0 - Introducción
Estudios sobre la Primera Epístola a Timoteo
Antes de emprender un estudio detallado de esta Epístola, parece útil recordar en pocas palabras qué es la Iglesia (o Asamblea) tal como nos la presentan la Epístola a los Efesios y algunos otros pasajes, y qué es esa misma Asamblea en las 3 epístolas (1 y 2 Tim., y Tito) llamadas con más o menos razón: «Epístolas Pastorales».
La Epístola a los Efesios presenta la Asamblea en todos sus aspectos menos en uno; las 3 Epístolas en cuestión la presentan en el único aspecto que falta en la Epístola a los Efesios. He aquí cómo nos está presentada la Asamblea en estas últimas:
1. Es, en primer lugar, el Cuerpo de Cristo en la tierra (1:23), compuesto por todos los creyentes vivos, formados en unidad. Esta unidad suprime toda distinción entre judíos y gentiles y forma un todo indisolublemente unido por el Espíritu Santo a Cristo, Cabeza glorificada de su Cuerpo en el cielo. Se trata de un «misterio» del que solo el apóstol Pablo es administrador. A pesar de la ruina actual de la Asamblea, aún podemos, aunque solo seamos 2 o 3, manifestar esta unidad en la Mesa del Señor, según 1 Corintios 10:17; ¡un inmenso privilegio para quienes comprenden su significado!
2. La Iglesia es la Esposa de Cristo (5:24-27). El Señor cuida de ella para purificarla mediante la Palabra, durante su caminar en la tierra, antes de reunirla consigo en la gloria. Aquí también, a pesar de la ruina de la Iglesia, quien realice, como cosa presente, el amor sin límites de Cristo por el que se entregó por su Esposa comprenderá, en las fibras más íntimas de su corazón, que forma parte de ella, gozará de ella como de una realidad profunda que habla a sus afectos, y gritará con ella, en la fuerza del Espíritu Santo que le anima: «¡Ven, Señor Jesús!» (Apoc. 22:20).
3. La Asamblea es un templo santo que el Señor mismo construye sobre los cimientos de los apóstoles y profetas, y del que Jesucristo mismo es la piedra angular, un edificio que crece hasta que su divino arquitecto haya añadido la última piedra. Así, edificada por él, esta Casa de Dios es un edificio perfecto (Efe. 2:19-21).
La misma verdad nos está presentada en Mateo 16:16-18. Es sobre la confesión de Cristo, declarado por su resurrección Hijo del Dios vivo, que el Señor edifica su Asamblea. Pedro es una de las piedras de este edificio, contra el cual nada pueden las puertas del Hades. También aquí toda la obra depende únicamente de Cristo, y el mismo Satanás es impotente para destruirla. En 1 Pedro 2:5 encontramos algo parecido. Cristo es la piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios. Venimos a él como piedras vivas y estamos edificados sobre él como una casa espiritual. No cabe duda de que hay instrumentos para traer estas piedras, pero aquí la Palabra, prescindiendo de toda instrumentalidad humana, nos muestra que el edificio está formado solo por piedras vivas.
4. Somos juntamente edificados en el Señor para ser habitación de Dios por el Espíritu (Efe. 2:22). Existe, pues, en este mundo un lugar donde Dios mismo habita por su Espíritu. Tampoco aquí se deja nada a la responsabilidad del hombre. No es él quien construye, es Dios mismo quien quiere tener una morada aquí abajo. Este gran hecho se hizo con la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés y se completó con la introducción de los gentiles en la Asamblea cristiana.
Estos son los diversos aspectos de la Asamblea hasta ahora. Es Dios mismo quien hace la obra, por lo que realmente no hay diferencia entre lo que constituye el Cuerpo, la Esposa, el Edificio o la Casa. Cuando están formados, todos están compuestos de los mismos elementos. La obra que los une en uno solo es perfecta porque es divina.
