La música en el Antiguo y en el Nuevo Testamento
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«Se os ordena a vosotros, pueblos, naciones y lenguas, que en el momento en que oigáis el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y de toda clase de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha erigido» (Daniel 3:4-5, LBLA).
El importante lugar que se le da a la orquesta en esta reunión de pueblos alrededor de la estatua de oro de Nabucodonosor es obvio, como lo es hoy en día en muchas reuniones religiosas. La música excita las emociones, despierta sentimientos, y así da una impresión de piedad, que puede no ser real. En el Antiguo Testamento los instrumentos musicales se usaban para los servicios del templo en Israel. Pero no vemos nada equivalente en el Nuevo Testamento. Se puede llamar adoración a sentarse y escuchar un coro y orquesta entrenados para tocar músicas melódicas, pero la música solo actúa en los sentidos naturales, y nada tiene que ver con la adoración al Padre y al Hijo, que ahora debe ser «en espíritu y en verdad» (Juan 4:24). Aquellos que abogan por su uso en reuniones de culto debido a su lugar en el Antiguo Testamento deberían recordar que esta música y estos objetos concretos son para nosotros hoy en día, «ejemplos» (1 Cor. 10:6), al igual que otros elementos mencionados a propósito de la vida del pueblo de Israel. Los instrumentos utilizados entonces representan la melodía que ahora se eleva desde los corazones de los redimidos del Señor. En el Nuevo Testamento no se dan ejemplos del uso de instrumentos musicales para el culto.
Un miembro del clero comentó una vez que mucha gente venía a su iglesia a adorar a Dios con música; así que tenía que tener los mejores artistas y la música más hermosa posible, de lo contrario la gente no vendría. En realidad, simplemente satisfacían su gusto por la melodía y la armonía, un gusto que fue dado por Dios y que es adecuado en su lugar, pero que no debe ser confundido con la verdadera adoración. Un corazón lleno de Cristo produce la música más agradable que jamás haya llegado a los oídos de Dios.
Recordemos que, en los tiempos de la Iglesia, corresponde al cristiano cantar y alabar «en nuestros corazones» al Señor (Efe. 5:19; Col. 3:16). Ahí es donde debe estar la música, en un corazón lleno de alabanzas al Dios de toda gracia. ¡Que seamos más conscientes de esto!