El mundo según las Escrituras


person Autor: Paul FUZIER 20

flag Tema: El mundo


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1 - El mundo en el Evangelio según Juan

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1961, páginas 197-207

1.1 - Lo que el mundo es en los escritos de Juan

La expresión «el mundo», usada a menudo en las Escrituras y especialmente en el Evangelio según Juan, no tiene un solo y mismo significado en los diferentes pasajes donde la encontramos. A veces nos presenta una organización, un «sistema», que regula la vida y las relaciones de los hombres entre sí; a veces nos presenta la tierra misma, es decir, el escenario en el que se desarrolla la organización de los asuntos humanos; y a veces nos presenta el conjunto de individuos que viven en esta escena, según los principios de tal «sistema». El significado es bastante fácil de entender en cada pasaje, generalmente con la ayuda del contexto, de manera que sabemos cada vez si se trata de la organización, de la escena o de las personas de este mundo.

A esta observación preliminar, añadamos esto. Los grandes principios de la organización del mundo se pueden sacar de la propia Escritura: basta leer con cierta atención el relato –dado en Génesis 4 (v. 3-7 y 17-24 especialmente)– de lo que siguió inmediatamente a la caída del primer hombre en el jardín del Edén, de donde Jehová Dios lo expulsó.

1.2 - El comportamiento de Caín y los principios del mundo. Génesis 4

En primer lugar, el corazón del hombre es manifestado tal como es, lleno de odio contra su propio hermano y rebelado contra Dios. Notemos de nuevo que el motivo del odio de Caín es religioso (Gén. 4:5). Toda la historia del hombre en la tierra está llena de estallidos similares y, muy a menudo, por causas similares. Y aunque hoy en día, al menos en algunos países, una apariencia externa de amabilidad y tolerancia puede parecer que hace que la gente olvide las enseñanzas de Génesis 4:3 al 8, el hecho es que el corazón del hombre ha permanecido igual: es «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón…» (Jer. 17:9-10). Cuántos testimonios ante nuestros ojos, ¡ay! de la maldad del corazón del hombre, confirmando lo que Dios nos dice en su Palabra.

Después de matar a su hermano Abel, Caín «construyó una ciudad». Poco importa determinar su tamaño, basta con saber que ya existía una cierta aglomeración de seres humanos que vivían bajo la conducción, más o menos discernida, pero sin embargo real, de Satanás. En esa «ciudad», punto de partida del «mundo», el hombre encontrará lo que probablemente despierte los deseos de su corazón natural –que es en realidad lo que está «en el mundo» de acuerdo con 1 Juan 2:16– así como para hacerle olvidar por un tiempo la triste condición en la que el pecado le ha colocado. Caín le pone a esta ciudad el nombre de su hijo Enoc (Gén. 4:17), y los hombres han actuado después según el mismo principio, dando testimonio de su independencia de Dios: «Su pensamiento interior es que sus casas duran para siempre, y sus moradas de generación en generación; llaman a las tierras por su propio nombre» (Sal. 49:11). Entonces Jubal introdujo en esa ciudad la música (Gén. 4:21) y más generalmente las artes, para alegrar el espíritu del hombre y acallar la voz de la conciencia en él. Puede que no haya nada malo en ello en sí mismo; el peligro es que esté tan ocupado y tan alimentado que el corazón se aleje de Dios y de su palabra. En este mundo, también el trabajo tiene su lugar, pero no es exactamente al que se refiere Génesis 3:17-19; «artífice de toda obra de bronce y de hierro» (Gén. 4:22), están ahí, así como «el arpa y la flauta» (v. 21). Otro rasgo aún que lo caracteriza: mientras Dios estableció cierto orden en la creación, el hombre lo derriba en su «sistema»; por ejemplo, «Lamec tomó… dos mujeres» (Gén. 4:19). Finalmente, mientras Dios ha hablado, el hombre pretende poner su propia palabra por encima de la de su Creador: «Y dijo Lamec a sus mujeres: Ada y Zila, oíd mi voz; mujeres de Lamec, escuchad mi dicho: Que un varón mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo será» (Gén. 4:23-24 –comparad con lo que Dios dijo en Gén. 4:15).

