Salvaguardias para el alma


person Autor: Frank Binford HOLE 119

flag Tema: El alma, el espíritu (o la mente), los pensamientos


1 - Prefacio

Muchos creyentes son como niños pequeños. Los hay recién convertidos, que no pueden dejar de serlo, y los hay que han sido creyentes durante mucho tiempo, pero que han hecho pocos progresos espirituales en la vida cristiana.

En el capítulo 2 de su Primera Epístola, el apóstol Juan clasifica la familia de Dios en tres categorías, a las que llama respectivamente «padres», «jóvenes» e «hijitos», indicando así tres etapas de crecimiento. Los versículos 14-28 dirigen un mensaje especial a cada una de las tres categorías.

Se dirige a los padres (v. 14a), a los jóvenes (v. 14b-17) y a los niños (v. 18-28). Es probable que la longitud del mensaje dado a cada categoría sea proporcional al número de creyentes en cada una, entonces como ahora.

Hay muchos peligros en el camino del “niño pequeño” en Cristo, el peor de los cuales es la enseñanza falsa o anticristiana. Si se piensa, se puede ver por qué esto es así. Esta enseñanza casi siempre parece inofensiva, se trata simplemente de imbuirse de ciertas ideas; no hay nada repulsivo o inmoral en ella, y sin embargo subvierte el alma y la coloca virtualmente bajo el dominio de Satanás, el dios de este mundo.

La diferencia entre la caída de un joven cristiano a causa de un mal moral, por grave que sea, y la caída a causa de una falsa enseñanza, es comparable a la diferencia entre la avería de un «buque de guerra» por un proyectil y su captura completa por el enemigo, ¡sin un solo rasguño! El novato en marina sabe muy bien cuál es el más desastroso de estos dos acontecimientos.

Hoy Satanás está muy activo en las doctrinas anticristianas. Diversos agentes trabajan con un frenesí que nos avergüenza, a nosotros cristianos. Distribuyen su literatura a través de los buzones, venden sus libros de puerta en puerta haciendo publicidad y los venden a muchos incautos. Se introducen en los hogares para tratar de ganar almas para su causa.

Su nombre se convierte realmente en «Legión». A primera vista puede parecer extraño que haya tanto desacuerdo entre las diferentes partes del gran ejército del diablo, pues sus doctrinas a menudo se contradicen entre sí. Pero las diferencias son solo superficiales. El diablo es como un pescador que lanza un largo sedal con muchos cebos diferentes, con el fin de atraer a tantas clases de peces como sea posible; bajo cada cebo, le resulte atractivo o no, se encuentra el mismo anzuelo.

El origen satánico de estos muchos sistemas malignos contradictorios, aparece claramente por el hecho de que todos están de acuerdo para derribar los grandes fundamentos del cristianismo, como la divinidad de Cristo, la realidad de su sacrificio expiatorio o la verdadera naturaleza del pecado y su gravedad, que implica el castigo eterno.

No es tarea fácil exponer en detalle los males de estos sistemas para poder salvar a los niños pequeños. Tal tarea requeriría una serie de folletos masivos. Otros han hecho un trabajo notable al respecto.

Sin embargo, para defenderse contra este tipo de mal, nos gustaría señalar algunas protecciones, válidas para el creyente más débil y el menos instruido. Todas ellas están indicadas en esta Primera Epístola. Sin embargo, debemos añadir 1 Juan 4:1-6 a 1 Juan 2:18-28.

La primera de estas salvaguardias es el hecho de que la unción del Santo es recibida por toda la familia divina, incluido el «niño pequeño».

2 - La unción del Santo

Esta unción le hace conocer «todas las cosas» (v. 20), o como dice el versículo 21, conoce «la verdad… ninguna mentira procede de la verdad».

La unción se refiere obviamente al Espíritu Santo de Dios, que mora en todos los que creen en el evangelio de su salvación (véase Efe. 1:13). Pero estas afirmaciones se entienden mejor cuando vemos que el apóstol Juan no lo considera aquí como una Persona que mora en nosotros, sino más bien como la fuente de una nueva vida que produce en nosotros nuevas facultades y poderes.

Una persona sencilla, apenas capaz de leer su propio nombre, exclamará: ¡Qué!, ¿Conozco todas las cosas?

Nosotros decimos: “Sí, si eres cristiano”. En la lengua original, el término «conocer» utilizado aquí tiene el significado de “ser consciente de”, “conocer intuitivamente” antes que “poseer a fondo”.

Un niño pequeño observa las cosas, desde la cara sonriente de su madre hasta el centelleo de una estrella, con una conciencia que ningún bebé animal poseerá jamás. Sus conocimientos todavía son embrionarios, pero el espíritu humano, con sus facultades y poderes, está ahí.

