Expectación
Autor: Tema:
(Fuente autorizada: biblecentre.org)
En el capítulo 8 de la Epístola a los Romanos, encontramos las siguientes palabras:
«Pues yo estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que debe sernos revelada. Porque la constante espera de la creación aguarda la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sometida a vanidad, no por su propia voluntad, sino a causa de aquel que la sometió, con la esperanza de que también la misma creación sea liberada de la servidumbre de corrupción, para gozar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (v. 18-23).
Volvamos ahora a Filipenses, capítulo 1:
«Según mi ardiente expectación y esperanza, que en nada seré avergonzado; sino que con todo denuedo, como siempre, ahora también Cristo será magnificado en mi cuerpo, ya sea que yo viva o que muera. Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia». (v. 20-21).
Los cristianos tienen una expectativa maravillosa. Cuando nuestro Señor Jesucristo estuvo en la tierra, habló mucho acerca de su segunda venida. Nunca he podido comprender cómo hay personas que profesan ser creyentes (y no osaría dudar que realmente lo sean algunos) y que no parecen interesarse en la verdad de la venida de nuestro bendito Salvador. Muchas veces he oído a personas que dicen: “No tengo interés en la segunda venida de Cristo. Lo único que espero, es estar listo para cuando él venga”.
Por supuesto que es muy importante que estemos listos para cuando él venga, pero decir, “Lo único que espero es estar listo para ese suceso”, me parece un supremo egoísmo. ¿Estoy preocupado solamente por mi condición personal? ¿No tengo una profunda y ardiente expectativa en mi alma, ansiando ese glorioso día cuando volverá mi Salvador? ¿No estoy ansiando verle?
Él ha dicho que volverá, y nos ha dicho que velemos y esperemos su venida, que seamos como los hombres que esperan a su Señor cuando regrese de la boda. Y ciertamente si hemos aprendido a amarle, si le conocemos como aquel que murió por nosotros y lavó nuestros pecados en su preciosa sangre, deberíamos estar ansiando su vuelta.
Algunos piensan en la segunda venida del Señor como en un acontecimiento terrible, un acontecimiento ante el cual debemos temblar, porque confunden la segunda venida de Cristo por su pueblo con el día del juicio para el mundo impío; pero son dos acontecimientos muy distintos. Cuando él dijo: «Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:3), no se estaba refiriendo al día del juicio final. Hablaba del tiempo cuando volvería y resucitaría a los muertos y cambiaría a los vivos, sus redimidos, y los llevaría para estar con él en la casa del Padre. Con toda seguridad no hay nada que temer en todo esto. El pensamiento de la venida del Señor no es un suceso temible.
En una ocasión fui invitado a cierta ciudad canadiense para dar un discurso a un grupo de ministros y pastores acerca de la segunda venida del Señor Jesús, y fui con mi corazón y mente empapados del tema. Al llegar encontré que se habían reunidos unos setenta predicadores. Fue mi privilegio hablarles por unos cuarenta minutos sobre lo que, según creo, es la enseñanza de la Palabra de Dios sobre esta gran esperanza de la Iglesia.
Cuando hube terminado, el que presidía la reunión, que era un pastor presbiteriano, se levantó y dijo, “Mis amigos, deseo dar mi testimonio personal acerca de este tema. Había sido pastor por muchos años antes de tomar el tiempo necesario para estudiar lo que la Biblia dice acerca de la segunda venida del Señor. Pero hace unos años me interesé profundamente y escudriñé las Escrituras buscando todas las referencias al tema. Y les digo que, al comprender esta verdad, la Biblia se me hizo nueva. Parecía como si mi Biblia fuera otra. Ahora comprendía muchas cosas que antes me parecían difíciles”. Luego agregó, “Ahora desearía saber la opinión de ustedes sobre este tema”.
Estaba presente en la reunión un anciano muy venerable, un pastor anglicano, quien había recibido muchos honores a causa de su erudición y preparación. Había escrito muchos libros y yo los había leído todos, así que me interesó bastante saber que estaba presente en esa reunión. El presidente sabía que se hallaba en el auditorio, y como parecía en cierto sentido el decano de ellos, se dirigió a él y le dijo, “Doctor, ¿no quisiera usted hablarnos sobre el tema?”
