El testimonio actual de Dios y la venida del Señor


person Autor: Henri ROSSIER 49

flag Tema: El testimonio según Dios


1 - ¿En qué consiste el testimonio de Dios?

Hemos mostrado en un escrito anterior [1] que, desde la caída del hombre, Dios siempre ha tenido un testimonio en este mundo y que este testimonio permanecerá, sin interrupción, hasta el final. La razón de este hecho la encontramos en la gracia soberana de Dios, que no quiso dejar al hombre bajo las terribles consecuencias de su caída. Mientras estaba perdido, Dios se le dio a conocer como un «Dios Salvador» que tenía el medio de abrirle el cielo del que su pecado le había excluido para siempre. No hay nada más inmerecido que esa gracia. El pecado que nos separaba del Dios santo fue la ocasión por la que, abriendo para nosotros sus tesoros, el Dios del amor nos reveló la salvación, con un futuro infinito de felicidad y gloria. Así lo atestiguó el mismo día en que el hombre, por instigación de Satanás, probó el fruto prohibido.

(*) «El testimonio», de Henri Rossier.

¿En qué consiste este testimonio? Se puede resumir en una sola palabra: Jesucristo. Dios declara públicamente, para salvar al mundo, que la Semilla de la mujer es el único remedio para la caída y todas sus consecuencias; que, por su obra, romperá el poder de Satanás, liberará al hombre de la muerte y lo introducirá justificado en la misma gloria de Dios.

Hasta la aparición del Salvador, objeto de este testimonio, este se fue haciendo más definido, más completo, más actual, a medida que era proclamado en el transcurso de los siglos: cuanto más nos acercábamos al foco de luz, más brillante se hacía. Este testimonio comenzó el día de la caída, continuó a través de los patriarcas, luego a través de la ley confiada a un pueblo privilegiado, y finalmente a través de todos los profetas, incluido Juan el bautista, hasta la aparición de Cristo, que era el objeto. Desde el momento en que se completó la obra del Salvador, el testimonio de Dios estaba completo sin que quedara nada que añadir.

2 - ¿En qué consiste el testimonio actual?

En relación con su obra, el Señor se nos presenta en tres caracteres:

1. Como muerto y resucitado

A esta posición está ligada para nosotros la remisión de los pecados, la justificación, la paz, nuestra introducción en el favor de Dios, nuestra entera liberación, nuestras relaciones con Cristo como sus redimidos, y con Dios como sus hijos.

2. Como sentado a la derecha de Dios, desde donde envió al Espíritu Santo

A esta posición corresponde la formación de la Iglesia, Casa de Dios, el Cuerpo y la Esposa de Cristo, indisolublemente unidos por el Espíritu Santo con Él, su gloriosa Cabeza en el cielo; y los ministerios dados a los hombres por ese mismo Espíritu.

3. Como a punto de volver

A esta posición está conectada la esperanza cristiana, propiamente dicha, la introducción de la Iglesia, la Esposa de Cristo, en la gloria, y el establecimiento en la tierra del Reino del Hijo del hombre.

Tal es el testimonio actual de la gracia de Dios. No se añadirá ningún otro testimonio hasta que la Iglesia sea arrebatada al Señor [2]. Es exactamente el mismo que la de la Iglesia primitiva, pero, habiéndose perdido, casi por completo, por la infidelidad de la iglesia profesa, ha vuelto a salir a la luz en algunas épocas en una u otra de sus partes.

[2] Después del testimonio de la Iglesia quedará el del Reino confiado al remanente profético del fin, pero que no entra en nuestro tema.

3 - ¿A quién se le ha confiado el presente testimonio?

A cada uno de los que han sido salvados y forman la Iglesia de Cristo en la tierra, por el Espíritu Santo enviado desde el cielo. El testimonio es, pues, a la vez individual y colectivo, colectivo, porque en la mente de Dios, la Iglesia es la carta de Cristo, conocida y leída por todos los hombres (2 Cor. 3:2-3), el heraldo de la gracia que pertenece a los que creerán en Él y de la gloria que les espera.

¿Ha mantenido la Iglesia este testimonio? Por desgracia, ella ha sido completamente infiel. Para convencerse de ello, basta con ver en el Apocalipsis la ruina del testimonio de la Iglesia, o Asamblea, visto bajo su responsabilidad, desde el momento del abandono del primer amor, hasta el momento en que es finalmente vomitada de la boca del Señor. Tan pronto como el último apóstol desapareció de la escena, se abandonaron todas las verdades esenciales del testimonio cristiano, pero, gracias a Dios, esto no compromete en absoluto su valor.

