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Las bodas del Cordero y la preparación de la esposa
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«Y oí como la voz de una gran multitud, y como el sonido de muchas aguas, y como el sonido de fuertes truenos, diciendo: ¡Aleluya!, porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina. ¡Alegrémonos y regocijémonos, y démosle gloria! Porque han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado. Y a ella le fue dado ser vestida de lino fino, resplandeciente y puro; porque el lino fino son las acciones justas de los santos. Y me dijo: Escribe: ¡Dichosos los que han sido invitados al banquete de las bodas del Cordero! Y me dijo: Estas son verdaderas palabras de Dios» (Apoc. 19:6-9).
* Este pasaje no trata de la justicia de los santos, sino de las justicias. El Señor es nuestra justicia, «el cual nos fue hecho… justicia» (1 Cor. 1:30). Las justicias de los santos son los actos justos de los santos.
Dios ha dado a su Iglesia una esperanza viva, una esperanza que debe cumplirse de manera gloriosa porque está inseparablemente unida a la supremacía eterna de Dios. Es la esperanza de ser la esposa del Cordero –el único y supremo objeto de su amor en la creación de Dios, participando de su gloria como soberano universal. Dios no podría llamarnos a un destino más alto, un destino cuyo pensamiento conmueve profundamente el corazón. Sin embargo, si se comprende bien la verdad de esta esperanza, no exultaremos por el lugar elevado y glorioso que nos asigna, sino porque este gran acontecimiento será la manifestación del triunfo de la Divinidad sobre todas las fuerzas hostiles, y la realización de sus más altos consejos. Esto nos dará un gozo más verdadero, más profundo y más duradero que cualquier pensamiento de lo que ganaremos.
El cielo se llenará de gozo divino porque «el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina» y porque la supremacía de la Divinidad –conocida por nosotros como Padre, Hijo y Espíritu Santo– se manifestará en las bodas del Cordero. Sí, el pecado había degradado al género humano y lo había sumido en las tinieblas; y de las profundidades de esta muerte moral en la que yacen todos los hombres bajo el dominio del diablo, surgirá la esposa del Cordero, santificada y purificada, sin mancha ni arruga, gloriosa, santa e irreprochable, la compañera ideal del Hijo amado de Dios, y vestida de lino fino, brillante y puro: las justicias de los santos –un vestido producido en la tierra en un ambiente contaminado, pero adecuado para el cielo y para la esposa del Cordero.
Este será el triunfo de Dios. Será el triunfo del Padre, que había decidido en sus eternos consejos dar a su amado Hijo una esposa como eterna compañera. Será el triunfo del Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, porque verá “el fruto del trabajo de su alma cuando presente a su Iglesia –santa e irreprochable–, a la que amó y por la que se entregó. Será un triunfo para el Espíritu Santo que, como el siervo de Abraham condujo a Rebeca sana y salva a través del desierto hasta Isaac, conducirá a la Iglesia sana y salva desde este mundo hasta Cristo; el lino fino, brillante y puro, será el resultado de la respuesta al amor de Cristo manifestado por su poder, en los corazones y las vidas de los santos.
El diablo ha desplegado desde el principio, y sigue haciéndolo, su poder y su astucia para impedir que se cumpla este pensamiento central de los consejos de Dios, pero en vano. Se acerca el tiempo en que «oí como la voz de una gran multitud, y como el sonido de muchas aguas, y como el sonido de fuertes truenos» resonará, hasta los límites mismos de la gloria de Dios, el gran grito de alegría: «¡Aleluya!, porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina. ¡Alegrémonos y regocijémonos, y démosle gloria! Porque han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado».
Esta es la esperanza que tenemos ante nosotros. Hasta que no se realice, no podrán cumplirse los benditos propósitos de Dios para la tierra, pues todos dependen de que el Señor tome posesión de su herencia y reine como Rey universal; y no lo hará sin la Iglesia que, siendo su esposa, compartirá todas las cosas con él. Parece que esta esperanza no puede aplazarse mucho más, y ahora, para sus santos, los siguientes versículos deberían ser más dulces que nunca: «Vendré otra vez, y os tomaré conmigo» (Juan 14:3); «El Señor mismo, con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4:16-17). Así es como la Iglesia será arrebatada de la tierra, y entonces, en la Casa del Padre en lo alto, tendrán lugar las tan esperadas bodas. Pensar en ello alegra nuestros corazones y nos hace decir: «Amén; ¡ven, Señor Jesús!», en respuesta a sus palabras: «Sí, vengo pronto» (Apoc. 22:20).
