Índice general
El libro del profeta Jonás
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1 - Capítulo 1
1.1 - Las características del libro
El libro del profeta Jonás es único. Su peculiaridad es que no contiene ni una sola profecía. Está el mensaje a Nínive –si es que puede llamarse profecía–, pero más allá de esto no hay registro de lo que Jonás solía comunicar. El hecho de que cumpliera con su función se desprende de una única declaración en 2 Reyes. Allí leemos que Jeroboam, hijo de Joás, rey de Israel, «restauró los límites de Israel desde la entrada de Hamat hasta el mar del Arabá, conforme a la palabra de Jehová Dios de Israel, la cual él había hablado por su siervo Jonás hijo de Amitai, profeta que fue de Gat-hefer» (2 Reyes 14:25). No se ha conservado nada más.
Cuando examinamos el libro descubrimos que su instrucción radica en la historia personal de Jonás, o más bien en su conducta, cuando fue comisionado por Jehová para ir a gritar contra Nínive, porque su maldad se había presentado ante Él. Por lo tanto, el libro tiene, podríamos decir, un carácter parabólico: Jonás, tanto en su infidelidad como cuando fue juzgado a causa de ella, es tomado y utilizado para una instrucción típica. Es esta característica la que ha hecho que el libro esté tan lleno de interés en sus diversas aplicaciones en todas las épocas.
1.2 - Los hechos
Los hechos son muy simples y familiares. Enviado por Jehová para predicar contra Nínive, Jonás huyó, y bajando a Jope, y encontrando un barco a punto de zarpar para Tarsis, pagó su pasaje, y se embarcó «para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová». Tal fue el vano pensamiento del profeta, como a menudo es el necio pensamiento todavía de muchos de los hijos de Dios. Jehová envió una tormenta sobre el mar, de modo que el barco estuvo a punto de naufragar. Enfrentados a la muerte, los marineros, aterrorizados, clamaron cada uno a su dios e intentaron aligerar la nave arrojando su carga por la borda. Durante todo este tiempo, Jonás, por cuya causa se había desatado esta poderosa «tempestad», dormía profundamente con una extraña insensibilidad. El capitán lo despertó para que se diera cuenta del peligro que corrían con las solemnes palabras: «¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos» (v. 6).
La tripulación procedió entonces a echar suertes, teniendo una especie de instinto –despertado, sin duda, por el poder divino– de que la tormenta había sido ocasionada por algún pecador entre ellos. Dios estaba detrás de la escena y, dirigiendo la suerte, cayó sobre Jonás. Entonces le preguntaron la causa del mal que había caído sobre ellos, su ocupación, de dónde venía, su país y su pueblo. Jonás les dijo toda la verdad, e incluso que había huido de la presencia de Jehová. Al oír que Dios se ocupaba de ellos por culpa del profeta, se sintieron aterrados y preguntaron qué había que hacer. Jonás les contestó enseguida que la única manera de ponerse a salvo era arrojarlo por la borda. Con verdadera bondad de corazón no quisieron hacerlo, y se esforzaron por llevar la nave a tierra. Pero no pudo ser; y así, después de haber orado para no incurrir en la culpa de la sangre inocente, tomaron a Jonás y lo arrojaron al mar. El efecto fue instantáneo; el mar cesó su furia, y ellos, impresionados por lo que habían visto, temieron mucho a Jehová, le ofrecieron un sacrificio e hicieron votos. Además, Jehová había preparado un gran pez para que se tragara a Jonás. Y Jonás estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches.
Tal es el esquema del primer capítulo, y ahora debemos indagar en su significado.
1.3 - Jonás, tipo de la nación judía
1.3.1 - Israel, testigo de Dios, y el mundo enemigo del pueblo de Dios. La misión de Israel
En primer lugar, Jonás es un tipo de la nación judía en un carácter particular. Nínive, hay pocas dudas, es un símbolo del mundo, o, como otro ha dicho, la gloria altiva del mundo, que no reconoce nada más que su propia importancia –el mundo, el enemigo abierto del pueblo de Dios simplemente por su orgullo. Como tal, estaba sujeto al justo juicio de un Dios santo. Israel, en cambio, era el candelabro de Dios en la tierra, responsable por tanto de dar testimonio de y para Aquel que por su gracia lo había llamado y, separándolo de las demás naciones de la tierra, lo había hecho su pueblo, y habitaba en medio de él entre los querubines.
Leemos así en Isaías: «Sacad al pueblo ciego que tiene ojos, y a los sordos que tienen oídos. Congréguense a una todas las naciones, y júntense todos los pueblos. ¿Quién de ellos hay que nos dé nuevas de esto, y que nos haga oír las cosas primeras? Presenten sus testigos, y justifíquense; oigan, y digan: Verdad es. Vosotros sois mis testigos, dice Jehová, y mi siervo que yo escogí, para que me conozcáis y creáis, y entendáis que yo mismo soy; antes de mí no fue formado dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Jehová, y fuera de mí no hay quien salve» (Is. 43:8-11). Tal era la posición divina de Israel en medio del mundo; y puesto que el Dios que conocían, y con el que como Jehová se relacionaban, era un Dios justo, «muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio» (Hab. 1:13), su misión era clamar contra Nínive (el mundo), porque su maldad se había presentado ante Jehová.
1.3.2 - Naufragio moral en lugar de testimonio
¿Cómo se cumplió entonces su misión? La conducta de Jonás proporciona la respuesta. Se levantó para huir a Tarsis de la presencia de Jehová. Esta es, en una palabra, la historia de Israel como mensajero de Dios. Estaban muy dispuestos a ser exaltados por sus privilegios por encima de las naciones circundantes. De este modo, ciertamente, se fomentaba su orgullo; pero otra cosa muy distinta era aceptar la responsabilidad de su posición. Nada es más triste que seguir su historia a este respecto, desde el momento en que fueron redimidos de Egipto hasta la destrucción del templo por Nabucodonosor. La luz que poseían se utilizó solo para la auto exaltación y la auto justificación, hasta que finalmente obligaron a Dios –si podemos hablar así– a alejarse de ellos. No solo huyeron de la presencia de Jehová en lugar de cumplir con su misión hacia el mundo, sino que también se hundieron más bajo moralmente que las naciones contra las que fueron llamados a testificar (véase, por ejemplo, Jer. 32:25-35; Ez. 8; 9; 16:44-49). Jehová dijo, en efecto, por medio de Jeremías: «Recorred las calles de Jerusalén, y mirad ahora, e informaos; buscad en sus plazas a ver si halláis hombre, si hay alguno que haga justicia, que busque verdad; y yo la perdonaré. Aunque digan: Vive Jehová, juran falsamente» (Jer. 5:1-2).
