Índice general
Dios por nosotros
Romans 8:26-39
Autor:
Las pruebas y las enfermedades
Tema:1 - Introducción y presentación del tema en la Epístola a los Romanos
Este es el único pasaje de Romanos que habla de los propósitos y consejos de Dios. La Epístola aborda la responsabilidad del hombre, muestra cómo la gracia la ha resuelto mediante la cruz de Cristo y termina con exhortaciones basadas en esta responsabilidad. Se considera que el creyente vive aquí abajo, justificado, poseedor de la vida de Cristo, muerto al pecado y, por tanto, se le exhorta a entregarse a Dios como un ser libre. Solo en este pasaje, que cierra la parte doctrinal de la Epístola, el apóstol nos presenta los propósitos de Dios.
En la parte anterior del capítulo, habla de la liberación de la «condenación» (Rom. 8:1), de lo que ha sido hecho para nosotros por la muerte y resurrección del Señor Jesucristo. No es solo el perdón de todos nuestros pecados, sino también la liberación positiva del poder del pecado en nuestra condición natural. No es solo lo que responde al justo juicio de Dios, sino lo que nos libera y nos lleva a una nueva posición en Cristo. A esto se añade la presencia del Espíritu Santo, el Consolador, que, en primer lugar, «da testimonio con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (v. 16) y, en segundo lugar, «nos ayuda» (v. 26) en el camino, e «intercede por nosotros con gemidos inexpresables».
No estamos en la carne en lo que se refiere a nuestra posición ante Dios, pero nuestros cuerpos siguen bajo el efecto del pecado y, estando en ese cuerpo, «gemimos interiormente» (v. 23). Todo lo que nos rodea está en un estado de confusión y corrupción; hemos sido redimidos de ello, y esperamos la adopción, la redención del cuerpo.
El cristiano, que ha obtenido así la redención de sus pecados y las promesas y el consuelo del Espíritu Santo, aprende entonces que Dios está por él. No sabemos por qué orar como deberíamos. Tenemos deseos espirituales de bien, y un sentido del mal que nos rodea, pero nuestras mentes no están suficientemente iluminadas; así que: «Él Espíritu… de acuerdo con Dios intercede por los santos» (v. 27). No sabemos qué es lo mejor que podemos pedir: algunas cosas no pueden corregirse hasta que venga el Señor; pero, aunque no sepamos qué pedir, sí sabemos que «todas cosas cooperan juntas para el bien de los que aman a Dios» (v. 28). Podemos confiar en estas palabras con una seguridad inquebrantable.
2 - Enseñanzas del libro de Job sobre la obra de Dios
Job es un libro maravilloso en este sentido. Se nos da la posibilidad de ver cómo se llevan a cabo las operaciones divinas. Se establece el trono de Dios, los hijos de Dios entran ante él, y Satanás también. Luego vienen los pensamientos de Dios sobre su siervo, «porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él» (2 Crón. 16:9). Pero debemos esperar el tiempo de Dios, y entonces veremos «el fin del Señor» (vean Sant. 5:11), porque Dios es paciente durante todo este tiempo.
Observen que todo comenzó con Dios. Le dijo a Satanás: «¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal?» (Job 1:8). Dios mismo ya lo había considerado. Satanás dice: «¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene?» (1:9-10). Así que Dios suelta a Satanás contra Job. Le deja que le quite todo lo que tiene, que mate a sus criados, que mate a sus hijos, que acabe con sus riquezas, y Job dice: «Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito» (1:21). Entonces Satanás dijo: «Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida» (v. 4). Y el Señor dijo a Satanás: «He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida» (v. 6). Entonces Satanás le atacó con una úlcera maligna, de modo que se convirtió en un miserable y en el hazmerreír de sus vecinos. Su mujer quiere que maldiga a Dios y muera, pero en todo esto Job no peca; «¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?» (2:10). Así que concluyo que todo lo que Satanás hizo contra Job fracasó por completo, excepto que él fue plenamente justificado de la acusación de Satanás y de la acusación de hipocresía. Todo lo que Satanás podía hacer lo hizo, pero no pudo hacer más de lo que le estaba permitido.
Pero ahora vemos cómo Dios velaba sobre Job. Job estaba lleno de sí mismo. Estaba satisfecho de sí mismo. Si Dios se hubiera detenido aquí, ¿cuál habría sido el efecto? Job habría dicho: “¡Bien! He sido clemente en la prosperidad y paciente en la adversidad”; así que habría estado aún más ciego de sí mismo. Dios lo había justificado de las acusaciones de Satanás, pero sus sufrimientos solo habían allanado el camino para una relación más estrecha con Dios.
