4 - Capítulo 4
Estudios sobre la Primera Epístola a Timoteo
V. 1-5. «Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe, prestando atención a espíritus engañosos y a enseñanzas de demonios, mintiendo con hipocresía y teniendo cauterizada su misma conciencia; prohibirán casarse, [mandarán] abstenerse de alimentos que Dios creó para ser recibidos con acciones de gracias por los creyentes y los que conocen la verdad. Porque todo lo que Dios ha creado es bueno, y no hay nada que desechar, si se recibe con acciones de gracias; porque es santificado mediante la palabra de Dios y la oración».
Estos versículos son la contrapartida de los versículos 15 y 16 del capítulo anterior. Nos dan una idea de lo que sucederá en los últimos días en esta Casa establecida como columna y cimiento de la verdad. No es que este pasaje describa la última fase de la apostasía que nos está revelada en el misterio de iniquidad de 2 Tesalonicenses 2:7-12. La ruina de la Iglesia responsable, ya iniciada, como hemos visto, en tiempo de los apóstoles, se acentuará cada vez más, y este pasaje no da el período final, sino que describe lo que vemos tomar forma cada vez más en medio de la cristiandad profesa.
Por eso el apóstol nos habla aquí, de manera general, de los «últimos tiempos» y de «algunos» que «se apartarán de la fe». Este completo abandono de la verdad aún no se ha generalizado, sino que ya fue anunciado “expresamente” en los días de los apóstoles. No es necesario buscar esta profecía del Espíritu Santo en un pasaje especial de la Palabra; creemos que aquí el Espíritu lo dice expresamente por boca de los apóstoles.
Pero, aunque solo se trate de unos pocos, su condición no es menos espantosa: «Se apartarán de la fe». Bajo este término, la Palabra describe el abandono público de un conjunto de doctrinas confiado a la fe y recibido por ella. Implica, contrariamente a lo que otros han sostenido, algo de una gravedad mucho mayor que la prohibición del matrimonio y la prescripción de abstenerse de comer carne. Se trata, en primer lugar, del apego a los «espíritus engañosos» y a las «enseñanzas de demonios». Los espíritus de demonios se sustituyen al Espíritu de Dios mientras profesan depender de él y se imponen a las almas para hacerlas abandonar a Cristo. Los que enseñan a estas desafortunadas víctimas, «mentirán con hipocresía». Se dan una apariencia de piedad que no tienen, para mentir y someter las almas a Satanás. En este camino de mentiras, su conciencia no les detiene ni les estorba, porque está «cauterizada», desprovista de todo sentimiento del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto. Aquí encontramos una progresión hacia el mal. En capítulo 1:19, estos falsos maestros simplemente habían «desechado» una buena conciencia; aquí, la han destruido y silenciado definitivamente endureciéndola, lo que les hace absolutamente insensibles a cualquier apelación que esta conciencia pudiera haberles hecho. ¡Cosa terrible! Cuando la conciencia ha perdido toda sensibilidad y está definitivamente endurecida, ya no hay esperanza, pues el Espíritu de Dios ya no puede utilizar la única palanca que puede emplear para llevar al pecador ante Dios.
Todas las manifestaciones espiritistas, presentadas bajo forma religiosa por los engañadores, ¿no son hoy el comentario vivo de estas palabras?
Añádase a esto ciertas prescripciones ascéticas surgidas de los errores gnósticos y que pronto se infiltraron, al menos en parte, en el catolicismo. Los gnósticos enseñaban que había 2 principios divinos, uno malo que residía en el cuerpo y otro bueno en el alma. Las prácticas del ascetismo eran la única forma de liberarse del primero. Sabemos a qué abismos de corrupción dieron lugar estas prácticas. Volviendo en particular al tema de la abstención de carne, el apóstol señala que los que «conocen la verdad», de la que la Asamblea del Dios vivo es soporte y cimiento, no pueden dejarse engañar por estas mentiras satánicas. ¿Cómo pueden pecar los cristianos alimentándose de criaturas de Dios cuando lo hacen con acción de gracias? “Toda criatura de Dios es buena” (vean 1 Cor. 10:25-26), puesto que se convierten, al tomarlas, en ocasiones para expresar a Dios la gratitud de los fieles… Ninguna criatura debe ser rechazada, porque nos es traída por la Palabra de Dios. Si la Ley declara puras ciertas criaturas e impuras otras, la Palabra de Dios, bajo el imperio de la libertad y de la gracia, aquella Palabra dirigida una vez a Pedro, nos enseña a no considerar impuro lo que Dios ha purificado y que podemos comer de todo, cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo (Hec. 9:12-15).
