Carta a los jóvenes hermanos


person Autor: Henri ROSSIER 50

flag Tema: El lugar de los hermanos y hermanas jóvenes en las asambleas


Queridos jóvenes hermanos:

Un hermano, de edad avanzada, el cual espera diariamente al Señor, pero que también realiza cada día que el tiempo de su partida está próximo, desea escribiros todavía algunas palabras afectuosas de exhortación y de ánimo.

He conocido a algunos ancianos piadosos que, viendo aproximarse el fin de su carrera, han dirigido consejos a los jóvenes hermanos, teniendo en cuenta que estos últimos deberían sucederles en el testimonio. A vista humana, tal eventualidad era posible, digamos incluso probable, pero olvidaban que estos consejos, basados sobre la duración del testimonio, suponen siempre que la venida del Señor no se halla muy próxima.

No es pues para tratar sobre la misión que os incumbirá cuando el Señor haya retirado vuestros conductores lo que me lleva a dirigirles estas líneas, sino al contrario, para insistir sobre el hecho de que el tiempo en el cual os es posible dar testimonio está llegando a su término, y que nos encontramos en la «última hora» (1 Juan 2:18). Estoy persuadido que estáis convencidos de esta verdad si tenéis la Palabra de Dios por guía habitual.

El olvido de esta Palabra es el gran peligro que corren los jóvenes hermanos de la generación actual. Ante todo, quisiera que los jóvenes cristianos no se contentasen con una lectura diligente de la Biblia, como para descargarse de un deber, lo que equivale a no leerla del todo. Pero, aún más, yo quisiera verlos estudiar la Palabra con oración y con el deseo ardiente de ser enseñados por el Espíritu Santo, para comprenderla.

A este fin, algunos consejos podrían seros útiles: Empezad por entregaros al estudio de la parte del santo Libro que el Señor ponga ante vosotros. Leed esta parte y releedla muchas veces de un extremo a otro. Anotad las diferentes verdades que habrán impresionado e interesado vuestra alma. Las recibiréis directamente de aquel que quiere que escuchéis sus enseñanzas. Sin duda, vuestra provisión carecerá de profundidad al principio, pero ella os será tanto más preciosa porque la habéis recibido en toda su pureza del Señor mismo; aun sintiendo vuestra pobreza espiritual, la experiencia os será indudablemente provechosa.

Habiendo terminado este trabajo y comprobado sus apenas iniciados frutos, consultad alguna explicación responsable de la Palabra, como también algún otro estudio de menor importancia; os hallaréis sorprendidos por nuevas oleadas de luz que la Palabra añadirá a vuestros débiles conocimientos. Muchos de estos escritos tienen un valor incomparable para edificaros [1], y pensad bien que el Señor no nos los ha dado para que los ignoréis o los paséis por alto sin leerlos. Aquellos que prescinden de su lectura viven generalmente ignorando el alcance de muchos pensamientos de Dios. Para los unos hay pereza culpable, que teme al esfuerzo exigido para aprovechar el fruto de estos escritos; y menosprecian así estos dones de Dios, como si él los hubiese enviado sin necesidad. Otros, confundidos por su orgullo, piensan poder adquirir por sí mismos y sin ser ayudados en ello, los conocimientos que estos escritos encierran. He notado a menudo que este orgullo recibe su castigo judicial en la ignorancia en que estos cristianos se encuentran sobre verdades elementales en las cuales se hallan familiarizados muchos que son jóvenes en la fe.

[1] Contrariamente a lo que se pueda pensar, existen en lengua española bastantes escritos y comentarios sobre la Palabra de Dios.

Vuestros antecesores, queridos jóvenes hermanos, se han nutrido en estos escritos y han sido fortalecidos por ellos en el conocimiento de las verdades que la Palabra nos presenta, pues la Palabra es la salvaguardia por excelencia de aquellos que atraviesan los decadentes tiempos actuales. Leed, estudiad, meditad, para convenceros de ello, toda la Segunda Epístola a Timoteo.

Queridos jóvenes hermanos, ¿habéis comprendido suficientemente las verdades capitales sin las cuales el testimonio que os es confiado no existiría? ¿Habéis sentido la inmensa importancia de estas verdades desde el principio, que sois, responsables de mantener frente a todas las sectas de la cristiandad profesa que os rodea? El Señor os ha concedido el privilegio de formar parte de su testimonio hasta su venida, siendo este el último testimonio, y es un hecho solemne que, si solo pertenecéis al mismo de una manera exterior, perderéis el beneficio y la recompensa. Es, en efecto, una inmensa bendición estar ligado a un testimonio suscitado para estos últimos tiempos, pero trae, al mismo tiempo, una inmensa responsabilidad. Si la tratamos ligeramente, ella puede constituir, al final de nuestra carrera, la pérdida de toda recompensa, una corona perdida que no será nunca más recobrada.

