Compendio y división del Apocalipsis


person Autor: Henri ROSSIER 47

(Fuente: ediciones-biblicas.ch)


1 - Prólogo

El Apocalipsis es un libro profético. Parece casi innecesario decirlo, pero es imperativo afirmarlo frente a tantas increíbles aberraciones que su explicación ha hecho nacer. Toda profecía de la Escritura (2 Pe. 1:20) puede tener actualmente su cumplimiento parcial, pero ninguna se detiene allí; todas tienen en vista el tiempo profético del fin. El Apocalipsis mismo se refiere, por ejemplo, en las siete iglesias, a la dispensación actual (cap. 2 y 3), pero la lleva hasta la venida del Señor y el rechazo definitivo de la iglesia profesa, sin que ni el uno ni el otro de estos acontecimientos aún haya tenido lugar. Todo lo que sucede después de ese regreso y ese rechazo –es decir, como lo veremos más adelante, la tercera gran división de este libro– no concierne a los tiempos actuales, salvo algunas débiles analogías. Como libro profético, el Apocalipsis trata de la ruina final de nuestra dispensación y de lo que acontecerá para que esta haga lugar al glorioso reinado de Cristo.

El Apocalipsis es un libro de juicios. Luego volveremos a referirnos ampliamente a esta verdad. Cristo se revela en él como juez de la Iglesia responsable y del mundo.

A este hecho se vincula otro. El Apocalipsis es, en un sentido, el libro de la venida de Cristo. No se trata (salvo ocasionalmente en el cap. 3:11 y en los últimos versículos del cap. 22, los que no forman parte de la profecía) de la vuelta del Señor para arrebatar a su Iglesia, sino de su manifestación en juicio, segundo acto de su venida en el Nuevo Testamento. Esta manifestación tiene por objeto el establecimiento del reinado del Señor, y el juicio es el medio para introducirlo.

Notemos todavía un hecho importante: el Apocalipsis es un libro simbólico. El símbolo, como lo dijo un autor, encierra “un pensamiento infinito en una forma limitada”. Él es necesario, pues, para hacernos entender un inmenso conjunto de verdades que no podríamos abarcar de manera alguna sin él. El símbolo nos presenta, ora un ser viviente (ángel, hombre, animal), ora un grupo de seres vivientes, ora un objeto inanimado o un grupo de objetos destinados a presentarnos ciertas cualidades morales cuyo conjunto nos sería incomprensible sin esta representación. Todo es símbolo en el Apocalipsis; es inútil multiplicar los ejemplos de ello porque comprenden el libro entero (exceptuado, sin embargo, el cap. 11:4-13 y el trozo que va desde el cap. 20:4 hasta el cap. 21:4). Nombremos solamente el Cordero, los ancianos, la mujer y el hijo varón, la ramera, los dos testigos, los 144.000 señalados, los cuatro seres vivientes, las dos bestias, el trono, Babilonia, la nueva Jerusalén, etc.

El libro del Apocalipsis, salvo la introducción (cap. 1:1-8) y los últimos versículos (cap. 22:16-21) está dividido en tres partes de dimensiones muy desiguales:

  • Las cosas que Juan vio (cap. 1:9-20).
  • Las cosas que son (cap. 2 y 3).
  • Las cosas que han de ser después de estas (cap. 4 al 22:5).

2 - Introducción

Este libro es una revelación de Jesucristo que Dios le dio a él mismo, transmitida a Juan, no por un ángel cualquiera, sino por «el ángel», el representante de Cristo, para que el apóstol (profeta en este libro) dé testimonio de las cosas que constituyen su visión. Esta revelación de Jesucristo no es tan solo una revelación que le pertenece y que él nos la comunica, sino que también se refiere a su persona. Indudablemente conocemos al Señor bajo caracteres mucho más preciosos, más elevados, más íntimos que los que se nos presentan aquí, pero sin este libro nos faltarían muchos rasgos de nuestro amado Salvador y no poseeríamos un Cristo completo. Por ejemplo, tenemos el Cordero, el León de la tribu de Judá en medio del trono, el triunfador Hijo del hombre llevando todos los ejércitos del cielo a la victoria final, todas sus manifestaciones angelicales, y muchos otros caracteres que señalaremos oportunamente.

Esta revelación de Jesucristo es enviada a las siete iglesias simbólicas –es decir, a lo que vino a ser la Iglesia entregada a su responsabilidad–, pero no les está dirigida. Ella está dirigida al profeta Juan, quien la da a conocer al ángel de la iglesia y a aquellos para los cuales ella está destinada y que tienen oídos para oír. Ello establece una gran diferencia con las demás epístolas dirigidas a las iglesias en el Nuevo Testamento. Los que reciben estas comunicaciones y las aprovechan son aquellos que pueden decir: «Al que nos ama».

El carácter de la venida de Cristo en este libro es dado en el versículo 8.

3 - Primera parte – Las cosas que Juan vio

Tanto para Juan como para nosotros, estas cosas se concentran en un solo objeto: Cristo. Pero, además, encontramos aquí un carácter de Cristo que hasta entonces era desconocido en su conjunto para el profeta, aunque los detalles de él estén revelados en la profecía de Daniel y en otra parte. Se trata de Cristo hombre con atributos divinos; Cristo, pero no en su carácter de intercesor; Cristo ceñido con un cinto de oro, no para servir, pues la ropa talar –símbolo de su dignidad– le llega hasta los pies, sino Cristo hombre y Anciano de días, aplicando su apreciación sacerdotal a aquella que tiene el nombre de Iglesia aquí abajo, sondeando todas las cosas, quien está como juez en medio de los candelabros. Juan, el discípulo amado, nunca había encontrado a su Salvador revestido de ese carácter, por lo cual el profeta cae a sus pies como muerto, no pudiendo soportar la plena luz y el fuego devorador de su presencia. Recibe de la propia boca del juez la seguridad de que Él es el hombre otrora crucificado, luego resucitado y vencedor del Hades y de la muerte, garantía de la resurrección de sus amados. El profeta, pues, no tiene nada que temer. El objeto del juicio no es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, o Esposa de Cristo, o morada de Dios en Espíritu y edificada por el propio Cristo, sino que es la Iglesia vista desde fuera, por así decirlo, confiada a la responsabilidad del hombre y, como tal, desde ese momento caída en la ruina.