Así que tenemos, en este capítulo 4 del Génesis, un cuadro casi completo, presentado inmediatamente después de la caída, del mundo y de los principios que lo gobiernan: el odio a su semejante, a su hermano, y especialmente el odio religioso; la independencia de Dios; los placeres y las obras que ocupan al hombre de tal manera que ya no tiene tiempo de pensar en Dios, de escuchar su palabra, aunque tenga algún deseo de ella; el derrocamiento del orden establecido; la palabra del hombre puesta por encima de la de Dios.

1.3 - El mundo opuesto a Dios rechazó a Dios en la persona de su Hijo

Fue en un mundo así que Cristo vino. Y su misma presencia manifestó plenamente su verdadero carácter: el mundo se opone a Dios, en el fondo no quiere de Él y lo ha rechazado en la persona de su Hijo. Como el primer hombre hizo en el jardín del Edén, el mundo ha escuchado la voz de la serpiente; así, después del rechazo de Cristo, Satanás es declarado el «príncipe de este mundo»: en el Evangelio según Juan, tres veces el Señor lo designa como tal (12:31; 14:30; 16:11). En la persona de su Hijo, Dios es rechazado por el mundo, y por otro lado, el mundo es entonces puesto de lado por Dios; el Espíritu Santo, que bajó aquí como Persona divina, es la demostración de este doble hecho (Juan 16:8-11). Dios ya no se ocupa del mundo como «sistema»: el mundo es juzgado; moral y judicialmente, terminó en la cruz de Cristo. Y si se predica el evangelio no es, en contra de lo que muchos piensan, para mejorar y cristianizar el mundo, sino para salvar a los pecadores y retirarlos del mundo: la cruz de Cristo es, en primer lugar, lo que nos separa del mundo (cf. Gál. 1:4; 6:14-15).

1.4 - La oposición entre el Padre y el mundo

En los escritos de Juan, «el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre» da a conocer a Dios, ver al Padre (Juan 1:18; 14:9) y hay una oposición completa entre el Padre y el mundo: «Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no procede del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:15-16). Así que entendemos que, más que cualquier otro, el Evangelio según Juan nos habla tanto del Padre como del mundo.

1.5 - El Hijo de Dios venido al mundo

Este evangelio presenta al Hijo de Dios que vino al mundo, que vino a dar a conocer al Dios que nadie ha visto. Una expresión de lo que es Dios, Él es «el Verbo», el Verbo que estaba «en el principio», una afirmación de su existencia eterna, que estaba «con Dios», por lo tanto, una Persona distinta, que «era Dios»; por lo tanto, Él mismo. Del mundo (esta vez la escena de este mundo) Él es el Creador todopoderoso: «Todas las cosas fueron hechas por él (el Verbo –Cristo), y sin él nada de lo creado fue hecho». «El mundo fue hecho por él» y, cuando vino al mundo, «el mundo no lo conoció» (aquí los hombres de este mundo). Esta declaración es hecha desde el principio del Evangelio. Sin embargo, es a este mundo lejos de Dios, y para la salvación del mundo, que Jesús es presentado en el cuarto Evangelio. Viene como un don de Dios y porque Dios amó al mundo: «Porque Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que todo aquel que cree en él, no perezca, mas tenga vida eterna» (véase Juan 1:1-18 y 3:16).

1.6 - El mundo donde reina el pecado

Lo que caracteriza a este mundo, en primer lugar, es el pecado que reina en él. Entró por la desobediencia del primer hombre, Adán, y Juan escribe en su Primera Epístola: «El mundo entero yace en el maligno» (Rom. 5:12; 1 Juan 5:19). En relación con este hecho, Jesús es aclamado por Juan el Bautista como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). Este es su carácter, y esto sin que sea cuestión aquí del momento en que esto se realizará de forma completa y total. El Cordero de Dios será sacrificado y, en virtud de su sacrificio expiatorio, se quitará el pecado del mundo.

