Inédito Nuevo

5 - El día del Señor (1 Tes. 5)

Primera Epístola a los Tesalonicenses


Después de instruirnos sobre la venida del Señor en relación con su pueblo, el apóstol pasa a hablar de la venida del Señor en relación con el mundo, introduciendo el día del Señor:

  • En los versículos 1 al 3 se refiere al día del Señor y a su efecto sobre el mundo.
  • En los versículos 4 al 11, nos instruye sobre la conducta adecuada para aquellos que, durante la noche de la ausencia de Cristo, pasen por este mundo a la luz del día que viene.
  • En los versículos 12 al 22, se nos advierte y exhorta sobre ciertos peligros que acechan el camino del cristiano.
  • En los versículos 23 al 28, el apóstol cierra su Epístola con la oración y los saludos habituales.

5.1 - El día del Señor (v. 1-3)

Era necesario que el apóstol escribiera a estos creyentes acerca de la verdadera esperanza cristiana, para corregir sus pensamientos erróneos en cuanto a la venida del Señor por sus santos. Pero de «los tiempos y de las ocasiones», que se refieren al día del Señor, no había necesidad de escribir en detalle. Los tiempos y las sazones no se refieren directamente a la Iglesia, sino a los tiempos y las condiciones en que Dios llevará a cabo su obra en la tierra, tal como se predice en las Escrituras proféticas. El Señor había dicho a sus discípulos: «No corresponde a vosotros saber los tiempos ni las circunstancias que el Padre ha puesto bajo su propia autoridad» (Hec. 1:7). Por lo tanto, cualquier intento de calcular y predecir la fecha de la venida del Señor, a partir de las profecías de Daniel, o de otras Escrituras, será inútil, y peor aún, pues será un intento de averiguar lo que el Señor definitivamente dice que no nos corresponde saber.

Así pasa el apóstol del arrebato de los santos al día del Señor. Una escena, toda gozo y bendición para los santos; la otra, una escena de terror y juicio para un mundo que ha rechazado a Cristo.

El día del Señor se menciona constantemente en los profetas. Siempre tiene en vista el día de la intervención del Señor en juicio sobre la tierra, que conducirá a la restauración de Israel y a la bendición de las naciones. Es el día en que el Señor interviene en los asuntos de este mundo, tratando con todo el mal, y trayendo todas las bendiciones de su reinado.

Aunque no es necesario escribir en detalle sobre este día, el apóstol les recuerda 3 hechos importantes. En primer lugar, les dice la manera de la introducción del día del Señor. Será inesperado para el mundo, así como un ladrón viene inesperadamente en la noche; y vendrá de repente, como los dolores de parto sobre una mujer encinta. En segundo lugar, el apóstol habla de la condición del mundo cuando se introduzca el día del Señor. El mundo habrá llegado a una etapa de autocomplacencia combinada con la ignorancia absoluta de Dios. Todos los esfuerzos de los políticos actuales se dirigen a abolir la guerra y garantizar la seguridad de las naciones. Aparentemente, sus esfuerzos llegarán a un punto en que parecerán coronados por el éxito, y dirán: «¡Paz y seguridad!». Todos estos esfuerzos dejan fuera a Dios: los hace un mundo que ignora a Dios, un mundo descrito por las 2 palabras «en tinieblas» (5:4).

En tercer lugar, en cuanto al resultado de la llegada del día del Señor, traerá juicio sobre los impíos: «destrucción repentina» de la que «no podrán escapar».

5.2 - Conducta adecuada para los que caminan en la luz del día venidero del Señor (v. 4-11)

(V. 4-5). Si, en el futuro, el día del Señor, implicará terribles consecuencias para el mundo impío, en el presente, la luz de ese día ha de tener un efecto muy real sobre la vida de los piadosos.

Los creyentes –aquellos de los que el apóstol habla como hermanos– no están en tinieblas. Son «hijos de la luz e hijos del día». Los creyentes se caracterizan por tener el conocimiento de Dios, y estar en la luz del día que viene. El mundo se caracteriza por la «noche» y las «tinieblas». Es la ausencia de Cristo lo que hace la noche, y la ignorancia de Dios lo que constituye las tinieblas (comp. Juan 12:35-36; 13:30).

Estos conversos, a quienes escribía el apóstol, se habían vuelto al «Dios vivo y verdadero» (1:9). Estando en la luz de Dios, plenamente revelada en Cristo, ya no ignoraban a Dios, y no serían alcanzados en el repentino juicio que sobrevendría al mundo.

(V. 6-7). Siendo hijos de la luz y del día, el apóstol les exhorta a que sean coherentes con su carácter.