El venerable anciano se paró y con esa voz tan refinada y culta que es característica de los ministros anglicanos, dijo algo por este estilo: “Bien, mi estimado hermano, siento mucho que usted me haya mencionado a mí, pues nunca me gusta contradecir a un orador que nos visita. Hubiera preferido dar las gracias a nuestro hermano al finalizar la reunión y así terminar el asunto. Pero ya que usted me lo ha pedido, es necesario que exprese mi opinión, y lamento tener que decir que no estoy de acuerdo con el orador que nos ha dirigido la palabra hoy. Por supuesto, creo que la Biblia dice algo acerca de la segunda venida del Señor. Pero no sé exactamente lo que dice y creo que no haya quien lo sepa. De hecho, sin querer ofender a nuestro orador, creo que él no lo sabe. He escuchado atentamente todo lo que él ha presentado, y he estado pensando, que si lo que él nos ha dicho es verdad, debe ser terrible creer, como él dice creerlo, que Cristo puede volver en cualquier momento. Pues si uno creyera eso, lo dejaría sin fuerzas. ¡Supongamos que yo estuviera haciendo visitas pastorales y me viniera el terrible pensamiento de que era posible que viniera ese día! Yo no podría continuar con mi trabajo, pues desearía volver a mi casa para leer mi libro de oraciones y así prepararme para ese acontecimiento terrible”.
Bien, se puede imaginar cuan difícil era esto para mí. Era mucho más joven que él y no deseaba ser descortés con él, pero le dije, “Doctor, espero que usted no quiera darnos a entender que uno puede haber sido miembro de la gran iglesia a la cual usted representa y haber recibido todos los honores eclesiásticos y académicos que usted tiene y sin embargo ¡nunca haber sido lavado de sus pecados en la preciosa sangre de Cristo! Porque, Doctor, si usted ha sido salvado por lo que Cristo hizo cuando estuvo aquí la primera vez, sea que se dé cuenta o no, estará listo cuando Él venga la segunda vez”. Porque no es nuestra comprensión de la doctrina de la segunda venida de nuestro Señor lo que nos prepara para recibirle, ni nuestro crecimiento en la santidad, sino el hecho que Otro, en la bendita voluntad de Dios, ha derramado su sangre y ha muerto por nosotros, para limpiarnos de todo pecado.
Para mí, la expectativa de la pronta venida del Señor es una de las esperanzas más preciosas que tengo. Creo que esto es lo que quería decir el apóstol cuando dijo: «Según mi ardiente expectación y esperanza». Él estaba esperando la venida del Salvador y dijo, «Que en nada seré avergonzado». Mientras le espero, quiero hallarme trabajando siempre para su gloria, tratando de traer a otros a Él y tratando de manifestar a Cristo en mi vida cotidiana para que siempre pueda decir, «Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia»”.
Este pobre mundo necesita la venida del Salvador. Supongamos que el Señor hubiera venido hace diez años. Entonces el mundo nunca hubiera conocido los terribles conflictos por los cuales estamos pasando. ¿Por qué vemos a las naciones empeñadas en sangriento conflicto las unas con las otras? Esto se debe a que cuando el Príncipe de Paz vino a vivir humildemente entre los hombres estos no le reconocieron. Fue rechazado. Vino a traer la paz, pero los hombres dijeron, «No queremos que este reine sobre nosotros» (Lucas 19:14). Así, según el profeta Oseas, El dijo: «Andaré y volveré a mi lugar, hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán» (5:15). Él ha vuelto a la diestra del Padre y allí está preparando un lugar para sus redimidos. Un día volverá, y su venida significará el arrebatamiento de su Iglesia y nuestra presentación ante el Padre en completo gozo.
Este es uno de los aspectos de su venida, pero el otro es este: Él va a volver a este pobre mundo para reinar en justicia durante mil años maravillosos, y entonces se cumplirá la profecía que dice, «Y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra» (Miq. 4:3). ¡Oh, cómo necesita este mundo a Cristo!, quien es ese «bendito y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores» (1 Tim. 6:15).
Es a esto que se refiere el apóstol, especialmente en el capitulo 8 de la Epístola a los Romanos cuando dice, «Porque la constante espera de la creación aguarda la manifestación de los hijos de Dios» (v. 19), porque la bendición de la creación vendrá con esa manifestación. ¿Y cuándo serán manifestados los hijos de Dios? Los hijos de Dios ya están en el mundo, pero aún no ha llegado su manifestación. Están en el mundo, pero el mundo no los conoce, como tampoco le conoció a Él. Pero leemos que cuando él sea manifestado, lo seremos también nosotros. ¡Cuando él reine, nosotros apareceremos con él en gloria! En ese tiempo llegará la bendición a la tierra y la creación será liberada de la esclavitud de la maldición.
