Índice general
El uso de la música instrumental en las reuniones de la Iglesia
Autor: Sin mención del autor
Tema: La música, himnos y cánticos
Adaptado de un artículo de “Publications évangéliques”, 04 BP 700, Cotonú, Benín.
0 - Prefacio
Debemos examinar si el uso de instrumentos musicales en las reuniones de la Iglesia es apropiado, si se corresponde con la naturaleza del cristianismo. No hablaremos aquí de su uso en un contexto personal o en un coro cristiano. La Palabra es la última y única autoridad en todo lo que concierne al orden en la Casa de Dios; es ella la que debe decidir lo que es justo y nosotros debemos someternos a ella. Ojalá abordemos esta cuestión con corazones dispuestos a recibir enseñanza, buscando el pensamiento divino revelado.
1 - Contrastes entre el judaísmo y el cristianismo
1.1 - 2 «dispensaciones»
Las relaciones entre Dios y los hombres han cambiado a lo largo de la historia, ya que dependen de la revelación que han recibido de él mismo. Se ha revelado progresivamente, como hemos mostrado en otra parte, de ahí la diferencia entre los 2 Testamentos. Se habla de dispensación para designar un período en el que Dios tiene un cierto tipo de relación con los hombres.
Muchos creyentes no reconocen la evidente distinción que existe entre la dispensación del judaísmo y la del cristianismo. Comenzamos por tratar esta cuestión, ya que la cuestión de la intervención de los instrumentos musicales en las reuniones de la Asamblea (o Iglesia) está precisamente relacionada con la existencia de 2 dispensaciones diferentes.
1.2 - Origen y particularidades del judaísmo
El judaísmo fue el resultado de la promesa hecha a Abram en Ur de Caldea. «Haré de ti una nación grande, y te bendeciré… y serán benditas en ti todas las familias de la tierra» (Gén. 12:2-3). Más tarde, Dios renueva su promesa con estas palabras: «Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra» (Gén. 15:7), y en otra ocasión: «Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua» (Gén. 17:8).
Obsérvese que en estas 3 promesas no se dice nada del cielo ni de la vida venidera. Todo está relacionado con la tierra, y especialmente con el país de «Canaán». Solo se refieren a la prosperidad en la tierra.
Una vez llegado al país de Canaán, el pueblo de Israel recibió mandamientos relacionados con las promesas hechas a sus padres: «Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá…» (Deut. 7:12 y sig.). Los versículos siguientes prometen prosperidad material: una familia numerosa, un rebaño próspero y campos fértiles, ausencia de enfermedades y la certeza de obtener la victoria sobre todos los enemigos (en el mismo sentido vean Lev. 26:3-13, Deut. 28:1-14 y Josué 1:2-6). No había, en ese tiempo, nada que fuera más allá de una bendición para la vida presente en la tierra. No se planteaba la cuestión del cielo y de la Gehena, ni siquiera del más allá, salvo algunas alusiones al «Seol», especialmente en los Salmos, pero este concepto sigue siendo vago. Sin embargo, los fieles habían comprendido que se les garantizaba la resurrección (Hebr. 11:13-19).
1.3 - Las características específicas del culto judaico
1.3.1 - Las características generales
Las ordenanzas dadas por Dios para el culto de Israel, en el Antiguo Testamento, se encuentran especialmente en el libro del Éxodo a partir del capítulo 25 y en el libro del Levítico. Se trata de un sistema formalista en absoluto contraste con lo que se encuentra en el cristianismo. El lugar de culto estaba establecido en un solo lugar (Deut. 12:5, 11, 14, 21, 26), Jerusalén, en definitiva. Había que acudir allí 3 veces al año (Éx. 34:23). El culto consistía principalmente en ofrecer sacrificios de diversos tipos. Había numerosas leyes y mandamientos que regulaban la alimentación, la pureza, las fiestas que debían respetarse y la conducta de cada uno. Las únicas personas que tenían acceso a la Casa de Dios (primero el tabernáculo, luego el templo) eran Aarón y sus descendientes, y los únicos que prestaban servicio en relación con el culto a la entrada del santuario eran los levitas, procedentes, al igual que los sacerdotes, de la tribu de Leví.
1.3.2 - El canto y la música
En cuanto a los cantos, la música no se introdujo hasta más tarde, en la época de David (1 Crón. 25). Los instrumentos musicales tenían su papel, pero solo los descendientes de Asaf, Jedutún y Heman eran cantores y podían tocarlos. En diferentes ocasiones, debían sonar 2 trompetas (Núm. 10:1-10), especialmente durante la Fiesta de las trompetas (Núm. 29:1) y durante la luna nueva (Sal. 81:3). El uso de instrumentos se encuentra en varias ocasiones en los Salmos: Salmo 98:5-6, por ejemplo, y Salmo 150, al que volveremos más adelante. La música con instrumentos también se utilizaba en determinadas circunstancias especiales. Podemos recordar la pandereta de María tras el paso del mar Rojo (Éx. 15:20-21), los laúdes y otros instrumentos musicales tocados por los cantores vestidos suntuosamente en el día de Salomón (2 Crón. 5:12-14; 7:6). Más tarde, en la época de Nehemías, varios instrumentos musicales acompañaban a los coros durante la dedicación de la muralla de Jerusalén (Neh. 12:27-43).
