Inédito Nuevo

3 - La prueba de la fe (1 Tes. 3)

Primera Epístola a los Tesalonicenses


«Te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos… para a la postre hacerte bien» (Deut. 8:2, 16).

Todos los caminos de Dios con su antiguo pueblo en el desierto –las tentaciones que los acosaron, las privaciones que tuvieron que soportar– fueron permitidos con un doble propósito. Primero, para que aprendieran lo que había en sus corazones; segundo, para su bendición y bien cuando terminara el viaje por el desierto.

Cuando somos llevados a Dios por primera vez, sabemos muy poco de nuestros corazones; pensamos en el perdón de lo que hemos hecho, pero todavía tenemos que aprender lo que somos. Además, al principio, estamos ocupados con el gozo de la salvación y el perdón, más que con la gloria a la que Dios nos ha llamado. Muy pronto, sin embargo, en los caminos de Dios, tenemos que afrontar pruebas, aflicciones y dificultades, para descubrir lo que hay en nuestros corazones, y para nuestra bendición duradera en el día venidero. Esto se ve en la historia de estos jóvenes convertidos en Tesalónica, como se nos presenta en el capítulo 3. En el capítulo anterior hemos visto el bondadoso cuidado de Dios que tan tiernamente les había ministrado por medio del apóstol Pablo, con el resultado de que sus pies habían sido puestos en el camino de la fe, habían sido introducidos en el círculo del amor y habían recibido la gloriosa esperanza del mundo venidero.

En este capítulo vemos las aflicciones y tribulaciones por las que se les permitió pasar para fortalecer la fe (10); hacer que el amor abundara (12); y establecer sus corazones en santidad, en vista de la venida de nuestro Señor Jesucristo con sus santos (13).

En el caso de los tesalonicenses, esta prueba vino en forma de persecución. Pero, cualquiera que sea la forma en que se presente, o bien prueba la realidad de la fe y fortalece la fe existente, o bien expone la vacuidad de la mera profesión, como en el caso del oyente de la tierra pedregosa, quien, cuando «recibiendo la palabra en medio de mucha aflicción», a la larga se siente ofendido.

(V. 1-2). Los 2 versículos iniciales presentan la preocupación amorosa del apóstol por estos jóvenes convertidos. Las aflicciones y tribulaciones por las que estaban pasando no le eran indiferentes al apóstol. Al contrario, su gran amor le llevó a preocuparse profundamente por ellos en sus pruebas.

Impedido por Satanás de acudir él mismo, el amor encontró el modo de procurar ayudarles y consolarles. Con la urgencia del amor, no pudo dejar de ponerse en contacto con ellos y, con el desinterés del amor, prescindió por un tiempo de la compañía y de la ayuda de Timoteo, su compañero de trabajo en la obra de Atenas, para enviarlo a Tesalónica, a fin de establecer y consolar a estos santos probados en su fe. Timoteo no fue enviado para tratar de eliminar la prueba, sino para apoyar su fe en la prueba. De la misma manera, en vista de la prueba que le sobrevino a Pedro, el Señor puede decir: «He rogado por ti para que tu fe no desfallezca» (Lucas 22:32). El Señor no ruega para que Pedro se libre de la prueba –esto era necesario para que aprendiera de su propio corazón– sino para que en la prueba no desfallezca su fe.

(V. 3-5). Después de haber expresado su amor por ellos, el apóstol pasa a advertirles de los esfuerzos del tentador contra ellos. Si el deseo del apóstol era afianzarlos y confortarlos en la prueba, el esfuerzo del enemigo era conmoverlos (3) y tentarlos (5). Satanás trataría de usar estas aflicciones para moverlos del camino de la fe en el que sus pies habían sido puestos, y tentarlos a abandonar el círculo del pueblo de Dios atrayéndolos de nuevo al mundo.

El apóstol había advertido a estos jóvenes creyentes que debían esperar tribulaciones. En efecto, les había recordado que habían sido llamados al «reino y gloria» de Dios (2:12); pero también les advirtió que al pasar por este mundo –el reino de los hombres– estamos destinados a la aflicción. Pero presenta la gloria futura antes de hablar de la aflicción presente. Así, estamos llamados a afrontar las aflicciones a la luz de la gloria. Del mismo modo, en el último discurso del Señor, presenta a sus discípulos la bienaventuranza del hogar del Padre en el que él iba a recibirlos; luego, habiendo consolado sus corazones con el hogar de amor del Padre, dice: «En el mundo tendréis tribulación» (Juan 16:1-3; 16:33). Afrontando la tribulación a la luz de la gloria, podremos decir con el apóstol: «Nuestra ligera aflicción momentánea produce en medida sobreabundante un peso eterno de gloria» (2 Cor. 4:17).

(V. 6-8). Hemos visto el amor del apóstol que anhelaba a estos creyentes (1:2); y el enemigo que intentaría apartarlos del camino de la fe, y tentarlos a volver al mundo. Ahora aprendemos el triunfo de la gracia que los sostuvo en sus pruebas. Timoteo regocijó el corazón del apóstol trayendo el informe de su fe y amor. No trajo noticias de que la prueba había terminado, o que las aflicciones habían cesado, sino que estos creyentes fueron sostenidos en la prueba. Cuando Pedro, viendo la aspereza de las olas, comenzó a hundirse, la mano extendida del Señor no calmó de hecho las olas, sino que sostuvo a Pedro a pesar de las olas. Así, en el caso de los creyentes tesalonicenses, a pesar de las pruebas, su fe en el Señor permaneció firme, y su amor al apóstol, intacto.