1.7 - Un mundo perdido

Otro rasgo del mundo, consecuencia del primero, es que está perdido. Por lo tanto, los hombres de este mundo necesitan un Salvador, y los que lo reciben como tal, pueden decir: «Nosotros mismos le hemos oído y sabemos que este es verdaderamente el Cristo, el Salvador del mundo» (Juan 4:42). Los samaritanos, que pronunciaron estas palabras, no tenían parte en las promesas hechas a los judíos, así que el hecho de que el Señor ejerciera entre ellos un ministerio de gracia era una prueba de que la salvación que traía se ofrecía al mundo entero, un mundo perdido. Esto es lo que Juan también enseña en su Primera Epístola: «Él (Jesucristo) es la propiciación por nuestros pecados; y no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» –«El Padre envió al Hijo como Salvador del mundo» (1 Juan 2:2; 4:14). Esta salvación es ofrecida al mundo entero, pero solo es la parte de «todo aquel que cree» (Juan 3:16 y 36; Hec. 13:39).

1.8 - El mundo, una escena de muerte

Pero aún así, moralmente, el mundo es una escena de muerte (comp. Rom. 5:12); los hombres de este mundo están muertos en sus «delitos y pecados» (Efe. 2:1). Así pues, es Cristo, el pan de vida que descendió del cielo, el que se presenta y da vida al mundo (Juan 6:33). A él debemos venir; él es el «pan» que debemos “comer”, lo que implica su muerte, ya que sin su muerte no podría ser «comido» (no se come un ser vivo) y su muerte era necesaria para que tuviéramos vida. Todas estas expresiones tienen un significado espiritual, como dice el mismo Señor: «Las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida» (v. 63). Es su muerte la que debemos apropiarnos y hacer de ella su alimento, para tener vida: «Yo –dice él– soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne que doy por la vida del mundo» (v. 51). Para la «vida del mundo» tuvo que venir aquí en la tierra y morir en la cruz.

1.9 - El odio del mundo

Viniendo a una escena de pecado y entre hombres pecadores, perdidos y moralmente muertos, ¿qué clase de bienvenida recibió el Señor? «El mundo no lo conoció» (Juan 1:10). Era un extranjero allí; aún más, era objeto del odio de este mundo porque daba testimonio de su verdadero estado. Así podía declarar a sus hermanos: «El mundo no puede odiaros a vosotros, pero a mí sí que me odia, porque yo testifico de él, que sus obras son malas», y más tarde diría a sus discípulos: «Si el mundo os odia, sabed que me odió a mí antes que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como a cosa suya; pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido del mundo, por esto os odia el mundo» (Juan 7:7; 15:18-19).

1.10 - La luz del mundo: el Señor, luego los creyentes

Cegado, este mundo no «ve» a Aquel que vino a quitarle el pecado, a asegurarle la salvación, a darle la vida; está sumido en las más profundas tinieblas morales, sin discernir en Jesús a Aquel que es «la luz del mundo». «Yo», dijo, «soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». También dirá: «Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo» (Juan 8:12; 9:5). Vino a este mundo como la luz, para manifestar lo que hay en el corazón del hombre, pero también para dar vida, porque «la vida era la luz de los hombres» (Juan 1:4). Rechazado por este mundo, crucificado, él ya no es «la luz del mundo»; él es la luz de los creyentes solamente, y ellos están llamados a enfrentar la responsabilidad que les corresponde como «la luz del mundo» (Mat. 5:14). Pueden hacer esto solo en la medida en que prácticamente se dan cuenta de que son «luz en el Señor» (Efe. 5:8).

1.11 - El juicio del mundo ha sido pronunciado, pero su ejecución diferida

El mundo ha manifestado toda su hostilidad contra el Hijo, el enviado del Padre; ha rechazado el testimonio del Padre sobre su Hijo. Entonces, como en una última llamada, se escucha la voz del Padre, proclamando la satisfacción que ha encontrado en su Hijo y la gloria de esta excelente Persona: «Ya lo he glorificado, y otra vez lo glorificaré» (Juan 12:28). Jesús fue glorificado en la tumba de Lázaro (Juan 11:4, 40); será glorificado en su propia resurrección (Rom. 6:4). «Esta voz no se ha oído por mi causa, sino por la vuestra», dijo el Señor a las multitudes (Juan 12:30). La presentación del Hijo al mundo fue completa, pero el mundo se niega a aceptar el testimonio del Padre sobre su Hijo, así que todo lo que le queda es el juicio: «Ahora es el juicio de este mundo» (Juan 12:31). Al rechazar a Cristo, el mundo se condenaba a sí mismo. La sentencia se ejecutará más tarde, pero ya está pronunciada. ¡Qué locura, por lo tanto, tratar de mejorar este mundo! Mientras se espera que el juicio se lleve a cabo, Dios hace anunciar su evangelio en él para retirar a todos los que lo acepten, volviéndose a Cristo para ser salvos (comp. Gál. 1:4). Debido a que el juicio es «Su extraña obra… su extraña operación» (Is. 28:21), el Señor declara que no vino al mundo para juzgarlo, sino para salvarlo: «No vine al mundo para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo» (Juan 12:47 –comp. Juan 3:17 que nos dice que Dios envió a su Hijo para salvar y no para juzgar al mundo). El Hijo de Dios rechazado y crucificado, el mundo sigue siendo culpable de este crimen y es el motivo de su juicio, pronunciado en realidad en la cruz y cuya ejecución se aplaza mientras dure el día de gracia, durante el cual se ofrece la salvación a «todo aquel que cree».

