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Samuel el profeta

1 Samuel 1 al 7


person Autor: Hamilton SMITH 89

flag Tema: Personas del Antiguo Testamento


Extracto de la revista «Scripture Truth», vol. 21 y 22, 1929 y 1930

1 - La situación general, el estado del pueblo

Históricamente, el primer libro de Samuel es una continuación del libro de los Jueces. Encontramos en ella la historia de un pueblo cuya trayectoria fue en constante declive, a pesar de puntuales avivamientos. El libro termina con esta solemne declaración: «En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 21:25). Israel había perdido el sentimiento de que Dios era su Rey; como resultado, habían dejado de ser un pueblo unido. Se habían dividido en meras unidades independientes, cada una haciendo su propia voluntad y caminando por la vista en lugar de por la fe en Dios.

No es diferente con el pueblo de Dios hoy. La misma causa produce el mismo efecto. Al no retener la Cabeza en el cielo, los hijos de Dios no mantienen la unidad y la comunión entre ellos en la tierra. Perdida la comunión, caen en el individualismo, caminando cada uno según su propia voluntad, independientemente de los demás.

Los primeros capítulos de 1 Samuel (1 al 7) describen uno de los períodos más oscuros de la historia de Israel. El declive en el libro de los Jueces había continuado hasta que el estado de la nación no solo era malo, sino desesperado. Su iniquidad era tal que a Dios le resultaba imposible mantener sus lazos externos con Israel sin castigar su pecado o manchar Su gloria. El pueblo entraba así en esa fase solemne de su historia en la que Dios retiraba el símbolo de su presencia, y toda relación externa con Dios llegaba a su fin.

Sin embargo, hay otra cara de este sombrío panorama. Si vemos el completo fracaso del pueblo de Dios para asumir su responsabilidad, también tenemos el privilegio de ver la gracia soberana de Dios. Si el relato indaga en las profundidades del pecado del hombre, también nos eleva a la altura de la gracia de Dios. Así aprendemos, una vez más, que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia.

Al principio de la historia, no faltan los signos inquietantes de la tormenta que se avecina; a medida que la historia avanza, la oscuridad se profundiza. Pero en la creciente oscuridad, vemos la verdad contenida en este versículo: «Sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes» (Gén. 9:14).

2 - Resumen de los capítulos 1 al 7

Podemos decir brevemente, entonces, que los primeros siete capítulos del primer libro de Samuel presentan la bancarrota total del pueblo de Dios en cuanto a su responsabilidad, y el triunfo final de la gracia de Dios en su soberanía.

Esta sección del libro puede dividirse como sigue:

1. Capítulos 1 al 2:10. La gracia soberana de Dios actuando, a pesar de la debilidad de la naturaleza y el fracaso del hombre, para cumplir su propósito establecido de mantener su propia gloria y asegurar la bendición de su pueblo, bajo el reinado de Cristo como Rey.

2. Capítulo 2:11-36. La quiebra del pueblo de Dios en cuanto a su responsabilidad, a través de la ruina del sacerdote, y el anuncio del juicio venidero.

3. Capítulo 3. La culminación del mal, con el consiguiente dejado de lado del sacerdote, y el establecimiento del profeta.

4. Capítulo 4. El juicio gubernamental que cae sobre el pueblo de Dios, por el cual está sometido por sus enemigos; el signo externo de la presencia de Dios esta quitado.

5. Capítulos 5 al 6. Dios actuando para defender su santidad y mantener la majestad de su Nombre, en el día en que el pueblo de Dios dejó de ser testigo público de él.

6. Capítulo 7. Dios, en su gracia soberana, restaura a su pueblo y renueva su relación con él a través del profeta.

3 - El propósito de Dios – Capítulos 1 al 2:10

3.1 - Los personajes implicados

En esta sección inicial del primer libro de Samuel tenemos una feliz anticipación de lo que dice Pablo: «Según el poder de Dios, quien nos salvó y nos llamó con santo llamamiento, no según nuestras obras, sino según su propio propósito y la gracia que nos dio en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos» (2 Tim. 1:8-9). Al final del cántico de Ana, llegamos al objetivo final de Dios de establecer la bendición bajo Cristo como Rey. La historia del nacimiento de Samuel muestra la gracia de Dios en acción para lograr su propósito, a pesar de la debilidad y el fracaso del hombre; no es, por tanto, según nuestras obras.

Aprendemos, además, que la gracia prevé toda crisis que surja en el pueblo de Dios. No solo las supera, sino que las prevé sabiamente antes de que se produzcan.

El comienzo de la historia presenta a un levita temeroso de Dios, que tiene dos esposas, una de las cuales es estéril. La mujer estéril llora por su condición ante Jehová y esta perseguida por la otra. Elcana sube cada año a adorar y sacrificar ante Jehová en Silo. Oficializan allí Ofni y Finees, dos hombres malvados (2:12), como sacerdotes de Jehová. Elí, el sumo sacerdote, un hombre piadoso, se presenta a nosotros como un anciano debilitado, sentado junto a un poste del templo (1:9) y confundiendo los ejercicios de un alma piadosa con los tartamudeos de una mujer embriagada (1:13). Estar sentado, donde Dios no había proporcionado un asiento, indica una falta de energía espiritual, y su error con Ana indica una falta de discernimiento espiritual.

Así pues, tenemos ante nosotros a una mujer estéril, a una mujer perseguidora, a dos sacerdotes inútiles y a un anciano, sumo sacerdote, débil y fracasado. En tal situación, vemos la gracia soberana de Dios ignorando la fuerza natural de la mujer fructífera, obrando a través de la debilidad natural de la mujer estéril, y superando la pecaminosidad del hombre en los sacerdotes. En el hijo dado a Ana, vemos la provisión de la gracia de Dios tomando disposiciones para renovar su relación con su pueblo en el día de su próximo derrumbamiento.

3.2 - El sacerdote, profeta y rey

Las tres grandes funciones por los que se mantiene la relación entre Dios y el hombre son las de sacerdote, profeta y rey.

El sacerdote, mantiene relaciones con Dios acercándose a él por parte del pueblo; pero solo puede hacerlo si están asociados a él el arca del pacto y el sacrificio: el arca significa la presencia de Jehová, y el sacrificio el medio para acercarse.

El profeta, renueva las relaciones con Dios apelando a la conciencia y al corazón del pueblo con un mensaje de Dios. Cuando el sacerdote falla y el pueblo deja de acercarse a Dios a través del sacerdocio, Dios, en su gracia soberana, se acerca al pueblo a través del profeta.

El rey, mantiene las relaciones entre el pueblo y Dios gobernando y dirigiendo al pueblo bajo la autoridad de Dios; cuando el rey está establecido, Dios ya no gobierna y dirige directamente, sino que lo hace a través del rey, y la bendición del pueblo depende de la fidelidad personal del rey hacia Dios.

El primer libro de Samuel registra el fracaso del sacerdote, del profeta y del rey elegidos por el hombre, dando paso a la gracia soberana de Dios para llevar al hombre a la bendición mediante el establecimiento de su ungido –Cristo– como Rey, de quien David es un tipo. Así, se manifestará finalmente a todo el universo que toda la bendición para Israel y las naciones dependerá de la fidelidad de Cristo como Rey. El hombre será bendecido, pero toda la gloria de la bendición recaerá en Cristo. La gloria de Cristo es la finalidad del propósito de Dios.

