Índice general
La Palabra de Dios y el discernimiento espiritual
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1 - La construcción del tabernáculo
1.1 - Una obra según el pensamiento de Dios
Después de haber liberado a Israel de su esclavitud en Egipto, y de haberlo conducido hacia sí en su maravillosa bondad, Jehová entregó a su pueblo la Ley del Sinaí y todas las instrucciones necesarias para la construcción del tabernáculo.
Era de suma importancia que el santuario en el que Dios iba a habitar en medio de Israel se construyera exactamente según el plan divino. Estaba en juego la gloria de Dios. Los arreglos humanos en la Casa de Dios son siempre una afrenta a Aquel que, en su gracia, condesciende a morar en medio de los hombres. Todo, en el tabernáculo, tenía que hablar de Cristo de un modo u otro; y aunque los israelitas no pudieran entenderlo, era esencial para Dios.
Para que el tabernáculo se construyera de una manera totalmente acorde con su pensamiento, veremos que Dios se sirvió de 3 medios: en primer lugar, instrucciones precisas comunicadas a Moisés; en segundo lugar, un modelo que se le mostró en la montaña; y, en tercer lugar, un don especial dado a Bezaleel y a otros.
1.2 - Instrucciones precisas
Los capítulos 25 al 31 del Éxodo nos hablan de las instrucciones dadas por Jehová a Moisés en la montaña, en relación con el arca, el tabernáculo y su contenido, las vestiduras sacerdotales, el aceite de la unción, el incienso, etc. El arca, por ejemplo, debía medir 2 codos y medio de largo, codo y medio de ancho y codo y medio de alto; Moisés no tenía libertad para alterar estas medidas en modo alguno. El candelabro debía tener 7 brazos, y no 6, 8 o 9. La primera cubierta interior del tabernáculo debía estar hecha de 10 largas cortinas unidas con grapas, y la segunda de 11 cortinas, la primera de 28 codos de largo y la segunda de 30 codos. Esto no se podía cambiar. El aceite de la unción debía componerse de elementos aromáticos cuyas estrictas proporciones había prescrito Dios. Los israelitas tenían que respetar todas estas instrucciones con sumisión, incluso si las razones que Dios tenía al darlas no las comprendieran.
Los capítulos 36 al 39, que nos parecen ser una repetición, nos dicen explícitamente que todo fue hecho según las órdenes divinas, que se observaron fielmente todos los materiales y todas las medidas. «Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como Jehová había mandado; y los bendijo» (Éx. 39:43).
1.3 - Un modelo
Al igual que un arquitecto traza planos, o incluso hace una maqueta, para mostrar concretamente cómo será el edificio que se va a construir, Jehová mostró a Moisés un modelo. «Conforme a todo lo que yo te muestre, el diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis» (25:9). «Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte» (25:40).
El modelo dejaba claras las directivas divinas. Completaba lo que Dios había comunicado a Moisés en forma de indicaciones numéricas. Para el altar de oro, por ejemplo, se habían indicado los materiales y las dimensiones, y Jehová había dicho que debía tener «cuernos» y «en derredor una cornisa de oro» (30:1-3). ¿Qué forma y tamaño debían tener esos cuernos y esa corona? El modelo lo indicaba.
La Epístola a los Hebreos nos muestra el profundo alcance de este modelo. En el capítulo 8, el tabernáculo es llamado «la imagen y la prefiguración de las cosas celestiales» (v. 5), y el autor apoya su afirmación citando el versículo 40 de Éxodo 25, que acabamos de recordar. El modelo mostrado a Moisés en la montaña está identificado con las realidades celestiales de las que el santuario terrenal debía ser una «imagen». En efecto, en el capítulo 9, «el tabernáculo y todos los utensilios del servicio» son llamados «las figuras de lo que hay en los cielos», imágenes de «las mismas cosas celestiales» (v. 21, 23). Leyendo el Éxodo, diríamos que el modelo mostrado a Moisés en la montaña era una imagen de las cosas reales que iban a construirse. Leyendo la Epístola a los Hebreos, aprendemos que las cosas materiales que se construyeron no eran más que imágenes de las cosas celestiales, «reproducciones» de los «verdaderos» lugares santos (9:24).