Sin embargo, ya en aquella época, la Palabra de Dios distinguía entre lo que era puramente musical y el estado del corazón de los que rendían culto, de modo que, si el estado de los corazones no era bueno, la música era rechazada y considerada como mero ruido, y sus cantos, como gritos (Amós 5:23; 6:5-6).
1.4 - El cristianismo
1.4.1 - 8 cambios importantes introducidos por el cristianismo
La Iglesia o Asamblea fue anunciada por nuestro Señor ya en Mateo 16 (v. 18), y su existencia comenzó en Hechos 2 con la venida del Espíritu Santo, que constituyó a los creyentes en un solo Cuerpo (1 Cor. 12:13). Tras un período en el que se mantuvieron las formas judaicas en el cristianismo naciente (Hec. 3; Epístola de Santiago), la Epístola a los Hebreos animó positivamente a los judíos cristianos a desvincularse del culto judaico para seguir a Cristo, y solo a Cristo (toda la Epístola, pero especialmente Hebr. 13:13).
Recordemos algunos de los contrastes más marcados entre las 2 dispensaciones judía y cristiana:
1) Mientras que la promesa judía asegura bendiciones terrenales, la promesa cristiana consiste en bendiciones celestiales, pues leemos en Efesios 1:3: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo». En Juan 14 (v. 1-6), para consolar a los discípulos por su próxima muerte, el Señor Jesús anuncia que les preparará un lugar en la Casa del Padre, el cielo. Muchos otros pasajes también nos hablan de la «bendita esperanza» (Tito 2:13) de aquellos que esperan la venida del Señor para ir al cielo.
2) Nuestro Señor nos dejó estas palabras: «En el mundo tendréis tribulación» (Juan 16:33) y «Pero como no sois del mundo... por esto os odia el mundo» (15:19). No hay ninguna promesa de victoria sobre los enemigos temporales, como la que tenían garantizada los judíos, sino más bien lo contrario: el odio, la persecución, el despojo y el sufrimiento serían la suerte que les esperaba a los fieles (Marcos 13:9-13; Hebr. 10:32-34; 2 Cor. 4:7-10; 11:23-33).
3) En el sistema judío, nadie entraba en la presencia de Dios, excepto el Sumo Sacerdote, una vez al año, y no sin presentar sangre que ofrecía por sí mismo y por las faltas del pueblo como mediador (Hebr. 9:7-9). Pero en el cristianismo, todos los hijos de Dios tienen el bendito privilegio de tener acceso permanente al Santuario por la sangre de Jesús (Hebr. 10:19-22).
4) En el sistema judío, solo una clase especial de personas, la tribu de Leví, podía ejercer un ministerio en las instituciones divinas, pero en el cristianismo, todos los hijos de Dios son sacerdotes y pueden ofrecer sacrificios espirituales y proclamar las alabanzas de Dios (1 Pe. 2:5-9).
5) En el sistema judío, Dios «habitaba» en el tabernáculo y luego en el templo de Salomón (2 Crón. 6:1-11; 6:18-20), mientras que hoy en día mora en el creyente, cuyo cuerpo es el templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19), y en la Asamblea (= Iglesia), que se llama «templo de Dios» (1 Cor. 3:16). Efesios 2:21-22 habla de la Iglesia como «un templo santo en el Señor... morada de Dios en el Espíritu», y 1 Pedro 2:5, como «casa espiritual».
6) En el sistema judío, no se sabía si se era aceptado por Dios (Sal. 13:1; 27:9; 44:24; 69:17; 88:14; 102:2; Hebr. 10:1-3), pero nosotros, los cristianos, nos regocijamos en la seguridad del perdón de nuestros pecados y de nuestra aceptación en Jesús (Efe. 1:6; Rom. 8:31-39; Col. 1:11-23).
7) Los judíos debían renovar constantemente los sacrificios, incluso cada día (Núm. 28:4; Éx. 29:38-42). Pero en Hebreos 10 (v. 14-18) leemos que ya no hay necesidad de ofrecer sacrificios, «porque con una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados».
8) La adoración dirigida a Dios ya no es un culto vinculado a un lugar concreto ni a formas particulares, sino un culto, una adoración «en espíritu y en verdad». Esto es lo que nuestro Señor expresó muy pronto a una mujer samaritana (Juan 4). Nuestro Señor comenzó por establecer que la salvación venía de los judíos (Juan 4:22), es decir, que la Palabra de Dios dada por Moisés y el culto judío según el Antiguo Testamento eran correctos en su origen, pero que a partir de entonces las cosas cambiarían: «Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca a tales adoradores» (Juan 4:23).