1.3.3 - La amistad del mundo que acarrea los castigos de Dios
Por lo tanto, Jonás, al escapar a Tarsis de la presencia de Jehová, no es más que una imagen real de Israel huyendo de Dios en lugar de proclamar su mensaje al mundo. Y podemos ver, quizás, en el barco que salía de Jope, que ofrecía al profeta un método de huida, el camino de la degradación moral de Israel. El barco era el medio para comerciar con los gentiles, y por lo tanto fue a través del comercio que adquirieron familiaridad, se conformaron en sus hábitos y maneras, con las naciones del mundo, y así perdieron su poder de testimonio. De este modo, Israel, como el profeta, dando la espalda a Jehová en lugar de la cara, y rechazando las amonestaciones de su gracia y su longanimidad, cayó bajo los castigos y los juicios de su mano. Esto está representado en nuestro capítulo por la declaración de que Jehová envió un gran viento al mar, y hubo una poderosa tempestad en el mar, de modo que la nave estuvo a punto de romperse. Pero la nación culpable era tan insensible que, aunque los espectadores, los marineros, tenían miedo, y gritaban cada uno a su dios con temor ante la terrible naturaleza de la tormenta, estaba como dormida, sin ser molestada por el rugido de la tempestad que amenazaba su destrucción.
1.3.4 - Israel se convierte en una ocasión de juicio, pero al final las naciones se vuelven a Jehová
Sin embargo, no es necesario que entremos en los detalles de esta narración sorprendentemente típica, ya que expone con tanta claridad los tratos de Dios con su antiguo pueblo sobre la base de su responsabilidad como portadores de luz en el mundo. No obstante, hay que mencionar otros dos puntos:
• La infidelidad de Israel implica también a los gentiles en los juicios de Dios. En lugar de ser medios de luz y bendición, se convierten en ocasión de juicio.
• Pero, en segundo lugar, después de que la ira de un Dios santo ha sido visitada sobre su pueblo, la causa de ella aprendida, y la tempestad calmada, los gentiles se vuelven a Jehová, y reconocen su poder y gloria.
«Temieron aquellos hombres a Jehová con gran temor, y ofrecieron sacrificio a Jehová, e hicieron votos» (v. 16). Así será después de la aparición del Señor. «Esperadme, dice Jehová, hasta el día que me levante para juzgaros; porque mi determinación es reunir las naciones, juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira; por el fuego de mi celo será consumida toda la tierra. En aquel tiempo devolveré yo a los pueblos pureza de labios, para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento» (Sof. 3:8-9).
1.4 - El siervo de Dios que huye de su misión
1.4.1 - ¿De quién huye, y a dónde huye?
2. La segunda aplicación de esta historia es para el siervo. Jonás, como profeta, era un siervo de Jehová, y uno, como se ha señalado, encargado de una misión especial para el mundo. Su mensaje, acorde con la dispensación, era de juicio, no de gracia ni de misericordia. Pero huyó, no de la oposición de aquellos a quienes fue enviado, sino de Aquel de quien había recibido su misión. Muchos siervos, olvidando la fuente de su fuerza, así como el secreto de su seguridad, han sido incapaces de enfrentarse al poder del enemigo en su propia fortaleza; pero Jonás trató de esconderse en el mundo de Aquel que le había llamado a ser su siervo. Elías huyó de Jezabel, pero Jonás, repitámoslo, huyó de Jehová.
1.4.2 - Contraste con el Señor Jesús
En esto, sin duda, contrasta perfectamente con nuestro bendito Señor como testigo fiel. Él pudo decir: «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón. He anunciado justicia en grande congregación; he aquí, no refrené mis labios, Jehová, tú lo sabes. No encubrí tu justicia dentro de mi corazón; he publicado tu fidelidad y tu salvación; no oculté tu misericordia y tu verdad en grande asamblea» (Sal. 40:8-10).
1.4.3 - Los efectos de no comunicar lo que debemos
Jonás, en cambio, huyó antes que contar el mensaje de su Dios, y en verdad la responsabilidad del testimonio es siempre la mayor prueba. En el caso del mismo bendito Señor, fue su testimonio el que evocó el amargo odio del mundo (Juan 7:7). Fue bajo esta prueba que Jonás fracasó, y quizás por otro motivo. La posesión de la verdad, si no se comunica, siempre produce la exaltación propia y el orgullo farisaico, y donde estas cosas se alimentan en el corazón, siempre habrá indiferencia, si no desprecio, por el bienestar de los demás. Jonás era judío, y Dios mismo lo había apartado del mundo, pero eso no era razón para que el corazón de Jonás no tuviera piedad del mundo. Pero así fue, y ahora su verdadero estado aparece en la desobediencia abierta a su Señor.
1.4.4 - Cómo nos ilusionamos sí mismos
Es importante notar también la cantidad de autoengaño que un alma en una condición infeliz puede practicar sobre sí misma. Jonás confesó a los marineros que temía a Jehová, el Dios del cielo y de la tierra, que había hecho el mar y la tierra seca, y sin embargo pensó en ocultarse de sus ojos. Pero si el siervo bajo la tentación trata de olvidar a Dios, Dios no se olvida de su siervo, ni puede permitirle desconocer su autoridad. Por eso lo persigue con su tormenta; ordena y levanta el viento tempestuoso, seguramente no para la destrucción de su siervo, sino para despertarlo a un sentido de su posición y peligro. Sí, Jehová ama demasiado a sus siervos como para permitirles que continúen en la rebelión. Pero mientras él está activo en la búsqueda de Jonás, Jonás está dormido en medio de las señales de su presencia y poder. Quién no recordará, a modo de contraste, la tormenta en otro mar, durante la cual Aquel que había hecho el mar yacía dormido sobre una almohada. En el primer caso, la tempestad solo se apaciguó al arrojar a Jonás al mar; en el segundo, el Señor, despertado a causa del temor de sus discípulos, manifestó su gloria y demostró su poder al reprender el viento y ordenar que el mar se calmara.
