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Cuando los hijos siguen un camino de propia voluntad
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Por un lado, es responsabilidad de los padres educar a sus hijos para el Señor Jesús. Pero, por otro lado, solo es pura gracia si Dios los guía en el camino de la vida. ¿Qué pasa entonces, cuando algunos hijos se extravían?:
- ¿Cuando le dan la espalda al Señor?
- ¿Cuando salen de casa llenos de resentimiento?
- ¿Cuando a sabiendas toman un camino equivocado y se pierden en el mundo?
- ¿Cuando tiran por la borda la fe cristiana?
Desafortunadamente, hay casos de este tipo. Nos gustaría abordar esta cuestión con la máxima precaución. Es muy difícil medir lo que los padres experimentan internamente en tal situación. Tenemos que mostrarles verdadera simpatía y unirnos a ellos en la oración. Los reproches están absolutamente fuera de lugar.
Benjamín tiene dieciocho años. Hasta ahora, ha dado a sus padres mucha alegría. Lee su Biblia regularmente, asiste a las reuniones de la iglesia, está involucrado en el trabajo con los jóvenes y está muy comprometido. De repente, es la ruptura. Conoció a una joven en la oficina que aparentemente le ha dado la vuelta a la cabeza. De la noche a la mañana, le dice a sus padres que se va de casa para vivir con su amiga. Todos los intentos de su padre y de su madre para desviarlo de sus planes fracasan. El responsable de los encuentros de jóvenes y otros amigos también tratan de hacerle entender que va por un camino de perdición. Pero Benjamín se impone. Los padres no pueden entenderlo. Tienen que aprender a vivir con la situación.
1 - Abstenerse de sacar conclusiones falsas
En tales situaciones, es probable que las personas exteriores saquen conclusiones prematuras sobre la educación de los padres. Seamos extremadamente cautelosos a este respecto. Puede haber casos obvios, pero en general, no tenemos derecho a juzgar. Y menos aún para señalar a otros. Tenemos suficientes razones para poner nuestra propia casa en orden. Contengámonos en el aprecio a los demás. Cuando nuestros hijos están en el camino de la vida, siguiendo y sirviendo al Señor, se lo debemos solo a la gracia de Dios. Si solo dependiera de nosotros, lo habríamos perdido todo.
Los padres interesados encontrarán un verdadero consuelo en Isaías 1:2-3. Allí encontramos las palabras de Dios sobre sus hijos (el pueblo de Israel): «Oíd, cielos, y escucha tú, tierra; porque habla Jehová: Hijos he criado, y los he educado, y ellos se rebelaron contra mí. El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su amo; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento». ¿Ha cometido Dios errores en la educación de su pueblo Israel? ¿Ha omitido algo? ¡No! Por supuesto que no. ¡Es imposible! Dios es perfecto en todo lo que hace. Y aún así su gente se ha alejado de él. No digo esto para tranquilizarnos. Nuestra responsabilidad como padres sigue siendo cien por ciento. Pero no es menos cierto que, aunque hayan tenido la mejor educación posible, nuestros jóvenes pueden ir por el camino equivocado por su propia voluntad. Dios nos ha dado libre albedrío. Cada uno debe tomar una decisión a favor o en contra del Señor Jesús. Por eso vuelvo a invitarnos a ser muy cuidadosos en nuestro juicio. No digamos, ni siquiera en nuestro interior: “No es de extrañar con tal educación. Era inevitable”. Seamos rigurosos en nuestra propia consideración y preguntémonos una y otra vez si Dios puede bendecir nuestra conducta. Pero cuando se trata de otros, la clemencia es necesaria.
2 - No hay casos desesperados
Algunos casos aparentemente no dejan ninguna esperanza. Algunos jóvenes se han alejado tanto de Dios y de sus padres que un regreso parece imposible. Pero debemos tener esto en mente: para Dios, no hay casos sin esperanza. El ejemplo del hijo pródigo en Lucas 15 es muy instructivo. ¿Podía el padre contar con el regreso de este hijo que se había equivocado? No, y sin embargo parece que lo esperaba todos los días, de lo contrario no lo habría visto venir desde lejos. Hay suficientes casos concretos que muestran que los hijos o hijas «pródigos» vuelven un día «a casa», es decir, al Señor Jesús. Para algunos, esto dura algunos años, para otros algunas décadas. A menudo, los padres afectados ya no están allí para experimentarlo. Pero sus oraciones son sin embargo respondidas después. Una anciana había tenido una madre creyente. Había asistido a la escuela dominical cuando era niña y había oído y aprendido muchas cosas sobre el Señor Jesús. Tan pronto como pudo ganarse la vida, dejó la casa paterna y siguió un camino de propia voluntad. Solo cincuenta años después las oraciones de su madre fueron finalmente respondidas. La madre se encontraba con el Señor desde mucho tiempo, cuando finalmente su hija regresó de su largo viaje de perdición.
