El canto y los himnos y cánticos en las Escrituras

«Mis siervos cantarán por júbilo del corazón» (Isaías 65:14)


person Autor: Jacques-André MONARD 21

flag Tema: La música, himnos y cánticos


1 - Los primeros himnos

Las primeras menciones del canto se encuentran en Génesis (31:27) y en el libro de Job (8:21; 33:26; 35:10). Nos lo presentan como una expresión de alegría. Este es su primer y fundamental significado. Esto no excluye que el canto pueda traducir ocasionalmente otros estados de ánimo. Pensemos, por ejemplo, en el llamado: «Cántico del Arco» (2 Sam. 1:17-27), un lamento compuesto con motivo de la muerte de un amigo íntimo.

Cuando un corazón está lleno, no solo de alegría, sino de gratitud a Dios, y canta su alabanza, su canto se convierte en un cántico.

El primero de los que encontramos en la Escritura es el que cantó Israel después de atravesar el mar Rojo en Éxodo 15. Contiene varios rasgos característicos: es una alabanza colectiva, la alabanza de un pueblo, de un pueblo al que Dios rescató de la esclavitud, al que trajo a él por su gracia y su poder, y al que reconoce como suyo. Ahí tenemos una figura notable del culto cristiano.

A menudo, en la Palabra, un cántico celebra la liberación. «Cuenta», es decir, describe con detalle, lo que Dios ha hecho, y celebra quién es. Su grandeza, su poder, su bondad, su liberación, lo que ya ha hecho y lo que volverá a hacer, son los temas (véanse, por ejemplo: Deut. 32; Jueces 5; 1 Sam. 2; 2 Sam. 22).

2 - David

Cuando el pueblo de Israel se estableció en su tierra y terminaron los tiempos difíciles de los Jueces, cuando Dios manifestó al «rey según su corazón» y el «lugar que había elegido para poner su nombre allí», el canto y los himnos se desarrollaron de una manera incomparable. David, «el dulce cantor de Israel» (2 Sam. 23:1), fue el instrumento que Dios preparó y dotó para ello. Siendo joven, ya se le conoce como arpista, alguien que sabe tocar bien (1 Sam. 16:17). Es un alma sensible y delicada (1 Sam. 24:6; 2 Sam. 3:39). Mucho más que eso, es un hombre que teme a Jehová, que lo ama, que confía en él. Las dificultades y los sufrimientos en su camino lo acercan a Dios, y experimenta sus liberaciones. A pesar de las privaciones y ansiedades que le tocan, aprende a regocijarse en su Dios. Es en el desierto de Judá, cuando se esconde para salvar su vida, cuando escribe: «Porque has sido mi socorro, y así en la sombra de tus alas me regocijaré» (Sal. 63:7).

3 - Los Salmos

Así, David compuso un gran número de salmos. En ellos expresa a Dios no solo su alabanza –en muchas y variadas formas– sino su alegría, su angustia, sus súplicas, incluso su humillación. En el momento de su reinado, y con vistas al templo que está preparando y que Salomón construirá, pone cantores y regula la alabanza según las indicaciones que le da el Espíritu de Dios. Muchos de los cantores, Asaf en particular, componen salmos ellos mismos. Pero no son simplemente los sentimientos de sus corazones que ellos escriben; el Espíritu de Dios habla en ellos (2 Sam. 23:2). Como resultado, nació una colección de himnos inspirados, el libro de los Salmos. Este himnario proporciona a los israelitas piadosos una expresión según Dios de sus estados de ánimo, necesidades, deseos, alabanzas y oraciones. Y muchos salmos están hechos para instruir «Masquil» (véase, por ejemplo: el Salmo 78). Enseñados por una generación a la siguiente, estos himnos podrán perpetuar en Israel el conocimiento de Dios y de su obra.

Pero las palabras compuestas por los salmistas suelen ir más allá del cuadro de las circunstancias que las originaron. Y el Espíritu de Dios, actuando en ellos como Espíritu profético, nos revela lo que se encontrará en el corazón del propio Señor Jesús, así como en el corazón de Israel restaurado en el tiempo del fin. Así nacen los preciosos salmos mesiánicos, que describen de forma única la profundidad de los sufrimientos de Cristo y las glorias que le seguirán.

4 - La música

Estas inspiradas letras se han conservado, bendito sea Dios, pero las melodías compuestas al mismo tiempo se han perdido. Sin embargo, las Escrituras atestiguan el importante lugar que se daba a la música en aquella época. Aprendemos que David «inventó» y «fabricó» muchos instrumentos musicales y que estos se utilizaron en los siglos siguientes (1 Crón. 23:5; Amós 6:5; 2 Crón. 29:26-27; Neh. 12:36) En la época de Ezequías –e incluso después del regreso del cautiverio– se les sigue llamando «los instrumentos que he hecho», dice David. Aún más notable es la expresión «instrumentos de música de Dios», utilizada en 1 Crónicas 16:42. Nos enseña que hay un tipo de música que está en armonía con los himnos y la alabanza a Dios (véase, por ejemplo: 1 Crón. 25:1; Sal. 33:3; 71:22; 81:2). Estaba en armonía con los sentimientos que se elevaban de las almas piadosas a Dios. Y era digna del mensaje divino que tenía que llevar.