4 - Segunda parte – Las cosas que son

Estas cosas existían ya en el tiempo de Juan y existen todavía. Dado que el Apocalipsis es un libro de juicio, la Iglesia responsable, la Iglesia de aquel entonces y la de hoy, debe entrar en su campo visual, puesto que su historia no concluyó aún. Se trata de mostrar que el juicio comienza por la casa de Dios» (1 Pe. 4:17), como también de despertar a los verdaderos creyentes que están en medio de este estado de cosas y alentarles, mediante promesas, hasta la victoria final.

En estos dos capítulos hallamos la historia de la Iglesia responsable en su desarrollo sucesivo, desde el abandono del primer amor. Nótese que no se menciona de ningún modo el período en que ella, cual Eva, salió de las manos de su Creador y Esposo, con su pureza y hermosura primitivas. El Espíritu de Dios la toma en el momento de su decadencia, el que siguió a su posición de origen divino, cuando su estado dependía, no de la gracia, sino de su responsabilidad. Se vuelve a encontrar el mismo principio en Sardis, en cuanto a lo que fue resultado de la Reforma. No es esta última obra la que se pone en duda, sino lo que resultó de ella cuando fue confiada a los cuidados del hombre y ya no tuvo más que el «nombre de que vive».

4.1 - Las siete iglesias

Las siete iglesias se dividen en dos grupos: uno de cuatro y otro de tres iglesias. Las cuatro primeras nos dan la historia completa de la cristiandad hasta la venida del Señor y el establecimiento de su reino, cuya administración la confiará a los fieles. Las bendiciones no se otorgan al conjunto, el que cae bajo el juicio, sino a la victoria personal: Al «que venciere». Esta victoria consiste en resistir a la corriente del mal particular que lleva cada iglesia y en obrar contrariamente a ese mal, nadando contra la corriente. Notemos aquí dos detalles importantes:

En las tres primeras iglesias (Éfeso, Esmirna y Pérgamo) la exhortación a escuchar lo que el Espíritu dice a las asambleas se dirige todavía a la Iglesia como conjunto, aunque esa exhortación supone que no todos tendrán oídos para oír. La recompensa prometida a aquel que venciere sigue a esta exhortación y, por lo tanto, conserva todavía un carácter general. En la iglesia en Tiatira, por haberse formado un remanente en medio de la apostasía general (cap. 2:24), la exhortación a escuchar sigue a la recompensa prometida, en lugar de precederla. Esto significa que el galardón y la amonestación no son para el conjunto, sino para el remanente. Necesariamente es lo mismo para las tres últimas iglesias, las que no consideran más la totalidad cristiana, sino lo que se separó de ella.

En cada iglesia, el nombre que toma el Señor está en relación con el estado de la misma. La victoria es, pues, como lo hemos dicho, la contrapartida de ese estado y la recompensa está en relación con el nombre bajo el cual Cristo se revela a cada iglesia y con la victoria de aquel que ha oído lo que el Espíritu dice a las asambleas. Finalmente, la recompensa consiste siempre en una comunión pública o privada con el Señor.

En las cuatro primeras iglesias, el Señor toma los ya conocidos caracteres bajo los cuales se manifestó en el primer capítulo. En las tres últimas, él se revela bajo nuevos caracteres, los que son como una nueva revelación de sí mismo al alma de los fieles. Las cuatro primeras iglesias nos presentan:

Éfeso, la Iglesia primitiva considerada en su decadencia, la que comenzó en el tiempo de los apóstoles y se acentuó inmediatamente después de ellos.

Esmirna, el período de las persecuciones, mediante las cuales el Señor procura detener esa decadencia y restaurar la Asamblea.

Pérgamo, el establecimiento (por Constantino) del trono de Satanás en la Iglesia. Los testigos fieles son perseguidos en medio de ella.

Tiatira, la forma romana de la Iglesia, la cual da y dará su carácter a la cristiandad hasta la venida del Señor: la falsa profetisa con su fornicación y su culto idólatra. Balaam (cap. 2:14), los Nicolaítas (cap. 2:6, 15) y Jezabel (cap. 2:20) tienen, en el fondo, el mismo carácter, pero Balaam ejerce su acción desde afuera –como lo hizo contra Israel (Núm. 22:5)–, mientras que los Nicolaítas crean una secta dentro y Jezabel es lo que caracteriza a la propia Iglesia. En este medio (y no en Tiatira propiamente dicha, sino en el estado de la Iglesia caracterizada por Tiatira) se forma un remanente bien definido como conjunto: «Los demás que están en Tiatira».

Las tres últimas iglesias constituyen, según un orden simétrico que se repite a través de todo el Apocalipsis, un tema especial extraído del tema general; a diferencia de las cuatro primeras, no se suceden sino hasta una cierta medida son más bien coexistentes; constituyen en su origen el remanente mencionado en Tiatira, pero dos de ellas –Sardis y Laodicea– solo nos son presentadas como la corrupción de lo que en un momento determinado había sido establecido con poder por el Señor.