Todas estas cosas son dones de Dios; damos gracias cuando las tomamos, y de este modo entramos en relación, mediante la oración, con Dios que nos las ha dado. Esta palabra «oración» traducida «intercesión» en el capítulo 2:1 significa más bien la relación personal de intimidad con Dios. La Palabra nos da estos alimentos, la oración los recibe como apartados para nosotros, y nosotros damos gracias por ellos. Vemos en estos alimentos uno de los innumerables ejemplos de la bondad de Dios con nosotros al hacer que sus criaturas nos sirvan. Así se lo dijo Dios a Noé después del diluvio (Gén. 9:3).
V. 6-8. «Si esto enseñas a los hermanos, serás un buen ministro de Cristo Jesús, nutrido en las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido con exactitud. Rechaza las fábulas profanas propias de viejas, y ejercítate para la piedad; porque el ejercicio corporal para poco es provechoso, pero la piedad para todo aprovecha, teniendo la promesa de la vida presente y de la venidera».
Timoteo tenía que proponer estas cosas a los hermanos. Aquí vemos sus funciones como siervo de Jesucristo que había aprendido del apóstol cómo comportarse en la Casa de Dios. Tuvo que advertir a los hermanos contra las enseñanzas satánicas y el esfuerzo de hacerlos volver a la Ley, diciendo: «No tomes, no gustes, ni toques» (vean Col. 2:21). Al hacerlo fue un buen siervo (diakonos) en la Asamblea del Dios vivo, no con un título oficial como los diáconos y diaconisas (siervos y siervas), sino con un servicio general, el don que le había sido conferido por profecía. «Nutrido en las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido con exactitud»; estas palabras de sana doctrina constituían su alimento, y así era un buen siervo. Ahora bien, la buena doctrina y la fe que la capta nunca deben estar separadas, y podemos ver qué propósito vital tiene la enseñanza de la verdad presentada de esta manera. Esto contradice de la manera más formal las tendencias actuales de la cristiandad profesa que separan el estudio de la Palabra de la fe, o que predican la práctica cristiana sin la doctrina en que se basa y establece, y sin el conocimiento de la persona de Cristo, único secreto de esa práctica. Ahora bien, esta doctrina fue confiada a Timoteo [7].
[7] Citamos aquí todos los pasajes de las Epístolas Pastorales que se refieren a la doctrina y a la enseñanza: 1 Timoteo 1:10; 4:1, 6, 11, 13, 16; 5:7; 6:1-3; 2 Timoteo 2:2; 3:10, 16; 4:3; Tito 1:9; 2:1, 7, 10.
Al enseñar la sana doctrina, Timoteo debía rechazar «las fábulas profanas propias de viejas», los chismes, que no solo debían ser despreciados, sino resueltamente despreciados y desterrados, por corromper, con su intromisión, la preciosa verdad de Dios. Timoteo, en su enseñanza, había mostrado qué inmensa terea desempeñaba la piedad práctica, basada en el temor y la confianza, en la doctrina cristiana y como meta de esa doctrina. Por eso debía practicarla él mismo, practicar habitualmente la relación de comunión entre su alma y Él. La piedad requiere práctica habitual. La carne nos empuja constantemente a cultivar relaciones con el mundo y las cosas visibles en lugar de con el Señor.
