Índice general
8 - Responsabilidad y capacidad
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(Fuente: ediciones-biblicas.ch)
8.1 - El tema de la responsabilidad e incapacidad del hombre genera turbación en muchas personas
El tema de la responsabilidad del hombre puede ocasionar turbación en la mente de muchas personas. Estas consideran que es difícil –por no decir imposible– conciliar este principio con el hecho de que el hombre carece por completo de capacidad.
«Si el hombre –arguyen algunos– carece de toda capacidad, ¿cómo puede ser responsable? Si él, por sí mismo, no puede arrepentirse ni creer al Evangelio, ¿cómo puede ser responsable? Y si no es responsable de creer al Evangelio, ¿sobre qué base, entonces, podrá ser juzgado por rechazarlo?».
8.2 - Dos sistemas teológicos opuestos con proposiciones correctas, pero con deducciones erróneas
Así es como la mente humana razona y arguye; y la teología, lamentablemente, no ayuda a resolver la dificultad, sino que, por el contrario, aumenta la confusión y la oscuridad. Pues, por un lado, una escuela de teología –la «alta» o calvinista– enseña –y correctamente– la completa impotencia o incapacidad del hombre. Sostiene que, si al hombre se lo deja librado a sus propios medios, él jamás querrá ni podrá venir a Dios; que esto solo es posible gracias al gran poder del Espíritu Santo; que si no fuese por la gracia libre y soberana, nunca una sola alma podría ser salva; que, si de nosotros dependiera, solo hacemos el mal y nunca haríamos el bien. De todo esto, el calvinista deduce que el hombre no es responsable. Su enseñanza es correcta, pero su deducción es errónea. La otra escuela de teología –la «baja» o arminiana– enseña –y correctamente– que el hombre es responsable; que será castigado con eterna destrucción por haber rechazado el Evangelio; que Dios manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan; que ruega a los pecadores, a todos los hombres, al mundo, que se reconcilien con Él; que Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. De todo esto, el sistema deduce que el hombre tiene el poder o la facultad de arrepentirse y creer. Su enseñanza es correcta; su deducción, errónea.
8.3 - La Biblia demuestra claramente la completa incapacidad del hombre de ir a Dios
De esto se sigue que ni los razonamientos humanos ni las enseñanzas de la mera teología –alta o baja– podrán jamás resolver la cuestión de la responsabilidad del hombre y de su incapacidad. La palabra de Dios solamente puede hacerlo; y lo hace de la manera más simple y concluyente. Ella enseña, demuestra e ilustra, desde el comienzo del Génesis hasta el final del Apocalipsis, la completa incapacidad del hombre para obrar el bien y su incesante inclinación al mal. La Escritura, en Génesis 6, declara que «todo designio de los pensamientos del corazón de ellos es de continuo solamente el mal». En Jeremías 17 declara que «engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso». En Romanos 3 nos enseña que «no hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno».
8.4 - El fracaso de todas las dispensaciones corrobora la incapacidad del hombre
Además, la Escritura no solo enseña la doctrina de la completa e irremediable ruina del hombre, de su incorregible mal, de su total impotencia para hacer el bien y de su invariable inclinación al mal, sino que también nos provee de un cúmulo de pruebas, absolutamente incontestables, en la forma de hechos e ilustraciones tomados de la historia actual del hombre, que demuestran la doctrina. Nos muestra al hombre en el jardín, creyendo al diablo, desobedeciendo a Dios y siendo expulsado. Lo muestra, tras haber sido expulsado, siguiendo su camino de maldad, hasta que Dios, finalmente, tuvo que enviar el diluvio. Luego, en la tierra restaurada, el hombre se embriaga y se degrada. Es probado sin la ley, y resulta ser un rebelde sin ley. Entonces es probado bajo la ley, y se convierte en un transgresor premeditado. Entonces son enviados los profetas, y el hombre los apedrea; Juan el Bautista es enviado, y el hombre lo decapita; el Hijo de Dios es enviado, y el hombre lo crucifica; el Espíritu Santo es enviado, y el hombre lo resiste.
