El intervalo entre la Estrella de la Mañana y el Sol de Justicia


person Autor: Edward DENNETT 48

flag Temas: El tribunal de Cristo Las bodas del Cordero El futuro y las profecías


1 - El tiempo entre los 2 acontecimientos

No se indica la duración del intervalo entre la Estrella de la Mañana y el Sol de Justicia cuando brilla con toda su fuerza. Así como podemos ver los hermosos rayos de la Estrella de la Mañana en el cielo cuando el sol se eleva sobre el horizonte, podríamos haber concluido de esta imagen que la gloria del Sol de Justicia seguiría inmediatamente al brillo de la Estrella de la Mañana. Pero este no es el caso. Es obvio que los 3 casos en que se utiliza el símbolo de la Estrella de la Mañana son para consolar y alentar a los santos de nuestro período, en una palabra, para consolar a los cristianos. La Escritura enseña que no serán abandonados en la tierra en el momento más oscuro de su historia; el Señor mismo se lo promete a Filadelfia: «Porque has guardado y perseverado en mi palabra, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre todo el mundo habitado, para probar a los que habitan sobre la tierra» (Apoc. 3:10).

Puesto que hay un espacio de tiempo entre estos 2 caracteres de Cristo, comprenderemos mejor el tema considerando lo que ocupará este intervalo de tiempo, al menos en lo que concierne a los creyentes. Tomemos la Primera Epístola a los Tesalonicenses; allí encontramos una enseñanza muy explícita. Aprendemos que estos creyentes se volvieron «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y para esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de entre los muertos», y el apóstol añade: «A Jesús quien nos libra de la ira venidera» (1:9-10). Nuestra interpretación de la última parte de este pasaje depende enteramente de lo que se entienda por la expresión «la ira venidera». ¿Qué significa? Según la explicación popular, significa “el infierno” (realmente la Gehena), el lago de fuego, que será el destino de todos aquellos cuyos nombres no figuren en el libro de la vida, cuando se establezca el gran trono blanco (Apoc. 20:15). Si bien es cierto que todos aquellos que han rechazado el testimonio de Dios en cualquier momento serán arrojados al lago de fuego, cuando miramos a 1 Tesalonicenses 5 vemos que la frase «la ira venidera» no indica este resultado final, sino más bien los juicios que en un día venidero serán derramados sobre este mundo –la ira asociada con la venida (aparición) del día del Señor. Es en relación con esto que el apóstol dice a los tesalonicenses: «Dios no nos ha destinado para la ira, sino para obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5:9). También debemos recordar que antes del Día del Señor, los juicios caerán sobre la tierra habitada apóstata, como se describe en el libro de Apocalipsis. Es de esta ira de Dios, revelada desde el cielo contra toda impiedad e iniquidad de los hombres, que Cristo libera a los suyos.

2 - ¿Cómo se efectúa la liberación?

Si ahora preguntamos cómo se llevará a cabo esta liberación, la respuesta se encuentra en el capítulo 4 de esta misma Epístola. Para corregir un malentendido de los tesalonicenses, el apóstol dice: «No queremos que ignoréis, hermanos, acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron en Jesús» (v. 13-14). Si Dios trae a sus santos con Jesús, es obvio que, de un modo u otro, deben estar con él antes de que regrese. Esto es precisamente lo que explica Pablo, que había recibido una revelación especial sobre el tema (habla «por palabra del Señor»). Dice: «Porque esto os lo decimos por palabra del Señor: Que nosotros los que vivimos, los que quedemos hasta el advenimiento del Señor, de ninguna manera precederemos a los que durmieron; porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor» (v. 15-17). La verdad es, pues, que antes del día del Señor y de los juicios que lo acompañan, los creyentes que componen la Iglesia en la tierra y los que han dormido serán arrebatados de la escena, arrebatados en las nubes para encontrarse con el Señor en el aire, siendo así liberados de la ira venidera y obteniendo la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. Tan grande es la ternura y el amor de nuestro Señor, que no permitirá que la Iglesia por la que murió sea expuesta a la ira venidera ni a la gran tribulación que precederá al día del Señor. Bendito sea su nombre por los siglos de los siglos. Amén.