1 - Cómo se confeccionará el vestido de lino fino
El plan de Dios es que, el día de las bodas, la esposa del Cordero esté vestida con un glorioso vestido de lino fino, brillante y puro, para que aparezca adornada con la justicia de los santos. Pero, ¿cómo se confeccionará tal vestidura? Sería inútil esperarlo del hombre en su condición natural; tampoco puede confeccionarse este lino brillante y puro por las exigencias de la Ley, porque el hombre es enemigo de Dios por naturaleza, y la prueba de los siglos ha demostrado ampliamente que toda su justicia no es más que un vestido manchado. Entonces, ¿cómo se hilarán los hilos de estas justicias, en qué telar se tejerán y qué dedos harán de ellos el traje nupcial?
Todo depende de la sabiduría, de la gracia y del poder de Dios. Para que la esposa del Cordero sea adornada según Sus pensamientos, él mismo debe crear el instrumento que producirá el vestido, de lo contrario nunca será confeccionado. Permítanme ilustrar mi punto. Para una ocasión especial, un hombre quiere hacer una prenda de diseño único y valor incalculable. Lo tiene pensado hasta el último detalle, pero no conoce ningún tejido en el mundo que cumpla sus requisitos, ni ningún telar que pueda producirlo. Para realizar su proyecto, primero tuvo que inventar un telar capaz de fabricar la tela que deseaba. Gracias a sus conocimientos de ingeniería, y tras mucho trabajo y gastos, su telar está terminado y, bajo su supervisión, se fabrica la tela deseada. Entonces se confecciona su vestido para su propio gozo y honor. Así, Dios debe obrar según su infinita sabiduría para que se cumpla su propósito respecto a la esposa del Cordero.
En primer lugar, tenemos el modelo perfecto de este vestido diseñado por Dios mismo en la vida de nuestro Señor Jesucristo en la tierra. Como hombre, todos sus pensamientos, palabras y obras eran como lino fino, brillante y puro, porque lo que hacía y sus motivos estaban plenamente en consonancia con el pensamiento de Dios. Por eso, cuando el Padre le mostró su aprobación en el monte santo, sus vestidos eran blancos como la luz, emblemas de la vida perfectamente santa –y justa en cada detalle– que había vivido ante Dios en un mundo pecador.
El designio de Dios era reproducir las gracias de aquella vida deliciosa en los hombres, aquí en la tierra: poner de manifiesto, en la vida práctica y cotidiana de sus santos, las excelencias morales que resplandecían en toda su perfección en Jesús. Pero para ello, Cristo tuvo que morir, pues «si el grano de trigo cayendo en tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). Así pues, Cristo murió por nosotros y, con su muerte, Dios condenó el pecado en la carne; se juzgó una carne que solo podía producir un vestido inmundo. Pero esta muerte engendró también una nueva raza de hombres, porque Cristo resucitó, y Dios nos dio vida con él a nosotros, que estábamos muertos en nuestros delitos y pecados; y así vivificados, tenemos una vida nueva y una naturaleza nueva; hemos sido creados en Cristo Jesús; somos hechura de Dios para producir las buenas obras preparadas de antemano.
Dios obró según su propia sabiduría y las riquezas de su gracia: «Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios había preparado antes para que anduviésemos en ellas» (Efe. 2:10).
Qué bendito pensamiento de Dios: nosotros, salvados por gracia, sin obras, somos ahora obra de sus manos, formados y modelados por él, creados en Cristo Jesús, para producir, a pesar del mundo, de la carne y del diablo, lino fino, brillante y puro: las justicias de los santos. Pero esto solo puede hacerse por el poder del Espíritu Santo que mora en el corazón. Ningún telar ha producido tela por sí mismo. El tejedor está delante del telar y trabaja la urdimbre y la trama, mientras que el telar teje la tela. Podemos aplicar aquí un versículo de Filipenses 2, relevante para nuestro tema: «Llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad» (v. 12-13). Es el Espíritu Santo quien lo hace; él, el gran y perfecto tejedor, obra todo lo necesario para que podamos producir, en obediencia y humildad de espíritu, lo que siempre será del agrado de Dios: lino fino, brillante y puro.
