1 - Los frutos del Evangelio (1 Tes. 1)
Primera Epístola a los Tesalonicenses
En la parábola del Sembrador (Marcos 5:20), el Señor instruyó a sus discípulos que donde la buena semilla cayera en buena tierra, el fruto resultaría. En este capítulo inicial, algunos de los hermosos frutos del Evangelio se manifiestan en las vidas transformadas de los jóvenes conversos. Para entender la Epístola es necesario recordar el Evangelio predicado a estos tesalonicenses, como se registra en Hechos 17:19. De ahí se deduce que, durante su visita a Tesalónica, el apóstol predicó tanto a judíos como a gentiles. Su predicación se caracterizó por 4 cosas:
- Les presentó a Jesús, el Salvador; no meras doctrinas, sino una Persona viva (el Salvador).
- Afirmó que esta Persona (Jesús) había muerto y resucitado.
- No solo predicó los hechos de la muerte y resurrección, sino la necesidad de estos grandes hechos. Que Cristo «padeciese… y que resucitase» (Marcos 8:31).
- Se apoyó en las Escrituras como su única y suficiente autoridad.
Como resultado de esta predicación «algunos» de los judíos, y «otros con ellos» de gentiles, creyeron. Además, probaron la realidad de su fe identificándose públicamente con los siervos del Señor, pues leemos que «se unieron a Pablo y a Silas» (Hec. 17:4). No guardaron su fe para sí mismos. No intentaron escapar al reproche permaneciendo como discípulos secretos. Creyeron en Jesús y confesaron audazmente su fe. El resultado fue que enseguida tuvieron que enfrentarse a la persecución. Los judíos que no creían, movidos por la envidia, tomaron consigo a ciertos impúdicos y alborotaron toda la ciudad. La envidia llevó al primer asesinato, cuando Caín mató a su hermano; y la envidia llevó al mayor intento de asesinato, cuando los judíos crucificaron a su Mesías. Pilato «sabía que por envidia le habían entregado» (Mat. 27:18). Si los hombres movidos por la envidia cometen asesinatos, no debemos sorprendernos de que judíos respetables se rebajaran a utilizar a viles lascivos para llevar a cabo sus fines. Así aprendemos el carácter de la semilla sembrada, los frutos producidos y la oposición suscitada. El apóstol escribe su Epístola para animar a estos jóvenes convertidos a causa de la persecución, y se complace en detenerse en el hermoso fruto del Evangelio así manifestado.
El apóstol asocia consigo a los que habían trabajado con él. En su saludo, considera a estos creyentes en relación con Dios Padre y con Jesucristo como Señor, más que como miembros del Cuerpo del que Cristo es la Cabeza. Los anima asegurándoles que constantemente da gracias a Dios por ellos y los recuerda en sus oraciones. Además, reconoce en ellos los frutos del Espíritu. Al llamar la atención sobre estas felices cualidades cristianas, el apóstol no las halaga, sino que reconoce en ellas la evidencia de una verdadera obra de Dios. Señala su trabajo, labor y resistencia, pero no como marcas de una verdadera conversión. Los hombres del mundo son a menudo famosos por sus grandes obras filantrópicas, su inmenso trabajo y su gran perseverancia en la realización de sus obras. En el caso de los tesalonicenses, el apóstol puede vincular con estas otras cualidades esencialmente cristianas: a saber, «la obra de la fe, el trabajo del amor y la paciencia de la esperanza»: los 3 grandes elementos de la vida cristiana que ponen al alma en relación con las Personas divinas, dando así las marcas de un alma verdaderamente convertida. Como prueba de la realidad, el escritor de la Epístola a los Hebreos, se refiere a estas 3 cualidades. Había estado hablando solemnemente de los que hicieron profesión de cristianismo, pero después apostataron. Pero de estos cristianos puede decir: «Amados… estamos persuadidos, en lo que os concierne, de cosas mejores y que conciernen a la salvación», a saber, «de vuestra obra y del amor», «la plena seguridad de vuestra esperanza» y «la fe y la paciencia» (Hebr. 6:9-12).