1.12 - El Señor deja el mundo

De ahora en adelante, el Señor ha terminado con su pueblo y con el mundo. Está hablando solo a sus discípulos, los «suyos», a quienes dejará en este mundo enemigo cuando, para él, «había llegado su hora para pasar de este mundo al Padre» (Juan 13:1). El mundo no lo verá más, pero sus redimidos, recibiendo de él su vida, vida de resurrección, podrán verlo y disfrutar de su persona: «Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Juan 14:19 –véase también v. 22-23). Este mundo se ha vuelto hacia otro jefe, el usurpador, aquel de quien Jesús pudo decir a los suyos: «Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí» (14:30).

Después de su muerte, de su resurrección y de su ascensión gloriosa, Jesús envió al Consolador, «el Espíritu de verdad, que procede del Padre», y su presencia en la tierra es una convicción, para el mundo, de pecado, de justicia y de juicio: «De pecado, porque no creen en mí; de justicia, porque me voy al Padre, y ya no me veréis; de juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado» (Juan 15:26; 16:7-11).

1.13 - Los creyentes tienen tribulaciones en el mundo

En este mundo en el que ahora tienen que caminar, los suyos se encuentran con tribulaciones, precisamente porque este mundo es un lugar donde reinan el pecado y la muerte, una escena de tinieblas morales, el dominio de Satanás. Los asuntos del mundo están organizados según principios totalmente opuestos a Dios, pero los redimidos de Jesús no tienen nada que temer; ¿no les dijo: «En el mundo tendréis tribulación; pero tened ánimo, yo he vencido al mundo»? (Juan 16:33). Podemos así ir en paz, somos guardados y sostenidos por el gran Vencedor, el que ha triunfado sobre el mundo y sobre su príncipe. Si este mundo está regido por principios opuestos a Dios, Él, desde el principio hasta el final de su carrera aquí en la tierra, ha actuado siempre en obediencia a la voluntad de su Dios y Padre, en su completa dependencia; tal ha sido la regla constante de su acción y la ha hecho triunfar sobre todos los principios del mundo. En este sentido, Él venció «al mundo». Nos llama a seguirle por el mismo camino, viviendo de la misma vida; así iremos llenos de coraje y energía y, en este mundo, seremos vencedores.

1.14 - Dados del mundo, no son del mundo

También podemos ir sin miedo, porque somos los que su Padre le había dado, los «hombres que me has dado del mundo», dijo (Juan 17:6). De este mundo culpable y ya juzgado, su gracia ha retirado a todos aquellos que el Padre le ha dado: «Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá; y al que viene a mí, de ninguna manera lo echaré fuera» (Juan 6:37-39). Estos todavía están en el mundo, pero «dados del mundo» y tomados del mundo; no son «del mundo». Es por ellos que el Señor ora a su Padre; no hace “ninguna petición para el mundo” sino solo para aquellos que el Padre le ha dado, y de ellos dice: «no son del mundo, como yo no soy del mundo» (Juan 17:6, 9, 11, 14-16).

1.15 - El mundo no ha conocido, pero un día conocerá

«El mundo no te conoció», le dijo Jesús a su Padre (Juan 17:25). El mundo no conocía al Hijo más de lo que conocía al Padre, y no podía conocer al Padre porque no conocía al Hijo, que vino a revelarlo (Juan 1:10, 18; 14:9-10; 17:25). Más tarde, el mundo conocerá… Sabrá que el Padre envió al Hijo y que nos ha amado, a sus redimidos, con el mismo amor con el que ama a su Hijo (Juan 17:23).

