Índice general
Estar reunidos en asamblea
Autor: Tema:
La cristiandad actual incluye muchas comunidades llamadas iglesias o asambleas, con una denominación particular. Pero, ¿qué pasa con la Palabra de Dios?
En contraste con esta multiplicidad, la Asamblea cristiana –o Iglesia– está presentada en la Escritura como una maravillosa unidad. Los diversos nombres utilizados para designarla subrayan esta unidad. No hay más que una Casa de Dios, una «casa espiritual» (1 Pe. 2:5). «Hay un solo cuerpo», el Cuerpo de Cristo (Efe. 4:4). «La novia, la esposa del Cordero» es una (Apoc. 21:9).
1 - La Asamblea, en su sentido más general
En Mateo 16, Jesús dice: «Edificaré mi Iglesia» (v. 18). En Hechos 2 vemos que «cada día el Señor añadía a la Iglesia los que iban siendo salvos» (v. 47). En Efesios 5, se nos dice que «Cristo amó a la iglesia y sí mismo se entregó por ella» (v. 25), y más adelante: «para presentarse a sí mismo la asamblea gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante» (v. 27). En estos pasajes, la Asamblea es un todo único, el de todos los redimidos –desde el día de Pentecostés hasta el regreso del Señor.
2 - La asamblea (o las asambleas) local(es)
Hechos 13 nos habla de un acontecimiento que tuvo lugar «en Antioquía», en la asamblea que había allí (v. 1). Pablo escribe «a la iglesia de Dios que está en Corinto» (1 Cor. 1:2). Los capítulos 2 y 3 del Apocalipsis dirigen mensajes particulares a la asamblea de Éfeso, Esmirna, etc. A lo que se hace referencia en estos pasajes con la palabra asamblea es a todos los creyentes de un lugar determinado en un momento dado. Es lo que podemos llamar asamblea local, para distinguirla de la Asamblea universal que vimos antes.
El término asamblea está en plural cuando designa varias asambleas locales. «La Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, siendo edificada; y andando en el temor del Señor» (Hec. 9:31). Vemos a Pablo recorriendo «Siria y Cilicia, fortaleciendo las iglesias» (Hec. 15:41) y le oímos dar testimonio de su «solicitud por todas las iglesias» (2 Cor. 11:28).
En ningún caso la expresión «las asambleas» puede referirse a agrupaciones religiosas independientes entre sí.
3 - La asamblea local, expresión de toda la Asamblea
Veamos ahora más de cerca la relación entre la asamblea local y la Asamblea universal.
Hay un pasaje muy llamativo en el discurso de Pablo a los ancianos de Éfeso, en Hechos 20. Les dijo: «Cuidad por vosotros mismos y por todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto por supervisores, para pastorear la Iglesia de Dios, la que adquirió con su propia sangre» (v. 28). Los ancianos –o supervisores– tenían una función local. Los destinatarios del apóstol debían desempeñar su servicio en el marco de la asamblea de Éfeso. Pero en el desempeño de su servicio, debían ser muy conscientes del valor de la Asamblea para Dios: Él la había “adquirido con la sangre de su propio Hijo”. En este versículo, la asamblea local se identifica con la Asamblea universal. Teniendo ante sí a los creyentes que estaban en Éfeso, estos ancianos debían de ver a toda la Asamblea tal como está en el pensamiento de Dios. Lo que está en el corazón de Dios debía condicionar sus afectos y su actitud hacia los creyentes a su cargo.
Encontramos el mismo principio en otros pasajes. Entre los diversos reproches que el apóstol Pablo tuvo que hacer a los corintios, está este: «¿Despreciáis a la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que nada tienen?» (1 Cor. 11:22). El comportamiento impropio de algunos de estos creyentes en los ágapes era un desprecio no solo a sus hermanos pobres, sino a la Asamblea de Dios.
El apóstol Pablo da a Timoteo –que entonces estaba en Éfeso– instrucciones sobre cómo comportarse en la Asamblea. Le dijo: «Estas cosas te escribo… para que sepas cómo debes comportarse en la casa de Dios (que es la iglesia del Dios vivo), columna y cimiento de la verdad» (1 Tim. 3:14-15). La aplicación directa de las palabras del apóstol concernía a la asamblea de Éfeso (comp. 1:3), pero Timoteo debía tener ante sí a toda la Asamblea, que es columna y apoyo de la verdad.
Todo esto es de gran importancia para nosotros. Toda nuestra actitud en la asamblea, o hacia una asamblea, debe estar regida por el pensamiento de lo que la Asamblea es para Dios. No debemos separar una asamblea local de lo que Dios nos enseña acerca de su Asamblea, que es única.
