Índice general
Hablarás a la Peña
Números 20 al 21:3
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«Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó» (Núm. 20:7-9).
1 - La peña herida: gracia para los pecadores
La historia de la peña herida está narrada por primera vez en el libro del Éxodo (cap. 17). Fue antes de que se promulgara la Ley, y es un bello ejemplo de gracia –la gracia de Dios hacia el hombre impío y pecador. El pueblo estaba en estado de emergencia, sin agua para beber. Día tras día, su sed se hacía más intensa. No había ningún pozo cercano. Por mucho que buscaran, por mucha energía que pusieran en cavar profundamente la tierra en todas direcciones, no había más que tierra estéril y reseca, sin agua. Debilitados, abrasados por el sol, postrados, estaba totalmente incapacitados para remediar sus necesidades. Se morían de sed, sin agua que beber. Pero peor aún: eran pecadores y murmuraban; tentaban a Dios y estaban dispuestos a apedrear a su siervo. Así que no solo estaban desamparados, sino que eran indignos. Dios podría haberlos dejado perecer, pues merecían su ira y su cólera, pero prefirió actuar en gracia en lugar de juicio. Su amoroso corazón se llenó de compasión; su infinita sabiduría y misericordia idearon un camino de liberación; su poderoso brazo lo ejecutó de inmediato.
La cuestión era saber si Dios podría y querría dar de beber a este pueblo pecador que se moría de sed. Sí, no solo podía y quería, de una manera coherente con su santidad, sino también de una manera que sería para alabanza de su gloria. Al herir a otro en lugar de ellos, su justicia quedaría satisfecha, y su gracia podría fluir libremente. Esta es la forma en que la gracia actuó hacia el hombre pecador e impotente en la cruz de Cristo, y de la cual la peña herida proporciona un tipo. «Y Jehová dijo a Moisés… He aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas, y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel» (Éx. 17:5-6). Así, por la gracia, el pueblo pecador y sin recursos recibió abundante agua para saciar su sed.
¿No es un bello ejemplo de gracia, y muy importante? Ya que en el Nuevo Testamento nos está dicho que estamos salvados por gracia: «Sois salvos mediante la fe; y esto no procede de vosotros, es el don de Dios» (Efe. 2:8). Pero pocas cosas son quizá tan mal entendidas como la gracia. Algunos dicen que Dios hace su parte cuando nosotros hemos hecho la nuestra, lo que destruye por completo la idea misma de gracia. Otros dicen que la gracia es amor inmerecido. Pero es mucho más que eso, porque la gracia concede favor y bendición a quienes solo merecen castigo y destrucción. Da la vida eterna y la gloria a quienes solo merecían la muerte eterna y el destierro. Nos llega gratuitamente a través del Hijo de Dios, herido por nuestras rebeliones y golpeado por nuestros pecados (comp. Is. 53:4-5). La peña herida de nuestro versículo representa, por tanto, la muerte de Cristo. Él recibió entonces los golpes que merecíamos, y el agua de la vida brotó libremente.
La gracia, pues, es solo para los pecadores. Tiene su fuente en Dios, se manifiesta en la muerte de Cristo, y desaltera las almas de los que prueban y descubren que el Señor es bueno. Y así como solo el agua de la peña herida pudo calmar la sed de aquellos israelitas que perecían, solo la sangre de la cruz puede dar paz al alma alcanzada por el pecado. Para un israelita que se moría de sed, dar la espalda a las aguas que brotaban tan abundantes de la peña herida, en lugar de beber de ellas, habría sido el colmo de la insensatez. ¡Cuánto más hoy cuando nos apartamos del Hijo de Dios que murió en la cruz para salvar a los pecadores!
2 - Lo que sucede después de beber el agua de la peña
Después de estas reflexiones sobre la peña herida, consideremos ahora nuestro tema con más precisión; y observemos en primer lugar que después de beber el agua de la peña, el pueblo de Israel no solo vivió, sino que luchó en las batallas de Jehová. Sin embargo, después de cierto tiempo, aunque la peña seguía allí, volvieron a tener sed, como dice este capítulo. Este es un tipo notable, con la intención de mostrarnos que, después de que hemos recibido al Señor Jesús y obtenido vida y paz a través de la fe en su nombre, después de que quizás hayamos combatido las batallas de Jehová, después de haber bebido del agua de vida por meses y años, y después de haber disfrutado de la presencia del Señor, –permanecemos en el sentimiento de ser estériles y estar sedientos si dejamos de vivir de Cristo, si nos alejamos de él y perdemos el sabor y el consuelo de su amor.
