Los resultados del ministerio


person Autor: Frank Binford HOLE 114

flag Temas: El crecimiento espiritual (los progresos del creyente) El servicio


Nota Bibliquest: En este artículo, el término «ministerio» significa el servicio del Señor en la predicación o la comunicación de la Palabra de Dios. Los ministros son los siervos que llevan a cabo este ministerio.

(subtitulado por Bibliquest)

1 - Analizar las cosas en profundidad

A veces se hace la pregunta: ¿Por qué el ministerio de la Palabra a los creyentes, produce tan poco resultado en el camino de la verdadera piedad y en el crecimiento en la gracia? Considerémoslo brevemente, y admitamos con temor que el resultado de todo el ministerio, ya sea oral o escrito, es muy débil. Siempre es correcto mirar las cosas de frente, y es correcto indagar las causas y buscar los remedios.

Una conciencia ejercitada difícilmente puede satisfacerse con un mero recuerdo de que en nuestros días todo lo que puede decirse de los santos en general es que tienen poca fuerza (Apoc. 3:8), y que en consecuencia no puede esperarse nada más de lo que vemos hoy. Hay que responder de inmediato que tales afirmaciones, basadas en una visión profética de las masas, nunca se utilizan con buen fin cuando se citan para obstaculizar los ejercicios de un individuo, o sus deseos hacia algo mejor. Un «hombre de Dios», en el sentido de las Escrituras, es aquel que constituye una excepción a la regla al servir a Dios y velar por Sus intereses, mientras la masa se caracteriza por la decadencia y la indiferencia.

Así que enfrentemos juntos la siguiente pregunta: ¿por qué el ministerio tiene un resultado tan pequeño en la piedad y el en crecimiento en la gracia? ¿Es culpa de los ministros (= siervos), del ministerio, o de aquellos a los que se dirige el ministerio? Al intentar responder a esta pregunta, solo podemos hablar desde nuestro propio conocimiento y experiencia, dentro de los límites de nuestro círculo de alcance, que es necesariamente muy pequeño comparado con el gran círculo de la Iglesia de Dios.

2 - Los ministros (o siervos de la Palabra de Dios)

2.1 - La correspondencia entre el ejercicio del ministerio y el estado del siervo

En primer lugar, los ministros. Con este término nos referimos a todos los que hacen la obra del Señor, independientemente del ámbito en el que se desarrolle su servicio. Creemos que no se puede eximir de culpa ni a los ministros, ni al ministerio, ni a los que son objeto del ministerio; pero si intentamos hacer distinciones, debemos hacer hincapié en el ministro –incluido, por supuesto, el autor de este artículo–, ya que ningún ministerio, ya sea oral o escrito, puede ser de mejor calidad que el canal por el que pasa.

2.2 - Velar a que la vida personal corresponda a las palabras que pronunciamos

Si alguien quiere una prueba de esta afirmación, que lea 2 Corintios 5:18 al 7:3, y verá la fuerza de las palabras del apóstol. El apóstol, como embajador de Cristo, podía acercarse a los corintios mundanos y exhortarlos a separarse completamente del mundo, teniendo su propio corazón ensanchado y su boca abierta, porque su propia vida de dedicación y separación era capaz de dar peso y un inmenso poder a sus palabras.

Puede ser que muchos de nosotros ministremos la Palabra de una manera pequeña y oscura pero, aun así, procuremos que la verdad tenga su efecto en nosotros mismos primero, para que nuestras vidas sean un ejemplo de la verdad que predicamos. Nunca se insistirá lo suficiente en este punto. ¿No hemos aprendido por experiencia que solo el hombre de sólido carácter cristiano es capaz de pronunciar palabras de verdadero peso, y que tales palabras nos han impresionado mucho más profundamente que las palabras marcadas meramente por la elocuencia, la originalidad o el poder intelectual?

3 - El ministerio

En segundo lugar, hacemos bien en examinar nuestro ministerio. Admitimos con toda franqueza que tiene imperfecciones. Pero, ¿en qué consisten? Aunque admitiendo que son muchas, nos limitaremos en este artículo a una de ellas que, por un doble efecto, es fuente de mucha debilidad. Se trata de la fuerte tendencia a ignorar el vínculo entre el aspecto doctrinal y el práctico de la verdad. Tal vez la mejor manera de ilustrar lo que queremos decir es remitirnos a Romanos 6, y destacar las tres palabras a las que nos referimos a menudo: «saber» (Rom. 6:6, 9), «considerar» (Rom. 6:11) y «ofrecer/presentar» (Rom. 6:13, 19).

3.1 - La doctrina

El término «saber» (ignorar en Rom. 6:3) es el primero; indica claramente la importancia primordial de la doctrina. Nada puede ser correcto si no estamos debidamente instruidos en las grandes verdades del cristianismo. Los creyentes de Roma conocían, o deberían haber conocido, el significado y la importancia espiritual del bautismo (Rom. 6:3), de la cruz (Rom. 6:6) y de la resurrección de Cristo (Rom. 6:9). Estas verdades exponen la condena a muerte de nuestra vieja vida, y la introducción de una nueva vida, para que estemos vivos «para Dios» (Rom. 6:10).

3.2 - La fe que se apropia de la Palabra de Dios

Luego, «considerar» (v. 11), indica la acción continua de la fe, que acepta el conocimiento y se lo apropia como relacionado con sí mismo, sentando así las bases para experiencias nuevas y propiamente cristianas en el poder del Espíritu de Dios. El Espíritu sostiene la fe, que acepta la posición dada por Dios, dando la experiencia que le conviene.