Querido «niño pequeño» en Cristo, que acaba de nacer en la familia de Dios, ¡tiene esta unción! Tiene facultades formadas por el Espíritu de vida.

¿Está usted consciente de ello? ¿Se da cuenta de que lo poco que sabe prácticamente de Dios, así como todo lo que le queda por aprender, lo posee solo porque tiene la Unción? Para adquirir todo el conocimiento humano, desde el parvulario hasta una gran universidad, solo necesita la razón humana y las facultades ordinarias. Para tocar la más pequeña de las cosas divinas, necesita una facultad que el no nacido de Dios no posee: la unción del Espíritu de Dios.

Extraigamos de esto dos importantes lecciones prácticas.

1. Nunca confíe en su propia razón en las cosas de Dios. Como hijo de Dios, usted puede confiar mucho más en su conciencia espiritual o a su percepción intuitiva, aunque ni siquiera eso le es dado como guía.

2. Nunca confíe en la razón de otra persona. Nunca se turbe por los dichos o escritos de los hombres más eruditos, si no son creyentes. Su conocimiento humano puede ser colosal, pero si no están convertidos, su conocimiento real de las cosas divinas es absolutamente nulo.

En el versículo 27, se menciona de nuevo la unción, pero el Espíritu de Dios se ve más como una persona. Se dice que nos enseña todas las cosas y que él es la verdad. Es evidente, entonces, que por medio del Espíritu de Dios no solo tenemos nuevas facultades capaces de conocer las cosas de Dios, sino que tenemos en él un Instructor plenamente competente.

No se trata en este versículo de menospreciar la importancia de los maestros; son levantados por Cristo para bendición de su pueblo (véase Efe. 4:11). Sin embargo, no son esenciales. Sin la obra del Espíritu, el mejor maestro no enseña realmente nada; de hecho, más de un creyente aislado ha sido profundamente enseñado por Dios.

Como simples cristianos, utilizando esta primera protección, dejaremos de depender de la razón humana, tanto de la nuestra como de la de los demás, y nos apoyaremos principalmente en el Espíritu de Dios para nuestra instrucción.

¡Este es un buen comienzo!

En segundo lugar, según el versículo 27, estamos protegidos por lo que hemos oído desde el principio y que permanece en nosotros, porque:

3 - Los principios divinos de la verdad son invariables

Son siempre los mismos; son válidos en todas las circunstancias, de modo que nunca tenemos que desaprender lo que Dios nos enseña a través de los primeros rudimentos del Evangelio. En nuestra carrera cristiana nada de lo que aprendamos irá en contra de la verdad básica con la que hemos empezado.

No pasemos por alto esta protección, que es más importante de lo que parece.

Por ejemplo, de niños, cuando seguíamos con los dedos las «A» grandes y las «a» pequeñas en los libros ilustrados del alfabeto, ¡no pensábamos que estábamos observando los fundamentos sobre los que se construye la estructura del lenguaje y de la literatura! pero así era. Más tarde, cuando aprendíamos las reglas de la suma, la resta, la división y las tablas de multiplicar, ¡no imaginábamos el alcance de las matemáticas! Pero estamos seguros de que una autoridad de primer plano, como un gran astrónomo, nunca ha tenido que aprender un solo área de las matemáticas que contradiga las cuatro sencillas reglas de la aritmética que aprendió en su juventud.

Así, aun sin ser expertos en aritmética, si alguien nos propusiera adoptar un nuevo método de contabilidad moderno, y tras un rápido examen comprobáramos que supone que dos por dos hacen cinco, ¡lo rechazaríamos inmediatamente!

Lo mismo ocurre con las cosas de Dios. «Lo que oísteis desde el principio, permanezca en vosotros» (v. 24). El Evangelio de Dios que trae la salvación presenta a un Salvador divino que murió por nuestros pecados, fue sepultado y fue resucitado (1 Cor. 15:1-10); es en esto en lo que todo descansa si está salvado: sobre quien usted ha oído desde el principio. El Espíritu de Dios no le enseñará nada que contradiga esto.

Por lo tanto, cualquiera que le presente, por escrito u oralmente, enseñanzas que socaven o sean incompatibles con estas verdades fundamentales en las que descansa su alma, es un engañador. Apóyese en su protección y rechace sus enseñanzas sin vacilar.

En la misma línea, en los versículos iniciales del capítulo 4, la verdad de la persona de Cristo –la confesión de su deidad y de su humanidad– es la piedra de toque de todo. La mente que no confiese esto puede considerarse inmediatamente como no siendo «de Dios».

La tercera prueba que nos protegerá se encuentra en los versículos 5 y 6 del mismo capítulo. Se trata de la prueba de

4 - La autoridad apostólica

El contraste entre los maestros anticristianos y los apóstoles es muy claro: «Ellos son del mundo… nosotros somos de Dios» (4:5, 6). Sus enseñanzas eran del mundo, apelando a principios y sentimientos del mundo, y el mundo los escucha; las enseñanzas apostólicas eran de Dios.