Solo que Dios confió su testimonio a un remanente cristiano, que sacó de la masa profesa, y al que dio la función, antes confiada a la Iglesia en su conjunto, de ser la columna y el soporte de la verdad. Este remanente estaba compuesto por «los demás que están en Tiatira» (Apoc. 2:24), los que salieron durante la Reforma de las tinieblas del catolicismo [3]. También ellos decayeron rápidamente y se convirtieron, como saben todos los lectores inteligentes del Apocalipsis, en la Asamblea de Sardis, el cuerpo sin vida del protestantismo, después de que Dios le había confiado, por aquel momento, de manera tan bendita, el testimonio de la justificación por la sangre de Cristo, y le había abierto el conjunto de las Sagradas Escrituras, por las que debería haber aprendido mucho más.

[3] Hablamos de un conjunto salido del catolicismo, pues en su seno había habido antes, en diversas épocas, testigos encomiables por la santidad de su vida.

Como resultado de este fracaso del primer remanente cristiano, que salió de Tiatira, el cuerpo de testigos se restringió a un número menor, y es su testimonio que asistimos hoy. Podría ser que el mal adquiriera tal desarrollo que estos testigos no sean más que dos o tres en medio de las ruinas de la cristiandad, como da a entender Jesús al hablar a sus discípulos (Mat. 18:20), pero, gracias a Dios, si esto fuera así, el testimonio del Señor, que era completo desde el principio del cristianismo, no se verá en absoluto perjudicado, ni disminuido. ¿No vemos a Jeremías, en una época de ruina, siendo el único testigo fiel en medio de Israel?

4 - La posibilidad de dar este testimonio hoy

¿De qué manera, entonces, se puede dar hoy este testimonio como en los mejores días de la Iglesia naciente? Manifestando, aunque solo sea a dos o tres, lo que la Iglesia, como conjunto, ha sido infinitamente culpable de no mantener, (es decir, la Salvación y la posición celestial del cristiano, la unidad de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, y su esperanza, el retorno del Señor), pues en lugar de ser una carta de Cristo, se ha asimilado al mundo del que su testimonio debía separarla.

Pero, dirá usted, incluso el testimonio de los dos o tres ha fallado como los demás. ¿Qué hay que hacer entonces? Nada más que volver, mediante el arrepentimiento, a una conducta de santidad y de verdadera separación del mundo. «Si te convirtieres», dice Jehová a Jeremías, «yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca» (Jer. 15:19). No es apoyándose en el mayor o menor número de testigos que el testimonio recobrará su fuerza; es caminando, aunque sea solo, en la verdadera separación del mal. No podemos enfatizar lo suficiente que toda la fuerza del testimonio depende de la santidad práctica de los testigos. Examinemos, pues, con más detenimiento el tema de la santidad.

5 - La santidad práctica es inseparable del testimonio

Es en el camino de la santidad donde se encuentra la luz. Cuando Dios levanta un nuevo testimonio [4], este testimonio, en su inicio, no se establece sobre doctrinas, por excelentes que sean, sino sobre la santidad de vida, sobre una verdadera separación del mundo en las costumbres, en los hogares, en las relaciones, en la conducta. Dios reconoce y aprueba esta separación; la recompensa revelando nuevas verdades a los que caminan por esta senda de santidad; les abre, en una palabra, los tesoros de su Palabra. La santidad práctica va siempre acompañada de un aumento del conocimiento de las Escrituras. En la época de la Reforma, si el remanente cristiano hubiera observado una verdadera separación del mundo, no se habría limitado a proclamar la justificación por la fe, por muy importante que fuera esta parte [5] de las consecuencias de la muerte y resurrección de Cristo; estos fieles habrían tenido la revelación del «misterio» de la Iglesia, es decir, de la unidad del Cuerpo de Cristo, y de la venida del Señor, verdades contenidas en la Palabra puesta en sus manos, y que les estaban casi totalmente ocultas. De ahí que veamos a Sardis juzgada como testimonio y sustituida por Filadelfia, a la que volveremos más adelante.

