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Soportar las debilidades


person Autor: Sin mención del autor

flag Temas: Su vida en la tierra, su tentación Ser un discípulo


De la revista «Christian's Friend», vol. 1898.

Nada se enseña más continuamente en las Escrituras que Cristo es un modelo y ejemplo para los suyos, y que, por lo tanto, el objetivo y propósito del creyente debe ser expresar a Cristo en su conducta y sus caminos. Esto se ilustra notablemente en el caso del apóstol Pablo, quien fue tal vez el ejemplo más cercano al de su Señor que el mundo haya visto jamás. Bajo la conducción del Espíritu Santo, pudo decir que para él vivir era Cristo; y su única expectativa y esperanza era que Cristo fuera magnificado en su cuerpo, ya fuera por la vida o por la muerte. Es muy cierto que ningún creyente individual es un vaso adecuado para representar a Cristo, que para este fin son necesarios todos los miembros de su Cuerpo; sin embargo, nada menos que este objetivo debe estar presente en nuestras mentes (véase 2 Cor. 4:10). Los 2 pasajes que encabezan este artículo nos presentan este tema en un aspecto, y es a este al que invitamos al lector a prestar la mayor atención; porque la consideración de cualquier aspecto de la vida del bendito Señor no solo es provechosa para nuestras almas, sino que también engendra en nosotros un intenso deseo de aprender más de sus perfecciones y de encontrarnos más constantemente en su compañía. Es entonces cuando entramos en el espíritu de la esposa cuando dice: «Bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar. Me llevó a la casa del banquete, y su bandera sobre mí fue amor» (Cant. 2:3-4).

1 - Mateo 8:17

«De modo que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: Él mismo tomó nuestras debilidades, y cargó con nuestras enfermedades» [Is. 53:4].

Así que aprendemos de nuestro primer pasaje que Cristo tomó las dolencias y llevó las debilidades de su pueblo mientras estuvo en la tierra. En una palabra, en todas las tribulaciones de ellos, él estuvo afligido. Precisamente en el pasaje de Mateo se ve al Señor quitando las debilidades y dolencias de su pueblo; pero si consultamos el pasaje de Isaías del que se supone que este acto es el cumplimiento, veremos que primero tomó estas cargas sobre sus propios hombros. Este ha sido siempre su bendito camino. En su tierna gracia e indecible compasión, se puso en espíritu por bajo el peso del dolor de los que buscaban su ayuda; luego lo cargó sobre su propio corazón ante Dios, y finalmente se lo llevó. Así, cuando le trajeron a un sordo que hablaba con dificultad, después de haberlo apartado, mirando al cielo, «suspiró» bajo el peso de la enfermedad del hombre, y luego dijo: «Efata», es decir, «Ábrete» (Marcos 7:34). Así fue a lo largo de su bendito viaje por este mundo: fue el hombre de dolores y conoció la aflicción, porque entró en la condición de aquellos con quienes entró en contacto. Fue verdaderamente el Gran Portador de cargas, como atestiguan sus lágrimas sobre la Jerusalén impenitente y ante la tumba de Lázaro. ¿Quién puede verlo así, en estas expresiones de su simpatía y amor, sin conmoverse profundamente? He aquí, al menos, a alguien que estaba siempre lleno de una compasión indecible, que se preocupaba constantemente por los corazones agobiados de los que le rodeaban, y a quien la ausencia de respuesta nunca apagó su ministerio de amor. Las fuentes de su acción estaban arriba y adentro: hacer la voluntad del que le enviaba y satisfacer sus propios afectos. Bendito Señor, podríamos avergonzarnos cuando meditamos en ti; y, sin embargo, sabiendo lo que somos, nos habla a cada uno e incluso, en este tema, nos dice: «Sígueme». Que, por tu gracia, seamos capaces de gritar: «¡Atráeme; en pos de ti correremos!» (Cant. 1:4) en este servicio de gracia y simpatía.