3.3 - Entregar, entregarse

Finalmente, la palabra «ofrecer/presentar» indica la entrega práctica de uno mismo a Dios, lo que implica la sumisión completa de la propia voluntad y de todo lo que se posee a la voluntad de Dios. Esto no se puede mantener sin este hecho de «entregar», aunque se acepte la posición por fe.

3.4 - No disociar la doctrina o teoría de la práctica

Ahora bien, hay cristianos que insisten mucho en este último punto en su ministerio, llamando constantemente a la entrega o consagración, y de nuevo a una nueva consagración, hasta el punto de que, a veces, hay razones para temer que las doctrinas que son la base de todo sean oscurecidas, o incluso sean mantenidas muy imperfectamente. Cuando es así, se pueden conseguir muchos resultados, pero resultados que difícilmente pueden satisfacer a quien juzga las cosas a la luz de lo que se ha realizado con la muerte y la resurrección de Cristo.

A la inversa, insistir mucho en la doctrina, omitiendo u ocultando en gran medida un claro llamado a entregarse, es también una deficiencia. La doctrina puede estar expuesta muy claramente y de acuerdo con las Escrituras, y puede añadirse mucha instrucción útil en cuanto a la fe y la enseñanza experimental del Espíritu de Dios; pero sin el hecho de entregarse, los oyentes se quedarán al final sin que sean cortados muchos lazos con la carne y el mundo, y, lo que es peor, quizá sin ningún ejercicio a ese propósito. Verán las cosas más claramente en sus pensamientos, sin ir más lejos. Esto, nos atrevemos a pensar, es un gran defecto en nuestro ministerio.

Ciertamente se necesita una medida considerable de gracia y poder para ejercer tal ministerio práctico. Sin embargo, esas palabras son necesarias, porque la mayoría de nosotros solo percibimos lentamente la fuerza de la verdad cuando está presentada de forma teórica, mientras que, si está presentada de forma concreta, no podemos perder su significado práctico. Cuando Natán explicó a David los malos principios que habían marcado su conducta, los presentó teóricamente en forma parabólica; David escuchó y aprobó, sin ver la aplicación práctica a sí mismo. Las sencillas palabras que siguieron: «Tú eres aquel hombre» (2 Sam. 12:7), dieron forma concreta y fuerza al asunto en la mente de David; rompieron su auto satisfacción, lo humillaron hasta un verdadero arrepentimiento.

Cabe destacar que los profetas del Antiguo Testamento ejercieron su ministerio de la manera más personal posible. No solo exponían los pensamientos de Dios sobre Israel, sino que se ocupaban del pueblo en su condición práctica de manera muy fiel y profunda. Los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento no hicieron otra cosa. Las epístolas lo atestiguan. En cada caso, el desarrollo de la verdad va seguido de instrucciones y exhortaciones que aplican la verdad en los corazones y las vidas de los santos. ¿No debería nuestro ministerio estar formado según este modelo? Nosotros creemos que sí. ¿Siempre ha sido así? Tememos que, con demasiada frecuencia, no ha sido así.

4 - Los oyentes (o beneficiarios del ministerio)

4.1 - El peligro de la superficialidad

Por último, los oyentes. En parte pueden ser censurados, porque la parábola del sembrador se aplica por igual al santo como al pecador. Aunque los ministros fueran irreprochables, y su ministerio perfecto en todos los aspectos, tememos que todavía hay muy poco resultado en muchos. Algunos parecen poseer pensamientos huecos y afectos superficiales, incapaces de mucho ejercicio; otros están tan inmersos en las preocupaciones o las riquezas de esta vida, o en los deseos de otras cosas, que la Palabra no da fruto en ellos.

Siempre ha habido tales oyentes estériles de la Palabra, incluso cuando se presentaba no solo la doctrina sino también la práctica, y no es sorprendente que en nuestros días sean más numerosos que nunca. En nuestra época, la vida se ha vuelto increíblemente compleja y exigente, y «las cosas que hay en el mundo» se han multiplicado enormemente, tanto en número como en atractivo. Las «cosas que se ven» son tan numerosas y atractivas que las «cosas que no se ven» se difuminan fácilmente en nuestra mente y se relegan a un segundo plano, incluso si somos cristianos.

4.2 - El peligro de contentarse con las costumbres religiosas

Algunos de nosotros también corremos el peligro adicional de haber sido educados desde la infancia en un marco espiritual de sólida instrucción doctrinal, y de encontrarnos vinculados a otros cuya posición está en consonancia con las Escrituras. Como resultado, se puede caer fácilmente en el error de los judíos de antaño, que asumían que no era necesario más que una posición externa correcta.

Si caemos en esta trampa, existe el peligro de confiar interiormente en nuestra ascendencia y posición, tal como los judíos del tiempo del Señor se jactaban de ser hijos de Abraham. Nada tiene mayor efecto para anular la conciencia y el ejercicio espiritual, como la respuesta práctica y fructífera a la verdad.

Que Dios nos considere a todos en su misericordia, y reavive su obra, primero en nosotros y luego a través de nosotros. Y a él sea toda la gloria.

(Extractado de la revista «Scripture Truth», Volumen 40, 1959-61, páginas 97 y Volumen 7, páginas 97 y siguientes)