A partir de esta enseñanza neotestamentaria, comprendemos aún mejor la importancia de una Casa de Dios perfectamente conforme a su voluntad. Debía ser, en la tierra, un testimonio no adulterado de las propias cosas celestiales. La gloria de Dios estaba ligada a ella.
1.4 - Un espíritu de sabiduría
Unas directivas precisas habían establecido las características esenciales de la obra que debía hacerse, y se había mostrado a Moisés un modelo para completarlas. Pero aún quedaban detalles por resolver, que también debían estar de acuerdo con el plan divino. Los recursos de la inteligencia o de la imaginación del hombre no podían hacerles frente, porque todo tenía que ser de Dios. «Mira», dijo Jehová a Moisés, «he llamado por nombre a Bezaleel… y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para inventar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce… Y he aquí que yo he puesto con él a Aholiab… y he puesto sabiduría en el ánimo de todo sabio de corazón, para que hagan todo lo que te he mandado» (Éx. 31:2-6; comp. 35:35). Aquí, Dios llena a un hombre e incluso a varios hombres con su Espíritu, para darles la sabiduría que necesitaban para llevar a cabo la obra. Era necesario que cada detalle de cada objeto reflejara la gloria de Dios, y para ello Dios «llena de espíritu en sabiduría» a hombres «sabios de corazón» que elige y adiestra (28:3). Y así «Moisés llamó a Bezaleel y a Aholiab y a todo varón sabio de corazón, en cuyo corazón había puesto Jehová sabiduría, todo hombre a quien su corazón le movió a venir a la obra para trabajar en ella» (36:2).
Una misión especial confiada a hombres a los que Dios califica para ello es algo que encontramos en otras partes de la Escritura. Mencionemos a David, que «después de servir en su propia generación a la voluntad de Dios» (Hec. 13:36).
1.5 - ¿Qué significan estas cosas para nosotros?
Hoy como ayer, Dios no acepta la voluntad propia del hombre, y menos en su propia Casa. Si confía servicios a los suyos, si les hace el honor de permitirles colaborar en su obra, debe ser siempre Su obra. El servicio debe llevar el sello de Aquel que es su fuente y para quien se realiza. Todos los elementos introducidos en la Casa de Dios por quienes él llama sus «colaboradores» (1 Cor. 3:9) deben llevar caracteres dignos de él.
Y para discernir la voluntad de Dios, para poder llevar a cabo su servicio de manera que le agrade, para trabajar en su Casa según su mente, ¿estaríamos menos bien equipados que los israelitas en el desierto? A la luz del Nuevo Testamento, veremos a qué pueden corresponder, en el tiempo actual, los 3 medios que Dios había dado a Israel para construir el tabernáculo. Los 2 primeros corresponden a elementos proporcionados por la Palabra de Dios (textos formales y ejemplos), el tercero al discernimiento espiritual que esta Palabra, el Espíritu Santo y el caminar con Dios forman en el corazón del creyente.
2 - La Palabra de Dios
2.1 - Textos formales
Para guiarnos en nuestra vida cristiana, individual o colectiva, Dios nos ha dado muchas instrucciones claras y precisas en su Palabra. Son tan ineludibles como las instrucciones dadas a Moisés en la montaña.
Estas enseñanzas exigen la sumisión de nuestras mentes y la obediencia de nuestros corazones.
Un conocimiento global de la revelación divina, en la medida en que nos sea posible, nos preservará de aplicaciones erróneas. Debemos distinguir siempre a quién dirige Dios sus instrucciones. Por ejemplo, las prescripciones de la Ley de Moisés sobre animales puros e impuros (Leví. 11) eran exclusivamente para Israel. En el Nuevo Testamento se dejan formalmente de lado (Hec. 10:9-16).
