Los pensamientos


person Autor: L. C. HOCKING 1

flag Tema: El alma, el espíritu (o la mente), los pensamientos


1 - El tema examinado a la luz de las Escrituras

El tema de los “pensamientos” es muy amplio, y es difícil limitarlo para que sea útil en este artículo.

De entrada, reconocemos que el espíritu es uno de los tres elementos del hombre, junto con el alma y el cuerpo. Todos trabajan juntos, de modo que es difícil aislar las actividades del espíritu de las del corazón o la voluntad. El espíritu, es la sede de los pensamientos.

Nuestro tema es el pensamiento mismo. Podríamos decir mucho sobre el espíritu como origen del pensamiento, pero no debemos olvidar que el control último del pensamiento está muy dentro de nuestro ser. «Del corazón de los hombres, salen malos pensamientos…» (Marcos 7:21), dijo el Señor Jesús. La Palabra de Dios «discierne los pensamientos y propósitos del corazón» (Hebr. 4:12).

A menudo, el espíritu parece hacer su trabajo sin ningún control consciente, de modo que nuestra tendencia es pasar por alto sus posibilidades y dejarlo actuar libremente, con el resultado de que el pensamiento se considera a menudo como un ensueño ocioso y, por tanto, se subestima. El punto de vista de la Escritura es muy diferente: una de las primeras exhortaciones al peregrino creyente en esta tierra es: «Consolidad vuestros pensamientos» (1 Pe. 1:13). Esta impactante imagen oriental nos muestra la importancia de tener una mente bien orientada al emprender el camino cristiano.

Tenemos que volver al Génesis para el comienzo de nuestro tema. «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra», dice Dios, «sojuzgadla, y señoread…» (Gén. 1:28). ¿Cuál es el equipamiento dado al hombre para que pueda cumplir esta última parte del consejo divino? No unas capacidades físicas superiores, como la fuerza y la velocidad, sino un espíritu, ¡y qué maravillosa dote es esa! Descuidado, mal utilizado, a menudo cediendo a las solicitaciones de Satanás; ¡los logros intelectuales del espíritu de los hombres no han sido menos extraordinarios! En un mundo sin mancilla, ¡en qué no se habría convertido!

Independientemente de los esfuerzos de los grandes pensadores, cuando consideramos los logros mentales de los más humildes de entre nosotros, nos vemos obligados a exclamar: «Señor, ¡qué grandes y maravillosas son tus obras!». Piense en cuántos hechos conoce, cuántas palabras entiende, de cuántas cosas conoce la forma, el tamaño y el color; cuántos recuerdos y opiniones están almacenados en su cerebro.

A veces nos avergüenza la dificultad de recordar un hecho que deberíamos saber, pero si esto vuelve a ocurrir, recordemos cuántas cosas maravillosas hace por nosotros nuestro espíritu, ese siervo, a lo largo del día. Nuestro espíritu recibe un flujo constante de información e impresiones, procedentes de ojos y oídos, y trabaja para clasificar lo que merece la pena almacenar en nuestra memoria. Pero, incluso así, los recuerdos de cada individuo difieren, y lo que se registra a menudo depende de sus conocimientos y opiniones previas. Se podría comparar el espíritu con el director de un periódico. Cada redactor puede recibir las mismas noticias, pero la importancia y el orden en que las registra dependen de la opinión particular que tenga su periódico. Está claro que esta función de clasificación y registro del espíritu es de suma importancia, pero es solo una de las muchas formas en que funciona nuestro espíritu. No podemos examinarlos todas ahora, pues nuestro propósito es únicamente llamar la atención sobre este maravilloso don de Dios a su criatura, el hombre.

Dios ha dotado al hombre con este don único, tener la facultad de pensar, y deberíamos esperar encontrar que Él tiene algo que decirnos sobre su uso. El Señor Jesús dijo que parte del primer y gran mandamiento sobre el que descansan toda la Ley y los Profetas es: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mat. 22:37). Al utilizar su espíritu para someter al mundo, el hombre también debía ser iluminado y dirigido por su amor a Dios. ¡Ay! Qué pobre representante de Dios ha sido el hombre en la tierra. Más bien ha utilizado sus poderes para servir a su propio placer y orgullo, y a menudo ha revelado los caminos de Satanás en lugar de los de Dios.

