Obedecer a la verdad

Gálatas 3:1


person Autor: Frank Binford HOLE 119

flag Tema: Ella pide una obediencia absoluta


(De «Scripture Truth» Vol. 16, 1924, página 38 y sig.)

En el Antiguo Testamento, la obediencia ocupa necesariamente un lugar muy importante. La Ley de Moisés había sido presentada a Israel como la base de su relación con Dios y exigía obediencia. La vida estaba condicionada por la obediencia, pues se decía: «Haz esto y vivirás» (véase Lucas 10:28; Prov. 4:4; 7:2). El Nuevo Testamento presenta la introducción de la gracia y de la verdad por medio de Jesucristo, y el establecimiento de un nuevo orden de cosas sobre esa base.

Esto no significa, sin embargo, que la obediencia esté anulada y deje de ser necesaria: al contrario, vemos que la obediencia prevalece, como antes. Esto significa que la obediencia cambia de carácter. Una cosa es la obediencia legal y otra la obediencia que ordena y produce la gracia. La primera consiste en cumplir lo que se impone para vivir y seguir beneficiándose del favor de Dios. La segunda implica una liberación obrada por Dios, una nueva relación establecida, una nueva naturaleza obtenida, de la cual la obediencia es un fruto feliz; y esta obediencia, no como la de un siervo a un amo, sino como la de un hijo a un padre, toma el carácter de la obediencia de Cristo. Hemos sido «escogidos… para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo» (1 Pe. 1:2), es decir, para obedecer como Cristo obedeció.

La obediencia comienza al principio de la vida del cristiano. Cree en el Evangelio; pero la fe, si es verdadera, lleva a la obediencia, y por eso la Escritura también habla de obedecer el Evangelio. El apóstol Pablo nos dice que hemos recibido «gracia y apostolado, para obediencia a la fe por su nombre entre todos los gentiles» (Rom. 1:5), y en Hechos se habla de los que «obedecían a la fe» (Hec. 6:7). «Fe» es el conjunto de la verdad revelada en relación con el Señor Jesucristo, pero aún no establecida de manera visible o pública. Es «la verdad», pero en la medida en que actualmente solo puede ser captada por la fe, se llama «la fe». Esta fe está proclamada ahora entre las naciones de las que se ha sacado un pueblo reunido para su nombre; están manifestados por su obediencia a «la fe» mediante la fe, cuando la escuchan.

El Evangelio es, por supuesto, el fundamento. Sin embargo, la Epístola a los Romanos no termina sin mencionar lo que era, en el ministerio de Pablo, la piedra de cúspide. Él quería que los santos fueran establecidos no solo «según mi evangelio» sino también «según la revelación del misterio silenciado por tiempos eternos (pero ahora revelado y dado a conocer a todas las naciones por los escritos de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, para que los hombres obedezcan a la fe)» (Rom. 16:25-26). Así que, ya fuera el fundamento o la piedra de cúspide de lo que el apóstol Pablo tenía que entregar, todo era presentado a la fe, y por lo tanto, todo lo que así fue presentado a la fe y recibido por la fe se expresaba en obediencia.

En la Epístola a los Gálatas, el apóstol usa 2 veces una expresión que debemos notar. Dice: «¡Gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó a vosotros?» “Para no obedecer a la verdad” (Gál. 3:1), y: «Corríais bien, ¿quién os estorbó para que no obedecieseis a la verdad?» (Gal. 5:7). (En Gál. 3:1, la frase “para no obedecer a la verdad” que está en la RV, ha sido suprimida en la versión Moderna 2020). Evidentemente, la verdad nos está revelada no solo para que podamos distinguir lo verdadero de lo falso, sino también para que lo que presenta pueda dirigir nuestra vida práctica, a fin de manifestarla en un mundo gobernado por la falsedad.

¿Le damos suficiente importancia? Nos atrevemos a decir que muchos cristianos son conscientes de que desobedecer los numerosos mandatos y afirmaciones de la voluntad de Dios para sus santos, expuestos con claridad tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, solo puede conducirlos a una pérdida espiritual y a la confusión; sin embargo, les cuesta reconocer que su obediencia se exige para toda la verdad revelada en el Nuevo Testamento, tanto en relación con el creyente individual –sus privilegios y las relaciones en las que se encuentra– como con la Iglesia como Cuerpo. En ambos casos se requiere de cada santo individualmente, porque en cuanto al aspecto colectivo, cada santo es parte integrante de la Iglesia, una piedra del edificio y un miembro del Cuerpo de Cristo; ninguna bancarrota o división de la cristiandad exime a ningún miembro del Cuerpo de caminar en obediencia a toda la verdad concerniente a la Iglesia.

Pero volvamos a los 2 pasajes de Gálatas y fijémonos especialmente en el contexto del primero. Esto nos ayudará a ver más claramente lo que, en este caso, el apóstol quería decir con obedecer la verdad. La exclamación «¡gálatas insensatos!», procedía de la profundidad de su amor y preocupación por ellos, pero fue provocada por la inspirada reexposición de la verdad de la cruz de Cristo con sus implicaciones prácticas, que acababa de escribir.