[4] Digo nuevo, que no es el término adecuado. No hay un nuevo testimonio en los días de la Iglesia; pero cuando toda esperanza de restauración se ha perdido para ella, y no ha estado dispuesta a arrepentirse, cuando lo que Dios ha separado de ella se ha vuelto mundano y solo tiene el nombre de vivir, Dios levanta un nuevo remanente, el de Filadelfia, exteriormente mucho más miserable que Sardis en sus comienzos, y en el que hay poca fuerza, pero que camina en los caminos del «Santo y Verdadero».

[5] Decimos una parte porque la verdadera emancipación del cristiano y su vocación celestial no fueron realmente conocidas ni enseñadas.

6 - La santidad en relación con la Cena del Señor como testimonio

La santidad, como hemos dicho, es indispensable para dar testimonio, y sin ella no puede existir. Es lo mismo hoy que lo fue para Israel en el pasado. Cuando celebraban la Pascua, tenían que quitar toda la levadura de sus casas el primer día y guardar la fiesta de los panes sin levadura durante siete días. Lo mismo ocurre con la Cena del Señor, que no se ve como un memorial sino como un testimonio. Para que mantuviera este último carácter, era necesario que los que participaban en ella recordaran que un poco de levadura hace subir toda la masa. Tenían que quitar la vieja levadura de entre ellos (1 Cor. 5:7), para que en la práctica fueran una masa nueva, como en principio eran sin levadura. Su Pascua, Cristo, había sido sacrificada. Llamados a proclamar la muerte del Señor, debían celebrar la fiesta de la santidad práctica, una fiesta que comenzaba en la Pascua y que solo terminaba después de siete días, símbolo de la duración completa de nuestra carrera. Porque la cena no es solo el recuerdo y el goce inefable de la comunión con el Salvador: «Haced esto… en memoria de mí»; es también un testimonio: «La muerte del Señor proclamáis hasta que él venga».

La importancia de la Cena como parte del testimonio cristiano, debe ser altamente estimada. Este simple acto nos presenta las tres características del testimonio actual, que hemos mencionado al principio:

  1. Un testimonio dado, el día de la resurrección de Cristo, de la obra perfecta realizada por su muerte (1 Cor. 11:26).
  2. Un testimonio de la unidad del Cuerpo de Cristo (1 Cor. 10:17).
  3. Un testimonio de la venida del Señor (1 Cor. 11:26).

Estos tres caracteres, unidos en un mismo acto, no pueden en realidad separarse el uno del otro, de modo que nunca veremos un testimonio vivo, donde la Cena no tenga toda su importancia y ocupara el primer lugar en la vida de la Asamblea.

7 - El testimonio se ha vuelto parcial por falta de santidad práctica

Es posible que a veces, para dar mayor relieve a una determinada verdad que conviene a las necesidades del día, el Espíritu insista más en una parte del testimonio, pero nunca, si los cristianos son fieles, será en detrimento y exclusión de las otras. En la Reforma se enfatizó el testimonio de la muerte y resurrección de Cristo únicamente (aunque incompleto, como hemos dicho, pues la emancipación del creyente y los privilegios celestiales fueron, si no ignorados, al menos pasados por alto); pero, ¿había de ser así? De ninguna manera. Los cristianos tenían las Escrituras, un tesoro incalculable, el privilegio único de la Reforma; tenían el Espíritu Santo para enseñarles las cosas que estas contenían; pero la posición celestial de Cristo y su próximo regreso fueron ignorados porque lo que debería haber sido el testimonio de Cristo abandonó la santidad práctica al mezclarse con el mundo político y religioso, y terminó en una profesión cristiana sin vida. Así, toda la obra se estropeó irremediablemente.

Allí donde no se mantenía la santidad, el testimonio era incompleto y pronto perdió su valor. El candelabro fue quitado de su lugar, la luz fue quitada y dada a otros. Esto no cambiaba nada al testimonio de Dios, pues, para usar una expresión vulgar, el candelabro no es la vela. Un nuevo candelabro puede convertirse en el portador de la misma luz sin alterar en absoluto el brillo de este último. El testimonio de Dios no cambia, pero sus portadores han fallado gravemente, y en esto consiste la ruina de la Iglesia. Aún hoy, algunos dan un testimonio completo, no solo de las magníficas verdades del Evangelio, sino de la unidad del Cuerpo de Cristo producida por el bautismo del Espíritu Santo, proclamada y realizada en torno a la mesa del Señor, y de su venida. En nuestros días, la proclamación de esta venida, tan urgente, tan actual, tan general, tiene por objeto, en el pensamiento de Dios, separar a los cristianos del mundo y unirlos en una esperanza común, pero de ninguna manera se anulan las demás verdades del testimonio en vista de este resultado. Por lo tanto, si el grito: He aquí el Esposo, se oye hoy con más fuerza, que los verdaderos testigos se apresuren a difundir el sonido, manteniendo todo el conjunto de verdades que el Señor les ha encomendado.