1.5 - Dios no permite que su nombre sea profanado
El camino de Dios con Jonás en este capítulo ilustra un principio muy importante. Cuando Israel no santificó su nombre, Dios declaró que santificaría su propio nombre (véase Ez. 36:16-23). Así también con sus siervos. Si no lo glorifican en el testimonio que se les ha encomendado, él se glorificará en ellos mediante los castigos de su mano. Así, en este capítulo, Jonás demostró ser un siervo infiel, que no podía vindicar el nombre de su Señor ante un mundo altivo y perverso. Entonces Dios intervino y desnudó su brazo al tratar con Jonás, y por el mismo juicio que ejecutó se ganó la alabanza de los corazones de los paganos. Este es un principio muy importante, y debería enseñarnos que, si somos honrados para ser siervos, no somos en absoluto necesarios para el cumplimiento de los propósitos de Dios. Comprender esto nos mantendrá muy humildes, al mismo tiempo que suscitará la alabanza de nuestros corazones por el precioso privilegio de estar asociados de alguna manera con sus divinos consejos.
1.6 - La aplicación a la Iglesia
En conclusión, podría ser provechoso hacer una doble pregunta:
•En primer lugar, ¿hasta qué punto la historia de Israel, tal como se muestra en esta narración, refleja la de la Iglesia en su posición de candelabro? La respuesta completa a esta pregunta se encuentra en el mensaje a las siete iglesias (Apoc. 2 y 3).
• En segundo lugar, podríamos preguntarnos si nosotros, como siervos del Señor, somos más fieles que Jonás; si muchos de nosotros no estamos enterrados, como él, en un profundo sueño, incluso mientras ya se oyen las señales del juicio venidero. Que el Señor mismo nos despierte a la verdad de nuestra condición, para que no sigamos siendo insensibles al peligro inminente de un mundo sin Dios.
2 - Capítulo 2
2.1 - A pesar de su infidelidad, Jonás es un tipo de Cristo
El último versículo de Jonás 1 nos dice que Jehová había preparado un gran pez para tragarse a Jonás, y que este estuvo en el vientre del pez tres días y tres noches. En este hecho encontramos la clave de la interpretación del capítulo 2, pues nuestro Señor relaciona expresamente esta circunstancia con su propia muerte. Dice: «Como Jonás estuvo tres días en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así el Hijo del hombre estará tres días y tres noches en el corazón de la tierra» (Mat. 12:40)*. Y es sumamente interesante trazar la forma en que Jonás, bajo el juicio de Dios, se convierte en un tipo de Cristo en su rechazo y muerte.
*El racionalismo ha intentado descubrir una incoherencia en esta afirmación, alegando que nuestro Señor estuvo en realidad solo dos noches en la tumba; pero esto es simplemente jugar con la ignorancia común de los modos de cálculo judíos. Para ellos, una parte de un día siempre incluía la totalidad, de modo que nuestro Señor simplemente adoptó la manera habitual de hablar. Nada es más triste que la crítica mezquina de la razón humana, siempre a la espera de descubrir un motivo de exaltación contra la sabiduría de Dios. Pero «la locura de Dios es más sabia que los hombres» (1 Cor. 1:25).
Hemos visto, en nuestra consideración del capítulo 1, que el profeta era un tipo de la nación judía. El remanente, que siempre ocupa el lugar de la nación ante Dios. Infieles en su misión ante el mundo, Dios los rechazó como su vasija de testimonio, e hizo que sus ondas y olas pasaran por encima de ellos; y es en esta posición donde los vemos, personificados por Jonás, al comienzo del capítulo 2. Ahora bien, fue en este mismo lugar donde Cristo en gracia, en su insaciable amor por su pueblo, descendió. Fue rechazado, no por Dios seguramente –lejos de la idea– sino por «los suyos», a quienes vino. Sin embargo, la iniquidad de ellos, por negra que fuera, no hizo más que cumplir los designios de Dios, y se convirtió, al mismo tiempo, en la ocasión para mostrar las profundidades del corazón de Cristo. En la misma noche en que fue traicionado, tomó el pan y dio gracias; y de la copa dijo: «Esto es mi sangre, la del pacto, la cual es derramada por muchos, para remisión de pecados» (Mat. 26:28). Así se dejó llevar como un cordero al matadero, y se sometió voluntariamente a todo el juicio de Dios para hacer propiciación por los pecados del pueblo. Por lo tanto, todas las ondas y olas de Dios pasaron también sobre su cabeza. Habían pasado (o más bien, visto proféticamente, pasarán) sobre el remanente a causa de sus pecados; pasaron sobre la cabeza de Cristo porque en gracia tomó el lugar del pueblo ante Dios, murió por esa nación, para que Dios pudiera después cumplir con justicia, sobre la base de la expiación, todos sus consejos de gracia hacia su antiguo pueblo.
De este modo, Jonás en el vientre del pez se convierte en una figura de Cristo en la tumba. De este modo, utiliza expresiones, guiado por el Espíritu de Dios, que tienen una aplicación mucho más amplia que a sus propias circunstancias. Veamos, por ejemplo, el Salmo 42. Este salmo es el comienzo del segundo libro, “en el que el remanente es visto como expulsado de Jerusalén, mientras la ciudad es entregada a la maldad”. Han caído, por lo tanto, bajo los juicios de Dios, y utilizan, con respecto a esto, las mismas palabras que se encuentran en Jonás: «Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí» (Sal. 42:7); pero el pleno significado de esta declaración solo se ve cuando se considera en conexión con el lugar que tomó nuestro Señor, cuando se identificó, no solo con su pueblo, sino también con sus pecados, cuando los llevó en su propio cuerpo en el madero.
2.2 - Jonás ora a Jehová
Ahora podemos seguir el camino de Dios con Jonás, así como con el remanente, tal como se expone en el lenguaje aquí empleado. El capítulo comienza con la significativa declaración: «Entonces oró Jonás a Jehová su Dios desde el vientre del pez». Su rostro está ahora en la dirección correcta. Había dado la espalda a Jehová; pero ahora, bajo el golpe de la vara divina, no solo está detenido, sino que sus ojos están atraídos hacia arriba, hacia Aquel de quien había tratado de huir. Bendito efecto del castigo cuando el alma reconoce su dependencia y se humilla bajo la poderosa mano de Dios. «¿Hay algún afligido entre vosotros?», dice Santiago, «Que ore» (Sant. 5:13). Sí, así como un cántico de alabanza es el canal de la alegría del alma, la oración es el vehículo de su dolor. Así, Jonás nos dice: «Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó; desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste» etc. Y luego el profeta relata todo el proceso que se había llevado a cabo en él, y por el cual su alma había sido restaurada (v. 2-7). Será provechoso señalar para nuestra propia instrucción sus diversos pasos.