En Gálatas 2:11-21 tenemos algunos detalles de la visita de Pedro a Antioquía. Por miedo al hombre, es decir, a ciertos hermanos de Jerusalén con fuertes inclinaciones judías, Pedro se había retirado y separado de los creyentes gentiles. Esto no era «la verdad del Evangelio», por lo que Pablo se opuso enérgicamente.

Los que presenciaban la escena podrían haberse sorprendido y preguntado: “¿Qué tiene que ver el Evangelio con que los creyentes judíos coman o no con creyentes de los gentiles?” Efectivamente había una conexión, como Pablo demostró con una lógica irrefutable, simplemente exponiendo de nuevo, paso a paso, cuál es realmente la verdad del Evangelio.

Formulemos algunos elementos de esta verdad que aparecen claramente en las Escrituras:

1. Ya seamos «judíos por naturaleza» o «pecadores de entre los gentiles», nadie puede comparecer ante Dios sobre la base de las «obras de la ley»; todos somos igualmente pecadores, y estamos destituidos de la gloria de Dios. No hay ninguna diferencia.

2. Que seamos judíos o gentiles, habiendo creído en Jesucristo, estamos justificados por la fe en Cristo.

3. Esta justificación tiene un fundamento justo en la medida en la que el pecador que cree, sea judío o gentil, ha muerto –«con Cristo estoy crucificado».

4. Murió bajo la sentencia de la Ley, pero al morir «por la ley» murió «a la ley» –es decir, a todo el sistema legal– para poder «vivir para Dios».

5. Vive para Dios no con la vida del primer Adán, sino con la vida de Cristo, que es tan verdaderamente suya que Cristo vive en él y resplandece ante su alma como el objeto de su fe.

Así que aquí tenemos «la verdad del Evangelio» a la que Pablo se refiere en Gálatas 2:5. Esta es la verdad que tantas batallas le había costado: lo llevó a ir a Jerusalén para enfrentarse con valentía a los hombres que la ponían en peligro con sus enseñanzas (comp. Hec. 15); también le llevó a luchar contra Pedro en Antioquía (comp. nuestro pasaje). La verdad del Evangelio es : que ningún hombre, judío o gentil, es justo ante Dios –está totalmente condenado; que la cruz de Cristo es la ejecución judicial de esa condena– ella muestra el alcance de la maldición que la Ley había pronunciado ; que a través de la muerte, el creyente, liberado de la condena de la Ley y de su sistema, vive la vida de Cristo resucitado, para Dios – ahora es controlado y dirigido no por las exigencias de la Ley, sino por la «fe en el Hijo de Dios», es decir, el Hijo de Dios se ha convertido, a través de la fe, en una realidad viva y luminosa para el alma. El amor es la fuerza motriz, la fuerza apremiante de esta vida nueva, pues se dice: «El cual me amó y sí mismo se dio por mí».

En Antioquía, la actitud de Pedro era claramente incoherente con esta verdad del Evangelio. No parece haberla negado en su enseñanza, pero si la aceptó en teoría, al apartarse de los creyentes gentiles y dejar de comer con ellos, la desobedecía en la práctica. Erigía de nuevo prácticamente el «muro que los separaba», que la cruz había derribado; estaba dando a entender que los creyentes judíos seguían viviendo la vida del judaísmo, y los creyentes gentiles la vida de las naciones, mientras que ahora todos vivían la vida de Cristo.

Esta desviación práctica de Pedro de la verdad del Evangelio podría parecer inofensiva a primera vista, pero tenía un lado solemne, y Pablo lo muestra en el último versículo del capítulo. Después de definir su propia posición, que estaba estrictamente de acuerdo con la verdad del Evangelio, dice: «No anulo la gracia de Dios». El énfasis debe estar obviamente en el “yo” –“No soy yo quien anula la gracia de Dios”– así que era Pedro y aquellos sobre los que él influía quienes la anulaban. La gracia de Dios había reunido a judíos y gentiles en este nuevo gran privilegio, ¡y ellos prácticamente lo estaban anulando al separarlos! Además, en principio estaban volviendo a la Ley, pero si se vuelve a ella, se vuelve a ella para todo; y volver a ella para la justicia significa que Cristo murió «en vano».

Así que «en vano murió Cristo». Su esfuerzo, su dolor, su muerte bajo el juicio como sacrificio por el pecado, ¡todo para nada si la justicia puede obtenerse finalmente a través de la Ley! Dios toma un medio doloroso que le cuesta caro para un propósito específico, ¡y el hombre lograría el mismo resultado mucho más sencillamente! Entonces, ¡la muerte de Cristo no sería más que un trágico error!

¡Qué terrible conclusión! Pero Pablo simplemente está llevando la acción de Pedro a su conclusión lógica. No es de extrañar que haga semejante llamamiento a los gálatas. Jesucristo crucificado había sido presentado muy claramente, como retratado ante sus ojos, y ahora ellos también estaban desobedeciendo la verdad; estaban aceptando la verdad de la cruz en teoría, y la negaban en la práctica.