8.5 - El hombre solo puede ir a Dios si es forzado por el Espíritu Santo
Así pues, en cada volumen –por decirlo así– de la historia del género humano, en cada sección, en cada página, en cada párrafo, en cada línea, leemos acerca de su completa ruina, de su total alejamiento de Dios. Se nos enseña, de la manera más clara posible, que, si del hombre dependiera, jamás podría ni querría –aunque, seguramente, debería– volverse a Dios, y hacer obras dignas de arrepentimiento. Y, en perfecta concordancia con esto, aprendemos de la parábola de la gran cena que el Señor refirió en Lucas 14, que ni tan siquiera uno de los convidados quiso hallarse a la mesa. Todos los que se sentaron a la mesa, fueron «forzados a entrar». Ni uno solo jamás habría asistido si hubiese sido librado a su propia decisión. La gracia, la libre gracia de Dios, debió forzarlos a entrar; y así lo hace. ¡Bendito sea por siempre el Dios de toda gracia!
8.6 - La responsabilidad de arrepentirse y creer a Dios se enseña en toda la Biblia
Pero, por otra parte, al lado de todo esto, y enseñado con igual fuerza y claridad, está la solemne e importante verdad de la responsabilidad del hombre. En la Creación, Dios se dirige al hombre como a un ser responsable, pues tal indudablemente lo es. Y, además, su responsabilidad, en cada caso, es medida por la luz y los beneficios que le fueron dados. Por eso, al abrir la epístola a los Romanos, vemos que el gentil es considerado en una condición sin ley, pero es tenido por responsable de prestar oído al testimonio de la Creación, lo que no ha hecho. El judío es considerado como estando bajo la ley, siendo responsable de guardarla, lo que no ha hecho. Luego, en el capítulo 11 de la epístola, la cristiandad es considerada como responsable de permanecer en la bondad de Dios, lo cual no hizo. Y en 2 Tesalonicenses 1 leemos que aquellos que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo, serán castigados con eterna destrucción. Por último, en el capítulo 2 de la epístola a los Hebreos, el apóstol urge en la conciencia esta solemne pregunta: «¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?».
Ahora bien, el gentil no será juzgado sobre la misma base que el judío; tampoco el judío será juzgado sobre la misma base que el cristiano nominal. Dios tratará con cada uno sobre su propio terreno y según la luz y los privilegios recibidos. Hay quienes recibirán «muchos azotes», y quien será «azotado poco», conforme a Lucas 12. Será «más tolerable» para unos que para otros, según Mateo 11. El Juez de toda la tierra hará lo que es justo (Génesis 18:25); pero el hombre es responsable, y su responsabilidad es medida por la luz y los beneficios que le fueron dados. No todos son medidos por el mismo rasero, sin discriminaciones de ningún tipo, como si todos estuvieran en pie de igualdad. Al contrario, se hace una distinción de lo más estricta, y nadie será jamás condenado por menospreciar y rechazar beneficios que no hayan estado a su alcance. Pero seguramente el solo hecho de que haya un juicio, demuestra fehacientemente –aunque no hubiera ninguna otra prueba– que el hombre es responsable.
¿Y quién –preguntamos– es el prototipo de irresponsabilidad por excelencia? Aquel que rechaza o desprecia el Evangelio de la gracia de Dios. El Evangelio revela toda la plenitud de la gracia de Dios. Todos los recursos divinos se despliegan en el Evangelio: El amor de Dios, la preciosa obra y la gloriosa Persona del Hijo, el testimonio del Espíritu Santo. Además, en el Evangelio, Dios es visto en el maravilloso ministerio de la reconciliación, rogando a los pecadores que se reconcilien con Él [1]. Nada puede sobrepasar la grandeza de esto. Es el más elevado y pleno despliegue de la gracia, de la misericordia y del amor de Dios; por tanto, todos los que lo rechazan o menosprecian, son responsables en el sentido más estricto del término, y traen sobre sí el más severo juicio de Dios. Aquellos que rechazan el testimonio de la Creación son culpables; los que quebrantan la ley son más culpables todavía; pero aquellos que rechazan la gracia ofrecida, son los más culpables de todos.
