Salvado por la gracia y discípulo de Jesús

Lucas 14:16-35


person Autor: William Wooldridge FEREDAY 23

flag Temas: Ser un discípulo La gracia de Dios


En este pasaje el Espíritu de Dios ha unido 2 principios importantes y muy distintos. En primer lugar, en la parábola de la gran cena, tenemos la plenitud de la gracia divina. En segundo lugar, tenemos una palabra dirigida a la conciencia de los que emprenden el camino del discipulado. Nuestros corazones se inclinan a separar estas cosas, pero las encontramos unidas en la Escritura.

Un sábado, el Señor comió en casa de un fariseo (v. 1). No olvidaba que era el testigo de Dios en el mundo, aunque fuera en ese momento huésped en casa ajena. Sus ojos, que todo lo veían, habían discernido el orgullo que reinaba allí. Los invitados, seguros de sí mismos, se agolpaban para conseguir el primer lugar. Y el anfitrión había reunido en su casa a los que podían devolverle la invitación. El Señor debe reprenderlos a todos. En todas partes faltaba el espíritu de gracia, y el ego reinaba en todos los corazones.

Jesús dice a su anfitrión que, cuando prepare una comida de fiesta, es mejor llenar su casa de pobres y enfermos, y esperar la recompensa que se dará «en la resurrección de los justos» (v. 14). Jesús estaba allí como invitado, pero la simple cortesía no podía impedirle expresar la necesaria desaprobación. No había miel en la ofrenda vegetal –típico de la perfecta humanidad de Cristo. La respuesta del Señor parece haber regocijado a alguien, que entonces exclama: «¡Bienaventurado aquel que comerá pan en el reino de Dios!» (v. 15). Y esto nos lleva a la conocida parábola.

1 - La parábola de la gran cena (v. 16-24)

Aunque a la gente le guste oír hablar de la gracia, a menudo carece de una verdadera apreciación de lo que hay en el corazón de Dios. Cuando Dios invita, nosotros ponemos excusas. Y como desea que su casa esté llena, tiene que buscar e incluso obligar a los hombres a entrar.

La gracia de Dios atrae. El Señor Jesús la compara con una gran cena preparada para muchos invitados. No falta nada: todo lo bueno es puesto a disposición por una mano generosa. El principio de Dios es siempre: «Más dichoso es dar que recibir» (Hec. 20:35). Los primeros invitados representan a los dirigentes de los judíos. A pesar de su posición privilegiada, sus corazones estaban en el mundo; no había en ellos ningún deseo de Dios y de su Cristo. Sus campos, sus bueyes y sus mujeres son excusas fáciles. Si el mundo está en el corazón, sea cual sea la forma que adopte, no hay lugar para Cristo. Las excusas esgrimidas evocan las bendiciones temporales características de la vocación judía. El corazón natural es traicionero, y las bendiciones que Dios nos concede pueden sustituirlo en nuestros afectos, o incluso excluirlo por completo.

Pero si los ricos no tienen necesidades y se van con las manos vacías, Dios colma de bienes a los hambrientos (Lucas 1:53). El Evangelio está predicado a los pobres (4:18). Eran personas de baja condición las que escuchaban a Jesús. Los publicanos y las prostitutas estaban por delante de los escribas y fariseos en el reino de Dios (Mat. 21:31-32). En la parábola (cap. 14), se visitan «las plazas y las calles de la ciudad» y se reúne a aquellos a quienes los hombres desprecian: a «pobres, mancos, ciegos y cojos» (v. 21). Pero esto no agota los recursos de la gracia divina. El esclavo dijo: «Señor, se ha hecho lo que mandaste, y aún hay lugar» (v. 22). Entonces hay que buscar en los campos y vallados, para que los vagabundos y los marginados puedan ser llevados a compartir la cena. Aquí es donde entramos nosotros, el pueblo de los gentiles. Somos el pueblo de los campos y los vallados. ¿Somos conscientes de ello? Éramos completamente extraños a Israel, a las promesas y a la alianza; éramos «pecadores de entre los gentiles» (Gál. 2:15).