El error de los gálatas no se ha extinguido; al contrario, es muy floreciente. Para ser ganado por este error, no es necesario ser uno de aquellos que se jactan de la cruz, que la levantan como símbolo en sus servicios y la llevan sobre ellos, mientras mantienen en principio un orden de cosas judío y el pacto con el mundo. Se insinúa mucho más sutilmente. Es muy fácil ser incoherente en práctica con la verdad de la cruz, aun evitando el error de los gálatas. Es tan fácil profesar que la cruz es el juicio moral de los hombres según la carne y del mundo, mientras se promueven ampliamente ambos en la práctica.

Pero nos hemos referido a estos pasajes de Gálatas 2 y 3, en primer lugar, para establecer el principio de que la verdad, toda verdad, exige la obediencia, tan ciertamente como la exigen mandamientos específicos; y, en segundo lugar, para ilustrar cómo la obediencia ase rinde a la verdad de Dios, o cómo puede rendirse. Una vez que hayamos comprendido estas 2 cosas, veremos cómo tenemos que obedecer a toda verdad abstracta presentada en la Escritura, traduciéndola concretamente en la vida cristiana, ya sea individual o colectivamente.

Para lo que es de naturaleza individual, no hay gran dificultad. El camino de la obediencia es relativamente sencillo. Lo que nos impide seguirlo es la falta de ejercicio respecto a la voluntad del Señor revelada en la Escritura, y la falta de un espíritu de devoción, de amor y de sencilla sumisión de corazón que deje a un lado nuestra propia voluntad para dejar paso a la voluntad del Señor.

Lo que nos concierne colectivamente, como pertenecientes a la Iglesia, como miembros del Cuerpo de Cristo, no es tan sencillo, en la medida en que cada uno de nosotros somos solo una parte de un todo, y donde este todo, considerado como Cuerpo público, se encuentra en un avanzado estado de ruina, roto externamente en cientos de fragmentos. El resultado es una situación muy complicada. La verdad sobre el aspecto colectivo de la Iglesia, revelada en la Escritura, brilla con la misma claridad que en el primer siglo, cuando se escribieron las Epístolas de Pablo; pero el estado actual de las cosas, en medio del cual somos responsables de actuar en obediencia a esta verdad de la Escritura, necesita hoy un gran ejercicio de oración por nuestra parte para no equivocarnos al aplicarla. En efecto, a causa de situaciones complicadas, al poner en práctica una parte de la verdad, podríamos incurrir en falta en otra parte de la verdad igualmente importante.

Tememos que muchos de nuestros lectores hayan prestado poca o ninguna atención a este aspecto. Puede que algunos nunca hayan tratado de descubrir en la Biblia cuál es la verdad sobre el llamado, el carácter, los privilegios, las responsabilidades y el destino de la Iglesia.

Otros pueden tener una idea de estas cosas, pero las consideran solo como pura teoría no aplicable hoy; hablan de la “Iglesia invisible”, del “cuerpo místico”. Para ellos, la verdad bíblica de la Iglesia pertenece a este orden místico e invisible, que sin duda se tendrá en cuenta en el siglo venidero, pero que no tiene aplicación práctica hoy. Por eso, la cuestión de la obediencia a esta verdad no se plantea en sus mentes. La aprisionan, por así decirlo, en un compartimiento de sus mentes, mientras muchos otros compartimientos están ocupados con los detalles de los problemas y luchas debidos a la dispersión antibíblica de las llamadas “iglesias” y al rápido progreso de la apostasía en sus sistemas. Puede que estén luchando valientemente contra el mal, la deriva y la apostasía, haciendo todo lo posible por contener la marea y sostener las verdades del Evangelio.

Nos alegramos y damos gracias a Dios por todos los fieles esfuerzos en favor de la verdad. Pero nosotros mismos faltaríamos a la fidelidad a la luz de la Palabra de Dios, si no recordáramos una vez más que la lucha contra el error y el mal es, en el mejor de los casos, solo negativa, y que lo que es mucho más poderoso y especialmente aprobado por Dios es la obediencia a su Palabra. Hoy, como siempre, en medio de la confusión que caracteriza a la Iglesia, lo que agrada a Dios es la simple obediencia a la verdad sobre la Iglesia expuesta en las Escrituras. Las consecuencias prácticas serán más eficaces de lo que jamás podría serlo el cumplimiento de grandes hazañas, sobre todo si esas hazañas están separadas de algún modo del conocimiento y de la obediencia a la Palabra.

En cuanto a todo esto, podemos adoptar las palabras del sabio en Proverbios 4:25-26, y decir que: «Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante» –sobre la verdad de Dios que se encuentra en la Escritura. Y, «examina la senda de tus pies», –para que se ajuste a esa verdad– «y estén bien ordenados todos tus caminos».


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