El enemigo trata siempre de quebrantar nuestra fe en el Señor por medio de las pruebas. Sin embargo, si la misma prueba con la que él trata de apartarnos del Señor es utilizada por el alma para volverse al Señor, el enemigo no solo es derrotado, sino que el alma obtiene una bendición positiva al conocer mejor al Señor, y al darse cuenta más profundamente de su amor y de la gracia que nos sostiene. Así sucedió con estos creyentes. En su prueba se volvieron al Señor, y contra todo el poder del enemigo se mantuvieron firmes en el Señor. No intentaron enfrentarse al enemigo con sus propias fuerzas, sino que se mantuvieron firmes en el Señor, en el espíritu de la palabra del apóstol a los santos efesios: «Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza» (Efe. 6:10). Así, de nuevo, al escribir a los filipenses, en un día en que todos buscaban lo suyo, y no las cosas que son de Jesucristo, y cuando muchos se preocupaban de las cosas terrenales, puede decir: «Estad firmes en el Señor, amados» (Fil. 4:1).

Es bueno para nosotros, en el día oscuro y nublado –el día de la prueba del mundo, el día de la debilidad y mundanidad entre el pueblo profeso de Dios, darnos cuenta de nuestros recursos en el Señor, y así encontrar el apoyo que nos permite permanecer firmes contra todo esfuerzo del tentador para desviarnos del camino de la fe.

(V. 9-11). Este triunfo de la gracia en el día de la prueba llenó de gozo al apóstol y se convirtió en la ocasión de dirigirse a Dios en acción de gracias en favor de ellos, invocando sus oraciones, noche y día, para que se le abriera el camino para visitarlos a fin de impartir más bendiciones espirituales.

(V. 12). Mientras tanto, desea que el Señor, a quien se habían dirigido en su prueba, les haga abundar en amor los unos para con los otros y para con todos los santos, así como los corazones del apóstol y de sus compañeros abundaban en amor para con ellos. Así, el resultado de la persecución sería volverlos al Señor y atraer su amor mutuo.

(V. 13). Por último, el apóstol mira hacia la gloria venidera, y considera que todas las pruebas por las que pasamos nos preparan para la parte que tendremos en la venida de nuestro Señor Jesús con sus santos. El fin presente de las pruebas es establecer nuestras almas en santidad delante de Dios nuestro Padre; el fin futuro, que seamos irreprensibles en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos.

La santidad práctica se ve aquí como el resultado del amor. El verdadero amor no tolera ninguna falta de santidad que tienda necesariamente a marchitar el amor y a estropear su expresión práctica. Además, el camino de la fe en el Señor, del amor mutuo y de la santidad ante Dios, tendrá una respuesta en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. Hasta qué punto hemos respondido a nuestras responsabilidades en relación con la fe, el amor y la santidad, se pondrá de manifiesto en ese día. Alguien ha escrito: “Cuando Pablo, ocupado con la venida de Jesús, considera el privilegio de la fe, ve a los santos todos reunidos para el Señor, saboreando ante él el gozo común. Cuando considera la responsabilidad del camino cristiano, siempre ve la aparición de Cristo. No puede haber más que gozo en nuestros corazones en ese bendito momento en que iremos con Jesús a la presencia del Padre, ocupando un lugar que el amor de Dios nos ha dado, y que la obra de Cristo nos ha procurado. Será de otro modo cuando regresemos con Jesús. Sin perder nuestra posición y nuestra bienaventuranza en él, estaremos, sin embargo, en una escena diferente; habremos llegado a ese momento solemne en que se manifestarán las consecuencias de nuestra responsabilidad” (J.N. Darby).

El capítulo presenta así el cuadro de una compañía de santos amados por el apóstol, asaltados por el tentador con persecuciones y aflicciones, pero, por la gracia, haciendo de las pruebas una ocasión de volverse al Señor en la fe, y de ser atraídos unos a otros en el amor. Así, a través de la prueba, la fe se fortalecía, el amor aumentaba, sus corazones se afianzaban en la santidad y esperaban con confianza la venida del Señor con sus santos.

Es bueno que los creyentes se den cuenta de que, en un mundo del que Cristo está ausente, y del que Satanás es el dios y el príncipe, el pueblo de Dios tendrá que enfrentarse a la prueba, aunque esta prueba no siempre adopte la forma de persecución. En su discurso a los ancianos de Éfeso, el apóstol les advierte que la prueba no solo puede provenir de los «lobos voraces» que atacan al rebaño desde fuera, sino que también dice que «de vosotros mismos se levantarán hombres hablando cosas perversas» (Hec. 20:29-30), provocando así la división entre el pueblo de Dios al arrastrar a los discípulos tras de sí. Hoy en día las pruebas surgen más a menudo de disensiones dentro del círculo cristiano que de persecuciones externas. La disgregación del pueblo de Dios, el escaso número de sus miembros, la debilidad e incluso el aislamiento, que es a menudo el resultado de estas disensiones, se convierte en la ocasión para que el tentador ponga en marcha sus esfuerzos para desviar nuestros pies del camino de la fe, arrastrarnos de nuevo al mundo y oscurecer nuestra esperanza de la gloria venidera. Muchos, en los días del apóstol, se cansaron de la prueba y buscaron sus propias cosas en lugar de las cosas de Cristo, y algunos cayeron de nuevo en el mundo, tratando de escapar del reproche y de la prueba del camino estrecho, tomando un camino más fácil y amplio.

Solo triunfaremos sobre todos los esfuerzos del enemigo por desviarnos del camino estrecho cuando permanezcamos «firmes en el Señor».


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