2.3 - Jonás reconoce la mano de Jehová, y confiesa que es juicio
Primero reconoce la mano de Jehová. «Me echaste», dice, «a lo profundo». No se enredó en segundas causas, como ocurre a menudo con nosotros mismos, y por las que perdemos toda la bendición de los tratos del Señor con nosotros. En ese momento Jonás no pensó ni en la tormenta ni en los marineros. Fue Jehová quien lo arrojó al mar. Lo mismo ocurrió con nuestro Señor, de una manera más bendita y perfecta, cuando sufrió en la cruz. «Tú…», dijo, «me has puesto en el polvo de la muerte» (Sal. 22:15). ¡Y qué descanso del alma da tomar todo lo que nos sucede, como es nuestro privilegio, de la mano del mismo Señor! Acalla toda murmuración, abre el oído a la voz divina y pone al alma en condiciones de aprovechar la disciplina por la que pueda estar pasando.
Además, confiesa que la mano de Jehová estaba sobre él para el juicio. Todas las figuras que emplea –los mares, la corriente, las ondas y las olas–, aunque son literalmente ciertas en su caso, explican esto; porque son todos los símbolos en todas partes en las Escrituras de la ira judicial de Dios. El efecto fue que se sintió expulsado de la vista de Dios, y su alma se desmayó dentro de él (v. 4, 7). En otras palabras, como Pablo, aunque de otra manera, tenía la sentencia de muerte en sí mismo. Fue llevado a un sentido de su absoluta nada ante Dios, y más aún porque era a causa de su propio pecado. De rebelde que huye de la presencia divina, se convierte en penitente, sin tener ningún motivo de justificación por lo que ha hecho, sino ocupando el lugar de no tener nada, y de no merecer nada más que el juicio que estaba sufriendo. Y este es el único lugar verdadero para el alma, ya sea de un pecador o de un santo arrepentido, y el único lugar donde Dios puede encontrarse con el alma, en el terreno de la expiación consumada, con el perdón y la gracia restauradora.
2.4 - Respuesta de Jehová al grito de Jonás
Veamos, pues, ahora de qué manera responde el Señor al clamor del profeta. Jonás dice: «Clamé… y mi voz oíste». De nuevo: «Cuando mi alma desfallecía en mí, me acordé de Jehová, y mi oración llegó hasta ti en tu santo templo» (v. 2, 8). ¿Qué podría ilustrar más sorprendentemente la gracia de Dios, o mostrar la ternura de su corazón? Cumplido el objeto de sus tratos, responde inmediatamente al clamor de su siervo. En la insensatez de nuestra incredulidad, cuántas veces nos sentimos tentados a pensar que él no puede perdonarnos después de nuestras andanzas pecaminosas y rebeldes. Pero su gracia nunca falla; es más, espera a su pueblo, su oído siempre está abierto a su clamor; porque su actitud hacia nosotros no depende de lo que somos, sino únicamente de lo que él es en sí mismo. Satanás siempre querría engañarnos ahora como engañó a Eva en el jardín del Edén, y de ahí la importancia de aprender el carácter y los caminos de Dios a partir de su propia Palabra, y de la revelación que ha hecho de sí mismo en Cristo Jesús. Muchos ejemplos de su disposición a escuchar el clamor de su pueblo, a pesar de su conducta, podrían recogerse fácilmente de la Escritura. El Salmo 107 es una colección de ellos; véase también Oseas 4; y especialmente el mensaje del Señor a Pedro en la mañana de su resurrección (Marcos 16:7).
Por lo tanto, estas palabras del profeta: «Invoqué en mi angustia a Jehová, y él me oyó», deberían calar hondo en nuestros corazones. Son un bendito estímulo para las almas tímidas y, sobre todo, para las almas descarriadas, ya que enseñan que Dios no espera nada, si nos hemos descarriado, sino nuestro regreso a él. Tenemos un ancla cuya sujeción ninguna tormenta puede aflojar cuando hemos aprendido la simple verdad de que Dios nunca cambia su actitud hacia nosotros, que su amor es siempre el mismo, el mismo cuando hemos caído en el pecado que cuando caminamos en el disfrute de la luz de su rostro. Y es justamente a causa de su amor inmutable que él trata con nosotros en el castigo y la aflicción. «Disciplina al que ama, y azota a todo el que recibe por hijo» (Hebr. 12:6). Fue, también, sobre este mismo principio que él actuó con Jonás, y el resultado fue que el profeta pudo declarar: «Descendí a los cimientos de los montes; la tierra echó sus cerrojos sobre mí para siempre; mas tú sacaste mi vida de la sepultura, oh Jehová Dios mío» (v. 7).
2.5 - Acciones de gracias, gozo de la liberación
Así restaurado, el profeta puede ahora dar testimonio de la locura del pecado. «Los que siguen vanidades ilusorias, su misericordia abandonan» (v. 9). Y ciertamente este testimonio es verdadero. ¿No es cierto que todos nuestros corazones lo confirman? Porque siempre que nos hemos dejado engañar por las vanidades mentirosas de la carne, del mundo o del diablo, ¿no hemos comprobado la verdad de la instrucción del profeta? Ah, sí, hay un camino que parece correcto para el hombre (cuando está bajo el poder de estas seducciones), pero su fin son los caminos de la muerte. La misericordia nunca se encuentra en el camino del pecado. Bajo la influencia de esta verdad, forjada por la experiencia práctica en el alma de Jonás, este clama: «Mas yo con voz de alabanza te ofreceré sacrificios; pagaré lo que prometí» (v. 10). Así reconoce la fuente de su preservación y bendición, y rinde su acción de gracias y alabanza.