Aun admitiendo las afirmaciones precedentes, algunos afirman que, si los santos son arrebatados para encontrarse con el Señor en el aire, como describe el apóstol, es para volver enseguida con él como el Sol de Justicia, cuando irrumpa a través de las nubes que han oscurecido la tierra. ¿Es aceptable esta alegación? No, porque no deja lugar para 3 acontecimientos que, en las Escrituras, siguen al arrebato de los santos antes de la aparición de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.

3 - El primero de estos acontecimientos: la introducción de los santos en la Casa del Padre

El primero de estos acontecimientos es la introducción de los santos en la Casa del Padre. Es verdad que en Juan 14, el Señor no tiene en mente el carácter de su venida, pero el objeto de esta venida está clara e indiscutiblemente presente. ¿Qué dice al respecto? «Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (v. 3). Solo esto podía satisfacer su corazón: que estuviéramos con él, y con él en la Casa del Padre; y ciertamente podemos añadir que nada menos hubiera podido convenir al Padre que concedérselo a los muchos hijos que destinó a la gloria por medio de Aquel que le glorificó en la tierra, y completó la obra que le había encomendado. Incluso podemos ir más allá: todo creyente ha sido traído por el Padre y entregado a Cristo. Hay, por tanto, plena comunión entre el Padre y el Hijo respecto a los suyos, y sin duda podemos ver la expresión de ello en el mensaje que el Señor dirige a los suyos por medio de María: «Vete a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, y a mi Dios y vuestro Dios» (Juan 20:17). Este es el lugar que Cristo nos ha adquirido según el consejo eterno del Padre para gloria de su Hijo amado. Si, pues, ahora comprendemos nuestra relación y lugar celestiales, asociados a Cristo, como hijos con él ante el Padre, solo puede ser con vistas a estar para siempre con él en la Casa del Padre. Qué gozo será entonces para el Señor introducir a los suyos en esa escena:

Donde esos profundos afectos,
que llenan el corazón del Padre
Encontrarán su satisfacción,
Y nosotros transmitiremos su alegría;
Donde, rodeando su trono
Diremos ¡Abba, Padre!,
En esa preciosa mansión
Preparada para aquel día”.

En un sentido aún más profundo, Cristo seguramente volverá a decir: «Aquí estoy con los hijos que Dios me ha dado» (Hebr. 2:13).

4 - El segundo acontecimiento: el tribunal de Cristo

El siguiente acontecimiento es el tribunal de Cristo. La evidencia de que tendrá lugar antes de la aparición de Cristo se da claramente en Apocalipsis 19, donde se dice que las huestes celestiales, que siguen a Cristo fuera del cielo, están «vestidos de lino fino, blanco y puro» (v. 14), el versículo 8 especificando que el lino fino, blanco y limpio, son «las acciones justas» de los santos. Ahora bien, esto sería imposible ante el tribunal de Cristo, porque es ante ese tribunal, donde todos debemos ser manifestados (2 Cor. 5:10), que recibiremos las cosas hechas en el cuerpo, según lo que hayamos hecho, sea bueno o malo. Cristo mismo es nuestra justicia ante Dios, de lo contrario no tendríamos derecho a estar en su presencia, pero la justicia de los santos no puede ser conocida o declarada hasta que las cosas hechas en nuestros cuerpos hayan sido examinadas y evaluadas de acuerdo con la estimación infalible de Cristo mismo. Se repasará toda nuestra vida –la significación, el motivo y el objeto de cada acción–, se nos revelará claramente si la fuente de nuestras acciones procedía de la energía de la carne o del Espíritu de Dios, y cuántas veces no ha habido alguna mezcla en nuestro servicio que nos parece más consagrado. Allí, en su paciente gracia, el Señor nos lo manifestará todo, a cada uno de nosotros individualmente (o tal vez públicamente).