Al continuar esta meditación, podremos considerar 1) el estado del creyente que deja de vivir de Cristo; 2) el fracaso en el servicio a Dios; 3) cuál es el verdadero camino cristiano; 4) un atisbo de las bendiciones que lo acompañan.
2.1 - El estado del creyente que ha dejado de vivir de Cristo
Mientras permanecemos en el Señor Jesús y en su amor, viviendo en su presencia, sentados a sus pies, descansando en sus promesas, alimentándonos de su Palabra, amando sus caminos, abriéndole nuestros corazones y extrayendo de su plenitud, –entonces nuestra paz fluye como un río (Is. 48:18); triunfamos en los conflictos, escapamos de la tentación, soportamos valientemente los sufrimientos, combatimos la buena batalla de la fe y nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios. Pero cuando nuestro ojo y nuestro corazón se olvidan de Cristo, cuando nos apartamos de él, la Peña herida, fuente de vida y de amor, –entonces la aridez y los dolores del desierto pesan sobre nuestros corazones, y la decepción, la rebelión, los murmullos y otros frutos amargos de la incredulidad no tardan en aflorar. Nadie, quizás, actúa más neciamente, es más desdichado, y manifiesta más los caracteres detestables y la maldad de la carne, que aquellos cristianos que olvidan al Señor Jesús y no obtienen ningún refrigerio o bendición de su plenitud. Cuando el enemigo sorprende a tales personas, se apresura a vencerlas con sus dardos de fuego, y a actuar sobre el orgullo y las codicias de la carne, hasta que, en sus labios, el cántico triunfante de: «El Cordero que fue sacrificado es digno» da paso a quejas y gritos de desaliento (véase Apoc. 5:12).
Alguien más ha dicho que “la sangre de Cristo fortalece nuestro hombre interior e impide que la carne produzca sus malos frutos”. Y así es, porque en el ejercicio de la fe bebemos de Cristo, y estamos tan fortalecidos espiritualmente por él que llegamos a ser capaces de dominar los deseos de la carne. Sin embargo, incluso siendo verdaderos discípulos de Cristo, si nos separamos de él, nos debilitamos espiritualmente; los hábitos y los deseos de la carne entonces vuelven corriendo, y a veces se manifiestan dolorosamente. Así, este capítulo nos muestra que, sin agua de la peña y sediento, el pueblo se reunió contra los siervos de Dios (Núm. 20:2) y discutió con Moisés; se quejaron de la esterilidad del desierto, y concluyeron que morirían sin llegar a ver la Tierra Prometida. Experimentaban oscuridad, esterilidad y miseria, porque se habían alejado de la única fuente de refrigerio y bendición. Lo mismo sucede hoy con el pueblo de Dios. ¡Cuántos hijos de Dios que gimen deberían atribuir su angustia actual, no como ellos piensan, a las circunstancias encontradas en el camino, sino a los 2 males de haber abandonado la fuente de aguas vivas y de haber cavado para sí cisternas rotas que no retienen agua! (Jer. 2:13).
¿Cómo podemos ser felices sin Aquel que es nuestra vida y nuestra salvación? ¿Cómo puede cantar de alegría nuestro corazón si dejamos de hacer de este río de vida, que riega nuestra alma, la fuente de todos nuestros gozos? Los que se aferran al Señor Jesús y caminan por sus senderos pueden contar, sin duda, con el consuelo del Espíritu Santo como su porción. Y aunque no estén liberados de las pruebas del desierto, experimentarán la ayuda y la misericordia de Dios en sus dificultades, y Su liberación de las dificultades en el momento que él mismo juzgue oportuno. Es permaneciendo en el Señor Jesús que seremos felices y daremos fruto, mientras que separados de él seremos estériles e infelices. Como dice el apóstol Pedro, tales cristianos están ciegos y no ven lejos, habiendo olvidado la purificación de sus pecados anteriores (2 Pe. 1:9). Qué importante es, pues, que el cristiano no se alimente de ceniza (comp. Is. 44:20), ni busque satisfacción en las algarrobas de los cerdos que se encuentran en el mundo (comp. Lucas 15). Al contrario, sabiendo que Cristo lo es todo, que viva de él –de su persona, de su obra, de su perfección, de su plenitud y de sus servicios; que encuentre refugio, por así decirlo, en los sufrimientos del Señor; que beba profundamente de sus palabras y de sus caminos de gracia; que sus promesas sean su tesoro; que coma su carne; que permanezca en su amor inefable e inmutable; que explore cada vez más sus insondables riquezas; para que, desde el fondo de nuestro corazón, podamos decir siempre: «… Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable. Tal es mi amado, tal es mi amigo, oh doncellas de Jerusalén» (Cant. 5:16).