¿Ocurre lo mismo con los himnos que cantamos? Cada civilización ha tenido sus tradiciones musicales. La civilización cristiana, a la que pertenecemos, tiene su propia cultura musical. Es importante señalar que esta música –que tiene su fuente en la tradición musical judía, y por tanto su origen lejano en David– se ha desarrollado a lo largo de los siglos en estrecha relación con el cristianismo. El resultado es que la llamada música clásica proporciona medios de expresión bien adaptados a los sentimientos cristianos, lo que no significa, por otra parte, que todo lo que ella ha producido tenga este carácter. Dentro del paganismo se han desarrollado otros tipos de música, capaces de transmitir los estados de ánimo característicos de las tradiciones paganas y del culto al diablo. Nuestro siglo, en el que una civilización cristianizada rechaza una tras otra todas las herencias del cristianismo, muestra un gran interés por estas músicas. Tengamos cuidado de no dejarnos arrastrar. Hay géneros musicales que son incompatibles con el canto cristiano.

5 - La enseñanza del canto

Ciertas palabras oscuras que se encuentran en las descripciones de los Salmos, Alamot, Seminit (arpas con ocho cuerdas), Leannot… (Sal. 6:1; 12:1; 88:1), indican muy probablemente «modos» (1 Crón. 15:20-21), o registros, en los que estos salmos debían ser interpretados. La manera de cantar un himno debe adaptarse a las palabras que lo componen. El Salmo 102 y el Salmo 103, por citar algunos, no pueden ser cantados de la misma manera. Por eso, todo esto debe ser aprendido. A causa de esto, en la época de David, se enseñaba a cantar: «Quenanías, principal de los levitas en la música, fue puesto para dirigir el canto, porque era entendido en ello» (1 Crón. 15:22). Y en aquel feliz tiempo, había hasta doscientos ochenta y ocho «todos los aptos», «instruidos en el canto para Jehová» (1 Crón. 25:7). De este modo, se llama la atención sobre la utilidad, e incluso la necesidad, de un cierto estudio de la música, o al menos del canto. ¿Creemos que podemos cantar bien si no cultivamos en cierta medida “el arte del canto”?

6 - Cantar en tiempos del Nuevo Testamento

Hay relativamente pocas referencias al canto en el Nuevo Testamento. Sin embargo, atestiguan que, entre los israelitas temerosos de Dios, aún existían los himnos y se sabían cantar. Santiago, dirigiéndose a las doce tribus de la dispersión, y especialmente a los que entre ellos se habían hecho cristianos, les dijo: «¿Alguno está feliz? Que cante alabanzas» (Sant. 5:13). Tomemos a pecho esta exhortación.

7 - El himno después de la Cena del Señor

Después de la institución de la Cena del Señor, unos momentos antes de la partida del Señor Jesús y sus discípulos al huerto de Getsemaní, se nos informa que «habiendo cantado un himno, salieron al monte de los Olivos» (Mat. 26:30; Marcos 14:26). A pesar de la profunda confusión que se apodera del corazón del Salvador en ese momento (Juan 13:21), cantó un himno de alabanza a Dios con los suyos. Solemnes acentos surgen del corazón de Aquel que, en perfecta sumisión a la voluntad de Dios, puede alegrarse a pesar de todo, sabiendo que Dios no abandonará su alma al Seol (véase en el Salmo 16 la secuencia de los versículos 9, 10 y 11).

8 - Un cántico, un testimonio

Pablo y Silas, desde lo más profundo de su prisión, y a pesar de sus heridas, «cantaban himnos a Dios, y los presos los escuchaban» (Hec. 16:25). Este hermoso pasaje nos muestra que el gozo cristiano puede manifestarse en las circunstancias más adversas. También nos dice que el canto puede ser un testimonio para los que no conocen al Señor Jesús.

9 - Cantar en la Asamblea cristiana

1 Corintios 14:15, presenta el canto en la Asamblea, en paralelo con la oración: «¿Qué hacer entonces? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento». El canto o la oración deben ser una acción inteligente, bajo la guía del Espíritu Santo. Esto nos muestra la necesidad de un ejercicio ante el Señor, no solo para proponer a la asamblea el canto de tal o cual himno, sino también para cantar estando plenamente comprometido con esta acción. ¡Qué bendición si no son solo nuestros labios los que cantan, sino todo nuestro ser!

Animémonos a indicar los himnos, o las estrofas de los himnos, que, por su adecuación, facilitan la adhesión de todos los corazones a lo que se expresa. Y si solo una estrofa de un himno está en el lugar adecuado, ¿debemos sentirnos obligados a pedir todo el himno?