Los amigos de Job vienen a decirle que debe de ser un hombre malvado, pues de lo contrario no le habrían ocurrido tales cosas; que su calvario era una prueba evidente del gobierno de Dios. No sé si el orgullo de Job fue herido por sus amigos, o si fue su simpatía la que abatió su espíritu, como a menudo hace la simpatía; pero ahora Job se derrumba por completo y maldice el día en que nació. Esto saca a relucir su verdadera naturaleza. La pérdida del ganado y de todo lo demás no fue nada, pero ahora su maldad oculta queda al descubierto. Sin embargo, su fe reconoce el bien en Dios, aunque su naturaleza se enfurezca tristemente. «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13:15). Se dijo a sí mismo: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla» (23:3). Pero el trabajo de sus amigos había terminado.
Entonces Eliú vino a ocupar el terreno de la providencia especial en los tratos de Dios con su pueblo. Dice: «Por lo cual teme, no sea que en su ira te quite con golpe» (Job 36:18). Luego, cuando Dios interviene, Job no dice: “Cuando el ojo me vio, me bendijo”, sino: «Ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:5-6). Se ve a sí mismo a los ojos de Dios. Y todo lo que Satanás hizo no fue más que el instrumento que preparaba la obra que Dios iba a hacer.
Y así tenemos una demostración de los caminos de Dios. El mundo de hoy no es un buen testigo del gobierno de Dios. A veces podemos discernirlo en las grandes ocasiones, e incluso, si estamos iluminados, en las pequeñas cosas. Así ocurrió en la época del diluvio, y cuando Jerusalén fue destruida, Israel tuvo que experimentarlo. Pero Dios siempre tiene el control y hace que todo funcione para nuestro bien. En el libro de Job, se nos lleva entre bastidores. Vemos a Dios enseñando a un hombre lo que ve en su corazón, lo que hay allí, haciéndole sentir su absoluta nada, y la bendición exterior entonces sigue. Este era el carácter de la bendición tal como se conocía en aquel tiempo en la forma de gobernar de Dios.
El apóstol Pablo mira más allá de toda esta disciplina –más allá de los caminos de Dios en ese momento, que no son más que los instrumentos para llevar a cabo su propósito. En cierto sentido este es el mundo de Satanás, pero él no puede quitar las cosas de las manos de Dios. Podía ir a los caldeos y decirles: “Tomad el ganado”; ¡ellos no sabían que estaban haciendo la voluntad de Dios en esto, que la mano de Dios estaba en ello! Estos son los caminos de Dios para su propósito; trabajan juntos para el bien de «los que conoció de antemano», a los que «también los predestinó para ser conformes a la imagen de su Hijo, para que él fuese el primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8:29). Este es su plan, y ya podemos ver su mano en él, o al menos pronto la veremos, si no la hemos visto ya.
El apóstol en la Epístola a los Romanos considera todo el curso del propósito soberano de Dios hasta llevarnos a la gloria. Es bueno observar que la predestinación es siempre a algo; no se refiere simplemente a personas, sino que él las ha predestinado a algo. Luego concluye diciendo: «¿Qué diremos a estas cosas? Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?» (v. 31). No solo estoy purificado para poder presentarme ante Dios, sino que recibo esta inmensa verdad: Dios está por mí. Puesto que, por Cristo, creo en Dios, mi corazón sabe que Dios está por mí en todas las cosas. «No apartará de los justos sus ojos» (Job 36:7). Mirando a Dios, el corazón puede decir en toda circunstancia: “Dios está por mí”. Puede que no siempre me guste lo que hace, pero él siempre está por mí. Ni un gorrión cae en tierra, no solo sin Dios, sino sobre todo «sin que vuestro Padre lo permita» (Mat. 10:29).
Job había dicho: «Sea el nombre de Jehová bendito», y es hermoso ver su paciencia y su sumisión. Pero el apóstol va más allá. Una cosa es gloriarse «en las tribulaciones» (Rom. 5:3). Una cosa es decir que es sabio y bueno, y otra muy distinta decir que está por mí.
3 - ¿Cómo actúa el Espíritu Santo?
Quisiera subrayar también otro punto. Cuando el Espíritu Santo habla al hombre, no razona desde lo que el hombre es para Dios, sino desde lo que Dios es para el hombre. Las almas razonan a partir de lo que son en sí mismas para ver si Dios puede aceptarlas. No, digo, él no puede aceptarles de esa manera; ustedes buscan la justicia en sí mismos como razón para ser aceptados por él. No pueden obtener la paz razonando de esa manera, y lamentaría mucho que lo pudieran. Pero «Dios demuestra su amor hacia nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5:8). Él nos ha amado sin ningún otro motivo que el que encontró en su propia gracia. Nosotros no le conocíamos. El pródigo no conoció a su padre hasta que este se le echó al cuello. Razonaba según lo que él mismo era, no según lo que era su padre y cómo le recibiría.