Además, la realidad de su «fe», «amor» y «esperanza», es probada por estas hermosas cualidades estando «en nuestro Señor Jesucristo». La fe, el amor y la esperanza requieren un objeto. En el cristianismo ese objeto supremo es una Persona viva –el Señor Jesucristo. Toda verdadera actividad en la vida cristiana es el resultado de la fe que extrae toda su fuerza, sabiduría y gracia necesaria, de Uno que no se ve, y por lo tanto solo está disponible para la fe. El verdadero trabajo cristiano surge del amor a nuestro Señor Jesucristo y no se lleva a cabo como un deber legal. El aguante no es una resignación aburrida ante la severa necesidad, sino que está sostenido por la esperanza que espera a nuestro Señor Jesucristo. Además, la vida de fe, amor y esperanza se vive “a la vista de Dios nuestro Padre”. Es una vida de santo temor vivida ante Dios, y no simplemente ante el hombre para obtener un lugar religioso, o ante los santos para ganar reputación de devoción. Estos jóvenes creyentes llegaron a ser «modelos para los creyentes», y su fe en Dios se difundió; pero su testimonio ante los hombres fue el resultado de una vida vivida ante Dios. Vivían y caminaban conscientemente «delante del Dios y Padre nuestro». “Podemos ciertamente contender celosamente por un nombre; pero la cuestión ante Dios es en cuanto al poder y los frutos plenos de la gracia en la medida de lo que se ha recibido; y si el alma no llega a eso, es algo espantoso que esté descansando en una reputación religiosa, mientras las obras no son perfectas ante Dios” (J.N. Darby).
Además, estas evidencias de una obra de Dios en sus almas aseguraban al apóstol que eran amados por Dios y sujetos de su gracia electiva. No solo la gracia ha satisfecho todas nuestras responsabilidades, sino que, por la soberana misericordia de Dios, los creyentes fueron elegidos, antes de la fundación del mundo, para obtener la salvación con gloria eterna (2 Tim. 2:10). Si somos elegidos para la gloria eterna, somos apartados por obra del Espíritu de este mundo presente. Ninguna posición de dignidad y honor que este mundo pueda ofrecer tendrá ningún atractivo al darnos cuenta de ello. Estos hermosos frutos habían sido producidos en sus vidas por el Evangelio que llegó a ellos «no… solo en palabras, sino también en poder» por la predicación en el Espíritu Santo. Así había mucha seguridad. ¡Ay!, puede haber mucha predicación correcta del Evangelio, pero con demasiada frecuencia «solo en palabras». Falta el poder y la obra del Espíritu Santo. Lo que dará poder a la predicación y dejará al Espíritu Santo libre para obrar es la vida coherente del predicador. Por eso el apóstol puede decir: «Sabéis qué clase de personas éramos entre vosotros a causa de vosotros». Su vida confirmaba su predicación y se convertía así en parte del testimonio que daba con sus labios.
El resultado del testimonio en el poder se manifiesta de 2 maneras.
1. Llevó a los que recibieron el testimonio, no solo a la bendición de la salvación, sino a imitar al apóstol, y por tanto al Señor. Siendo bendecidos se convirtieron en representantes de Aquel por quien fueron salvados.
2. Este testimonio en el poder despertó el odio de aquellos por quienes fue rechazado. Esta malicia se expresó en la persecución de los creyentes. Sin embargo, estos creyentes estaban sostenidos en el gozo por el Espíritu Santo. El diablo puede suscitar la persecución, pero el poder del Espíritu es mayor que todo el poder del enemigo. Esteban, lleno del Espíritu Santo, estaba sostenido en triunfo en medio de sus sufrimientos de mártir. El mártir cuyos sufrimientos solo suscitan alabanzas al Señor da un testimonio impresionante del poder de Dios ante el mundo. Así, el gozo de estos jóvenes convertidos perseguidos se convirtió en un ejemplo para los creyentes y en un testimonio para el mundo entero, pues, en todas partes, su fe en Dios se había convertido en motivo de admiración. Su testimonio tenía un triple carácter.
a) La palabra del Señor resonaba en ellos.
b) El cambio en su modo de vida demostraba la realidad de su conversión y era un testimonio de la verdad de su predicación, pues abandonaban todas sus antiguas prácticas idólatras y se volvían a Dios desde los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero. La Escritura no solo reconoce como ídolos las imágenes reales de los paganos, sino también cualquier cosa que se interponga como objeto entre el alma y Dios: por ejemplo, «Hijitos, guardaos de los ídolos» (1 Juan 5:21). Cuántas veces la vida y el servicio del creyente pueden verse obstaculizados por permitir que alguna búsqueda terrenal, que en sí misma puede ser inofensiva, se convierta en un objeto entre el alma y Dios.
c) Se apartaron del mundo y de sus engaños para esperar al Hijo de Dios desde el cielo. Todas sus esperanzas estaban puestas en Él. Una vez convertidos, no intentaron en vano arreglar el mundo y hacerlo mejor y más brillante. Para acabar con el mal y traer la bendición, esperaban tranquilamente al Hijo de Dios desde el cielo. Lo hicieron en paz y tranquilidad, sabiendo que Jesús los había liberado de la ira mediante su muerte, y que Dios había declarado su satisfacción con la obra de Cristo y la justificación del creyente de los pecados y el juicio, resucitando a Cristo de entre los muertos.