Lo mismo ocurre con el «ejercicio corporal». No creo que estemos hablando aquí de maceraciones, como algunos han dicho, sino de cultivar los ejercicios corporales mediante los cuales no solo se mantiene la salud, sino que también son útiles para el equilibrio del espíritu. Así pues, estas cosas no están prohibidas a los cristianos, pero su utilidad es muy limitada, contrariamente a la opinión que prevalece hoy en el mundo. La piedad, en cambio, es útil en todas las cosas. Tiene una promesa. Puede llevarnos a descuidar el ejercicio corporal, para no perder nada de la relación de nuestra alma con Dios; pero, lo que es mucho más importante, Dios se preocupa de la vida presente de su pueblo; esa es una promesa suya, y no permitirá que su vida se acorte por la falta, si es necesario, de ejercicio corporal. Pablo, el prisionero, es un ejemplo de este principio. Mucho más que eso, la piedad, el ejercicio espiritual, es útil para todas las cosas, teniendo la promesa de una vida más allá de la vida presente; ¿y no abre horizontes 1.000 veces más preciosos que la vida pasajera de este mundo? Como veremos, Timoteo fue llamado a aprovechar esta vida (6:12).
V. 9-10. «Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación. Porque para esto trabajamos y sufrimos oprobio; pues hemos puesto la esperanza en el Dios vivo, quien es Salvador de todos los hombres, especialmente de los creyentes».
«Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación». Vimos este mismo término en el capítulo 1:15 en relación con la obra de Cristo y la salvación que es la porción de la fe. Tal verdad es absolutamente cierta y debe estar plenamente aceptada. El apóstol atribuye la misma certeza a la piedad, que es útil «para todo». La fe y la piedad tienen la misma importancia por sus consecuencias eternas: la primera, la salvación por Cristo; la segunda, la vida futura. Fue por esto, para que la piedad fuera realizada por los cristianos, por lo que Pablo trabajó y soportó reproches. En el capítulo 1:16 era el ejemplo de los que creían en Cristo para la vida eterna; aquí es el ejemplo de los que han puesto su esperanza en el Dios vivo. A lo largo de todos sus sufrimientos solo pensó en mantener las benditas relaciones del alma con Dios, ya fuera por sí mismo o por sus hermanos, y sabía que este Dios, preservador de todos los hombres y especialmente de los fieles, no dejaría de preservar su vida a través de todos los peligros que la amenazaban. Como es el Creador, es el Salvador de todos los hombres, sin distinción de su estado moral, pero este Dios que es el Salvador, como acaba de mostrar el apóstol, lo es particularmente de los fieles, pues el mundo no tiene ni la promesa de la vida presente ni la de la vida futura.
Quisiera añadir aquí algunas palabras sobre el importantísimo tema de la piedad [8]. Es notable que la piedad solo se mencione y recomiende en las 3 Epístolas pastorales y en la Segunda Epístola de Pedro. Esta palabra aparece 9 veces en 1 Timoteo, 2 veces en 2 Timoteo, 2 veces en Tito, 4 veces en 2 Pedro. Dios insiste en ella para el tiempo en que el peligro de la decadencia de la Iglesia, luego su decadencia confirmada, luego la ruina que precede a su apostasía final, son el tema con el que el Espíritu Santo quiere ocuparnos. En todos los casos, la salvaguardia reside en la relación individual de las almas con Dios. En 1 Timoteo, donde la Casa de Dios aún no está en ruinas, se menciona la piedad como salvaguardia para el mantenimiento de esta Casa y de los individuos que la componen. En Tito, el conocimiento de la verdad debe producir piedad (1:1). En 2 Timoteo, siendo la ruina completa, la piedad no es más que una fórmula cuyo poder ahora está ausente (3:5). En 2 Pedro, que mira al final de los tiempos, es un don de Dios que los fieles deben atesorar [9].
[8] Como ya hemos dicho, la piedad es el mantenimiento habitual de la relación del alma con Dios.
[9] Cito aquí todos los pasajes que tienen que ver con la piedad: 1 Timoteo 2:2; 3:16; 4:7-8; 6:3, 5-6, 11; 2 Timoteo 3:5, 12; Tito 1:1; 2:12; 2 Pedro 1:3, 6-7; 3:11.