Si Dios tiene el primer derecho sobre nuestro espíritu, también nos ha dado el poder de sometérselo. Sin embargo, es una queja casi universal que los pensamientos vienen sin que se pidan y son tan incontrolables como los pájaros que vuelan por los cielos. Deberíamos buscar la solución al problema de los pensamientos no deseados en lo que podríamos llamar la calidad del espíritu, el suelo del que brota una cosecha tan variada. Es inestimable contar con la luz de la Palabra de Dios sobre este tema, pues nos salva de los errores de la ciencia popular moderna, de la psicología, que trata de explicarlo todo, ignorando tanto a Dios y a Satanás. Sus seguidores no tienen otro patrón de medida que el propio espíritu humano y, como escribió el apóstol, «midiéndose entre sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son sensatos» (2 Cor. 10:12).

Las Escrituras muestran inequívocamente el triste desorden en que ha caído el espíritu natural del hombre. Lejos de amar a Dios con todo su espíritu, el hombre no ha considerado oportuno ni siquiera retener la existencia de Dios en su conocimiento, y en consecuencia la luz divina ha expulsado su conciencia como castigo. «Dios los entregó a una mente reprobada» (Rom. 1:28). «Una mente reprobada» significa “una mente desprovista de sentido moral”. Lo que sigue es un terrible catálogo de los frutos de una vida dirigida por tal espíritu. «No hay Dios en ninguno de sus pensamientos» (Sal. 10:4), esta es tanto la causa como la condición de los malvados.

2 - Otras escrituras no son más halagadoras

Pablo escribió a los efesios que antes de su conversión estaban muertos en sus delitos y pecados. Esta muerte espiritual se manifiesta y se comprueba por la observación de las codicias de la carne y del espíritu (Efe. 2:1-3), bajo la influencia de Satanás.

En Colosenses, leemos que el espíritu carnal (Col. 2:18) incluso se entromete entre los creyentes. También vemos que nuestros espíritus naturales son enemigos de Dios (Col. 1:21), cegados por el dios de este mundo (2 Cor. 3:13). Los gentiles andan en la vanidad de sus espíritus, teniendo su entendimiento entenebrecido (Efe. 4:17-18). El apóstol Pablo también habla de entendimientos corrompidos (1 Tim. 6:5) y entendimientos mancillados (Tito 1:15).

¿Podría algo más que el poder de Dios remediar condiciones tan desesperadas como estas?

Una de las muchas y hermosas promesas para el Israel restaurado es: «Pondré mis leyes en mente, y en su corazón las escribiré» (Hebr. 8:10). Y Dios no hace menos por aquellos que, en este día de su gracia, vienen en arrepentimiento y fe, con sus corazones engañosos, mentes corruptas y vidas pecaminosas a Jesucristo, el único Salvador de los perdidos. Estos nacen de nuevo a una nueva vida, son partícipes de la naturaleza divina, son renovados en el espíritu de su entendimiento (Efe. 4:23), los ojos de su corazón (o entendimiento) son iluminados (Efe. 1:18).

¿No hay una parábola para nosotros en la imagen de Legión vestido y en su sano juicio (Marcos 5:15, 18), dispuesto a usar su espíritu, esa posesión inestimable, al servicio de Aquel que se lo había devuelto?

Las Escrituras muestran que puede haber un conflicto agudo entre el espíritu de la carne en nosotros (Rom. 7:23, 25) y los pensamientos del Espíritu (Rom. 8:5, 7). Esto es para dejar claro que Dios, a través de la obra terminada de Cristo y el poder de su Espíritu que poseemos, nos ha dado los medios de victoria.

La mente renovada no huye de la presencia de Dios: se deleita en tener a Dios en su conocimiento, diciendo: «Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos» (Sal. 139:23). Solo quiere tener pensamientos que pueda compartir con Dios, y encuentra deleite en los pensamientos de Dios. «Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos, cuán grande es la suma de ellos» (Sal. 139:17).

La mente renovada necesita una alimentación y un ejercicio adecuados. Tendrá una perspectiva totalmente nueva, basada no en los deseos del mundo circundante, sino en la voluntad de Dios. «No os adaptéis a este siglo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente; para que comprobéis cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios» (Rom. 12:2). El alimento viene a través del estudio cuidadoso de las Escrituras, para que el hombre de Dios «sea apto y equipado para toda buena obra» (2 Tim. 3:17). En la medida en que permitamos que nuestro espíritu renovado se forme y fortalezca con el riego de la Palabra de Dios y el sol del amor de Dios, seremos más sabios en todos los aspectos. Hemos hablado del espíritu que es el guardián de las impresiones que recibimos, y retiene solo aquellas que consideramos útiles para un uso futuro. ¡Qué bendición es tener como guardián de las puertas de nuestra mente, una conciencia iluminada y formada por la sabiduría divina, capaz, cuando es necesario, de actuar como un censor implacable!

