Salmo 23

«El Señor es mi pastor»


person Autor: Hamilton SMITH 84

flag Tema: Los Salmos


«Jehová es mi pastor; nada me faltará» Salmo 23:1

Cada uno de nosotros, los creyentes, podemos decir: «El Señor es mi salvador». ¿Todos nos hemos sometido a su guía y podemos decir: «El Señor es mi pastor»? Él nos asegura que es el pastor; pero, ¿cada uno de nosotros le ha dicho: «Tú eres mi pastor»?

Pensemos por un momento en un rebaño de ovejas sin pastor. ¿Qué pasaría si se las dejara a su antojo elegir su camino en un entorno desértico? Sin una guía hacia su pasto, pronto morirían de hambre; incapaces de dirigirse sí mismas, vagarían sin rumbo. Demasiado débiles y temerosas, se agotarían y caerían en el camino, o huirían del lobo y serían dispersadas.

En cambio, ¿qué pasaría si las ovejas hacen su viaje bajo la dirección del pastor? Cuando las ovejas están hambrientas, las lleva a «delicados pastos»; evita que se extravíen. Él está allí para guiarlas suavemente y llevar sus corderos; no tienen temor, porque el pastor camina delante de ellas para guiarlas a través de los valles oscuros y protegerlas de todos los enemigos.

Es obvio que si no hay un pastor que guíe el rebaño, entonces todo depende de las ovejas, y esto solo puede conducir al desastre. Pero es seguro que, si el pastor camina delante del rebaño, las ovejas viajarán seguras y disfrutarán de muchas bendiciones al mismo tiempo.

En realidad, tenemos aquí una imagen fiel del viaje del rebaño cristiano a través del mundo. ¿No dice el Señor mismo que es el Pastor de las ovejas, que llama a sus propias ovejas por su nombre, que va delante de ellas y que las ovejas le siguen, porque conocen su voz? (Juan 10:2-4).

 

«En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará» Salmo 23:2

En el camino del desierto, no solo hay necesidades temporales, sino también espirituales. Para el cristiano, el mundo que les rodea es un desierto estéril. Entre todas sus efímeras vanidades, no hay nada que alimente el alma. Sus pastos son secos y estériles; las aguas solo traen desacuerdo. Si el Señor es «mi pastor», me guiará a «delicados pastos» y «aguas de reposo».

Qué rápido disminuyen los placeres de este mundo, incluso para aquellos que se complacen en ellos. El alimento espiritual proporcionado por el Pastor es siempre fresco, ya que nos lleva a «delicados pastos». Y lo que es más, el Pastor no solo alimenta, sino que satisface, ya que lleva a sus ovejas a descansar en «delicados pastos». No hay una sola oveja hambrienta que descansare en medio de la abundancia. Primero se alimentaría y luego descansaría.

Además, el Pastor lleva a sus ovejas a «aguas de reposo». Las aguas de un torrente hacen mucho ruido y espuma, donde hay muchas rocas y aguas poco profundas. Las aguas apacibles son tranquilas y profundas. El Pastor puede calmar nuestras almas y saciar nuestra sed espiritual con las cosas profundas de Dios; estas están muy alejadas de las ruidosas y frívolas disputas que ocupan a los hombres, y con demasiada frecuencia distraen a los cristianos.

 

«Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre» Salmo 23:3

Al cruzar el desierto de este mundo, podemos caer siguiendo al Pastor; pero también, sin que sea culpa nuestra, podemos cansarnos del camino y debilitarnos en nuestros afectos. Entonces, si el Señor es nuestro Pastor, restaura o reaviva nuestra alma. Recordemos, sin embargo, que es Él mismo quien restaura. Tal vez a veces pensamos, cuando estamos cansados de nuestros extravíos, que podemos recuperarnos por nuestro propio esfuerzo y cuando nos plazca. No es así. Somos capaces de errar; solo él puede restaurarnos.

Noemí, restaurada después de su errancia por la tierra de Moab, puede decir: «Me fui», pero añade: «Jehová me ha vuelto». Es como si dijera: «Me fui, pero el Señor me ha traído de vuelta». Bendito sea su nombre, puede restaurar, y lo hace. Si no fuera así, el pueblo de Dios no sería más que una gran compañía de creyentes caídos.

Además, el Señor no solo nos restaura, sino que nos lleva por caminos de justicia por amor a su nombre. ¡Ay! Cuántas veces nos ocurre, incluso con sinceridad y celo, de apartarnos a los caminos de nuestra propia voluntad que están en contradicción con su nombre; y esto nos muestra cuán poco, en la práctica, permitimos que el Señor nos guíe como nuestro Pastor.

El camino de rectitud en el que nos lleva es estrecho; no hay lugar para la confianza en la carne. Solo podemos andar allí si tenemos al Señor como nuestro pastor ante nuestros ojos. Un apóstol descubrió esto después de haber dicho, con sinceridad y celo, pero con gran confianza en sí mismo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte» (Lucas 22:33).