V. 11-16. «Anuncia estas cosas y enséñalas. Que nadie menosprecie tu juventud, más bien sé ejemplo de los fieles en palabra, en manera de vivir, en amor, en fe, en pureza. Hasta que yo venga, aplícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza. No descuides el don que hay en ti, que te fue dado por medio de profecía, con imposición de las manos del consejo de ancianos. Ocúpate de estas cosas, permanece en ellas, para que tu progreso sea manifiesto a todos. Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas cosas, porque haciendo esto no solo te salvarás a ti mismo, sino también a los que te escuchan».
«Anuncia estas cosas y enséñalas». Dar órdenes formaba parte del mandato dado a Timoteo. Por eso el apóstol le había pedido que se quedara en Éfeso (1:3); pero le ordenó que se diera cuenta (1:5) de que la finalidad del mandato era el amor. Le fue confiado por profecía (1:18). Así pues, era muy propio de Timoteo ordenar estas cosas. Sin embargo, su misión estaba a su vez subordinada a la autoridad del apóstol de quien era delegado, por lo que este le dijo en capítulo 6:13: «Te mando delante de Dios… que guardes este mandamiento».
En los versículos que acabamos de leer encontramos, como hemos señalado antes, las recomendaciones personales del apóstol a Timoteo. El punto principal de estas recomendaciones es, a lo largo de esta Epístola, la doctrina o enseñanza. Esta se menciona 3 veces en los pocos versículos citados anteriormente. Timoteo debía enseñar las cosas que el apóstol le había confiado; debía prestar atención a la enseñanza en lo que se refiere a su actuación pública (v. 13); debía prestarle atención para sí mismo (v. 16).
Pero hay muchos otros puntos en este pasaje, y las exhortaciones que contiene son muy valiosas, pues se dirigen a cada uno de los que están comprometidos en la obra del Señor.
La juventud de Timoteo, ocupado en tareas tan serias e importantes, especialmente la enseñanza entre los santos, podía exponerlo al desprecio de los malintencionados. La manera de que se hiciera respetar era ser un modelo para todos, estar a la cabeza de los fieles como objeto de imitación. Así había sido el propio apóstol, cuando dijo: «Sed imitadores míos, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros» (Fil. 3:17). Y aquí: «Sé ejemplo de los fieles en palabra, en manera de vivir», 2 cosas demasiado a menudo disociadas en la vida del cristiano y que deberían ser un reflejo la una de la otra. En cuanto al estado interior, debe manifestarse sobre todo en el «amor». Pero el amor es inseparable de la «fe», esa energía del alma que capta las promesas de Dios. Por último, Timoteo debía distinguirse por la «pureza», en pensamiento, palabra u obra. Pero volvamos al significado de la palabra fe en esta Epístola. Puede ser, como acabamos de decir, y en general en todas partes, la energía del alma producida por la gracia y que capta a Cristo como objeto de salvación (1:5, 16; 3:9, 13, 16; 4:6). En la Palabra, esta fe se asocia a menudo con el amor (1:14; 2:15; 4:12; 6:11).
En otros pasajes, la fe está considerada como el conjunto de la doctrina cristiana recibida por la fe (1:4, 18; 2:7).
Por último, en varios pasajes el estado del alma y el conjunto de la doctrina cristiana no pueden separarse el uno del otro (1:19; 5:12; 6:10, 21).
En ausencia del apóstol, Timoteo debía aferrarse a lo que podía hacer avanzar la vida espiritual de los santos y apuntar al progreso de la Casa de Dios: la lectura, la exhortación y la enseñanza. La lectura debía poner a las almas en contacto directo con la Palabra, al margen de cualquier otra acción. Aparte del hecho de que en aquella época un número muy grande de fieles no poseía las Escrituras (y ni sabían leer), este mandato: «lectura» era y sigue siendo muy importante porque no admite ninguna posibilidad de mezcla como las 2 recomendaciones siguientes. ¿Toman los obreros del Señor suficientemente en serio esta recomendación del apóstol en nuestros días? Nótese que se refiere únicamente a la lectura pública en la Asamblea. ¿Estamos suficientemente convencidos del poder inherente de la Palabra, sin ninguna interferencia del don, para poner a las almas en contacto directo con el Señor por medio de ella?
