Acerca del arrebato de los santos


person Autor: Henri ROSSIER 47

flag Tema: El arrebato de los santos


Amado hermano:

Deseo responder en la presente carta a la pregunta que usted me ha hecho acerca de las tres expresiones que hallamos en 1 Tesalonicenses 4:16: «porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tes. 4:16), siendo estas tres expresiones las siguientes: la «voz de mando», la «voz de ar­cángel» y la «trompeta de Dios». Para comprender su verdadero al­cance, hace falta compararlos con la expresión «en la última trompeta» conforme leemos en 1 Corintios 15:52.

Aunque dichos pasajes no tienen un sentido completamente idén­tico, no obstante, concuerdan en cuanto a su forma, pues ambos aluden a usos militares.

1 Corintios 15:52, se refiere a la organización vigente en los campamentos romanos. Cuando se tenía que levantar el campamento, las trompetas sonaban tres veces: al oír la primera señal, plegaban las tiendas de campaña; a la segunda, los soldados se equipaban para marchar; a la tercera, o sea la «final (o última) trompeta», salían del campamento iniciando la marcha. Es solo a esta última señal que alude este ver­sículo, pues insiste en el hecho de que el arrebatamiento de los santos resucitados, o transformados, se hará «en un abrir y cerrar de ojos».

1 Tesalonicenses 4:16, presenta el mismo acontecimiento también bajo un símil militar, pero con un carácter más elevado, más completo, y mucho menos repentino: el Señor mismo desciende del cielo para arrebatar a los suyos en las nubes, a su encuentro. La partida de los santos no nos es presentada como efectuándose en un momento, en un abrir y cerrar de ojos; la escena podemos considerarla –por decirlo así– en tres tiempos o etapas:

  1. El mandato soberano (o voz de mando) es dado por el mismo Jefe supremo. Él solo (Jesucristo) tiene autoridad para hacerlo, indicando el preciso momento de la reunión, o toque de asamblea.
  2. Luego, el arcángel (cuya posición en la jerarquía militar es su­bordinada, pero inmediata a la del Jefe supremo) levanta la voz para transmitir esta orden o mandamiento. Al oír esas dos llamadas, los soldados esparcidos se reúnen.
  3. Finalmente, resuena la trompeta y, a su sonido, tiene lugar la marcha definitiva.

Esta escena de 1 Tesalonicenses 4, tiene preferentemente un aspecto ju­daico pero, ante todo, es de carácter completamente celestial. La voz de mando del Señor viene de arriba, y –por decirlo así– desciende del cielo con él. La voz del arcángel es la del jefe de las huestes an­gélicas en el cielo. El arcángel ocupa un lugar de destacada impor­tancia en la historia del pueblo de Dios (véase Dan. 10:13, 21; 12:1; Judas, 9; Apoc. 12:7), y su presencia y actividad en esta escena no debe sorprendernos, pues sus huestes angelicales obran para transportar a los santos.

En efecto, el medio de transporte lo constituyen las nubes, cuya palabra significa –o es sinónima–, a menudo, de «ejército de los ángeles» (véase por ejemplo: Mat. 16:27; 24:30-31; 25:31; Mar­cos 8:38; 13:26-27; Lucas 9:6; Apoc. 1:7). Destaquemos, finalmente, que la trompeta es la trompeta de Dios. Esto nos recuerda, en cierto modo, las trompetas de plata que servían para reunir la congregación de Israel, para hacer levantar el campamento, y tam­bién para que el pueblo viniera en memoria delante de Jehová su Dios (Núm. 10:1-10). Pero recuerda más bien el «sonido de bocina» que llamó al pueblo, para «recibir a Dios», al monte Sinaí (Éx. 19:16-19), como igualmente llama a los santos, que van a «recibir al Señor» en el aire.

No obstante, son escenas muy distintas una de otra. En la prime­ra (Éx. 19), todo el pueblo temblaba en gran manera, pues iba a encontrar a Dios como Juez. La segunda es una escena de intensa alegría: habiendo sido reconciliados con Dios por su gracia, los redimidos, vamos al encuentro del Señor que obró nuestra redención y nos acercó a sí mismo.

En el preciso momento en que resuena la trompeta de Dios, los santos resucitados y los santos transformados, somos arrebatados en las nubes [1], al encuentro del Señor, en el aire, para estar siem­pre con él.

[1] La nube tiene otro sentido también: es el lugar en el cual mora la gloría, donde ella se oculta, y desde donde puede manifestarse. La expresión «en las nubes» parece indicar que tan gloriosa escena no tendrá testigos sobre la tie­rra (véase también Hec. 1:9). Mientras que cuando el Señor venga con las nubes, todo ojo le verá (Apoc. 1:7).

Vemos, pues, que la escena de 1 Tesalonicenses 4, tiene un origen y un carácter divinos. Es en su posición de Hijo de Dios que el Señor obra la primera resurrección.

Revista «Vida cristiana», año 1955, N° 17


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