 

«Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento» Salmo 23:4

Debemos afrontar el «valle de sombra de muerte». Aunque estemos vivos y permanezcamos hasta la venida del Señor, y aunque nosotros mismos no debamos pasar por la muerte, deberemos, sin embargo, enfrentarnos a este valle oscuro, a medida que, uno tras otro, nuestros seres queridos son retirados. Entonces, en un sentido más amplio, nuestro peregrinaje en este mundo, ¿qué es, sino un viaje a través del valle de la sombra de la muerte? Porque, por encima de nuestro viaje por la tierra suena el tañido fúnebre.

Sin embargo, si el Señor es nuestro Pastor, podemos decir con el salmista: «No temeré mal alguno, porque tú estás conmigo». El Señor dijo: «Si alguno guarda mi palabra, no verá jamás la muerte» (Juan 8:51). No dice que no pasará por ella, sino que no la verá. Aquellos que están junto al lecho de un creyente moribundo ven la muerte, pero el que baja al valle oscuro ve a Jesús. Si todavía nos lleva a través de la muerte, es solo una «travesía». Y ese trayecto es muy corto, porque ¿no está escrito: «Preferimos mejor ausentarnos del cuerpo y estar presentes con el Señor» (2 Cor. 5:8)? En este valle, no solo está el Señor con nosotros, sino que está allí con su cayado y su bastón: su cayado para apoyarnos en todas nuestras debilidades, su bastón para repeler a todos los enemigos.

«Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días» Salmo 23:5-6

En el desierto de este mundo, estamos rodeados de enemigos que quisieran quitarnos el disfrute de nuestras bendiciones e impedir nuestro progreso espiritual. Pero el Señor es nuestro pastor, nos prepara incluso un banquete en presencia de nuestros enemigos. Y no solo eso, sino que prepara a su pueblo para la fiesta, porque «unges mi cabeza con aceite»: no solo llena la copa, sino que la hace rebosar. Hace más por nosotros de lo que nosotros hubiéramos hecho por él en los días de su carne. Cuando uno de los fariseos le invitó a comer con él, el Señor, en su maravillosa gracia, se sentó a la mesa en la casa del fariseo; pero allí le tuvo que decir: «No ungiste mi cabeza con aceite» (Lucas 7:46).

También está el viaje diario que tenemos que hacer cada día de nuestra vida. Cada nuevo día trae su sucesión de deberes, de dificultades y de circunstancias grandes y pequeñas. Pero si seguimos al Pastor, veremos que la bondad y la misericordia nos acompañan. Si estuviéramos más a menudo cerca del Señor, siguiendo más de cerca al Pastor, ¿no deberíamos ver más claramente la huella de su mano en las pequeñas cosas de la vida diaria, y descubrir allí su bondad y misericordia?

 

«En la casa de Jehová moraré por largos días» Salmo 23:6

En este salmo, David menciona varias circunstancias que podemos encontrar; se refieren a nuestras necesidades diarias, nuestras necesidades espirituales, nuestros defectos y la pereza de nuestra alma, la sombra de la muerte, la presencia de enemigos y el camino de cada día.

Finalmente, el salmista dirige nuestra mirada a la gran eternidad, más allá de los días de nuestra vida en la tierra; vemos que, si el Señor es nuestro Pastor, no es solo para guiarnos a través del desierto, sino para llevarnos finalmente a «la casa del Padre» por muchos días. Cuando nos reunamos en esta casa, no faltará ni una sola oveja. «A los que me diste, los guardé y ninguno de ellos se perdió» (Juan 17:12).

Hace muchos años, Rutherford escribió: “¿Qué piensa usted de su amor? Estos pies que han recorrido el mundo en busca de la oveja perdida de su Padre, atravesados por los clavos de la Cruz, ¿qué evocan para usted? Y sus ojos, a menudo levantados al cielo a Dios en oración, consumidos en lágrimas. Su cabeza, ¿a dónde se clavaron las espinas? Su cara, ¿brillante como el sol, toda magullada, y los pelos arrancados de sus mejillas? Tomó la vergüenza y os dio la gloria. Tomó la maldición y os dio la bendición, tomó la muerte y os dio la vida… Como Pastor soberano, dará cuenta de todas sus ovejas, y dirá a su Padre: Estas son todas mis ovejas. Para recogerlas fui por los bosques y las aguas, a través de espinas y zarzas; mis pies, mis manos y mi costado fueron atravesados antes de que pudiera tener una; pero ahora están aquí”.

Recordando todo lo que hizo por nosotros en el pasado, cuando, como buen Pastor, daba su vida por sus ovejas, sabiendo todo lo que aún quiere hacer por nosotros como Pastor soberano, podemos contemplarlo cara a cara durante nuestro peregrinaje en el desierto y decir: «El Señor es mi Pastor».

Según H. Smith


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