Salmo 121


person Autor: Hamilton SMITH 88

flag Tema: Los Salmos


«Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra» Salmo 121:1-2

Este magnífico salmo presenta las experiencias de un creyente que, en medio de las pruebas, encuentra en el Señor su ayuda y sus recursos inagotables. El hombre que teme a Dios se enfrenta a dificultades, pero se da cuenta de que no tiene poder dentro de sí mismo para hacer frente a las circunstancias. Necesita ayuda. La mayor causa de debilidad frente a la prueba es a menudo la confianza en uno mismo: nos lleva a creer que podemos enfrentar la adversidad con nuestra propia fuerza y sabiduría. Tenemos que aprender que, en presencia de pruebas y tentaciones, no tenemos ninguna fuerza dentro de nosotros. En cada etapa, necesitamos a Aquel que nos sostiene en la prueba y nos ayuda para atravesarla.

Cuando el salmista se da cuenta de su necesidad de ayuda, surge inmediatamente la pregunta: «¿De dónde vendrá mi socorro?» Está rodeado de montañas que parecen sólidas, imponentes, inquebrantables; evocan lo que en el mundo tiene un poder firmemente establecido y parece inexpugnable por un enemigo. Pero, ¿podemos confiar en alguno de nuestros semejantes? El profeta Jeremías nos dice: «Ciertamente vanidad son los collados, y el bullicio sobre los montes; ciertamente en Jehová nuestro Dios está la salvación de Israel» (Jer. 2:23). Consciente de su necesidad de ayuda y de la vanidad del socorro que viene del hombre, el hombre piadoso se desvía de la criatura hacia el Creador. Con gran alegría dice: «Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra»». No su queda en el conocimiento de esta verdad general: hay ayuda en el Señor. Pero, con una fe sencilla y personal, dice: «Mi socorro viene de Jehová».

En los siguientes versículos del salmo, el Espíritu de Dios responde a esta simple fe desplegando ante nosotros las bendiciones de quien pide la ayuda del Señor.

 

«Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero» Salmo 121:2-3

El creyente aprende primero que se mantendrá en medio de los peligros acudiendo al Señor en busca de ayuda. En los días en que podamos enfrentarnos a graves peligros, es bueno que nos anime esta palabra: «No tendrás temor de pavor repentino, ni de la ruina de los impíos cuando viniere, porque Jehová será tu confianza, y él preservará tu pie de quedar preso» (Prov. 3:25-26). Si, apartando la mirada del Señor, nos preocupamos por la prosperidad pasajera de los malvados, quizá tengamos que decir, como hace el salmista: «En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos» (Sal. 73:2). Mirando al Señor, y regocijándonos en él, podremos decir, como Ana una vez lo hizo: «Él guarda los pies de sus santos… porque nadie será fuerte por su propia fuerza» (1 Sam. 2:9).

El camino que recorremos puede ser difícil a veces; el enemigo puede oponerse a nosotros con sus astucias y trampas; los intentos pueden abundar y pueden surgir dificultades. El Señor puede permitir todas estas pruebas, pero hay una cosa que no permitirá: no permitirá que los pies de los que confían en él se desvíen del camino que lleva a la gloria. Por eso, en respuesta a la palabra del Señor: «No dará tu pie al resbaladero», el alma piadosa puede decir en el siguiente salmo, con la mayor confianza: «Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén» (Sal. 122:2) Las últimas palabras del Señor a Pedro, «Sígueme», (Juan 21:22), marcan el camino del cristiano. Si seguimos a Cristo, con los ojos fijos en él como nuestra ayuda infalible, ese camino nos hará apreciar todas las riquezas de la gloria donde está.

Porque el camino que ha seguido nuestro Salvador
Lo ha conducido a su Padre, su Dios;
Sentado en el trono, nuestro Redentor
Será nuestra fuerza en todo lugar.

(Traducción libre de un cántico)
Adaptado de J.N. Darby

 

«Ni se dormirá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel. Jehová es tu guardador; Jehová es tu sombra a tu mano derecha». Salmo 121:3-5

El que mira al Señor con simple fe aprende que su cuidado no cesa. En la montaña, un apóstol puede dormir en presencia de una gloria demasiado brillante para la naturaleza humana (Lucas 9:32); duerme de nuevo en el jardín en presencia de un dolor demasiado profundo para él (Lucas 22:45); pero el que nos guarda «no se adormecerá, ni dormirá».

Un creyente que se aleja de Dios, como lo hizo Jonás una vez, puede dormir tranquilo, aunque el Señor actúe; el viento se levanta, el mar se agita, el barco parece hundirse, y los hombres del mundo están asustados. Pero Aquel que amaba «a los suyos que estaban en el mundo» y los amó «hasta el fin» (Juan 13:1) nunca deja de cuidarlos en medio de todas las tormentas de la vida.