1.16 - Caminar por el mundo como no estando en él

Hemos recordado, a grandes rasgos, lo que el Evangelio según Juan, el Evangelio del Hijo de Dios, nos enseña sobre el mundo. Que la meditación de estos diferentes pasajes nos lleve a una mejor comprensión del verdadero carácter del mundo en el que tenemos que caminar, a vivir en él en una santa separación, apegados a Aquel que vino en gracia, que caminó en él pero pudo decir en verdad: «Yo no soy del mundo». Que podamos manifestar, en primer lugar, en nuestros corazones, en nuestro caminar práctico también, que no somos del mundo, ¡como Él no era del mundo!

2 - «No son del mundo» –Juan 17:14, 16

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1974, página 3

2.1 - El mundo de Caín

Los caracteres del mundo son siempre los mismos, no han cambiado desde que el pecado entró en él. No pasó mucho tiempo, después de que el hombre fuera expulsado del jardín del Edén, para que la violencia y la corrupción se manifestaran. La violencia: Caín se irritó contra Abel, su hermano, cuya ofrenda fue aceptada por Jehová mientras que la suya no lo era, y no podía serlo; se levantó contra su hermano y lo mató (Gén. 4:3-8). La corrupción: El pensamiento de Dios era que el hombre solo tuviera una esposa –«No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (Gén. 2:18)– pero «Lamec tomó… dos mujeres» y a esta corrupción añadió la violencia: «Y dijo Lamec a sus mujeres: Ada y Zila, oíd mi voz; mujeres de Lamec, escuchad mi dicho: Que un varón mataré por mi herida, y un joven por mi golpe. Si siete veces será vengado Caín, Lamec en verdad setenta veces siete lo será» (Gén. 4:19, 23-24). En «el mundo de entonces», que «pereció anegado en agua» (2 Pe. 3:6), la violencia y la corrupción habían crecido hasta tal punto que leemos en el capítulo 6 del Génesis: «Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia» (v. 11-12). Así es en el mundo de hoy, es decir, en ese período de tiempo que comenzó después del diluvio y terminará cuando se cumpla 2 Pedro 3:7: «Pero los cielos y la tierra de ahora, por la misma palabra son reservados para el fuego, guardados para el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos». Este período se denomina en el libro del Génesis como «Mientras la tierra permanezca» 8:22).

2.2 - Corrupción y violencia: aquellos que son la excepción

Apenas podemos imaginar cómo debió ser «el mundo de entonces», el grado en que la corrupción y la violencia llegaron allí, un grado que ciertamente es muy importante, ya que está escrito: «Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal». Jehová se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, y se afligió en su corazón. Y Jehová dijo: «Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado…» (Gén. 6:5-7). ¿Pensamos en cómo debía ser la vida de los que querían caminar fielmente, la lucha que tenían que librar por ello? Habían al menos dos, cuyos nombres se dan en la Palabra y de los que se da un testimonio muy bello: «Enoc… caminó Enoc con Dios… trescientos años» (Gén. 5:21-24); «Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé» (Gén. 6:9). Aquí hay dos hombres, Enoc y Noé, que «caminaban con Dios». Antes de que tuviera lugar el diluvio, «Enoc fue trasladado para que no viese la muerte» (Hebr. 11:5 –comp. Gén. 5:24)– figura de los creyentes que serán arrebatados antes de la ejecución de los juicios que tendrán lugar en este mundo y que están profetizados en la Escritura. Mientras Noé estaba todavía en la tierra en el momento en que Jehová decidió la destrucción del «mundo de entonces»; pero «Noé halló gracia ante los ojos de Jehová» (Gén. 6:8). Así que Jehová pudo decirle: «Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación» (ibid. 7:1). Tenemos con Noé un tipo de remanente fiel que será «salvado» (1 Pe. 3:20) mientras tendrá que atravesar el período del juicio.

Los tiempos actuales son muy difíciles. ¡Que el ejemplo de Enoc, así como el de Noé, en la conducta que fue la suya en días muy difíciles también, nos estimule y nos anime a la vez!