Sardis es el protestantismo muerto, producto de la Reforma.

Filadelfia, el despertar producido en medio de ese estado y que, sobre la base del amor fraternal –como su nombre lo indica–, guarda la palabra del Verdadero y no niega el nombre del Santo, aunque tenga poca fuerza exterior, flaqueza a la cual suple el Señor que tiene la fuerza, abriéndole él mismo la puerta del Evangelio. Esta iglesia agrupa a los santos fuera de la sinagoga de Satanás, en la común espera del retorno de Cristo. El Señor la reconoce y no le dirige ningún reproche. «Vencer», para Filadelfia, significa retener lo que tiene: poca fuerza, su Palabra, su Nombre, su venida. Todo despertar que presente este carácter pertenece a Filadelfia y subsistirá hasta la venida del Señor. Filadelfia tendrá una corona, será guardada de la hora de la prueba e introducida en la gloria. Sus bendiciones están indisolublemente ligadas a la gloria de Dios y de Cristo.

Laodicea es, en un sentido, el resultado de lo que el despertar de Filadelfia ha producido en la cristiandad profesa: una gran actividad exterior sin vida, sin corazón para el Señor, sin conocimiento de sí misma y enteramente basada en la energía del viejo hombre, por la cual cree poder adquirir las bendiciones divinas, cosa aborrecible para el Señor, quien la vomita de su boca. En esta situación esperará el juicio final que caerá sobre ella.

5 - Tercera parte – Las cosas que han de ser después de estas

Es la parte principal, el tema propiamente dicho del Apocalipsis. Empieza con las palabras «después de esto», es decir, una vez terminado el período de la Iglesia responsable en este mundo [1].

[1] Sin embargo, nótese que el término «después de esto» no siempre significa que los acontecimientos introducidos sigan necesariamente a los precedentes (comp. cap. 7:1, 9; 15:5; 18:1; 19:1). Más de una vez ese término tiene un carácter específico que indica el período de la tercera división en que los acontecimientos tienen lugar.

5.1 - Primera división (cap. 4 al 11:18)

Acontecimientos proféticos hasta el establecimiento del reinado de Cristo

5.1.1 - Primera subdivisión – La escena celestial: El trono y el Cordero

La Iglesia responsable ha llegado al final de su historia en la tierra. Los que vencieron fueron trasladados al cielo, según la promesa hecha a Filadelfia. La voz del Hijo del hombre revelado en el capítulo 1 invita al profeta a asistir a la escena celestial. Contempla ahora (cap. 4) el trono del gobierno divino en el cielo, puesto que ya no está en la tierra. Aquel que está sentado en el trono, el Señor, Dios, Todopoderoso, se identifica en cierto momento con Cristo, por el cual creó todas las cosas (esta asimilación de las dos personas caracteriza los escritos de Juan).

El trono está acompañado por todo el aparato judicial; pero, cuando los juicios van a caer sobre la tierra, se mantiene claramente el pacto con la creación (el arco iris). En el trono mismo, la gloria divina se manifiesta en una persona, pero no en su aislamiento inaccesible, ya que otros tronos están asociados con él, y en ellos están los ancianos, los santos celestiales de todas las dispensaciones, en su carácter de reyes. Por último, en medio del trono y a su alrededor, es decir, formando parte de la composición del mismo, los cuatro seres vivientes (ángeles o santos, según la ocasión) tienen los atributos necesarios (poder, firmeza, inteligencia, rapidez de acción) para ejecutar los juicios divinos sobre la tierra.

En el capítulo 5 hallamos en medio del trono al Cordero inmolado. Esta palabra Cordero (arnion, en griego) es, sin embargo, característica de la tercera parte del Apocalipsis. Allí se la encuentra veintinueve veces, y una sola en todo el resto del Nuevo Testamento (Juan 21:15) [2]. Indudablemente, el Cordero es aquel que padeció para cumplir la redención, pero ante todo es el Mesías, quien, por haber sufrido, por haber sido inmolado, viene a ser en medio del trono el centro de todos los consejos de Dios, aquel sobre cuya obra se funda la gloriosa eternidad, aquel también que es el único digno de abrir los sellos del libro, de dar así libre curso a los propósitos de Dios, destinados a introducir su reinado y la manifestación de su gloria en la tierra.

[2] En algunos pasajes, aunque aparece la palabra «cordero» en el texto castellano, el original griego utiliza los términos siguientes: Amnos (Juan 1:29, 36; Hec. 8:32; 1 Pe. 1:19). Arnos (Lucas 10:3).

Aquí el Cordero, al igual que el Señor Dios Todopoderoso en el capítulo 4, no está aislado. Los cuatro seres vivientes y los ancianos están delante de él, con el aparato sacerdotal, la alabanza y la intercesión, así como en el capítulo 4 estaban con los atributos de su realeza. El Cordero «vino» –palabra inicial de todo el resto del libro–, toma el libro de los consejos y los caminos de Dios, a los cuales él solo tiene derecho a dar curso, para entrar en posesión de su herencia una vez cumplidos.

5.1.2 - Segunda subdivisión – Historia profética general de los caminos de Dios para con el mundo (cap. 6 al 11:18)

Esta gran subdivisión, cortada por paréntesis, comprende la historia general de los caminos de Dios para con el mundo durante el período profético futuro. Este tema general termina en el capítulo 11:18. Los siete sellos y las siete trompetas son los juicios destinados a traer el reinado de Cristo, y hasta el final dan ocasión a los hombres para que se arrepientan. Esos juicios nos conducen hasta la entrada del reinado milenario y aun, por la mención del juicio de los muertos, hasta el umbral de los tiempos eternos (cap. 11:17-18).

