La purificación del leproso

Levítico 14:1-8


person Autor: H. H. SNELL 5

flag Temas: El nuevo nacimiento: la fe, el arrepentimiento, la paz con Dios El Pentateuco


La ordenanza de Israel de limpiar al leproso nos da un cuadro conmovedor de cómo Dios limpia a un pecador y lo trae de vuelta a Su bendita presencia para adorar y servir delante de él.

La lepra es un tipo sorprendente de pecado. Dejaba al hombre completamente incapacitado para estar delante de Dios. El lugar del leproso era «fuera del campamento» (Lev. 13:46). Tuviera pocas o muchas manchas, era declarado «inmundo» (Lev. 13:44). Así que lo único que podía decir de sí mismo era «¡Inmundo! ¡Inmundo!» (v. 45). Era una enfermedad muy asquerosa. Solo Dios podía limpiar a un leproso y hacerlo apto para entrar en el campamento.

Así que el lugar apropiado para un leproso era fuera del campamento de Israel, fuera de todo lo que tuviera que ver con Dios, es decir, fuera de su presencia, de su servicio y del culto que recibía. Con las ropas rasgadas, la cabeza descubierta y la barba cubierta (Lev. 13:45), iba gritando: «¡Inmundo! ¡Inmundo!», ¡para que nadie se le acercara y contrajera su impureza!

Hoy conviene que todo hombre ocupe este lugar de profundo abatimiento, como de un ser sin Dios, impuro, aniquilado ante él, indigno de su presencia. Porque se nos dice que «los que están en la carne no pueden agradar a Dios» (Rom. 8:8), que todos son culpables ante Dios (Rom. 3:19).

Sin embargo, Dios podía tender la mano al leproso en su horrible y desesperado estado. Podía traerlo de vuelta al campamento, limpio, capaz de presentarse ante él. En esta ordenanza vemos, como prefigurados grandes principios, acerca de cómo Dios vino a nuestro encuentro mientras estábamos en nuestros delitos y pecados, cómo nos capacitó para entrar en su bendita presencia, y cómo nos hizo encontrar descanso y paz ante él en su amor.

1 - El leproso llevado al sacerdote – Levítico 14:2

En cualquier otro lugar, delante de cualquier otra persona, habría sido inútil. Solo él, de entre todas las personas, había recibido de Dios el poder de juzgar la condición del leproso y declararlo limpio. Del mismo modo, sabemos que «no hay otro nombre bajo el cielo, dado entre los hombres, en el que podamos ser salvos» que el de Jesús (Hec. 4:12). Solo Jesús es el camino, la verdad y la vida. Nadie llega al Padre si no es por él (Juan 14:6). El pecador debe tratar con el Señor Jesús acerca de sus pecados, o permanecer para siempre fuera de la presencia de Dios. No hay salvación en ningún otro. Jesús dice: “¡Ven!” «Al que viene a mí, de ninguna manera lo echaré fuera» (Juan 6:37). Qué sencillo y alentador.

2 - El leproso examinado por el sacerdote – Levítico 14:3

«Y el sacerdote mirará» (v. 3). El leproso estaba con las llagas de la lepra expuestas a la mirada escrutadora del sacerdote de Dios. Tratar con Dios, a través de Cristo, sobre nuestro pecado no es poca cosa. Es una experiencia muy solemne exponerse a la mirada de Dios, de quien nada escapa, en su presencia infinitamente santa. Sentirse pecador ante un Dios que odia el pecado solo es soportable si se sabe que él es también un Dios que ama a los pecadores, porque todas las cosas están desnudas y descubiertas ante él. No hay nada secreto que no esté completamente descubierto a su vista.