El resultado será que exaltaremos como nunca la gracia de nuestro Dios. Esta gracia imputará a sus rescatados, como justicia propia, lo que ha obrado en ellos y a través de ellos. Tendrán que reconocer, como dijo el apóstol Pablo, que no eran ellos, sino la gracia de Dios que estaba con ellos, la que les dio el privilegio y la capacidad de hacer algo a su servicio; pero, por otra parte, en aquel día Cristo se complacerá en imputar a sus amados toda buena obra que hayan hecho –buena según su perfecta estimación. Sin embargo, si alguien se pregunta cómo podremos soportar lo que necesariamente habrá que exponer, incluso con ternura, a la luz perfecta de ese día, que recuerde que cuando seamos manifestados ante el tribunal de Cristo, ya estaremos conformados a su imagen. Estaremos, pues, en plena comunión con sus pensamientos y sellaremos, con el corazón, con nuestro «Amén» las condenas que él se vea obligado a pronunciar sobre los actos carnales que hayamos podido cometer. Es más, nos regocijaremos ante él porque, al final de nuestra manifestación ante el tribunal de Cristo, se fortalecerá nuestra idea de la gracia de nuestro Dios, y se ampliarán nuestros pensamientos de su amor eterno revelado a través y en su amado Hijo.

Considerando, pues, por un momento el objeto que el tribunal de Cristo tiene en vista, confirmamos que debe preceder a su venida como el Sol de Justicia. De la parábola de Lucas 19:11-27, y de otros pasajes bíblicos, aprendemos que la posición de los santos en el reino variará según su fidelidad en el servicio durante el período en que el Señor esté ausente. No será así en la eternidad, porque, según el plan de Dios, cada redimido será semejante a la imagen de su Hijo, de modo que será el primogénito entre muchos hermanos.

Pero en el reino, en lo que se refiere a su organización y gobierno, unos, por utilizar el lenguaje de la parábola, podrán estar al frente de 10 ciudades y otros de 5; el lugar de cada uno dependerá de la fidelidad con que haya llevado a buen término lo que se le ha confiado mientras esperaba el regreso del Señor. Del mismo modo, a los discípulos que, por su gracia, habían perseverado con él en sus tentaciones, el Señor les dijo: «Y yo os concedo un reino, como el Padre me lo concedió a mí; para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis sobre tronos, juzgando a las doce tribus de Israel» (Lucas 22:29-30).

El servicio de cada uno será evaluado en el tribunal de Cristo; tomando prestadas las palabras de la parábola, será entonces cuando hará balance con sus siervos, cuando verificará lo que cada uno ha ganado con su servicio, para asignar a cada uno su lugar en su reino. Otras cosas serán tratadas ante este solemne tribunal, pero por el momento solo podemos ver lo que constituirá la base de las recompensas en el glorioso reino de Cristo. Sin embargo, al menos puede señalarse que es muy provechoso que vivamos constantemente con vistas a la manifestación de ese día, que seamos diligentes, de modo que procuramos, «sea presentes o ausentes, serle agradarles» (2 Cor. 5:9). El apóstol pudo decir: «Hemos sido manifestados a Dios» (v. 11); y si andamos cada día en la luz como Dios está en la luz, así seremos; así nos anticiparemos al tribunal de Cristo, y nos capacitaremos para la posición que el Señor, en su gracia, nos asignará cuando salga a tomar sus derechos y establecer su dominio universal.

5 - El tercer acontecimiento: las bodas del Cordero

El tercer y último acontecimiento que debe tener lugar, para preparar la aparición de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, son las bodas del Cordero, descritas en Apocalipsis 19. Sin embargo, debemos asociar a ellas un acontecimiento que, según creemos, solo se menciona en Efesios 5. Allí se dice que Cristo se presentará a sí mismo su esposa, «gloriosa, que no tiene mancha, ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (v. 27). La expresión «a sí mismo» muestra claramente que este acontecimiento es privado y no público; expresa el gozo de Cristo al reclamar a su esposa como suya, la esposa que deleitó su corazón cuando la vio como una perla preciosa, en toda su belleza según el consejo de Dios, la Iglesia que amaba y por la que sí mismo se entregó. Entonces habrá terminado su estancia en el desierto, los días de su viudez y de su luto, ella habrá pasado por todas las disciplinas necesarias hasta que, santificada y purificada por el lavado del agua mediante la Palabra, haya quedado moralmente preparada para Cristo. Entonces él la reclama en el gozo de su corazón y se la presenta, adornada con toda la belleza con que la ha revestido, para que sea su compañera por la eternidad. De nuevo, este es un evento privado y ningún “extraño” se mezclará con el gozo de Cristo en este día. Será enteramente para su propio placer; porque entonces, de hecho, si podemos decirlo así, introducirá a su esposa en la Casa del banquete, y su estandarte sobre ella será el amor.