5.1.2.1 - Primera sección – Los seis primeros sellos

Los cuatro primeros sellos son juicios providenciales cuyas causas pueden parecer naturales a los hombres, pues ellas no superan los límites de acontecimientos terrenales del pasado: guerras de conquista, luchas y matanzas mutuas, hambre, en fin, los terribles cuatro juicios de Jehová (Ez. 14:21).

El quinto sello nos muestra que ese período (el cual no es todavía la última media semana de Daniel) está acompañado por persecuciones y por el martirio de los santos (comp. Mat. 24:8-9). Sus almas, debajo del altar en que ofrecieron sus cuerpos en sacrificio por la verdad, claman venganza y dicen: «¿Hasta cuándo…?». Una vez completado el número de ellos con los mártires judíos y gentiles de la última media semana, entonces serán resucitados e introducidos en su herencia celestial.

El sexto sello, respuesta al clamor de esas almas, se caracteriza por una terrible revolución con una conmoción general y derrocamiento de toda autoridad, lo que erróneamente hace decir a los hombres que ha llegado la ira del Cordero. Sin embargo, tal ira es aún futura en ese momento.

5.1.2.2 - Paréntesis – Los 144.000 sellados y la gran multitud

Este capítulo es un paréntesis intercalado en el curso del relato. Nos presenta dos clases de personas preservadas durante el período que estamos considerando. En primer lugar, 144.000 sellados (número simbólico) de entre las doce tribus de Israel. En segundo lugar, una inmensa multitud de entre los gentiles que están en la tierra, delante del trono y del Cordero, venidos de la gran tribulación. Es la conversión masiva de las naciones por medio del Evangelio eterno (14:6-7; Mat. 24:14). Las palabras «después de esto», repetidas dos veces (v. 1 y 9), indican que los 144.000 y la gran multitud pertenecen a la tercera gran división de este libro, inaugurada con esas mismas palabras en el capítulo 4:1.

5.1.2.3 - Segunda sección – El séptimo sello y las cuatro primeras trompetas

Después del paréntesis del capítulo 7 continúa el tema del capítulo 6. La apertura del séptimo sello, tras un intervalo poco considerable y sin revelación especial de los caminos de Dios (v. 1), se convierte en siete trompetas. Con ellas cambia el carácter de los juicios divinos. No son ya acontecimientos providenciales, como los del capítulo 6, sino juicios públicos y directos que caen sobre los hombres. Por eso el Señor comienza a manifestarse, no aún públicamente, pero sí en su forma angélica, pues en el Apocalipsis él tiene su ángel (cap. 1:1), «el ángel de Jehová» del Antiguo Testamento. Por primera vez en el capítulo 14 se revela abierta y públicamente.

Las palabras «otro ángel» designan al Señor de manera clara hasta el capítulo 14, donde esta expresión adquiere otro significado. Ya al principio del paréntesis del capítulo 7 el Señor se da a conocer por primera vez misteriosamente y en asociación con los santos (nosotros «hayamos», v. 3) como otro ángel que tiene el sello del Dios vivo para poner aparte, en forma pública, a los 144.000. En nuestro capítulo, él es a la vez sacerdote para interceder en favor de los santos y hacer eficaces sus oraciones, y para echar el fuego del altar de bronce sobre la tierra, juicio que ejecuta en respuesta a las peticiones de ellos. El conjunto de caracteres que el Señor reviste aquí solo es conocido en el Apocalipsis.

Las trompetas, resultado de la ofrenda de las oraciones de los santos, proclaman claramente la inmediata intervención de Dios. Al igual que los sellos, ellas se dividen en grupos de cuatro y tres. Las cuatro primeras son de juicios directos sobre las circunstancias humanas. No olvidemos que todos los términos empleados aquí pertenecen al lenguaje simbólico, cuya explicación debe buscarse en la Palabra misma.

La primera trompeta es un juicio repentino que viene del cielo para destrucción de los grandes y de la prosperidad general. La segunda trompeta es la destrucción de un gran reino caído en medio de la anarquía y que produce la muerte moral y la apostasía allí donde cae. En la tercera trompeta hallamos una gran autoridad destinada a traer la luz de lo alto, dejando su posición de relación con Dios y ocasionando a los hombres su muerte y perdición. En la cuarta trompeta, la autoridad soberana, destinada a iluminar la mente humana, es herida junto con lo que depende de ella, y deja a los hombres sin ningún conocimiento de los pensamientos de Dios. La «tercera parte» es algo característico en todo ese pasaje. Este término no puede significar sino una parte de un objeto divisible en tres, pero más frecuentemente se refiere a la parte occidental del imperio romano, sede del trono de la bestia [3].

[3] En el capítulo 12:4 este término «tercera parte» se relaciona con el imperio romano resucitado bajo forma satánica, teniendo por jefe a la bestia y ejerciendo su influencia en occidente, es decir, en el dominio de los diez reyes, sobre la tercera parte de las potencias subordinadas que habrían debido comunicar la luz divina a los hombres. El capítulo 9 nos hace ver Palestina (véase Zac. 13:8 y Ez. 5:12, para la tercera parte relacionada con la Palestina), y luego la tercera parte oriental de este imperio (v. 15 y 18).

5.1.2.4 - Tercera sección – Quinta, sexta y séptima trompetas

Las tres últimas trompetas son trompetas de «ayes». Aquí los juicios son todavía más terribles y no alcanzan a las circunstancias humanas, sino a las personas.