2.2 - El fracaso en el servicio hacia Dios
Esta conmovedora historia relata también un ejemplo de fracaso en el servicio. Moisés quería servir a Jehová, y servir a su pueblo, pero no lo hizo a la manera de Dios. Como resultado, este servicio, en lugar de agradar a Jehová, lo enojó tanto que Moisés no pudo entrar en el país. Moisés había mostrado celo, pero no conforme al conocimiento (Rom. 10:2). Dios le había dicho que tomara la vara, pero que no la usara como lo hizo. En lugar de hablar a la peña como se le había ordenado, Moisés la golpeó. Dios no había hablado mal de la congregación a su siervo, pero Moisés los había llamado rebeldes (v. 10). Todo esto demuestra que Moisés no oficiaba en el estado de ánimo del Señor. Tratar de saciar la sed del pueblo de Dios estaba muy bien, pero su forma de obrar no fue para la gloria de Dios. Debemos notar, no obstante que, a pesar del fracaso de Moisés, Dios actuó entonces –como a menudo lo hace hoy– bendiciendo al pueblo, mientras reprendía a su siervo por lo impropio de su conducta. Esta falta fue muy grande, no solo porque fue una desobediencia a la orden muy clara de Jehová, sino porque interfirió con el tipo cuyo propósito era seguramente enseñarnos que la Peña, una vez golpeada, nunca necesita ser golpeada de nuevo, sino que proporciona corrientes refrescantes en respuesta al clamor de la fe, tal como conocemos a Cristo hoy.
Está claro que la vara utilizada aquí por Moisés no es la vara con la que golpeó la peña. Moisés llevó esa vara consigo a la cima de la montaña después de haber golpeado la peña en Horeb, y nunca se vuelve a mencionar. La vara de Moisés hizo su trabajo allí, lo que nos enseña que las demandas de la Ley fueron satisfechas por las heridas, las magulladuras y la muerte del Hijo de Dios. La vara que Moisés recibió la orden de tomar en esta escena de Meriba es la que estaba «delante de Jehová» (v. 9), es decir, la de Aarón (comp. cap. 17). No es el hecho de golpear que tiene algo que enseñarnos, sino sobre la resurrección y el sacrificio de Cristo. Se nos dice que esta vara de madera muerta «y he aquí que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido almendras… Y Jehová dijo a Moisés: Vuelve la vara de Aarón delante del testimonio… y harás cesar sus quejas de delante de mí, para que no mueran» (Núm. 17:8-10). Así contemplamos en tipo la resurrección y el sacrificio de Cristo. Vemos, pues, cuán coherente con la verdad habría sido para Moisés levantar aquella vara maravillosa ante la peña, mientras el agua brotaba a su palabra; y cómo, por el contrario, el hecho de golpear la peña era incompatible con aquello de lo que esta escena era el tipo, –especialmente golpearla con semejante vara. ¡Qué bendición es hoy conocer a Jesús resucitado y glorificado como la Peña golpeada una vez para salvar a los suyos de la muerte, pero ahora delante de Dios! ¡Y solo tenemos que mirarlo para llenarnos de adoración y gratitud, y hablarle para ser refrescados e inundados con sus bendiciones!