Es un error suponer que el espíritu renovado nunca debe ocuparse de otro libro que no sea la Biblia. La ignorancia no es una virtud, y las Escrituras no la llaman “felicidad”. El espíritu renovado no se contenta con la ociosidad, e incluso nuestra lectura de cultura general adquiere un nuevo interés cuando examinamos todos los temas a la luz de la Palabra de Dios y de la voluntad de nuestro Dios. En cuanto a la lectura de ocio, bastaría decir: «Que cada cual esté plenamente convencido en su propia mente» (Rom. 14:5). Pero leamos lo que leamos, o incluso escuchemos o veamos, no olvidemos que el gran enemigo está al acecho de una oportunidad para quebrantar nuestra fidelidad a Cristo. Satanás intentará llevarnos por un camino que conduce a la duda y a la incredulidad; y si puede, convertirá un medio de entretenimiento en un medio de profanación. «Hijitos, guardaos de los ídolos» (1 Juan 5:21).

Ejercitamos nuestra mente cuando lo utilizamos para la reflexión y la meditación. Los Salmos están llenos de estos ejercicios, que hablan de la meditación sobre Dios mismo, su Palabra y sus obras (Sal 63:6; 119:148; 77:12). A menudo es útil repetir en nuestra mente las Escrituras que hemos leído recientemente, la sustancia de una meditación que hemos escuchado, o una experiencia que hemos vivido con el Señor, para asegurarnos de que hemos asimilado correctamente su mensaje particular. No solemos pensar en Pedro como un hombre inclinado a la reflexión y, sin embargo, en dos ocasiones lo encontramos así, ocupado en momentos críticos de su vida. «Pedro recordó la palabra que Jesús le había dicho… pensando en ello, Pedro lloraba» (Marcos 14:72). «Mientras Pedro meditaba sobre la visión, el Espíritu le dijo: Mira, tres hombres te buscan» (Hec. 10:19).

Un pasaje del Nuevo Testamento que da el método ideal para tener una mente sana es: «Todo lo verdadero, todo lo honroso, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre… pensad en esto» (Fil. 4:8). He aquí la prueba divina del carácter de las cosas en las que debemos elegir pensar: ¡qué diferentes de las cosas raras, frívolas o incluso maliciosas en las que se complace la mente natural!

Pero tal vez nos consolemos pensando que mientras las cosas objetables, que no queremos que otros escuchen, permanezcan en nuestros pensamientos, no hay gran daño en ello. Pero, ¿no es este argumento una ilusión? La Escritura dice: «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él» (Prov. 23:7). ¡Cuántas veces ha conocido el Señor los pensamientos de los hombres! ¿Por qué les contestó, si esos pensamientos carecían de importancia por no haber sido expresados? (Lucas 2:35; 5:22; 6:8; 9:47; 11:17). También la Palabra de Dios «discierne los pensamientos y popósitos del corazón» (Hebr. 4:12).

Los discípulos discutieron una vez entre ellos en el camino, para saber quién sería el más grande. El Señor mismo acababa de darles un tema digno de sus pensamientos: su inminente crucifixión (Marcos 9:31-34); pero al no comprenderlo, habían elegido un tema más egoísta. Cuando les preguntó cuál era su conversación, se callaron porque sabían que no contaría con su aprobación. No podremos utilizar el don inestimable de una mente renovada, a menos que aceptemos el reto de ser probados por el Señor en nuestros pensamientos y palabras. «Aborrezco a los hombres hipócritas; mas amo tu ley» (Sal 119:113).