El primer «ay» (cap. 9:1-12) cae sobre una parte del imperio romano oriental, es decir, la Palestina [4]. Vemos, en el versículo 4, que la propaganda conquistadora del ejército de las langostas tiene ciertos rasgos de semejanza con aquella del profeta Joel (cap. 1:6; 2:4). Ese ejército alcanza a los que, en la región invadida, no tienen el sello de Dios en sus frentes (comp. 7:3), a saber, los judíos apóstatas. Es un juicio de Dios, pero entregado en manos de Satanás y distinguido por un carácter infernal de miseria moral.

[4] De allí, según creemos, la expresión a menudo repetida en este pasaje: «La tierra» o el país (comp. 11:4, 6).

El segundo «ay» (v. 13-19) cae sobre otra tercera parte del reino de la bestia (v. 15-18), a saber, sobre el imperio romano oriental, salvo tal vez la Palestina. Ese segundo «ay» consiste en una invasión a mano armada que sostiene doctrinas diabólicas.

El imperio romano, pues, es herido en su totalidad por las seis primeras trompetas. Hasta aquí (v. 20-21), los hombres son azotados con miras a atraerlos, de ser posible, al arrepentimiento. Vemos en esos dos versículos cómo responden al llamado divino.

5.1.2.5 - Paréntesis – El librito o la última media semana de Daniel

Tenemos aquí un nuevo paréntesis intercalado entre la segunda y la tercera trompeta de «ayes», el cual tiene un lugar determinado entre esos dos períodos. La duración de los sucesos relatados aquí, la única que es mencionada en el Apocalipsis, corresponde a la última media semana de Daniel (cap. 9:27): tres años y medio, o 1.260 días, o un tiempo, tiempos, y la mitad de un tiempo (cap. 12:14). Todo lo que precede a esas trompetas de «ayes» tiene una duración indeterminada que no está comprendida en la cronología apocalíptica.

Este paréntesis es inaugurado por «otro ángel», Cristo bajo forma angélica –no manifestado aún públicamente–, revestido de caracteres celestiales, particularmente en relación con las circunstancias de su pueblo (la nube y la columna de fuego), teniendo la autoridad suprema, anunciando que mantiene su pacto con la creación y reivindicando sus derechos sobre el mundo entero, caracteres de Cristo cuyo conjunto no nos es revelado en otra parte, sino aquí. Todos sus derechos le serán atribuidos al toque de la tercera trompeta de «ayes». Cristo (el ángel) tiene en su mano un librito abierto, y lo da al profeta: es la profecía acerca de Israel, no sellada, porque es muy conocida en el Antiguo Testamento. En este pasaje se refiere particularmente a las relaciones del remanente de Judá, consagrado al martirio en Jerusalén, con la apostasía cuyos agentes son la bestia y el falso profeta.

Ese testimonio del remanente de Judá tiene lugar mientras Jerusalén es hollada por las naciones, y reivindica los derechos de Cristo sobre la tierra por lo que atañe a su realeza y a su sacerdocio (comp. Zac. 4). Es semejante al testimonio de Elías y Moisés, confirmado por un suficiente número de testigos (dos, en lenguaje simbólico), cuya historia nos es dada en pocas palabras. La bestia imperial romana les da muerte y los moradores de la tierra se regocijan a causa de ello.

Este término característico («los habitantes de la tierra»), repetido doce veces en el Apocalipsis, indica que hay en esos hombres un completo olvido de Dios. La tierra es la escena a la cual sus corazones, su voluntad y sus esperanzas están apegados. La historia de los testigos acaba por su resurrección y su ascensión en la nube a ojos de sus enemigos.

5.1.2.6 - Tercera sección (continuación) – La séptima trompeta

El tercer «ay», fin de la tercera sección, es el último. El misterio de Dios está terminado (cap. 10:7), su gobierno está ahora plenamente manifestado; el primer «ay» provenía de Satanás sobre los judíos apóstatas; el segundo «ay» venía, de parte de los hombres influenciados por Satanás, sobre el imperio romano oriental. El tercer «ay» viene directamente de Dios sobre todas las naciones. Es la lucha final expresada aquí en pocas palabras. Es la solución de la gran cuestión que se había planteado en cuanto a si Satanás sacaría ventaja o si el Señor y sus santos obtendrían la victoria, como así también si el reinado de Cristo se establecería en la tierra. De tal modo, en pocas palabras, somos conducidos hasta el establecimiento de ese reinado y a toda su duración, ya que él termina en el juicio de los muertos, después del Milenio.

Con el capítulo 11:18 se cierra toda la sucesión general de los acontecimientos proféticos.

5.2 - Segunda división – Aspecto religioso de los últimos días (cap. 11:19 al 22:5)

Estos capítulos, que se dividen en varios grupos, no presentan una serie continua de acontecimientos como los capítulos anteriores (4 al 11:18). Estos grupos son como cuadros yuxtapuestos, pero tienen, como lo veremos, una conexión entre sí. Su ubicación histórica pertenece al período de la segunda media semana de Daniel, es decir, al paréntesis introducido entre las dos últimas trompetas de «ayes».

5.2.1 - Primera subdivisión – Actores principales de la escena final (cap. 11:19 al 14:5)

Estos capítulos nos presentan los actores principales de la escena final, la cual se desarrolla en el terreno judío y corresponde al paréntesis de la última media semana citada en el pasaje que incluye todo el capítulo 10 y la porción del capítulo 11 que se extiende hasta el versículo 13 inclusive.

5.2.1.1 - La mujer, su simiente y el dragón

Esta división empieza por la reanudación de las relaciones con Israel, considerado según los eternos consejos de Dios: «El arca del pacto» (cap. 11:19). A continuación (cap. 12:1-17) aparece la mujer –el pueblo judío visto según los pensamientos de Dios en el cielo– dando a luz al Mesías, quien es arrebatado hacia Dios pese al esfuerzo del diablo por devorarlo, esfuerzo iniciado a su nacimiento, proseguido en la cruz y, desde la cruz, durante la existencia de la Iglesia en la tierra.