Al autor de estas líneas, que había hecho una lectura prolongada de las Escrituras ante la asamblea, sin seguirla con ninguna palabra, un hermano experimentado le dijo: “¡Nunca nos has hecho una exhortación así!” Dios quiera que más a menudo sigamos el ejemplo del Señor en la escena de Lucas 4:16-21, en la sinagoga de Nazaret. Ciertamente, la exhortación y la enseñanza no debían faltar en el ministerio de Timoteo, y no en vano había recibido un don de gracia para ello; no debía descuidarlo (v. 14), al igual que más tarde debía «reavivarlo» cuando el desánimo estuviera a punto de apoderarse de él (2 Tim. 1:6). Hemos visto que este don le había sido anunciado por profecía, comunicado por la imposición de manos del apóstol y acompañado por la imposición de manos del cuerpo de ancianos. Esto último no confería ni comunicaba nada a Timoteo; era, como siempre en la Escritura, el signo de identificación, la sanción de la misión, la expresión de la bendición implorada sobre él; mientras que el don de gracia, y también el Espíritu, eran comunicados excepcionalmente por la imposición de las manos de los apóstoles, pero por ningún otro medio (Hec. 8:17). Todo esto contradice de la manera más absoluta las opiniones eclesiásticas sobre los dones, los oficios, la ordenación, la imposición de manos y tantas otras prácticas clericales a las que un poco de obediencia a la Palabra habría hecho rápidamente justicia [10].
[10] En apoyo de lo que estamos diciendo, transcribamos aquí el comentario de un piadoso y respetable teólogo sobre este pasaje. Nunca se han metido más falsedades en menos espacio:
“Fue el propio Pablo quien había elegido a Timoteo como compañero de trabajo, quien le había introducido en su oficio (Hec. 16:1-3). Y, sin embargo, había querido que este oficio fuera confirmado por la imposición de manos de los ancianos, probablemente en la misma Listra, de donde había salido el joven discípulo. Los representantes de la Iglesia, junto con el apóstol (2 Tim. 1:6), reconociendo en Timoteo el don de gracia para el ministerio, consagran enteramente este don al servicio del Señor e imploran sobre él, por este mismo acto, el Espíritu y la bendición de Dios. Además, el mismo Pablo, llamado directamente por el Señor, recibió en Antioquía la imposición de manos para su primera misión entre los gentiles (Hec. 13:3). De esto se deduce claramente que, si la institución del ministerio evangélico descansa en la autoridad de Jesucristo, que lo estableció (Efe. 4:11), y si los dones que lo hacen propio proceden únicamente de Dios, el oficio es conferido por la Iglesia. En general, ¡todo el Nuevo Testamento prueba hasta la saciedad que todo gobierno y autoridad dentro de la Iglesia descansa en manos de la propia Iglesia!”.
Las recomendaciones de Pablo a Timoteo se hacen cada vez más urgentes: Ordena estas cosas. Enseña estas cosas. Atiende a estas cosas. Sé todo en ellas. Las 2 últimas pretendían asegurar que el progreso de Timoteo fuera «manifiesto a todos». En efecto, no es posible que los obreros del Señor progresen notablemente en el conocimiento de las cosas de Dios si no las atienden de manera exclusiva. El don debe ir acompañado de una diligencia extrema; debemos ser hombres de una sola cosa, con un corazón indiviso. «Vela por ti mismo y por la enseñanza». Uno puede estar ocupado enseñando para otros, sin estar atento para sí mismo a las cosas que predica o enseña. Timoteo debía cuidarse a sí mismo, para que su estado moral correspondiera a su enseñanza. Así pues, la posición privilegiada de Timoteo implicaba una inmensa responsabilidad para consigo mismo. Pero, además, podía haberse ocupado de estas cosas con un gran celo, más o menos temporal; no: tenía que perseverar en ellas, y este es a menudo el punto más difícil en la realización de la actividad cristiana. Al hacerlo, Timoteo se salvaría, es decir, llegaría a la entrada final en la gloria, después de haber mostrado el camino hacia ella a aquellos a quienes iba dirigido su ministerio.
Por eso, este capítulo está lleno de exhortaciones al propio Timoteo para que sea fiel en todo, pues de su fidelidad dependían las futuras bendiciones de aquellos a quienes se dirigía.