1.4.2 - Los privilegios especiales del cristianismo
1.4.2.1 - Los privilegios individuales
La relación con Dios es una relación viva por medio del Espíritu Santo, una comunión que hace que el gozo sea «completo», pleno (Juan 15:11; 16:24; 17:13). No solo estamos bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Efe. 1:3), sino que estamos arraigados y cimentados en el amor; Cristo habita por la fe en nuestros corazones, y podemos entrar en todas las profundidades de los pensamientos de Dios, de las Palabras de Dios y de su amor, hasta estar llenos de toda la plenitud de Dios (Efe. 3:16-19). Cantar a Dios nos permite expresarle los sentimientos de nuestros corazones.
¡Qué diferencia con un simple «bronce (o cobre) que resuena» (1 Cor. 13:1), ¡el metal que se hace vibrar al rasparlo o soplarlo! ¿Querríamos volver a lo que el apóstol llama los débiles y miserables elementos del mundo? (Gál. 4:9).
1.4.2.2 - Los privilegios colectivos
El canto de la Asamblea permite expresar juntos estos sentimientos producidos por el Espíritu Santo en el corazón y el alma de los creyentes. Hay una comunión de la que habla Efesios 3:18 «que seáis capaces de comprender con todos los santos». Hay ahí un privilegio especial que simplemente se pierde cuando nos limitamos a escuchar un coro.
2 - La música y el canto en el Nuevo Testamento
Como siempre, debemos dejarnos instruir por la Palabra de Dios, por lo que es conveniente, para las reuniones cristianas, buscar lo que dice el Nuevo Testamento. Veremos que lo que encontramos allí es muy diferente del Antiguo Testamento, pero esto no es sorprendente debido a lo que veremos más adelante sobre el legalismo. La incompatibilidad entre el judaísmo y el cristianismo, anunciada por el propio Señor, refuerza la necesidad de buscar instrucción sobre las prácticas de la Iglesia desarrolladas en las Epístolas.
3 verbos griegos y los sustantivos derivados de ellos se emplean en relación con lo musical: estas palabras significan cantar, cantar un himno, salmodiar.
Ninguna de estas palabras puede justificar el uso de instrumentos musicales en la Iglesia.
2.1 - El canto y la música en los Hechos y las Epístolas
Busquemos todos los pasajes de las Epístolas en los que se menciona el canto o la música:
En el libro de los Hechos no se encuentra ninguna mención a los instrumentos musicales en las reuniones de la Iglesia. La única vez que se menciona el canto es en 16:25: «Hacia la media noche, Pablo y Silas, orando, cantaban himnos a Dios» en una prisión.
Las Epístolas guardan el mismo silencio sobre los instrumentos musicales en las reuniones cristianas. Los siguientes pasajes nos enseñan:
Romanos 15:9: «... para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, según está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, y cantaré a tu nombre»;
1 Corintios 13:1: «Si yo hablase en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, vengo a ser como bronce que resuena o címbalo que retiñe»;
1 Corintios 14:15: «... Cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento»;
Efesios 5:19: «Llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor con vuestros corazones»;
Colosenses 3:16: «Enseñándoos y amonestándoos unos a otros, con salmos r himnos y cánticos espirituales, cantando [con gracia] en vuestros corazones a Dios»;
Hebreos 2:12: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te cantaré alabanzas»;
Santiago 6:13: «¿Alguno está feliz? Que cante alabanzas».
Ninguno de estos pasajes sugiere ningún acompañamiento musical, pero muestran que el canto está relacionado con la alabanza a Dios o con la edificación y exhortación mutua de los cristianos entre sí. También vemos que el canto expresa lo que hay en el corazón, y que cantar es un privilegio de todos los cristianos, lo cual concuerda con el hecho de que todos son sacerdotes. Juntos elevan la alabanza a Dios, y los cantos forman parte de esa alabanza.
Porque el culto, o reunión para la adoración, consiste en elevar la alabanza de la Asamblea a Dios, ofreciendo juntos sacrificios espirituales. El culto no consiste en absoluto en escuchar una predicación, como en una reunión de edificación según 1 Corintios 14 y Efesios 4, donde se anuncia la Palabra de Dios para la enseñanza, el ánimo y el consuelo de los creyentes. La Asamblea recibe entonces de Dios, mientras que en el culto ofrece a Dios adoración, alabanza y agradecimiento.
Así vemos que escuchar cantar a un coro no es en absoluto el culto cristiano según la Palabra, por muy bonito que sea el coro.
Si Dios tuviera en mente la música instrumental en la Iglesia, ¿no nos lo habría hecho saber en alguna parte, en los 28 capítulos de los Hechos, en las 14 Epístolas de Pablo, en las 3 de Juan o en las demás? Es sorprendente constatar que lo que ocupa un lugar tan importante en los pensamientos y la práctica de muchos cristianos de hoy en día no se menciona en ningún pasaje de los 22 libros escritos por 6 siervos del Señor en un espacio de 70 años.