8 - Los verdaderos testigos siempre comienzan con la santidad práctica

Hemos dicho que, sin la santidad práctica, sin la separación del mundo en sus diversos aspectos, nunca podría darse un testimonio fiel, y que donde estas cosas faltaban, el testimonio faltaba necesariamente. En efecto, se ha observado históricamente que es con la santidad en el caminar, en la conducta y en las costumbres con lo que siempre se ha iniciado el camino de los verdaderos testigos. Dios nunca les confió nuevas verdades cuando su conducta ya no correspondía a la santidad de Dios, pues no hay que olvidar que Dios solo revela una nueva verdad cuando la verdad previamente recibida se ha realizado en el caminar diario. La historia de Abraham y su testimonio es un ejemplo sorprendente que se recomienda al estudio serio de los cristianos. Los cristianos mundanos no son ni serán nunca testigos. Tan pronto como los hijos de Dios están en el camino de la verdadera separación para Él, las verdades sobre Cristo y su obra se convierten en el privilegio del propio camino por el que caminan y se les confía.

Si abandonan la santidad, esas mismas verdades pierden pronto su valor y dejan de ejercer una acción vivificante en torno a ellas. Las dejan caer al suelo en su totalidad o en parte: olvidan la libertad de la gracia, el poder del Espíritu, le sustituyen las formas clericales y vuelven a la ley como regla de vida; o se acostumbran al relajamiento en cuanto a la disciplina, sustituyendo la unidad del Cuerpo por la independencia de las asambleas; o no esperan al Señor, y confunden su venida en gracia con su venida en juicio. Estas cosas les han sucedido a muchos cristianos que al principio eran instrumentos benditos del testimonio. Algunos han vuelto a los diversos sistemas religiosos de los que el Espíritu de Dios los había sacado; otros, indiferentes a los ataques del Enemigo contra la Persona de Cristo, han conservado ciertas verdades doctrinales y han olvidado su poder santificador; otros han permanecido inmóviles en el conocimiento de la emancipación o en la comunión con el Señor Jesús. Por el contrario, la santidad habitual en el caminar conduce a una visión más profunda, no de una, sino de todas las verdades contenidas en la Palabra y, en consecuencia, a un testimonio más brillante dado a Cristo.

9 - Una parte del actual testimonio, la venida del Señor, sacada a la luz

Pasemos ahora a la obra del Espíritu Santo, de la que somos testigos hoy, y que tiene por objeto reunir a los hijos de Dios en la esperanza común de la venida del Señor.

El llamado: «¡Ya viene el Esposo! ¡Salid a su encuentro!» (Mat. 25:6), había encontrado, hace alrededor de 180 años [2º cuarto del siglo 19], un eco en el corazón de los verdaderos testigos, pero la inmensa mayoría de los hijos de Dios había permanecido indiferente a él. Este llamado, la gracia de Dios, lo hace resonar de nuevo hoy. El entorno del que emerge no es muy adecuado para reunir a los cristianos en una expectativa común, porque los que predican la venida del Señor ignoran o no quieren reconocer todo un lado del testimonio, fruto de la sesión de Jesucristo a la derecha de Dios: los dones del Espíritu que aniquilan las pretensiones del clero, y la unidad de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, realizada en la mesa del Señor al margen de las sectas deprimentes de la cristiandad. Por lo tanto, estos mismos cristianos no pueden insistir en la santidad práctica que impulsa al conjunto de los fieles a separarse de los vasos a deshonra para realizar la esperanza cristiana.