Mucho tememos que hoy, numerosos de los llamados servicios religiosos, no son aceptables ante Dios. ¡Cuántas cosas Dios detecta como siendo principalmente la actividad enérgica de la carne, y como no siendo espiritual, no en la obediencia de la fe, y no de acuerdo a la verdad de Dios! Por eso es muy importante no solo dedicarnos a la obra del Señor, sino hacerla a la manera de Dios y para su gloria. Esto nos lleva a considerar…
2.3 - El verdadero camino del cristiano
La decadencia espiritual y el fracaso en el servicio suelen ir de la mano, como vemos en Pedro, que empezó siguiendo al Señor «de lejos» y luego, por exceso de celo, le cortó la oreja al esclavo del sumo sacerdote. El verdadero camino del cristiano es la comunión con Dios y la obediencia a su Palabra. Es de ahí que debe partir para el cristiano que ha fracasado o recaído, si quiere ser feliz y glorificar a Dios. El creyente está llamado a la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Juan 1:3), a caminar con Dios, a considerar todos sus recursos están en Él (Sal. 87:7) y a esperar a su Hijo del cielo (1 Tes. 1:9-10). Cristo, la verdadera Peña que fue herida, es su porción que lo llena. Tiene que ver con el Señor Jesús que fue crucificado y dijo: «¡Complido está!», antes de inclinar la cabeza y entregar su espíritu (Juan 19:30). Sabe que esta obra única de redención eterna ha sido perfectamente hecha, y que, por ella, el Señor ha hecho perfectos a perpetuidad a todos los que verdaderamente creen en él, de modo que «ya no queda sacrificio por los pecados» (Hebr. 10:26). Por tanto, el creyente mira a Jesús –el Cordero inmolado, ahora resucitado y glorificado a la diestra de Dios– como Aquel que tiene todo poder en el cielo y en la tierra. Cuando lo necesita, solo tiene que «hablar a la Peña» para descubrir que de ella mana continuamente el agua de la vida.
El cristiano suele comenzar experimentando una gran alegría, porque le basta beber las aguas de la Peña golpeada para saciar su sed, y porque Cristo lo es todo para él. Poco sabe de las artimañas de su propio corazón, de las pruebas del desierto y de las seducciones de Satanás. Sin embargo, al cabo de algún tiempo, cuando surgen dificultades y necesidades inesperadas, puede que inconscientemente pierda de vista al Señor, acosado por circunstancias dolorosas. ¿Dónde encontrar entonces el refrigerio y el consuelo de los que tiene sed, si no es en la misma Peña que ya había saciado su sed –es decir, el Cordero que ahora está en medio del trono? Este es, pues, el verdadero camino del cristiano: mirar a Jesús, permanecer en Jesús, beber de Jesús, aprender de Jesús, porque: «Sus caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz» (Prov. 3:17); o, en palabras del apóstol: «Por nada os preocupéis, sino que en todo, con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios» (Fil. 4:6). ¡Hablemos a la Peña! –¿Estamos necesitados? Recurramos a la omnipotencia del Señor Jesús. –¿Estamos tentados? Confiemos en su compasión y en su poder. –¿Estamos bendecidos? Démosle gracias. –¿Estamos tentados? Contemplemos los sufrimientos de Jesús. –Cualquier servicio debe hacerse en dependencia del Señor Jesús, y en todas las cosas debemos hablar con él. Los que tienen al Señor siempre delante descubrirán que está a su diestra, y que no pueden ser zarandeados.
Bienaventurados los que confían en Jesús
Su porción es segura y dulce.
Querido hijo de Dios, ¿está abatidos a causa de las pruebas del camino? ¿Está oprimido y abrumado bajo el peso de sus necesidades, sus dolores y sus angustias? Entonces, ¡hable a la Peña! Acuda al Señor Jesús y confíele todos sus problemas y preocupaciones. Sí, cuénteselo todo, ¡desahóguese con él! Él refrescará su espíritu, enderezará sus manos cansadas, reavivará su confianza, le dará sabiduría y le mostrará que él se preocupa por usted. Le pide que confíe en él en todo momento –¡no de vez en cuando, sino todo el tiempo! ¡Así que hable con él sin demora! Tal vez ya haya experimentado la bendición de hablar con él en el pasado: ¡así que hable con él ahora! Eche todas sus preocupaciones sobre él, porque él mismo dice que cuida de usted (1 Pe. 5:7). Ponga todas sus cargas delante del Señor, y él le sostendrá. No tema la prueba, con tal de que le conduzca al Señor Jesús. Cada necesidad que sienta será una bendición, con tal de que le lleve de nuevo ante el trono de la gracia. ¡Amigo cristiano! De la Peña siempre brota agua, y de nuestro Señor Jesús siempre fluyen libremente para nosotros torrentes refrescantes. Es inútil buscar en otra parte. Ningún hombre, ni siquiera un rey, puede ayudarnos. Las criaturas son «cisternas rotas» (véase Jer. 2:13), y está escrito: «Ay de los que descienden a Egipto por ayuda» (Is. 31:1), y «maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo» (Jer. 17:5). Sin Cristo no podemos hacer nada, pero no hay incertidumbre cuando invocamos al Señor Jesús. «Hablarás… a la peña, y él te dará sus aguas». Este es el camino de la bendición, pues está escrito: «Bienaventurados todos los que en él confían» (Sal. 2:12), y «bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día, aguardando a los postes de mis puertas» (Prov. 8:34). Solo así los verdaderos cristianos serán felices, preparados para la obra del Señor, pues «el gozo de Jehová es vuestra fuerza» (Neh. 8:10).