2.2 - El canto y la música en el Apocalipsis
En el Apocalipsis, que revela la gloria del cielo tras los sufrimientos y las pruebas del peregrinaje terrenal, no nos sorprende encontrar frecuentes menciones al canto. Vale la pena señalar que en la Biblia nunca se habla del canto de los ángeles, y en este libro, donde a menudo se les ve en acción, tampoco se menciona. Ellos no han sido redimidos y no han conocido la liberación de la que nosotros somos objeto; por eso no cantan, sino que «dicen a gran la voz» las alabanzas de Dios (Apoc. 5:11-12).
La primera mención del canto en el Apocalipsis se encuentra en el capítulo 5:8-9: «Los 24 ancianos se postraron delante del Cordero, cada uno tenía un arpa, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos. Y cantaban un cántico nuevo...».
Los 24 ancianos representan sin duda a los santos glorificados. Los encontramos allí equipados con arpas y copas de oro llenas de incienso. ¿Qué podemos concluir de esto?
• En primer lugar, no podemos tomar esta escena celestial como modelo de la adoración que los cristianos expresan en la tierra. No se trata de la Iglesia adorando en la tierra. Esta escena describe algo de un orden nuevo, ya que la Iglesia será ciertamente arrebatada al cielo al final del capítulo 3, y a partir de entonces ya no se habla de asambleas locales.
• En segundo lugar, debemos tener en cuenta que el Apocalipsis es un libro lleno de símbolos, extraídos especialmente del Antiguo Testamento. Se cuentan no menos de 200. No se nos ocurriría decir que el número 24, que simboliza a los santos glorificados, debe tomarse literalmente, ya que en la actualidad son innumerables. En cuanto a las harpas, el versículo 2 del capítulo 14 compara el sonido de las harpas con la voz de grandes aguas y un gran trueno; es evidente que esto solo puede ser simbólico, al igual que las propias arpas que producen estos sonidos. Como símbolo, siempre vemos las arpas unidas a la alabanza en los lugares celestiales.
Si tomamos las arpas celestiales como instrumentos musicales reales, también debemos tomar literalmente las figuras que las acompañan. Así, si utilizamos instrumentos musicales para adorar a Dios porque encontramos arpas en el cielo, seamos coherentes, añadamos también las copas de oro, el incienso y el altar de oro, y pongámonos coronas en la cabeza.
Nos alejamos de la sencillez de los creyentes de Hechos 2:42 cada vez que intentamos introducir los símbolos materiales del Apocalipsis en la vida cristiana. Cuán sencillo y hermoso es el ejemplo de los primeros cristianos: «Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones».
Solo los versículos de Apocalipsis 5:8-9; 14:2-3; 15:2-3 hablan del canto. Los 2 últimos pasajes también hacen referencia a las harpas y a los arpistas celestiales, y las observaciones que acabamos de hacer son igualmente válidas en estos casos. Sabemos que no existe un «mar de vidrio mezclado con fuego» en sentido literal: ¿por qué íbamos a tomar las arpas de Dios en sentido literal?
2.3 - La conclusión sobre el canto y la música en el Nuevo Testamento
De lo anterior se desprende que la voluntad revelada de Dios en el Nuevo Testamento, tanto en el plano doctrinal como en el práctico, no menciona en ninguna parte que se conceda lugar alguno a la música instrumental en la Iglesia. Ahora bien, añadir algo a las Escrituras equivale siempre a anularlas, como mostró el Señor con respecto a la tradición de los judíos (Mat. 15:6).
3 - Cantar a Dios
Al hablar, comunicamos nuestros pensamientos a los demás, pero también expresamos nuestros sentimientos. El canto permite expresar algo que las simples palabras tienen dificultades para expresar, por ejemplo, el gozo. En la Biblia, encontramos el canto de cánticos cada vez que ha habido liberación (Éx. 15, por ejemplo).
3.1 - Lo que se canta y formas de canto
Se exhorta al cristiano a cantar (Efe. 5:19 y Col. 3:16):
1) Los Salmos: eran cantados por los creyentes del Antiguo Testamento y aún hoy podemos cantarlos, aunque sus letras no siempre estén apropiadas hoy en día, especialmente las expresiones de duda y de venganza. Son escritos inspirados que se cantaban en coro. También podían ser cantados por 2 coros que cantaban alternativamente (Neh. 12:31), o por la Asamblea judía respondiendo a un solista (1 Crón. 16:7-35; Sal. 41:13; 72:18-19; 89:52; 106:48). Otros versículos bíblicos también pueden ser musicados y cantados.