Después de esta presentación privada de la esposa a sí mismo, seguirá la celebración pública del matrimonio en el cielo. He aquí la historia: «Y una voz salió del trono, diciendo: ¡Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos, los que le teméis, pequeños y grandes! Y oí como la voz de una gran multitud, y como el sonido de muchas aguas, y como el sonido de fuertes truenos, diciendo: ¡Aleluya!, porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina. ¡Alegrémonos y regocijémonos, y démosle gloria! Porque han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado. Y a ella le fue dado ser vestida de lino fino, resplandeciente y puro; porque el lino fino son las acciones justas de los santos. Y me dijo: Escribe: ¡Dichosos los que han sido invitados al banquete de las bodas del Cordero! Y me dijo:

 

Estas son verdaderas palabras de Dios.» (Apoc. 19:5-9). El contexto de este pasaje arroja mucha luz sobre su significado. La gran ramera, la falsa esposa, que corrompió la tierra con su fornicación, fue juzgada por Dios y apartada para siempre, pues, dice el Espíritu de Dios: «En ella fue hallada la sangre de los profetas y de los santos y de todos los que han sido degollados en la tierra» (18:24). En todas las clases de habitantes de la tierra, este juicio vengativo es causa de luto y lamentación (hasta tal punto se habían alejado los hombres del Dios vivo); pero en el cielo (y nada muestra mejor cómo el hombre está opuesto a Dios), provoca una explosión de gozo universal. ¿De dónde procede este gozo, que solo puede expresarse realmente en alabanza y adoración? Viene del hecho de que Dios, habiendo juzgado a Babilonia, que corrompía la tierra, iba a establecer su soberanía sobre el mundo entero. De hecho, esto ya había sucedido, por lo que la voz de una gran multitud llenó los cielos con una atronadora alabanza, gritando: «¡Aleluya!, porque el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina». El corazón en el que ya reina Cristo comprenderá esta exultación, porque este será el momento en que Dios glorificará públicamente a su Hijo amado ante el mundo entero, exaltará aquí en la tierra a Aquel que una vez fue rechazado y crucificado, y hará que todas las naciones de la tierra reconozcan su bendito reinado. Entonces se cumplirá la palabra escrita: «Se acordarán, y se volverán a Jehová todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti. Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones» (Sal. 22:27-28).

6 - El Esposo y la esposa

El punto esencial de esta escena celestial es que él no estará solo el día de su exaltación. En ese día, por amor a ella, compartirá su gloria con su esposa –la Iglesia que fue identificada con él en el día de su rechazo. Las bodas del Cordero son la preparación para esto. La esposa se prepara y se viste, ante todos los cielos, con sus vestiduras de lino fino, blancas y puras, para ser la compañera de su exaltado Señor y Esposo. Esta unión del Esposo con su esposa suscita la alabanza de las huestes celestiales; quienes la contemplan son tan privilegiados que se dice a Juan que escriba: «¡Dichosos los que han sido invitados al banquete de las bodas del Cordero! (Apoc. 19:9). Esta escena única no volverá a repetirse jamás; el gozo de la esposa cumpliendo todas sus esperanzas, poseyendo para siempre el objeto de sus afectos, solo será superada por el gozo del Esposo al unirse a la esposa por la que demostró su amor extremo al morir en la cruz. Y el amor que le demostró allí es la medida del amor que le demostró en cada etapa de su peregrinación, y del amor expresado en aquella escena ante todas las huestes celestiales en la celebración pública de las bodas. Fue, es y será siempre un amor eterno, infinito y perfecto; este amor está más allá del conocimiento, y el lenguaje nunca podrá expresar su plenitud e intensidad.