Pero también es cierto que Dios confía la construcción de su Casa en este mundo a la responsabilidad de quienes forman parte de ella. El capítulo 3 de la Primera Epístola a los Corintios lo deja claro. Pablo había puesto, como un sabio arquitecto, el fundamento que es Cristo, y nadie puede poner otro fundamento que ese. Cada uno tenía que ver cómo iba a construir sobre ese fundamento. Al principio, como en toda la creación, Dios hizo todo muy bueno, pero llega el momento en que confía su obra al hombre. ¿Cómo hará el hombre su obra? A pesar de lo que pueda suceder, Dios continúa su obra y la terminará; pero, confiada al hombre, se comprueba que, si algunos obreros son buenos trabajadores, que hacen un buen trabajo, otros, ¡ay! siendo buenos trabajadores, hacen un mal trabajo, y que, finalmente, una tercera clase está formada por malos trabajadores que corrompen y destruyen el templo de Dios.
La obra de los obreros puede consistir en la introducción de buenas o malas personas, de buenas o malas doctrinas. Pero siempre es cierto que, incluso visto así, el edificio sigue siendo el templo de Dios, la Casa de Dios. Así sucedió con el templo de Jerusalén cuando el Señor dijo: «Está escrito: Mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de ladrones» (Lucas 19:46). Sin embargo, como tal, no había dejado de llamarse Casa de Dios. Esta Casa sigue siendo obra de Cristo; a pesar de los elementos impuros que el hombre ha introducido en ella, a pesar de los malos materiales que la adornan, los cimientos fueron puestos por «un arquitecto sabio» (1 Cor. 3:10), el apóstol Pablo, que no fracasó en su tarea. Así pues, por muy corrompida que esté, esta Casa permanecerá en pie mientras Dios habite en ella por su Espíritu. Pero llegará un momento en que ya no contendrá buenos materiales, cuando el Espíritu regrese al cielo con la Esposa, y el Señor vomite de su boca, como cosa repugnante, lo que había llevado su nombre.
No olvidemos, sin embargo, que es un inmenso privilegio pertenecer a la Casa de Dios, aunque seamos responsables de ella en la tierra. Cualquiera que sea la condición moral de esta Casa, sigue siendo un lugar donde Dios mora por su Espíritu. Dios no habita por su Espíritu en el islam ni siquiera en el judaísmo. Es en este lugar donde encontramos la vida unida a la profesión cristiana; pero, ay, también la profesión cristiana sin vida, convirtiéndose para los que solo tienen profesión en la causa misma de su condenación. Es aquí, por otra parte, donde encontramos el Espíritu y sus diversas manifestaciones, la verdad, la Palabra inspirada, el Evangelio de salvación, el testimonio. Al separar la profesión de la vida, Satanás ha obrado la destrucción. Esta obra maligna, basada en la mundanidad que se ha introducido en la Iglesia, y acompañada de falsas doctrinas y legalismo, comenzó temprano, en el tiempo de los apóstoles, como vemos en las Epístolas y en los Hechos. ¿No es sorprendente que estas cosas se anunciaran a los ancianos en Éfeso?, la asamblea donde se habían proclamado y apreciado las verdades más elevadas del cristianismo (Hec. 20:29-30), y que fuera todavía en Éfeso donde Timoteo tuviera que reprimir las falsas doctrinas y el legalismo (1 Tim. 1:3). En 2 Timoteo el mal progresó, la Casa de Dios se convirtió en una casa grande que contenía vasos para deshonra de los que es necesario purificarse, porque el cristiano no puede salir de la propia casa.
Las Epístolas a Timoteo y a Tito nos llevan al ámbito de la Casa de Dios responsable; solo en la Primera Epístola a Timoteo encontramos todavía la Casa de Dios como «es la Iglesia del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad»; cristianos responsables de su orden y funcionamiento; el mal existiendo y tratando de imponerse en la Asamblea; un dique puesto por el Espíritu Santo contra su desbordamiento, mediante la actividad del fiel Timoteo, delegado del apóstol. En 2 Timoteo encontramos una casa grande con una mezcla profundamente entristecedora de vasos para honra y para deshonra, pero al mismo tiempo, infinitamente consoladora, un camino revelado para el día presente, un día de ruina irremediable, en medio de estos escombros; un camino en el que el Señor puede ser glorificado por los fieles como en los mejores días de la construcción de la Casa de Dios.
Es evidente que las Epístolas a Timoteo no nos transportan, como la Epístola a los Efesios, a los lugares celestiales. Es un testimonio del Señor en la tierra, caracterizado por el orden y la disciplina según Dios, un orden que los ángeles están llamados a contemplar, para ver al Dios invisible en la Asamblea de aquellos que ha salvado.