2) Los himnos: Son cánticos destinados a exaltar a una persona, una obra o la patria. Un himno cristiano es un cántico que exalta a Dios (o al Señor Jesús), lo glorifica por lo que es y por lo que ha hecho. Los himnos espirituales ocupan un lugar importante en la adoración (Apoc. 4:11; 5:13; 7:12). [1]
3) Los cánticos espirituales: Los cánticos espirituales son canciones que sirven para instruir, edificar y exhortar (Efe. 5:19 y Col. 3:16). Evidentemente, son canciones en lenguas inteligibles (1 Cor. 14:12-14, 28), ya que lo que no es inteligible no edifica. Al igual que los himnos, han sido compuestos por creyentes piadosos, pero no están inspirados como las Sagradas Escrituras. Atención: no hay que confundir las palabras «cántico» y “canción”; una canción es un canto profano, mientras que un cántico es un canto cristiano.
[1] La diferencia no existe en español.
3.2 - El cristiano canta a Dios
Si el canto de la Iglesia reunida se convierte en una simple distracción, en un folclore agradable a la carne, no es en absoluto conveniente ni conforme a Dios. Cantar un himno es algo serio, nos dirigimos a Dios y le expresamos algo verdadero, algo sentido. Si no es así, ¡somos hipócritas y mentirosos!
Cada uno debe interrogarse sobre sus motivaciones profundas, poniéndose en presencia de Aquel ante quien «todo está desnudo y descubierto» (Hebr. 4:13) y «que escudriña la mente y el corazón» (Apoc. 2:23). ¿Canto para distraerme? ¿O por costumbre, ritualmente? ¿Para llenar los tiempos muertos? ¿O incluso por el simple placer de cantar?
En la Palabra se hace hincapié en que debemos cantar a Dios, dirigirnos a él y elevar nuestros pensamientos hacia él, al igual que cuando oramos (Efe. 5:19 y Col. 3:16).
3.3 - Cantar con el corazón
¡Qué hipocresía sería cantar a Dios algo con lo que nuestro corazón no está de acuerdo! Dios no aprecia la belleza de nuestra voz, sino el perfume que sube de nuestro corazón hacia él, que le es agradable. Los instrumentos, si bien ayudan a cantar bien, no pueden mejorar nuestra adoración.
Hay muchos cánticos que podemos cantar en todo momento para expresar nuestro gozo en Cristo (Sant. 5:13), mientras que otros se dirigen a Dios, y no debemos cantarlos sin que nuestro corazón esté verdaderamente comprometido. «Quita de delante de mí el ruido de tus cánticos... no los escucharé, vosotros que... cantáis... inventáis, como David... instrumentos para cantar» (Amós 5:23 y 6:5, ya citados). Los judíos religiosos imitaban lo que había hecho David, pero su corazón no estaba en ello, ¡y Dios aborrece eso!
Corremos el riesgo de “profanar” los cánticos al cantarlos como si fueran canciones, es decir, por el simple placer de cantar, de desahogarnos físicamente, sin pensar en las palabras que pronunciamos.
Observemos que incluso un himno cantado con demasiada frecuencia pierde su sabor: por la fuerza de la costumbre, se hace difícil reflexionar cada vez profundamente sobre lo que expresamos. Este problema puede evitarse si se dispone de varios himnos que expresen pensamientos muy similares. De lo contrario, conviene llamar la atención sobre lo que se expresa, ya sea leyéndolo de forma expresiva antes de cantarlo, limitándose a cantar las estrofas más apropiadas o adoptando un ritmo más lento para lo que es solemne.
3.4 - Cantar con la inteligencia
El apóstol muestra en 1 Corintios 14 que no debemos cantar sin comprender lo que decimos, porque somos responsables de nuestros actos y palabras ante Dios. Pronunciar o cantar a Dios palabras cuyo significado desconozco deja mi inteligencia «sin fruto» (v. 14), lo cual es totalmente irreverente. Por lo tanto, es importante que, antes de cantar, los himnos se traduzcan al idioma de quienes los cantan y, si es necesario, se explique el vocabulario.
3.5 - Cantar con el espíritu (o: el Espíritu)
Se nos enseña a caminar por el Espíritu (Gál. 5:16), pero también a adorar por el Espíritu (Juan 4:23-24; Fil. 3:3). Nuestra adoración no es como la de los judíos, compuesta de ritos y gestos simbólicos. El Espíritu Santo, que hoy poseemos, nos capacita para expresar esta adoración en espíritu, en la que nuestro espíritu, al igual que nuestro corazón, debe estar plenamente comprometido.
3.6 - En conclusión
Dios nos ha dado varios medios de expresión: la palabra, el canto, la actitud que traduce lo que sentimos hacia alguien... El canto nos permite ir más allá de la palabra y contribuye a elevar nuestras almas hacia Dios. Es bueno que el cristiano cante, ya sea solo, en familia o cuando la Iglesia se reúne. Sin embargo, debe hacerlo de manera que el canto honre a Dios y siga siendo un medio de expresión que sea íntegramente para la gloria de Dios.