Maravilloso cuadro pintado por una mano divina. Es la gracia gratuita de Dios, plena y completa. Las ramas crecen por encima del muro (Gén. 49:22). No se espera nada de los invitados; todo es según las riquezas de la gracia de Dios (Efe. 2:7).

No podemos ser seguidores de Jesús hasta que no comprendamos esto plenamente. Intentar seguir a Cristo sin conocer verdaderamente la gracia no le agrada en absoluto y solo puede conducir al legalismo. Tienes que conocerlo como dador antes de que puedas renunciar a nada por él. Él lo da todo, no pide ningún pago. ¡Que la gracia divina ocupe el lugar que le corresponde en nuestros corazones!

2 - Ser discípulo de Jesús (v. 25-35)

«Grandes multitudes acompañaban a Jesus» (v. 25). Podemos comprenderlo. Pero este movimiento hacia él debe ser puesto a prueba. ¿Sabían estas personas a quién seguían? ¿Habían captado algo del difícil camino que él recorría? Aún no era el que reinaba, rodeado de la grandeza y la gloria del reino venidero. Era despreciado y rechazado por los hombres. En general, Israel no tenía interés en un Mesías así. Un libertador temporal les habría bastado. Un Cristo humilde y lleno de gracia paciente, que era al mismo tiempo Dios manifestado en carne, no les convenía.

Y hoy, ¿nos damos cuenta suficientemente de que estamos llamados a seguir a un Cristo rechazado? Estuvo en la tierra, pero ya no está. Los hombres no lo quisieron. Sus criaturas se levantaron contra él y le dieron muerte. El cielo lo recibió y está a la derecha de Dios. Pero en la tierra sigue siendo el Rechazado. Este es el Cristo que estamos llamados a conocer y seguir.

El Señor se dirigió a los que le seguían y les dijo: «Si alguno viene a mí, y no odia a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (v. 26-27). ¿Desprecia Jesús las relaciones naturales? En absoluto. Provienen de Dios. Es un carácter de los últimos días que los hombres son «sin afecto natural» (2 Tim. 3:3). Jesús mismo, cuando estaba en la tierra, sabía cuándo y cómo tener en cuenta los deberes naturales.

Lo que el Señor quiere decir es que debe ocupar el primer lugar en el corazón de los suyos. Son tiempos difíciles. Las cosas de este mundo, cualesquiera que sean, deben ser tomadas con mano ligera. El Señor es muy incisivo cuando dice: «y aun su propia vida». Pablo conocía el significado de estas palabras mejor que nadie. Siempre llevaba consigo «la sentencia de muerte» (2 Cor. 1:9). ¿Cuál es nuestra posición al respecto? Nuestra vocación nos eleva por encima de las cosas naturales; les pone la cruz. ¿Estamos preparados para ello?

Sin duda fue una prueba para Aarón y sus hijos que se les prohibiera descubrirse la cabeza y rasgarse las vestiduras cuando el Señor había hecho una brecha en su familia (Lev. 10). También hubo algo especialmente duro para los levitas, el día del becerro de oro. Pero respondieron espontáneamente a la llamada de Moisés: «¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo» (Éx. 32:26). Eran aquellos que decían «de su padre y de su madre: Nunca los he visto; y no conocían a sus hermanos, ni a sus hijos» (Deut. 33:9).

Se trata de tomar la cruz y seguir a un Cristo rechazado. Sin esto, no se conoce el camino del discipulado. El Señor nos advierte aquí que no seamos frívolos. Hay que calcular el coste. El hombre que quiere construir una torre debe contar si tiene lo suficiente para terminarla. El rey que va a la guerra debe considerar si puede resistir al hombre que viene contra él. Es fácil decir: «Estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte» (Lucas 22:33). Pero una caída es humillante y deshonra al Señor. Para quienes nos observan, sugiere que el Señor nos ha llamado a un camino en el que es incapaz de sostenernos. Y los que caen son objeto de burla: «Este hombre comenzó a edificar, y no pudo terminar» (v. 30).