Ese arrebato comprende el de la Iglesia, porque Satanás es arrojado de inmediato a la tierra, desde que el «hijo varón» (término específico para indicar a Cristo –las primicias– y a los que son de él en su venida) entró en el cielo.

Mas la mujer judía es dejada en la tierra y el dragón, tomando la forma política del imperio romano resucitado, la persigue, después de haber sido precipitado a la tierra durante el combate con Miguel y sus ángeles. La mujer representa al remanente judío fiel, puesto al abrigo de la persecución de Satanás, entre las naciones, durante la última media semana. Una parte de ese remanente se queda en Jerusalén, según lo vimos en el paréntesis, para testificar allí y sufrir hasta el martirio. Satanás, enfurecido por el fracaso de su empresa contra la mujer, dirige sus esfuerzos contra ese remanente (cap. 12:17; comp. 11:4-13).

5.2.1.2 - Las dos bestias

Después de la mujer, su simiente y el dragón, hallamos los dos grandes instrumentos satánicos de la escena que se desarrolla durante la última media semana. Forman, con Satanás, una especie de trinidad del mal en ese período.

La primera bestia, la cual sube del mar, es el imperio romano, la cuarta monarquía universal de los gentiles, resucitada después de haber sido herida de muerte en su cabeza imperial. Ese imperio renace con una cabeza y en un personaje que lidera una confederación de diez reyes, quien posee un gran poder satánico y una boca llena de blasfemias contra Dios, la Iglesia y los santos. Su aspecto religioso blasfematorio resalta particularmente en los versículos 5 al 7.

La segunda bestia, la cual sube de la tierra, es el anticristo, rey y falso profeta judío. Posee un milagroso poder infernal, y fuerza a su pueblo a adorar la imagen de la primera bestia (la abominación desoladora –predicha en Daniel 9:27; 11:31; 12:11; Mateo 24:15– puesta en el templo de Jerusalén), señalando a todos los hombres con su marca, parodia de los 144.000 del capítulo siguiente.

5.2.1.3 - El Cordero y los 144.000

Estos versículos continúan presentándonos los actores de la escena final. En contraste con el capítulo 13, hallamos en primer término al Cordero sobre el monte Sion. Es la primera manifestación pública de Cristo, la que pone fin a las misteriosas manifestaciones angelicales precedentes. Con él hay 144.000 de Judá (no son los 144.000 de las doce tribus de Israel, señalados en el capítulo 7). En contraste con los que tienen la marca de la bestia (cap. 13:17), estos llevan el nombre del Cordero y el nombre de su Padre en sus frentes. Atravesaron los terribles tiempos de la gran tribulación, y el dragón no pudo alcanzarlos; son la simiente de la mujer, irreprochables en su conducta, como el remanente de los dos primeros libros de los Salmos (Sal. 1 al 72). Cantan en la tierra un cántico nuevo, contrastando con los ancianos que lo cantan en el cielo, pero lo aprenden de una compañía allí reunida, la que no está formada por los cuatro seres vivientes ni por los ancianos, sino por los mártires judíos muertos por la bestia.

Esas dos compañías –los 144.000 sobre el monte Sion y aquellos a quienes se oye cantar en el cielo– forman la parte celestial y la terrenal del remanente judío fiel, desde el arrebato de la Iglesia; los unos (cap. 11:11-12), muertos por el testimonio que dieron, han resucitado; los otros, habiendo atravesado la gran tribulación, están destinados a ser los compañeros del Rey aquí en la tierra.

5.2.2 - Segunda subdivisión – Los caminos de Dios durante la crisis final

Esta segunda parte del capítulo 14, de la cual hacemos un grupo especial, nos muestra los distintos caminos de Dios durante la crisis final, caminos destinados a traer la manifestación pública del Cordero presentado al comienzo del capítulo.

(V. 6-7). El Evangelio eterno, aquel que fue anunciado en Génesis 3:15, eterno en cuanto a sus resultados. Es, de hecho, el Evangelio del reino predicado a todas las naciones y por el cual se convierte la inmensa muchedumbre del capítulo 7.

(V. 8). La caída de Babilonia la grande, introducida aquí, y de la cual se hablará más tarde en detalle, tiene su lugar en la sucesión de los caminos de Dios.

(V. 9-12). El juicio final de aquellos que rinden homenaje a la bestia y llevan su marca.

(V. 13). La dicha y el descanso definitivo de aquellos que mueren en el Señor: «¡Dichosos los muertos que desde ahora mueren en el Señor!» Desde ese momento no habrá más mártires.

(V. 14-16). A todo esto, sucederá la siega, momento en que el Hijo del hombre pondrá su hoz en la tierra y la cizaña será apartada del trigo; la vendimia (v. 17-20) es un juicio sangriento sobre el Israel infiel en toda la extensión de la Palestina (1.600 estadios).

5.2.3 - Tercera subdivisión – Las siete copas o la ira de Dios consumada

Este grupo constituye un apéndice cuyos acontecimientos forman parte de la serie de los caminos de Dios citada en la segunda parte del capítulo 14; son las siete copas, es decir, la consumación de la ira de Dios.