Hemos observado que en Apocalipsis 5, los ángeles alaban a Dios con palabras, mientras que los redimidos lo hacen con cánticos. A lo largo de toda la Biblia, el canto está relacionado con nuestra liberación, mientras que los ángeles no han sido liberados de nada. En el versículo 14, los redimidos adoran en silencio con una actitud de profundo respeto. ¿No nos sucede a veces que estamos tan cautivados por el amor de Dios que nuestros medios de expresión nos resultan insuficientes? Procuremos no impedir que se produzcan esos momentos por falta de recogimiento o por una sucesión demasiado rápida de cánticos.
4 - La judaización y la recuperación de las formas judaicas
4.1 - La incompatibilidad entre el judaísmo y el cristianismo según nuestro Señor
4.1.1 - La parábola del vestido viejo y de los odres viejos
Una de las declaraciones más notables de nuestro Señor, cuando estaba en la tierra, se encuentra al final de Lucas 5:36-39: «Les dijo también una parábola: Nadie pone un retal de un vestido nuevo para remendar un vestido viejo; porque entonces no solo romperá el nuevo, sino que tampoco al viejo le quedará bien el retal quitado al nuevo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque entonces el vino nuevo romperá los odres y se derramará, y los odres se perderán; sino que un vino nuevo debe echarse en odres nuevos. Nadie que bebió del añejo, desea el nuevo; porque dice: El añejo es mejor».
¡Estas afirmaciones deben hacernos reflexionar! El Señor simplemente quiso enseñar que el judaísmo y el cristianismo no pueden mezclarse, porque se excluyen mutuamente. Intentar unirlos es perder por completo el significado de cada uno. La ropa vieja, al igual que los odres viejos, representan el judaísmo, que no puede soportar lo nuevo, el cristianismo. En este último está el poder del Espíritu que habita en el creyente y lo llena de fervor por Cristo.
4.1.2 - Lo viejo es mejor — Lucas 5:3
El último versículo (v. 39) muestra incluso que el hombre natural prefiere lo antiguo, el judaísmo; ¿por qué? Porque el sistema judío da ordenanzas que debe cumplir el hombre natural, y esta devoción voluntaria da cierto honor a la carne, es decir, al hombre natural (Col. 2:20-23). Por el contrario, el cristianismo pone al hombre viejo en la muerte (Rom. 6:4-6; Col. 2:20) y ofrece la gracia, la salvación gratuita, lo que no agrada al hombre natural (Lucas 4:17-30; 5:39). Por lo tanto, este versículo 39 nos muestra claramente que la tendencia natural del hombre es siempre volver a un culto formal que, aún hoy, se basa en una liturgia inmutable y tranquilizadora.
Por lo tanto, debemos mantener cuidadosamente la distinción entre, por un lado, el culto judío confiado al hombre en la carne y responsable de obedecer la Ley y, por otro lado, el culto cristiano rendido a Dios en el poder del Espíritu Santo.
Nos encontramos ante 2 conjuntos bien diferenciados en las Escrituras:
1) Culto judío: Ley, hombre animal o natural, carne, ritos inmutables, sacrificios sangrientos, cantos, danzas e instrumentos musicales.
2) Culto cristiano: redimidos por el Señor Jesús, adoración en espíritu y en verdad, Espíritu Santo, rito único: la Cena, sacrificios espirituales, himnos y cánticos espirituales.
4.2 - Legalismo o retorno a las prácticas judaicas
No trataremos aquí en su totalidad esta cuestión del legalismo, que se aborda en otro artículo. Hemos visto anteriormente varios cambios importantes introducidos por el cristianismo. Acabamos de ver, en relación con Lucas 5:36-39, la tendencia natural a volver a las antiguas prácticas judaicas. Sin embargo, en 2 Epístolas, las de Gálatas y Colosenses, el apóstol se ve obligado a advertir severamente a los cristianos contra este retorno. Los gálatas volvían a la circuncisión, y el apóstol les advirtió severamente que eso era abandonar el Evangelio, abandonar el Espíritu para volver a la carne y ponerse bajo la maldición (de la Ley que condena al pecador). Los colosenses volvían a la filosofía, al culto de los ángeles y al ascetismo; era volver a los miserables elementos del mundo (religiosos o filosóficos) sin valor; era no mantenerse firme en Cristo.
El diablo sabe muy bien cómo utilizar muchos otros medios para hacer que los cristianos vuelvan a las formas judaicas. Obtiene una gran victoria cuando logra convencerlos de dar prioridad a lo que se ve. Algunos construyen espléndidos edificios a los que llaman iglesias, catedrales o monasterios. Estas “iglesias” representan entonces los edificios y no a los hijos de Dios que pueden reunirse en él. Nunca, en la Palabra, se encuentra esta interpretación dada a la «Iglesia de Dios». Otros restablecen un clero distinto de los laicos, como antaño los sacerdotes y los levitas, crean organizaciones eclesiásticas e imponen a los fieles el diezmo y el uso del incienso. Se podrían multiplicar los ejemplos. Todas estas nociones propias del Antiguo Testamento ya no deben tomarse al pie de la letra; para nosotros, los cristianos, tienen un significado espiritual que corremos el peligro de descuidar por nuestra culpable ignorancia del pensamiento de Dios.