A pesar de ello, estamos convencidos de que, enseñados por el Espíritu, un gran número de hijos de Dios comprenderán que, para salir al encuentro del Esposo, no se puede permanecer asociado a una profesión sin vida y sin realidad. Es demasiado obvio que no todos los cristianos obedecerán este llamado y se contentarán con esperar al Señor individualmente en el entorno al que pertenecen. Se les dirá que pueden realizar esta esperanza en cualquiera asociación, y se les engañará sobre la esperanza de la Esposa de Cristo, que solo puede pertenecer a un cuerpo separado del mundo profeso. ¿No fue lo mismo, a finales del siglo 19, cuando se persuadió a los nuevos conversos de que podían salvarse sin salir de sus ambientes sectarios? En cierto sentido, esto era perfectamente cierto, pero ¿qué era de su testimonio? Por desgracia, las queridas almas llamadas hoy pronto experimentarán el triste hecho de que la expectativa individual del Señor no es suficiente para mantenerlas despiertas, y pronto volverán a caer, como hemos visto una y otra vez, en la apatía de la que el grito de medianoche las había despertado momentáneamente. Además, apresurémonos a decirlo, que lo mismo ocurre con todos aquellos que, habiéndose separado de los sistemas religiosos actuales, se contentan con una posición de separación exterior sin añadirle la separación del corazón.

Aunque expresamos nuestras aprensiones, podemos, sin embargo, esperar grandes cosas del movimiento que se está produciendo ahora [en 1922], porque sabemos que, si el hombre no tiene fuerzas, el Señor es poderoso para sostener este avivamiento. Una fe pequeña nunca alcanzará grandes resultados, porque, en lugar de confiar en Dios, mira al hombre y se desespera. Nos dirá, y con razón, que las insinuaciones del Enemigo buscan destruir la esperanza en los corazones que acaban de recibirla. Ya vemos, en efecto, la diferencia, tan simple y tan poderosa, entre la venida y la aparición del Señor, si no completamente ignorada, al menos considerablemente debilitada por los predicadores de este avivamiento; ya se están borrando los claros contornos de los acontecimientos proféticos –no hablo de los detalles, que a menudo son oscuros para muchos; ya se enseña que los tiempos de «los gentiles» (véase Lucas 21:24) se han cumplido, produciendo así una grave confusión entre los dos actos de la venida del Señor. En una palabra, hay síntomas del posible abandono de esta preciosa verdad porque se ha desvinculado de todo el testimonio confiado a la Iglesia de Cristo.

Pero animémonos: el Espíritu de Dios es poderoso, el Señor es misericordioso y puede remediar la debilidad de sus redimidos; Dios quiere glorificar a su Hijo, y podemos contar con que, cuando venga, encontrará, a pesar de todas las barreras que Satanás ponga en el camino, un cuerpo de testigos esperándole, lo suficientemente apegados a su gloria como para tirar por la borda los obstáculos con los que el mundo quisiera impedir su marcha al encuentro de su Salvador.

10 - El testimonio actual es un todo

Repitamos, pues, y nunca lo olvidemos, que el presente testimonio no se limita a una parte de la verdad, sino a toda la verdad, de la que la Iglesia es pilar y soporte, una verdad que tiene a Cristo como objeto, a su Palabra como expresión y a su Espíritu como poder. ¿Y qué pasa? En aquellos círculos en los que el testimonio de los dones del Espíritu y de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, es rechazado, los cristianos que actualmente son los predicadores de la verdad sobre la venida del Señor, no queriendo sufrir las consecuencias de las verdades que los sacarían de sus sectas, estos cristianos, digo, ignoran voluntariamente y no mencionan en una sola palabra a todo un cuerpo de testigos que, durante el periodo del despertar espiritual, salieron de estas mismas sectas para obedecer al Señor y encontraron así la esperanza de su venida, unida a todo el testimonio cristiano. Pero si algo podía fortalecer a los testigos fieles en el conjunto de su testimonio y hacerlos felices en él, sería precisamente el hecho de que, por acuerdo tácito, hoy son ignorados, pues saben que no deben esperar a ser reconocidos por los hombres. ¿Ha sido reconocido su Señor por los líderes y maestros de la ley? Basta con que sean desconocidos, incluso del mundo religioso, pero bien conocidos por Dios (2 Cor. 6:9).

No podemos esperar ver a todos los cristianos unidos en la esperanza de la venida del Señor, por la sencilla razón de que la gran mayoría de los hijos de Dios tienen sus intereses en las cosas de la tierra. Si sus pensamientos están en estas cosas, nunca se esperará al Señor, y si incluso aquellos a los que primero confió este testimonio se han deslizado gradualmente hacia el mundo, no sería sorprendente que se les quitara y se diera a otros. Sin embargo, un hecho permanece: el Espíritu de Dios está soplando para reunir a los elegidos para la venida de Cristo. Si obedecen esta llamada, saldrán a su encuentro; si no lo hacen, pronto volverán a caer en la corriente de mundanidad y sueño espiritual que caracteriza el entorno del que deberían haber salido.