3.3 - La historia de Ana o cómo Dios cumple sus propósitos de gracia

Además, la historia de Ana no solo expone los grandes principios por los que Dios cumple sus propósitos de gracia, sino que da una rica instrucción moral a todo hijo de Dios probado y afligido. Qué contraste tan sorprendente entre una Ana que no podía comer y lloraba amargamente (v. 7), y que «se fue la mujer [Ana] por su camino, y comió, y no estuvo más triste» (v. 18). ¿De dónde viene la diferencia? ¿Habían cambiado sus circunstancias o había desaparecido lo que la entristecía? En absoluto, seguía siendo estéril. El secreto del cambio estaba en que había derramado su alma ante Jehová. La persecución de su adversaria, su tormento de espíritu, la amargura de su alma, todo lo había derramado con sus lágrimas ante Jehová. Después de haber derramado su dolor, le llegó la palabra: «Ve en paz». Ella derramó su dolor y Dios derramó su paz, una ilustración sorprendente de la exhortación: «Por nada os preocupéis, sino que en todo, con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios; y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros sentimientos en Cristo Jesús» (Fil. 4:6-7).

Cuántas veces cargamos con nuestras penas en lugar de descargarlas ante Aquel que vino a este mundo de llantos para llevar con nuestros pesares y cargar con nuestras penas. ¿Tenemos un dolor secreto, un adversario que nos provoca (v. 6), algo o alguien que nos atormenta (v. 6), algo que nos aflige (v. 8), que llena el alma de amargura y los ojos de lágrimas (v. 10)? Entonces, derramemos nuestras almas ante el Señor, y él derramará su paz. Y un corazón alegre hará que el rostro se alegre, como lo hizo Ana: «no estuvo más triste». Un corazón apacible, lleno del gozo del Señor, es un corazón que adora; por eso Ana adoraba «delante de Jehová» (v. 19).

Una vez que aprende que Jehová puede sostenerla en sus circunstancias, y hacer de ella una adoradora a pesar de esas circunstancias, la misericordia de Jehová cambia su situación concediendo su petición. Ella había dicho en su oración: «Jehová de los ejércitos… te acordares de de mí» (v. 11); ahora dice: «Jehová se acordó de ella» (v. 19). Obtiene un hijo, el varón que había pedido; pero devuelve a Jehová el hijo que le concedió. «Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová».

El don del niño suscita naturalmente la acción de gracias de Ana (2:1-10). Ella había derramado su alma en oración por un hijo; ahora que su petición es atendida, no olvida derramar su corazón en alabanza, pues comienza su segunda oración: «Mi corazón se regocija en Jehová» (v. 1).

Reconoce que toda bendición depende de Dios, y empieza, con razón, celebrando sus glorias. Dios es santo –«No hay santo como Jehová». Dios es omnipotente: «No hay ninguno fuera de ti». Dios es eterno: «No hay refugio como el Dios nuestro». Dios es omnisciente: «Porque el Dios de todo saber es Jehová» (v. 2-3).

Luego celebra la gracia soberana de Dios que bendice y levanta a los débiles, necesitados o infructuosos, a los que se «alquilaron», los «hambrientos» o las «estériles». Dios deja de lado a los sabios, a los poderosos y a los nobles, y toma a los humildes y a los despreciados del mundo, para que ninguna carne se glorifique ante él (v. 4-5).

Además, Dios tiene su propia manera de tratar con nosotros para hacernos conscientes de nuestras necesidades. Produce la muerte en el alma para vivificarla. Nos acerca a la tumba para hacernos conscientes de nuestra total impotencia. Nos quita todo aquello en lo que confiamos, haciéndonos pobres para enriquecernos. Nos rebaja en nuestros pensamientos sobre nosotros mismos, para poder levantarnos (v. 6-7).

Después de mostrarnos nuestra nada, nos revela su plenitud: el propósito de su corazón. No solo responde a nuestras necesidades, sino que cambia nuestra condición: el miserable se convierte en noble. Además, nos da una nueva posición adecuada a esta nueva condición. Del «polvo» y del «muladar» pasamos al «sitio de honor». En todas estas benditas formas, él actúa soberanamente. Aquel a quien pertenecen las columnas de la tierra, y que colocó el mundo sobre ellas, se complace en colocar una pobre alma miserable entre los nobles en un trono de gloria (v. 8).

Además, el pueblo de Dios no solo tiene ante sí una herencia gloriosa, sino que está custodiado por el poder de Dios para esa herencia. «Guarda los pies de sus santos». No pueden hacer frente a «los impíos» y «delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios» con su propio poder, porque «nadie será fuerte por su propia fuerza». Bajo la protección de Jehová, no tienen nada que temer, pues él silenciará a los malvados y quebrará a sus adversarios (v. 9-10; comp. 1 Pe. 1:3-5).

Finalmente, la oración de Ana revela el objetivo final de Dios, que es establecer a Cristo como Rey y glorificar a su Ungido. Así, la revelación del propósito de Dios, nos transporta al glorioso tiempo en que el pueblo de Dios será bendecido, todos los enemigos serán destruidos y los confines de la tierra serán puestos bajo el bendito gobierno de Cristo como Rey.

El último versículo del libro de los Jueces nos decía que no había rey en Israel. Ahora, a través de la revelación hecha a una mujer, nos enteramos del propósito establecido del corazón de Dios de establecer a su Rey y, en gracia soberana, llamar a los pobres y a los miserables a compartir el trono de gloria con su Rey.

En la sabiduría y perfección de sus caminos, Dios hace esta gloriosa revelación justo antes del período más oscuro de la historia de Israel. Incluso antes de que estalle la tormenta, tenemos la seguridad de que la gracia acabará triunfando, porque Dios es soberano. La tormenta puede llegar, pero el arco está en la nube. Nuestro camino puede pasar por el valle oscuro, pero nuestra fe está sostenida al ver la luz del sol que brilla más allá de las colinas.

4 - El fracaso del sacerdote – Capítulo 2:11-36

El cántico de Ana nos asegura del triunfo definitivo de la gracia bajo el reinado de Cristo. Con esta seguridad, estamos preparados para enfrentarnos a la completa bancarrota del hombre en cuanto a su responsabilidad.

4.1 - La terrible corrupción de los conductores religiosos

El mal estado del pueblo profeso bajo el sacerdocio de Elí se manifiesta en tres terribles males. El sacerdocio estaba contaminado (v. 12); la ofrenda de Jehová estaba despreciada (v. 17); y el tabernáculo estaba profanado (v. 22). En el capítulo 1 habíamos visto que los hijos de Elí eran sacerdotes de Jehová (v. 3), ahora se nos dice que eran «hombres impíos» y que «no tenían conocimiento de Jehová». Estos hombres, cuya función era representar al pueblo ante Jehová, no conocían ellos mismos a Jehová y utilizaban su posición para enriquecerse a costa del pueblo (v. 12-16). La grandeza de su pecado ante Jehová se ve en que su conducta llevó a que la ofrenda de Jehová fuera despreciada por el pueblo. Se convirtieron en instrumentos para corromper al pueblo profeso (v. 17). Finalmente, por su mala conducta, la Casa de Dios, en Silo, se había convertido en el escenario de una maldad que escandalizaba la conciencia natural (v. 22).