Es notable que en ninguna parte del Nuevo Testamento leamos los pensamientos del Señor. Por nuestra parte, tenemos que admitir que a veces nuestro corazón nos lleva a hacer cosas que nuestra mente condena. A veces también damos rienda suelta a expresiones piadosas que nuestro corazón no ha sentido realmente. Pero en el Señor Jesús, el Hombre perfecto, había una correspondencia completa y perfecta entre los motivos de su corazón y lo que expresaba en sus palabras y acciones. Cuando el apóstol Pablo exhorta a los filipenses a que dejen que el pensamiento que había en Cristo Jesús esté en ellos (Fil. 2:5-8), no describe cuál era ese pensamiento. De hecho, ese pensamiento estaba plenamente expresado en la séptuple manifestación de gracia en su sumisión, que nos revela. Del mismo modo, sabemos que el Señor Jesús, en todo lo que hizo y dijo, era la revelación perfecta del Padre: Él es el Verbo (Juan 1:1), y «el resplandor de su gloria [de Dios] y la fiel imagen de su Ser» (Hebr. 1:3).

También tenemos un versículo notable que arroja luz sobre el tema de los pensamientos que no llevan a ninguna parte. Pablo escribe, sobre la forma en que sirvió, que llevó cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Cor. 10:5). La imagen que esto sugiere es la de una manada de caballos que vagan a sus anchas, pero capturados uno a uno y enjaezados todos juntos para obedecer al conductor de un carro. Toda la energía que se disipaba vagando sin rumbo por los campos, se coordina ahora bajo la dirección de una mano. ¡Cuánta energía mental se desperdiciará si no se somete a la obediencia a Cristo!

Con estos ejemplos ante nosotros, ya no podemos excusar los pensamientos ociosos o perversos. Entrenémonos a pensar coherentemente según lo que agrada a Dios, es poco probable que agotemos todos los temas correspondientes a Filipenses 4:8 a lo largo de nuestra vida.

Por último, hay tres exhortaciones que son importantes porque tratan de los fundamentos mismos de la actitud espiritual de un cristiano. Nos muestran lo mucho que tenemos que hacer, y deberían ayudarnos a dirigir correctamente nuestros pensamientos.

(1) «Si, pues, fuisteis resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:1-2). Cuanto más nos elevamos a la altura de nuestras bendiciones en Cristo, tanto más un carácter santo y celestial impregna todas las actividades de nuestra mente. ¡Qué diferente es la perspectiva de un ciudadano del cielo, de la de un habitante de la tierra que no tiene ni idea de los enmarañados problemas del mundo! Los pensamientos que encuentran satisfacción en las cosas celestiales escucharán con santo gozo la siguiente exhortación:

(2) «Haya, pues, en vosotros este pensamiento que también hubo en Cristo Jesús» (Fil. 2:5). ¿Es posible que en mí exista la misma humildad de espíritu que brilló en él? Esto es lo que muestran las Escrituras en la obediencia de la fe. Esto se relaciona con el problema tan común de hermanos y hermanas en el Señor que no están de acuerdo entre ellos. Qué multitud de versículos de la Escritura pueden subrayar el deseo del Señor de que seamos de una misma mente, de un mismo sentir (Fil. 2:2; 4:2; Rom. 12:16; 15:6; 2 Cor. 13:11, etc.). Esto no significa, por supuesto, que todos deban pensar igual en todos los temas, pero si todos permitieran que floreciera en ellos ese espíritu de abnegación que también estaba en Cristo Jesús, ¡qué perfecta armonía resultaría! ¿Lo pondremos en práctica?

Cristo debe ser el objeto de nuestras mentes renovadas; él es el modelo de nuestra actitud correcta hacia nuestros hermanos. Pero otra forma en que su Espíritu debería estar en nosotros, nos está presentado en nuestra tercera exhortación:

(3) «Puesto que Cristo padeció en la carne, armaos vosotros también del mismo pensamiento: que el que padeció en la carne, ha roto con el pecado, a fin de que no viváis más tiempo en la carne según los deseos de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios» (1 Pe. 4:1-2). La humildad no implica indiferencia ante el mal. «Considerad, pues, al que soportó tal contradicción de los pecadores contra sí mismo» (Hebr. 12:3). La resistencia al pecado puede implicar sufrimiento, pero armados con el Espíritu de Cristo y fortalecidos por el recuerdo de sus sufrimientos por nosotros, no olvidaremos ejercer un juicio severo contra nosotros mismos, y no dejaremos de ser resueltos ante la persecución. «No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de sensatez» (2 Tim. 1:7).

Que estas líneas nos ayuden a hacer buen uso de este precioso don de Dios, nuestro espíritu, pero tan a menudo descuidado.