El camino de la fe


person Autor: Christian BRIEM 26

flag Tema: La vida de la fe


Gottes kostbare Gedanken, p. 51-62

Los ministerios de los apóstoles Pedro y Pablo eran muy diferentes. Pedro fue testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria (1 Pe. 5:1). Pablo fue testigo de la gloria (Hec. 22:14-15) y partícipe de los sufrimientos de Cristo (Col. 1:24; Fil. 3:10). El gran tema del apóstol Pablo son los lugares celestiales, el tema dominante del apóstol Pedro es el desierto. La fe es necesaria para habitar en los lugares celestiales, del mismo modo que es necesaria para caminar por el desierto. Es en este segundo punto en el que queremos centrarnos.

1 - Guardados por el poder de Dios (1 Pe. 1:5)

Es gratificante observar que Dios, en su Palabra, siempre nos muestra primero el propósito glorioso, antes de ocuparnos del camino que conduce a él. Un vistazo al Salmo 84 nos lo dice. Sus 4 primeros versículos nos muestran las moradas de Jehová, y luego, a partir del versículo 5, los caminos que conducen a ellas. En su discurso de despedida, el Señor Jesús habló primero de la Casa de su Padre (Juan 14:2) y luego del camino de los discípulos por el mundo. Cuando Pedro escribió su Primera Epístola, el Espíritu de Dios también le llevó a hablar primero de la heredad que nos está reservada en el cielo (1:4), y luego del camino que conduce a ella –un camino lleno de peligros y pruebas.

No basta con que la heredad esté conservada para nosotros allá arriba, a salvo de todo mal. También nosotros tenemos que ser guardados en nuestro camino, y el apóstol dice que esto se hace «por el poder de Dios mediante la fe» (1:5). Solo podemos ser guardados por (o en) el poder de Dios. Esto muestra claramente lo poderosos que son nuestros enemigos y lo peligrosos que son sus ataques contra nosotros. No podemos guardarnos a nosotros mismos, como tampoco pudimos salvarnos del poder de las tinieblas (Col. 1:13).

Con qué rapidez nos equivocaríamos de camino, qué inesperadamente nos abatiría el enemigo, si el poder de Dios no actuara constantemente para defendernos y preservarnos. Debemos ser conscientes de que hay alguien que solo viene «a hurtar, matar y destruir» –un ladrón, un lobo, que «arrebata y dispersa» (Juan 10:10, 12). En la maravillosa oración a su Padre, el Señor Jesús dijo de sus discípulos: «Mientras yo estaba con ellos, los guardaba en tu nombre» (Juan 17:12), y pidió: «Padre Santo… guárdalos en tu nombre» (17:11). La respuesta a esta oración es la gran constatación de que estamos «guardados por el poder de Dios mediante la fe para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo postrero» (1 Pe. 1:5).

2 - Guardados por la fe (1 Pe. 1:5)

La seguridad dada en 1 Pedro 1, contiene otro elemento que nos dice cómo nos preserva Dios: «mediante la fe». Nos preserva moralmente, no cambiando las circunstancias, sino cambiándonos a nosotros. Él fortalece la fe en las circunstancias difíciles de nuestras vidas, para que podamos estar más cerca de él y soportar las pruebas con su fuerza, y perseverar en ellas. Siempre podemos contar con todo el poder de Dios que se manifiesta en el apoyo de nuestra fe.

En estos versículos se habla mucho de la fe: en el versículo 5 encontramos el ejercicio de la fe, en el versículo 7 la conservación de la fe, y en el versículo 9 la culminación (el fin) de la fe. Detengámonos un momento en el primer punto para pensar primero en las condiciones del ejercicio de la fe y luego en las conclusiones que debemos sacar de él.

La fe se beneficia de lo que Dios da; se alimenta de lo que Dios revela sobre sí mismo. En el pasado, Dios daba maná del cielo, día tras día, a su pueblo en la tierra, pero los israelitas tenían que recogerlo. Aún hoy, el creyente recoge lo que Dios le da día tras día para fortalecerlo. Esto es sumamente importante, porque antes de que la fe pueda ejercerse, debe estar alimentada dentro de nosotros. Si descuidamos recoger el maná cada día, la fuerza de nuestra fe se debilita rápidamente. El maná que comimos ayer no es suficiente para hoy. Lo que fluyó con fuerza de la Palabra de Dios a nuestros corazones en el pasado no puede darnos fuerza para los problemas de hoy. A menudo pensamos eso, pero no es cierto. Los pasajes de la Escritura en los que nos apoyamos hoy pueden ser los mismos que ayer, pero tenemos que dejar que nos hablen de nuevo.