Un ejemplo puede ayudarnos a entender esto. Las diferentes partes del cuerpo humano forman un todo. Si alguien toca el hombro de su prójimo, toca a su prójimo. Si un médico cura el hígado de alguien, cura a esa persona. Al perseguir a los cristianos que se encontraban en su camino, Saulo de Tarso había perseguido «a la Iglesia de Dios» (1 Cor. 15:9).
4 - Estar reunidos en asamblea
El apóstol Pablo dice a los corintios: «Al reuniros en asamblea…» (1 Cor. 11:18). Este es el carácter de la reunión. En Corinto había graves desórdenes y el apóstol tuvo que reprender a estos creyentes. Pero se mantiene el principio de una reunión que no es la de unos pocos cristianos, sino en principio la de todos los creyentes de una localidad, aunque por diversas razones algunos de ellos estén ausentes. La actual situación de división en la Iglesia hace que un número muy elevado de creyentes no tenga hoy la menor idea de lo que significa estar reunidos en asamblea.
Todo tipo de circunstancias pueden hacer que los creyentes se reúnan ocasionalmente para orar, cantar himnos o leer la Palabra de Dios. Esto puede ocurrir en cualquier lugar, entre amigos, viajeros, familias, jóvenes, etc. En tal caso, los participantes, aunque sean todos creyentes, no están «reunidos en asamblea». La reunión puede ser legítima y útil, pero no puede decirse que sea la asamblea la que se reúne.
Los capítulos 10 al 14 de la Primera Epístola a los Corintios nos hablan de la asamblea reunida para el partimiento del pan y la reunión de edificación. Es en este contexto en el que se puede celebrar la Cena del Señor, y no en el contexto de una reunión ocasional de unos pocos cristianos. La Cena es un testimonio dado a la unidad del Cuerpo de Cristo, formado por todos los creyentes. Es inconcebible en otro marco que no sea el de la asamblea reunida.
5 - La fragmentación de la cristiandad
Desgraciadamente, los hombres han instituido toda clase de grupos cristianos diferentes y los han llamado iglesias o asambleas. Pero la manera en que los cristianos deben reunirse no se deja a nuestra apreciación. Dios nos ha revelado en el Nuevo Testamento lo que ha instituido para nuestra vida colectiva, y no tenemos derecho a organizarnos como queramos. Estos grupos, aunque estén formados por verdaderos creyentes, son estructuras humanas. Su existencia pone de manifiesto un abandono o una negación de lo que Dios ha establecido en su Palabra para la vida colectiva de los creyentes. Estudiemos esta Palabra y sometámonos a lo que nos enseña.
6 - Reunirse en asamblea, a pesar de todo
Los que han comprendido qué es y cómo debe funcionar la Asamblea de Dios son los responsables de hacerla realidad en la práctica. Aunque sean pocos, pueden obedecer las directrices de Dios y disfrutar de las bendiciones que Dios ha vinculado a la vida en asamblea. Deben ser conscientes de que hay muchos creyentes que no se reúnen con ellos en torno al Señor, y reconocerlos como siendo miembros del Cuerpo de Cristo y piedras vivas en la Casa de Dios. Pero su fe puede aferrarse a lo que Dios ha instituido y, a pesar de su debilidad, experimentar la realidad de la presencia del Señor en medio de los reunidos en su nombre, según Mateo 18:20.
7 - La unidad de las asambleas locales
Las asambleas que se reúnen en el nombre del Señor en diversos lugares se reconocen mutuamente por este carácter. Según lo dicho por el Señor en Mateo 18:18, lo que es «atado» o «desatado» por una asamblea local, es decir, lo que es decidido por la asamblea en sumisión al Señor, es «atado» o «desatado» en el cielo. Por lo tanto, estas decisiones tienen un alcance universal; deben ser reconocidas en las otras asambleas.
La Cena del Señor es la expresión de la unidad del Cuerpo de Cristo. «Porque nosotros, siendo muchos, somos un solo pan, un solo Cuerpo, porque todos participamos de un solo pan» (1 Cor. 10:17). La Cena es celebrada el día del Señor por la asamblea reunida en una localidad, en comunión con todas las demás asambleas que se reúnen en el nombre del Señor.
8 - Un ejemplo de la historia de Israel
Antes de que Cristo viniera a la tierra, Israel era el pueblo de Dios, el único con este privilegio. A causa de su infidelidad a Jehová, Israel ha sido dispersado entre las naciones: primero 10 tribus en Asiria, luego las 2 tribus restantes en Babilonia.