Acaso, ¿no es esta una imagen exacta de lo que ocurre en el cristianismo actual? Esta condición se ha encontrado en la cristiandad a lo largo de los siglos, pero, en estos últimos días, se hace más dolorosamente evidente; muchos se proclaman públicamente sacerdotes del Señor, pero son extranjeros a él. Como Ofni y Finees, utilizan la religión para sus propios intereses, a expensas del pueblo de Dios. A causa de ellos, el sacrificio expiatorio de Cristo es despreciado; la maldad y la mundanidad que se encuentran en lo que profesa ser la casa de Dios es de un carácter tan grosero, que la mente natural se escandaliza y se aparta con un justo disgusto de lo que no es más que una parodia de religión. Los conductores de la profesión cristiana, como los sacerdotes de antaño, son así los principales instrumentos de corrupción y apostasía.

4.2 - Dios da razones para esperar

Así era el terrible estado de Israel. Sin embargo, al ver cómo se acumulan las nubes, volvemos a recordar las propias palabras de Dios: «Cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver mi arco en las nubes» (Gén. 9:14). En la creciente oscuridad, el Espíritu de Dios sigue sosteniendo la fe al darnos la visión del arco. Así, se dice que «el niño ministraba a Jehová» (v. 11). Luego el cielo se oscureció con las terribles revelaciones sobre el pecado de los sacerdotes (v. 12-17); pero de nuevo vemos el arco: «Y el joven Samuel ministraba en la presencia de Jehová… el joven Samuel crecía delante de Jehová» (v. 18-21). Pero las tinieblas aún se profundizan con la profanación de la Casa de Dios (v. 22-25); pero una vez más, el arco aparece en toda su belleza: «El joven Samuel iba creciendo, y era acepto delante de Dios y delante de los hombres» (v. 26).

¿No es esto una garantía para nuestros corazones de que, por muy oscuro que sea el día, Dios conservará un testimonio para sí mismo y sostendrá la fe de su pueblo? Además, la mención constante del «joven» parece indicar la forma en que Dios mantiene su testimonio en un día de ruina. Deja de lado a los autodenominados funcionarios religiosos y toma al «joven» para que sea su testigo.

Así, cuando los sacerdotes fallan en los días de Elí, el niño es puesto en primer plano, siempre en relación con Jehová: «El niño ministraba a Jehová»; «el joven Samuel ministraba en la presencia de Jehová»; «el joven Samuel crecía delante de Jehová»; «el joven Samuel… era acepto delante de Dios»; «el joven Samuel ministraba a Jehová» (1 Sam. 2:11, 18, 21, 26; 3:1).

4.3 - El niño, los niños: Dios se sirve de testigos pequeños y de poca importancia

Parece ser un principio constante de los caminos de Dios, ilustrado repetidamente en las Escrituras, que en un día de ruina Dios deja fuera a los que se creen sus representantes oficiales y utiliza, como sus testigos, a los que son pequeños y sin importancia a los ojos del mundo.

Más tarde, en medio de la desolación de Israel, Isaías diría: «He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los ejércitos» (Is. 8:18). Siete siglos después, cuando la nación estaba «en tinieblas y en sombra de muerte» (Lucas 1:79) y Dios visitaba a su pueblo para anunciarle la venida del Rey, fue a través del hijo de la mujer estéril –Juan, que fue llamado el profeta del Altísimo– que llegó este testimonio.

Un poco más tarde, cuando el «Salvador que es Cristo el Señor» vino por fin en medio de la nación culpable, fue con la humildad de un niño que entró en el mundo, pues el ángel dijo: «Esto os servirá de señal: Hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre», y los piadosos dijeron: «Un niño nos es nacido, hijo nos es dado… se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Lucas 2:11-12; Is. 9:6).

Del mismo modo, en aquel día aún más oscuro de la historia de Israel, cuando el Señor, un hombre despreciado y rechazado, se encontraba en medio de una nación corrupta que se precipitaba hacia la apostasía, pudo decir: «¡Gracias te doy, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños!» (Mat. 11:25).

Además, después de la exaltación de Cristo, los que daban un brillante testimonio del Señor en presencia de las autoridades religiosas del judaísmo corrupto, eran pescadores «sin letras y del vulgo», a los que el mundo consideraba niños sin importancia (Hec. 4:13).

4.4 - Dios mantiene un testimonio en un día de ruina, y lo prepara de antemano

No es diferente en la cristiandad corrupta, pues en medio de la ruina de la Iglesia, los que tienen la aprobación especial del Señor no tienen más que «poca fuerza», como un niño pequeño (Apoc. 3:8).

Así vemos cómo Dios revela la terrible condición de Israel –una solemne prefiguración del futuro estado de la cristiandad– y mantiene en gracia un testimonio para sí mismo en un día de ruina.

Además, vemos otro gran y alentador principio de los caminos de Dios, a saber, que en el mismo momento en que el pueblo de Dios entrá en tiempos malos, por su propia insensatez, Dios prepara secretamente un vaso para su liberación final. Como alguien ha dicho: “En todos los periodos en que el hombre se ha destruido a sí mismo, otra cosa se preparaba en los planes de Dios. Mientras sus hermanos acumulaban pecados y penas en Canaán, José, desconocido para ellos, crecía en Egipto para ayudarlos. Mientras Israel estaba en el horno, Moisés se preparaba para ser su libertador en las remotas soledades de Madián. Cuando el sacerdocio estaba profanado y la gloria se fue a la tierra del enemigo, el niño Samuel fue propuesto para colocar la piedra de ayuda. Cuando Saúl y su reino traían la ruina sobre ellos, David, “el secreto de Dios”, se preparaba para llevar el trono con honor, y para poner el reino en orden y fortalecerlo.

4.5 - La responsabilidad especial de Elí en relación con la culpabilidad de sus hijos

Otra verdad nos está presentada en los últimos versículos del capítulo: Dios no permitirá que el mal estado de su pueblo profeso quede sin juzgar; pero como siempre, advierte antes de juzgar. Por lo tanto, un hombre de Dios es enviado al viejo Elí con un testimonio solemne y una advertencia. En primer lugar, se le recuerdan los altos privilegios de su cargo. Jehová lo había elegido para ser «mi sacerdote… para que ofreciese sobre mi altar… delante de mí». A continuación, su pecado fue claramente declarado. «¿Por qué habéis hollado mis sacrificios y mis ofrendas, que yo mandé ofrecer en el tabernáculo; y has honrado a tus hijos más que a mí?» (2:28-29). En realidad, los culpables eran los hijos, pero, como Elí no había hecho nada contra ellos, se le acusa del pecado de ellos. Es cierto que había protestado, pero el mal era de tal naturaleza que, protestar mientras continuaba con aquellos contra los que protestaba, era sancionar el mal. El motivo secreto que gobernaba a Elí está revelado en las palabras: «Has honrado a tus hijos más que a mí». Ponía las relaciones naturales y las amistades por encima de las exigencias de Jehová. Había sido escogido para caminar delante de Jehová, pero por honrar a sus hijos más que a Jehová, debía escuchar esta solemne palabra: «Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco» (v. 30).

El solemne fracaso de este piadoso anciano, ¿no es una advertencia para el pueblo de Dios en todas las épocas? En circunstancias muy diferentes, y en diversos grados, podemos caer fácilmente en la trampa de honrar a nuestros hermanos, a nuestros amigos, a nuestros parientes, más que al Señor. La verdad de las palabras de Jehová se ha demostrado una y otra vez: «A los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco». Si Dios, en su gracia, nos ha elegido para caminar delante de él, solo estaremos asegurados si actuamos según las palabras del salmista: «a Jehová he puesto siempre delante de mí» (comp. 1 Sam. 2:30 y Sal. 16:8).