Pero ante las enseñanzas más claras de la Escritura, nuestra propia voluntad insubordinada puede, por desgracia, plantear dudas. Es lo que hizo una vez un doctor de la Ley: ante el mandamiento Amarás… «a tu prójimo como a ti mismo», se atrevió a preguntar a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10:29). De hecho, quiso justificarse, desviar el filo de la Palabra con razonamientos.
Palabras como «Huid de la fornicación» (1 Cor. 6:18), o «para la mujer es honroso llevar la cabellera larga» (11:15), o «Que las mujeres se callen en las iglesias» (14:34), nunca deberían suscitar preguntas en nuestro corazón. Preguntar sobre ellas: ¿qué es fornicar? ¿qué es el pelo largo? o ¿qué es guardar silencio? es ser como el doctor de la Ley.
Mientras que las cosas son sencillas para la mente sumisa, todo puede complicarse para el hombre que quiere seguir un camino distinto del que Dios le muestra. Así Balaam, cuyos deseos más profundos iban en contra del mandato de Dios «No vayas con ellos», dijo a sus visitantes: «Os ruego, por tanto, ahora, que reposéis aquí esta noche, para que yo sepa qué me vuelve a decir Jehová» (Núm. 22:12, 19). ¿Se imaginaba que Dios podía contradecirse?
2.2 - Modelos y ejemplos
Como la mayoría de los cristianos saben, las Escrituras no nos hablan solo en textos formales. Tienen otras formas de comunicarnos el pensamiento y la voluntad de Dios para nuestra vida práctica.
El Antiguo y el Nuevo Testamento, y los libros históricos en particular, están llenos de ejemplos instructivos. Vemos cómo actúan la fe y el temor de Dios, y cómo se manifiestan la incredulidad y la carne. Por la forma en que los relatos están presentados, Dios nos ayuda a comprender qué comportamientos le agradan y cuáles desaprueba. Hay aquí una mina inagotable de instrucciones.
Estos relatos nos ponen ante situaciones concretas que hacen palpables los principios divinos, del mismo modo que el modelo mostrado a Moisés en la montaña completaba y aclaraba las instrucciones orales que Dios le había dado.
Cuanto más conozcamos estas historias bíblicas, más capaces seremos de ver similitudes entre las situaciones presentadas y las nuestras. Es una verdadera bendición poder decirnos a nosotros mismos, en tal o cual circunstancia de nuestra vida: bueno, ahora me encuentro en la misma situación que David, o Josafat, o Jeremías, y esto es lo que ellos hicieron. O bien: la trampa que me tienden aquí es la misma que le tendieron a Ezequías o a Nehemías. Leamos estos relatos, y recordémoslos. Son una de las grandes formas en que Dios moldea nuestros pensamientos y corazones, para que nuestro caminar sea para su gloria.
Para ilustrar cómo Dios nos enseña por medio de ejemplos, veamos 2 casos concretos.
¿Por qué los cristianos dan gracias a Dios al comienzo de sus comidas? ¿No es precisamente por los ejemplos que nos da el Nuevo Testamento? Los Evangelios nos muestran al Señor dando gracias en las 2 distribuciones de los panes (Mat. 14:19; 15:36) y en la comida con los discípulos de Emaús (Lucas 24:30), por no hablar de la Cena. El libro de los Hechos nos dice que, en el barco que estaba a punto de naufragar, Pablo tomó pan y dio gracias delante de todos antes de comer (27:35). A esto se añade el hecho de que diversos pasajes de las Epístolas establecen un vínculo entre comer y dar gracias (véase Rom. 14:6; 1 Cor. 10:30 y, especialmente, 1 Tim. 4:3, 4). Estos pasajes muestran que los cristianos daban gracias a Dios cuando comían.