No se puede insistir lo suficiente en el hecho de que el uso de la música instrumental en la Iglesia es un elemento más por el que se vuelve a las prácticas del Antiguo Testamento. Para justificar este uso de los instrumentos musicales en el culto, se cita el Salmo 150, en el que se mencionan más de media docena de ellos. Se trata, una vez más, de un retorno a las formas judaicas del Antiguo Testamento y de un abandono deliberado de las enseñanzas del Nuevo. ¿Dónde está entonces la feliz libertad del culto rendido en espíritu y en verdad en el poder del Espíritu Santo por los creyentes que aprovechan su posición de sacerdotes para elevar desde su corazón la alabanza hasta el santuario de la presencia divina, al que ahora entran por la fe?
«Jesucristo... nos ha hecho... sacerdotes para su Dios y Padre» (Apoc. 1:5-6).
4.3 - La música instrumental está relacionada con el judaísmo. Salmo 150
Este uso es una cuestión de gran alcance.
4.3.1 - No perdamos lo que el Nuevo Testamento aporta con el cristianismo
Si no ponemos el vino nuevo en odres nuevos (vean más arriba el significado de estas imágenes), ¡los perdemos! Háganse la siguiente pregunta: ¿Es prudente arriesgarse a perder lo valioso que tiene este vino nuevo (el poder del Espíritu que obra en nuestras relaciones con Dios, en el culto y en otras reuniones de la asamblea), volviendo a los débiles elementos de un santuario material y terrenal? ¿No hemos leído que el santuario terrenal forma parte del primer pacto, el antiguo pacto que ha sido dejado de lado? (Hebr. 8:13 al 9:1). ¿No escucharemos más bien la voz que nuestro bendito Señor dirige a la iglesia de Filadelfia en Apocalipsis 3:8?: «Mira, he puesto delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre»; en otras palabras, es él quien nos enseña el camino, nos lo muestra y nos da la posibilidad de recorrerlo (Juan 14:6). La esencia del culto es Cristo.
4.3.2 - Tradición
También hemos visto que añadir algo a las Escrituras (por ejemplo, al Nuevo Testamento) siempre equivale a anularlas, como mostró el Señor con respecto a la tradición de los judíos (Mat. 15:6).
4.3.3 - La Ley se practica en su totalidad
Si queremos volver a los instrumentos musicales según el antiguo pacto, el apóstol Pablo nos dice que entonces estamos obligados a cumplir toda la Ley (Gál. 5:3): tocar la trompeta en la luna nueva, rendir culto en Jerusalén 3 veces al año, quemar incienso, etc.
4.3.4 - ¿Qué aporta el Salmo 150 al cristiano?
A la luz de lo anterior, quizá algunos de nuestros lectores se pregunten por qué el Salmo 150 figura en la Biblia.
Hemos mostrado que las esperanzas y bendiciones judías eran terrenales, mientras que los cristianos están bendecidos «con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efe. 1:3). No obstante, las promesas hechas al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento se cumplirán. Un día, en la tierra, se establecerá, bajo el dominio de Cristo, un reino que durará 1.000 años. Allí serán introducidos los fieles entre los judíos, de los que nos habla el primer párrafo de Ezequiel 9 o Malaquías 3:16-17, por ejemplo, así como aquellos que hayan recibido el Evangelio del reino que «será predicado en toda la tierra habitada, para testimonio a todas las naciones» (Mat. 24:14), todos aquellos que participarán en la primera resurrección [2]. El capítulo 20 del Apocalipsis lo confirma, en particular el versículo 6. Pero, sean judíos o no, todos los que a lo largo de los siglos hayan creído en el Evangelio de la gracia habrán sido previamente arrebatados al cielo y no se encontrarán entre los adoradores de este Salmo (Juan 14:3 y 1 Tes. 4:14-18).
[2] Nota: Los llamados “testigos de Jehová” crean una gran confusión sobre estas cuestiones, ya que olvidan a Dios revelado como Padre en el Nuevo Testamento y solo anuncian a Jehová = El Eterno, es decir, a Dios conocido por uno de sus caracteres revelados en el Antiguo Testamento; solo ofrecen a los cristianos la esperanza de un reino terrenal (según ellos, hay una parte celestial para 144.000 personas, pero esto es falso, ya que Apocalipsis 7 muestra que esos 144.000 son exclusivamente de Israel, y no cristianos de todas las naciones).