Que nadie diga: no soy lo bastante bueno, porque si somos hechura de Dios, estamos plenamente equipados para el fin para el que nos creó en Cristo Jesús. Es cierto que dentro de nosotros está la carne y el pecado que siempre trata de dominarnos, pero hay una manera de ser liberados de ello, y pronto aprenderemos los detalles de la misma si nuestro amor descansa en Cristo, y si los propósitos de Dios tienen su lugar legítimo en nuestros pensamientos; entonces, en la libertad cristiana, caminando en el Espíritu, el propósito de Dios en y a través de nosotros no será obstaculizado.
El lino fino, brillante y puro, no es siempre lo que parece grande y atractivo a los hombres. Un hombre prominente y popular puede predicar a miles y producir solo un vestido manchado, mientras que una mujer pobre, discreta, sola, trabajando para su familia o para ganarse la vida, demasiado tímida para hablar de Cristo a un vecino, puede producir lino fino en abundancia. El lino fino es una vida vivida bajo los ojos de Dios, con acciones juzgadas por sus motivos; es la reproducción por el Espíritu Santo de la vida de Jesús en los santos. Es servir a un amo poco amable con mansedumbre y temor; es responder con mansedumbre a la ira; es ser amable con los ingratos, soportando y perdonando; es amar a los santos y servirlos en nombre de Cristo; ser compasivo con los impíos porque Cristo murió por ellos; estar dispuesto a ocupar el lugar más bajo, y ocuparlo con gusto; sufrir si es necesario por la justicia y el nombre del Señor, con paciencia, sin quejarse –todo esto es lino fino, brillante y puro, y ni un hilo de este lino tejido en la vida de un santo se perderá jamás; es precioso e imperecedero, y conservado en el cielo para el gran día de las bodas.
La Iglesia ha sido puesta a prueba en su espera, ¿y cómo ha respondido? Tristemente, de hecho, si nos detenemos en su historia pública, pero hay otro lado más luminoso. El Espíritu Santo descendió para identificarse con la Iglesia en su peregrinación terrena, y no falló; tranquila y seguramente continuó con su obra a través de los siglos, produciendo en los santos una semejanza de Cristo, y obrando aquellas justicias en lugares apartados, entre los pobres y afligidos, que no dejaron constancia en los registros terrenales, pero cuyas vidas fueron un perfume para Dios y cuyas obras fueron moralmente grandes. En el día de las bodas, toda la obra de gracia del Espíritu en este sentido se verá en su plenitud; será un gran triunfo para Él.
2 - El gran centro del día de las bodas
Al hablar de la esposa del Cordero y de sus preparativos para el día de las bodas, debe tenerse presente que el Cordero es el gran objeto central de esta bendita fiesta. Son las bodas del Cordero. Y aunque la preparación de la esposa para ese día y el vestido que llevará se mencionan especialmente en ese pasaje y son el tema particular de este artículo, no debemos pensar que esto es lo que justifica su lugar en el cielo como esposa del Cordero. El Apocalipsis es el libro de la responsabilidad; todo lo que es bueno o malo, de Dios o del diablo, se ve en su finalidad. Lo que es bueno y de Dios se manifiesta como tal y ocupa el lugar que le está reservado, mientras que lo que es malo y del diablo va al lago de fuego. El vestido ocupa un lugar primordial en el Libro; muestra el carácter de quien lo lleva, revela lo que hay en la sede de la vida y manifiesta la naturaleza interior.
Fue el propio Cordero quien se ganó el título de tener a la Iglesia como su esposa en la gloria de Dios. Ganó este título descendiendo al juicio de la muerte. Allí fue probado su amor por ella, pero las grandes aguas no lo apagaron, ni las olas pudieron ahogarlo. En la cruz, él cerró la historia culpable de los que componen la Iglesia cargando con su juicio; su preciosa sangre expió para siempre todos sus pecados; su vida, como resucitado de entre los muertos, es la de ellos, una vida a la que ni el pecado ni la condenación pueden adherirse; son aceptados en él, el Amado, y aparecerán en la gloria de Dios en Su propia belleza. Todo esto lo ha hecho él, lo ha conseguido él; es siempre lo primero. Sin embargo, lo que hemos estado hablando es de infinita importancia, y la obra del Espíritu en los santos es también parte del gran propósito de Dios para la gloria de ese glorioso día venidero.