Después de que se le recuerden sus privilegios y se le acuse de su falta, Elí debe escuchar el juicio que está a punto de caer. Elí había pecado a través de su familia, y era sobre su familia que el juicio caería. «Todos los nacidos en tu casa morirán en la edad viril» (2:33); Ofni y Finees morirían en un solo día. Todos los que quedaran de su casa serían expulsados del oficio de sacerdote para mendigar su pan. El resto del relato da cuenta del solemne cumplimiento de este anuncio. Ofni y Finees mueren en la batalla contra los filisteos (4:11); 60 años después, los descendientes de la casa de Elí fueron eliminados por el rey Saúl (22:18); luego, 40 años más tarde, el último miembro de la casa de Elí fue expulsado del cargo de sacerdote por el rey Salomón (1 Reyes 2:27).

4.6 - El fracaso del sacerdocio se convierte en la ocasión de un gran cambio en los caminos de Dios

Además, el fracaso del sacerdote se convierte en la ocasión para indicar el gran cambio que iba a tener lugar en los caminos de Dios. A causa de la infidelidad de Elí, su casa sería cortada, y se levantaría un sacerdote fiel, que actuaría según el corazón y el pensamiento de Dios. Su casa sería establecida; sin embargo, a partir de ahora, el sacerdote ya no ocuparía el primer lugar ante Jehová, sino que caminaría delante del ungido de Jehová. Ya hemos aprendido del cántico de Ana que el Ungido es el Rey. El sumo sacerdote, como vínculo inmediato entre Jehová y su pueblo, está por tanto apartado. Ocupa un lugar secundario, pues hay otro ungido mayor que él. Así, a través del fracaso del sacerdote, se prepara el camino para el propósito de Dios de establecer a Cristo como Rey, con un sacerdote fiel caminando ante él para siempre.

Podemos observar que, en un día de fracaso oficial, Dios utiliza a una mujer para anunciar su propósito, a un niño para dar testimonio de Sí mismo, y a un hombre de Dios anónimo para advertir del juicio que se avecina y anunciar la bendición final.

5 - El establecimiento del profeta – Capítulo 3

El hombre de Dios anónimo, después de haber dado su testimonio y pronunciado el destino de la casa de Elí, desaparece del relato. A partir de ahora, Jehová hablará más directamente a través de Samuel, que era «fiel profeta de Jehová» (3:20).

5.1 - Dios actúa en gracia a pesar del estado del pueblo

Los primeros versículos del capítulo 3 indican el bajo estado del pueblo de Dios. Prevalecía la ignorancia del pensamiento de Jehová, pues la palabra de Jehová era escasa; los ojos del sacerdote estaban oscurecidos, y la lámpara de Dios apagada (v. 1-3).

Tanto si se trata de todo el pueblo de Dios, como de una de sus comunidades, el hecho de que haya poco ministerio de la Palabra para alimentar las almas, que carezcan de discernimiento espiritual, y que el testimonio de Dios entre ellos se extinga, es solemne. Tal era la condición de Israel en los días de Elí. Pero cual sea su condición, Dios no es indiferente a su pueblo. Por lo tanto, vemos que Jehová comienza a actuar por su propia iniciativa, en gracia soberana, «para resplandecer sobre los que están sentados en tinieblas y en sombra de la muerte» (Lucas 1:79). Habríamos pensado que, en un estado tan bajo, el pueblo –o el sacerdote, en nombre del pueblo– habría apelado a Jehová, pero no, fue Jehová quien llamó a Samuel (v. 4-10).

5.2 - La función y característica del profeta

Esto es muy significativo, ya que al final del capítulo dice: «Samuel era fiel profeta de Jehová». Esto pone de manifiesto la diferencia entre el sacerdote y el profeta. La función del sacerdote consiste en acercarse a Dios en nombre del pueblo, y así mantener la relación con Jehová, mientras que el profeta es aquel a través del cual Jehová se acerca al pueblo cuando la relación con Jehová se rompe por el fracaso del pueblo. Por eso el profeta entra en escena en un día de ruina.

También es importante observar el carácter de aquel a quien Jehová utiliza para la función profética. Se trata de alguien que ha sido consagrado al Señor como nazareno (1:11), y que está designado varias veces como «niño». Está separado del mal contra el que testifica, está dedicado a los intereses de Jehová y, como un niño, es consciente de su propia debilidad y falta de sabiduría. Por lo tanto, depende de Jehová y saca todos sus recursos de Él. Tal es el que Jehová utiliza para tocar la conciencia de su pueblo.

El llamado de Jehová pone de manifiesto la falta de discernimiento espiritual del sacerdote, pues solo después de que Jehová haya hablado por tercera vez, que Elí discierne su voz.

5.3 - El contenido de los mensajes: la importancia de actuar contra el mal

El primer mensaje de Jehová (v. 10-14) a Samuel es de gran solemnidad. Elí ya había oído la sentencia pronunciada contra su casa. Ahora Samuel está preparado para su función profética al recibir información precisa sobre el juicio que recaería sobre el sacerdote y el motivo del mismo. Todo Israel se vería afectado por el juicio que venía sobre la familia sacerdotal, pues lo que Jehová va a hacer tendrá lugar «en Israel» y resonará en los oídos de todos los que lo escuchen. Jehová mismo está a punto de actuar. Dice: «Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin» (v. 12).

Además, se dice expresamente por qué Jehová estaba tratando directamente con su pueblo. Era solo porque se negaban a ocuparse del mal existente. Se habían cometido cosas muy malas entre el pueblo de Dios, pero el mal en sí no exigía la acción gubernamental de Dios. La magnitud del mal no exige el gobierno de Dios si es tratado y juzgado por el pueblo de Dios. Jehová interviene en el juicio porque el mal era conocido y no había sido tratado.

El estado del pueblo de Dios es verdaderamente solemne, si se conoce y no se frena el mal que surge en su seno, ya sea contra la persona de Cristo, o una desobediencia a los principios de la Casa de Dios, o la falta de rectitud moral.

Se puede alegar que Elí había hecho alguna protesta, que había juzgado errónea la conducta de sus hijos, pero evidentemente no había tomado ninguna medida para refrenarlos. Del mismo modo, hoy en día, algunos pueden decir que no están de acuerdo con las doctrinas erróneas, que lamentan el itinerario que toman algunos de ellos; pero ¿de qué sirven estas débiles protestas si no se toman medidas para frenar el mal y si los que protestan siguen asociados a los que hacen el mal, como si todo estuviera bien?

5.4 - La fidelidad del joven profeta

Samuel muestra una justificada reticencia natural a transmitir esta solemne palabra al viejo Elí y, al mismo tiempo, muestra su fidelidad a Jehová manifestando «todo, sin encubrirle nada» del mensaje de Jehová. Siempre es correcto que un joven muestre respeto a un anciano, pero ni la juventud ni la edad deben interponerse en el camino de la fidelidad al Señor (v. 15-18).

Habiendo respondido a la llamada de Jehová y entregado fielmente su primer mensaje, se dice que «Jehová estaba con él»; mientras que la palabra solemne relativa al sacerdote fue: «Cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho» (v. 12). Jehová estaba contra el sacerdote, pero con el profeta. Como Jehová estaba con él, ninguna de sus palabras podía caer al suelo. En la medida en que sus palabras no caían al suelo, quedó claro desde Dan hasta Beerseba que «Samuel era fiel profeta de Jehová». A él se le aparecía Jehová y se revelaba a través de la palabra de Jehová.