2.3 - El Señor viene pronto

La violencia, la corrupción, vemos estos dos caracteres del mal, manifestados desde el principio, que van en aumento. No hace falta una observación muy profunda para darse cuenta de todos los estallidos de violencia y del desarrollo de la corrupción. Entre los hombres de este mundo, aquellos que desean vivir pacífica y honestamente tienen miedo de ello. ¡Cuánto más los creyentes! Pero con esta diferencia, es que los creyentes vemos aquí una confirmación de lo que la Palabra nos enseña: la violencia y la corrupción aumentarán, alcanzando su punto máximo después del arrebatamiento de la Iglesia, durante el período de los juicios apocalípticos; la violencia, con la «bestia», y la corrupción, con «Babilonia» (Apoc. 13 y 18). Todo lo que está sucediendo ante nuestros ojos puede seguramente entristecernos profundamente, pero nos muestra que el regreso del Señor, para llevar a cabo la resurrección de los muertos y la transmutación de los vivos que creyeron, es inminente. Ciertamente, no son los acontecimientos externos los que nos dan esta certeza; tenemos para ello mucho más: las promesas del Señor, registradas en la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo que, habitando en el creyente y en la Iglesia, forma nuestros corazones para la espera y el retorno del Señor –el Espíritu Santo a quien la esposa se une para decir: «¡Ven!», el Señor respondiendo a este llamado: «Sí, vengo pronto» (Apoc. 22:16-17, 20). Pero los eventos externos son tales que podemos ver en ellos la preparación de lo que seguirá a la venida del Señor, y por lo tanto la confirmación de nuestra seguridad de que esta venida está cerca. Nuestra fe es pues fortalecida.

2.4 - La proximidad del regreso del Señor es un incentivo para difundir el evangelio

Hay un precioso estímulo para nosotros en los días malos. También debería llevarnos a invitar, de manera urgente, a las personas inconversas a aceptar el evangelio: la venida del Señor es para los creyentes la liberación total, es también la puerta cerrada para siempre para los incrédulos, para todos aquellos que se han negado o han descuidado responder a los llamados de la gracia. Entonces solo quedará para ellos el «fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles» (Mat. 25:41). Por lo tanto, debemos insistir con todos aquellos que no son salvos por la fe en Cristo y su obra redentora «¡Os rogamos por Cristo, reconciliaos con Dios!» (2 Cor. 5:20. Si alguno de nuestros lectores estuviera todavía en ese estado, estaríamos «rogando» por él.

2.5 - La proximidad del regreso del Señor es un incentivo para servirle y separarse del mundo

Por otra parte, en lo que a nosotros respecta, si el desarrollo del mal en el mundo no nos sorprende y nos muestra que se está preparando el cumplimiento de los acontecimientos proféticos, cuánto esto debería llevarnos a comprender, mucho mejor de lo que indudablemente hemos hecho hasta ahora, lo que el Señor ha dicho de los suyos a su Padre: «No son del mundo, como yo no soy del mundo» (Juan 17:14). Ciertamente, estamos «en el mundo»: tenemos que vivir en él, pero también tenemos que ser verdaderos testigos de Cristo, y este testimonio solo puede darse fielmente si mostramos en la práctica que estamos separados del mundo, que no somos «del mundo» como no lo era el Señor. ¿De qué lado estamos, prácticamente: con el Señor o con el mundo? ¡Qué peligroso es querer estar un poco a cada lado! No olvidemos que el Señor mismo dijo: «Nadie puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o querrá a uno y despreciará al otro» (Mat. 6:24).

2.6 - Los peligros de la mundanalidad civil o religiosa

El mundo está lleno de peligros para el creyente, sea cual sea su carácter: político, social o religioso. Cuidémonos de sus hábitos, de su forma de actuar, de las influencias que ejerce, y no olvidemos que nunca es tan peligroso como cuando está cubierto de bellas apariencias, especialmente una apariencia religiosa. Tengamos cuidado de evitar cualquier conformidad con el mundo, y con el mundo religioso en particular. Preguntémonos si no hemos permitido que ciertas cosas o hábitos del mundo, especialmente del mundo religioso, penetren en nuestras vidas, en nuestros hogares y quizás incluso en las iglesias. Si las diferentes denominaciones de la cristiandad pueden, en la ignorancia, permitirse tales hábitos o actividades que parecen buenas aparentemente, no es por eso que creyentes que desean ser fieles y son responsables de serlo, pueden imitarlas y actuar de la misma manera. Somos muy conscientes de que nos enfrentamos a un enemigo muy astuto, pero ¿no perdemos a menudo de vista esto, dejándonos atrapar por sus trampas y artificios? Así es como, la mayoría de las veces creyendo que estamos haciendo lo correcto, nos sucede que actuamos como el mundo religioso porque solo hemos visto una apariencia atractiva y no hemos sido capaces de discernir la realidad que cubre.