Luego da un paso más. «La salvación es de Jehová». Y, junto con estas palabras, se nos dice que «Mandó Jehová al pez, y vomitó a Jonás en tierra» (v. 11). Esto es, sin duda, una notable prefiguración de la verdad de la liberación. Todos los ejercicios del alma de Jonás lo llevan a esta hermosa conclusión: «La salvación es de Jehová», e inmediatamente es liberado. Lo mismo sucede con el alma en Romanos 7: «¡Soy un hombre miserable! ¿Quién me liberará de este cuerpo de muerte? Doy gracias a Dios» (es la respuesta) «por Jesucristo nuestro Señor» (v. 24-25). Y la liberación se alcanza y se disfruta. Bendita conclusión, de nuevo decimos, ya sea para el pecador o el santo atribulado –«La salvación es de Jehová». Trae paz al alma; acalla todas las dudas y cuestionamientos; pone fin a la preocupación por uno mismo, y dirige la mirada hacia la única fuente de bendición y liberación. El conocimiento de esta verdad es esencial para toda la vida cristiana, y trae un descanso inefable al alma cuando está cansada de sus cargas y conflictos. «La salvación es de Jehová». Entonces solo tenemos, como el rey de Israel, que decir: «No sabemos qué hacer, a ti volvemos nuestros ojos» (2 Crón. 20:12); y encontraremos, como él, que el Señor vendrá con su misericordia liberadora más allá de nuestro mayor pensamiento y expectativa.
2.6 - Aplicación al futuro remanente
La aplicación profética de la liberación de Jonás al remanente judío en el futuro se percibe fácilmente. Ya hemos llamado la atención sobre la identidad de las expresiones utilizadas por el profeta con las que se encuentran en el Salmo 42. Y el modo en que el Señor los tratará será precisamente el mismo que se encuentra aquí. Al traer sobre ellos todas sus ondas y olas, él, ejercitando así sus almas, llegará a sus conciencias, producirá en ellos el sentido de su culpa y total impotencia, y volviendo sus ojos hacia él, evocará de sus corazones gritos y súplicas de socorro y liberación. Entonces, como en el caso de Jonás, el Señor, que había estado esperando con anhelante compasión a su pueblo, responderá instantáneamente a su clamor y aparecerá para su salvación. Entonces exclamarán: «He aquí, este es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; este es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación» (véase Is. 25:9; 11:12; 26; Zac. 12 al 14).
3 - Capítulo 3
3.1 - Después de la disciplina, Jonás retoma el servicio que Jehová quería
En el momento en que Jonás fue liberado «Vino palabra de Jehová por segunda vez a Jonás, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y proclama en ella el mensaje que yo te diré» (v. 1-2); porque si Jehová envía la tempestad a su siervo, y lo arroja al abismo, en medio de los mares, fue para su corregirlo y restaurarlo, para que el profeta esté en una condición correcta de alma para ser el enviado de la voluntad divina. En consecuencia, ahora no intentó huir, sino que se levantó y se dirigió a Nínive, según la palabra de Jehová. Siempre es así en los tratos del Señor con su pueblo. Si nos desviamos del camino que él nos marca, seguramente encontraremos los castigos de su mano, y el objeto de sus tratos nunca se cumple hasta que nos enfrentamos de nuevo con el camino del que nos desviamos, y estamos dispuestos, por gracia seguramente, a entrar en él. Se trata del principio enunciado por el salmista: «Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra» (Sal 119:67).
3.2 - Imagen del futuro remanente
Esta enseñanza se encuentra en la superficie; pero el significado típico de este capítulo tiene, a nuestro entender, un significado más profundo. Jonás es, en figura, un hombre resucitado; pues dice: «Del seno del Seol… clamé» (2:3). Jehová había traído la muerte sobre él; y junto con esto, debe tenerse en cuenta, como se muestra en el último capítulo, se identifica con el remanente. Hay, pues, un doble significado simbólico. Israel, en la persona de Jonás, está apartado, a causa de su infidelidad, como el vaso del testimonio. Juzgando según el hombre, la luz se apaga; toda esperanza para el mundo ha desaparecido para siempre. Cuando todas las ondas y olas de Dios rodaron sobre las cabezas de aquellos que él había elegido como sus testigos en la tierra, ¿dónde estaba la posibilidad de cualquier otro testimonio en el mundo? Podríamos preguntar con el salmista: «¿Manifestarás tus maravillas a los muertos? ¿Se levantarán los muertos para alabarte? ¿Será contada en el sepulcro tu misericordia, o tu verdad en el Abadón? ¿Serán reconocidas en las tinieblas tus maravillas, y tu justicia en la tierra del olvido?» (Sal. 88:10-12).
3.3 - Jonás, tipo de Cristo resucitado
La respuesta a estas preguntas solo se encuentra en la muerte y resurrección de Cristo. Toda la esperanza, fundada en la responsabilidad del hombre, había desaparecido; pero Dios, en su gracia y misericordia, envió a su amado Hijo, y cuando vino se identificó con su pueblo, descendió en su compasión al mismo lugar donde yacían muertos en delitos y pecados, y murió él mismo, asumiendo toda su responsabilidad, para poder glorificar a Dios en la misma escena y lugar donde lo habían deshonrado. Como él mismo dijo: «Como Jonás estuvo en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así el Hijo del hombre» (el rechazado) «estará tres días y tres noches en el corazón de la tierra» (Mat. 12:40). Pero no era posible que fuera retenido por la muerte, no era posible, ya sea que consideremos la gloria de Dios, o los derechos de su propia persona; y por lo tanto, resucitó al tercer día como el primer nacido de los muertos, y es de él como el resucitado que Jonás se convierte en una figura. Como resucitado, él es (aunque siempre lo fue), el testigo fiel y verdadero; e Israel siendo ahora apartado, él puede, en el cumplimiento de los propósitos de Dios, dar testimonio a los gentiles, y el tema muestra, en figura, que la expulsión del judío es la reconciliación del mundo (Rom. 11). Las dos cosas están en el capítulo: el hecho histórico de la misión de Jonás, y aquello de lo que esta misión es un emblema.
3.4 - Grandeza de Nínive
Jonás, ahora obediente, va a Nínive; pero antes de que se describa su predicación, el Espíritu de Dios se detiene para llamar la atención sobre la magnitud de la ciudad. Era una ciudad grande ante Dios, de tres días de viaje. Tal fue el resultado de la actividad del hombre en su alejamiento de Dios, enorgulleciéndose de la grandeza, la pompa y la magnificencia de sus obras, que le tentaron a decir con Nabucodonosor: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?» (Dan. 4:30). Y, embriagado de su propio orgullo, no le importa, aunque lo recuerde, que el juicio de Dios ha sido pronunciado sobre todas sus obras. Fue este juicio del que Jonás fue el heraldo, proclamando ante la “altiva gloria” del mundo: «De aquí a cuarenta días Nínive será destruida» (v. 4).