6 - El juicio del pueblo - Capítulo 4

6.1 - El estado profundo del pueblo

En el capítulo 4 tenemos el solemne relato de la bancarrota y la ruina total del pueblo de Dios. Israel fue derrotado por los filisteos, el arca fue tomada, los sacerdotes son asesinados y el sumo sacerdote es retirado por la muerte. De este modo, se corta toda conexión externa con Dios.

La nación entra en un período de servidumbre a sus enemigos de hace 20 años (7:2). Durante este período, es significativo que el nombre de Samuel no se mencione ni una sola vez. Durante 20 años, el pueblo ignora al hombre con el que está Jehová.

El Espíritu de Dios nos da su comentario sobre este período solemne en el Salmo 78:56-64. De este pasaje se desprende que el secreto de su baja condición y de su derrota a manos de sus enemigos residía en su desobediencia e idolatría. «No guardaron sus testimonios», «le enojaron con sus lugares altos, y le provocaron a celo con sus imágenes de talla». Luego sigue la solemne declaración: «Lo oyó Dios y se enojó, y en gran manera aborreció a Israel». Ya hemos visto que «los hombres menospreciaban las ofrendas de Jehová» (2:17), ahora vemos que Jehová desprecia al idólatra Israel.

El bajo estado del pueblo de Dios se convierte en la oportunidad para que sus enemigos lo tengan en su poder. En este punto, el enemigo especial era el filisteo que estaba en la tierra. El pueblo de Israel estaba ciertamente rodeado de enemigos en el exterior –los egipcios, los sirios y otros–, pero también tenía enemigos dentro de sus fronteras, y los más empedernidos eran los filisteos. El enemigo dentro del círculo del pueblo de Dios está siempre en primer plano cuando el pueblo de Dios se encuentra en un estado bajo. La oposición desde el exterior puede provenir de un testimonio brillante, pero en todas las épocas la corrupción desde el interior siempre ha sido el resultado de un estado espiritual bajo.

6.2 - La ceguera del pueblo y de sus ancianos

Corrompido por la idolatría, y sin consultar a Jehová ni al que está delante de Jehová, Israel intenta luchar, con sus propias fuerzas, contra sus enemigos, pero sufre una severa derrota (4:2). Después de su derrota, toman consejo y dicen: «¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos?». Los ancianos, que deberían haber conocido el pensamiento de Jehová, revelan su bajo estado espiritual con sus consejos. Dicen: «Traigamos a nosotros de Silo el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos». Podrían haber dado muchos argumentos a favor de este consejo. Podían haber alegado los precedentes de su historia pasada. ¿No los había llevado el arca a la victoria en los días de Josué, cuando Jericó cayó ante Israel? Pero, olvidaron una cosa que causó su caída: desatendían la majestuosidad y santidad de Dios, que no quiere y no puede tolerar la iniquidad de sus enemigos, y mucho menos de su pueblo. Es cierto que el arca los había llevado en otra ocasión a la victoria, pero eso fue bajo el liderazgo del Capitán del ejército de Jehová. Además, la toma de Jericó fue precedida por la circuncisión en Gilgal. El pueblo que había utilizado el arca en los días de Josué era un pueblo cuya carne fue juzgada, y que fue dirigido por el Capitán del ejército de Jehová. Cuando el pueblo de Dios está en un buen estado, el arca de Jehová, que habla de la presencia de Jehová, es un centro de bendición para su pueblo. Invocar la presencia de Jehová sin juzgar su condición, es llamar al juicio gubernamental de Jehová.

En todo momento, la oposición nacida de las influencias corruptoras que actúan dentro del círculo del pueblo de Dios solo puede ser combatida tratando primero el bajo estado del pueblo de Dios que dio lugar a la existencia de esa oposición.

6.3 - La presencia del arca, fuente de temor para los filisteos y de falsa seguridad para Israel

Siguiendo el consejo de sus conductores, y sin juzgar su propio estado, el pueblo envía a Silo y trae de vuelta el arca de la alianza de Jehová de los ejércitos. Se recuerda solemnemente que Jehová «que moraba entre los querubines» y que «Ofni y Finees, estaban allí con el arca» (4:4). Jehová de los ejércitos está allí y estos hombres impíos están allí (2:12). Una señal segura de que se acerca el juicio, porque «¿qué armonía de Cristo con Belial?» (2 Cor. 6:15). El pueblo de Dios puede mostrarse indiferente a la gloria de Cristo y a la santidad debida a su nombre, pero Dios no será cómplice de esta indiferencia. No puede negarse a sí mismo. Él siempre defenderá su propia gloria, aunque signifique la derrota y la desgracia de su pueblo.

El arca fue introducida en el campamento y recibida «todo Israel gritó con tan gran júbilo que la tierra tembló». El fuerte grito tiene un sonido triunfante y da una apariencia de poder, pero solo muestra su falta de fe, por un lado, y su confianza carnal, por el otro. La fe actúa en silencio, y el poder moral actúa sin ruido.

Pero el hombre natural se conmueve fácilmente con grandes gritos. Por eso, los filisteos temieron cuando oyeron «la voz de júbilo» y comprendieron que el arca de Jehová había entrado en el campamento. Su temor se basaba, con razón, en la idea de lo que significaba el arca, pues decían: «Ha venido Dios al campamento». El pueblo de Dios, que había asociado la impiedad con el arca de Dios, estaba tan endurecido por el pecado, que era menos sensible a la presencia de Dios que sus enemigos. Habían dicho del arca: «Para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos» (v. 3). Cuando el arca entró en medio de ellos, sus enemigos dijeron con razón: «Ha venido Dios» (v. 7).

En una situación así, el temor de los filisteos es tan inútil como los gritos de Israel. Un filisteo no debe temer el arca cuando un Israel mancillado la introduce en el campamento, para castigar su propia iniquidad. Israel se encontraba en un estado tal que Dios no podía defenderlos y, en tal situación, apoyándose en el símbolo de su presencia, invocaron el juicio sobre ellos mismos. Así que el pueblo de Dios fue derrotado, el arca pasa a manos del enemigo y los dos hijos de Elí son asesinados. «Entregó a cautiverio su poderío, y su gloria en mano del enemigo. Entregó también su pueblo a la espada, y se irritó contra su heredad» (Sal. 78:61-62).

6.4 - El remanente piadoso es principalmente sensible a la gloria de Jehová

La última escena del capítulo es conmovedora, pues pone de manifiesto la piedad personal de Elí, a pesar de su desidia ante la maldad de sus hijos. También muestra que Dios tenía un remanente piadoso en Israel, representado por la esposa de Finees, que ponía la gloria de Dios por encima de las exigencias de la naturaleza.

Israel luchaba contra el enemigo, Ofni y Finees estaban en la batalla; pero el corazón de Elí temblaba por el arca de Dios (v. 13). Lo primero que pensó fue en el arca. Cuando la noticia de la derrota de Israel llegó al anciano sacerdote, este escucha en silencio la gran matanza del pueblo y la muerte de sus dos hijos, pero es al mencionar la captura del arca de Dios, cuando se desploma.

Lo mismo ocurre con la mujer de Finees; su primer pensamiento no era para su marido, para ella o para su hijo, sino para la gloria de Dios. Se le intenta reanimar hablándole de su hijo que nacía, «ella no respondió, ni se dio por entendida». Ella es plenamente consciente de que ha nacido un hijo, pues le da un nombre, pero el nombre muestra que sus pensamientos están centrados en el arca de Dios. Sus últimas palabras son: «¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios».