No podemos, como hemos dicho, separar una parte del presente testimonio de la otra sin correr el riesgo de perderlo todo. ¡Cuántos cristianos quieren conocer solo el testimonio que proviene de la muerte y resurrección de Cristo, es decir, del Evangelio proclamado a los pecadores! ¿Qué ocurre en estos casos? Incluso este testimonio –y Dios lo utiliza, gracias le sean dadas, para la conversión de muchos– pierde su poder. El Evangelio es reducido al perdón de los pecados, y las almas convertidas se ven afectadas por ello; se ignora la liberación del pecado, y se olvida que el Evangelio de la gracia es al mismo tiempo el Evangelio de la gloria. Mucho más muestran su ignorancia los cristianos que ignoran el testimonio de la Iglesia, epístola de Cristo, y el ministerio del Espíritu, cuando se les habla de ello. ¡La Iglesia!, lo más querido por el corazón de Cristo, el objeto del que Dios guardaba el secreto (ahora revelado) en sus consejos eternos, la Esposa que destinaba a su Hijo amado. La Iglesia, ese misterio de un Cuerpo unido aquí abajo con su gloriosa Cabeza en el cielo; de un organismo que forma parte de Cristo mismo, y sin el cual Aquel que todo lo llena en todo no tendría su plenitud. La Iglesia que él tanto amó, que se entregó por ella; la Iglesia que él santifica y purifica para presentársela gloriosa. La Iglesia que él destinaba a ser su testigo ante el mundo, una epístola firmada con su Nombre, un testimonio para los mismos ángeles que aprenden de ella la diversa sabiduría de Dios; la Iglesia, el Cuerpo visible (pues es responsable de serlo) de un Cristo glorioso, ¡presto para ser manifestado! Ahí está, como hemos visto, la parte del testimonio que se refiere a la posición actual de Cristo, oculto y sentado en la gloria a la derecha de Dios. Y, ¿todo esto no tendría ninguna importancia práctica y solo un valor secundario? ¿Y preferiríamos a ella falsificaciones miserables y culpables, obra del Enemigo, que deshonran al Señor y que él echará de sí cuando venga a arreglar cuentas con la cristiandad culpable? ¿Y no deberíamos creer que lo que la Iglesia es en el pensamiento de Dios debería ser parte del testimonio actual de los cristianos?

Que la Iglesia, dejada a su propia responsabilidad, haya fracasado por completo en ello, y como tal deba convertirse en breve en morada de toda bestia inmunda (Apoc. 18:2) –cuán dolorosamente deberíamos sentir su ruina como portadora del testimonio– esto no cambia ni disminuye el valor de ese testimonio, pues ahora se confía a un remanente creyente que puede y debe darlo alrededor de la mesa del Señor.

11 - Hay cristianos que no son testigos

Por lo tanto, ignorar, abandonar o pasar voluntariamente bajo silencio una sola de estas verdades: la obra perfecta de Cristo, la Iglesia, Cuerpo y Esposa de Cristo, la morada de Dios por el Espíritu, y la venida del Señor, es ignorar, despreciar o abandonar el carácter del testimonio de Cristo para el día presente.

Puede haber (y esto es sin duda algo infinitamente triste de ver entre los cristianos, sin que afecte en nada a su salvación eterna) un número de creyentes que no son testigos. Abdías, en la corte de Acab, aunque «temía mucho a Jehová», no era un testigo en Israel; incluso los 7.000 hombres ocultos que Dios había reservado para sí mismo eran propiamente solo testigos negativos, mientras que Elías era el testigo de Dios en medio de la infidelidad general. Ante de él, Gedeón y los 300 que le acompañaban fueron testigos activos. Todo Madián y Amalec pudieron oír el sonido de sus trompetas, asociado a la proclamación del nombre de Jehová, y pudieron ver la luz que salía de sus cántaros rotos.

Bienaventurados los que han estado en presencia de estas verdades, las han atestiguado y han conformado su conducta a ellas: hay coronas para los testigos fieles, y no les serán quitadas. Cuánto hay que compadecer a los que ignoran estas cosas; cuánto más hay que censurar a los que, habiendo dejado el testimonio después de haberlo dado, han retenido solo una parte, mientras rechazaban la otra. Pero, por muy doloroso que sea, para el corazón del fiel, tal abandono, le consuela el pensamiento de que, a pesar de todo, el Señor logrará su objetivo y será finalmente glorificado en todos los que han creído.

