Fe y circunstancias
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Las líneas que siguen tienen por objeto contestar la pregunta siguiente, hecha por un creyente:
“La Palabra nos exhorta a andar por la fe. Deseo seguir tal o cual camino, persuadido de que el Señor me llama en él, y me dará fuerzas para ir adelante. Pero se me dice: Espere usted que las circunstancias estén dirigidas de tal manera que quede bien establecido que es verdaderamente el camino que usted debe seguir. Entonces, ya no comprendo. ¿Han de conducirme las circunstancias o la vida de la fe? Desearía aclaraciones”.
Un creyente que vive junto al Señor, caminando en su temor, gozando de su comunión de un modo usual, tendrá el discernimiento de Su voluntad: «¿Quién es el hombre que teme a Jehová? Él le enseñará el camino que ha de escoger… La comunión íntima de Jehová es con los que le temen» (Sal. 25:12-14, RVA; véase Prov. 28:5). Vivirá de fe, teniendo a Cristo como único objeto. Irá adelante sin temor, siéndole claro el camino y no necesitando circunstancias para dirigirle.
¿Caminamos nosotros siempre de ese modo? ¡Ay de nosotros! Tenemos que humillarnos de nuestra poca inteligencia espiritual, de nuestra falta de discernimiento. El Señor nos dice como se lo había dicho a David: «Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos…» (Sal. 32:8). Pero, ¿no es nuestro oído muy poco dado a oír la instrucción, la enseñanza y el consejo? Nuestras circunstancias son entonces uno de los medios que Dios emplea para dirigirnos. Sigamos leyendo el Salmo: «No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento… que han de ser sujetados con cabestro y con freno» (Sal. 32:9 - RVR1909). Las circunstancias son, algunas veces, para nosotros, como la rienda y el freno lo son para el caballo y el mulo: pueden servir para dirigirnos cuando no tenemos la inteligencia necesaria para “ver” el camino.
Tomemos el ejemplo de un siervo de Dios obligado a ir, en el mismo instante, a dos localidades diferentes. Si vive cerca del Señor, ve su camino claro delante de sí; si no, no sabrá qué hacer y esperará que el Señor disponga las circunstancias para conducirle ahí donde desea que vaya. ¡Qué cuidado hay que tener, entonces, de no “forzar” las circunstancias! Nos llevaría a hacer nuestra propia voluntad, pensando cumplir la de Dios.
Hay entonces que esperar, muy a menudo, a que Dios nos dé una dirección muy clara –por medio de las circunstancias o por cualquier otro medio que Él encuentre apropiado– porque no vivimos bastante en la comunión del Señor. No deberíamos tener necesidad de las circunstancias para dirigirnos. Pero, ¿quién puede decir que no nos sean necesarias, en muchos casos, para ver el camino?
Puede parecemos, algunas veces, que tomamos un camino que sea según Dios y en él que lo podamos servir. Hay dificultades, pero nos parecen permitidas para ejercitar nuestra fe; ¿no nos equivocamos algunas veces? Dios puede entonces actuar, por medio de las circunstancias para pararnos y para conducirnos en el camino que Él eligió.
El ejemplo del apóstol Pablo, en el capítulo 16 del libro de los Hechos ilustra este pensamiento:
1. La puerta de Asia le está cerrada: «Habiéndoles impedido el Espíritu Santo que predicasen la Palabra en Asia» (v. 6).
El fin que perseguía Pablo era, según Dios: anunciar la Palabra. Pero, no era en Asia que Dios quería emplearlo en ese momento.
2. La puerta de Bitinia le estaba igualmente cerrada: «Intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió» (v. 7).
Pablo hubiese podido decir: Me siento llamado a ir a Bitinia. Y sin duda alguna, ese fue su pensamiento. Pero Dios lo detiene.
3. Fue entonces cuando oyó la voz de Dios: «Pasa a Macedonia» (véase Hec. 16:9-12).
Puede ser también que sea Satanás que obre por medio de las circunstancias. Así lo hizo en la vida del apóstol, para impedirle que vaya allá donde la obra de Dios le llamaba: «Porque deseábamos ir a veros, yo mismo, Pablo, una y otra vez, pero Satanás nos lo impidió» (1 Tes. 2:18).
Pero, en el fondo, era Dios que dirigía las circunstancias. El enemigo hizo también ahí una «obra falsa» (Prov. 11:18). Dios lo había permitido –pues Satanás obra con un creyente solamente por voluntad de Dios– que Pablo fuese imposibilitado para ir a Tesalónica, de modo que escribió a esta asamblea una carta inspirada que nos fue conservada, y que sirvió para la instrucción y edificación de generaciones de creyentes.
Revista «Vida cristiana», año 1953. N° 1