Consideremos otro ejemplo del Antiguo Testamento. El capítulo 24 del Génesis nos muestra cómo Isaac recibió una esposa de la propia mano de Dios. ¡Qué instructivos son el cuidado de Abraham en relación con el matrimonio de su hijo, la forma en que Eliezer apela a Dios para asegurarse de que realmente lo está guiando, y la manera en que Dios responde a la fe de quienes lo esperan! A pesar de las diferencias de costumbres entre aquella época y la nuestra, y de las transposiciones que estas diferencias hacen necesarias, este hermoso relato sigue siendo una guía para los jóvenes creyentes piadosos que desean fundar un hogar.
2.3 - El discernimiento espiritual
A las instrucciones orales dadas a Moisés sobre el tabernáculo, y al modelo mostrado en la montaña, Jehová tuvo a bien añadir el don de una sabiduría especial. Se lo concedió a Bezaleel y a otros mediante la acción de su Espíritu. Del mismo modo, Dios nos da hoy los recursos de su Espíritu y del discernimiento que él produce en el corazón de los suyos por este medio. Este es un gran tema. Intentaremos considerar algunos aspectos del mismo.
2.4 - La insuficiencia de la inteligencia natural
Nuestra inteligencia natural, por grande que sea, no nos ayuda a comprender los pensamientos y la voluntad de Dios. Incluso puede llevarnos por mal camino. El Señor dijo: «¡Gracias te doy, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los niños!» (Mat. 11:25). El apóstol Pablo desarrolla este tema en 1 Corintios 1 y 2, de los que retenemos en particular lo que sigue: «¿Quién de los hombres conoce las cosas de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie conoció las de Dios, sino el Espíritu de Dios. Pero nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios, para que conozcamos lo que nos ha sido dado gratuitamente por Dios» (1 Cor.2:11-12). Necesitamos al Espíritu Santo para comprender las cosas de Dios. «El Espíritu todo lo escudriña, incluso las cosas profundas de Dios» (v. 10). El apóstol Juan también dice: «La unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad que alguien os enseñe» (1 Juan 2:27).
Sin embargo, la acción del Espíritu Santo en el creyente no es automática, por así decirlo. Está vinculada al estado práctico de nuestro corazón. Según nos dejemos guiar por la carne o por el Espíritu, se producen frutos característicos (Gál. 5:19-22). Si nos dejamos guiar habitualmente por la carne, somos hombres carnales; y si nos dejamos guiar habitualmente por el Espíritu, nos convertimos en hombres espirituales (comp. 1 Cor. 3:1-3).
2.5 - El crecimiento espiritual
En este pasaje de 1 Corintios 3, los cristianos carnales son comparados con «niños» en Cristo, que aún deben ser alimentados de «leche» y no pueden soportar el «alimento sólido» (v. 2). Del mismo modo, el capítulo 5 de la Epístola a los Hebreos presenta la enseñanza cristiana bajo las 2 imágenes contrapuestas de la leche y el alimento sólido: leche para los niños pequeños y alimento sólido para los hombres adultos (v. 12-14). Es la misma Palabra de Dios, pero presentada a distintos niveles, según el estado de los oyentes. A algunos, solo podemos comunicarles «los rudimentos de los oráculos de Dios» (Hebr. 5:12); a otros, podemos proclamarles «todo el consejo de Dios» (Hec. 20:27), incluso cosas difíciles «de explicar» (Hebr. 5:11). Es muy normal que, al comienzo de su carrera, un cristiano sea todavía un niño pequeño en Cristo, y necesite alimentos sencillos, adaptados a su desarrollo. Esto es lo que le permite crecer hasta convertirse en un hombre hecho. El crecimiento de los corintios se vio obstaculizado por su estado carnal, y el de los hebreos por su pereza para escuchar. ¿Y el nuestro?
2.6 - El discernimiento del bien y del mal
«El alimento sólido es para los que alcanzan madurez; para los que por medio del uso tienen sus sentidos ejercitados para discernir el bien y el mal» (Hebr. 5:14). El hombre posee por nacimiento una cierta capacidad para discernir entre el bien y el mal, que es su conciencia. Pero el versículo anterior nos muestra que esta capacidad se desarrolla, se ejerce mediante la práctica.