12 - Algunas reflexiones sobre el testimonio de Filadelfia

Nos gustaría ilustrar lo que hemos dicho con algunas consideraciones sobre el testimonio de Filadelfia. Esta iglesia tiene todas las características del testimonio de Cristo en el tiempo del fin.

Filadelfia, rodeada por la decadencia general, y no teniendo que «poca fuerza» para su testimonio, está, sin embargo, calificada para el título de iglesia, así como cualquier otra forma de la Iglesia responsable durante su existencia, y sin embargo no es más que un débil remanente (los «pocos nombres» de Sardis), mucho más insignificante que el que en la Reforma salió de Tiatira, y que su infidelidad llevó finalmente a estar «muerto» (Apoc. 3:1). Entre esta muerte y la repugnante “tibieza” de Laodicea, Filadelfia ha encontrado a Cristo como su Cabeza; ella hace moralmente cuerpo con él, y esto es muy notable. Todos los caracteres de Filadelfia se encuentran en concordancia con los caracteres de Cristo; por eso el Señor le dice a ella: «Te he amado», cosa que no dice a ninguna otra asamblea. Él amó a la Iglesia, sí mismo se dio por ella y la cuida para presentársela santa y sin mancha al final, y ama a Filadelfia porque le ha permanecido fiel y ha guardado su Palabra. La Palabra de Cristo contiene, como hemos dicho, todas las partes de su testimonio: ninguna de ellas falta en este débil remanente que quede sin cumplir. Además, Jesús dijo a Filadelfia: «No has negado mi nombre». Esto no solo significa que ella no ha soportado ninguna doctrina perjudicial a la perfección divina expresada en el nombre del «Santo», sino que lo ha glorificado con su conducta. Está en comunión con el Señor por una conducta de santidad práctica, de separación del mundo; cumple las palabras de su Salvador: «No son del mundo, como yo no soy del mundo… Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad» (Juan 17:16, 19). Esto es, en efecto, como hemos señalado, lo que caracteriza, en estos tiempos finales (donde la mundanidad ha invadido tanto a la Iglesia que apenas se puede distinguir a los creyentes de los profesos), cualquier verdadero testimonio de Cristo. Hay un completo desacuerdo entre Filadelfia y Sardis, que ha profanado sus vestiduras. Filadelfia cumplió la palabra: «Sed santos, porque yo soy santo» (1 Pe. 1:16). No negó este nombre, al que, por su conducta, declaró pertenecer.

Esto es lo que caracterizó desde el principio el testimonio de los seguidores de la Palabra en el siglo 19. Al principio no se distinguían por su ilustración, sino que, aunque confesaban su ignorancia, deseaban glorificar el nombre del Señor mediante una verdadera separación del mundo que les rodeaba y que, en su forma religiosa, podía ejercer la mayor atracción sobre almas serias como las suyas.

Así fue como un nuevo remanente se puso en marcha, comiendo los panes sin levadura desde el principio del viaje y proclamando los siete días de la fiesta. El resultado fue la aprobación del Señor que concedió el conocimiento de las verdades contenidas en su Palabra, pero hasta entonces olvidadas o ignoradas, a estos discípulos en el camino de la santidad práctica. Les confiaba el contenido de la Palabra de la verdad, porque estaban apegados al «Verdadero» (1 Juan 5:20).

El testimonio de este remanente recuperó así, no por el poder ni por la inteligencia, sino como resultado de una verdadera separación del mundo, el conjunto de las verdades que caracterizan la época actual y que constituían el testimonio de la Iglesia antes de su decadencia. Pretender poseerlas sin separación del mundo y sin saber qué es la Iglesia de Cristo, es una cruel ilusión. Es posible, en los sistemas religiosos de los hombres, captar algunas de las verdades que constituyen el «testimonio» completo, pero nunca serán comprendidas en su poder santificador, ni como verdades colectivas, y seguirán siendo la parte incompleta de unos pocos cristianos aislados. Además, ocurrirá necesariamente que a la proclamación de una nueva verdad se mezclarán todo tipo de errores, como podemos ver hoy a propósito de la proclamación de la venida del Señor.

Por desgracia, la santidad práctica no duró entre los testigos de los que hablamos. Las divisiones que surgieron entre aquellos a quienes el Señor confió su testimonio lo demostraron hasta su extrema confusión.