Dice todavía: «El que conoce a Dios, nos escucha; el que no es de Dios, no nos escucha. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error» (v. 6). Es decir, que la actitud de una persona hacia Dios era revelada por su actitud hacia los apóstoles y su testimonio, ya que ellos eran los testigos oficiales del Señor Jesús.

Si algunas personas piensan que esta prueba es obsoleta porque los apóstoles han desaparecido hace mucho tiempo, que recuerden que hoy, en un sentido práctico, están ahí a través de sus escritos. La mayor parte del Nuevo Testamento ha llegado hasta nosotros en los escritos de los apóstoles y en algunos libros de sus colaboradores. Por tanto, el principio enunciado anteriormente es válido en este siglo 21, con este pequeño cambio: La actitud de una persona hacia Dios se revela por su actitud hacia los escritos apostólicos –los Escritos del Nuevo Testamento.

Así que la tercera prueba es la siguiente: Este supuesto doctor, ¿se inclina ante la autoridad de los escritos del Nuevo Testamento, o los rechaza total o parcialmente?; o, aunque afirma aceptarlos y basar su enseñanza en ellos, ¿los manipula de manera engañosa, tergiversándolos si no se adaptan a sus teorías, en lugar de dejarlos hablar? Además, ¿son sus enseñanzas «del mundo», según principios y máximas mundanos, que llevan a las personas que las asimilan a permanecer en el mundo en lugar de sacarlas de él? Si es así, no hay por qué dudar: ni él ni sus enseñanzas son de Dios.

Un joven cristiano inexperto, citando un versículo de una epístola, dirá a uno de ellos: Si lo que dice es verdad, ¿cómo explica usted este versículo de la Biblia?

Él sonreirá y dirá: “Eso es justo lo que dice Pablo. Era un gran hombre, por supuesto, pero no olvide que vivió en el siglo 1, y nosotros en el 21. No tiene sentido confrontar sus palabras más bien oscuras con nuestras luces y conocimientos modernos”.

¿Necesita algo más para saber si debe o no escuchar a este orador? ¡No! Puede etiquetarle tranquilamente como: “No es de Dios” y dejarle en paz.

Pero esto –el hecho de que la Palabra de Dios provenga de los apóstoles– es el lado negativo de la prueba, por así decirlo. La Palabra de Dios, por su propia existencia, obliga al llamado doctor a declararse o absolutamente sometido a ella o en contra de ella. Pero el lado positivo de la prueba –el uso de la Palabra por parte del creyente, es aún más valioso. No hay mayor protección que tener nuestras mentes y corazones bien empapados de los pensamientos de Dios tal como se exponen en las Escrituras.

Cuanto más conozcamos las Escrituras y la verdad que contienen, más protegidos estaremos de las artimañas de las enseñanzas anticristianas. Estos sistemas caracterizados por el error solo tienen éxito porque los que profesan ser cristianos ignoran las Escrituras.

Por lo tanto, leamos y estudiemos las Escrituras más seriamente en verdadera dependencia de la enseñanza de la Unción del Espíritu de Dios.

Recapitulemos los puntos expuestos anteriormente para ver cuán bien estamos protegidos del mal por la gracia de Dios.

1. En la Unción tenemos una nueva fuente de entendimiento espiritual, con sus nuevas facultades y nuevos poderes.

2. La misma Unción, nos enseña la verdad: es el Espíritu Santo de Dios que es él mismo la Verdad.

3. El Evangelio, en el que hemos creído al principio, nos ha dado ya los contornos de la verdad; para ilustrar esto, es como una semilla que contiene en sí todos los gérmenes que han de desarrollarse después. Nada de lo que hemos de aprender después requiere que desaprendamos el Evangelio, aunque solo sea en parte: cada elemento de la verdad más avanzada solo puede estar en perfecta armonía con la más básica.

4. El verdadero maestro tiene absoluta lealtad a los escritos neotestamentarios, a diferencia del falso maestro que no reconoce, o solo reconoce parcialmente, la autoridad apostólica.

5. Las enseñanzas divinas llevan consigo su carácter divino y celestial, no son en absoluto del mundo. Las falsas enseñanzas son siempre del mundo, teniendo al mundo como su fin.

Por lo tanto, Dios nos ha provisto de lo que podemos llamar la protección del Espíritu Santo (1, 2), la protección del Evangelio (3), la protección de las Sagradas Escrituras (4) y la protección de la puesta a prueba del mundo (5).

Usando estas protecciones cuidadosamente y en oración, seremos bienaventurados, y así seremos preservados.