«¿Por medio del uso?» ¿Qué uso? Sin querer ser restrictivos, demos 2 elementos de respuesta a la pregunta.
1° En primer lugar, podemos pensar en un contacto constante y profundo con la Palabra de Dios en todas sus partes. De este modo, Dios ejercita nuestra facultad de juicio y de apreciación. Nos enseña, en situaciones complejas, a distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Porque, de hecho, el bien y el mal, lo justo y lo falso, a menudo se superponen en la misma acción. Por ejemplo, cuando Jacob se hace pasar por Esaú para robarle la bendición que Isaac quiere dar a su primogénito, en Génesis 27, nos lleva a hacer 2 valoraciones de su acción. Por un lado, le mueve el excelente deseo de obtener la bendición divina como en otras circunstancias de su vida (25:29-34; 32:24-33) y, por otro, utiliza para ello un engaño altamente reprobable.
2° Luego está el hábito de relacionar la Palabra de Dios con todas las situaciones en que vivimos. Si esta Palabra “habita ricamente en nosotros”, dejaremos que su luz ilumine nuestras acciones. Con la misma luz, evaluaremos las acciones de las personas con las que entramos en contacto. En cuanto a nosotros mismos, podremos ver más claramente los motivos que nos mueven; y en cuanto a los demás, dejaremos que Dios juzgue sus motivos, limitándonos a evaluar sus acciones según las normas que nos proporciona la Palabra.
Así, entre otras cosas, es como podemos adquirir «sentidos ejercitados».
2.7 - La inteligencia espiritual
La expresión «inteligencia espiritual» solo se encuentra una vez en la Escritura, en un pasaje notable de la Epístola a los Colosenses. «No cesamos de orar a Dios y pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual; para que andéis como es digno del Señor, con el fin de agradarle en todo, dando fruto en toda buena obra, y creciendo por el conocimiento de Dios» (1:9-10). Este pasaje es eminentemente práctico. El apóstol ora para que los creyentes se conduzcan de una manera digna del Señor, para que se comporten de un modo que le agrade en todo. ¿Y cuál es la fuente de tal conducta? Esencialmente, el estado interior. Pablo no menciona mandamientos ni directivas formales, habla de corazones llenos del conocimiento de la voluntad de Dios. ¡Qué expresión! No son hombres que buscan a tientas esa voluntad, están llenos de ella. La vida de Cristo en ellos, el vínculo vital de los sarmientos con su Vid, produce en ellos esa inteligencia espiritual que les permite entrar en los pensamientos de Dios y comprender su voluntad. ¡Este es el estado del hombre hecho!
El final del versículo 10 nos muestra el secreto del crecimiento que conduce a este estado: crecer «por el conocimiento de Dios». A los corintios que se habían dejado sacudir por falsas doctrinas, el apóstol les dice: «Algunos no conocen a Dios» (1 Cor. 15:34). ¡Y eran cristianos! Un conocimiento verdadero y profundo de Dios, es la salvaguardia contra todo error, y es lo que conduce al creyente al camino de Dios. El conocimiento de Dios lleva al conocimiento de la voluntad de Dios. Así es como se producirá el «fruto», «en toda buena obra».
2.8 - La adquisición de la sabiduría
De hecho, incluso antes de que el Espíritu Santo viniera a la tierra para habitar en los creyentes, la comprensión del pensamiento de Dios y el conocimiento de su voluntad ya estaban indisolublemente unidos al estado práctico del alma.