3.5 - El mensaje del profeta
El carácter del mensaje exige nuestra atención. Es un mensaje de puro juicio, sin ninguna oferta de misericordia, aunque el pueblo se arrepienta. Esto puede parecer extraño, pero hay que recordar que la predicación de Jonás se refería únicamente al gobierno de Dios en la tierra. Por regla general, los profetas no se ocupaban de la eternidad; es decir, los juicios amenazados y las bendiciones prometidas a condición de la obediencia o el arrepentimiento, se limitaban a este mundo. El tema del juicio, cuando los secretos de todos los corazones se pondrán de manifiesto, no entraba en el ámbito de su ministerio. Como estaban relacionados con el reino, solo hablaban de los caminos, las pretensiones, la justicia y el gobierno de Dios tal como se muestran en esta escena.
3.6 - Un tiempo completo de prueba antes del juicio final
Visto de manera típica, el mensaje de Jonás tiene otro significado. El número 40 tiene un significado distinto en la Palabra de Dios, como puede verse en los 40 años de peregrinación de Israel en el desierto, la tentación de nuestro Señor durante 40 días en el desierto, etc., indica el período de plena prueba. Así entendido en este pasaje, y teniendo en cuenta que Nínive representa al mundo (el mundo, especialmente en el aspecto de su exaltación a través de su propio orgullo contra Dios), tenemos simplemente la anunciación del hecho de que, después de que el mundo haya sido plenamente probado, probado de todas las maneras posibles, será destruido. Es la cruz de Cristo la que nos da la culminación de la prueba de Dios al mundo; y de ahí que nuestro Señor dijera: «Ahora es el juicio de este mundo» (Juan 12:31).
El juicio irreversible fue emitido sobre él en la muerte de Cristo; porque con ello Dios demostró abiertamente, ante todos, el carácter, la desesperación del mal, del mundo, en cuanto aceptó el liderazgo de Satanás al crucificar al Hijo amado de Dios. Es cierto que Dios retuvo la ejecución del juicio; porque en la muerte de Cristo se puso el fundamento sobre el cual Dios podía ofrecer justamente la salvación a ese mismo mundo en su condición culpable y perdida, y cumplir sus propios consejos de gracia en la redención. Pero el juicio no ha sido recordado, no podría ser consistente con la gloria de Dios. Solo se ha suspendido, porque el Señor «es paciente con vosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento». «Pero», continúa diciendo Pedro, «el día del Señor vendrá como ladrón; los cielos con gran estruendo desaparecerán, y los elementos, ardiendo, serán disueltos; la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas» (2 Pe. 3:9-10). Sí, sigue siendo cierto: «de aquí a cuarenta días Nínive será destruida».
3.7 - Se ha creído a Dios, se proclama un ayuno general
El efecto de la predicación fue maravilloso. Leemos: «Y los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos» (v. 5). Comenzó con el rey, que «se levantó de su silla» al oír la palabra, «se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza» (v. 6). Además, junto con sus nobles, emitió un decreto para que ni hombres ni animales, ni rebaños ni manadas, probaran nada; no debían alimentarse ni beber agua. En una palabra, se proclamó un ayuno universal. Todos debían cubrirse de tela de saco, para clamar poderosamente a Dios y convertirse de la maldad de sus caminos, con la esperanza de que Dios se apartara de su gran ira, para que no perecieran (v. 5-9).
El lector observará que creyeron a Dios. En Jonás 1, los marineros clamaron a Jehová, porque allí era la gloria de Jehová en su relación con el judío la que se había manifestado en sus juicios. Aquí es el mundo en relación con Dios como tal, y esto explicará la diferencia; y estando en este capítulo en el terreno de las relaciones creadoras, también se menciona el ganado; porque toda la creación (y esto la incluye) será un día liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios (Rom. 8).
3.8 - El arrepentimiento predicado entonces y ahora: su rechazo manifiesta el estado de los corazones
Nuestro Señor se refiere, de manera sorprendente, al arrepentimiento de Nínive –«Los hombres de Nínive», dice, «se levantarán en el juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y hay más que Jonás en este lugar» (Mat. 12:41). Fue una prueba de la dureza de los corazones de aquellos a quienes el Señor vino predicando el arrepentimiento porque el reino de los cielos estaba cerca (Mat. 4:17), que fueron insensibles a sus llamamientos, aunque sus llamamientos fueron reforzados por los milagros que realizó en medio de ellos. Los ninivitas eran paganos; los judíos eran el pueblo escogido de Dios, y el que vino a los suyos era su propio Mesías, Jehová, ciertamente el Salvador; pero hicieron oídos sordos a sus gritos suplicantes (Mat. 23:37). ¿Qué demostración más clara podría haber de la total depravación de sus corazones? ¿Y son mejores los hombres de «esta generación»? En asociación con el ministerio de la reconciliación que todavía se lleva a cabo (2 Cor. 5) en la tierna misericordia de Dios, todavía se hace la proclamación: «De aquí a cuarenta días Nínive será destruida»; ¿y quién la escucha? Unos pocos aquí y allá, por la gracia; pero la masa, el mundo, es tan insensible hoy como lo era en los días de nuestro Señor. Y, además, supongamos que algún mensajero enviado por Dios se presentara hoy en medio de Londres con el mensaje de Jonás, ¿cuál sería su recepción? No es demasiado decir que se le consideraría un tonto o un loco. ¡Oh, que se entendiera mejor que el otorgamiento de luz y privilegios no hace sino aumentar la responsabilidad y la condena, cuando se rechaza la luz y se desprecian los privilegios! Hermoso espectáculo este del arrepentimiento de Nínive, y no es un mal presagio del tiempo en que los gentiles servirán al Señor con un solo consentimiento.
3.9 - El juicio detenido, Dios «se arrepiente»
El capítulo concluye con la acción de Dios como consecuencia del arrepentimiento de Nínive: «Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal camino; y se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo» (v. 10). Vemos de nuevo lo que hay en el corazón de Dios hacia los hombres: que no se complace en la muerte de los impíos; y, por lo tanto, que si proclama el juicio es con el objeto de hacerlos cambiar de su mal camino. El pueblo de Nínive no sabía lo que Él haría. Solo dijeron: «¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios?» (v. 9) Y Dios respondió a esta débil fe, como siempre lo hace, y los libró de la destrucción. No es más que un modo humano de hablar, apenas hay que añadirlo, cuando se dice que se arrepintió. Su objetivo era producir el arrepentimiento de Nínive; y una vez hecho esto, podía, en consonancia con sus formas de gobierno, mostrar su compasión y perdón. Qué abundante estímulo para el pecador se encuentra en este registro.