Miremos al capítulo 14 de Juan, el pasaje que todos amamos y que es muy apropiado para cada entierro cristiano. Siempre que se me ha pedido que hable en el entierro de algún creyente, he sentido el deseo de leer estas palabras: «¡Creéis en Dios, creed también en mí!». En efecto Cristo está diciendo, “Me voy de entre vosotros y no podréis verme; pero creéis en Dios el Padre, aunque no le podéis ver. Ahora deseo que creáis en mí, Dios el Hijo, cuando no podáis verme”. Y así ha vuelto al Padre. No podemos verle, pero le amamos y deseamos servirle y esperamos su venida.
«En la casa de mi Padre hay muchas moradas», muchos lugares de descanso. Es la misma palabra que se usa un poco más adelante en el capítulo: «Vendremos a él, y haremos morada con él» (v. 23). Y así dice: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas», muchos lugares de descanso. Muchos de los queridos hijos de Dios tienen poco descanso aquí, pero descansarán en la presencia de Dios y de su Hijo cuando reciban sus cuerpos de resurrección.
«Si no fuera así, yo os lo habría dicho». Hay tantas cosas que desean los santos de Dios que quizás no estén basadas en ninguna Escritura positiva. Pero Él dice, “Si esto no fuera verdad, si esta esperanza, esta expectativa, no estuviese basada sobre la verdad, os lo hubiera dicho. Yo no quisiera verlos engañados, ni quisiera que fueran defraudados”. Cuando esperamos con placer descansar en su presencia, cuando pensamos en el cielo como en la Casa del Padre, no es tan solamente un hermoso sueño, no es una simple imaginación. Es una preciosa y bendita verdad garantizada por el mismo Señor Jesús. El vino del Padre y fue a la cruz para nuestra redención. Ha vuelto al Padre para preparar un lugar para nosotros.
Me gusta pensar en el cielo como nuestro hogar. Algunos de nosotros no hemos gozado mucho de las delicias del hogar aquí en este mundo. Se dice de aquel que escribió la tan hermosa canción acerca del hogar, que fue un errante toda su vida. Me refiero a John Howard Payne, quien escribió, “Hogar de mis recuerdos”. Algunos no hemos disfrutado de las comodidades del hogar en este mundo, pero ¡qué hogar nos está preparando Cristo allá en el cielo!
Al morir, el creyente va a su hogar; pero eso no es todo, no es la culminación de nuestra expectativa, pues el Señor Jesús dice, «Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:3). Querido joven creyente, quisiera que te apropiaras de esa verdad desde los primeros días de tu vida cristiana. El Señor Jesús dice: «Vendré otra vez». ¿Cómo dicen algunos que no creen en la segunda venida de Cristo cuando tenemos tal promesa? Nos asombramos de que hayan personas que tratan de torcer el significado de estas palabras para darles un sentido distinto.
Hay algunos que nos dicen que Él solamente quiso decir que vendría a morar en el corazón del convertido. Pero no se está refiriendo a eso. Dice: «Os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis». Hay otros que creen que cuando el Señor dijo estas palabras se estaba refiriendo a la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. Que el Espíritu Santo, siendo otra parte del Señor Jesús, descendió para cumplir la promesa. Pero creo que cuando las personas hablan, ellas olvidan que la mayor parte de las promesas de la segunda venida en el Nuevo Testamento fueron dadas después de la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Fue después que el Espíritu Santo cumplió las palabras del Señor y vino como Consolador que movió a los corazones de los santos para exclamar: «Ven, Seño Jesús», y para esperar ansiosa y gozosamente su venida personal. Luego hay otros que dicen: “Se refiere a la hora de la muerte. Cuando el creyente llegue a esa hora, el Señor estará allí para llevarlo al hogar celestial”. Y, sin embargo, si es tan cierto en el día de hoy como lo era antes de la cruz, que los ángeles llevan a las almas redimidas al cielo, es algo muy distinto de la venida personal de Cristo. El mendigo Lázaro murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham, y supongo que ahora los ángeles llevan a los redimidos a la presencia del Señor. «¿No son todos ellos espíritus servidores, enviados para ayudar a los que van a heredar salvación?» (Hebr. 1:14). Pero Jesús habla de una venida en persona. Eso no es la muerte, es la destrucción de la muerte para el creyente.