El libro de los Proverbios, de manera muy especial, señala el camino hacia la sabiduría, la inteligencia, el conocimiento, la instrucción y el discernimiento. El comienzo del capítulo 2 nos muestra 2 aspectos complementarios de la adquisición de la sabiduría y de la inteligencia. Por un lado, lo que pertenece a nuestra responsabilidad: «Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios» (v. 1-5). Y, por otra parte, lo que es obra de Dios en nuestro corazón, un don de Dios: «Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia» (v. 6). El hecho de que Dios dé no nos exime de poner energía en adquirirla. Y la necesidad de celo no debe hacernos olvidar que no habrá nada si Dios no lo ha dado.
2.9 - El estado interior y el discernimiento espiritual
Con 3 pasajes de los Salmos, subrayemos el estrecho vínculo entre el estado práctico del alma y el crecimiento espiritual.
«La comunión íntima de Jehová es con los que le temen» (Sal. 25:14). El temor de Dios, es decir, dar a Dios el lugar que le corresponde, reconocer sus derechos, prepara el corazón para recibir sus comunicaciones íntimas.
En el Salmo 51, el salmo de la humillación, David dice, con un profundo sentido de la gravedad de sus faltas: «He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría» (v. 6). Es al «espíritu quebrantado… y humillado» a quien Dios dará a conocer sus pensamientos (v. 17).
En el Salmo 111 leemos: «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos» (v. 10). Aquí, no es la inteligencia que conduce a la puesta en práctica, lo que sin duda también es cierto, sino que es la puesta en práctica de los preceptos divinos lo que lleva a la inteligencia de los pensamientos de Dios. Dios puede comunicar más a quienes ponen en práctica las lecciones aprendidas.
2.10 - El ejemplo de Moisés
Mientras Moisés estaba en el monte Sinaí, recibiendo la Ley de Dios y las instrucciones relativas al tabernáculo, el pueblo de Israel erigió el becerro de oro (Éx. 32). En su ira contra su pueblo, Jehová estaba dispuesto a consumirlo. La conducta de Moisés en estas circunstancias es notable. Levantó una tienda fuera del campamento y la llamó tienda del encuentro (33:7), según el nombre que Dios había dado al tabernáculo que debía construirse (29:4). A esta tienda salían «todo aquel que buscaba a Jehová» (33:7). Lo que Moisés hace allí no nos está presentado como la ejecución de mandamientos formales de Dios, sino como el resultado del discernimiento espiritual de un hombre que vive cerca de Dios y tiene su pensamiento. La columna de nube, símbolo de la presencia divina, que está a la entrada de la tienda, muestra la aprobación de Dios a la acción de Moisés.
2.11 - Un ejemplo más reciente
Los escritos del Nuevo Testamento, por lo que podemos decir, datan de una época en la que todas las reuniones de creyentes aún tenían el carácter de asambleas de Dios. El mal se introducía, se desarrollaban falsas enseñanzas, el Señor daba solemnes advertencias, pero no hay evidencia de que las cosas hubieran llegado a un punto en el que la comunión de los fieles ya no pudiera ser posible con todo lo que todavía llevara el nombre de Iglesia.
En la época del avivamiento del siglo 19, el estado de la cristiandad era evidentemente mucho más grave. Y los fieles no tenían a su disposición textos bíblicos formales que hubieran sido escritos sobre una situación idéntica a la suya. Disponían, sin embargo, de los principios generales que la sabiduría de Dios había escrito en la Palabra. También podían beneficiarse de los ejemplos que ella contiene, como el de Moisés. Los creyentes tuvieron el discernimiento espiritual para aplicar estos principios y seguir estos ejemplos de manera acorde con el pensamiento de Dios. No podemos dudar de que Dios puso el sello de su aprobación en la postura de separación que ellos también adoptaron «fuera del campamento», siguiendo la exhortación dada a los creyentes hebreos en el primer siglo del cristianismo: «Salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:13).
2.12 - El oprobio de Cristo
¿Estamos dispuestos a soportarlo también hoy, e incluso, como Moisés al comienzo de su carrera, a considerar como «mayor riqueza el vituperio de Cristo que los tesoros de Egipto»? (Hebr. 11:26).
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1997, página 265