Solo a través de la Palabra escrita, revelada por el Espíritu, que sabemos cómo servir a Dios de manera que le sea agradable. «Si alguno me ama, guardará mi palabra» (Juan 14:23). El hecho de que Moisés golpeara la peña, cuando Dios le había dicho que le hablara, pudo parecer insignificante, pero Dios fue deshonrado por ello. Debemos prestar atención y obedecer la Palabra de Dios. Bebiendo del agua de la Peña, y honrando su Palabra, cumpliremos un servicio agradable. La importancia de simplemente obedecer la Palabra de Dios se enseña de nuevo en 1 Samuel 15. Dios había ordenado a Saúl que destruyera completamente a los amalecitas, pero Saúl solo los destruyó parcialmente. Esto fue desobediencia, y Dios le dijo: «Obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 Sam. 15:22). Tenemos otro ejemplo en los días de David. Dios había ordenado que solo los levitas llevaran el arca de Dios, pero David decidió lo contrario. La decepción, el castigo y el fracaso fueron el resultado de tal servicio (comp. 1 Crón. 13:10). Pero después, cuando el rey actuó según la palabra de Jehová y hacía un servicio que le era agradable, el resultado fue la bendición de Jehová y el gozo y la alegría del pueblo. ¡Qué importante es, pues, desconfiar de las tradiciones de los hombres y obedecer solo la palabra escrita de Dios!
2.4 - Las bendiciones que fluyen de beber agua de la peña
El pueblo fue desalterado, cesaron los murmullos, los espíritus fueron refrescados y animados los corazones. Pero lo que sigue revela algo más. Primero (1) actuaron en gracia, luego (2) combatieron valientemente contra los enemigos de Jehová. En cuanto al primer punto (1), se nos dice que enviaron mensajes de paz al rey de Edom, y cuando los edomitas se negaron repetidamente a dejar pasar a Israel por su tierra bajo cualquier condición, se desviaron por otro camino (Núm. 20:14-22). Esto fue actuar según el pensamiento de Dios, pues Edom era hermano según la cane de Israel, y nos recuerda que los que más gozan de la gracia de Dios suelen ser amables, flexibles y llenos de gracia para con los demás. ¿Quién habría pensado, no mucho antes, que estos israelitas rebeldes pronto actuarían con tanta gracia? Fue porque habían bebido agua de la peña. Habían visto y creído en la bondad de Jehová, y eso lo cambió todo.
En cuanto al segundo punto (2), cuando los cananeos los atacaron y se llevaron cautivos a algunos de sus hermanos, salieron con la fuerza de Jehová y lucharon valerosa y victoriosamente contra el enemigo, destruyéndolo por completo a él y a sus ciudades (Núm. 21:1-3). Lucharon por sus hermanos caídos y contra los enemigos de Jehová. ¿Eran estos los mismos hombres que habían disputado con Moisés y se habían rebelado contra él y Aarón? Sí, pero habían bebido el agua de la peña; sus espíritus habían sido restaurados y se habían dado cuenta de que Dios estaba a su favor, no en su contra, ¡lo que cambió todo! ¿No hacen estos pensamientos que la cruz de Cristo sea infinitamente preciosa para nuestras almas?
Eres tú, Jesús, es tu gracia,
Tu cruz, tu preciosa sangre,
Es la mirada de tu rostro
Que nos hace justos y gozosos.Himnos y Cánticos, 40 (francés)
Amados, el regreso del Señor está cerca, y los días de nuestra peregrinación pronto terminarán definitivamente. Entonces ya no conoceremos las penas y la aridez de un desierto estéril. Nuestro mayor privilegio hoy es poder «hablar a la Peña», conversar por la fe con nuestro precioso Señor, a quien amamos, pero no hemos visto (1 Pe. 1:8). Pero entonces le veremos cara a cara, y, admirando su belleza y perfecciones eternas, con gozo y agradecimiento inmutables y sin mezcla, estaremos con el Señor para siempre.