¿Obediencia a la Palabra de Dios u otra forma?


person Autor: Alexandre LECLERC 2

flag Temas: Ella pide una obediencia absoluta La obediencia


1 - La prueba del corazón mediante la obediencia a la verdad

«Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma» (Deut. 13:1-3)

Dios había dicho a Israel: «Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no añadirás a ello, ni de ello quitarás» (Deut. 12:32). La verdad tenía que ser obedecida. En el capítulo 13 se menciona un caso que podía darse entre el pueblo de Israel: un hombre que decía ser profeta daría señales que se harían realidad, lo que llevaría al pueblo a ir tras otros dioses. ¿Qué debían hacer los hijos de Israel? ¿Seguir esta nueva doctrina o mantener la verdad ya revelada? Lo que debían hacer está claramente ordenado aquí: «No darás oído a las palabras de tal profeta… porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios».

Es muy triste ver cómo los creyentes se desvían del verdadero camino porque les parece que sus circunstancias les guían en esa dirección, y que les viene dada por Dios. Decimos que tenemos paz en el corazón, o tenemos una experiencia emocional, o sentimos que el Señor bendice más cuando hacemos las cosas de tal o cual manera. En otras palabras, tenemos nuestros signos y maravillas que parecen apoyar nuestro nuevo pensamiento y perspectiva. Pero la Palabra de Dios sigue siendo nuestra única referencia, nuestra única guía, y el Señor pone a prueba nuestros corazones para ver si estamos verdaderamente apegados a Él.

El Señor permite que seamos probados. ¿Vamos a elegirlo a Él o a otra cosa? Esta prueba mostrará delante de todos dónde está el afecto de nuestro corazón y lo que realmente valoramos. Jesús dijo: «Si alguno me ama, guardará mi palabra» (Juan 14:23).

2 - Disminuir el filo de la espada del Espíritu

«No darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños… En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis» (Deut. 13:3-4)

Si un profeta hacía milagros para presentar a otros dioses, y si estas señales se cumplían, se ordenaba a Israel que no escuchara las palabras de ese profeta, sino que se adhiriera a Jehová su Dios.

El Señor todavía permite que seamos probados de manera similar, y quiere sacar a la luz lo que realmente hay en nuestros corazones. De hecho, él sabe muy bien si el fundamento sobre el que decimos estar es una mera apariencia o si es una realidad firmemente asida por la fe. Quiere que sea visible para todos. Cuando algo no es de nuestro agrado, es muy fácil encontrar maestros según nuestros propios deseos, apartando nuestros oídos de la verdad (2 Tim. 4:3-4). Cuando algo no es como quisiéramos, y nuestro corazón no está verdaderamente sometido a Cristo, podemos negar sutilmente, y poco a poco, la autoridad de ciertos pasajes de la Palabra de Dios, y así debilitar la acción del Espíritu en nuestra conciencia. El siguiente paso consiste en convencernos de que vemos y hacemos bien y de que las cosas son mucho mejores así. Pero todo esto es caminar, leer la Palabra, escuchar y servir como nos plazca, no según lo que le agrada al Señor.

Hay que derribar los «razonamientos y todo lo que se levanta contra el conocimiento de Dios»; hay que rechazar todo lo que no conduzca a «la obediencia a Cristo» (2 Cor. 10:4-5). De lo contrario, es «rebelión contra Jehová vuestro Dios que… te rescató de casa de servidumbre», y esta rebelión nos expulsa «del camino por el cual Jehová tu Dios te mandó que anduvieses» (Deut. 13:5). Cualquier cosa que disminuya el poder de la Palabra de Dios sobre nuestra conciencia y vaya en contra de la autoridad de Cristo sobre nuestras almas, no es de Dios, sino del diablo, el enemigo de nuestras almas.