El Espíritu Santo obra siempre a partir de lo que es Dios, y eso produce un cambio total en mi alma. No es que aborrezca mis pecados; incluso puedo haber hecho muy bien, pero es: «Por tanto me aborrezco» (Job 42:6). Así actúa el Espíritu Santo; nos muestra lo que somos, y esta es una de las razones por las que a menudo parece muy duro y no da paz al alma, porque no nos sentimos aliviados hasta que experimentamos, de todo corazón, lo que somos. Como en el caso de la mujer siro-fenicia (Marcos 7:24-30), el Señor parece no escuchar, y así sigue hasta que ella reconoce que no tiene título a nada, que no tiene más derecho por promesa que por justicia, hasta que solo suplica que haya bondad suficiente en Dios para darle aquello a lo que no tiene derecho; porque Cristo actúa siempre en su bondad.
4 - Las lecciones sucesivas, versículo por versículo, de Romanos 8:31-39
Hasta que el alma no llega a esto, él no le da la paz –no lo podía; eso solo sería una ligera curación de la herida; el alma debe seguir adelante hasta que descubra que no hay nada más en que descansar que en la bondad de Dios; y entonces: «Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?». Aquí tenemos tres cosas en las que él está por nosotros: En primer lugar, Dios está por nosotros dando; dio lo mejor de sí mismo, Aquel que es uno consigo mismo, su Hijo. En segundo lugar, si Dios dio a su Hijo, sin duda dará todo lo demás. ¡Por supuesto que lo hará! Es un razonamiento que se desprende de quién es Dios y de lo que ha hecho. Pregunto: ¿me dará todo lo que necesito? Sí, en efecto, y no solo todo lo que necesito, sino que me colocará en la gloria, y ciertamente nada me faltará allá arriba. Es Dios quien da. Si me ha dado a su Hijo, ¿no me dará ahora cosas menores?
En tercer lugar, ¿qué pasa con mis pecados? Aquí es donde aprendo cuán grande es su amor; aquí es donde obtengo la respuesta: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica». Es a Dios a quien corresponde justificar. No somos nosotros los que nos justificamos a sus ojos, sino que es Él mismo quien justifica. No importa quién condene si Dios justifica. Si miro mis pecados, obtengo esta gran verdad: «Dios está por mí». Es por la obra de Cristo que estoy justificado, y aquí encontramos que Dios está visto como la fuente de todo.
5 - Un breve comentario sobre el capítulo 3 de Zacarías
Es como en Zacarías, cuando Josué está delante del ángel con vestiduras viles. Satanás lo acusa, ¿y qué tiene que decir en su defensa? No tiene nada que decir. ¿Y quién defiende su causa? El mismo Jehová. ¿Puede Satanás volver a comenzar después de eso, o volver a poner en el fuego la tea que Dios salvó? ¡No! Dios le quita sus viles vestiduras, responde a Satanás y lo silencia como acusador, a pesar de que Israel era un miserable pecador, recién salido de Babilonia. Dijo: Te he vestir «de ropas de gala» (Zac. 3:4). Así que siempre se preocupa por nuestros pecados. Primero está por nosotros dándonos, luego nos justifica. No nos deja con nuestras ropas viles.
Luego viene un cuarto punto: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? «Cristo Jesús es el que murió; más aún, el que fue resucitado; el que está a la diestra de Dios» (Rom. 8:34). No dice “de Dios”; a Dios lo volveremos a encontrar después, pero aquí es Cristo; y mire cómo actúa su gracia. Recibo el amor de Aquel que ha pasado por todas las dificultades, por todo el dolor del camino. Puede que no nos demos cuenta, pero en nuestras pruebas, ¿qué ganamos? En su amor divino, Cristo gustó «la muerte por todos» (Hebr. 2:9). Dios está ahí para nosotros en nuestras pruebas. «Cristo Jesús es el que murió». Descendió a la muerte, para que yo no tenga miedo. ¡Ahora está en el cielo! Pues si está, «intercede por nosotros», por nosotros. Ha pasado por todas esas cosas que ponen a prueba el corazón aquí abajo, y allá arriba vive por nosotros. Así que «¿quién nos separará del amor de Cristo?».