Repitamos, sin embargo, que el banquete de bodas del Cordero es anterior a su venida del cielo como Sol de Justicia. Esto lo veremos en el próximo capítulo; pero incluso así debemos llamar la atención, aunque sea brevemente, sobre lo que sucederá en la tierra cuando los acontecimientos que acabamos de describir tengan lugar en el cielo. En la víspera de la aparición del Señor, es decir, durante la última media semana de la profecía de Daniel, apenas un rayo de luz brillará sobre las tinieblas que envolverán la tierra habitada. Entrar en los detalles de lo que sucederá durante estos 1.260 días, o 42 meses, está fuera del alcance de este artículo. Si lo desea, puede estudiar Apocalipsis 6 - 18, teniendo en cuenta que solo el Espíritu Santo puede hacernos comprender la mente de Dios. En estos capítulos el lector encontrará un relato completo de la situación que prevalecerá antes del regreso del Señor. Nos proponemos simplemente esbozar los rasgos principales de ese terrible período, acerca del cual el Señor mismo dijo: «Si no se acortaran aquellos días, nadie podría salvarse; pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados» (Mat. 24:22).

7 - El hombre de pecado

Veamos primero la revelación del hombre de pecado, el hijo de perdición. El apóstol Pablo nos dice que este acontecimiento seguirá a la partida del Espíritu Santo con la Iglesia. Él dice: «Porque el misterio de la iniquidad ya está actuando; solo que el que ahora lo retiene, lo hará hasta que desaparezca de en medio. Y entonces será revelado el inicuo» (2 Tes. 2:7-8). Se trata claramente del Anticristo, pues el apóstol describe a este hombre de pecado como uno que «se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de adoración; de modo que se sienta en el templo de Dios, presentándose él mismo como Dios» (v. 4). Juan dice que negará al Padre y al Hijo. En Apocalipsis 13, se dan más detalles de esta personificación del pecado y de la iniquidad, esta encarnación de lo que el hombre es en su intelecto, progreso y logros, en contraste y oposición a todo lo que Dios es, presentado en Cristo. Para consuelo de los hijos de Dios, Pablo enseña en 2 Tesalonicenses 2 que lo único que impide la manifestación de este monstruo de iniquidad en este momento es la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia en la tierra. Pueden verse signos de apostasía por todas partes, pueden abundar las corrupciones de Tiatira a través de la enseñanza de Jezabel, puede crecer la infidelidad de Laodicea, puede levantar la cabeza, jactarse de sus luces humanas y revolcarse en su tibieza e indiferencia; pero el Anticristo no aparecerá hasta después de que la Iglesia haya sido arrebatada de la escena, pues, escribe el apóstol, «mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4).

También debemos señalar que antes de que aparezca el Anticristo, como muestra Apocalipsis 13, la primera bestia, la cabeza del imperio Romano, formado por los 10 reinos federados, habrá asombrado al mundo con su aparición. El Anticristo será fortalecido y sostenido por el poder de esta bestia; pues se dice que el Anticristo «Ejercía toda la autoridad de la primera bestia en su presencia. Y hacía que la tierra y los que en ella habitan adoraran a la primera bestia, cuya herida mortal fue sanada» (Apoc. 13:12, vean v. siguientes).

Sin ir más lejos, podemos decir que el tiempo de «angustia para Jacob» (Jer. 30:7) y la «grande tribulación» (Mat. 24:21), coincidirán con este período. La primera se refiere a la feroz persecución por la que tendrán que pasar los judíos de la tierra –al menos los que constituirán el remanente fiel de aquel día– cuando el Anticristo gobierne en Jerusalén; y la segunda se refiere a un período similar que probablemente coincida, marcado por la opresión tiránica, con sus persecuciones, en los 10 reinos del imperio Romano. Es lo que el Señor llama, en su mensaje al ángel de Filadelfia, «yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre todo el mundo habitado, para probar a los que habitan sobre la tierra» (3:10). Ambas tendrán lugar después de que el Anticristo haya tenido la osadía de erigir la imagen de la primera bestia («la abominación de la desolación») (Mat. 24:15; Marcos 13:14) en el templo. Probablemente se deban al decreto de que todos los que no adoraran la imagen de la bestia serían asesinados, y que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, es decir, todos los súbditos del imperio Romano recibirían una marca en la mano derecha o en la frente (como signo de lealtad a las autoridades blasfemas existentes), y que nadie podría comprar o vender, a menos que tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre (Apoc. 13:15-17). Será una tiranía, impulsada por un poder diabólico, sin leyes que la frenen, como el mundo nunca ha conocido, tan feroz como las persecuciones de los primeros siglos del cristianismo y de la Edad Media. Y como Dios nunca deja al mundo sin testigos (Apoc. 11), abundarán los mártires entre los que serán torturados, no aceptando la liberación, para obtener una mejor resurrección; mientras que otros, como en los primeros tiempos, sufrirán la prueba de la burla, la flagelación, la prisión, y aún otros serán apedreados, descuartizados, tentados y muertos a espada (vean Hebr. 11:35-38; Apoc. 20:4).