3 - Nuestro comportamiento como padres
La ilustración de Lucas 15 también nos da algunas indicaciones de cómo debemos comportarnos con nuestros jóvenes que se han «equivocado». Hay una gran variedad de actitudes y opiniones sobre este tema. Por supuesto, cada caso debe ser considerado por sí mismo. Las opiniones generales son siempre discutibles. Pero todavía podemos aprender de esta parábola contada por el mismo Señor Jesús –mientras que soy consciente de lo delicado que es decir o escribir algo al respecto.
En primer lugar, vemos que el padre deja ir a su hijo cuando viene a reclamar su parte de la herencia. No leemos que haya tenido ninguna discusión con su hijo. No leemos que haya intentado retenerlo. Ciertamente, la separación no tuvo lugar sin ejercicios y sin discusiones profundas. Pero la Biblia no dice nada al respecto. No hay duda de que el padre haya tratado de hablar al corazón de su hijo. Pero no sirvió de nada. Llegó el momento en que lo dejó ir. A veces tenemos que dejar ir a nuestros jóvenes, cuando quieren liberarse de las llamadas restricciones del hogar familiar. De todas formas, no podemos retenerlos por la fuerza o por compromisos nefastos.
En segundo lugar, aprendemos que el hijo siempre tuvo un lugar en el corazón de su padre. El padre ha vigilado el regreso de su hijo cada día. De lo contrario no lo habría visto de lejos cuando finalmente volvió a casa. No leemos que lo apoyara de ninguna manera durante su estancia en el país lejano. Pero el hijo siempre mantuvo su lugar en el corazón del padre. Los hijos e hijas pródigos están en la mano de Dios. Puede traerlos de vuelta. No les dejemos caer interiormente. Al contrario, llevémoslos al Señor todos los días en oración y esperemos el día en que Dios los traiga de vuelta. Por otra parte, debemos preguntarnos si queremos apoyarlos en su mal camino (por ejemplo, poniendo a su disposición medios financieros o manteniendo contactos sin restricciones). En la práctica, esto ha resultado ser a veces un error.
En tercer lugar, reconocemos en el padre una disposición a perdonar. Es conmovedor leer: «Y estando todavía lejos, su padre lo vio y se conmovió. Corrió, se echó a su cuello y lo besó efusivamente» (Lucas 15:20). No escuchamos ni un solo reproche de la boca del padre. No le oímos imponer ninguna condición. En respuesta a la confesión de su hijo, el padre pide la más bella túnica para él. Le pone un anillo en la mano y sandalias en los pies. El padre lo proporciona todo. Su actitud habla por sí misma y se pasa de comentarios. Así es como Dios actuó con nosotros, cuando acudimos a él como pecadores. Y es la misma forma en que queremos actuar con nuestros hijos e hijas perdidos cuando el Señor los trae de vuelta.
John Kord Lageman contó la siguiente historia –bastante conocida:
“Estaba sentado, durante un viaje en tren, junto a un joven con un visible peso en el corazón. Finalmente, se abrió y confesó que acababa de salir de la cárcel y que estaba camino a casa. Su condenación había traído la deshonra a su familia. Sus padres nunca lo habían visitado en la prisión y le habían escrito muy raramente. Sin embargo, esperaba que le hubieran perdonado. Para facilitarles las cosas, había sugerido en una carta que le dieran una señal cuando el tren pasara por la pequeña granja familiar poco antes del pueblo para que pudiera entender inmediatamente sus disposiciones con él. Si sus parientes le habían perdonado, debían colgar una cinta blanca en el manzano plantado cerca de las vías del tren. Si no querían volver a verlo en casa, no debían hacer nada. En ese caso, se quedaría en el tren y se iría muy, muy lejos. Mientras el tren se acercaba a su ciudad natal, el joven estaba tan tenso que ni siquiera se atrevía a mirar por la ventana. Otro viajero cambió de asiento con él y le prometió vigilar el manzano. Poco después, puso su mano en el brazo del joven prisionero liberado. –¡Ahí está! Murmuró y de repente, sus ojos se llenaron de lágrimas. Todo está en orden. ¡Todo el árbol está cubierto de cintas!”
En ese mismo momento, toda la amargura que había envenenado su vida desapareció. “Sentí, dijo el hombre más tarde, como si estuviera experimentando un milagro. Y tal vez lo fue”.
Extracto del libro “Amando a nuestros hijos y viviendo con ellos” de E.A. Bremicker.