Convicción de pecado
Autor:
El nuevo nacimiento: la fe, el arrepentimiento, la paz con Dios
Tema:«Al ver esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, y dijo: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador! Porque el temor se apoderó de él y de todos los que estaban con él, a causa de la pesca recogida» (Lucas 5:8-9).
Un rayo de luz divina, con su poder de convicción, había entrado en el corazón de Pedro y producido un sentido profundo y sincero de su pecaminosidad e indignidad. Para Dios el pecado es algo muy serio, y así debe ser para nosotros. El pecador debe ser como Pedro, que sentía que no tenía derecho a estar en presencia del Señor, cuya gloria acababa de brillar ante sus ojos.
Es muy bueno comenzar nuestra vida cristiana con un profundo sentimiento de culpa. Los creyentes más fuertes y sólidos suelen ser los que han pasado por los caminos más difíciles y se han sometido a los ejercicios del alma más agudos. Tanto más un hombre atrapado en una casa en llamas se da cuenta de su horrible situación, más apreciará la ayuda y a los salvadores que se la prestan. Lo mismo ocurre con los pecadores. Cuanto más conscientes sean de su culpabilidad e indignidad, más apreciarán la sangre de Cristo que quita sus pecados y les permite estar en la presencia de Dios.
Es de temer que, en muchos casos, la convicción de pecado y el arrepentimiento se queden en algo superficial, porque intervenimos queriendo ir más deprisa que el Espíritu Santo. Cuando nos encontramos frente a una persona que siente seriamente su pecado, puede ser que la obra apenas se esté realizando en ella. En tal caso, estaríamos obstaculizando la obra de Dios en esa persona si tratáramos de apresurar una confesión de fe prematura. Debemos recordar que, aunque la obra de Dios es a veces muy lenta, siempre es muy segura. Debemos permanecer en una reserva cautelosa, y en cuidadosa atención, en oración, esperando el momento en que Dios quiera utilizarnos como instrumentos. En esta actitud de reserva, no intentaremos sacar de nuestros labios nada que pueda ir más allá de lo que el Espíritu Santo ha obrado en el corazón.
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2010, página 31