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¿Qué han visto en tu casa?

Isaías 39:4


person Autor: Bible Treasury 5

flag Temas: Ezequías La aparencia de piedad


1 - Prefacio

Una de las verdades más solemnes de la Palabra de Dios es que el corazón del hombre es «engañoso… más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jer. 17:9), es incurable. Así se muestra entre los impíos y profanos que no se toman la molestia de ocultarlo. Se oponen a la verdad revelada y desprecian las manifestaciones de la gracia. Pero la situación es diferente en el ámbito de la profesión cristiana, donde acabamos tratando de ocultarla. Hace falta una revelación divina para darse cuenta de que una vez que la casa ha sido «barrida y adornada» (Mat. 12:44; Lucas 11:25), es tanto más adecuada como morada de Satanás, porque está más preparada que antes para acogerle y rebelarse contra Dios. Se trata, por supuesto, de meros profesos, pero incluso cuando hay una auténtica obra de Dios en el interior, la carne permanece inmutable. En ciertos casos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la Palabra del Señor sondea e ilumina la conciencia, exponiendo el mal insospechado, oculto por una conducta externa irreprochable. Los resultados de tal autoexamen se exponen ciertamente ante nosotros en la Palabra de Dios para que seamos instruidos y humillados en cuanto a la presencia de la carne, aunque no estemos en la carne sino en el Espíritu; y para que desarrollemos el hábito de usar la Palabra de Dios al juzgarnos a nosotros mismos, de modo que el Señor no necesite juzgarnos ni castigarnos.

2 - El pecado de Ezequías

El pecado de Ezequías en esta circunstancia era conocido solo por Dios; no era una falta moral, sino un pecado del corazón, que solo Dios podía ver y juzgar. Si hubiera sido menos fiel, quizá no habría sido acusado de una manera tan solemne; porque el juicio de Dios es necesariamente más severo hacia aquellos que están cerca de él y a quienes él ama. Además, fue este especial favor y bondad hacia Ezequías lo que hizo grande su ofensa. El enemigo sutil lo empujó a la gloria carnal en la bendición que debería haberlo mantenido cerca de Dios. ¡Cuán a menudo, cuando hemos hecho promesas o resoluciones en cuanto a andar o servir, y hemos fracasado en ellas, le place a Dios llevarnos de regreso al principio de nuestros propios propósitos! Es mortificante, pero solo para la carne; el corazón de un santo se regocija en todo lo que es humillante para la naturaleza, y encuentra en la humillación de la carne un medio de volver a Dios, que obra en nosotros tanto el querer como el hacer según su beneplácito (Fil. 2:13). La actitud del Señor hacia Pedro, en Juan 21:15-19, ilustra esto.

Pocos días antes de la visita de los príncipes babilonios, Ezequías había subido a la casa de Jehová para derramar su alma en acción de gracias por las misericordias que había recibido; había dicho: «Andaré humildemente todos mis años, a causa de aquella amargura de mi alma» (Is. 38:15). No hay duda de que lo dijo en serio en aquel momento; pero Dios lo puso a prueba, y en vez de «Andaré humildemente» todos sus días, «no correspondió al bien que le había sido hecho, sino que se enalteció su corazón, y vino la ira contra él, y contra Judá y Jerusalén» (2 Crón. 32:25). «Dios lo dejó, para probarle, para hacer conocer todo lo que estaba en su corazón» (v. 31). Era de nuevo la historia de Israel en el desierto (Deut. 8:2). Todo era conocido por Dios; pero el propósito de sus caminos era exponerlo todo ahora, para que podamos limpiarnos moralmente y humillarnos en su presencia. Puede haber mucha actividad exterior, y aun éxito según el juicio del hombre; pero Aquel que escudriña el corazón puede ver lo que obra en secreto, y que, si no se manifiesta y juzga ahora, se manifestará y será destruido en el tribunal de Cristo.

3 - El espíritu de Babilonia

Este es el espíritu de Babilonia que Ezequías había abrigado y que debía ser expulsado. «He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece» (Hab. 2:4). Dios usó estas palabras contra los caldeos que habían conquistado Jerusalén en tiempos de Habacuc, pero ¡cuán aplicables son ahora al justo que falle y no vive de su fe! El espíritu de Babilonia existía en Jerusalén, en la casa del rey de Judá, y había atrapado el corazón del siervo de Jehová. Observen con qué rapidez un corazón orgulloso deja de ser recto. El hombre es por naturaleza una criatura débil y dependiente, que solo encuentra su fuerza en la constante dependencia de Dios. «El justo por su fe vivirá», por lo que no tiene motivos para vanagloriarse: «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1 Cor. 4:7). Apropiarse de la gloria ajena es injusto. Dios dio poder al rey de Babilonia, que abusó de él arrojando a los siervos de Dios al horno de fuego, pero su acto hizo que Dios estuviera en medio de ellos para liberarlos. El espíritu de Babilonia es mucho más temible que su poder. Es orgulloso e injusto; halaga y engaña al corazón, y se deleita en la confusión moral, para hacer que sus objetivos sean difíciles de detectar.

