de Dios (simbolizada por el agua) y por la acción del Espíritu de Dios que obra este milagro en nosotros.
Esta nueva vida viene de Dios, y los que la reciben son ahora «hijos de Dios».
El nuevo nacimiento es una obra de Dios en nosotros, significa creer que la muerte de Jesús en la cruz me purifica de mis pecados y me da la vida. A todos los que han recibido a Jesús como Salvador, «les ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios».
Se trata de un cambio profundo y radical, en virtud del cual recibimos una vida nueva, un corazón nuevo y un nuevo comienzo.
La asistencia regular a los servicios religiosos no salva a nadie. El verdadero cristianismo no es externo, es una renovación interior completa, operada por el Espíritu de Dios en los que creen (la fe) en Jesucristo y en su obra cumplida en la cruz para purificarnos de nuestros pecados.
Porque: «Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Sam. 16:7).
Hechos 17:30: «Dios dejó pasar aquellos tiempos de ignorancia, pero ahora ordena a los hombres que todos, en todas partes, se arrepientan».
Hechos 3:19: «Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados».
5 - Reconocerse pecador, culpable y perdido ante Dios
El arrepentimiento, que es necesario, se manifiesta en un remordimiento sincero y profundo. El hombre que se arrepiente siente un horror sincero del mal que ha podido hacer y por el que hace. Entonces se dirige a Dios, implorando la misericordia divina. Significa confesar y reconocer nuestra indignidad, y declarar a Dios que somos pecadores culpables y perdidos. El arrepentimiento nos prepara para aceptar la gracia de Dios. Dios concede entonces el perdón total a todos los que se vuelven hacia Cristo aceptando el hecho de que Jesús cargó, por ellos, con todas sus culpas en la cruz del Calvario.
Romanos 2:4: «La bondad de Dios te conduce al arrepentimiento».
6 - ¿Cómo entender estos 2 versículos de la Biblia?
Juan 1:12-13: «Sin embargo, a todos cuantos lo recibieron, es decir, a los que creen en su nombre, les ha dado potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no fueron engendrados de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios».
1. En primer lugar, no se puede llegar a ser hijo de Dios por la sangre, es decir, por descendencia natural; ninguna genealogía que se remonte a un antepasado espiritual es válida, ya sea el «padre Abraham» (Juan 8:39) o cualquier otro padre. ¡Incluso podemos estar orgulloso del origen de nuestro nacimiento!
2. En segundo lugar, «ni de la voluntad de la carne». Ningún rito de circuncisión, ningún bautismo, ninguna penitencia, ninguna obra buena, ningún producto de la carne sirve para llegar a ser hijo de Dios.
3. En tercer lugar, «ni de la voluntad del hombre». Esta frase zanja el asunto de una vez por todas: el «hombre» nada tiene que ver en esto. Puede reformarle, educarle, civilizarle, hacerle religioso, pero no puede hacer de usted un hijo de Dios. Eso es prerrogativa exclusiva de Dios. El nuevo nacimiento viene de Dios; está fuera del poder del hombre.
Vemos que para llegar a ser hijo de Dios hay que creer personalmente en Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador, es el único camino, no hay otro. Creer es suficiente para salir de esta terrible condición de pecador, para entrar en relación con Dios como un hijo amado.
Para salvar al hombre perdido, Jesucristo, el Hijo de Dios, vino a la tierra como hombre, para revelar el amor de Dios y «a su debido tiempo morir por los impíos» (Rom. 5:6). A partir de entonces, todos los que se arrepienten, creen en él y aceptan el valor de su sacrificio para ser perdonados, «nacen de nuevo» y poseen la vida nueva prometida por Dios. Hoy Dios le ofrece los medios para salvarle.
Acepte la mano tendida y la salvación completa y gratuita que Dios le ofrece.
«A Dios le agradó salvar a los que creen» (1 Cor. 1:21).
«Dale a Dios tu mano… Dios es clemente y misericordioso» (2 Crón. 30:28-29).
«La sangre de su Hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado» (1 Juan 1:7).