Sobre todo, cuidémonos de olvidar que este mundo sigue siendo culpable ante Dios de haber rechazado y crucificado a su Hijo, y que por este crimen ya ha sido juzgado. Dirigiéndose a los que le rodeaban, el Señor, mientras estaba en la tierra, ya anunció este juicio: «Ahora es el juicio de este mundo» (Juan 12:31), un juicio que está a punto de ser ejecutado. Por lo tanto, ¡qué responsabilidad para un creyente atarse al mundo, asociarse con él de una manera u otra!

Las influencias del mundo son dañinas, perniciosas; ellas lo son para cada uno de nosotros, también lo son para nuestros hijos. ¡Cuán vulnerables son y cuán necesario es pensar en ellos, en estos días más que nunca, cuando se ejercen sobre ellos influencias malignas mucho más que en tiempos pasados! No creamos que su salvaguarda está en el uso de los medios que emplea la cristiandad, ¡medios que los que los usan los reconocen inoperantes! –Que los padres piensen, aún más que en el pasado, en sus responsabilidades hacia sus hijos; que las «repitan» –para usar la expresión en Deuteronomio 6:7– las enseñanzas de la Palabra y sean ejemplos vivientes para ellos, guiándolos en el camino verdadero y actuando sabiamente para sostener la enseñanza de la Escritura con firmeza, sin por ello desalentar y descorazonar las almas jóvenes. Sobre todo, que los padres, así como las iglesias, oren mucho por los pequeños, pidiendo a Dios que ponga una cerca «alrededor a él y a su casa» (véase Job 1:10) y que ¡los preserve de las malas influencias del mundo! Solo Dios tiene el poder de guardarlos.

2.7 - Ser conscientes de los peligros del mundo y de los recursos divinos

Sentimos, de una manera muy especial, cuán necesario es que cada uno de nosotros tenga una conciencia más clara de los peligros que hay en el mundo, de su espíritu, para que podamos darnos cuenta prácticamente de que no somos del mundo. Por una parte, ejercitémonos profundamente en este sentido; por otra parte, contemos con la fidelidad de Dios, una fidelidad que es «de generación en generación» (Sal. 119:90): se ha desarrollado hacia las generaciones que nos precedieron, se ha desarrollado y sigue desarrollándose hacia nosotros, también se desarrollará, sin duda, hacia las generaciones que nos siguen, si todavía hay días en la tierra. Ciertamente los peligros son mucho más grandes que en el pasado, pero el poder y el amor de Dios son infinitos. Que nuestra confianza permanezca íntegra, en medio de los serios ejercicios que deben ser nuestros para realizar la palabra del Señor a su Padre sobre los suyos: «No son del mundo, como yo no soy del mundo».

2.8 - Estar unido al Señor de corazón

El secreto para esto, es un real y profundo apego de nuestros corazones a «Señor Jesucristo; quien se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo, según la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Gál. 1:3-5). Una separación exterior solo tiene valor a los ojos de Dios que si se realiza primero interiormente; ella es fácil para un corazón que ama verdaderamente al Señor y manifiesta este amor como debe ser, es decir, mediante la obediencia a la Palabra (comp. Juan 14:21, 23).

Que podamos, en la venida del Señor, ser encontrados separados del mundo y no asociados a él y, como una vez hizo Enoc, recibir antes del arrebato el «testimonio de haber agradado a Dios» (Hebr. 11:5).

Poderoso Salvador, que solo eres nuestra vida,
Bendice a tus santos, extranjeros en la tierra.
En ti, Jesús, nuestra alma se confía:
¡Que tu amor guíe todos nuestros pasos!

(Traducción del cántico 53, 1 en francés).