Luego hay otras personas que confunden la venida del Señor con el día del juicio. Aquí no se habla de juicio. «Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis». No hay rastro de juicio aquí. Es el Esposo que vuelve para buscar a su esposa para llevarla consigo a la casa del Padre para compartir el descanso y la gloria de ese glorioso lugar. Se nos describe cómo se llevará a cabo en el capítulo 4 de la Primera Epístola a los Tesalonicenses, un pasaje que todos conocemos, con excepción de aquellos para quienes estas cosas son nuevas y desconocidas:
«No queremos que ignoréis, hermanos, acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron en Jesús. Porque esto os lo decimos por palabra del Señor: Que nosotros los que vivimos, los que quedemos hasta el advenimiento del Señor, de ninguna manera precederemos a los que durmieron; porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero» (v. 13-16).
Notemos el gran contraste entre la venida del Señor y la muerte. La muerte no es la venida del Salvador, pero cuando venga el Salvador la muerte será destruida para el creyente.
Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire.
Como vemos, habrá dos clases de creyentes que tomarán parte en este glorioso acontecimiento de la venida del Señor. Habrá aquellos que duermen; estos son los santos que han muerto. Los cuerpos de muchos de ellos han vuelto al polvo de donde fueron tomados, pero serán levantados y esos cuerpos serán habitados otra vez por el alma y el espíritu glorificados del creyente. Luego hay otro grupo, los creyentes que están viviendo en el mundo cuando Cristo vuelva.
«Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4:17).
¡Cuán maravilloso sería si nosotros, los creyentes que estamos viviendo ahora nos encontráramos entre los tales! ¡Si antes que la muerte reclamara nuestros cuerpos, el Salvador volviera y fuéramos arrebatados juntamente con los santos resucitados en las nubes a recibir al Señor en el aire! Por supuesto, estos cuerpos nuestros tendrán que experimentar un cambio muy grande para que esto pueda suceder, pero en Filipenses 3 leemos de este cambio:
«Porque nuestra ciudadanía está en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de humillación en la semejanza de su cuerpo glorioso» (v. 20-21).
Como se ve, a este cuerpo se le llama el cuerpo de nuestra humillación. Cuán a menudo hemos sido humillados por nuestros cuerpos, ¿no es verdad? Muchas veces pesa sobre nuestro espíritu. Pues cuando venga el Salvador, Él transformará el cuerpo de nuestra humillación, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también someter a sí mismo todas las cosas (v. 20-21).
Leemos de esto mas detalladamente en la Primera Epístola a los Corintios, en el capítulo 15. El apóstol dice allí:
«Mirad, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos cambiados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojo, en la última trompeta; porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos cambiados. Porque es necesario que esto corruptible revista la incorrupción, y esto mortal revista la inmortalidad» (v. 51-53).
Aquellos que estén viviendo en sus cuerpos mortales de inmediato recibirán cuerpos inmortales cuando venga Jesús y en esos cuerpos vivirán para siempre.
Y cuando este corruptible se haya vestido de incorruptibilidad y este mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: «La muerte ha sido sorbida por la victoria» (v. 54).
No es extraño que el apóstol exclame con triunfo: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde está, oh hades, tu victoria?». Él dice: «El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo» (v. 56-57).
¡Esta, pues, es nuestra expectativa, esta es nuestra esperanza! Y el Señor desea que vivamos día tras día con el pensamiento fijo en el posible cumplimiento de la promesa de su venida. Cuando nos levantamos por la mañana, cultivemos tal estado de alma que nos lleve a decir, “Cristo puede volver hoy, y si volviera hoy, deseo que me halle viviendo para su gloria. Quiero que me encuentre andando en obediencia a su santa Palabra”. Y cuando nos entregamos al sueño por la noche que digamos, “Cristo Jesús puede venir esta noche, y puedo descansar en perfecta paz, sabiendo que cuando Él venga seré arrebatado para recibirle”.
¿Quieres ver a tu Señor? Viene ya.
Cristo, nuestro Redentor, viene ya.
¿Andas en la santidad, confiando en su bondad?
Andad en la luz y orad. Viene ya.
Viene ya, viene ya.
¡Oh, qué rapto cuando Él venga listo estar!