No dice separado “de Cristo”, sino «de su amor». Ciertamente nunca estaremos separados de Cristo, pero lo importante aquí es que ninguna circunstancia puede separarnos de su amor. No hay ninguna por la que él no haya pasado. El aislamiento perfecto en este mundo es quizás lo más difícil que un hombre puede experimentar. Cristo estaba absolutamente aislado. En cuanto a consoladores, no había encontrado ninguno. En la misma mesa donde anunció que uno de ellos le iba a traicionar, ¡discutieron sobre quién sería el más grande! El Dios santo nos mira y, en su amor, cuenta los cabellos de nuestra cabeza como un Padre; pero aquí, es el amor de Cristo el que ha experimentado todos estos dolores.
6 - Breve comentario sobre la espina de Pablo (2 Corintios 12)
«¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por tu causa somos muertos todos los días; somos contados como ovejas de matadero. Al contrario, en todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó» (Rom. 8:35-37). Así pues, el apóstol tenía una espina en la carne, que, a los ojos de los hombres y a los suyos propios, era un gran obstáculo para su predicación y le estorbaba en su ministerio; pero se gloriaba de ella. Esta prueba, finalmente aceptada, allanó el camino al poder de Cristo. No es que ya no lo sintiera, sino que dice: «Muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo» (12:9); y en Romanos 5:3: «Nos gloriamos en la tribulación». Comprendo todo esto cuando me doy cuenta de que Dios está verdaderamente por mí y que «no apartará de los justos sus ojos» por lo que puedo gloriarme en ello. Esto es más que sumisión. Es la comprensión y aceptación de los caminos de Dios en este mundo, y el conocimiento de que él tiene un cuidado continuo de nosotros, para que todas las cosas colaboren para nuestro bien. Dejémosle obrar, incluso en la prueba; él quiere hacernos conformes a la imagen de su Hijo.
«Porque estoy persuadido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni poderes, ni cosas presentes, ni cosas por venir, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús nuestro Señor» (Rom. 8:38-39). Ningún sufrimiento puede sucederme como hijo de Dios y separarme del amor que por mí hay en Dios.
7 - Breve comentario sobre la negación de Pedro (Lucas 22:31-32)
Es un amor divino por naturaleza, que interviene en todas mis circunstancias. Dios piensa en mí en los momentos de prueba; sabe de antemano todo lo que sucede. Jesús oró para que la fe de Pedro no decayera. Había que ponerlo a prueba. ¿Por qué? Porque tenía confianza en sí mismo, y esa confianza tenía que ser quebrada. Pero también existía el peligro de que se desesperara, de que fuera a ahorcarse como Judas, y por eso el Señor oró por él. Su discípulo tenía que ser puesto a prueba, como podemos haberlo sido ustedes y yo, pero tenía que hacerse bajo la mirada de Dios para que pudiera aprender el carácter perfecto del amor de Dios por él en esta prueba.
8 - Cómo se manifiesta el amor de Dios
Dios está por nosotros dando, Dios está por nosotros justificando, siempre está por nosotros, cuidándonos en todas las cosas. Para los hijos de Israel, cuidó de sus vestidos mientras atravesaban el desierto. Dios está por nosotros en todas las cosas. Si la muerte me mira a la cara, Cristo la ha afrontado. Si se me oponen poderes malignos, tengo conmigo un amor que ha sido probado y ha triunfado sobre esos poderes. De este modo aprendo la perfección del amor de Dios. Se manifiesta en las circunstancias más pequeñas, en cada pequeño detalle. Me acerco con valentía a esta verdad: «Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?». Nada puede hacerme decir que no sé si él está por mí o no. Si se trata de dificultades y pruebas, digo: “Bueno, eso solo demuestra la molestia que Dios se está tomando por mí».
9 - Conclusión y lecciones para aprender
Y ahora, queridos amigos, ¿han llegado a pensar en Dios de esta manera? Puede que no sea agradable ni fácil, pero seguro que no puede ocurrirme ni una sola cosa que no sea lo mejor que Dios puede hacer por mí. La sumisión es necesaria, pero no olvidemos: «Dad gracias en todo» (1 Tes. 5:18). ¿Pueden hacerlo? ¿Están lo suficientemente cerca de Dios como para dar gracias en todas las cosas? Nuestra voluntad debe quebrantarse (ciertamente), pero nuestro corazón debe dar gracias. Sentiremos dolor, Dios quiere que lo sintamos; no quiere que seamos insensibles o estoicos; entonces comprendo personalmente esta bendita verdad: Este Dios, que hace todas las cosas según el consejo de su propia voluntad, es el que está por mí. Puedo entonces tener perfecta confianza en Su amor, quebrantada mi voluntad, puedo no solo inclinarme, sino también dar gracias.
Que el Señor nos conceda conocerle hasta el punto de poder decir: No soy más que un pobre y vil pecador, pero he aprendido esto: “Dios está por mí”. Amén.