8 - Los santos en la tribulación

La pregunta es si los santos de ese día tendrán que obedecer a los “poderes fácticos”, las autoridades existentes, como lo hacen hoy. La respuesta es doble. En primer lugar, si un monarca terrenal interfiere en el dominio de Dios y se arroga lo que solo pertenece a Dios, como hizo Nabucodonosor, los hombres tienen derecho a negarse a cumplir los decretos del monarca, del mismo modo que Sadrac, Mesac y Abednego se negaron a adorar la imagen del rey. En segundo lugar, en el intervalo entre el arrebato de la Iglesia y la aparición de Cristo, las autoridades no serán ordenadas por Dios, como lo son hoy. Es el dragón (Satanás) quien dará a la bestia «su poder, y su trono y gran autoridad» (Apoc. 13:2). Será, por tanto, una época en la que el poder satánico se ejercerá sin freno, salvo en la medida en que los juicios de Dios, que descenderán con creciente violencia e intensidad sobre la escena, puedan alarmar las mentes de quienes detenten la autoridad. Por desgracia, incluso entonces, no habrá arrepentimiento, sino una hostilidad cada vez más profunda hacia Dios y su pueblo. De hecho, como ya hemos dicho, habrá una gran tribulación como no se ha visto desde el principio del mundo y como nunca se verá.

Ya hemos dicho que, en aquel día, las tinieblas apenas serán aliviadas por un rayo de luz. Pero aquellos que han sido iluminados por el Espíritu percibirán rayos de luz, porque la cortina ha sido levantada, y no estaríamos completos si no los mencionáramos. En Apocalipsis 7 vemos «una gran multitud, que nadie podía contar, de toda nación, tribus, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos; y clamaban a gran voz, diciendo: ¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!… respondió uno de los ancianos, diciéndome: Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son, y de dónde vienen? Yo le dije: Señor, tú lo sabes. Y él me dijo: Estos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado y han blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero, etc.» (v. 9-17). Esta gran multitud solo se menciona aquí en las Escrituras. Todos ellos fueron llevados a través de esa terrible hora de prueba que afectará a los gentiles durante el reinado tiránico del gobernante resucitado del imperio Romano; habiendo recibido el testimonio de Dios para ese tiempo (no se revela cómo les llegó) quedaron bajo la eficacia de la sangre del Cordero, y anduvieron en santidad ; la gracia que los recibió al principio, ahora les da la bendita recompensa de estar ante el trono de Dios, sirviéndole día y noche en su templo, y gozando de que él habite en medio de ellos.

Esta es otra ilustración del hecho de que ningún poder del mal puede impedir el cumplimiento de los propósitos de Dios. Así como el Señor, cuando estuvo en la tierra, encontró a sus ovejas y las sacó a pesar de la oposición de las autoridades judías, así en aquel día venidero, cuando Satanás parezca exteriormente dominar y reinar en amo y señor, todos aquellos cuyos nombres han sido escritos en el libro de vida del Cordero desde la fundación del mundo, serán sacados de su escondite y gozarán de la gracia y la bendición eterna de Dios. El hombre manejado por Satanás puede hacer lo que quiera, pero no puede impedir que se cumpla el consejo de Dios. Así que podemos animarnos en los días más oscuros recordando que, a pesar de lo que puedan parecer las cosas, Dios está trabajando silenciosa, segura e irresistiblemente para llevar a cabo su propósito. Así hará que la ira del hombre lo alabe, mientras él se ceñirá con el resto de su ira (Sal. 76:10).

