La salvación


person Autor: Frank Binford HOLE 110

flag Tema: Los diferentes sentidos del término salvación (pasado, presente y futuro)


«No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree» (Rom. 1:16)

El término salvación (resulta de la acción de salvar)

Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, la necesidad de salvación implica que hay un peligro de muerte. El pecado lleva a la muerte (Rom. 6:23), por lo que el Nuevo Testamento se abre sobre el hecho de salvar, o liberar, del pecado. Esta salvación no solo se refiere a la culpabilidad de los pecados que hemos cometido, sino que nos libera del poder del pecado dentro de nosotros, que siempre querría que los cometiéramos, e incluso del amor a los pecados. El Nuevo Testamento muestra las consecuencias eternas del pecado y el hecho de que todos los hombres, individualmente, están bajo el juicio de Dios. Es de esta ira que somos salvados. Desde este punto de vista, podemos hablar de la salvación como algo pasado y completo, de manera que los creyentes pueden decir que están salvados. «Jesús quien nos libra de la ira venidera» (1 Tes. 1:10), y nunca podremos estar más seguros de lo que estamos hoy.

Pero como todavía estamos en este mundo, también necesitamos la salvación cada día. Esta salvación presente, que nosotros como creyentes necesitamos para vivir una vida práctica para la gloria de Dios, está fundada en la muerte de Cristo; pero es su actividad como sumo sacerdote a nuestro favor la que nos ofrece esta salvación, desde el cielo donde está, a la derecha de Dios. Él intercede por nosotros (Rom. 8:34). Es capaz de salvar a los creyentes «completamente», o «hasta el final» (Hebr. 7:25).

La Escritura también habla de la salvación como algo futuro. La esperanza del creyente a la salvación final se realizará en la segunda venida de Cristo. Él «aparecerá la segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que le esperan» (Hebr. 9:28). Lo esperamos como «Salvador» y entonces tendremos la salvación de nuestros cuerpos, que serán hechos semejantes al de nuestro Señor glorificado (Fil. 3:20-21).


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