4 - Los ejemplos de este espíritu de Babilonia

El espíritu de Babilonia fue introducido en la asamblea de Corinto por aquellos que gobernaban como reyes sin los apóstoles. Este mismo espíritu fue introducido entre los santos por «Himeneo y Fileto, los cuales se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya tuvo lugar, y trastornan la fe de algunos» (2 Tim. 2:17). Ahora bien, la fe es lo único que puede librarnos de este mundo malo, porque nos une a Dios y a su Hijo amado, y nos hace vencedores en este mundo contaminado y engañoso. En verdad, la resurrección se realiza en un sentido elevado, es decir, para nuestra posición y aceptación ante Dios, como una nueva creación en Cristo Jesús y como santos en nuestra posición y privilegios celestiales. Pero como siervos y buenos soldados de Jesucristo, debemos llevar dentro de nosotros la sentencia de muerte y calificarnos mediante el sufrimiento para la gloriosa posición que nos espera en nuestra resurrección. Debemos justificar nuestro título a la corona llevando la cruz y soportando el sufrimiento. Sin la vida de resurrección en Cristo no tendríamos ni resorte ni objeto en la gloria celestial; pero es la cruz de Cristo y no la vida de resurrección la que determina y caracteriza nuestra posición y circunstancias en este mundo. Digamos con el piadoso apóstol: «Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo» (Gál. 6:14). El espíritu de Babilonia no se apoderará de un corazón satisfecho de Cristo, que mantiene la cruz como una barrera infranqueable entre él y el mundo.

5 - El caso particular de Ezequías

Ezequías había sido muy utilizado por Dios para purificar su Casa y restaurar su culto. Con una energía de gracia extraordinaria había ido más allá de los estrechos confines de su propio reino de Judá y había visitado los fragmentos rotos y dispersos del gran reino de Israel, trabajando en sus almas para que subieran a Jerusalén y celebraran la Pascua como pueblo redimido de Dios. Dios reconoció su obra de fe y su labor de amor concediéndole muchas bendiciones.

6 - Dios desea el mismo carácter de santidad en la Casa de Dios que en nuestras casas

Todo esto era muy aceptable, pero Dios quería que el mismo carácter de santidad que había sido restaurado en la Casa de Dios impregnara el hogar, la familia y el corazón de su siervo. En el templo se había visto a Ezequías arrepentido, suplicante y adorador; pero la pregunta que ahora tenía que responder era: «¿Qué han visto en tu casa?». Ay del hombre; les había mostrado todo, y ciertamente para su propia gloria y no para la gloria de Dios. Los sabios de Babilonia se habían dado cuenta del milagro realizado en la tierra y habían venido a relacionarlo con el pueblo de Dios y con el hijo de David. Había una oportunidad para dar testimonio de Jehová. ¡Qué poder y qué bondad en favor de su siervo afligido!

Pero el rey de Babilonia solo vio la criatura, y Ezequías se alegró de mostrarla. ¡Ay, con qué rapidez respondemos a los halagos! Cuando la sombra de la muerte cayó sobre él, se volvió hacia Dios. Su fe brilló y confesó que «en todas ellas [dificultades, dolores y debilidades] está la vida de mi espíritu» (Is. 38:16). Pero cuando se levantó de la tumba, por así decirlo, olvidó toda la gloria debida a Dios y, con su conducta, dio lugar al anuncio más solemne y preciso del juicio de los caldeos, al que ningún rey de Judá se había visto obligado a someterse hasta entonces.

¿No nos habla todo esto a nosotros hoy? Puede haber una restauración exterior. Durante muchos años los santos han tenido el consuelo y la bendición de ver la verdad recuperada o recibida por el ministerio del Espíritu a través de los canales habituales. «Según la actividad de cada miembro, lleva a cabo el crecimiento» (Efe. 4:16) es una verdad que tiene que ver con el Cuerpo de Cristo, la Asamblea, la Casa de Dios. Pero a Dios le gusta plantear preguntas que, si se responden con honestidad y sinceridad en su presencia, pueden revelar extrañas y penosas incoherencias en nuestra vida privada, familiar y profesional.

«¿Qué han visto en su casa?».