[1] N. del A.: Algunos enseñan que la expresión «os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Corintios 5:20) se refiere a los cristianos que son exhortados a reconciliarse con los designios de Dios. ¡Qué error! Ello pasa por alto completamente el claro sentido del pasaje y sus términos actuales. Dios estaba en Cristo, no reconciliando a los creyentes con Sus designios, sino reconciliando al mundo consigo. Y ahora la palabra de la reconciliación es encomendada a los embajadores de Cristo, quienes han de rogar a los pecadores que se reconcilien con Dios. La fuerza y belleza de este precioso pasaje son sacrificadas, para sostener cierta escuela de doctrina que no puede enfrentar la plena enseñanza de la Santa Escritura. ¡Cuánto mejor es abandonar toda escuela y sistema teológico, y venir como un niño al infinito e insondable océano de la divina inspiración!
8.7 - No es posible conciliar responsabilidad e incapacidad ni incumbe al hombre hacerlo
Algunos dirán que no es posible reconciliar ambas cosas: la incapacidad del hombre y su responsabilidad, y plantearán sus objeciones. Debemos recordar que no nos incumbe reconciliarlas. Dios lo ha hecho al colocarlas una junto a la otra en su eterna Palabra. Nos corresponde sujetarnos y creer, no razonar. Si atendemos a las conclusiones y deducciones de nuestras mentes, o a los dogmas contrapuestos de las distintas escuelas teológicas, caeremos en un embrollo y estaremos siempre desconcertados y confundidos. Pero si simplemente nos inclinamos ante las Escrituras, conoceremos la verdad. Los hombres pueden razonar y rebelarse contra Dios; pero la cuestión es si el hombre ha de juzgar a Dios o Dios ha de juzgar al hombre. ¿Es Dios soberano o no? Si el hombre ha de colocarse como juez de Dios, entonces Dios no es más Dios.
«Oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?» (Romanos 9:20).
Esta es la cuestión fundamental. ¿Podemos responder a ella? Lo cierto es que esta dificultad referente a la cuestión de capacidad y responsabilidad es una completa equivocación que surge de la ignorancia de nuestra verdadera condición y de nuestra falta de absoluta sumisión a Dios. Toda alma que se halla en una buena condición moral, reconocerá con franqueza su responsabilidad, su culpa, su completa impotencia, su merecimiento del justo juicio de Dios y que, si no fuera por la soberana gracia de Dios en Cristo, ella sería inevitablemente condenada. Todos aquellos que no reconocen esto, desde lo profundo de su alma, se ignoran a sí mismos, y se colocan virtualmente en juicio contra Dios. Tal es su situación, si hemos de ser enseñados por la Escritura.
8.8 - A pesar de su incapacidad, el hombre es responsable de sus actos
Tomemos un ejemplo. Un hombre me debe cierta suma de dinero; pero es un hombre inconsciente y despilfarrador, de modo que es incapaz de pagarme; y no solo eso, sino que tampoco tiene el menor deseo de hacerlo. No quiere pagarme; no quiere tener nada que ver conmigo. Si me viera venir por la calle, se escabulliría por el primer callejón que encuentre para evadirme. ¿Es responsable? ¿Tengo razones para iniciar acciones legales contra él? ¿Acaso su total incapacidad para pagar lo exonera de su responsabilidad?
Luego le envío a mi siervo con un amable mensaje. Lo insulta. Le envío otro; y lo golpea violentamente. Entonces le envío a mi propio hijo para que le ruegue que venga a mí y se reconozca deudor mío, para que confiese y asuma su correspondiente lugar, y para decirle que no solo quiero perdonar su deuda, sino también asociarlo a mí. Él entonces insulta a mi hijo de la peor manera, lanza todo tipo de improperios contra él y, finalmente, lo asesina.
Todo esto constituye simplemente una muy débil ilustración de cuál es la situación real entre Dios y el pecador; sin embargo, algunos quieren razonar y discutir acerca de la injusticia de sostener que el hombre es responsable. Ello es un fatal error –y en todos los casos se verá que es así–. Ninguna alma en el infierno tiene alguna dificultad sobre este tema. Y con toda seguridad que en el cielo nadie experimenta ninguna dificultad al respecto. Todos los que se hallen en el infierno reconocerán que recibieron lo que merecían conforme a sus obras; mientras que los que estén en el cielo se reconocerán, como lo expresó el poeta, «deudores de la gracia sola». Los primeros tendrán que reprocharse a sí mismos por ello; los últimos darán las gracias a Dios por ello. Creemos que esta es la única solución verdadera a la cuestión de la responsabilidad y la capacidad del hombre.