«El que no obedece en el Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él» (Juan 3:36). Pero, además, bendito sea su nombre, también está escrito: «Quien oye mi palabra, y cree a aquel que me envió, tiene vida eterna, y no entra en condenación, sino que ha pasado ya de muerte a vida» (Juan 5:24).
4 - Capítulo 4
4.1 - La irritación de Jonás que no entiende los pensamientos de gracia de Dios
La instrucción del capítulo 4 se deriva, como en el capítulo 1, de la conducta del profeta. Al final del capítulo 3 tenemos la gracia de Dios al perdonar al pueblo de Nínive por su arrepentimiento –la revelación, de hecho, del corazón de Dios. En el primer versículo de este capítulo tenemos en contraste con esto el despliegue del corazón de Jonás. Como leemos en otra parte, a Dios no le agrada la muerte del pecador; pero precisamente por esto, Jonás se disgustó mucho y se enfadó mucho. No solo estaba fuera de la comunión con la mente de Dios, sino que estaba en claro antagonismo con ella. Como el hermano mayor de la parábola del pródigo, se enojó porque los que no tenían derecho a Dios habían encontrado misericordia. Con esto, solo demostró que no podía entrar en el pensamiento de la gracia.
Y ¡cuántas veces sucede lo mismo con nosotros mismos! A pesar del hecho de que nosotros mismos hemos sido objeto de misericordia, y que, aparte de la gracia soberana de Dios, no podríamos estar ante él, nosotros, en la locura de nuestros pensamientos y sentimientos naturales, deseamos que los demás sean tratados sobre la base de la justicia. En los conflictos de Pablo se puede ver cómo se ejemplificó esto de manera sorprendente en los días apostólicos. Incluso Pedro temía mantener la verdad de la gracia (Gál. 2); y por eso el apóstol Pablo, guiado por el Espíritu Santo, no solo se enfrentó a Pedro, sino que también demostró detalladamente, tanto en la Epístola a los Gálatas como en la de los Romanos (Rom. 9 al 11), que los judíos no tenían más derecho en Dios que las naciones, y que, si Dios hubiera tratado a Israel sobre la base de la justicia, no podrían haber escapado a Su juicio, al igual que las naciones.
4.2 - Jonás sabía que Dios hacía gracia, pero no la quería para no manchar su reputación de profeta
Pero podemos profundizar un poco más e indagar en los motivos especiales de la ira de Jonás. Leemos: «Y oró a Jehová y dijo: Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal. Ahora pues, oh Jehová, te ruego que me quites la vida; porque mejor me es la muerte que la vida» (v. 2-3).
Es decir, tenía miedo de que Dios mostrara misericordia a Nínive, y, deseando él mismo el juicio y la destrucción, no quería ser el portador del mensaje divino. ¡Qué estrechez y dureza de corazón!, podríamos decir. Pero hay más que esto. Hay en esta insensata oración la esencia misma del egoísmo y la prepotencia. Para proclamar el mensaje de juicio a la impía Nínive, Jonás estaba muy dispuesto, si estaba seguro de que se ejecutaría, porque eso exaltaría a Jonás tanto a sus propios ojos como a los de todos los que creían en la verdad de su misión.
Incluso Santiago y Juan dijeron al Señor: «¿Quieres que pidamos que descienda fuego del cielo y los consuma, como hizo Elías?» (Lucas 9:54). Pero el Señor se volvió y los reprendió, porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo fuese salvado por él. Jonás era del mismo espíritu que estos discípulos, solo que fue más allá, y se opuso a la manifestación de la misericordia. Porque si, por un lado, la anunciación del juicio implacable exaltaba al predicador, la exhibición de la gracia dejaba de lado al mensajero y exaltaba a Dios.
Como ha dicho otro, Jonás, en lugar de preocuparse por Nínive, solo piensa en su propia reputación como profeta. ¡Desgraciado corazón del hombre, tan incapaz de elevarse a la bondad de Dios!… Jonás solo pensaba en sí mismo, y el horrible egoísmo de su corazón le oculta al Dios de la gracia, fiel a su amor por sus criaturas desvalidas. Y podemos añadir que no tenía ninguna excusa. Dice: «Porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso», etc., y sin embargo se enojó, ¡no satisfecho con el carácter del Dios que conocía!
4.3 - La diferencia con el desánimo de Elías
Tan grande era su desilusión y su ira que pide morir. Triste estado de ánimo, pues ¿qué le llevó a desear esto? El hecho de que Dios había perdonado a Nínive, y, junto con esto, su disgusto porque él y su predicación habían sido aparentemente dejados de lado. Tan mezquino y estrecho es el corazón humano cuando se ocupa de sus propias cosas –de su propia importancia, orgullo y reputación.
El caso de Elías, que, por su aparente similitud, todo lector recordará, es muy diferente. En su duda y abatimiento se imaginó que su trabajo había sido totalmente en vano. En respuesta a la pregunta de Jehová: «¿Qué haces aquí, Elías? Él respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y solo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1 Reyes 19:9-10). Por el momento había perdido la confianza en Dios, al ver el poder del enemigo por todas partes. Sin duda, también se sintió decepcionado porque Jehová no intervino en el juicio para vindicar el honor de su nombre. Pero esto era algo muy diferente del deseo de Jonás. No pensaba ni en el honor de Jehová, ni en la pobre y culpable Nínive; solo, repetimos, en su propia reputación como profeta. Nada, en efecto, podía ser más humillante que su estado de ánimo.
4.4 - El cuidado de Jehová por Jonás
Por otra parte, ¿podría algo superar la tierna gentileza del Señor con su siervo descarriado? Por el momento, se contenta con una sola palabra: «¿Haces tú bien en enojarte tanto?» o, como en el margen, “¿Te enojas mucho?” Eso es todo. Como una madre con un hijo petulante, que sabe que es inútil razonar con él cuando se manifiesta su temperamento, y por lo tanto no presta atención a sus insensatas peticiones, sino que espera hasta que la pasión se haya calmado, así trató el Señor a Jonás. Ah, ¡cuántas veces también nosotros, en nuestra insensatez, nos hemos aventurado, con el espíritu de Jonás, a denunciar los caminos de nuestro Dios, y a preferir nuestras insensatas peticiones, que, de haber sido concedidas, nos habrían acarreado penas para el resto de nuestra vida! Pero el Señor nos amó más que nosotros mismos.