Cuando le pide ayuda al Señor, el creyente sabe que siempre está disponible. Un amigo a nuestra «mano derecha» es un amigo a nuestro lado, al que podemos recurrir en cualquier momento. El malvado, confiando en sí mismo, «dice en su corazón: No seré movido jamás» (Sal. 10:6), pero lo será para caer bajo el juicio de Dios (v. 15-16). El hombre piadoso, confiando en el Señor que está a su derecha, puede decir como David: «A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido» (Sal. 16:8). Es más, puede decirlo con la mayor seguridad. Si el Señor mismo dijo: «No te dejaré, ni te desampararé», lleno de confianza, podemos añadir: «El Señor es mi ayudador; no temeré: ¿qué me puede hacer el hombre?» (Hebr. 13:5-6).

Qué bueno es darse cuenta de que hay un amigo a mi lado al que puedo acudir –un amigo lleno de sabiduría para guiarme en todas las circunstancias, lleno de compasión por todo dolor, lleno de gracia por toda debilidad y lleno de misericordia por toda necesidad.

 

«El sol no te fatigará de día, ni la luna de noche. Jehová te guardará de todo mal; él guardará tu alma» Salmo 121:6-7

El creyente que confía en el Señor para que le ayude puede estar seguro de que estará guardado en todo momento. En un mundo siempre marcado por la guerra y la inestabilidad, encontramos el peligro en todas partes, día y noche. El Señor no le dice al creyente: No tendrás que enfrentarte a los miedos como tantos otros. Dice: Si me tomas como tu refugio y pones tu confianza en mí, «No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya» (Sal. 91:5-6).

Además, el creyente que espera la ayuda del Señor será protegido de todo mal. En una época en que el mundo, como en los días de Noé, está cada vez más marcado por la violencia y la corrupción, el mal tomará todo tipo de formas. La Escritura habla de malos pensamientos (Marcos 7:21), malas imaginaciones (Gén. 8:21), malas palabras (1 Tim. 5:14), malas acciones (Sant. 3:16) y gente haciendo el mal (1 Pe. 3:16). El cristiano, bendecido con «toda bendición espiritual en los lugares celestiales» (Efe. 1:3), se enfrentará particularmente a la oposición de «las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales» (6:12), que operan detrás de la escena. Sin embargo, mirando al Señor, el creyente que se fortalece en él y «en el poder de su fuerza» (v. 10) podrá, «en el día malo» (v. 13), resistir cualquier ataque del enemigo; y así, estará protegido del mal.

Más aún, en un mundo en el que no sabemos lo que nos depara el día que viene, qué bueno es, confiando en el Señor, escuchar este estímulo: «No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová» (Sal. 112:7). El apóstol Pablo nos advierte de los malos tiempos que vendrán, pero pudo decir con confianza: «El Señor me librará de toda obra mala y me preservará para su reino celestial» (2 Tim. 4:18).

 

«Jehová guardará tu salida y tu entrada, desde ahora y para siempre» Salmo 121:8

El creyente que busca la ayuda del Señor puede contar con su fiel cuidado en todas las circunstancias. «Tu salida» y «tu entrada» evocan las circunstancias cambiantes que caracterizan a un mundo agitado. En los días en que predicaba el evangelio, el Señor decía a sus discípulos: «Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco. Porque eran muchos los que iban y venían, de manera que ni tenían tiempo para comer» (Marcos 6:31). En su atento cuidado, el Señor quiere darnos tiempos de descanso lejos de las actividades de este mundo; pero en la tierra es solo «descansar un poco». Estas palabras indican que tendremos que volver a partir pronto. El descanso eterno está por venir: «Queda, pues, un reposo sabático para el pueblo de Dios» (Hebr. 4:9), y sobre el que entra en la bendición de ese descanso, leemos: «y no saldrá más de allí» (Apoc. 3:12). Mientras tanto, en medio de las ocupaciones diarias de una vida laboral en un mundo difícil y adverso, el que mira al Señor puede contar con él para ser guardado en todas las circunstancias.

Finalmente aprendemos que quien espera en el Señor tiene la seguridad de ser guardado «desde ahora y para siempre». Sin duda, el salmista tenía en mente el reinado milenario; pero el cristiano puede vislumbrar una aplicación más amplia cuando considera la bendita eternidad que pasará en la casa del Padre. «Estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4:17), «seremos semejantes a él» (1 Juan 3:2). Y es a esta casa donde Jesús fue a preparar un lugar para su pueblo celestial. Puede decir de sus ovejas: «Les doy vida eterna y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano» (Juan 10:28). Nada menos que su casa puede ser adecuada para sus ovejas.

Podemos errar, pero el Pastor encuentra sus ovejas; las guarda en su mano poderosa durante el tiempo de la vida, y finalmente las traerá todas a casa (Lucas 15:6) para que estén siempre con él.


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