Esta santidad práctica que el Señor reconocía en Filadelfia, la definió con estas palabras: «Conozco tus obras». Esto es lo que él mira en primer lugar para juzgar el estado de la asamblea (Apoc. 2:2, 19; 3:1, 8, 15). Busca y reconoce lo que puede ser encomiable en los distintos períodos de su historia, pero se ve obligado a añadir constantemente esta palabra: «Tengo contra ti». En Sardis, ni siquiera lo añade, pues las obras de esa ciudad son solo una apariencia de vida. Esto no es así en Filadelfia. De la boca de Jesús no sale ni una palabra de reproche. Sus obras pueden ser pocas; ella sería la primera en no apreciarlas y en no saber enumerarlas, pero Jesús las conoce y eso es suficiente para este desconocido remanente. Tiene poca fuerza, pero puede confiar en Jesucristo en quien está la fuerza, la llave de David para abrir y cerrar.

El sentimiento del amor de Cristo es el resorte de la vida de Filadelfia. Puede “amar a los hermanos” porque conoce el amor de Jesús por ella. ¿No le dijo: «Que sepan que yo te he amado»?

Hemos visto que guardar «la Palabra» de Cristo incluía de hecho todo el testimonio actual, de lo que había en el principio. Filadelfia manifestaba así prácticamente, basándose en esta Palabra, lo que era la Iglesia a los ojos del Señor.

El Señor también proveía que la verdad de su Evangelio, esa parte del testimonio de la perfección de la obra de Cristo en la cruz, estuviera siempre al alcance de este remanente y no pudiera serle arrebatada. Había puesto ante Filadelfia una puerta abierta que nadie podía cerrar.

Hablemos ahora de la tercera parte del testimonio de Filadelfia. La Iglesia de Cristo se acerca al final; es consciente de que el Señor viene; espera pacientemente como él. Ha podido leer y aprender todas las demás verdades en la Palabra, pero aquí ha guardado y «perseverado» en su palabra. La de Éfeso, en el capítulo 2:2, era la paciencia de Éfeso, la de Filadelfia, la paciencia de Cristo.

Guardar su palabra, no negar su nombre, proclamar su evangelio, vivir en la conciencia del amor de Cristo por su Asamblea, guardar la palabra de su paciencia, es lo que a la vista del Señor caracteriza a un remanente que él aprueba en estos últimos días. Todos aquellos que consideran inválida cualquier parte de la palabra de Cristo, ya sea que luchen contra la perfección de su obra en la cruz, o que deseen reemplazar la libre acción del Espíritu Santo por instituciones humanas, o que prácticamente nieguen la unidad del Cuerpo de Cristo y la manifestación de esa unidad en la mesa del Señor, o que luchen o alteren la esperanza de su venida, todos ellos no pueden ser testigos hoy y no tienen derecho a llevar el nombre de Filadelfia. Pero repitamos aquí lo que dijimos al principio: Todos los que abandonan una verdadera separación por Dios en su caminar y en su conducta, viviendo como lo hace el mundo, todos los que se asocian con los hombres «que habitan en la tierra» (Apoc. 8:13) o que quieren ser a la vez ciudadanos del mundo y ciudadanos del cielo, han abandonado el camino del testimonio. Son más culpables que los cristianos que nunca han entrado en ella; no se dan cuenta de que todo testimonio debe empezar por la santidad.

Filadelfia es la imagen de un testimonio completo, dado en la debilidad, pero aprobado por el Señor, en un tiempo de ruina. Que los cristianos fieles se contenten con darlo en la debilidad, pues incluso su poca fuerza tiene la aprobación del Señor en lugar de incurrir en su reproche.

Ciertamente habrá una mayor reunión de los hijos de Dios en su venida, y el movimiento actual lo predice, pero, aparte de lo que la «última trompeta» (1 Cor. 15:52) producirá en un abrir y cerrar de ojos, no se puede tratar, en las trompetas que precederán a la última, de una reunión general. En Apocalipsis 22:17, dos clases de personas esperan al Señor: por un lado, la Iglesia, tal como la considera Cristo, realizando por el Espíritu su relación de Esposa, y es a ella a quien el Señor dice, como a Filadelfia: «Vengo pronto»; por otro lado, los santos aislados, no reunidos como Asamblea. Que cada uno de ellos, y que todos juntos, desde el fondo de su corazón, le digan: ¡Ven!

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1918, página 59