Si consideramos ahora el servicio actual de nuestro bendito Señor como Sumo Sacerdote, descubriremos el mismo principio como base. Se nos dice que él se compadece de nuestras debilidades, y la razón que se da es que él fue tentado en todo según nuestra semejanza, excepto en el pecado. Esto significa que, en la medida en que ha tenido experiencia personal de nuestras pruebas –pruebas resultantes de nuestras debilidades– es capaz de entrar en nuestros sentimientos y simpatizar con nosotros en esas pruebas. El significado de la palabra «simpatía» es sentir con –no por (que es compasión) sino con– y así, en un sentido muy profundo, el Señor siempre entra en nuestras dolencias y las soporta. No hay una sola pena o problema que surja de ellas que él no vea, y que no suscite, y eso inmediatamente, la amorosa simpatía de su corazón. Es por esto, que conociendo nuestra necesidad, él es capaz de mantenernos por su intercesión sacerdotal ante Dios, y asegurar para nosotros la misericordia y gracia necesarias cuando nos presentamos audazmente ante el trono de la gracia. Oh, qué bendición es apropiarse de Cristo en su carácter sacerdotal. Él mismo dijo: «Si alguno come de este pan, vivirá eternamente» (Juan 6:51 58), y así podemos animarnos a hacer nuestro a Cristo, pues él está ante Dios como nuestro representante. Esto reconfortará nuestros corazones y aligerará nuestras cargas más pesadas. Entonces, en lugar de hundirnos en nuestras circunstancias, como Pedro se hundía en el mar, encontraremos que su fuerte mano sustentadora está debajo y alrededor de nosotros, elevándonos por encima de nuestras pruebas y llenando nuestros labios de acción de gracias y alabanza.

2 - Romanos 15:1

Lo anterior nos preparará para la afirmación del apóstol de que «nosotros, que somos fuertes, debemos conllevar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos»; y se verá enseguida que conecta esta admonición con el ejemplo de Cristo, pues, después de exhortarnos a agradar al prójimo, con miras al bien, para edificación, añade: «Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo». Del mismo modo, escribiendo a los gálatas, dice: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumpliréis así la ley de Cristo» (Gál. 6:2). La ley de su vida era, como hemos visto, ser portador de cargas, y también nosotros debemos llevar las cargas y las debilidades de nuestros hermanos, si recibimos la gracia de hacerlo, es decir, las dificultades y las penas de todos aquellos con quienes entramos en contacto en nuestra vida cotidiana. Esta es la esencia de nuestro tema: el creyente debe ser la expresión de Cristo en este mundo, primero en el círculo de nuestros hogares, de nuestra fraternidad, y finalmente en el mundo. ¡Qué misión! Pero, habitualmente, tenemos la tentación de esperar de los demás en lugar de darles, de ser meros receptores en lugar de dadores. Ante Dios, podemos ser receptores, en la medida de nuestras posibilidades, y primero debemos ser receptores de él mismo si luego queremos dar, como nos enseñó el Señor cuando dijo: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de adentro de él fluirán ríos de agua viva» (Juan 7:37-38). Cambiaría todo el curso de nuestras vidas si entráramos en esta realidad y comprendiéramos que a esto estamos llamados, a convertirnos en canales de gracia, simpatía y ayuda para los que nos rodean.

Por tanto, nosotros, los fuertes, debemos soportar las flaquezas de los débiles y no contentarnos con nosotros mismos, porque esta era «la ley de Cristo» cuando estuvo en la tierra. Hay que tener en cuenta la fuerza de la palabra «debe». Esto puede ser ilustrado por un uso similar de la palabra por el apóstol Juan. Dice: «Amados, si Dios nos amó así, nosotros también debemos amarnos unos a otros» (1 Juan 4:11). En otras palabras, estamos obligados a actuar con justicia los unos con los otros, como Dios ha actuado con nosotros; y no sería justo, puesto que Cristo todavía soporta y se compadece de nosotros en nuestras debilidades, que no soportáramos también las flaquezas de los débiles. Que estas benditas palabras se graben en nuestros corazones y, para que así sea, que el mismo Cristo, con toda su tierna gracia y simpatía, esté siempre ante nuestras almas, para que, así atraídos y alimentados los afectos de nuestros corazones hacia él, nos complazcamos en caminar tras sus huellas. Hay que añadir que cuanto más nos conformemos a su imagen contemplando su gloria, tanto más se producirá en nosotros y se expresará ese rasgo bendito de su vida terrena del que tenemos que ocuparnos. Es igualmente cierto que para que la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos en cualquier aspecto, debe haber una aplicación constante de su muerte a nosotros mismos. El secreto de la vida de Cristo era aliviar a los hombres sintiendo al mismo tiempo sus dolores y debilidades; llevaba en su espíritu el peso de los males que expulsaba con su poder. Dejemos que su amor –pues no hay otro poder suficiente para ello– nos obligue, y que reine tan soberanamente en nuestros corazones que nunca podamos ser felices si no seguimos sus huellas.