¿Estaréis tan poco versados en la verdad presente, como para ignorar en qué consiste el testimonio actual del cual formáis parte? Al confiaros este testimonio, Dios no tiene otro objeto que el de sacar a la luz las verdades, aún ignoradas cuando ocurrió el gran despertar de la Reforma, pero comunicadas en tiempos pasados por el ministerio de los apóstoles. Estas verdades comprenden la posición celestial y la liberación del cristiano, la posesión del Espíritu Santo, los dones enviados del cielo por el Señor a su Iglesia; esta Iglesia, un Cuerpo del cual Cristo es la Cabeza gloriosa; la venida próxima del Señor, esperanza constante de la Iglesia; y en fin, las verdades proféticas que operan, en el creyente, una verdadera separación del mundo anunciándoles los terribles juicios que caerán sobre la cristiandad apóstata.

Si ignoráis estas cosas, todavía quizás tendréis tiempo de aprenderlas: es la «última hora»; pero, decir: “yo las conozco”, no es suficiente para contentar a aquel que os las ha confiado.

Lo que acabo de deciros me induce a hablaros de vuestras otras lecturas. No es sorprendente que la juventud, teniendo necesidad de instruirse, se entregue, con este objeto, a la lectura. Pero la lectura es a menudo perjudicial en cuanto ella sustituye a la Palabra por alimentos en los cuales el corazón natural encuentra mayor gusto que en la comida celestial. Podéis evitar este riesgo buscando los numerosos escritos que, por la historia, los descubrimientos arqueológicos, los viajes, las memorias o crónicas, la geografía, las ciencias naturales, etc., os pongan en relación más o menos directa con las Escrituras.

Algunos de mis jóvenes hermanos, formalmente deseosos de servir al Señor con fidelidad, podrían expresar su desfallecimiento oyendo decir entre nosotros que este testimonio ha sido arruinado por nuestra culpa, y que nunca han sido según los pensamientos de Dios el restablecer, en su poder y vigor primitivo, un testimonio arruinado por el hombre. A estos hermanos podemos decirles con el apóstol, al escribir al joven Timoteo: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de sensatez. Por tanto, no te avergüences del testimonio de nuestro Señor» (2 Tim. 1:7-8).

Nuestra infidelidad no ha cambiado nada en cuanto a los designios de Dios referente a este testimonio. Lo repito: Leed a menudo la Segunda Epístola a Timoteo, esta epístola del testimonio del fin y de los recursos infalibles que Dios nos da cuando todo está en ruinas. Veréis que nada ha cambiado de parte de Dios y que el Señor puede ser también honrado hoy como en los primeros días de la historia de la Iglesia. ¿Qué dice el apóstol?: «El sólido fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor» (2 Tim. 2:19).

Queridos jóvenes hermanos, no os descorazonéis; perseverad en el camino de la fe, del afecto y sacrificio a Cristo, de la separación del mal bajo todas sus formas. Estad seguros –y nosotros que os hemos adelantado en la carrera podemos asegurarlo– solo en este camino encontraréis el reposo, el gozo, la paz, la seguridad y la fuerza.

Y vosotros, jóvenes amigos, sobre quienes el mundo ya ha ejercido su influencia, sin que quizás os deis cuenta todavía del terrible peligro que os amenaza, apresuraos a sacudir las cadenas con que Satanás pretende ataros: el pecado que nos rodea, que nos envuelve tan fácilmente, huid de «las pasiones juveniles» (2:22), a fin de que vosotros también seáis testigos fieles del Señor, de su gracia y de su verdad.

En fin, no olvidéis que todo cristianismo práctico se apoya sobre dos bases: la Palabra y la oración. Sin la oración no podéis tener comunión con el Señor; sin la oración la Palabra será para vosotros letra muerta. Y también, sin la Palabra no podéis conocer a Dios, ni a Cristo, ni al mundo, ni aun a vosotros mismos, ni el pasado, ni el presente, ni el porvenir, ni el medio de agradar a Dios y de glorificar a vuestro Salvador en este mundo de tinieblas.

Vuestro afectísimo y anciano hermano.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1923, página 5


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