Pensamientos malos, involuntarios y odiosos
Extracto de una carta
Autor:
El alma, el espíritu (o la mente), los pensamientos
Tema:He recibido su carta. No dudo de la actividad, ya sea del Enemigo, o de su malvado corazón. Necesita una liberación completa de sí mismo, es decir, de la carne.
Habla usted de pensamientos malos, involuntarios y odiosos que surgen en su corazón, cuando busca a estar ocupado con el Señor, e incluso cuando realmente piensa en él. Luego se detiene para confesarlos, y la propia preocupación de la confesión solo provoca un nuevo mal pensamiento, y como dice, es una lucha interminable.
Me parece que aún no ha disfrutado de una liberación completa de sí mismo y de la carne. Sigue estando lo que la Escritura llama «en la carne», aunque un creyente. Creo que, si su alma estuviera liberada, experimentaría esta simple pero profunda verdad: «Consideraos muertos al pecado» (Rom. 6:11). Actuaría de tal modo que la idea de detenerse a confesar los malos pensamientos involuntarios de su alma, sería juzgada, en realidad, como un triunfo concedido a la carne, ya que le lleva a ocuparse de ellos.
Cuando su voluntad no tiene nada que ver, debe dejar de lado esos pensamientos, desdeñarlos y tratarlos como «ya no soy yo» (Rom. 7:17). –Ni que decir tiene que, si su alma no está liberada, no puede actuar así, pero si tuviera plena libertad, esas cosas no le causarían dolor. Todo lo que puedo decirle es esto: cuando malos pensamientos, involuntarios y odiosos, se presenten a su alma, no permita, para confesarlos, que le desvíen de atender al Señor. Si su voluntad tiene algo que ver con ellas, debes confesarlos, pero si no, aléjese de ellos como se alejaría de una persona que no es usted mismo, a la que usted sabe incorregible, y cuyo más ligero contacto solo puede producir miseria y mancilla. Evítelos, no se mezcle con ellos, pero déjelos donde están sin preocuparse por ellos. Reconocerlos, aunque sea en la más mínima medida, es dar a la carne el lugar que ella busca –es reconocerla de alguna manera, y aunque solo sea para odiar sus efectos, es una satisfacción para la carne.
Oh, que se le conceda esta gracia, de dejar «la carne» sin reconocer y repudiada, y seguir su camino sabiendo que ella sigue ahí y que estará en usted hasta el final. Qué bendición es para nosotros poder, por gracia, repudiar, rehusar escuchar las sugerencias de la carne, cuando está actuando, sabiendo por gracia que «ya no soy yo». Su caso con respecto a los pensamientos malos, involuntarios y odiados ha sido, y es, el de la mayoría, si no todos, de los hijos de Dios. Simplemente avance sin atender a estos pensamientos en absoluto; porque, repito, al atenderlos le da a la carne el lugar que busca. Camine como si no escuchara sus sugerencias, como si fuera sordo a ellas. Confiéselos a Dios, cuando actúe su voluntad, pero hágalo sin ocuparse en analizar el mal; más bien mire hacia Dios, con el corazón lleno del sentimiento de su debilidad e incapacidad; y en actitud de dependencia, siga su camino, con la mirada fija en Aquel de quien procede la fuerza, cuando el alma es consciente de su debilidad.