7 - El mantenimiento de la gloria de Dios – Capítulos 5 al 6

7.1 - La gloria de Dios frente al ídolo

Los capítulos 5 y 6 tratan del solemne período de la historia de Israel en el que todos los lazos externos con Dios fueron rotos. En este triste período, Dios mismo mantiene la majestad de su gran nombre.

El pueblo de Dios había fracasado por completo en mantener el honor de Dios; peor aún, trataban de identificar el símbolo de la presencia de Dios con su propio estado de pecado, por lo que Dios actuaba en juicio, quitando su presencia de entre ellos. En tal situación, los que son piadosos hacen bien en estar humillados por la infidelidad del pueblo de Dios, pero no deben temer por el honor de Dios. Dios puede reivindicar su santidad y mantener su majestad sin su pueblo.

Los filisteos habían temblado al oír que el arca había entrado en el campamento de Israel. Ahora que está en sus manos, se atreven a colocarla en la casa de su ídolo, como si su captura se debiera a la victoria de su dios Dagón sobre el Dios de Israel. Su audacia actual está tan fuera de lugar como su temblor anterior era vano.

Con la retirada de su presencia, Dios ha mostrado que no avala la culpabilidad de su pueblo. Ahora mostrará que no permitirá que su gloria sea eclipsada por sus enemigos. Los enemigos del pueblo de Dios deben aprender que, en sus caminos gubernamentales, Dios puede permitir un triunfo sobre su pueblo, pero Él mismo nunca será derrotado.

Con el arca de Dios colocada en la casa de Dagón, la oposición ya no está entre los filisteos e Israel, sino entre Dagón y el Dios de Israel. Solo puede haber un final para este conflicto. Dagón es arrojado a tierra ante al arca. Para demostrar que no se trata de una mera coincidencia, se pone a Dagón en su lugar para hacer aún más evidente la majestad de Dios y la vanidad de un ídolo. Dagón no solo cae al suelo, sino que se rompe en pedazos, de modo que la casa de Dagón se convierte ahora en un lugar de desgracia entre los hombres.

7.2 - La gloria de Dios frente a los idólatras

Pero esta no es la única forma en que Dios mantiene su majestad. Habiendo despreciado al ídolo, ahora juzgará a los idólatras. «Se agravó la mano de Jehová sobre los de Asdod». Muchos han sido destruidos, otros se han visto afectados por la enfermedad. En su angustia, los filisteos de Asdod piden consejo a sus príncipes, que les dicen que envíen el arca a Gat.

La ciudad de Gat era famosa por ser el lugar de residencia de los últimos anaceos, una raza de gigantes (Josué 11:21-22; 1 Sam. 17:4). Sin embargo, la fuerza del hombre nada puede contra el poder de Dios; dice: «La mano de Jehová estuvo contra la ciudad con gran quebrantamiento, y afligió a los hombres de aquella ciudad desde el chico hasta el grande» (5:9).

Finalmente, el arca fue enviada a Ecrón, la sede de su ídolo Baal-zebub –un dios que se decía que tenía el poder de curar enfermedades– con la esperanza, quizás, de que su dios pudiera aliviar la plaga. Fue una esperanza vana, pues aquí también el juicio de Dios descendió con mayor severidad; se dice: «Había consternación de muerte en toda la ciudad, y la mano de Dios se había agravado allí». Así Dios mantiene su gloria y muestra la impotencia de los demonios para aliviar a los hombres del castigo.

El comentario divino del Salmo 78 sobre los acontecimientos de este capítulo es muy solemne. Después de decir de Israel: «Sus sacerdotes cayeron a espada, y sus viudas no hicieron lamentación», el salmista declara: «Entonces despertó el Señor como quien duerme, como un valiente que grita excitado del vino, e hirió a sus enemigos por detrás; les dio perpetua afrenta» (v. 64-66). Si el hombre, en su locura, pretende identificar la gloria de Dios con los ídolos, Dios mantendrá su gloria mediante el juicio. Sin embargo, en el juicio, Dios se acuerda de la misericordia, él es el Creador, y aunque sus criaturas se hundan en la oscuridad y la idolatría, sin embargo, cuando claman a él en su angustia, su grito llega «al cielo». Por el contrario, el hombre suele endurecer su corazón contra Dios cuando este actúa providencialmente en el juicio. Así fue con los filisteos. Deben pasar 7 meses antes de que, obligados por su desesperada situación, busquen la liberación. No solo el pueblo está afectado por la enfermedad, sino que su territorio está arruinado por una plaga de ratones.

Los filisteos recurren a sus adivinos, que hacían su reputación (Is. 2:6). Los adivinos parecen discernir que Jehová mantiene su propia gloria a través de estos juicios, por lo que aconsejan a los filisteos que den gloria al Dios de Israel devolviendo el arca a Israel, acompañada de un sacrificio por la ofensa. Además, sugieren que se devuelva el arca de forma que quede claro que lo ocurrido viene de la mano de Dios, y no de una mera casualidad.

7.3 - El regreso del arca al pueblo de Dios

Así que el arca está colocada en un carro nuevo tirado por dos vacas nodrizas, a las que se les quitan los terneros. En contra de la naturaleza, las vacas dejan a sus crías y, sin ninguna intervención humana, llevan el arca a Bet-semes (“casa del sol”), mugiendo, demostrando así que una fuerza superior a los instintos de la naturaleza las guiaba. De esta manera, Dios se inclina para salir al encuentro de estos paganos en su aflicción, y al mismo tiempo vindica su gloria a los ojos de sus enemigos. Dios deja claro que la victoria de los filisteos sobre un Israel transgresor no fue una victoria sobre Él. Con su sacrificio por la ofensa, aunque lo hayan hecho con ignorancia, reconocen que su toma del arca solo les ha traído el juicio de un Dios al que ahora pretenden apaciguar.

La escena cambia ahora, y el arca vuelve a estar entre el pueblo de Dios en Bet-semes. La reciben con alegría y ofrecen sacrificios a Jehová. Sin embargo, parece ser una alegría carnal de corazones que no están rotos por el sentimiento del pecado. Se alegran de encontrar el arca, esperando la bendición que con razón asocian a ella, pero no parecen tener conciencia del pecado que había llevado a la pérdida del arca. Todavía no habían aprendido la gloria debida a Dios y la humildad propia de aquellos cuyo estado es tan bajo.

La ligereza de sus corazones se muestra en que muchos de ellos miran en el arca de Jehová. Jehová vengó inmediatamente esta maldad y sostuvo su gloria con un juicio contra este mal, que golpeó a 70 de ellos. Los hombres de Bet-semes dicen inmediatamente: «¿Quién podrá estar ante Jehová el Dios santo?» Respondemos con certeza: de toda la raza pecadora de Adán, nadie puede presentarse ante el Dios santo, aparte de la sangre de Cristo. Para mirar dentro del arca, estos hombres tuvieron que quitar necesariamente el propiciatorio sobre el que estaba la sangre derramada. Entonces se encontraron como pecadores en su desnudez ante un Dios santo. El juicio es la consecuencia. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, desde el momento en que Jehová Dios vistió a nuestros padres caídos con ropas de piel antes de expulsarlos del Paraíso, hasta el momento en que se dice que solo aquellos que han lavado sus ropas tienen derecho al árbol de vida y entrar en las puertas de la ciudad (Apoc. 22:14) –el Libro enseña esta gran lección: sin derramamiento de sangre, no hay remisión.

Desgraciadamente, al igual que los hombres de Bet-semes, los modernistas de nuestros días, siguen pisoteando la sangre de Cristo con audaz descaro, e intentan presentarse ante Dios sobre la base de sus propias obras y al margen de la obra de Cristo. La cristiandad corrupta sigue el camino de Caín; Dios les dice: «¡Ay de ellos!».