Con antelación (cap. 15:2-4) vemos la compañía celestial de los mártires gentiles muertos por la bestia durante la última media semana. Es la multitud celestial correspondiente a la gran compañía de gentiles salvados en la tierra (cap. 7:9). Están de pie, sobre un mar de vidrio mezclado con fuego, símbolo de pureza definitiva (en contraste con el mar de bronce del templo) y de la tribulación pasada para alcanzar esa pureza. Cantan el cántico de Moisés y el del Cordero. Es la alabanza respecto a la destrucción del poder (los egipcios) que oprimía al pueblo de Dios, pero es también la victoria del Cordero otrora rechazado, mas ahora declarado rey de las naciones (no de los santos). Esta escena es semejante a la del capítulo 14:1-5, donde se ve a las dos compañías de judíos, la una en el cielo (mártires judíos del Apocalipsis), la otra en la tierra, en el monte Sion con el Cordero.

Nótese de paso la secuencia de las escenas celestiales que se sucedieron hasta aquí: capítulos 4 y 5, todos los santos glorificados, incluso la Iglesia, representados por los ancianos, reyes y sacerdotes (aún no está establecida la distinción entre los santos de las antiguas dispensaciones y los de la actual); capítulo 6:9-11, las almas debajo del altar; capítulo 12, el Hijo varón (Cristo y la Iglesia) arrebatado hacia Dios y su trono; capítulo 14:2-4, los mártires judíos de la bestia enseñan desde el cielo el cántico nuevo al remanente de Judá que está en la tierra; capítulo 15:2, los mártires gentiles de la bestia. Todos estos grupos forman parte de la primera resurrección, según lo veremos más tarde.

Capítulo 15:5 al capítulo 16: se abre el templo del tabernáculo en el cielo para que de allí salgan los siete ángeles que tienen las siete copas, manera por la cual Dios muestra que en las siete copas él obrará en vista de sus relaciones con su pueblo Israel; esas son las siete copas de la ira de Dios, y son postreras porque en ellas es consumada su ira. Sin querer especificar demasiado, creo que el período de las copas corresponde a la séptima trompeta, acerca de la cual está escrito: «Ha llegado tu ira» (cap. 11:18), o también al período comprendido entre los versículos 9-12 del capítulo 14, donde se habla del vino del furor de Dios, vaciado puro en el cáliz de su ira.

Las siete copas (cap. 16:2-21) se asemejan, en cuanto al carácter de sus juicios, a las siete trompetas; pero esos juicios son más generales, porque no abarcan solo una u otra de las terceras partes del imperio romano, sino su totalidad.

La primera copa (correspondiente al cap. 14:9-10) cae sobre la tierra y los apóstatas. La segunda se derrama sobre la masa de los pueblos (el mar) que abandonaron a Dios. Bajo la acción de la tercera, todos los manantiales de refrigerio (ríos y fuentes de aguas) de los hombres, se tornan mortales; los perseguidores de los santos y profetas son particularmente alcanzados por los juicios. La cuarta copa torna el poder supremo (el sol) ardiente y terriblemente opresor. Por la quinta copa, el imperio romano es entenebrecido y herido con amargos dolores, pero todo esto no aminora en manera alguna las empresas de la bestia contra Cristo.

Nótese que, en la cuarta, quinta y séptima copa, los hombres, lejos de arrepentirse de acuerdo a la ocasión que les ha sido dada, blasfeman «el nombre de Dios», luego contra el «Dios del cielo» y, progresando cada vez más en su odio contra Aquel que los azota, blasfeman «contra Dios» (cap. 16:9, 11, 21).

En la sexta copa desaparecen los límites que constituyen la seguridad del imperio romano, para introducir en escena a los reyes del Oriente (o del Sol levante), formando parte, tal vez, de la gran confederación del Asirio profético (el rey del norte, de Daniel, o el Gog y Magog, de Ezequiel).

Los versículos 13-16 nos dan a conocer a los promotores de los espíritus que reúnen a los reyes de la tierra entera en el gran conflicto entre el imperio romano y el Oriente (es decir, el Asirio y sus aliados) acerca de la Palestina y Jerusalén, pero, en realidad, es una guerra contra Cristo.

Un pequeño paréntesis se abre en el versículo 15. Contiene una solemne advertencia hecha al mundo, semejante a aquella dirigida a la Iglesia en el capítulo 3:3.

En la séptima copa tiene lugar la ira de Dios; es el «hecho está» de la consumación de su ira, el que será seguido, más tarde, por el «hecho está» del establecimiento de la nueva creación (cap. 21:6), porque el propósito final de Dios jamás es el juicio, sino la bendición. Bajo el efecto de esta copa, la gran ciudad, la organización civil del mundo romano, es aniquilada. El sistema religioso apóstata que caracteriza a ese imperio, es rememorado por Dios para destruirlo.

5.2.4 - Cuarta subdivisión – Babilonia y la bestia

Este grupo detalla el contenido de la última copa del capítulo 16:17, 19, y el tema citado en el capítulo 14:8, en la sucesión de los caminos de Dios en los últimos días. Como tenemos en el capítulo 13 el poder civil y religioso en la bestia (el poder imperial romano resucitado) y el falso profeta, hallamos aquí la descripción de Babilonia –la falsa iglesia bajo su aspecto religioso y civil– en sus relaciones con la aludida bestia.

En el capítulo 17, ella es la ramera sentada sobre esa bestia, y se nos llama para que asistamos a su sentencia.

Delante de este misterio, Juan tiene una gran sorpresa: ¡la llamada iglesia ha venido a ser una ramera embriagada con la sangre de los santos! En el versículo 9 la ciudad de Roma, con sus siete montes, es indicada como asiento de la mujer. Son las siete cabezas de la bestia, pero tienen también otro alcance simbólico: representan la sucesión de las siete formas de gobierno del imperio romano. La misma bestia es también un octavo rey, es decir, un gobierno imperial renovado en un jefe (observación importante para la explicación de un símbolo). Los diez reyes confederados, vasallos de la bestia, aborrecerán a la ramera, la falsa iglesia, se apoderarán de toda su sustancia y sus riquezas y terminarán por destruirla. Este acto es gradual: abandono, confiscación, destrucción.