10 - Instrumentos musicales en el culto

En ningún pasaje del Nuevo Testamento encontramos instrumentos musicales asociados al servicio divino (excepto en el Apocalipsis, donde se mencionan de forma figurada). Esto es fácil de entender. Todo el esplendor terrenal que antes se manifestaba en el culto al Dios de Israel –las vestimentas fastuosas, los utensilios artísticamente trabajados, el templo cubierto de oro– todo esto no tiene lugar desde la venida de Jesús. Las cosas externas, las que tienen apariencia, las que son atractivas para el hombre natural, las que ponen al hombre por delante, no tienen lugar en el culto cristiano. Todo es espiritual, interior. «Dios es espíritu; y los que le adoran, deben adorarle en espíritu y en verdad» (Juan 4:24). Los sacrificios de alabanza son el fruto de los labios que confiesan su nombre (Hebr. 13:15).

11 - Corazones que cantan

Dos pasajes de las epístolas subrayan que el canto está primero en los corazones, y que en realidad es desde allí que se eleva a Dios. «Hablando entre vosotros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones» (Efe. 5:19); «enseñándoos y amonestándoos unos a otros, con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando con gracia en vuestros corazones a Dios» (Col. 3:16). Y estos pasajes también muestran que a través de los himnos podemos animarnos, exhortarnos e incluso enseñarnos unos a otros.

Estos versículos nos invitan a cantar quizás más de lo que lo hacemos. Tanto si estamos solos, como en familia o con unos pocos, el canto sigue siendo un medio precioso para expresar lo que Dios ha producido en nuestros corazones. Y no solo expresa lo que ya existe, sino que estimula los pensamientos y sentimientos según Dios. De este modo, aporta edificación, ánimo y consuelo. Nos acerca a Dios. Por supuesto, para que los himnos resuenen en nuestros hogares, el ambiente debe permitirlo. Si otras músicas llenan constantemente nuestros hogares, ¿tenemos todavía el deseo o la oportunidad de cantar himnos?

12 - Los himnos en el culto

El culto cristiano –en el verdadero sentido de la palabra– se realiza en la reunión en torno al Señor Jesús. Aquellos que lo han recibido como su Salvador personal, que confían en su obra en la cruz como el fundamento inamovible de su salvación, tienen el privilegio de rodearlo. Han sido «justificados, pues, por la fe» (Rom. 5:1); saben que sus pecados son perdonados, y que nada ni nadie puede socavar su absoluta seguridad ante Dios. Han sido introducidos en la amable relación de hijos de Dios y, con Jesús, se acercan a Aquel a quien ahora conocen como Padre. Cuando se reúnen de esta manera, es precioso para ellos recordar a su Salvador y la obra única que hizo, –no solo lo que hizo por ellos, sino de Jesús mismo y de sus sufrimientos, de su muerte ignominiosa y de su resurrección. Mediante oraciones e himnos, expresan al Padre y al Hijo la alabanza, la gratitud y la adoración de sus corazones. Hablan al Padre de su amado Hijo y de la obra por la que lo glorificó plenamente. Junto con el Padre, se regocijan en el Hijo. «Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Juan 1:3). Al comer el pan y beber la copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga. (1 Cor. 11:26) Y el himno que cantan en este momento es como un eco del himno que su Salvador cantó con sus discípulos la noche en que fue traicionado.

13 - En medio de la congregación cantaré tus alabanzas

Pero la Palabra de Dios nos revela que, mientras la asamblea está así reunida en torno a Jesús para adorar al Padre, otra voz está presente, aunque imperceptible para los oídos humanos: ¡la del propio Jesús! «Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová» (Sal. 40:1-3).

En perfecta obediencia, Jesús cumplió la voluntad de Dios (Sal. 40:6-8). Llevó las iniquidades de los que ahora son suyos, y le rodearon males sin número (v. 12). Su súplica «Jehová, apresúrate a socorrerme» (v. 13) fue finalmente respondida. Y ahora puede alabar a Dios por su liberación (v. 1-2). Hay un cántico nuevo en su boca (v. 3). Hebreos 2:12, citando el Salmo 22, también nos declara este misterio: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te cantaré alabanzas». ¡Palabras inexpresables! Y la voz de los que no se avergüenza de llamar hermanos (Hebr. 2:11) se une a la suya, débilmente, pero de todo corazón, en la adoración al Padre.

14 - Cantando en la gloria venidera

En las escenas futuras que la Palabra nos presenta, el Apocalipsis menciona más de una vez el canto y los himnos. El pasaje que nos concierne más directamente es el del capítulo 5, en el que se ve a los redimidos glorificados bajo la figura de los veinticuatro ancianos rodeando al Cordero que fue inmolado. En esta gloriosa escena de alabanza universal a Dios y al Cordero, solo los redimidos entonan un cántico nuevo (comp. el v. 9: «cantaban»; y los v. 12-13: los ángeles y todas las criaturas «dicen»). Parte maravillosa de los que han sido lavados de sus pecados en la sangre del Cordero, y que, ahora revestidos de sus cuerpos gloriosos, ven a su Salvador cara a cara y conocen como han sido conocidos (1 Cor. 13:12).

Entonces el Sembrador divino, el que fue llorando, llevando la semilla que sembró, volverá con cánticos de gozo, llevando sus gavillas (Sal. 126:6).