En primer lugar, dice: «No durmamos como los demás». El hombre que duerme no se deja influir y es inconsciente de todo lo que ocurre a su alrededor… El mundo es totalmente inconsciente de hacia dónde va a la deriva, de la inutilidad absoluta de todos sus esfuerzos y de su próxima perdición. Los creyentes han de guardarse de caer en un estado de apatía espiritual que va a la deriva, como el mundo, indiferente al día del Señor.

En segundo lugar, debemos velar. No solo debemos esperar la venida del Señor, sino velar. El Señor mismo dijo: «Bienaventurados aquellos siervos a los que, llegando el Señor, encuentre velando» (Lucas 12:36-37).

En tercer lugar, se nos exhorta a ser sobrios, en contraste con una condición establecida por la embriaguez que pone a un hombre bajo una influencia maligna. Debemos cuidarnos de caer bajo las influencias intoxicantes del mundo. En relación con Cristo, y su día, debemos velar; en relación con el mundo debemos ser sobrios.

(V. 8). En cuarto lugar, si hemos de escapar de las estupefacientes influencias de este mundo, necesitaremos la coraza de la fe, del amor y el yelmo de la salvación. Para escapar del mundo de la vista necesitaremos fe, porque la fe no se rige por la vista, sino que vive en la luz de lo invisible. Para escapar de la lujuria del mundo, debemos regirnos por el amor. Para escapar de los vanos proyectos del mundo para el futuro, con sus perspectivas enredadoras y sus vanas esperanzas, necesitaremos «la esperanza de salvación». No es la esperanza de la mejora de las condiciones del mundo, ni la reforma del mal del mundo, lo que hemos de buscar, sino el cumplimiento de la esperanza de salvación que nos libera completamente del mundo, y de su perdición, para tener parte en el mundo venidero.

(V. 9-10). En quinto lugar, para sostener la «fe», el «amor» y la «esperanza», necesitamos la realización del propósito de Dios para nosotros. Dios no ha destinado al creyente a la ira, sino «para obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo». Aquí la salvación es vista como la liberación futura, final y completa del mundo, así como su juicio venidero.

La designación de Dios para nosotros se lleva a cabo «por nuestro Señor Jesucristo», y su muerte por nosotros. Él murió para que, ya sea que estemos despiertos o dormidos, vivamos con él. Tal es la eficacia de su muerte que nos capacita para estar «con él». Si nos dormimos, partimos para estar con él, como pudo decir a un malhechor moribundo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43). Sin embargo, si somos dejados aquí por un tiempo, él todavía quiere que caminemos separados del mundo «con él».

(V. 11). En sexto lugar, el apóstol dice: «Por lo cual, exhortaos unos a otros». Puesto que estamos destinados a la salvación, y nuestro privilegio es vivir con Cristo ahora, y ser arrebatados juntos para encontrarnos con el Señor en el aire, muy pronto, consolémonos juntos en todas las tribulaciones y aflicciones del camino.

En séptimo lugar, el apóstol nos exhorta a edificarnos unos a otros, procurando así edificarnos mutuamente en nuestra santísima fe. Así, el cristianismo, según Dios, se compone de creyentes que se aman, se consuelan y se edifican mutuamente (1 Tes. 3:12; 4:9, 18; 5:11).

5.3 - Exhortaciones y advertencias (v. 12-22)

Habiendo consolado a los santos en cuanto a los que durmieron, y en cuanto al día del Señor y su relación presente con nuestra vida y caminos, el apóstol pasa a darnos exhortaciones generales y advertencias en cuanto a peligros especiales a los cuales estamos siempre expuestos.

(V. 12-13). Reconocimiento de los que guían en el Señor. Se nos exhorta a reconocer a los que trabajan en el servicio del Señor y toman la delantera entre su pueblo en el temor del Señor, aunque tengan que amonestarnos. Debemos tenerlos en gran estima por amor a sus obras. No hay ninguna sugerencia de que la exhortación se limita a los que han renunciado a su vocación terrenal; esto puede, o no, ser así.

«Vivid en paz entre vosotros». Existe el peligro siempre presente de desavenencias en el camino. Antiguamente, el Señor podía preguntar a sus discípulos: «¿De qué discutíais en el camino?». Ellos callaron, porque por el camino iban «discutiendo quién era mayor entre ellos» (Marcos 9:33-34). Detrás de todas las disputas que han tenido lugar alguna vez entre el pueblo de Dios, probablemente se encontrará que, cualquiera que fuera el tema inmediato de la disputa, la causa fundamental era que alguien quería ser grande. De lo contrario, cualquiera que fuera la dificultad, no habría necesidad de “pelearse”. Solo en la medida en que nos estimemos los unos a los otros más que a nosotros mismos, podremos estar «en paz» entre nosotros.