El capítulo 18 presenta el aspecto civil de Babilonia condenada por su idolatría, su corrupción, su mundanería y sus persecuciones contra los santos; el juicio de Dios se venga de ella. En los versículos 16-19 vemos qué efectos produce, en los hombres que habitan la tierra, la desaparición de todo el sistema de la civilización, tan ponderado pero satánico.

5.2.5 - Quinta subdivisión – Orden histórico de los acontecimientos desde la caída de Babilonia hasta el establecimiento de la nueva Jerusalén en los tiempos eternos

Este grupo retoma el orden histórico y nos describe la serie de acontecimientos que tienen lugar tras la caída de la falsa iglesia, la ramera, los que desembocan en los nuevos cielos y la nueva tierra.

(Cap. 19:1-5). El aleluya respecto al juicio de la ramera. Hallamos de nuevo los grupos ya enunciados en el curso del libro: la compañía de los santos mártires en el cielo; todos los siervos, así pequeños como grandes, en la tierra, mientras que los ancianos y los cuatro seres vivientes ocupan un lugar distinto.

(V. 6-10). Las bodas del Cordero; su esposa se ha preparado para este suceso; los ancianos han desaparecido, o más bien se han transformado en dos compañías distintas: los santos glorificados de las dispensaciones anteriores y la Iglesia, mujer del Cordero. Todos los santos celestiales son los convidados a las bodas, salvo, naturalmente, la Esposa, la Iglesia.

(V. 11-21). La ira del Cordero y el juicio de los vivos: Cristo, con el séquito de sus santas miríadas, manifestado aquí bajo un carácter nuevo, sale del cielo y entra triunfante en su reino. Entonces tiene lugar la derrota de las naciones congregadas en Armagedón (16:16). La bestia y el falso profeta son lanzados en el lago de fuego que arde con azufre.

(Cap. 20:1-3). Satanás es atado por mil años.

(V. 4-6). Durante el Milenio, el gobierno es confiado a los santos celestiales; todos están sentados en tronos; es la primera resurrección. Entre esos todos, como formando parte de ese conjunto y en relación con los tiempos apocalípticos, se citan dos clases especiales: los mártires de los tiempos que precedieron a la media semana de gran tribulación (son las almas de debajo del altar que han resucitado), y los mártires, judíos y gentiles, de la bestia. Con ellos, todos los santos y la Iglesia forman la primera resurrección, de la que Cristo es las primicias.

(V. 7-10). A este sumario del Milenio sigue el hecho de que Satanás es desatado de su prisión al cabo de los mil años. Engaña y congrega a las naciones, Gog y Magog, que rodean a Jerusalén y el campamento de los santos; pero son consumidas por el fuego del cielo, y Satanás es lanzado al lago de fuego y azufre.

(V. 11-15). Después de estas cosas viene el gran trono blanco o juicio de los muertos que resucitan para este acontecimiento (cap. 21:1-8). Hallamos aquí, finalmente, la nueva Jerusalén y los tiempos eternos. En adelante, el tabernáculo de Dios, la Iglesia, estará con los hombres, pero, además, Dios habitará con ellos y habrá algo más íntimo todavía: Dios mismo «habitará con ellos», ¡su Dios! El definitivo «¡hecho está!», de la nueva creación es pronunciado y establecido sobre el «Cumplido está» de la cruz (Juan 19:30).

5.2.6 - Sexta subdivisión – La nueva Jerusalén durante el Milenio

Vuelta al tema de los números 5 y 8 del grupo anterior para mostrar las glorias maravillosas de la Esposa, mujer del Cordero, la nueva Jerusalén, durante todo el período del reino milenario (ella posee la gloria de Dios; el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son el templo de ella, el Cordero es su lumbrera), y la administración de ese reino por su intermedio.

La descripción de la nueva Jerusalén se divide en tres partes:

  • Lo que se ve en ella cuando se la considera desde fuera (v. 9-17).
  • El carácter y la naturaleza íntima de la ciudad (v. 18-23).
  • Lo que se goza en ella y lo que le pertenece en relación con otros (v. 24 al cap. 22:5).

6 - Apéndice

Últimas exhortaciones relativas a la revelación profética, las que insisten en la pronta venida del Señor en el sentido propio del Apocalipsis. El Señor viene en busca de los que son mencionados en este libro y que tienen espíritu profético (v. 6-7). Luego «el tiempo está cerca» y «vengo pronto… para recompensar a cada uno según es su obra» (v. 10-12).

7 - Epílogo

Este epílogo, como también las palabras «al que nos ama» (de la introducción: 1:1-18), no pertenecen al tema profético del libro. Se trata aquí de la actual venida del Señor como estrella de la mañana. No son las siete iglesias (cap. 2 y 3), sino la Iglesia, la Esposa, la que vela por el Espíritu, contemplando al Señor en su carácter celestial, diciéndole: ¡Ven!

En el versículo 17 hay una espera colectiva (es la Esposa que dice «¡Ven!»); luego una espera individual («El que oye diga: ¡Ven!»); y, para los que tienen sed y quieren beber, una invitación para acudir y tomar gratuitamente del agua de la vida que la Iglesia posee.

¡Ojalá la actitud de la Esposa, su espera y el llamado que dirige a todos, sean nuestros!

¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!

8 - Cuadros - División del Apocalipsis

8.1 - Acontecimientos proféticos hasta el establecimiento del reinado de Cristo (cap. 4 al 11:18)

8.2 - Aspecto religioso de los últimos dias (cap. 11:19 al 22:5)