Las palabras del Señor pueden haber parecido extrañas a muchos de los que le oyeron hablar. Quizá algunos dijeron, como en otra ocasión: «Dura palabra es esta. ¿Quién la puede escuchar?» (Juan 6:60). Quizá muchos se retiraron y dejaron de caminar con él (comp. v. 66). ¡Imagínate decirle a un judío lleno del pensamiento de la gloria del reino que debe cargar con su cruz!

Mucha gente hoy en día tampoco lo entiende. La Iglesia profesa se ha aliado con el mundo; habita donde está el trono de Satanás. En todas partes buscan la gloria del mundo, dan el lugar de orgullo al hombre y a la carne. La idea de llevar la propia cruz debe parecer muy extraña a muchos. Y la idea de salir a Cristo «fuera del campamento, llevando su oprobio», puede ser desconcertante (Hebr. 13:13). Pero este es el verdadero lugar del cristiano hoy. Quien quiera hacer la voluntad del Señor debe seguir este camino de reproche y renuncia.

Desgraciadamente, muchos han intentado recorrer este camino y luego se han apartado. Un día abandonaron las abominaciones del mundo cristiano y se situaron fuera, hacia Cristo, profesando apego a su nombre y a su Palabra. Puede que incluso se hayan jactado de la luz divina que los iluminaba y hayan hablado de las cosas más elevadas de la verdad de Dios. Se podría haber pensado que eran firmes y verdaderos. Podrían haber pensado que se habían dado cuenta de la seriedad de la posición cristiana y del camino cristiano. Pero sopló la tormenta, llegó la prueba y cayeron. Ahora están reconstruyendo lo que destruyeron. Así se deshonra al Señor y la verdad queda expuesta al ridículo. Sería mejor no haber avanzado nunca que dar marcha atrás. Esta es una advertencia para todos nosotros: «El que piensa que estar firme, mire que no caiga» (1 Cor. 10:12). Miremos estas cosas a la cara y sopesémoslas en el santuario de Dios.

Las últimas palabras de Lucas 14 son muy solemnes: «Buena es la sal; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? No sirve ni para la tierra, ni para el muladar; será echada fuera. Quien tiene oídos para oír, oiga» (v. 34-35). Perder el sabor no es lo mismo que dar marcha atrás y abandonar el camino del Señor. Se puede mantener la posición exterior, pero se abandona el verdadero discipulado. La sal representa la energía espiritual que mantiene al alma alejada de la corrupción circundante y le permite dar verdadero testimonio de Cristo. Si esta energía decae, ¿dónde quedamos como testigos? ¿Para qué servimos en este mundo? Podemos seguir caminando por la misma senda sin negar lo que hemos recibido de la Palabra, pero dejando que los principios mundanos se introduzcan y perder su poder. Ya no percibimos su carácter celestial, y eso es muy triste. Por el contrario, nuestra piedad debería crecer con el tiempo y nuestra fe debería fortalecerse cuando aumentan las dificultades. Deberíamos aprender a confiar cada vez más en Dios.

El discipulado es individual. Cada uno debe mirar a Cristo por sí mismo, y seguir el camino que se le ha mostrado. Siempre tendemos a mirar a nuestros hermanos para ver lo que quieren hacer. Es fácil caminar con muchos; pero cuando lo hacemos, nuestra fe no actúa mucho. Tenemos que seguir a Cristo personalmente; tanto mejor si otros lo siguen también y podemos caminar juntos. Pero si nuestros ojos están fijos en los demás, Satanás se aprovecha y enfría nuestro deseo de seguir verdaderamente a Cristo.

No debo despreciar la comunión de mis hermanos. Debo buscarla y cultivarla en todo lo que pueda, pero no deben ocupar el lugar del Señor. Es a él a quien debemos mirar; es a él a quien debemos seguir. Solo entonces nuestro discipulado será verdadero y real.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2013, página 103