(V. 14). Cuidado piadoso de los unos por los otros. Debe haber en el pueblo del Señor ese cuidado piadoso que puede advertir a cualquiera que esté inclinado a ser desordenado, que puede consolar a los pusilánimes, y que puede apoyar a los débiles.

Paciencia. Cualquiera que sea la forma que adopte el cuidado piadoso, debe ejercerse con paciencia hacia todos. Puede ser bastante fácil ser paciente con algunos, que son mansos y humildes. Pero se necesitará una gran gracia si hemos de tener paciencia con todos, ya sean mansos o humildes, o provocadores y agresivos.

(V. 15). Rechazo de la venganza. Debemos procurar que nadie devuelva mal por mal. Existe el peligro siempre presente de encontrarnos carne con carne. Puede que tengamos que callarnos ante la malicia, e incluso evitar a quien actúa con malicia (2 Tim. 4:14-15), pero, en cualquier caso, no debemos devolver mal por mal.

Hay que perseguir el bien. Evitando el mal debemos seguid «siempre lo que es bueno entre vosotros, y para con todos». La carne ama la ocupación con el mal; pero, aunque estas exhortaciones nos advierten que no seamos indiferentes al mal, e incluso que nos ocupemos de él cuando sea necesario, lo que debemos perseguir es el bien.

(V. 16). «Estad siempre gozosos». El mundo está lleno de tristeza, y en un mundo así el Señor era Varón de dolores y experimentado en la aflicción, pero su gozo en el Padre y en la perspectiva que tenía ante él era ininterrumpido. Así, en la hora más oscura de su rechazo, leemos: «Jesús se alegró en el espíritu» (Lucas 10:21). De la misma manera el creyente está llamado a estar «siempre gozosos».

(V. 17). «Orad sin cesar». La oración es el recurso siempre presente del creyente. Cualquiera que sea la preocupación, la prueba o el ejercicio, debemos darlo a conocer a Dios en oración (Fil. 4:6).

(V. 18). «Dad gracias en todo». La oración debe ir acompañada de acción de gracias. No se nos pide que demos gracias por todo, sino en todo. En las pruebas más duras y en las penas más profundas, la fe encontrará algo por lo que dar gracias.

(V. 19). «No apaguéis al Espíritu». En la Epístola a los Efesios se nos advierte del peligro de contristar al Espíritu, lo cual, según muestra el pasaje, está relacionado con la complacencia de la carne. Aquí el contexto es la oración, dar gracias y profetizar, y por lo tanto apagar «el Espíritu» parecería consistir en impedir la oración, la alabanza o el ministerio. Este apagar puede ser forzando el ministerio aparte de la dirección del Espíritu, o absteniéndose del ministerio cuando el Espíritu guiaría en oración o alabanza.

(V. 20). «No despreciéis las profecías». Por la Epístola a los Corintios sabemos que el que profetiza «habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Cor. 14:3). Hemos de guardarnos, pues, de menospreciar lo que Dios tenga que decirnos por medio de sus siervos.

(V. 21). «Examinadlo todo». Aunque no debemos despreciar el ministerio, somos, no obstante, responsables de «examinarlo» por la Palabra. Existe el peligro siempre presente de recibir la verdad por la autoridad del maestro. El apóstol puede decir, en otra Epístola: «Los profetas, que dos o tres hablen, y los otros juzguen» (1 Cor. 14:29).

«Retened lo bueno». Una vez comprobado lo que oímos, debemos retener lo bueno. La tendencia, con demasiada frecuencia, es recordar lo que no es provechoso, y dejar de lado lo bueno.

(V. 22). «Absteneos de toda forma de mal». Es fácil abstenerse de ciertas formas de maldad que no nos atraen, y condenar severamente pecados a los que no somos propensos. La exhortación es a alejarse de toda maldad, cualquiera que sea su forma.

5.4 - La oración final y los saludos (v. 23-25)

(V. 23). Para concluir, el apóstol se dirige a Dios en nombre de estos santos, deseando que «el mismo Dios de paz os santifique por completo»; que todo el hombre, espíritu, alma y cuerpo, sea conservado irreprensible en la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dios quiere que cada parte del hombre –su mente, sus afectos y su cuerpo– sea apartada de este mundo para Cristo, a fin de que, en la venida de nuestro Señor Jesucristo para reinar, seamos hallados irreprensibles y recibamos una recompensa completa.

(V. 24). Aquel que nos ha llamado a la gloria es fiel y llevará a cabo el propósito para el cual nos ha llamado.

(V. 25-28). En la confianza del amor, el apóstol cuenta con las oraciones de aquellos por quienes oró. Los saluda con santo afecto y les encarga, por el Señor, que la Epístola sea leída a todos los santos hermanos. Tal encargo tenía, probablemente, una aplicación especial en un día en que muchos no sabrían leer.

Finalmente, desea que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con ellos.