9 - Los 144.000

En el capítulo 14 tenemos otra compañía que ha sido arrebatada del horno de fuego en el que había sido arrojada, como los antiguos Sadrac, Mesac y Abednego. Sería demasiado largo entrar en los detalles de estos 144.000 redimidos (“comprados”) de la tierra. Baste decir que estas primicias para Dios y el Cordero serán salvos de entre las tribus de Judá y Benjamín que estarán en la tierra cuando su cruel adversario, el Anticristo, venga contra ellos, como lo hizo contra Cristo. No faltará ni uno de ese número típico completo, 12.000 x 12. Así como el Señor dijo en el Evangelio según Juan: «Todo lo que me da el Padre, a mí vendrá» (Juan 6:37), así en aquel día todos los elegidos serán llevados a reconocer y a confesar al Cordero de Dios; y cada uno de ellos tendrá, no la marca de la bestia, sino el nombre del Cordero y el nombre de su Padre escrito en su frente, habiendo sufrido, en su medida, como el Señor mismo sufrió cuando fue rechazado. Así reciben esta marca especial de su favor y, además, estarán con el Cordero en el monte Sion y le seguirán dondequiera que vaya.

Es muy alentador ver el alivio de tanta angustia cuando Satanás aparentemente triunfa; y, repitámoslo, ver cómo Dios, incluso cuando no se manifiesta, tiene completo control sobre todos los poderes del mal para cumplir sus propósitos, ya sea para el juicio de sus enemigos o para la salvación de su pueblo. Cuando Israel haya aprendido esta lección, adoptará de todo corazón el lenguaje escrito para él: «Bramaron las naciones, titubearon los reinos; dio él su voz, se derritió la tierra. Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob. Selah» (Sal. 46:6-7).

10 - El hombre en la carne

Por último, este periodo se caracterizará por un gran progreso y una aparente prosperidad. Las artes y las ciencias, así como el comercio, florecerán de una manera sin precedentes. Si alguien lo duda, que lea Apocalipsis 18 e Isaías 2. Hay 2 razones para ello. En primer lugar, la tierra será entonces testigo del desarrollo del hombre y de los poderes del hombre hasta un grado extraordinario; bajo la influencia de Satanás, el hombre manifestará su genio de una manera desenfrenada que nunca se ha visto antes. En una palabra, el hombre de carne y hueso alcanzará entonces su apogeo y su “perfección”. En segundo lugar, a todos aquellos a quienes Dios no ha elegido, y que adorarán a Satanás como dios de este mundo, les concederá los deseos de su corazón (comp. Lucas 4:5-7). A esto se añadirá, mediante la seducción del maligno, un sentimiento omnipresente de paz y seguridad. Ahora bien, el apóstol escribe: «Cuando estén diciendo: ¡Paz y seguridad!, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como el dolor de parto a la que está encinta; y no podrán escapar» (1 Tes. 5:3); o como dijo el Señor: «Como sucedió en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, se casaban, se daban en matrimonio, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos» (Lucas 17:26-27). No es que los hombres no presentirán nada. En todas las crisis de la historia del mundo, muchos han presentido acontecimientos inminentes de importancia. El Señor dijo explícitamente: «Habrá señales en el sol, la luna y las estrellas; y en la tierra, angustia de las naciones, perplejas ante el bramido del mar y del oleaje; desfalleciendo los hombres de temor, en espera de lo que vendrá sobre la tierra habitada». Sin embargo, el Señor advirtió a sus discípulos que tuvieran cuidado: «Mirad por vosotros, que vuestros corazones no se entorpezcan con la glotonería, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y así os llegue de repente ese día como un lazo; porque así vendrá sobre todos los que habitan en toda la tierra» (Lucas 21:25-26, 34-35).

Esta será, pues, la situación después de que la Iglesia haya desaparecido de la escena, hasta la súbita revelación de la gloria del Señor, cuando «toda carne juntamente la verá» (Is. 40:5). Como enseña Pedro, el día del Señor vendrá como un ladrón en la noche. Veremos en el artículo siguiente que, cuando aparezca, brillará en los cielos como el Sol de justicia; «será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes» (2 Sam. 23:4).