La alabanza que se eleva a Dios en el Salmo 150 y en muchos otros Salmos que nos hablan de esos tiempos futuros es un bello ejemplo de corazones que se derraman ante Dios, con un carácter apropiado para el Antiguo Testamento y para ese reino terrenal futuro. Los últimos 5 Salmos, del 146 al 150, forman una sección especial, ya que todos comienzan y terminan con la misma expresión «Alabad a Jah» (Jah es una forma abreviada de Jehová = El Eterno), es decir, Aleluya. Ahora bien, esta alabanza se asocia con el triunfo del pueblo de Israel y de Sion (Jerusalén) (146:10; 147:2, 12; 148:14; 149:2), con el juicio o incluso con la venganza y la destrucción de los enemigos (146:7; 147:6; 148:8; 149:6-9). La liberación y la bendición que se derivan de ello tienen un carácter esencialmente terrenal (146:7-8; 147:13-18). Todos estos Salmos celebran el establecimiento de este futuro reino terrenal que exige que los enemigos de Dios sean aniquilados y que los cánticos de victoria se eleven al son de las trompetas, el tamboril, el arpa y los címbalos resonantes.
Pero estas manifestaciones de alabanza y agradecimiento no pueden armonizarse con la posición de los cristianos, que, siendo ellos mismos objeto de la gracia, están llamados a orar por sus enemigos. Se regocijan en el Señor (Fil. 3:1; 4:4) y en la comunión con el Padre y el Hijo (1 Juan 1:1-4). Pasajes como Colosenses 1:12-20 y Efesios 1:3-9 nos muestran claramente sobre qué fundamentos se basa la alabanza cristiana (vean también 1 Pe. 1:3-5 y Efe. 3:14-21).
¿Conocemos ese profundo gozo de la adoración bajo la mirada de Dios sin guitarras ni tambores?
El Salmo 150 es importante para nosotros, porque muestra que la alabanza se dirige a Dios en su santuario. Para el futuro Israel, será Dios conocido en su templo en Jerusalén (donde estará su santuario). Para nosotros, el Señor es visto en el cielo, sentado a la derecha de Dios (Efe. 2:6; Hebr. 10:12; Apoc. 3:21). El Salmo 150 también muestra que todas las pruebas y sufrimientos vividos por los fieles a lo largo de este libro de los Salmos conducen a la alabanza plena de Dios, sin restricciones. Es una lección importante que aprender, pero esta lección es de orden espiritual; no se nos da para hablarnos de los instrumentos musicales que debemos utilizar.
5 - Las consecuencias morales del uso de instrumentos musicales en las reuniones de la Iglesia
Hoy en día, estamos rodeados de un espectáculo extraño. La música instrumental en sus diversas formas se ha generalizado en la Iglesia profesa, hasta el punto de sustituir, en cierta medida, al culto, la lectura y la predicación de la Palabra. Citamos a otros autores:
“¡Se confía en la música religiosa para producir emociones y se acentúa haciendo mucho ruido con altavoces! La Palabra de Dios queda en segundo plano; la espada del Espíritu (la Palabra de Dios) se deja de lado durante la mitad del tiempo o más en los programas de la radio. La música se destaca tanto y se hace tan atractiva que, cuando finalmente se predica la Palabra, la audiencia ha perdido el deseo de escucharla”.
Ahora bien, “tan pronto como Cristo pierde su realidad para el alma, el ritualismo ocupa su lugar y aparecen formas sin vida por todas partes. Se llega a un punto en el que incluso el mundo ya no respeta el cristianismo, porque parece más relacionado con el entretenimiento que con la conversión de las almas”.
Así se mezclan las actividades cristianas con lo que satisface la carne hasta herir a los cristianos serios, y eso solo sirve para mezclar a los cristianos con el mundo. No es convirtiéndose uno mismo en mundano como se convertirá al mundo.
Releamos las palabras de nuestro Señor a la mujer del pozo de Sicar (Juan 4:23-24: «Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre busca a los tales para que le adoren a él. Dios es espíritu; y los que le adoran, deben adorarle en espíritu y en verdad». Este no era el caso de los adoradores judíos. Nuestro Padre celestial busca adoradores que no le adoren con el órgano, sino con todo su corazón, hasta el regreso del Señor Jesús, redimidos que le adoren por lo que es y le alaben por lo que ha hecho.
Si hemos comprendido lo que es realmente el carácter del culto y de las diversas reuniones en las que nos dirigimos a Dios por el Espíritu y recibimos de él por su Palabra, si hemos captado en alguna medida las maravillas excelentes y celestiales del cristianismo, en el gozo de la comunión y el fervor de los redimidos, ¿querríamos realmente volver al simple «metal que resuena» (1 Cor. 13:1), ¡metal que se hace vibrar rascando o soplando! ¿Querríamos volver a lo que el apóstol llama los débiles y miserables elementos del mundo? (Gál. 4:9). Más bien, mantengamos firmes a Cristo, los principios de la Palabra y los privilegios cristianos que ella nos enseña, ¡para la gloria de Dios!