8 - La restauración del pueblo – Capítulo 7

8.1 - Condiciones del regreso

El capítulo 7 presenta a Jehová, en su gracia soberana, restaurando las relaciones con su pueblo por medio del profeta Samuel, y al pueblo acercándose a Jehová por medio de Samuel como sacerdote.

Sin embargo, antes de que Jehová renueve sus relaciones con su pueblo, este debe aprender a través de una amarga experiencia su necesidad de Él. En el pasado, disfrutaban de su presencia con tanta ligereza que se habían vuelto a los ídolos. Al haberse retirado su presencia, son conscientes de que sin Jehová no pueden ser liberados de sus enemigos. Durante 20 años estuvieron sometidos a un enemigo dentro de sus fronteras. Finalmente llega el momento en que «toda la casa de Israel lamentaba en pos de Jehová».

8.1.1 - El pueblo siente necesidad, pero la restauración está iniciada por Jehová y Samuel

Al sentirse la necesidad, Jehová, que no había sido indiferente a los gritos de los paganos (v. 2), responde inmediatamente a los lamentos de su pueblo. Samuel, que no había sido mencionado durante 20 años, entra de nuevo en escena. Jehová se acercó así al pueblo por medio del profeta. El último llamado de Samuel había advertido al pueblo del desastre que se avecinaba, y «Samuel habló a todo Israel» (4:1). Luego, durante 20 años, no llegó ninguna palabra de Jehová a través del profeta. La fe puede esperar el tiempo del Señor. Por fin llega ese momento: Dios despierta un sentimiento de necesidad en el pueblo, y Samuel vuelve a hablar «a toda la casa de Israel». Es significativo que no sea el pueblo el que llame a Samuel; es Samuel –con quien Jehová está en relación– el que se acerca al pueblo. Esto subraya que toda verdadera restauración depende de la gracia soberana de Dios. Una restauración, ya sea de un individuo o del pueblo de Dios en su conjunto, la inicia el Señor. Solo él puede restaurar a su pueblo descarriado.

En este nuevo mensaje al pueblo, Samuel deja claro que todo depende de cómo den el importante paso de volverse hacia Jehová. Dice de alguna manera: Si queréis ser devueltos a la bendición, volveos a Jehová de todo corazón. Un regreso con corazones divididos no serviría de nada. Es inútil para el pueblo de Dios de volverse a Jehová con juicios parciales y buscando excusas. Si nos volvemos hacia el Señor, no puede haber compromiso en cuanto a nuestros pecados. Si el pueblo vuelve a Jehová de todo corazón, tres cosas lo marcarán:

8.1.2 - Primera, la separación

Deben separarse del mal que los ha alejado de Jehová. La idolatría debe ser juzgada y «quitada». No se trata solo de protestar contra el mal, hay que enfrentarse a él. A menudo estamos dispuestos a protestar contra el mal, pero evitamos enfrentarlo. Podemos invocar la dificultad de tratarlo, temer las consecuencias de ese tratamiento, temer el oprobio que podría conllevar, y así, con un pretexto u otro, eludir nuestra responsabilidad. Sin embargo, la Palabra dice claramente que debemos «quitarla».

8.1.3 - Segunda, la preparación

No basta con separarse del mal. La separación del mal debe ir acompañada de la preparación del corazón. La Palabra dice, a través de Samuel: «Preparad vuestro corazón a Jehová». (NdT: citado de la KJV. La versión JND indica: «Sujetad firmemente vuestros corazones a Jehová»). La preparación del corazón implica un estado moral de auto juicio, y produce un espíritu humilde y contrito –el verdadero complemento de la separación del mal. Sin esa preparación del corazón, la separación solo serviría al orgullo de la carne. Por otra parte, tener como objetivo la preparación del corazón sin la separación del mal conduciría en última instancia a la indiferencia hacia el mal.

8.1.4 - Tercera, la dedicación

El verdadero propósito de la separación del mal y la preparación del corazón es un servicio dedicado al Señor. Esto es para que podamos «solo a él servir» (v. 3). Así sucede en nuestros días; la separación de los vasos de deshonra, a la que se nos exhorta en 2 Timoteo 2:21, es para que podamos ser útiles «al dueño, y preparados para toda obra buena». Las circunstancias particulares pueden cambiar a lo largo de los años, pero los grandes principios de Dios siguen siendo los mismos en todos los tiempos. Así, sigue siendo cierto hoy que la separación y la preparación son para el servicio del Maestro.

8.1.5 - Un retorno verdadero

Si, entonces, se produce el retorno de un corazón verdadero, estará marcado por la separación, la preparación y la dedicación. Si, entre el pueblo de Dios, hay un movimiento que tenga estas características, hay esperanza de que el Señor libere a su pueblo de las manos de sus enemigos. Samuel dice: Si «volvéis a Jehová», «quitad los dioses ajenos», preparad «vuestro corazón» y «solo a él servid», «os librará de la mano de los filisteos».

El resultado de este llamado muestra que Dios estaba obrando claramente en su pueblo, pues no solo escuchan a Samuel, sino que obedecen sus palabras. Comienzan por liberarse de sus malas frecuentaciones (v. 4). No se limitan a protestar contra el mal, sino que se ocupan de él. Ellos «quitan» a los Baales y a Astarot. Sin este primer paso, todo lo demás habría sido en vano. El mandato de Dios es: «Dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien» (Is. 1:16-17).

8.2 - Mizpa: velar, retomar el verdadero lugar ante Jehová

Una vez superada esta primera etapa, Samuel vuelve a hablar para conducirlos a la segunda etapa: la preparación del corazón. Les insta a que reúnan a todo Israel en Mizpa y, dice: «Yo oraré por vosotros a Jehová». El lugar en el que deben reunirse es significativo porque Mizpa significa “torre de vigilancia”. Esto sugiere que, por falta de vigilancia, el enemigo se había afianzado en el pueblo de Dios y lo había convertido en esclavo. No fue diferente en la Iglesia. El apóstol advirtió a la Iglesia primitiva que entrarían «lobos voraces», que no perdonarían al rebaño, y que se levantarían hombres en el círculo cristiano para hablar cosas perversas. Ante este doble peligro, dijo: «Por tanto velad» (Hec. 20:19-31). Aquellos que estaban a la cabeza en la Iglesia, como los líderes de Israel de antaño, debían estar en la torre de vigilancia (Mizpa). Por desgracia, nadie vigilaba. En lugar de vigilar, los hombres dormían, y el enemigo aprovechaba para hacer su obra.

En todo despertar, primero hay que volver al punto de partida. Debemos volver a la torre de vigilancia. Así vemos a los hijos de Israel reunidos «en Mizpa». Reunidos en el lugar adecuado, reconocen su absoluta debilidad e impotencia, y confiesan su pecado. «Sacaron agua, y la derramaron delante de Jehová». No hay mayor expresión de debilidad que el agua derramada. Toda la sabiduría y el poder del hombre juntos no podrían recoger el agua derramada en la tierra (2 Sam. 14:14). Este acto fue una verdadera confesión de su condición ante el Señor. Por su propia locura, eran débiles y totalmente impotentes para liberarse de sus enemigos. Además, reconocieron que su debilidad era el resultado de su propio pecado. Dicen: «Contra Jehová hemos pecado».