Sin fe, no tenemos nada. Del mismo modo, sin fe no es posible agradar a Dios (Hebr. 11:6). Si la fe no es el motor de nuestras vidas, entonces el mundo lo es. Pero el camino del mundo no es el camino «para la salvación preparada para ser revelada en el tiempo postrero» (1 Pe. 1:5). Dios nos guarda en vista de ese momento maravilloso, pero lo hace en su poder «por fe». No podemos decir: “Seré salvo, ciertamente alcanzaré la meta. Por lo tanto, no importa qué tipo de vida lleve en la tierra”. Tal pensamiento (incrédulo, innoble incluso) no se encuentra en ninguna parte de la Palabra de Dios.

Pero, ¿no está hoy muy extendida esta actitud abominable? Otro apóstol, el apóstol Pablo, describe así el principio de la vida cristiana: «Porque andamos por fe, no por vista» (2 Cor. 5:7). Hoy en día casi parece que, a la vista de nuestro comportamiento práctico, deberíamos invertir la frase: “Caminamos por la vista, no por la fe”. Sin embargo, Dios nunca abandonará su intención de conducirnos moralmente por el camino del desierto, es decir, de guiarnos de tal manera que necesitemos la fe para que las virtudes interiores sean necesarias. Y si nuestra fe debiera derrumbarse, podemos pensar en el caso del autor (Pedro) de nuestra Epístola. ¿Qué dijo una vez el Salvador ante la inminente negación de su discípulo? «Pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca» (Lucas 22:32). ¡Una gracia maravillosa con la que también nosotros podemos contar! Hoy, nuestro Señor está en el cielo y vive allí todo el tiempo para intervenir en nuestro favor (Hebr. 7:25). Llegaremos a la meta, Dios nos mantendrá en su poder, pero será por la fe.

3 - La prueba de nuestra fe

En el versículo 6 de nuestro capítulo, aparece una extraña combinación: «En lo cual os alegráis, aunque por poco tiempo tengáis que ser afligidos con diversas pruebas, si es necesario». ¿No es una combinación extraña y sorprendente? ¡«Os alegráis» + «tengáis que ser afligidos»! Pero también Pablo describe así su carrera y la de sus colaboradores: «… como entristecidos, pero siempre gozosos» (2 Cor. 6:10). Y lo especial es que no se trata de entristecerse en un momento y alegrarse en otro, sino de ambas cosas a la vez. Sí, experimentamos muchas cosas que nos entristecen y, sin embargo, al mismo tiempo, tenemos muchas cosas que nos alegran desde el fondo del corazón. Bajo nuestras lágrimas, a menudo se esconde un profundo gozo, y bajo nuestras preocupaciones, la alabanza de Dios. ¿No lo hemos experimentado más de una vez?

Esta Epístola describe la travesía de los creyentes por el desierto, y muestra cuáles son sus experiencias. No se les ve como seres angélicos que sobrevuelan todas las dificultades, sino como lo que en realidad son: personas débiles, que se equivocan con facilidad y que a menudo son un enigma para sí mismas.

Pero cuando Dios nos pone a prueba, le pone ciertos límites en su gracia: «por poco tiempo» y «si es necesario» (1:6). Ambas cosas están en sus manos. Es solo por un tiempo determinado, por «diez días» en Apocalipsis 2:10, y según Dios lo considere necesario para nosotros. No nos olvidemos de los 2, amados, sino más bien animémonos con este pensamiento: el gozo aumentará hasta llevarnos al gozo eterno; la angustia, en cambio, es solo por un tiempo, y acabará por completo.

Si son «diversas pruebas» las que Dios nos impone –tentaciones de índole física, intelectual y espiritual– recordemos también que él es el «Dios de toda gracia» (1 Pe. 5:10). No siempre nos quita las cargas y las dificultades, pero siempre tiene la gracia que necesitamos para afrontarlas. Una prueba particular de nuestra fe en estos días es que muchos de nuestros compañeros de viaje abandonan el camino de la Escritura que deseamos seguir. Dios lo permite. También se lo permitió a Pablo. Pero, ¿estaremos nosotros entre los que han hecho sus pruebas?

4 - El carácter precioso de la fe

Cuando el orfebre pone el metal precioso en el crisol, no lo hace porque piense que no es oro. No, es porque está convencido de que tiene oro delante de él por lo que lo echa en el crisol, para quitarle la escoria aún presente. ¿Qué fue quemado en el horno de Nabucodonosor, para los tres amigos de Daniel? Las cuerdas con las que habían sido atados, para que entonces pudieran caminar libremente en el fuego en compañía de Alguien «semejante a hijo de los dioses)» (Dan. 3:25).