En su gracia, Dios propició el regreso del pueblo a su país, tras 70 años de cautiverio en Babilonia. Dirigió a Ciro, rey de Persia, que gobernaba la tierra en aquella época, para que invitara a todos los israelitas dispersos a regresar a su país, a reconstruir el templo y a reanudar su culto (Esd. 1:1ss). Unas 42.360 personas respondieron al llamado y regresaron a Jerusalén (2:64), «todos aquellos cuyo espíritu despertó Dios» (1:5).
El relato bíblico incluye a continuación una afirmación sorprendente: «Todo Israel en sus ciudades» (2:70). Una expresión similar se encuentra en el versículo siguiente: «Estando los hijos de Israel establecidos en sus ciudades, se juntó el pueblo…» (3:1). Los que estaban en el lugar donde debían estar, aunque comparativamente pocos en número, representaban a todo el pueblo. Y, guiados por las Escrituras, no adaptaron a su situación de debilidad las instrucciones de Dios para el culto.
Además, no olvidaron que eran solo una fracción del pueblo de Dios. Cuando el templo fue reconstruido y que celebraron la dedicación, ofrecieron «doce machos cabríos en expiación por todo Israel, conforme al número de las tribus de Israel» (6:17). Del mismo modo, un poco más tarde, presentaron al Dios de Israel «doce becerros por todo Israel» y «doce machos cabríos por expiación» (8:35). Sus corazones pensaban en sus hermanos que no estaban con ellos en el lugar donde debería haber estado todo el pueblo.
9 - La presencia del Señor
El Señor Jesús dijo a los suyos: «Donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:20). Esta presencia tiene un significado muy especial. No se trata simplemente de que, como Dios, sea omnipresente. Tampoco se trata de la presencia de «todos los días, hasta el fin del siglo» que aseguró a sus discípulos cuando los dejó (Mat. 28:20), o la presencia que hace disfrutar a sus amados en circunstancias difíciles para consolarlos y fortalecer su valor (comp. Hec. 23:11; 2 Tim. 4:17). Es su presencia «en medio» de los suyos reunidos «a su nombre».
Él es, pues, el centro y la razón de su reunión. La asamblea se reúne en torno a él, en dependencia de él, para el culto, para la oración o para la edificación. En cuanto al culto, la Epístola a los Hebreos revela sus mismas palabras: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te cantaré alabanzas» (2:12). En cuanto a la oración, se menciona en Mateo 18, en el versículo que precede al 20, que tenemos ante nosotros. En cuanto a la reunión en torno a él para edificación, se describe detalladamente en 1 Corintios 14. La Palabra que responde a las necesidades de todos procede de él; su finalidad es la edificación, la exhortación y la consolación; los instrumentos de que se sirve actúan bajo su dependencia, guiados por su Espíritu. Si esta reunión se realiza según su pensamiento, su presencia es tan manifiesta que un no creyente que entre allí puede dar «adorará a Dios, declarando que Dios está» entre estos creyentes (v. 25).
La realización efectiva de esta presencia significa que no son los hombres –por muy dotados y capaces que sean– los que han organizado el desarrollo de la reunión. Todo debe resultar de la presencia del Señor y de la acción de su Espíritu. El gozo legítimo de estar en compañía de amigos creyentes se desvanece ante el gozo más profundo de estar en presencia del Señor. Y la convicción de esta presencia divina da a los reunidos una actitud de profundo respeto hacia Aquel que está en el centro de todo. Las palabras que allí se pronuncian no son las mismas que se pronunciarían en una simple reunión de creyentes.
Que Dios nos ayude a tomar conciencia de esta presencia y nos conceda las bendiciones que la acompañan.
¡Y que nos guarde pretender cualquier cosa a este respecto! La conciencia de nuestras carencias y debilidades debe mantenernos en la humildad.
10 - La autoridad del Señor
Su autoridad está ligada a su presencia. Según su vocación misma, «la iglesia está sometida a Cristo» (Efe. 5:24). Y si él ha dado a la asamblea local la responsabilidad de «atar» y «desatar» (Mat. 18:18), no se trata de ejercer una autoridad humana, sino de buscar y respetar la autoridad de Cristo. Los reunidos «en su nombre» actúan –¡Dios quiera que así sea siempre!– en su nombre, de parte de él. Por eso, lo que está atado en la tierra, está atado en el cielo, y en todas partes de la tierra.
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2009, páginas 359-367