3 - El leproso limpio, pero solo por la muerte de otro

En este momento solemne, el leproso tenía que aprender que solo podía estar purificado ofreciendo un sacrificio. Así que tomaban un ave viva y la sacrificaban sobre agua viva, porque la muerte de Cristo está asociada al brotar de la vida eterna. Y es cierto que Dios enseña al alma ejercitada ante él con respecto a sus pecados, que solo por la muerte de Cristo puede ser puesta en pie ante Dios, aceptada por él, pues «sin derramamiento de sangre no hay perdón» (Hebr. 9:22). En el sufrimiento y la muerte del ave, el leproso discernía el modo en que Dios se acercaba a él para limpiarlo de su contaminación. Del mismo modo, solo mediante la muerte de Jesús, el Hijo de Dios, el pecador encuentra la paz con Dios y la purificación de los pecados: «Porque también Cristo padeció una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pe. 3:18). Luego veía el ave viva, la madera de cedro, la grana y el hisopo, mojados en la sangre del ave muerta. De este modo, el ave muerta era identificada con el ave viva, fundiéndose en un solo tipo, el tipo de Aquel que murió y que es de nuevo vivo por la eternidad. La dignidad, la majestad, la incorruptibilidad, la perfecta humildad y otros caracteres de Cristo, pueden verse en tipos en el escarlata, la madera de cedro y el hisopo, para mostrarnos el infinito poder y la eficacia de su preciosa sangre.

4 - La aspersión de la sangre

El leproso estaba allí, presenciando la obra de Dios en su favor, recibiendo luego el remedio de Dios y escuchando su sentencia. No hacía nada para merecer ningún bien, pero lo recibía todo del Dios de Israel. Consciente de su total impureza y de su indignidad para comparecer ante Dios, permanecía en silencio mientras el sacerdote rociaba con sangre 7 veces sobre él, declarándolo puro. ¡Qué bendición, y de qué manera tan conmovedora nos muestra que la salvación es del Señor! El veredicto era tan tranquilizador como inequívoco para el leproso. Cualesquiera que fuesen sus impresiones personales, o las sugerencias de los demás, sabía que estaba en beneficio de la sangre, en virtud de la cual –y solo en virtud de ella– el sacerdote de Dios lo había declarado puro. De la misma manera hoy, el creyente que simplemente trata con Cristo –el único Salvador de Dios– acerca de sus pecados, puede disfrutar de una paz perfecta, por la única razón que Cristo murió por nuestros pecados y quitó el pecado por el sacrificio de sí mismo. Pues la Palabra de Dios declara que ahora estamos justificados por su sangre (Rom. 5:9). Así somos «declarados puros».

5 - El ave viva era liberada

Esto prefiguraba a un Salvador resucitado. «El Hijo… habiendo hecho la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas» (Hebr. 1:3). Así que la resurrección y ascensión de Cristo dan perfecta seguridad de que Dios estaba plenamente satisfecho con la obra expiatoria de Cristo, y que vio en su muerte en la cruz una respuesta a todas las demandas de la santidad y justicia divinas, y una remisión completa de los pecados de su pueblo. Era imposible que la muerte lo detuviera. Su carne no vio corrupción. Fue considerado digno de toda gloria, por haber glorificado tan plenamente al Padre en la tierra, y terminado la obra que él le había encomendado. Hasta que el leproso fuera purificado, el ave viva estaba cautiva, pero cuando la eficacia de la muerte del ave era comprobada por la declaración de que el leproso era puro, el ave viva era liberada en el campo (v. 7). ¡Qué paz y consuelo debía traer esto al pobre leproso! ¡Y qué perfecto descanso para nuestras almas saber que Cristo ha resucitado de entre los muertos y ascendido al cielo!

6 - El leproso purificándose sí mismo

Después de haber sido declarado puro, el leproso lavaba sus ropas, afeitaba todo el bello, se lavaba y volvía al campamento. De la misma manera, el creyente que ha tenido tratos con Dios en cuanto a sus pecados, y que goza de perdón y purificación inmediatos por la sangre de Jesús, tal creyente no tiene confianza en la carne. Comprende que su naturaleza carnal es totalmente impura, que todo lo que en él manifiesta al hombre natural es también impuro, y que toda su amabilidad natural, todo aquello de lo que antes se enorgullecía, no puede soportar la luz de la presencia de Dios. Pero si reconoce todo esto como impuro e indigno de Dios, también lo considera purificado por la Palabra de Dios, que afirma la eficacia eterna de la sangre de Jesús: «Ya estáis limpios [dijo Jesús] por medio de la palabra que os he dicho» (Juan 15:3). Acercados en Cristo Jesús por su sangre, podemos por el Espíritu gozar de la presencia de Dios, adorar al Padre y servirle de manera que le sea agradable (Hebr. 12:28).