El alimento y la marcha


person Autor: Henri ROSSIER 47

flag Temas: El alimento del creyente Alimento del alma e instrucción para la conducta


Meditaciones breves n° 38

Para emprender una larga caminata, es necesario haber tomado alimentos y luego renovar las fuerzas con los alimentos de los que se ha hecho provisión. Hoy quiero mostrar en pocas palabras la influencia del alimento en la marcha (conducta) del cristiano.

Tras la Pascua y el mar Rojo (tipos de la redención que, por un lado, nos protegen del juicio de Dios y, por otro, nos liberan de la esclavitud a Satanás y nos llevan a Dios), el pueblo de Israel es llamado a emprender la travesía del desierto. Aquí solo tienen un alimento, un alimento uniforme sin duda a los ojos del hombre, pero que contiene todos los elementos que sostienen la vida y prevén los obstáculos del camino; asimismo, solo tiene una bebida, el agua viva de la roca hendida.

En la memorable noche que precedió la salida de Egipto, el pueblo se había alimentado, una vez por todas, en figura, de un Cristo muerto, y ahora solo tenía que celebrar el memorial de la Pascua. En el desierto se alimentaba en figura de un Cristo vivo, que había bajado del cielo, de un Cristo hombre, que había venido para hacer la voluntad de Dios, para glorificarlo en la sumisión de una humilde dependencia, para servir a su Dios y para servir a los que había venido a salvar.

Al describir las virtudes de este hombre sin apariencia que era el pan vivo que bajó del cielo y que no ha dejado de ser este pan vivo, ya que es «el maná escondido» (véase Apoc. 2:17) en el santuario, ¡qué humillado me siento al saber lo poco que sé proclamar sus virtudes, lo poco que sé realizarlas en el caminar diario! Porque es necesario, para hacerlas valer, imitar al pueblo, es decir, recoger el maná cada mañana, para comerlo cada día. Un día sin maná era un día sin fuerzas, un día en el que el desfallecimiento alcanzaba a aquel que había descuidado proveerse de este alimento. El cansancio del israelita no tenía nada que ver con la calidad del alimento celestial, pues había en este último, día tras día, una fuerza suficiente para cada etapa del viaje. Así es con nosotros: un cristiano que se alimenta diariamente de las perfecciones de Cristo hombre, que le sigue en su servicio, en su devoción, en su perfecto olvido de sí mismo, en su incansable actividad, en sus simpatías, en sus misericordias, en su amor, en su absoluta santidad y pureza, en una vida en la que cada momento era dedicado a Dios y a los hombres… ¿A los hombres? ¡Cuando ni un momento de esta vida pasaba sin que sufriera por parte de ellos! Pero, ¿cómo podemos conocer esta vida? Lo tenemos en la Palabra, que no es un reflejo debilitado de ella, sino la expresión viva ella misma. Es a través de la Palabra que se comunica a nosotros. Jamás si, buscando a Cristo en la Palabra, lo cosechamos diariamente, sentiremos cansancio en el camino. En este maná está la fuerza de nuestras almas. «Bienaventurado», dice, «el hombre que tiene en ti sus fuerzas» (Sal. 84:5).

Pero, tengamos cuidado, tan pronto como el deseo de la comida de Egipto se apoderó de nuestros corazones, el maná perdió su valor: «Nada sino este maná ven nuestros ojos», dice el pueblo infiel (Núm. 11:6). Alimentándonos de Cristo, tal como se ha manifestado como hombre en la tierra y como su Palabra nos lo da a conocer, llegaremos victoriosos y sin obstáculos al final de la carrera.

Tal es el alimento del cristiano para su vida diaria, alimentado por la vida divina manifestada en el hombre Cristo Jesús; una vida que finalmente nos llevará a Canaán, donde cesará el maná y nos saciaremos con el fruto de la tierra (Josué 5:12). Pero nosotros, cristianos, tenemos el privilegio de disfrutar a la vez, ahora, del alimento del desierto y del alimento de Canaán.

El Salmo 23, poniéndonos en el desierto, nos habla de este otro alimento. De hecho, el alimento de una oveja no es el mismo que el de un viajero. Pero ante todo la oveja tiene al Pastor con ella para guiarla, y solo Su presencia le hace decir: «Nada me faltará». Siguiéndolo, ella es alimentada en el desierto con todo lo mejor que ofrece el país celestial: Descanso en medio de la abundancia, su alma desalterada bebiendo de las aguas fluyentes de la vida y del Espíritu. Estas son las bendiciones espirituales y celestiales que el Pastor conoce bien y hacia las que dirige nuestros pasos. Con esta saciedad de gozo que colma todos nuestros deseos y responde a todas nuestras necesidades, el viaje por el valle donde reina la sombra de la muerte nos es fácil. El alma llena de descanso está ahora llena de seguridad. «No temeré mal alguno», dice ella; «tú estarás conmigo». Los herbáceos pastos no siempre están ahí, pero todo está bien si estás ahí. Tienes recursos para todas las circunstancias.

Pero, he aquí, que el aspecto desolado de un mundo donde la muerte proyecta sus lúgubres sombras da paso al nuevo aspecto, mucho más angustioso, de un desierto lleno de peligros, repleto a cada paso de enemigos y trampas. Aquí la oveja necesita una renovación de las provisiones, un alimento adecuado al carácter de la comarca salvaje que debe atravesar. La mesa puesta, ¿no nos recuerda la gran cena de la gracia? La cabeza ungida con aceite, ¿el conocimiento por el Espíritu Santo de un Cristo celestial? La copa llena, ¿no es el gozo en su comunión y en la alabanza? Así, de principio a fin, este alimento es celestial y adquiere cada vez más valor a medida que nos acercamos al final del viaje. Este fin, la oveja puede decir con plena seguridad: «En la casa de Jehová moraré por largos días».

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1923, página 229-232


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