Jonás no contestó a la tierna reconvención del Señor; estaba demasiado enfadado para ello. «Salió Jonás de la ciudad, y acampó hacia el oriente de la ciudad, y se hizo allí una enramada, y se sentó debajo de ella a la sombra, hasta ver qué acontecería en la ciudad» (v. 5). Pobre hombre, evidentemente seguía esperando que el Señor destruyera Nínive, a pesar de su arrepentimiento; tan poco comprendía el corazón de Aquel que le había enviado en su misión. Pero Dios había terminado por el momento con Nínive. «Se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo». Eso, por lo tanto, era irrevocable; y no podía, en consonancia con su santo nombre, gratificar los malos deseos de Jonás. De ahí que su atención, en su amor y gracia, se dirigiera ahora a su siervo, para corregirlo e instruirlo, así como para explicar y justificar sus propios caminos. Así leemos: «Y preparó Jehová Dios una calabacera, la cual creció sobre Jonás para que hiciese sombra sobre su cabeza, y le librase de su malestar; y Jonás se alegró grandemente por la calabacera» (v. 6).
4.5 - Lo que fue manifestado por la calabacera preparada por Dios y que se secó
Es sumamente conmovedor ver a Dios vigilando y cuidando a su obstinado siervo, y los esfuerzos que hace para convencerlo de lo irrazonable de su ira. ¿Por qué se regocijó ahora el profeta con gran alegría?
Por el alivio que experimentó de la sombra de la calabaza. Al igual que su ira, su alegría era totalmente egoísta. En consecuencia: «Al venir el alba del día siguiente, Dios preparó un gusano, el cual hirió la calabacera, y se secó. Y aconteció que, al salir el sol, preparó Dios un recio viento solano, y el sol hirió a Jonás en la cabeza, y se desmayaba, y deseaba la muerte, diciendo: Mejor sería para mí la muerte que la vida» (v. 6-8). Totalmente absorbido por su propio ego, se siente desdichado y miserable; ahora porque la calabaza que le había servido de consuelo había sido destruida, y quizás también por su sufrimiento corporal. A este punto le había conducido Dios, que intervino una vez más y dijo a Jonás: «¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él respondió: Mucho me enojo, hasta la muerte» (v. 9). Se había enfadado porque Nínive no había sido derribada, y ahora se enfadaba porque la calabaza había sido destruida; enfadado en ambos casos por la influencia que tanto la una como la otra tenían sobre él, tan desdichado era su pobre corazón contraído. Fue sobre este último punto que el Señor lo tomó en cuenta, diciendo: «Tuviste tú lástima de la calabacera, en la cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació, y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?» (v. 10-11).
De este modo, Jonás fue condenado por las palabras de su propia boca; y Dios fue justificado, sí, abundantemente justificado, por la piedad que Jonás había sentido por la calabaza a la que no estaba ligado por ningún vínculo de relación, y que solo valoraba por su utilidad para sí mismo. Así, como siempre, Dios venció cuando fue juzgado (véase Rom. 3:4).
4.6 - Dos lecciones que el profeta no había todavía aprendido
Había dos cosas que el profeta (y, ¿podríamos añadir, muchos cristianos también?) no había aprendido todavía.
La primera, que la tierna misericordia de Dios está por encima de todas sus obras (Sal. 145:9). ¡Cuán bellamente lo demuestran las palabras «y muchos animales»! Esta tierna misericordia se manifestará muy pronto, cuando Cristo tome su legítimo poder y reine sobre la tierra; pero el corazón de Dios es siempre el mismo, y lo ha demostrado:
- En que «amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16);
- en el hecho de que Cristo probó la muerte por todo (Hebr. 2);
- en que, así como en la prolongación del día de la gracia en su longanimidad, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan (2 Pe. 3); y, finalmente,
- en su propósito de reconciliar consigo todas las cosas, mediante la muerte de Cristo, tanto las terrestres como las celestiales (Col. 1).
Pero para entrar en esto debemos perder de vista el yo, y los objetivos egoístas, y llenarnos de pensamientos divinos y afectos divinos.
La segunda, que Jonás no había aprendido era que Dios era «bueno y perdonador, y grande en misericordia para con todos los que te invocan» (Sal. 86:5). Fue esta misma lección la que Pedro tuvo que enseñar a los judíos en el día de Pentecostés (Hec. 2:21); la que Pablo tuvo que recalcar con insistencia a los creyentes hebreos de su tiempo (Rom. 10:11-13); y es esta misma verdad la que muchos de nosotros, aunque la poseemos de labios, necesitamos sostener con mayor fuerza en el momento presente. Si la gracia es soberana, como ciertamente lo es, por esta misma razón no tiene restricciones, y fluye en bendición hacia donde Dios quiera. ¡Oh!, cuántas veces, en una locura similar a la de Jonás, estrechamos el corazón de Dios; pero al final él mostrará que ha estado por encima y más allá de todos nuestros pensamientos. Y, mientras tanto, dejemos que instruya y conforte nuestros corazones el recordar que todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvado.
4.7 - Un honor y una gracia de las que Jonás se benefició
No fue un pequeño honor, puede decirse, en conclusión, que Jonás fuera tomado, incluso en su desobediencia, voluntad propia y enojo, y que fuera hecho así un recipiente para la exhibición de la mente y el corazón de Dios. Esto también fue por gracia, y por lo tanto a Dios es toda la alabanza.
4.8 - Lección final totalmente comprendida por Jonás
(Agregado de J. N. Darby, Estudios sobre la Palabra de Dios)
Es dulce ver, por fin, después de todo, la docilidad de Jonás a la voz de Jehová, manifestada por la existencia de este libro, –de ver al mismo que fracasó, utilizado como instrumento por el Espíritu, para sacar a la luz lo que es del corazón del hombre, vaso del testimonio de Dios, y (en contraste con el fiel profeta en su relato de todas sus faltas) la bondad de Dios, a la que no pudo ni alcanzar ni someterse.