Habiéndose separado del mal y preparado sus corazones, el Señor interviene para su liberación. Se han liberado del mal, han subido a la torre de vigilancia, han reconocido su total impotencia, han confesado su pecado. Habiendo tomado así su verdadero lugar «ante Jehová», se encuentran en una posición y estado en el que Jehová se complace en actuar por su pueblo.

8.3 - Nueva oposición de los filisteos

Al enterarse de que los hijos de Israel estaban reunidos «en Mizpa», la oposición de los filisteos se despierta de inmediato. Nada despierta tanto la enemistad del diablo como ver al pueblo de Dios en alerta contra el enemigo, orando y confesando ante Jehová.

Habiendo tomado conciencia de su propia debilidad, los hijos de Israel tienen, con razón, «temor de los filisteos» (v. 7). En su último encuentro con ellos, 20 años antes, Israel, alejado de Dios y confiado en la carne, había tomado la ofensiva y «salió Israel a encontrar en batalla a los filisteos» (4:1). Ahora que Israel ha vuelto a Jehová, dice: «Subieron… los filisteos contra Israel». En la primera ocasión, Israel, confiado en sí mismo, «gritó con gran júbilo» y «los filisteos tuvieron miedo» (4:5, 7). Ahora, Israel, desconfiando de sí mismo, tiene «temor», y la confianza carnal está en los príncipes de los filisteos. En el día de su confianza en sí mismos habían descuidado a Samuel, el hombre con el que Dios estaba. En el día de su sentida debilidad, se dirigen voluntariamente a Samuel y le dicen: «No ceses de clamar por nosotros a Jehová nuestro Dios, para que nos guarde de la mano de los filisteos» (v. 8). Reconocen que el hombre a través del cual Jehová se ha acercado a su pueblo es aquel a través del cual ellos pueden acercarse a Jehová. Reconocen que Jehová es su Dios, y que solo él puede salvarlos de sus enemigos. Ya no confían en el arca de Dios, sino en el Dios del arca del pacto.

Samuel responde inmediatamente a su clamor. Aquel a través del cual Dios restauró las relaciones con su pueblo, como profeta, ahora se dirige a Dios en nombre del pueblo como sacerdote. Con el pensamiento de Dios, «Samuel tomó un cordero de leche y lo sacrificó entero en holocausto a Jehová». Se acerca a Dios sobre la base del sacrificio. La separación del mal, la preparación del corazón, el arrepentimiento, por muy profundo que sea, la confesión del pecado, por muy real que sea, aunque necesaria y correcta, no es el fundamento correcto sobre el que Dios puede bendecir a su pueblo. El fundamento sólido e inmutable de todo lo que Dios hace en gracia es siempre Cristo y su sacrificio en la cruz. El «cordero de leche» habla de una víctima inocente; el «holocausto a Jehová» habla del sacrificio que responde a la gloria de Dios. Sobre la base del holocausto, «y clamó Samuel a Jehová por Israel», y sobre la base del sacrificio, «Jehová le oyó».

Así que aquí tenemos a un pueblo humillado y con el corazón roto, temblando ante sus enemigos, invocando el sacrificio ofrecido y clamando a Dios. Con un pueblo así, Dios no tiene ninguna controversia, y por un pueblo así, Dios puede actuar. La cuestión ya no es entre Israel y los filisteos, sino entre Jehová y los filisteos. Así dice: «Mientras Samuel sacrificaba el holocausto, los filisteos llegaron para pelear con los hijos de Israel. Mas Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, y los atemorizó, y fueron vencidos delante de Israel». Samuel había clamado a Jehová después del sacrificio, pero Dios intervino sobre la base del sacrificio, y comenzó durante el mismo, antes de que él clamara. Su clamor era justo, se nos dice que fue escuchado, pero la base de la intervención de Dios fue el sacrificio. Dios se deleita en honrar a Cristo. ¡Qué no haría Dios para bendecir a su pueblo por causa de Cristo! «El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también, libremente, todas las cosas?» (Rom. 8:32).

Jehová intervino en favor de su pueblo liberándolo de sus enemigos, y Samuel, que había orado a Jehová en su angustia, no se olvida de alabar a Jehová en su liberación. Levanta una piedra y la llama Eben-ezer, diciendo: «Hasta aquí nos ayudó Jehová». Esto era, en efecto, reconocer la bondad de Jehová, alabándolo.

Los filisteos son abatidos y el terreno que Israel había perdido es recuperado. La mano de Jehová estuvo contra los filisteos durante toda la vida de Samuel. Jehová había restaurado las relaciones con Israel y, ahora, el enemigo es mantenido en jaque gracias a un hombre, durante toda su vida. ¡Cuántas veces, desde los días de Samuel, ha utilizado Dios a un hombre para ponerse en la brecha y frenar a los enemigos del pueblo de Dios (v. 13-14)!

8.4 - La gira anual de Samuel

El capítulo termina con el relato del circuito anual de Samuel. Si llegamos a entender su significado espiritual, sería bueno que todos lo hiciéramos.

8.4.1 - Be-tel – la Casa de Dios

Samuel va primero a Bet-el, la Casa de Dios. Fue allí donde Dios se reveló en gracia soberana a Jacob, que se estaba extraviando. Fue allí donde Dios le reveló su firme intención de bendecirlo, y que Dios prometió guardarlo y llevarlo de vuelta al lugar de la bendición, a pesar de sus extravíos. Dios será fiel a su palabra, como le dice: «No te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho». Es bueno visitar Bet-el y recordar la gracia soberana que aseguró nuestra bendición final, según la fidelidad de Dios a su Palabra (Gén. 28:16-22).

8.4.2 - De Bet-el a Gilgal

Luego Samuel fue de Bet-el a Gilgal, que es el lugar de la circuncisión. Gilgal significa “rodar”, ya que allí, una vez circuncidado, el oprobio de Egipto fue rodado de Israel. Si en Bet-el aprendimos lo que Dios es para nosotros en gracia soberana, según su propia fidelidad, en Gilgal reconocemos que Dios no puede aprobar la carne en su pueblo. Al aceptar el juicio de Dios sobre la carne, el oprobio de Egipto está rodado (Josué 5:2, 9).

8.4.3 - De Gilgal a Mizpa

Entonces Samuel fue de Gilgal a Mizpa. Si Gilgal habla del juicio de la carne, del enemigo interior, Mizpa – “torre de vigilancia”– indica la necesidad de velar sobre el enemigo exterior.

8.4.4 - Ramá

Finalmente, Samuel regresa a Ramá. El significado de este nombre es “altura”. El hombre de Dios vive por encima de este mundo, en las alturas. Para el cristiano, sus bendiciones son espirituales, en los lugares celestiales. El hogar de sus afectos está en las alturas. Betel, Gilgal y Mizpa son solo etapas en el camino hacia las alturas de Ramá. El seguro propósito de Dios, el juicio de la carne y la vigilancia contra el enemigo nos preparan para estar sobre un terreno celestial.

Samuel visita Bet-el, Gilgal y Mizpa, pero se dice de Ramá: «Porque allí estaba su casa, y allí juzgó a Israel; y allí construyó un altar a Jehová». Una vez hecho este circuito, es bueno que también volvamos a la altura de nuestra vocación. Si aceptamos nuestra parte de ser un pueblo celestial, fuera de este mundo malvado, estando nuestras mentes y afectos en otro mundo, entonces, allí encontraremos nuestro hogar; y allí, desde lo alto de las rocas, obtendremos una verdadera idea del pueblo de Dios; y allí nuestros corazones serán llevados a la adoración.