Pedro sigue hablando de esto en el capítulo 1 de su Epístola: «Para que la prueba de vuestra fe, mucho más preciosa que el oro perecedero que es probado con el fuego, sea hallada para alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo» (1:7).

En total, en sus Cartas, Pedro habla de 7 cosas a las que añade el calificativo «preciosa». Los términos griegos para “precioso” están estrechamente relacionadas y proceden de la misma familia de palabras. La fe es preciosa, la prueba de la fe es muy preciosa, se dice que la sangre de Cristo es preciosa, al igual que las promesas. Se habla 2 veces de la piedra, que es preciosa. Y, por último, se dice que, para nosotros, los creyentes, esta piedra tiene valor, un carácter precioso (2:7), lo que significa que ya podemos reconocer y beneficiarnos del carácter precioso de Cristo antes de que venga de forma visible. Pero lo primero en la serie de menciones es la prueba de nuestra fe.

Dios, en su perfecta sabiduría, siempre sabe combinar 2 objetivos cuando nos pone a prueba. Por un lado, quiere liberarnos de los grilletes que nos impiden tener un conocimiento más profundo de él mismo. Por otro lado, quiere fortalecer nuestra fe y glorificarse en ella. Una fe probada por el fuego es una fe más fuerte, porque las pruebas nos llevan a una mayor intimidad con Dios, nuestro Padre. Por eso permite que su pueblo se enfrente a diversas dificultades. Incluso se sirve del diablo, como en el caso de Job, o de un ángel de Satanás, como en el caso de Pablo, o de algún «Nabucodonosor», para conseguir su objetivo con nosotros; ese objetivo es que caminemos más libremente, que brille más el oro de la fe auténtica.

En nuestra experiencia, nada nos familiariza más con Dios que las pruebas. A través de la Palabra de Dios aprendemos a conocer a Dios según nuestro entendimiento –una gracia de valor inestimable. Pero la intimidad profunda con él es mucho más una cuestión de experiencia práctica. Se consigue poniendo a prueba nuestra fe. ¿Cuándo necesitó el Señor la conocida fórmula «¡Abba, Padre!»? (Marcos 14:36). Solo en el huerto de Getsemaní, cuando, en su santa anticipación, sufría indeciblemente por lo que iba a sucederle en la cruz.

Aparte de que el camino de la prueba es siempre también el camino de la seguridad y de la preservación, Dios encuentra en ello algo muy precioso para él, según su estimación. El escritor de estas líneas se ha consolado a menudo con este pensamiento: Si confía en Dios ahora, en esta angustia, es muy precioso para él. “¡Qué bueno eres, oh Dios, para hacernos oír tales palabras en tu gracia y condescendencia, y hablar así a nuestros corazones!”.

5 - La recompensa de la fe

¡Pero eso no es todo! Cuando el Señor Jesús se manifestará en gloria, Dios hará que la fe que hemos demostrado en la tierra aparezca en «alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo» (1 Pe. 1:7). En aquel día, nuestro Salvador vendrá «para ser glorificado en sus santos y… admirado en todos los que creyeron» (2 Tes. 1:10).

Reflexionemos un momento en cómo tratará el Señor Jesús, en el día de su gloria, a tal o cual de sus siervos despreciados y menospreciados en la tierra, para glorificarse en ellos. ¿Le habrá sido fiel su siervo durante ese tiempo? ¿Sufrió a causa de Su nombre y padeció muchos insultos por permanecer fiel a la verdad de Dios? Lo presentará ante todos y lo alabará: «¡Bien, buen siervo… fuiste fiel!» ¡Qué no daríamos por oír un día ese «¡Bien!» de su boca! Nótese que no se dirá “tú que has triunfado”, sino «fuiste fiel». La gente alaba a los que pueden presumir de lo que ellos llaman éxito. Pero Cristo recompensará la fidelidad hacia él en la tierra. Y si hemos sufrido «con él» en la tierra, también seremos «glorificados con él», según Romanos 8:17. Las coronas que él concederá serán eternas, aptas para el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pe. 1:11).

Esto da a nuestra vida presente una profundidad y una importancia que ni siquiera podemos evaluar. No hay un solo día de nuestra vida que no tenga respuesta allí arriba. En cierto sentido, hoy estamos escribiendo nuestra vida en un libro. Un día oiremos cómo se leerán partes de él. Y todo será para gloria de Aquel que nos amó y se entregó por nosotros.